De Sobremesa; crónicas, Tercera Parte (de 5) - 7

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fácilmente con un organismo sano. La publicidad tal vez abusa; pero hay
que confesar con cuánta complacencia nos prestamos al abuso...--Por
Dios, no diga usted nada de esto... Y lo decimos todo...--No quiero
que me retraten ustedes. Y llevamos estudiada la postura en que ha de
sorprendernos el objetivo. Padecemos todos de «exhibicionismo», y quizá
no andamos descaminados. No hay nada que desarme tanto la indignación
como la curiosidad satisfecha. Conviene, además, cultivar la amable
flor de la tolerancia mutua, sin la cual no habría vida de relación
posible. Hoy me escandalizas tú, mañana te escandalizaré yo; bueno será
que no nos escandalicemos demasiado.
Por todo esto, no opinaré como los graves señores que ahora una vez
más van clamando: «¡Qué indignidad! ¿Han visto ustedes á lo que
hemos llegado?» Sí, señores míos; y la lástima será no ver adónde
llegarán los que nos sigan, porque no todos son malos. Nunca hubo
tiempos mejores que los presentes, y es de presumir que aún han de
aventajarlos los futuros. Siempre habrá más seguridades en estos
procesos de plaza pública, á la luz y al aire, que en las tenebrosas
actuaciones inquisitoriales entre negras paredes y bajo obscuras
bóvedas. No haya miedo, aunque entre el clamoreo de las gentes parezca
zozobrar la verdad, que pueda anegarse la justicia. Hay una rectitud
en la conciencia de las multitudes que no le impide rectificar sus
juicios. No tiene que velar por los prestigios de Cuerpo, como otros
Tribunales, que alguna vez también se equivocan, pero no pueden
confesar nunca que se han equivocado.
* * * * *
La lógica de los tablajeros es admirable. Como son muchos y tocan
á poco, han decidido subir el precio de la carne. Es una lógica
carnicera. No vamos á devorarnos unos á otros: es preferible devorar al
consumidor.
«¡Quién pudiera también subir los precios!» Así decía una expendedora
del mismo enemigo del alma, aunque en otro ramo, donde también es mucha
la competencia.
Para resolver el conflicto, el Ayuntamiento debe ponerse al habla con
los patronos de Bilbao, y aun con los de otras partes, por si puede
aplicarse á la carne animal el sistema por ellos empleado para abaratar
la carne humana. «¡Oh Dios!--decía Tomás Hood en su Canción de la
camisa.--¡Que la carne de vaca valga tanto y la de hombre tan poco!»
Sólo nos queda el consuelo de los tontos: lo universal del malestar.
¿Quién podrá vivir al precio á que se va poniendo la vida? ¡Admirable
modo! donde, como en la isla encantada de Próspero, con todo lo
necesario para la vida no hay modo de vivir.
* * * * *
De la pintoresca galería de veraneantes, el más digno de nuestra
gratitud es el veraneante Robinsón, el descubridor de rincones
ignorados que tendrán en él propagandista infatigable. ¡Un Paraíso! ¡La
Suiza de España!
La última ilusión que perderemos será esta de los paisajes. Es
incalculable el número de Suizas que tenemos en España. Con unos
peñascos, dos docenas de pinos y un chorro de agua, ya está una
Suiza. Lo malo es que aquí no sabemos explotarlas. Nuestra tierra es
un Paraíso. Pero ¡somos tan adanes! Desengáñense los admiradores de
nuestras bellezas naturales: no hay paisaje posible sin una buena
fonda.
El viajar no es un apostolado. Bellezas naturales y bellezas artísticas
son un buen pretexto para pasarlo bien en confortables hoteles, entre
gentes adineradas y con toda clase de diversiones, por si los paisajes
y las catedrales fallan. Y no fallan nunca cuando los contemplamos
después de bien comidos y bien dormidos. En cambio, échese usted por
malos caminos; llegue usted á una posada, donde toda incomodidad tiene
su asiento y todo asiento su incomodidad, y tírese usted después su
buen repechito para ver salir el sol por donde acostumbra ó suba
usted y baje del coro al campanario, y viceversa, para extasiarse
ante los santos desnarigados de la gótica catedral, y regresará usted
para que no vuelvan á mentarle paisajes ni catedrales, como no sea en
cinematógrafo ó en postales, único modo de admirar bellezas sin fatigas
y sin desilusiones.
