De Sobremesa; crónicas, Segunda Parte (de 5) - 01

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De sobremesa
CRÓNICAS
_Segunda serie_


Jacinto Benavente

De sobremesa
CRÓNICAS

_SEGUNDA SERIE_

MADRID
LIBRERÍA DE FERNANDO FÉ
Puerta del Sol, 15
1910


ES PROPIEDAD.--DERECHOS RESERVADOS

MADRID.--Imprenta Española, calle del Olivar, 8


[Ilustración]


De sobremesa.


I

EL señor ministro de la Gobernación ha propuesto el mejor remedio para
evitar conflictos en la Plaza de Toros; que el público se abstenga de
asistir á las corridas si tanto le disgustan. El remedio es excelente,
pero ya dijo el sabio que: Á trueque de quejarse, habían las desdichas
de buscarse. Y el gustazo de protestar nunca se paga bastante caro.
Tiene además, ese remedio, el peligro de caer el público en su
eficacia y en ese caso, bien pudiera dar en aplicarlo á otros muchos
espectáculos caros y malos, que él sostiene con su buen dinero. Pero ha
de comprenderse que lo de ver al público echarse al redondel, no puede
ser del gusto de ningún gobierno. Aunque bien pudieran pensar los
espectadores que siendo ellos los toreados, ningún sitio mejor que el
redondel les corresponde.
Y á propósito de plazas de toros; los sombreros de señora van
alcanzando sus dimensiones. En Londres acaba de presentarse una actriz
con uno que mide un metro ochenta de diámetro, y sobre él se levantan
todavía culminantes dos magníficas plumas de avestruz, de sesenta
centímetros. Semejante edificio, por más señas es de color malva y
de las plumas, una azul y la otra «assortié» al sombrero. No hay que
decir si habrá causado sensación. Supongo que la obra en que se ha
presentado, llevará esta acotación: La escena representa un sombrero.
La moda es graciosa y en una mujer alta y de esbelto talle, esos
sombreros circundan como una gran flor la linda cabecita que parece
nimbada. Pero las mujeres bajas y rechonchillas deben evitarnos el
espectáculo de una monstruosa seta que anda. Por fortuna, nuestras
señoras, han sido las más dóciles en atender el ruego, más que la orden
de presentarse en los teatros sin sombrero. En otros países, donde
las mujeres se la dan más de «superhembras», ni ruegos, ni censuras,
ni órdenes, han podido apear los sombreros de su cabeza... Siempre
se dijo que cuando á una mujer se le pone una cosa en la cabeza, es
difícil quitársela. En este caso particular, las nuestras merecen los
mayores elogios. Nuestras mujeres son muy gobernables; no suelen ser de
oposición más que cuando sus maridos están en el gobierno: dígalo la
ley de asociaciones.
* * * * *
Menos mal; en la manifestación conmemorativa de la revolución de
Septiembre hubo algunas levitas de buen corte y algunos pantalones de
airosa caída y bastante camisa limpia... Menos mal, que de otro modo ya
hubiera salido á relucir lo de ¡Cuatro desarrapados! ¡Populacherías!
No, justamente la blusa--tan apreciada cuando vota con los gobiernos,
tan despreciada cuando se manifiesta en contra,--es la prenda más
retraída de manifestaciones liberales. ¡Pobre gente! Ha oído la voz
del taimado cocodrilo ¡Bebe quieto! Dejaos de libertades y de derechos
políticos; al pobre lo que le conviene es tener trabajo, dinero, lo
material, lo positivo... ustedes á lo suyo... Y el pobre, bastante
desagradecido con los que trajeron las libertades, gracias á las que
ha podido y podrá conquistar poco á poco algo de lo suyo, se cree hoy
más listo y más avisado, porque, como él dice: Á mí ya no me la da
nadie. No, ¡pobrecito!, te la dan los otros; que te hacen instrumento
suyo cuando les conviene... ¡Ah, pueblo, pueblo! Has vendido tu
primogenitura por un plato de lentejas.
* * * * *
Contra los pronósticos metereológicos teatrales, «La Nube» pasó sin la
