De Sobremesa; crónicas, Tercera Parte (de 5) - 5

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en la bondad de la idea. El guía de los socialistas en España, al
sentarse por primera vez en el Congreso, debió procurar ante todo que
el enemigo, el contrario, esto es, el buen burgués, acabara de perder
el miedo, tranquilizándose, en comunicación directa con el fantasma,
que no es cosa del otro mundo, aunque puede serlo de otro mundo...
Porque, si el buen burgués no se convence, ¿qué piensan hacer con
él los socialistas en el día del triunfo? ¿Aniquilarle? ¿Someterle
como á siervo ó esclavo? Siempre vendríamos á parar entonces en que
media humanidad seguiría fastidiada por la otra media; y el ideal
socialista es la felicidad para todos, que lo de ser unos felices y
otros desgraciados, y cada uno á ratos, es ya cosa resuelta desde que
se organizó la primera tribu. Al socialismo hemos de ir todos sin
violencia, por inclinación natural; su doctrina ha de ser de amor, y
no de odio; atrayente, y no repulsiva. Bien está descubrir nuestras
humanas debilidades ante los amigos y los convencidos. Para algo son
amigos y están convencidos. Pero ante los contrarios hay que mostrarse
en la más divina apariencia; de otro modo, más vale seguir oculto entre
nubes. El socialismo iba ya pareciendo al medroso burgués cosa distinta
del anarquismo. ¿No ha sido una imprudencia volver á la confusión y
al equívoco? Mal predicador el que sólo consigue hacerse oir de los
creyentes; á los descreídos, á los descreídos es á los que hay que
llamar y convencer. Pero ¡ay!, ya lo dije, el proselitismo no es
cualidad española.
* * * * *
Un nuevo libro del doctor Gustavo Le Bon--_La Psicología política y
la Defensa social_--es libro que todos los políticos debieran leer
con detenimiento. De muy provechosa enseñanza y de más provechosa
meditación.
«La psicología política--dice Le Bon--enseña á resolver los problemas
planteados diariamente, á discernir cuándo se debe ceder y cuándo
oponerse á las exigencias populares. Los hombres de estado, por lo
general, ceden ó resisten según su temperamento.» Detestable proceder.
Es preciso resistir ó ceder según las circunstancias. No hay nada más
difícil ni de más graves consecuencias en la psicología política.
Y más adelante: «¿Es más fácil transformar una sociedad que cualquier
otro organismo viviente?» La respuesta afirmativa á esta pregunta
ha dirigido toda nuestra política desde hace un siglo y continúa
dirigiéndola. La posibilidad de rehacer las sociedades por medio de
nuevas instituciones fué siempre evidente para los revolucionarios de
todos los tiempos, para los de nuestra gran revolución sobre todo;
lo es también para los socialistas. Todos aspiran á reconstruir
la sociedad según planos trazados por la razón pura. Cuanto más
progresa la ciencia, más contradice esta doctrina. Apoyándose en la
biología, en la psicología y en la historia, nos dice «que nuestros
límites de acción sobre la sociedad son muy restringidos; que ninguna
transformación profunda se realiza jamás sin la acción del tiempo;
que las instituciones son la envoltura exterior de un alma interior,
y toda institución, lejos de ser el punto de partida de una evolución
política, es solamente el término. La debilidad de los pueblos latinos
consiste en creer, como dogma, que basta con cambiar las instituciones
para modificar el espíritu de un pueblo».
Todo ello, y mucho más que trae el libro, no será de gran novedad, y
de puro sabido, lo tendrán olvidado nuestros políticos y gobernantes;
pero no vendrá mal un repasillo; el buen doctor Le Bon tiene para
todos, porque la Ciencia no se casa con nadie, y la Verdad nunca fué
de una sola pieza: hoy es monárquica, mañana republicana, puede ser
socialista, puede ser individualista... Por eso los hombres de ciencia,
son siempre de cuidado en un partido político. Ya se convencerá el
doctor Salillas, digo, ya le convencerán sus correligionarios, si no
procura ir olvidando en sus futuros discursos que es hombre de ciencia
antes que republicano.