El Robinsón dirá que somos criaturas artificiales, que tenemos
atrofiado el sentido de la Naturaleza... No tome usted muy en serio á
los robinsones, que, á lo mejor van á descubrir bellezas naturales muy
bien acompañados de alguna belleza urbana, y..., naturalmente, ¿qué les
importa el duro lecho, ni la mala comida, ni las bellezas naturales
tampoco? Pero el que de buena fe cae en el lazo de la propaganda,
volverá renegando y creyendo para toda su vida que las mejores
creaciones de la Naturaleza y del Arte son obra de los fondistas y
hosteleros, y que en España no tendremos paisajes y catedrales mientras
no tengamos buenos hoteles y lujosos casinos y... amables bellezas, en
que se armonicen la Naturaleza y el Arte.
Preguntad á los habituales y acaudalados concurrentes á Niza, Ostende,
Biarritz, San Sebastián mismo, por las bellezas naturales de los
respectivos puntos. «Se pasa muy bien», es lo que sabrán deciros.


XXXII

Para justificar el actual estado de las calles de Madrid, el alcalde
ha exhibido unas fotografías de las principales vías de París para
que en nada tengamos que envidiarles. En efecto; allí, con motivo
de las obras del metropolitano, han padecido, como nosotros, las
inevitables molestias que la civilización trae consigo, y allí, como
aquí, levantamientos y excavaciones en calles y plazas han sido tema
inagotable de chistes, caricaturas, escenas de revistas, coplillas
de café-concierto y demás desahogos inofensivos. No tiene por qué
preocuparse el señor alcalde. A todo lo que podemos aspirar en este
bajo mundo es á hacer algo bueno; pero á que parezca bien, es loca
aspiración. Como aquí, por cada uno que hace algo, aunque no sea más
que jugar al billar ó al tresillo, hay cien mirones, en algo han de
entretenerse.
Quisiéramos tener una Gran Vía por arte de magia y que la baratura de
la luz eléctrica no costara la más pequeña molestia. Queremos que todo
nos lo den hecho; tan hecho... que no haya que hacerlo antes. Pero,
amigo, como no hay medio de hacer tortillas sin romper huevos, como
dicen en Francia, y tampoco nos gustan los huevos pasados por agua,
hay que resignarse con nuestra triste suerte y dejar que los mismos
que en París habrán admirado los trabajos del metropolitano, como
obra de progreso, al regresar ahora de su excursión otoñal renieguen
aquí de todo y por todo. En casa somos de un sibaritismo oriental: no
toleramos ninguna incomodidad. Verdad es que la mayor parte de las
viviendas son inhabitables, unas por culpa de los caseros y otras por
culpa de los mismos vecinos y de sus apreciables familias. ¡Si tampoco
podemos vivir en la calle! Individuos hay para quien levantarles las
losas de una acera equivale á un desahucio del propio domicilio. ¿En
dónde despacharán ahora sus asuntos y recibirán sus visitas? Pueden
consolarse admirando los planos de la futura gran plaza de España.
Ellos se encargarán de justificar su nombre, paseando por ella sus
desocupaciones, perturbadas ahora por una falta de consideración
imperdonable. En cambio, un respetable jefe de familia, que por
obsequiar á los suyos con las delicias de un veraneo aristocrático tuvo
que acudir á la bondad de esa noble institución de los prestamistas,
decía con gran filosofía, contemplando el estado de nuestras
calles:--Así como así, yo tendré ahora que andar por los tejados.
* * * * *
Su Santidad ha recomendado encarecidamente á los prelados y sacerdotes
la más activa predicación contra las actuales modas femeninas, por
deshonestas y provocativas á deshonestidad, que es lo peor de todo. No
confiamos mucho en la eficacia de esas predicaciones; que no es tan
fácil hallar docilidad y obediencia en la grey femenil cuando se trata
de cosas que le importan particular y directamente, como cuando se
trata de cosas que en realidad le tienen sin cuidado. No es tan fácil
derribar una moda como un Gobierno liberal. Sin contar con que, en
esto de manifestarse contra los Gobiernos liberales, entra por mucho
también la moda. ¿No son las más á la última trabadas las que más se
destraban de pies y de lengua cuando hay que bullir y danzar en juntas,
protestas y manifestaciones? Pero ¡ay! en cuestión de modas, como ellas
se encuentren á su gusto...
