De Sobremesa; crónicas, Tercera Parte (de 5) - 3

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Heidelberg. Una muchacha joven, bonita, que ni ama demasiado hasta el
punto de destrozar el corazón al príncipe, ni de estorbarle siquiera
en sus estudios, ni le explota hábilmente, haciéndose señalar una
pensión vitalicia. ¡Un buen camarada de bromas y de excursiones!
Mujer... cuando es preciso y nada más... ¡Lo ideal para todo hombre de
ocupaciones! Con mujeres así, no es extraño que los alemanes progresen
tanto. Los pobres latinos, en cuanto tropiezan con una mujer en su
camino ¡hombres perdidos! Por eso _Juventud de príncipe_ fué más
celebrada en su estreno por los espectadores que por las espectadoras.
Por nuestra vida y por nuestras comedias sólo se comprende el amor
causando estragos. Y sólo así convence á nuestras mujeres.


XII

Un distinguido escritor, al patrocinar también el debido homenaje al
maestro Chapí, lleva su escepticismo hasta dudar de la sinceridad de
mi admiración por el insigne músico; todo porque olvidé que en esta
temporada se había representado, por fin, _Margarita la Tornera_ en el
Teatro Real. Cuatro representaciones, después de tantos aplazamientos
y suspensiones, no son muchas, y nada tiene de particular que puedan
pasar inadvertidas para cualquiera, á poco preocupado ó distraído que
ande uno con sus particulares asuntos.
No soy yo tampoco muy amigo de asistir á representaciones de las
obras que admiro. Las representaciones son siempre peligrosas para la
admiración, y si esas representaciones son de óperas españolas y en
nuestro teatro Real, doblemente. Claro es que una obra musical no puede
ser admirada en su integridad, como una obra literaria, sin pasar
por la interpretación, más ó menos edificante. Pero, en este caso, es
preferible admirar y creer... por fe, ó, si la fe nos falta, aceptando
como buena la autoridad de los competentes. Después de todo, por fe ó
por autoridad, creemos en muchas cosas de más importancia: en materias
de Religión, de Ciencia, etc., etc.
Yo no me permitiría jamás dudar de la ciencia de un Ramón y Cajal,
aunque nunca haya asistido á sus experimentos. Me basta con que
personas de gran autoridad científica los den por buenos. ¿Estimaríamos
muchas cosas en el mundo si á cada una hubiéramos de aplicar la propia,
casi siempre ignorante, y muchas veces impertinente, investigación? El
propio juicio ¡es tan falible! y ¡tan variable! Cualquier alteración en
los humores, en la temperatura, en el bolsillo, basta á trastornarle.
¿De qué viven las grandes instituciones sociales más que de este
abandono del criterio individual al criterio social, única suma que
nunca es resultado de los sumandos?