* * * * *
Hay crímenes que, en su misma monstruosidad inexplicable, llevan quizás
la única posible atenuación... No obstante, todos han querido arrojar
su piedra sobre la madre enloquecida que arrojó á su hijo recién nacido
por el balcón. ¡Horrible! ¡horrible! Pero todas esas buenas vecinas
que, llenas de noble indignación, hubieran llegado á arrastrarla al
salir, después de haber matado á su hijo, ¿están seguras de no haberla
atormentado con burlas y rechiflas si, unos días después, la hubieran
visto salir con él en brazos? ¿Saben ellas lo que pudo pesar en la
infeliz deshonrada, á la hora del delito, la imagen de esas buenas
vecinas, pequeño mundo, pero ¡un mundo en fin! murmurador y maldiciente.
¡La honra de las mujeres! ¡Pobre honra, que puede olvidarse en el beso
de un amante y no puede olvidarse con el beso de un hijo!


XXIII

Han surgido algunas dificultades para la reedificación del teatro de
la Zarzuela. Por una vez--una vez no hace costumbre--quiere llevarse á
punta de lanza lo ordenado sobre construcción de teatros. Aparte de que
en este caso sólo se trata de reconstruir, reciente está la edificación
del teatro Lírico, hoy Gran Teatro, sin ajustarse á las rigurosas
Ordenanzas. No hablemos del sin fin de teatrillos que, á sombra y entre
sombras, de estar destinados á exhibiciones cinematográficas, donde,
entre paréntesis, son mayores los riesgos de incendio, han venido á
parar, por exigencias del negocio, en verdaderos teatros, sin más
condiciones de seguridad que falta de concurrencia.
Como decía un empresario de un teatro provinciano al gobernador,
que le ordenaba toda clase de reformas en el teatro, según
oficio, «para evitar todo peligro ocasionado por las grandes
aglomeraciones...»:--¡Ay, señor gobernador; deme vuecencia primero esas
grandes aglomeraciones, y yo haré las reformas!--En efecto, la marcha
de los negocios teatrales no da para pedir muchas gollerías. Exigir que
un teatro presente sus cuatro fachadas libres de toda vecindad es tanto
como prohibir que se edifique ningún nuevo teatro en sitio céntrico de
las grandes poblaciones. Al precio que están los terrenos, sólo más
allá de la Ciudad Lineal puede levantarse un teatro con ese requisito.
No son los teatros los únicos locales peligrosos, para que con ellos
se extremen las precauciones. Su mayor peligro está en la aglomeración
de que antes hablábamos; peligro, para desgracia de los empresarios,
tan poco frecuente. Y, dados la aglomeración y el peligro, sin la
serenidad y cordura del público todas las seguridades y precauciones
son inútiles. Alocado por un peligro, real ó imaginario, el público,
tanto vale una puerta como dos docenas, si todos quieren escapar por la
misma.
Un teatro como la Zarzuela, reedificado con materiales modernos,
puede ofrecer la suficiente seguridad, en lo humano, sin la condición
dificultosa de las cuatro fachadas. Con una buena, y con vistas al
verdadero Arte nacional, podemos contentarnos. Cuatro tiene el teatro
Real, propiedad del Estado, y de ellas, tres dan á Italia, una á
Alemania... y la ópera española en el sotabanco.
* * * * *
Si los _trompis_ entre el boxeador negro y el blanco, con el triunfo
del colosal negrazo por remate, no tuvieran su significación simbólica,
sería para reir ó para indignarse, según temperamentos ó estado de
fondos, la agitación promovida en los Estados Unidos á consecuencia de
la interesante lucha. Pero ¡ay! que esa lucha entre dos campeones de
las distintas razas puede ser mañana sangrienta lucha general de las
dos razas. Es natural que el anticipo triunfal del negrazo les haya
sentado tan mal á los blancos. Malo, si los negros dan en civilizarse;
peor, si dan en dedicarse á brutos. Cultivando la inteligencia, aun
podían tardar algunos años en igualarse con los blancos; pero si
sólo cultivan los puños, pueden adelantarse en muy poco tiempo. Y si
continúan pagándoles tan bien los puñetazos, reunirán muy pronto dos
grandes fuerzas: los puños y el dinero. Confiemos en que algún gran
banquero ó negociante de los Estados Unidos se dé buena maña para
estafar al negro vencedor el dineral premio de su hazaña, y podremos
afirmar todavía orgullosos la superioridad de la raza blanca.
* * * * *
En esto de las barbaridades nacionales sucede como con los vicios y
las ridiculeces: las peores son las de los otros. Para el aficionado
á toros no hay nada tan estúpidamente cruel como una riña de gallos,
y viceversa; nosotros nos escandalizamos ante los boxeadores, y por
ahí se espantan de nuestras corridas de toros. De esa diferencia de
apreciaciones viven los moralistas, mientras el mundo vive de la
precisa moral que le basta para no concluirse, que es á lo que se
tira, y vamos viviendo. Los artistas han convenido en que lo más
pintoresco y característico de cada pueblo es la roña, sea material ó
espiritual. Extasis ante unas piedras viejas, transporte místico ante
una capa parda, deliquio supremo ante una salvajada con mucho carácter.