Poco conoce á las mujeres el que se las figure dominadas por las
predicaciones del clero. ¡Buenas son ellas para dejarse dominar por
nadie! ¡Pobre clero! El sí que, en la mayoría de los casos, es el
dominado, el zarandeado y el molestado por el indiscreto fervor de las
devotas. Cuando á ellas les conviene, lo mismo se entran por el ritual,
que por los cánones, que por la Suma Teológica, atropellándolo todo.
¡Hay cada papisa Juana y cada antipapa Luna entre ellas!
Yo sé de cierta junta de señoras, reunida en cierto palacio episcopal,
bajo la presidencia del señor obispo; y como el buen prelado, con muy
buenas razones, procuraba convencerlas de la imposibilidad de algo que
ellas pretendían, en la ordenación de una festividad religiosa, una de
las más voceadoras no sabía más que repetir: «Pues perdone S. I., pero
siempre se ha hecho así, siempre se ha hecho así.» A lo que el prelado,
bondadoso, replicó todavía: «En efecto, era un abuso tolerado; pero
ahora Su Santidad ha dispuesto que no se permita.» «Pues que me perdone
Su Santidad, pero á mí me parece un disparate»--fué la contestación. El
buen obispo se quedó haciéndose cruces; por fortuna, las cruces de los
obispos son de oro y piedras finas y suelen ser regalo de las mismas
señoras que tanto les desazonan. Claro es que ellas lo pagan, pero como
se abonan al teatro, para que las comedias no las molesten. Sí, ¡qué
van ellas á pagar para oir cosas desagradables!
Por todo esto y otras cosas, verán ustedes cómo por muchos anatemas que
caigan sobre la moda, como ellas se encuentren á su gusto, sobre sus
monumentales sombreros se pondrán todavía la cúpula de San Pedro en
Roma, por montera.
* * * * *
¡El 606! Parece el número del premio gordo en la Lotería de Navidad.
No se habla de otra cosa. Hasta los niños han dejado sus charlas sobre
el adulterio y otros sucesos de actualidad, para hacer toda clase de
preguntas indiscretas sobre el numerito. Ahora nos enteramos de que hay
más gente interesada en el descubrimiento de la que podía suponerse.
El reuma que don Fulano, los dolorcillos de don Zutano y hasta el
fueguecillo de doña Perengana, todas personas muy respetables. ¡Que el
606 ó el 909, según se lea por arriba ó por abajo, os sea propicio! Los
médicos son el demonio: un castigo menos para contener á la Humanidad
en sus depravaciones. Con el 606 y cualquier otro numerito por el
estilo, esto va á ser el desate.
Admiremos á la clase médica, única en el mundo que trabaja en contra
de sus intereses, suprimiendo padecimientos. ¡Si muchas otras
clases sociales encontraran su 606, que nos hiciera innecesarios, ó
simplificara, por lo menos, sus servicios!


XXXIII

Esto de las embajadas de moros parece la procesión del niño perdido;
llegan unas detrás de otras, y ni el niño parece ni la madre del
cordero, que este es el toque de la diplomacia morisca: que no parezca
nunca nada de lo que se ha perdido. De modo que es muy posible que
haya que ir á buscarlo, y allá iremos con nuestro duro á recuperar la
peseta. Ante el peligro de posibles y desagradables discrepancias,
llegado el caso, se invoca, para «hacer opinión», como suele decirse,
el patriotismo de cuantos pueden influir sobre ella. Bien está si
ello no puede ser por menos y se quiere que en su día sean muchos
á repartirse las glorias ó las responsabilidades. No es como hacer
propaganda de una Exposición ó de un viaje de recreo, cosa en que á
todos se favorece y á nadie se perjudica.