Si la admiración nacional fuera la suma de admiraciones individuales,
¿habría español que fuera admirado? Si el catolicismo dependiera del
número de verdaderos católicos, ¿sería España el país católico por
excelencia? Aunque sea el país en que haya más _excelencias_ por
católicos.
* * * * *
Del criterio y de los gustos artísticos de nuestros empresarios puede
dar idea el que, obras como _Aguila de blasón_ y _Romance de lobos_,
las admirables tragedias bárbaras de Valle-Inclán, no hayan encontrado
todavía escenario en que puedan ser, no más admiradas, pero sí
admiradas por más, como debieran serlo.
Ahora, á fines de temporada--de lo bueno poco,--se nos ofrece _Cuento
de Abril_. Gentil ofrecimiento de la gentil actriz Matilde Moreno, que
nunca empleó mejor su estudio y su talento como en esta buena obra de
purificar el ambiente teatral con aires de poesía.
Es _Cuento de Abril_ todo poesía y arte verdaderos, no de esas
sobredoradas imitaciones que andan por ahí desacreditando el género.
Me aseguran que _Cuento de Abril_ pasó por otros teatros, en donde sólo
halló indiferencia ó extrañeza. Extrañeza lo comprendo, por lo raro
del caso. La indiferencia, ya es menos explicable. No hay razón para
lamentarse de la falta de obras y de autores, cuando se deja marchar
una obra como _Cuento de Abril_ y _Aguila de blasón_ y _Romance de
lobos_, ésta sin representarse.
* * * * *
¡Eterno vaivén de las cosas del mundo! El rompecabezas, el arrinconado
juguete de los tiempos de nuestra infancia, es ahora el juguete á la
moda, y no para niños, sino para mayores, y muy mayores, y en tertulias
de gran señorío y respetabilidad. Verdad es que el juguete viene ahora
de Inglaterra con el nombre de _Puzzles_.
Yo no sé si será muy divertido, ni de qué otra diversión podrá ser
pretexto; porque yo no me fío de estos juegos de sociedad, casi
siempre de carambola y por tabla. Parece que se divierten con una cosa
y es con otra.
Lo que sí sabré decir es que, este juego del rompecabezas, es de un
gran simbolismo. ¿Es otra la tarea de nuestra vida, que ésta de ir
juntando, para componer algo, los pedazos de nuestro corazón, de
nuestra inteligencia?
Los antiguos rompecabezas llevaban el modelo para facilitar la
composición; estos de ahora son imprevistos. Y hasta en eso se ve
cómo procuran simbolizar la vida moderna. Va uno juntando pedazos y
pedazos, sin saber si será una marina ó un paisaje, un apacible cuadro
de familia ó una terrible batalla, lo que al fin resulte. La sorpresa
es el mayor encanto. Así vivimos: juntando pedacitos de nuestra vida,
sin saber lo que será el cuadro de nuestra vida; sin modelo que pueda
orientarnos. Rompecabezas es el juguete: si ponemos en él toda nuestra
ilusión, bien pudiera llamarse ¡rompecorazones!