Que tienen mucho carácter suele decirse de los que lo tienen malo.
En los pueblos es lo mismo que en las personas. ¿Un pueblo de mucho
carácter? Ya saben ustedes lo que les espera: comer mal, dormir peor y
alguna pedrada. ¡Oh! ¡Pero cómo perdería carácter si la civilización
descolorida y niveladora llegara hasta allí!...
Por fortuna, hay carácter para mucho tiempo en todas partes, y no somos
nosotros de los menos favorecidos.
* * * * *
Esta eterna lucha entre un Arte que prefiere para su inspiración lo
característico tradicional, como si quisiera perpetuarlo, á despecho
de la misma vida, con un Arte, por más atento á nueva luz quizás mas
desorientado, sostiene y sostendrá por mucho tiempo en interesante
actualidad la llamada «cuestión Zuloaga». Sobre ella, como toda
gran obra de Arte, camino de esa eterna actualidad que se llama
inmortalidad, está la obra del pintor insigne, cuya gloria nada puede
temer de las discusiones. Pero entre el Arte que nos dice: «Esto ha
sido», y aun el que nos dice: «Esto es», y el Arte que nos dice,
visionario y profético: «Esto será», si los dos pueden ser igualmente
admirables como Arte, como obra social, ¿cuál será preferible? Sí; aun
hay otro más admirable y fecundo: el Arte todo voluntad, todo acción,
de la voz creadora, como voz de Dios, la que sabe y puede decir:
«¡Sea!»


XXIV

Ha sido un brillante torneo oratorio, más cañas que lanzas, la
contestación al Mensaje de la Corona. Como sucede tantas veces en estas
discusiones, los árboles no han dejado ver el bosque y las frondas y
floreos oratorios no han dejado oir la contestación al Mensaje, que,
siendo de lo que debía tratarse, es de lo que menos se ha tratado.
El Gobierno ha podido decir en esta ocasión: «A salvo está el que
repica». Los tiros más certeros han pasado sobre su cabeza para ir á
caer sobre los conservadores. Sólo algún ligero achuchón ha menoscabado
su flor de azahar. Si los obispos, los rifeños y los huelguistas no se
alborotan demasiado durante las vacaciones, tenemos virginidad hasta la
reapertura del Parlamento.
* * * * *
Un corresponsal en Madrid del periódico parisiense _Comedia_, á
propósito de una velada musical celebrada en el Ateneo, en que,
según parece, se aplaudió mucho la música española y no tanto la
francesa, se lamenta de la creciente _galofobia_ de los españoles. Una
distinguida dama francesa me escribe quejándose de lo mismo; dice que
ha ido coleccionando en estos últimos tiempos infinidad de textos de
escritores españoles, patente muestra de nuestra animadversión hacia
los franceses. Tal vez sea muy voluminosa esa colección de recortes
_galófobos_; pero; ¡vamos! que si algún español se hubiera entretenido
en anotar y recortar textos franceses en que se nos ridiculiza, zahiere
y calumnia... sí que hubiera levantado un buen proceso.
La imaginación de los franceses ve enemigos y espías por todas partes.
No es para tanto nuestra supuesta _galofobia_. De esos mismos
escritores, citados por mi quejosa dama, podría yo recordar grandes
elogios y ditirambos de admiración por Francia y por los franceses.
Yo mismo he defendido el _Chantecler_, como verdadera obra de arte,
del injusto desprecio con que fué tratado por el público madrileño. Y
hay que convenir en que las más violentas y despreciativas críticas
vinieron de París. En más de una ocasión he defendido también á la
mujer francesa en general, y á la parisiense en particular, de las
calumnias de sus mismos novelistas y autores dramáticos. ¿Son también
_galófobos_? Sabido es que el batallador Brieux escribió _La francesa_
para protestar contra esa falsa atmósfera creada á la mujer por una
literatura más literaria que verdadera.
Cierto es que las censuras del extraño molestan más que las del
compatriota, pero no se dirá que aquí hemos llegado nunca á la
intervención enojosa ni á la invención sin fundamento.