Pero... pero en esta ocasión el que sinceramente y honradamente no
crea en la necesidad ó en la conveniencia de nuevas demostraciones
bélicas, mal haría en pactar con su conciencia por consideraciones
dudosas. ¡Cualquiera sabe dónde está el verdadero patriotismo en estos
tiempos! Eso sí; tampoco vale guardarse la malilla para salir después,
si el asunto se tuerce, con aquello de: «¡Ya lo sabía yo! ¡A mí siempre
me pareció mal; pero cualquiera va contra la opinión general!» Sobre
que nunca hay opinión general y sobre que muchas veces la opinión y los
que influyen en ella se engañan mutuamente por mutuo desconocimiento, y
luego tenemos aquello de: «Yo hablé así porque creí que era la opinión
de ustedes» y «Yo creí deber opinar así porque ustedes lo decían».
Sólo hablando cada uno con arreglo á su conciencia puede formarse la
verdadera conciencia nacional; nacional, sin vistas á humanitarismos
«inter» ó supernacionales. Nosotros no podemos permitirnos aún esos
lujos. Eso, como los dramas de Ibsen, según Ramiro de Maeztu, es para
los que ya tienen resuelto el problema de la mantenencia. Nosotros
estamos en el caso de ir á buscarlo donde lo haya.
* * * * *
El chiste, la humorada, la ironía, la paradoja, la amenidad, todo
lo que indigna á muchos graves varones al encontrarlo en artículos
periodísticos, pueden hallarlo ahora nada menos que en un documento
oficial; que como documento oficial puede considerarse la medalla
acuñada para conmemorar el centenario de las Cortes de Cádiz.
Ustedes verán si no es humorismo el de la medallita. Por una cara
ostenta las consabidas figuras alegóricas en toda su clásica desnudez,
un par de mundos, que de entonces acá han venido á quedar en uno, y
alguna otra friolera decorativa. Por esta cara nada de particular.
Pero por la otra... ¿á quién sino á un gran humorista pudo ocurrírsele
esculpir y grabar la dulce efigie de Fernando VII en un recuerdo
de aquellas Cortes y de aquella Constitución que tuvieron en él su
más encarnizado enemigo? ¿Qué puede hacer en esta galería aquel
tan deseado antes como después aborrecido, sino dar que reir al
discreto contemplador? Al que ni supo antes defender su trono ni
después agradecerlo; al que volvió á llamar á los franceses para
sacudirse de Constituciones y libertades; á uno de los más siniestros
mamarrachos que han visto los siglos coronado, y abundan en la serie,
¿qué Shakespeare de la ironía ha sabido clavarle en la picota de
esta medalla conmemorativa? No queremos sospechar en ello la menor
sombra de adulación monárquica. Hay adulaciones ofensivas para la
discreción de los que están demasiado altos, para no estar sobre tan
burdas adulaciones. Preferimos atenernos al humorismo, tan desusado
en gubernamentales esferas, donde toda seriedad y todo empaque tienen
asiento. Pero el espíritu de aquel gran socarrón no habrá dejado
de apreciar la ironía de este «trágala» póstumo. «Al que no quiere
caldo, la taza llena». Al que que odió la Constitución, medallitas
conmemorativas. La idea ha sido genial y merece el más sincero aplauso.
Terminó el preciso veraneo de los que no disponen de tiempo ni de
fondos para mayores ausencias. Quede la otoñada para los que de todo
disponen en abundancia y todo es veranear para ellos.
Vuelven tonificados por los baños de mar, de luz... y de ilusiones.
El veraneo nos eleva siempre unos grados sobre nuestra ordinaria
condición social. Las playas, los Casinos, los vestidillos claros y de
telas ligeras son niveladores. Las amistades y los amores son fáciles,
aunque ligeros como los vestidos. No suelen llegar al invierno. En
Madrid vuelve cada uno á estar en su sitio. Ofrecimientos de amistad y
juramentos de amor se olvidan apenas llegamos. ¡Felices los que logran
conservar á la marquesa entre sus relaciones y la que no suelta al
empleado con 3.000 pesetas de sueldo, que en San Sebastián parecían
20.000 de renta! Verdad es que allí también papá parecía un accionista
del Banco. ¡Oh, sueños de una temporada de verano! Nunca muy costosos,
que nunca se paga bastante un poco de ilusión y el hallar á la vuelta
más sabroso el familiar cocido.