XIII

Somos los españoles como nuestros vinos: ganamos transportados.
El que aquí malgasta lo mejor de sus energías en luchar contra el
medio ambiente, fuera de aquí, aun contra las dificultades que á
todo extranjero se oponen en todas partes, logra vencer y afirmar su
personalidad. Por eso fuimos pueblo de conquistadores, y si perdimos
todas nuestras conquistas, no fué por no haber sabido hacer nuestras
las tierras conquistadas, sino tal vez por haberlas hecho demasiado
nuestras. Parece paradoja, pero es lo cierto que América dejó de
pertenecer á España por haberla hecho demasiado española. Somos gente
poco de casa. Cuando no aspiramos á conquistar el mundo, aspiramos
á ganar el cielo. De nosotros pude decirse, como en aquella antigua
canción tan nuestra:
«Fuí al mar,
vine del mar...
Mis telitas sin hilar.»
Buen ejemplo de este nuestro espíritu conquistador y buena compensación
de otras conquistas materiales, hoy más difíciles de emprender,
tenemos en Pepe Lasalle, quien salió de España, hará unos diez años,
diciendo: «Seré director de orquesta», y ha realizado su propósito
tan cumplidamente que, al saludarle de nuevo por esta su tierra, á su
nombre y su cargo añadimos, por aclamación, todos los adjetivos que su
modestia callaba al despedirse, pero á los que, sin duda, pretendía en
su noble ambición de artista. Gran director de una gran orquesta. No
puede cumplirse mejor el propio vaticinio. Desde los tiempos del Gran
Emperador, no se unieron Alemania y España en más gloriosa empresa.
Ahora bien, ó, ahora mal, mejor dicho: con el mismo talento, con la
misma energía, con todo lo personal, en fin; si entre nosotros se
hubiera propuesto Pepe Lasalle realizar su propósito, ¿hubiera llegado
á conseguirlo? Contesten tantos verdaderos artistas músicos como andan
por ahí desperdigados por cafés y orquestas de teatrillo; responda
nuestro público aristocrático, llenando los palcos del Circo en los
días de moda y dejando poner en la taquilla de billetes para los
conciertos: «Sólo quedan palcos y butacas»; hablen el Cuarteto Francés
y el Cuarteto Vela, luchando contra la indiferencia del público,
sólo sostenidos por el aplauso de algunos inteligentes que ¡ay! son
justamente los que van de gorra, y aun hay que agradecérselo. Por
eso, bien esta que aplaudamos con el mayor entusiasmo á los de fuera,
y mucho más cuando los dirige uno tan nuestro y que tan alto pone el
nombre de España en el mundo del Arte; pero estimemos en cuanto merecen
á los de casa, que, sobre las dificultades de su arte, han de vencer
las del medio, hostil ó indiferente. El Arte, que es todo simpatía,
sólo en ambiente de simpatía florece.
* * * * *
¿Quién se atreverá á poner en duda el desinterés de nuestros
escritores? Cada dos ó tres años, el ministerio de Instrucción pública,
cuidadoso tutor y curador de los menores y pródigos, que son nuestros
literatos, ha de conceder graciosamente ampliación del plazo para
inscribir obras en el Registro de la Propiedad. ¿Es desinterés,
ignorancia de estas formalidades legales ó triste convencimiento de
que, para lo poco que ha de producir, no vale la pena de tomarse
molestia alguna? En los dos últimos casos sería muy triste; en el
primero sería muy laudable, si ese desprendimiento no redundara
siempre en beneficio de algún editor _vivo_, siempre dispuesto á
levantar muertos al amparo de una ley que, por fortuna, no se cumple
con inexorable rigor. Para todos los efectos de responsabilidad, la
condición de escritor debiera equipararse en nuestros Códigos á la de
los menores ó incapacitados. ¿Por qué han de estar tan reñidos números
y letras que, hasta cuando la realidad de los números se impone al
escritor, ha de venir en letras... de cambio, aceptadas por él con la
más divina inconsciencia de números y de fechas?
* * * * *
El descubrimiento del doctor Doyen, prometiéndonos más larga vida,
no dejará de regocijar á cuantos van á gusto en el machito; para
ellos lujoso carruaje ó automóvil. A los de á pie nos es indiferente.
¡Alargar la vida!
¡Como no sea por la ilusioncilla de ver terminadas las obras de la Gran
Vía; ó por ver si los aeroplanos llegan á establecerse con servicio
regular, como los transatlánticos; ó por saber del estreno de una obra
nueva de Rostand; ó por ver las calles de Madrid sin pordioseros!...
Aunque es de temer que la virtud del descubrimiento del doctor Doyen
no alcance á la realización de todas estas esperanzas. Entonces, para
seguir con la misma historia de la vida, «Este cuento de la vida, dos
veces contado», como dijo Shakespeare, ó «contado por un idiota», que
dijo el mismo... El descubrimiento del buen doctor no vale lo que una
botella de buen vino, un poco de morfina, un buen cigarro, una buena
música ó una buena mentira; de esas mentiras dulces, que parecen amor ó
gloria... Todo lo que es olvido de esa implacable verdad, cuyo nombre
más cierto es muerte.