Por mucho que digamos, cronistas y escritores de costumbres, de los
extranjeros, más decimos de nosotros mismos. No podrá acusársenos
de parcialidad ni apasionamiento. Tal vez pequemos de exagerar
nuestros defectos y debilidades, y acaso demos con ello lugar á que
el extranjero los agrande y divulgue, por aquello de: «¡Cuando
ellos lo dicen!...» Por lo demás, censuremos á propios ó á extraños,
loca vanidad sería la del escritor que creyera en la eficacia de sus
censuras. Como dice Regnard--ya ve usted cómo conozco y admiro á sus
clásicos:
En vain contre les moeurs la raison vous irrite;
Par quatre mechants vers, peut-etre déja dits,
Croyer vous changer l'homme et redresser Paris?
Y quien dice París, dice el mundo entero.
* * * * *
Todos los años, al terminar el concurso para adjudicación de premios
en el Conservatorio de París, vuelve á plantearse la discusión sobre
las reformas necesarias, tanto en el sistema de enseñanza como en el
de concursos. Y de nuestro Conservatorio, ¿no podía decirse algo?
Nada entiendo de música y no seré tan atrevido para despeñarme por el
disparate libre, en cuanto á la enseñanza musical se refiere. Doctores,
licenciados, y aun bachilleres, tiene la Iglesia que sabrán solfear y
armonizar donde hiciere falta.
Pero la enseñanza de la mal llamada--es decir, por desgracia, bien
llamada--declamación, no puede ser más deficiente. A gritos, más ó
menos declamatorios, está pidiendo una reforma. Cualquiera es buena;
desde la radical de la supresión, por inútil, hasta una nueva y
completa organización, con vistas á la utilidad y mejor aprovechamiento
del dinero; supongo que poco, pero hasta ahora mucho, por mal empleado.
Bien sabemos que un Conservatorio, como ningún Centro docente, por
sabia que sea su organización, no es incubadora de genios, si falta
la primera materia en la calidad del huevo. Pero como el genio es ave
rara y él solo se basta para «levantarse, crecer, tocar las nubes»,
hay que pensar--aparte de que al genio tampoco le sienta mal un poco
de disciplina y artificial cultura--en los talentos modestos, en las
medianías discretas, que de ser bien dirigidas á no serlo ó á serlo
viciosamente, puede ir la diferencia de la absoluta nulidad á una
perfecta imitación del mismo genio, con la ventaja de ser su talento
más reposado y consciente; condiciones de gran importancia en un arte
de interpretación como el arte escénico.
¡El genio es tan peligroso en el teatro que yo me atrevería decir que
es temible! De los genios me libre Dios, que de los malos cómicos me
libraré yo.
Ante todo, se impone la selección física. Por espiritualistas que
seamos, hay que atender á la belleza corporal. Nada de piernas cortas
y cabezas gordas, por mucha luz intelectual que las ilumine. Nada de
voces chillonas y gangosas, por mucho que prometan «hacernos de reir»
en grotescas farsas. Después, cultura general; más que cátedras,
conferencias variadas de literatura nacional y extranjera, de pintura,
escultura, elegancia social, etc. Después, práctica, práctica y
práctica. Nada de maestros actores, que sólo enseñan sus defectos y
amaneramientos; un buen director de escena, persona competente, de
buen gusto, y á estudiar y á representar obras. El teatro Español
como teatro de ensayo, donde los alumnos, en funciones populares, de
convite ó con rebaja de precios, representen obras del teatro antiguo y
moderno.
Al estudio de nuestro teatro antiguo debe concedérsele la mayor
importancia. Nunca se estudiará bastante. Da grima ver que la mayor
parte de nuestros modernos actores no saben decir un verso con sentido
del ritmo; y como el ritmo es todo, en arte, en verso, en prosa, en
lo espiritual y en lo físico, sólo son capaces de decir chuladas y
vulgaridades.
Ya sé que el ministro de Instrucción pública tiene asuntos más
importantes á que atender; pero yo sé que el Arte tiene en él un
enamorado. Si la política le permite algún descanso en este verano...
acuérdese de sus amores.


XXV

De plañideras y de Casandras de pan llevar han motejado conspicuos
conservadores á los espíritus compasivos que se permitieron llorar por
los muertos de la última campaña. Y no habían terminado de fulminar su
indignación contra los compasivos, cuando, á propósito del atentado de
que ha sido víctima su ilustre jefe, ¡ríanse ustedes de Casandra, de
Jeremías y de cuantos lloraron calamidades y profetizaron desdichas!