menor protesta de los aludidos. Lo suponía; es gente que sabe con quién
ha de gastarse los cuartos y de la que dice: «Dame pan y llámame...
lo que quieras». Que la obra á más de haber sido aplaudida, es muy
plausible, por la valentía que supone en un autor empresario, ponerse
enfrente del público más decorativo y más saneado metálicamente, no
hay para qué decirlo. En cuanto á su eficacia, ya es más discutible.
En esta ocasión, como en otras, por ser más aparente van dirigidos
los ataques á lo que parece causa y no es sino efecto. Las nubes, de
cualquier género que sean, solo se forman en determinadas condiciones
atmosféricas. La patología social debe distinguir las enfermedades
sintomáticas de las esenciales y la nube, esa nube negra que
entenebrece el aire de España y parece causa de muchos males, es solo
efecto de ellos. No es ella la que tiene culpa de nuestro atraso, es
nuestro atraso el culpable de que la nube exista. Poco se consigue con
atacar al parásito si no se robustece la naturaleza que hace posible su
vida. Esos espíritus, dominados por la nube, lo serían del mismo modo
por la «cocotte» ó por la echadora de cartas ó por cualquier inventor
de la fabricación de diamantes. Nadie abrió jamás tienda de género
que nadie solicita. ¿Qué culpa tiene el fabricante de naipes de que
se juegue? Excelente es la obra de Ceferino Palencia, pero, créame el
distinguido autor, tantas veces aplaudido, la nube es algo, pero no es
todo. ¡Á los cascos, á los cascos! ¡Dejad las arboladuras!
* * * * *
En cuanto deja uno Madrid por algún tiempo y vuelve á pasear por
sus calles, cada día encuentra un teatro y una iglesia ó capilla de
nueva planta. Así dice un señor: «Yo no sé cómo en Madrid pueden
sostenerse tantos espectáculos». Pero hay público para todo. Como antes
al estanco, ya cada vecino puede permitirse la comodidad de ir al
teatro de la esquina. De este modo se establece cierta cordialidad de
relaciones entre los actores y su público. Ya que Madrid no llenaba los
teatros, los teatros han decidido llenar á Madrid. Y no hay duda que en
este caso, como con el anuncio prodigado, la sugestión triunfa... No
entrará usted en el primer teatro que se encuentra, pero al noveno ó
décimo, cae usted. Y una vez que se entró usted en uno, ya cae usted en
la manía coleccionista y acaba usted por recorrerlos todos.
Es un error de los empresarios creer que tan formidable competencia
les perjudica. Cuanto mayor sea el número de teatros, más irán todos
ganando, aunque no sea más que en la comparación. Por malos que
parezcan algunos siempre hay otros peores.
* * * * *
Las reformas en la indumentaria de nuestro ejército, ha dado algo que
decir y más que murmurar. Hasta verlas realizadas no sabremos si en
ellas se ha atendido más á lo práctico que á lo estético ó viceversa.
Si fué á lo práctico, bien estará, si lo estético no padece. Si fué
á lo estético, quiera Marte y no pese á su amante Venus, diosa de la
belleza; que lo estético no sea tan alemán ó tan inglés ó tan japonés,
que al físico nacional le caiga malamente.
Un uniforme puede ser elegante en un arrogante mocetón de una guardia
imperial, y sentarle desgarbado al airoso soldado español. La gorra de
plato, por ejemplo, necesita elevada estatura, que no es lo general
en nuestra raza. El soldado español es el más naturalmente elegante
del mundo, sin afectación, sin empaque; sería lastimoso que en estas
reformas no se hubiera tenido en cuenta lo que mas importa, el elemento
natural, la figura. Un ejército para ser verdaderamente nacional, debe
vestir «nacionalmente». ¿Hubiera estorbado algún artista, algún pintor
ilustre, en la comisión reformadora? Napoleón fué un genio militar,