XIV

Son las próximas elecciones la mayor preocupación en estos días.
No--esto es lo triste--por el gran interés que inspiren, en cuanto
pudieran influir en los destinos futuros de España, sino por los muchos
pequeños intereses que en ellas se fundan y contra el interés general
conspiran.
Líbrenos la diosa Democracia de hablar mal del sufragio universal, ni
del voto obligatorio, preciadas conquistas suyas. Antes era posible que
un Gobierno regalara, lo que se dice regalar, un distrito á cualquiera
de sus patrocinados; pero, por lo mismo que se trataba de un regalo,
los Gobiernos cuidaban, para no dar que murmurar demasiado, que el
candidato fuera persona de merecimiento. Ahora, como todo el apoyo y la
protección oficiales no bastan á librar al protegido de ciertos gastos
indispensables, es preciso buscar ante todo gente de dinero ó que sepa
sacarlo de donde lo haya. Antes solía decirse: «A Fulano le apoya el
Gobierno», ó «Cuenta con la protección de éste ó del otro, mayores ó
menores caciques.» Ahora, las protecciones no significan nada. La única
probabilidad de triunfo es decir: «Fulano piensa gastarse tanto en la
elección; Menganito se gastará cuanto.»
Las gentes sencillas, tan incapaces de grandes abnegaciones patrióticas
como de ambiciosas vanidades, no hayan compensación en el cargo de
diputado á tan crecidos sacrificios pecuniarios, y con la natural
desconfianza que despiertan siempre las acciones heroicas, cuando
su móvil no tiene equivalente, por lo menos «potencial», en nuestro
espíritu, dan á recelar, con esa suspicacia propia de las gentes
sencillas, que en lo de ser diputado ha de haber algunas ventajillas
más que la de sacrificarse por la patria, la de chupar caramelos, la
franquicia postal y la misma inmunidad parlamentaria.
Esa desconfianza hace que, obligadas al voto, las gentes sencillas
vayan á la votación con la misma indiferencia con que antes se
quedaban en casa. Al «qué más da votar que no votar» ha sustituido
el «qué más da votar á unos que á otros». La consecuencia en uno y
otro caso es la misma: no triunfa el que triunfa por importarle á
muchos, sino por no importarle á nadie. Así podemos vanagloriarnos de
constituir unas Cámaras que no representan la opinión del país, como en
otros países, sino su falta de opinión.
* * * * *
A consecuencia de una polémica entre autores y críticos, se ha
discutido en París, entre autores, críticos y actores, sobre la
eficacia de la crítica, sobre sus derechos y deberes y hasta sobre la
conveniencia de su desaparición. Los autores y los actores artistas han
opinado, como era natural, que la supresión de la crítica literaria
sería tanto como relegar el teatro al terreno puramente industrial de
especulación. Pero ¿es otra cosa el teatro moderno? ¿No es fantasear
á costa de la realidad--fantasía muy cara--considerarle de otro
modo? A no ser en teatros subvencionados con esplendidez, donde los
directores puedan permitirse el lujo de ofrecer verdaderas obras de
arte, ¿qué empresario ni qué autor pueden aceptar la responsabilidad
de comprometer intereses respetables por entregarse á nobles juegos de
arte?
Hoy se le da al teatro una importancia comercial que nunca tuvo.
Exigencias del público, de la crítica, de autores y actores--no
hablemos de los propietarios,--han convertido en negocio
arriesgadísimo, más propio de capitalistas que de verdaderos
aficionados al arte, la explotación de un teatro. En estas condiciones,
¿puede depender del criterio artístico, de la crítica, el éxito de una
obra? Dejémonos de vanidades. El teatro moderno tiene muy poco que ver
con el arte. No se interponga ninguna consideración artística entre el
público y la taquilla, como no se interpone entre el comprador y el
comerciante una crítica del escaparate. ¿Que esto será el fin de la
literatura dramática? No, al contrario; quedarán mejor deslindados los
campos. A un lado el arte y la literatura; al otro lado el teatro. Un
teatro que sólo aspira al dinero no debe tener más sanción penal que la
falta de dinero. La crítica literaria es demasiado honor para él. La
mejor crítica de muchas obras es haber llenado el teatro durante 200
noches, y que el autor, para curarse de toda vanidad, llegara á conocer
personalmente á los 200.000 espectadores que le han aplaudido, ¡Ay del
artista que, cuando más clamoroso oye el aplauso de todos, no sabe
percibir la voz de la propia censura!
* * * * *
En Berlín se ha fundado una Sociedad, llamada de Calderón, con el
objeto de representar obras de nuestro autor y algunas de otros
autores, no menos admirables, nunca representadas en los teatros
ordinarios. En dicha Sociedad figuran ilustres personajes, y en la
primera función, con el concurso de los mejores actores de los teatros
berlineses, se representará _La devoción de la Cruz_.
Esto en Berlín, donde todos los años se representa mayor número de
obras de Calderón y de Lope de Vega que en nuestros teatros. En cambio,
nosotros no dejaremos de representar opereta alemana, ni austriaca, en
justa correspondencia. Schiller y Goethe y el moderno Hauptman bien
están en su casa. Y que se lleven á Calderón y á Lope. ¡Para lo que
van á divertirse con ellos! Mejor sería proponerles, ya que en tan
buena disposición se hallan, que se encargaran de celebrar en Berlín el
centenario de Cervantes. ¡Fuera cuidados! De aquí les mandaríamos una
lucida Comisión y todos los toreros que hicieran falta para una buena
corrida de toros.