El Teatro Nacional va camino adelante. Ya sólo falta teatro, compañía
y suponemos que no faltará dinero en el momento oportuno. Ahora, con
toda seriedad. Dadas las condiciones del teatro en España, ¿conviene
hacer del Teatro Nacional un teatro museo, sólo para la representación
de obras consagradas, ó un teatro de ensayo, un teatro juvenil, para
estrenar obras de autores noveles ó desconocidos? ¿Conviene formar una
compañía de eminentes, ó una modesta, estudiosa compañía de conjunto?
¿Conviene que el teatro sea aristocrático, literario ó popular? Yo
creo que todo es compatible y para todo hay días y para todo debe
haber autores y actores. Ni debe prescindirse de la aristocracia, ni
de la intelectualidad, ni del pueblo. Pongan unos el dinero, otros la
orientación, otros el entusiasmo. Condición primordial: la baratura. No
es solo cuestión de arte, es cuestión de higiene. No es en el terreno
artístico, es en el terreno económico en el que hay que combatir contra
la chabacanería y la suciedad de un teatro que mancha las bocas y las
almas de los niños y de las mujeres. Es preciso que «la órdiga» y
«el pálpala» no sean ingeniosidades de salón y bailar el garrotín una
gracia infantil. Y es preciso que las mismas señoras que en el Español,
en la Princesa ó en la Comedia se asustan por muy poco, no vayan
después con sus hijos á la sección vespertina de cualquier teatrillo
con el pretexto de que los niños se divierten viendo las decoraciones
y lo demás... Ellos no lo entienden, los pobrecitos. ¡Ni á ustedes
tampoco hay quien las entienda, señoras mías!


XXXIV

Ante el triunfo de la República en Portugal, yo no pienso en si será
el camino más corto para apresurar la vuelta del dictador Juan Franco,
ni en la suerte del rey joven, víctima del sino fatal de una familia
condenada á ser eterno Tántalo de tronos y coronas. ¡Triste rey! Con
las mejores intenciones y deseos, sin duda; pero al que nunca llegó
la luz ni el aire de la calle, como á tantos reyes, sino al través de
aduladores, de ambiciosos y de intrigantes. A los reyes modernos no
les faltan bufones á su alrededor; pero entre sus cascabeles no suena
el cascabel de oro de la verdad, como solía en los antiguos hombres de
placer sonar atrevido sobre los donaires y las chocarrerías. Pero, ya
digo, en nada de esto pienso: sólo pienso en la alegría de un poeta.
¡Qué feliz será á estas horas Guerra Junqueiro! Altísimo poeta, que has
logrado lo que pocos poetas logran: ver realizado en la vida alguno
de sus sueños; ¡que la realidad de esa República se inspire en tu
poesía, oración á la luz, al pan, á los humildes de la tierra, al amor
y á la Humanidad! Pero ¡ay, poeta! ¿No será la realidad el principio
de la desilusión? Los hombres no se juntan para obras de belleza tan
dócilmente como las rimas. Verdad es que cuando las rimas son bellas,
es porque obedecen á un gran poeta, que es un dictador de genio.
* * * * *
Enrique Becque, el autor de _La parisienne_ y de _Los cuervos_ y
de esos _Polichinelas_ tan traídos y tan llevados en estos días,
como _Chantecler_ en los suyos, pasa por ser uno de los autores más
desgraciados en su vida y sus obras. No lo creo yo así; antes me parece
que ha habido pocos tan bien afortunados. Después de algunas obras
insignificantes--un _Miguel Pauper_, que es un mal melodrama,--estrena
_La parisienne_, que fué, en su estreno, lo que allí llaman un _four_
y por acá un fracaso. Pero había que molestar á Sardou, á Dumas hijo,
á los autores por entonces señores del teatro, y _La parisienne_ fué
obra de lucha, alrededor de la cual se agruparon todos los autores
fracasados y todos los que ni fracasar habían conseguido. No había
autor silbado que no se condoliera diciendo: «¡También fracasó _La
parisienne_!» No había aspirante á autor que, al serle rechazada
una obra, no pensara: «¡Es claro: como fracasó _La parisienne_, las
empresas no se atreven con una verdadera obra de arte!» Llegó á
imponerse una reaparición de _La parisienne_. Los actores que habían
estrenado la obra no habían acertado con el carácter del personaje;
ahora es cuando se iba á ver la obra. En efecto; la representaron la
Réjane, después la Després, después ¡qué sé yo! _La parisienne_ llegó
á ser obra de concurso. La crítica ya no la discutía; daba por sentado
que se trataba de una obra maestra, una obra clásica; el público se
aburría siempre y las entradas no eran cosa mayor. En efecto; _La
parisienne_, cuyo título ya es una calumnia que debiera ofender á las
mujeres de París, no pasa de ser un buñuelo inflado; un asunto y unos
personajes de comedianta, tratados con una prosopopeya y un empaque
como quien dice: «Esto es ahondar en el corazón». Y toda la hondura es
que una señora tiene tranquilamente un marido y dos amantes; para lo
cual no hace falta ser _la parisienne_. En cualquier villorrio las hay
más frescas y todavía dan menos importancia á esas alternativas.