pero también fué un gran maestro en estética. ¿Se figuran ustedes á
Napoleón con un gran casco ó con un gran morrión sobre su cabeza? ¿No
basta su inmortal sombrero para evocar toda su figura y todo su genio?
* * * * *
Á lo mejor recibo cartas de personas desconocidas para mí, cartas que
yo agradezco, porque suponen más atención de la que ello merece, á
estos ligeros apuntes semanales. Lo mismo á los que me celebran, porque
dije lo que ellos pensaban--¡qué fácil es agradar á los lectores cuando
se piensa lo mismo que ellos!--como á los que se indignan tal vez por
alguna de mis apreciaciones, les diré que, yo no pretendo sustentar
aquí doctrina de ninguna clase; que todo cuanto aquí digo es...
semanal, y muy bien pudiera decir lo contrario á la semana siguiente;
aunque no soy hombre de grandes contradicciones, acaso por no serlo
tampoco de grandes afirmaciones ni negaciones.
Tengan unos y otros en cuenta, que todo esto no es más que charla
de sobremesa; que alguna vez estoy entre personas de confianza y
puedo decir lo que pienso, pero otras, me atengo á la opinión de los
comensales. Y ¿no eres tú siempre, lector amigo, el verdadero convidado
de piedra, con cubierto puesto siempre á la mesa de todo escritor?
¡Pues si tú no te aparecieras de cuando en cuando, aun habrías de
leer cosas que te agradaran ó te indignaran mucho más, según los
casos! Como Polonio aseguraba á Hamlet, de los cómicos, al temer si
no se atreverían á representar cierta comedia, también yo pudiera
decirte: Señor, como vos no os avergoncéis de oirla, ellos tampoco se
avergonzarán de representarla.
* * * * *
Este último viaje de nuestros reyes á Barcelona, tal vez haya sido
el más provechoso. La bella, la noble princesa inglesa, hoy reina de
España, sólo habrá podido juzgar desde aquí, que tal vez Cataluña
era una despoblada y lamentable Irlanda... ¡Tales eran sus quejas y
clamores! Al contemplar la riqueza y prosperidad de Barcelona, su
aspecto de gran ciudad europea, lo ameno de sus alrededores, que
no habla de tristezas ni abandonos, no podrá por menos de pensar,
que de Cataluña á Irlanda hay mucha distancia, y que, absolutista ó
parlamentario, monárquico ó republicano, no habrá padecido grandes
tiranías, ni grandes vejaciones, bajo ningún régimen de gobierno
nacional, región que entre todas las de España sobresale por adelantada
y por próspera.
Mucho, no obstante, se han suavizado asperezas de allá, en estos
últimos tiempos. Bien está así, que de nada nos asustamos como que
puestos á pedir todos estamos en el mismo caso, sin salirnos de las
aspiraciones legítimas. En cuanto á la ley de jurisdicciones, la más
pronunciada arruga en el ceño catalanista... ¡Es tan fácil derogarla!
El legislador espartano no consignó en sus leyes pena alguna contra
el parricida; juzgó que en Esparta no había nadie capaz de cometer
ese delito. Cierto que los delitos que dieron razón á esta ley--que
no debió existir nunca en España, por el mismo motivo que aquella
otra en Esparta,--por su falta de grandeza y lo mezquino de sus
manifestaciones, tal vez no merecía mayor sanción que la de un agravio
á la buena educación y al buen gusto; que no otra cosa eran aquellas
caricaturas y aquellos dicharachos ofensivos para la patria y para el
ejército, su más alta y noble representación.
Justamente, nuestro ejército tuvo siempre el más amplio espíritu
de tolerancia para admitir discusión sobre su organización, sobre
sus condiciones; no digamos sobre el pacifista antimilitarismo de
sociólogos y socialistas. Si dictadores hubo en España fueron civiles
ó clericales; al ejército se debe cuanta libertad gozamos, él fué
siempre freno de la reacción y acicate del progreso. Nada más injusto