Esto demuestra que todos somos plañideros á nuestra hora y cuando
nos duele, y nada más fácil que hacer de héroe impasible cuando los
almendrazos no son en nuestro barrio.
* * * * *
El Estado sólo tiene un nombre terrible y amenazador para estos
pueblos: el Fisco. Faltan carreteras y caminos vecinales, faltan
escuelas, falta higiene, falta policía; pero el Estado exige siempre:
es la quinta, es la contribución con sus apremios y sus embargos y la
miseria y la ruina...
Llega el Fisco implacable á coronar el trabajo de la penosa
recolección. El que nada dejó, se lo lleva todo. ¿Llamaremos también
á estas madres, llorosas por el pan de sus hijos, Casandras de pan
llevar? Por fortuna, aquí no amenazan... todavía. Pagan, como trabajan
y como viven, resignados. Hasta la fuerza necesaria para cobrar lo
debido le es barata al Estado.
* * * * *
Nos asustamos una vez al año de lo que sucede siempre sin que nadie se
asuste ni lo advierta. Los buenos burgueses disfrutan de su veraneo
protegidos por los mausers. Los fusiles protectores y la protesta
amenazadora están ahora á la vista y frente á frente. Pero ¿es nunca
otra cosa? Ese el estado natural y permanente de esta sociedad humana.
Por suerte de los buenos burgueses, la carlanca basta para que unos
cuantos lobos desconozcan á sus semejantes y se crean perros al
servicio del amo. ¿Qué piden los huelguistas? Gollerías, de seguro;
puede que hasta quieran veranear.
El Estado permanece neutral, no cruzado de brazos, sino armas al brazo,
que es una neutralidad especial. Su papel no es muy airoso. Me recuerda
á un filosófico sereno que, presenciando á altas horas de la noche una
acalorada disputa entre una Venus y un Marte, por no sé qué tratos y
contratos amorosos, sólo les aconsejaba paternalmente á la luz del
farol colgante de su chuzo: «¡Arreglarsus, chicos, arreglarsus!»
* * * * *
Emilio del Villar, desde las columnas de _Nuevo Mundo_ clama una vez
más--esperemos que no siempre sea en vano--contra lo que pudiéramos
llamar obstáculos tradicionales de nuestra Biblioteca Nacional.
Defendida como fortaleza contra los naturales ataques del ansia de
cultura y el deseo de ilustración, el denodado asaltante es tratado
como enemigo, sin consideración alguna. Hay que terminar de una vez con
tanta rutina y tanta corruptela. ¿Qué significa eso, en pleno siglo
XX, de dividir las obras en obras de estudio y en obras literarias? ¿Y
el ocultar los índices, como nefando secreto, y las malas caras y los
peores modales?...
Ahí tiene ancho y fácil campo donde laborar el ministro de Instrucción
pública, con aplauso de todos y sin gravar el presupuesto. Las buenas
maneras van baratas. Y ahora que una Sociedad bienhechora nos abarata
la luz, ¿no será hora de que la Biblioteca esté abierta por la noche?
Más se conseguiría con esto, en bien de la cultura y de las costumbres,
que con la creación del Teatro Nacional, por ejemplo. Pero modernícese
esa Biblioteca; sea un verdadero salón de lectura á la moderna: con
periódicos, revistas; todo asequible, todo fácil...
¿Falta personal y al existente sería injusto pedirle más horas de
trabajo? Yo sé de muchos señoritos, tan intelectuales como desocupados
y aburridos, que con mucho gusto prestarían servicio voluntario, con
el mayor gusto y no menor inteligencia. No es menos glorioso ser
soldado de un ejército de paz y de cultura, que serlo en el campo de
batalla.
Son tantos los jóvenes de todas las clases sociales á los que oigo
lamentarse de continuo: «¡Si la Biblioteca estuviera abierta por las
noches!» ¿Será más difícil que abrir un nuevo _cine_?
* * * * *
Estamos de una castidad escandalosa. ¡Si todo fuera virtud y no falta
de dinero! Nada menos que ola hay quien llama á la docena de novelas,
algo subidas de tono, que se publica por término medio un año con otro.
No es para tanto, y hay que confesar que, hasta ahora, la ciénaga
es muy vadeable. Como sucede siempre, los mejores propagandistas
del género son los escandalizados, que vienen á ser los verdaderos
escandalizadores. Lo malo es que hay quien no distingue y confunde las
obras esencialmente pornográficas con otras muy estimables en que la
pornografía es sólo un accidente artístico y necesario.