Con _Los cuervos_, dos cuartos de lo mismo. Otra obra maestra para
los juramentados y otra tabarra para el público. Los intérpretes
siempre de víctimas, porque siempre consiste en ellos que las pícaras
obras no acaben de entrar y de imponerse á la admiración. ¡Digo, á la
admiración! ¡Obras más admiradas! Dígase ahora si autor que con ese
bagaje consigue ser indiscutible, tener estatua, que todos los años
le representen las dos joyas--y ¿qué será el día en que, hartos los
empresarios de probaturas, renuncien á representarlas y sólo por fe se
le admire? ¡Qué Molière, ni que Racine!--puede llamarse desgraciado.
Yo no conozco suerte literaria como la suya. Para que nada le falte,
es casi seguro que, por fin, no se representa _Los polichinelass_. Con
lo que todos irán ganando: los empresarios, el público y la gloria del
autor.
* * * * *
Apuntando, apuntando, como los de Lumbiaque templaban, á unas
Asociaciones, el Gobierno ha disparado sobre otras. Mientras de una
parte todo son mitins, _aplechs_, procesiones y rogativas--no sabemos
por qué motivos, pues los más impacientes por determinadas medidas
bien pueden decir, como el personaje de la comedia: «¿Dónde me han
besado, que no lo he sentido?»,--sin ruidos y sin amenazas previas,
todo el rigor ha venido á caer sobre las Asociaciones que pudiéramos
llamar pecaminosas. Quedan disueltas las comunidades femeninas. Desde
ahora cada mochuelo á su olivo y un solo mochuelo en cada olivo. Pero
¿habrá en Madrid bastantes cuartos desalquilados? Si agrupándose, para
mayor facilidad de la existencia, ya no eran palacios las ordinarias
viviendas de esas cofradías, ¿dónde irán á refugiarse ahora por
sus pecados? Mal está el vicio en planta baja; pero mucho peor en
guardillas y sotabancos. ¡Pobres mujeres! Se pretende librarlas de un
mal y se las entrega, indefensas, á otros peligros.
El matonismo, el robo, hasta el asesinato, hallarán ahora más
facilidades para hacer sus víctimas entre esas desventuradas. Se invoca
el ejemplo de otras grandes capitales. Pero en otras grandes capitales
esas mujeres gozan de cierta consideración social. Aquí, gracias que
muchas juntas pudieran defenderse. Aquí, donde no se respeta á las
mujeres honradas, ¿qué será con esas infelices? El chulo, lo mismo que
el señorito, tienen por gracia maltratarlas, burlarse de ellas; la
autoridad siempre está en contra suya. ¡Valor necesita aquí la mujer
para ser mala! La asociación era para ellas necesaria. Sin contar con
que la virtud, como la inteligencia, á sí mismas se bastan; pero los
malos y los tontos son los que necesitan agruparse. ¡Consuela tanto ver
otros peores y otros más tontos!