XV

¡A cualquier hora nos la dan á nosotros de primos! Nos hemos dislocado
de risa con una porción de _vaudevilles_ sin gracia y sin fantasía; nos
hemos extasiado ante unos cuantos melodramas policíacos sin novedad y
sin interés; hemos acogido como armonías celestiales la organillesca
musiquilla de cuantas operetas vienesas han querido ofrecernos...
Todo ello por venir de fuera y venir consagrado. Pero esto no podía
continuar. ¿Qué se diría? ¿Qué éramos público para contentarnos con
cualquier cosa? Nada, nada de dejarse sugestionar... A la primera
ocasión... Y la primera ocasión ha sido _Chantecler_. Diríase que,
á falta de mayores solemnidades, habíamos querido conmemorar en él
la fecha próxima del Dos de Mayo. Lo que no consiguieron bombos y
reclamos previos, acabará por conseguirlo la desconsideración de
algunos públicos con una obra de noble y elevado arte: imponerla, por
fin, á la admiración de todos. ¡Ya quisiéramos que gallos como ese nos
cantaran todos los días en nuestros corrales! ¡Para una vez que nos
hemos sentido carabineros del arte... de las pocas veces que no venía
contrabando!
* * * * *
La palabra de Dios es el silencio, y, si alguna vez comprendemos en
toda su grandeza esa divina palabra del silencio, es cuando una mujer
linda y graciosa nos dice ó nos canta tonterías desde un escenario.
Para admirar una linda hechura de Dios, ¿qué necesidad hay de
molestarnos con idioteces? ¿No bastaría con una bien compuesta danza
para mostrarnos la gracia de las actitudes? ¿No bastaría con pasar y
sonreir? ¿Es preciso más para que una mujer bella enamore? Y, si algo
ha de decirnos, sea en una lengua extraña, sólo comprensible como
una música... No quiebre el ritmo de una bella armonía el desentono
de las palabras chabacanas. No es la belleza la que ha de acercarse
á nosotros; somos nosotros los que hemos de acercarnos á ella,
alejándonos de la realidad... Y no es el mejor puente la letra de algún
_couplet_ que, sólo se salva de lo canallesco, para caer en lo insulso.
* * * * *
Hasta ahora estuvo considerado el grajo como una de las aves
beneméritas de la agricultura, por la gran cantidad de insectos y
de alimañas, perjudiciales á los campos, de que se alimentaba. Pero
¡no somos nadie! Ni los estómagos, ni las conciencias, ni ¡ay! los
bolsillos--gran estómago de los racionales civilizados--resisten á
un minucioso examen. Después de registrado el buche de unos cuantos
grajos--los bastantes para dar autoridad á la estadística,--el
implacable análisis viene en exonerar á toda la casta de sus
preeminencias y consideración sociales como protectora de la
agricultura. La cantidad de animalitos dañosos engullidos por el grajo
no guarda proporción con la gran cantidad de semillas y de granos
que devora. Por lo tanto, no hay para qué respetarle, y, en adelante,
pasará á la triste categoría de los perseguidos y cazados sin tregua.
Aplicado este mismo análisis estomacal á muchos grandes personajes
y respetables Corporaciones, hasta ahora considerados y respetadas
como de utilidad social, ¿no tendríamos el mismo resultado? Lo que
protegen por una parte, ¿estará compensado por lo que dañan de otra?
¿No tragarán más grano provechoso que animalillos perjudiciales?
¡Cuánto grajo no estará viviendo por esos campos, de un respeto mal
fundamentado! Se impone la autopsia de unos cuantos, á la hora plácida
de la digestión, para saber á qué atenernos.
* * * * *
Como siempre que se proyectan grandes festejos, de lo proyectado á lo
realizado va... la distancia que hay de las necesidades de Madrid á los
cuidados de su Ayuntamiento. No; aquí ni comemos ni nos reímos. Como
festejo extraordinario, ya nos contentaríamos con que nos lavaran un
poco.
El problema de la mendicidad--grandes problemas son siempre aquellos
para cuya resolución hace falta mucho dinero: el problema de la
vida, el problema de las subsistencias, el problema de la enseñanza,
etc...--sigue en estudio. Textos en que estudiarle no faltan. Dentro de
poco, para poder andar tranquilamente por Madrid, habrá que vestirse
de harapos. Será el único modo de que le dejen á uno tranquilo. Añadan
ustedes en estos días, á los mendigos de siempre, los electorales:
¡El voto, por amor de Dios! ¡Esta candidatura, que no he comido en
todo el año! Ya no sabe uno á quién dice: ¡Perdón, hermano, ó: Estoy
comprometido con los socialistas.
¡Grandes días estos para disponer de un aeroplano! ¡Feliz el conde
de Romanones, único español á quien no le preocupan los asuntos
electorales!