que considerarle instrumento de tiranía. Y conste que no soy nada
militarista, que no soy de los que creen la guerra un mal necesario,
sino muy innecesario; de los que esperan y confían en que los ejércitos
serán en lo porvenir una decorativa policía internacional; pero esto
solo ha de conseguirse por el mismo ejército; por eso, en su bandera,
que aprendí á saludar desde niño, cuando aun no se acostumbraba en
España, no saludo sólo la bandera de la patria, sino la bandera futura
de ese ideal estado de paz, que sólo el ejército puede asegurarnos.
* * * * *
La distinguida escritora que firma con el risueño nombre de
«Colombine», propone en un artículo, publicado en «España Artística»,
la fundación de un teatro para los niños.
En España, ¡triste es decirlo!, no se sabe amar á los niños. Si no
hubiera otras pruebas, bastaría esta falta de una literatura y de un
arte dedicada á ellos. ¿Qué libros españoles pueden leer nuestros
niños? De la literatura clásica, ninguno. El «Quijote» es una obra de
desencanto, de desilusión, propia para la edad razonadora. Sería cruel
que los niños rieran con «Don Quijote», y más cruel que pensaran. De
los escritores modernos, tal vez Galdós, en la primera parte de sus
Episodios Nacionales, fué el único que escribió para los niños, sin
proponérselo; quizás, por lo mismo, con mayor acierto.
Digo por lo mismo, porque los escritores que deliberadamente intentan
escribir para niños, suelen padecer el error de considerarlos demasiado
pueriles y se creen en el caso de puerilizar su espíritu. Por esto
las mejores obras para la infancia, son las que no fueron escritas
con intención de conquistarla. «Robinsón Crusoé», algunas novelas de
Dickens... En cambio, ¡cuánta ñoñería, cuánta bobada en muchos cuentos
y narraciones pensados y escritos especialmente para los niños, que no
pueden por menos de aburrirles!
¡Un teatro para los niños! Sí, es preciso, tan preciso como un teatro
para el pueblo. ¡Ese otro niño grande, tan poco amado también y tan mal
entendido!
Y en ese teatro, nada de ironías; la ironía, tan á propósito para
endulzar verdades agrias ó amargas á los poderosos de la tierra, que
de otro modo no consentirían en escucharlas, es criminal con los niños
y con el pueblo. Para ello, entusiasmo y fe y cantos de esperanza
llenos de poesía...
Y nada de esa moral practicona, que á cada virtud ofrece su recompensa
y cada pecadillo su castigo; esa moral que convierte el mundo en una
distribución de premios y pudiera resumirse en un dístico por el estilo:
No comáis melocotones
porque dan indigestiones.
La verdadera moral del teatro consiste, en que, aun suponiendo que Yago
consumara su obra de perfidia, coronándose Dux de Venecia, sobre los
cadáveres de Otelo y Desdémona, no haya espectador que entre la suerte
de uno y otros no prefiera la de las víctimas sacrificadas á la del
triunfador glorioso.
La verdadera moral esta sobre los premios y sobre los castigos, está
en lo mas hondo, en lo más íntimo de nosotros mismos, allí, donde está
Dios, siempre que queremos verle y oirle... Consiste en una limpieza
espiritual de la que solo nosotros gozamos. Nadie piensa al lavarse
todo su cuerpo en que ha de ir desnudo por la calle, se lava uno por
propia satisfacción y limpieza... Y aunque la ropa sea mala, va más
tranquilo el que así se ha lavado, que los que, muy bien vestidos, solo
se lavaron la cara y las manos.
Esta moral es la que conviene al teatro y al arte dedicado á los niños
y al pueblo.
La amable escritora cita mi nombre entre los de otros escritores que,
seguramente, no dejarán de escribir obras para ese teatro. Por mi
parte, ¡nunca con mayor ilusión, nunca también con mayor respeto á mi
público!
[Ilustración]