XXXV

Todas las huelgas mayores ó menores, tan menudeadas en estos últimos
tiempos por todo el mundo, no son más que ensayos parciales de la
huelga general que tendremos más tarde ó más temprano y quizás cuando
menos se piense. Es difícil saberse poseedores de una fuerza y resistir
al deseo de ejercitarla y de probar hasta dónde alcanza. Unase á esto
la infantil curiosidad, poderoso móvil de tantas acciones humanas; el
«¿A ver qué pasa?», capaz por sí solo á desafiar y arrostrar todos
los peligros que puedan amenazarnos y todos los males que puedan
sobrevenirnos.
Los síntomas son de que, tanto los amenazadores como los amenazados,
unos por hacer alarde de su fuerza y otros de su resistencia, están
deseando saber lo que pasa si la huelga general se declara. Tanto harán
unos y otros que por fin se saldrán con la suya, y no tardaremos en
enterarnos. ¡Triste tarea la de los gobernantes modernos, edificando
sobre terreno movedizo, haciendo cuentas sin contar con lo imprevisto,
previsores de guerras exteriores y sorprendidos por la guerra íntima!
Y no hay duda: las huelgas son las guerras modernas, y de ellas deben
preocuparse los Gobiernos más que de las dudosas conflagraciones
internacionales. Las luchas futuras serán de clase, no de naciones.
Un obrero chino será más compatriota de un obrero alemán que de un
capitalista ó de un letrado de su nación. Un hombre de ciencia francés
estará más cerca de un sabio japonés que de cualquier espíritu grosero
entre sus compatriotas. Los espíritus se saludan por afinidades
espirituales, no por la proximidad material. Como el beso de la dolora
de Campoamor, injusticias y males repercuten muy lejos y unen en el
mismo sentimiento de agravio y de dolor á los más distantes. Por eso
los que aun crean que hay algo que defender, contra los que creen que
todo hay que destruirlo, deben unirse espiritual y materialmente sobre
naciones y fronteras; porque el enemigo está en todas partes. La idea
de patria es valor que caduca, y pronto será tan anacrónico como el
valor de las ideas religiosas. Razones sentimentales los sostendrán
todavía sin virtud y sin eficacia. ¡Ay de los que no comprendan á
tiempo la necesidad de sustituir esos valores por otros más eficaces
para la defensa social! Suponiendo que la defensa social tenga valor
alguno.
* * * * *
De las discusiones, protestas, querellas y disgustos promovidos
por la distribución de premios en la Exposición de Bellas Artes,
sólo puede deducirse una consecuencia: que las obras de arte no
son para calificadas y premiadas como niños de colegio.--Por de
contado que los niños tampoco debieran serlo como los cuadros en las
Exposiciones.--¿Hay nada más ridículo? Fulanito, el primero; Menganito,
el segundo de los primeros; después el segundo, el segundo de los
segundos... ¿Hay quien crea que las obras de arte pueden calificarse
tan rotundamente? ¿Se figuran ustedes el Museo del Prado sometido á una
distribución de premios por el estilo? Y no vale argumentar con que
el mérito extraordinario de casi todos los cuadros haría difícil la
calificación; porque si es difícil calificar entre iguales por alto,
tan difícil es calificar entre iguales por bajo. ¡Y no digamos entre
medianos!
Se dirá que sin esa formalidad de los premios sería difícil conseguir
el objeto principal de las Exposiciones, que es el de señalar al Estado
los cuadros que debe adquirir, si la protección á los artistas ha de
ser efectiva. Yo creo que con las manifestaciones del público y de la
crítica bastarían para una razonable orientación. En todo caso, sería
preferible el sorteo; todo menos eso de los primeros, los segundos de
los primeros y el primero de los segundos. Ya sé que es muy humano y
satisface mucho á los entendimientos mediocres eso de que nos lo den
todo numerado por orden de mérito. Hay quien pregunta: «¿Qué obra de
Shakespeare es la mejor? ¿Cuál es el mejor cuadro de Velázquez?» Y
¿qué pensarían ustedes del que se atreviera á señalar una sola obra de
Shakespeare, un solo cuadro de Velázquez como superior en absoluto?
De cualquier modo, y aun aceptando como mal menor ó necesario la
calificación y numeración por un Jurado inteligente, probo y sincero,
como lo son todos los Jurados hasta el día, de la adjudicación de
premios, bueno sería que los jueces se atuvieran al mérito de las
obras, dejando fuera de juicio las tendencias, el procedimiento y los
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