XVI

Salvo el género de tropelías, mudanza que los siglos van trayendo, pudo
compararse al difunto rey Eduardo VII con aquel otro rey de Inglaterra,
Enrique V, héroe de la batalla de Argincourt, protagonista en varios
dramas historiales de Shakespeare. Como el alegre y despreocupado amigo
de Falstaf y Pistol, supo ser, como rey en su día, muy otro que como
príncipe de Gales.
No podría decirse de él que fué el príncipe que todo lo aprendió en
los libros. Mucho aprendió en la vida, y no fué desaprovechada la
enseñanza. Una buena Prensa le prodiga elogios, que no le regateará
la Historia. Estímanse las virtudes de los grandes, y es justo que
así sea, por comparación con sus iguales; así no es de extrañar que,
con las cualidades que apenas librarían á un señor particular, en la
hora de su muerte, del piadoso comentario de alguna buena amiga: ¡Qué
descansada se habrá quedado la familia!, la Historia se dé por contenta
para proclamar: ¡Era un gran rey!
* * * * *
Si en la satisfacción del triunfo cabe siempre una gota de amargura,
¿habrá dejado de saborear su provechosa medicina el gran D. Benito
Pérez Galdós? ¿Cómo puede escapar á su observación lo fácil de una
carrera política y lo difícil de una carrera literaria? La primera
serie de sus _Episodios Nacionales_ y muchas de sus admirables novelas
llevaba publicadas don Benito y no podía contar con el número de
lectores con que, sólo en dos años de republicano, ha podido contar de
electores.
De lectores á electores hay una sola letra de diferencia; pero ¡qué
gran diferencia en números!
Y ¿cómo comparar el mérito de la labor literaria de toda una vida con
los merecimientos de dos años de republicano, aunque contemos como
literatura y como republicanismo el sinnúmero de cartas de adhesión á
todas las paellas tricolores, en torno á las cuales se haya reunido
siquiera media docena de republicanos?
¡Cuarenta mil votos! Una duda: de la primera novela que publique,
¿venderá tan fácilmente D. Benito 40.000 ejemplares?
* * * * *
Siempre que un Gobierno sale malparado de unas elecciones, le queda
el consuelo que á las mujeres feas y pobres: atribuir á su honradez
toda su desgracia. ¡Si yo hubiera sido como otras! ¡Esto me pasa á mí
por ser honrada! Ninguna dice: ¡Esto me pasa á mí por ser fea! Que
era el caso de la candidatura monárquica en Madrid. Claro es que ser
diputado por Madrid significa poco; aquí no hay mangoneo ni caciqueo.
Las grandes figuras de la política prefieren sus feudos provincianos.
Para Madrid quedan unos cuantos señores de buena voluntad y mejor fe,
dispuestos á gastarse muy buenos cuartos. Pero ¡ay! Madrid tiene otras
teclas que tocar que los distritos rurales. Aquí se fuma y se bebe todo
el año y no se le asusta á nadie con un apremio, ni con un recibo...
¿Será verdad que los electores monárquicos hayan andado despegadillos?
Como entre ellos hay gente de dinero y muchos tienen automóvil y el día
estaba bueno... Por eso, no será malo, para otra vez, confiar menos en
los electores y algo más en los elegibles.
* * * * *
Muchas personas de viso, de esas que se abstendrían, por comodidad ó
por abandono, de votar la candidatura monárquica, han andado en estos
días poco menos que á media asta con motivo del fallecimiento del rey
de Inglaterra. Bueno está vestir á la inglesa y vivir á la inglesa y
pagar á la inglesa, pero ¡entristecerse á la inglesa también! Mucho se
había divertido el noble difunto, pero no hasta el extremo de que tanta
y tan buena gente le llore como á un padre.
Los actores franceses son los que han tenido una ocasión más de
exhibirse. No hay uno que no haya sido gran amigo del rey Eduardo y no
tenga que contarnos alguna chispeante anécdota. A Febvre, ex socio de
la Comedia Francesa, le regaló un bastón; á Réjane, una sortija; Sarah
¡oh, Sarah! le reprendió una vez severamente porque se acercó á ella
sin quitarse el sombrero. Siempre fué el teatro la mejor escuela de
buena crianza. Pero todos están inconsolables. Le querían mucho.
Menos mal. Ya dijo Hamlet, príncipe muy aficionado al teatro, que más
nos valiera tener un mal epitafio que una mala reputación entre los
comediantes.