II

Un periódico de la cascara dulce, ya sabemos cuáles son los de la
amarga, celebra determinadas obras de determinados escritores, por
juzgarlas aproximación á sus ideales. Tiene el buen sentido de no
cantar victoria definitiva. Con no tan buen sentido y en un artículo,
por lo menos indiscreto, otro periódico liberal muy significado, se
desata en denuestos contra los aludidos escritores y contra gran parte
de la juventud literaria, pluralizando de un modo lastimoso, pues bien
sabe el que escribió ese artículo, que eso de las casas de huéspedes
y sus cocidos indigestos--aparte de no ser delito imputable y menos
por un buen demócrata,--eso de los busca-dotes y del «Se alquila»
levantado no reza con la mayoría de los literatos de la actual hornada.
Eso de suponer á dos escritores poco menos que á punto de levantar
partida porque uno eligió por asunto de una novela episodios de las
guerras carlistas, y el otro presentó en el teatro á una hermana de
la Caridad, que no baila la machicha, es mostrar una intransigencia
indigna de espíritus que se juzgan por liberales. Yo no sé que mi
obra--«La fuerza bruta»,--sea distinta de otras muchas mías, como «Alma
triunfante», «Más fuerte que el amor», etc. Sé, en cambio, que en otras
muchas obras, en todas, no se me ha quedado por decir nada que deje
lugar á dudas sobre mi espíritu reaccionario. No así muchos autores
cucos, de los que sería difícil saber por sus obras lo que piensan de
lo divino y aun de lo humano. Si algún remordimiento escarabajea mi
conciencia artística, es haber sacrificado muchas veces el arte á la
predicación; pero en España... ¡hay que predicar tanto, y el teatro es
tan buen púlpito!
Bien puedo exigir algo más de reflexión al que lanza excomuniones tan
de ligero. Ya sé que estas palabras escritas no lograrán convencerle,
á él que solo en la oratoria cree como fuerza persuasiva y abomina de
los que leemos cuartillas en vez de pronunciar discursos. Por eso,
todo lo fío de su elocuencia, ella sabrá persuadirle mejor que cuanto
yo escriba, de que fué injusto y de que fué ligero y que en momento
de alistar fuerzas, no es la mejor ocasión para restarlas, porque,
francamente, ¡hablar de libertad y negar libertad al arte, no es para
convencer ni á los convencidos, cuanto más á los desconfiados!
* * * * *
Y ahora... El juglar caminaba por la vida y vió pasar á los soldados;
marchaban á la guerra temerosos los bisoños; jóvenes, casi niños,
arrancados á todos sus amores; trazando ardides para medrar sin
peligro, los veteranos; todos ellos sin ardor y sin fe. El juglar,
al verlos, entonó una canción á la patria, á la guerra, y sobre los
soldados pasó con ala de fuego la visión de la gloria y sus corazones
despreciaron la muerte...
--Ven con nosotros--dijeron al juglar...--Quien canta así la guerra
será buen soldado...
--No--dijo el poeta.--En la batalla quizás sería el más cobarde. Supe
infundiros valor... No pidáis otra cosa...--Y el juglar quedó solo y
los soldados marcharon repitiendo las estrofas vibrantes de la canción
guerrera.
Por el camino pasaron unos monjes; unos con otros murmuraban de asuntos
mundanos.
El juglar entonó una canción religiosa, toda caridad, toda amor divino,
toda fe y esperanza.
Los monjes miraban al cielo.
--Ven con nosotros--dijeron al juglar,--serás gloria de nuestra orden y
de nuestra casa.
--No--dijo el juglar,--hoy no; mañana volvería á dudar. En vez de
ejemplo tal vez fuera escándalo...
Los monjes siguieron rezando y el juglar quedó solo.
Y así pasaron trabajadores y jóvenes enamorados y cortejos de boda y
cortejos de duelo, y para todos tuvo el juglar canción adecuada y en
todo dejó la música de sus canciones y todos le dijeron:
--Ven con nosotros, trabaja, ama, ríe, llora.
Y él á todos dejó proseguir su camino y él siempre siguió solo...
--No me pidáis que vaya con vosotros. Despreciadme ó amadme, pero
respetad mi libre canción, que solo sabe sentir y comprender vuestros
afanes, vuestros amores, vuestras alegrías y vuestras tristezas...