XVII

Ya nos ha salido el susto del cuerpo. Es posible que á muchos, sobre
todo á muchas, de las que más se regocijaran en la noche de la temida
fin del mundo, no les haya salido todavía ó les salga de aquí á unos
meses, á mayor gloria y perpetuidad de este pícaro mundo.
Si es cierto lo que asegura Renán en su _Abadesa de Juarre_, que, ante
la muerte próxima, el amor se envalentona y se deja de miramientos
hasta decir ¡Fuera cuidados!, esperemos que el cometa Halley, en vez de
acabar con el mundo y sus habitantes, nos habrá dado cuerda para mucho
tiempo.
La verdad es que, para lo atrasadillos que andamos, según dicen,
no hemos sido de los que más se han puesto en ridículo por esos
mundos. ¡Estamos tan hechos á pronósticos de nuestro fin! Y siempre
es preferible que el mundo se acabe para todos á acabarse uno para
el mundo. Mundo tenemos en general, y ojalá tuviéramos vida en
particular hasta la llegada de otro cometa, y aun es posible que
hasta la terminación de la Gran Vía, y, exagerando un poco, hasta
el advenimiento de la República. Las revoluciones, lo mismo en las
celestiales que en las terrenales esferas, nunca las traen cometas
andariegos y revoltosos, por mucha cola que aparenten. Es preciso algún
astro de primera magnitud, y por ahora... todo es vía láctea en las
celestiales y en las terrenales esferas.
* * * * *
Para los que se pagan de nombres--República, Monarquía,--ahí tienen á
la República Argentina y á su Gobierno viéndose obligados, en plena
apoteosis de su engrandecimiento y prosperidad, á declarar el estado
de guerra; medida que, con el interés de los más, acaso baste á
conseguir una tregua de fiestas patrióticas. Pero el problema queda
en pie. Y el problema allí es del mundo entero. Digan unos: Patria;
otros: Humanidad, siempre sientan bien estos nombres sonoros y nobles.
En realidad, riqueza de un lado, miseria de otro. Más peligroso es
el conflicto en esos pueblos jóvenes, adonde llegan todos los días
miles de conquistadores de todas las razas y de todos los pueblos. Y
conquistadores sin bandera, desarraigados de su patria, á luchar por
sí, á enriquecerse, si es posible, en provecho propio... ¿Cómo exigir
á tanto egoísmo humano el sacrificio por una idea nacional? No bastan
los intereses materiales, opuestos de clase á clase, cuando no de
individuo á individuo, á unir voluntades y sentimientos en ese algo
inexplicable que se llama ideal nacional. Es ley fatal humana que, en
las causas de nuestra grandeza, esté el mayor peligro de nuestra ruina.
El talento, el valor, la riqueza, la hermosura tienen en sí mismos su
mayor enemigo. La República Argentina es inmensamente rica y generosa.
Pero si todos quieren ser inmensamente ricos en ella, ¿bastará toda
su generosidad? ¿No tendrá á cada paso un conflicto entro su interés
nacional y tantos intereses de tantos, por desligados de su patria,
más desligados de una patria extranjera? He aquí el peligro y he aquí
el problema de la República Argentina. ¿Lo que hoy es un gran pueblo,
llegará á ser una gran nación? ¿Llegarán á sumarse tantos intereses
egoístas en un solo egoísmo ideal? Gran cosa es que en un pueblo todos
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