¿No es la Venus de Milo la expresión más sublime del Arte, no tanto por
ser bella y por ser diosa, como por no tener brazos?
* * * * *
Los obreros inauguran su palacio, señal de poderío y de riquezas.
Ahora que el elogio pudiera parecer adulación, lo mejor que podemos
desear es que en ese palacio no entre nunca la lisonja cortesana, como
en los palacios de los reyes y los grandes señores; que por todas sus
puertas y ventanas llegue á todas horas la verdad, que esclarece el
pasado y muestra el porvenir como un camino seguro. ¡Y el porvenir!...
Las sombras son muchas. Acaso será como asegura Anatole France, en
su «Isla de los pingüinos», el anarquismo; acaso, después--como tras
la revolución francesa la reacción del Imperio,--será un socialismo
despótico, una absorción del individuo por el Estado, absoluta y
tiránica, pero después... será el verdadero socialismo, el socialismo
individualista, en el que nadie hablará de derechos, porque todos
comprenderán sus deberes; porque el bienestar de cada uno dependerá del
bienestar de todos y será el reino de Dios sobre la tierra; Dios, hijo
del hombre, el hombre mismo divinizado... ¿Cuando? No mañana, ni al
otro siglo, ni al otro... Muchos, muchos siglos, muchas vidas... ¿qué
importa? Será, y... ¿si no fuera? Basta creerlo. ¿No es la mejor verdad
la más bella mentira?
* * * * *
Todo está compensado en el mundo: Carreras vuelve al teatro de Apolo
y el señor obispo de Jaca se ausenta del Senado. No se juzgue la
comparación irreverente. Amenizar la vida es, según va el mundo de
triste, obra meritoria, ya sea en el teatro, ya en sesiones de Cortes.
¿No fué siempre la risa el mejor vehículo de las verdades? La risa es
la gran demoledora. Cuando se ríe de un asunto... asunto terminado.
Por algo todos preferimos dar que llorar á dar que reir. Que se nos
tome en serio ante todo. Perdonaremos la injuria, la calumnia, por
monstruosas que sean. Ya es suponernos grandeza si nos juzgan capaces
de grandes crímenes. Pero no perdonaremos nunca el ridículo. Llegaremos
á reconciliarnos con el que nos llamó ladrones ó asesinos, nunca
sinceramente con el que se permitió observar que nuestras corbatas eran
de mal gusto.
Los oradores que cultivan la nota jocosa son siempre temibles para
las huestes políticas. La risa es rebelde á toda disciplina. Puede
resistirse impávido las más tremendas imprecaciones, pero la hilaridad
general...
Lamentemos la decisión del señor obispo de Jaca. ¿Cuándo volverá á reir
el Senado? Y es que ya sólo las palabras sinceras tienen la virtud de
hacernos reir; por lo raras y por lo inútiles.--Es verdad, es verdad;
decimos todos... Y como es verdad, nos reímos mucho.
* * * * *
¿Si estaremos desengañados de todo los españoles que, lo que nunca ha
sucedido, á estas fechas todavía quedan billetes de Navidad en las
loterías? Es la bancarrota de la ilusión, mas triste que la bancarrota
de la ciencia, de que nos habló Brunetière.
Poco á poco nos vamos haciendo trabajadores y formalitos. Verdad es
que los grandes capitalistas tienen otras loterías en que emplear su
dinero. Todos los billetes premiados. Caseros, arquitectos, maestros de
obras, con la Gran Vía; autores dramáticos y actores, con la fundación
del Teatro Nacional. ¡Esto es Jauja! ¿Quién quiere morirse? Sólo algún
adorador sin esperanzas de alguna tiple. La verdad es que, cuando todo
está tan caro, el amor inclusive, no debía permitirse la exhibición
de carne pecadora en esas especies de tablajerías que han llegado á
ser algunos escenarios. Es una crueldad ofrecer de continuo aperitivos
á los que no han de saciar después su apetito. No se puede jugar con
ninguna clase de hambre. Los escaparates de todo género son grandes
desmoralizadores. Á mí me da tanta pena ver á un golfo hambriento
extasiado ante el escaparate de Lhardy, como á una obrerilla ante el de
una joyería, como á un estudiante ó humilde empleado en su delantera
de anfiteatro, congestionado por un garrotín ó unas coplillas bien
salpimentadas...
Estoy seguro de que la última visión de casi todos los suicidas es la
de algún escaparate deslumbrador, con sus luces eléctricas, brillantes
en la sombra devoradora de la eternidad, como la esperanza de un
Paraíso entreabierto.
* * * * *
De la Argentina, y escrita por un argentino, llega una historia de la
vieja España, triste y consoladora al mismo tiempo. Lo segundo, por
que su autor, Enrique Larreta, muestra en su obra--«La gloria de Don
Ramiro»--un profundo y cuidadoso estudio de nuestra historia, y sabido
es que comprender es amar. Lo primero porque las páginas de esa nuestra
historia no son todo luz y alegría, aunque sean grandeza. «Una vida en
tiempos de Felipe II», subtitula su autor á esta novela interesantísima
para nosotros, como lo es siempre el concepto que merecemos á los
extraños, y si el extraño es persona de quien nos importa mucho la
simpatía, con mayor causa.
Evita el autor, con excelente criterio artístico, los juicios
personales. La historia, mas ó menos novelesca, habla por sí sola,
y habla de pasiones violentas, de austeridad, de misticismos y de
fanatismos, de torpezas políticas y de heroísmos guerreros... Tal vez
no fué todo así, ni tan heroico, ni tan torpe, ni tan cruel, ni tan
místico... La distancia, en el tiempo y en el espacio, acusa con mayor
relieve los contrastes de luz y de sombra, que de cerca parecen mas
fundidos, apenas perceptibles, en ese claro obscuro de los hechos
cercanos, que, por serlo, nos parecen siempre menos heroicos, menos
poéticos, más insignificantes... Pero ¿somos otra cosa que lo que
parecemos? Si la verdad de nuestra historia ha de perderse entre
leyendas, ¿no es preferible que sea entre leyendas de poesía que entre
falsedades del vulgo?
Enrique Larreta es un historiador poeta; es además un excelente
escritor, de un estilo cuya severidad no excluye lo pintoresco, y sobre
todo hay en su obra palpitaciones de admiración y de amor á nuestra
España... á pesar de todo. Y esa es nuestra gloria, como fué la gloria
de Don Ramiro la flor que una mujer enamorada dejó caer sobre su cuerpo
muerto, en que un alma española alentó en vida, con todo lo que fué
vida de España en aquel tiempo.
* * * * *
Yo no sé si la intención del autor puso el simbolismo. Propiedad de
toda obra fuerte es tener vida propia y decirnos más de lo que su autor
quiso decir en ella.
En el Pedro Minio, de la admirable comedia de Galdós, yo veo un
símbolo de nuestra España. Como Pedro Minio, el viejo paisano de Don
Quijote--¡oh, la Mancha, tierra de ensueños!--el eterno enamorador,
el eterno idealista, mal comerciante y peor trabajador; así España,
envejecida, derrotada, aun quiere vivir alegre en la ilusión de su
juventud, aun se embriaga de optimismo, y ante cualquier ofrecimiento,
piensa, proyecta como Pedro Minio, edificaciones, pabellones,
mejoras... El ideal apto de la indulgencia ofrece á los viejos la
ilusión de la vida integral y en ella prolongan dichosos su ruinoso
existir. Pero llegan los severos reformadores, los graves moralistas y
á la ilusión y al alegre ensueño quieren sustituirlos con la disciplina
monástica, con la austeridad penitenciaria; la alegría les parece
indecorosa; nada de esparcimientos, nada de deshonestas promiscuidades
de hombres y mujeres; acabó el reir y el bromear:--Sólo hablará usted
con los frailes y de los temas que ellos propongan, dice la señora
improvisada--símbolo de nuestra plutocracia--al viejo soñador, Pedro
Minio. ¿No es esto lo que nos dicen á todas horas los que pretenden ser
nuestros directores? Pedro Minio, como buen español, prefiere continuar
en el ideal y alegre asilo de la Indulgencia, donde la ruinosa vejez
goza las ilusiones de la juventud.
¡Oh, excelentes reformadores y moralistas! Pedro Minio es España. Si no
sabéis hacer cosa mejor, dejadle en el asilo de sus ilusiones. Mejor
una vejez alegre que una juventud triste. Preferible siempre el asilo
de la Indulgencia al de la Paciencia... que es preciso para soportaros.
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