Con la reputación de las novelas modernas es imposible acompañarse de
ellas para lectura de viaje, de playa ó balneario. Y es lástima; porque
no hay nada como un libro para iniciar una conversación, y con una de
estas novelas siempre hay tema indicado.
Las preferencias literarias, cuando son sinceras, y cuando no lo
son, doblemente, nos abren de par en par á nuestro interlocutor ó
interlocutora. Con una viajera que haya leído ciertos libros, se puede
hablar de todo. Si ha leído los de Felipe Trigo... pues no hay más que
hablar. Si ha leído á Gabriel D'Annunzio... más vale callarse; ella se
lo dirá todo. Desconfiad de las señoritas que leen la «Biblioteca Rosa»
en público; son las mismas que tienen empezada una labor desde hace
cinco años y sólo dan puntada cuando hay visita de novio probable.
¡Ah! Cuando regaléis un libro á una joven, que sea un libro que pueda
interesar á su mamá ó á su institutriz.


XXVI

El espíritu público es infantilmente novelero; agradece cuanto le
divierte, le conmueve, le apasiona y hasta le atemoriza por unos días;
pero no conviene pretender usufructuar su atención durante mucho
tiempo. Hay que evitar la frase desdeñosa, muestra inequívoca de su
desvío: «¡Ya es una lata!» Todo esfuerzo para reconquistar después la
atención es en vano. Aun los espíritus que se juzgan más inquietos
tienden á la quietud y, más que los accidentes que alteran la monotonía
de su vida, agradecen esa misma monotonía, que justifica mejor sus
lamentaciones, por verse obligados á soportar una vida sin accidentes y
sin inquietudes.
Los huelguistas de Bilbao no han tenido en cuenta, al ejercitar su
propia resistencia, la escasa resistencia de la atención pública.
¿Es que no se iba á hablar de otra cosa durante el verano? Es mucha
pretensión. Por el pudor de los contrastes, teníamos olvidada á la
mejor sociedad que veranea y luce por esas playas sin otra esperanza de
mejor recompensa que nuestra envidiosa admiración. Dejen, dejen ya los
huelguistas su triste papel de aguafiestas ó acabarán por perder hasta
la simpatía de los más sentimentales. Las bellas y elegantes damas
ya no dirán: «¡Pobre gente!», los gobernantes empezarán á juzgaros
como perturbadores, el honrado comercio os culpará de sus pérdidas,
molestaréis á los buenos aficionados á toros. Recordad la frase de
Shakespeare: «¡Qué hermoso es tener las fuerzas de un coloso y no usar
de ellas!» Vosotros diréis que, por ahora, son los patronos los que
tienen esa fuerza y ellos son los que mejor pueden aplicarse la frase.
* * * * *
El verano es la estación de los milagros financieros más sorprendentes,
por venir después de los milagros del invierno, ya bastante
incomprensibles. No es extraño que viaje mucha gente; pero ¡alguna!,
¡tanta! ¿No podrían hacer el favor de comunicarnos el secreto, como
esos filántropos que ofrecen un remedio maravilloso con sólo enviar un
sello para la contestación? ¿De dónde saca el dinero mucha gente? El
viajar cuesta cada día más caro; los multimillonarios americanos, al
desperdigarse por este viejo mundo, han vuelto locos á los hosteleros,
alquiladores de coches, sastres, modistas, joyeros y toda clase de
comerciantes en frivolidades. Regiones tranquilas, como la pastoral
Suiza, famosa antes por sus razonables precios, se han puesto, con
la invasión de los _dollars_, por las cumbres de sus montañas. De
Francia, de Inglaterra, de Bélgica, no hablemos. En los hoteles todo
es extraordinario; en los trenes, lo mismo; en los espectáculos, no se
diga; en cualquier barraca más ó menos decorada con los sonoros títulos
de _Kursaal_, _Music-Hall_, _Luna-Park_, etcétera, cuesta la entrada
tanto como costaba en otros tiempos oir á la Patti ó la Lind; eso la
entrada, que, después, entre guardarropa, programa, propina por aquí
y socaliñas por todas partes, con sacar dinero durante el espectáculo
no hay tiempo ni manos para aplaudir, por mucho que nos complazca. Y
donde no han llegado los americanos, los presienten. Han llegado los
automovilistas, que es lo mismo para los efectos de ir soltando dinero
con bocina. ¿Dónde están ya aquellas Arcadias veraniegas que hicieron
las delicias de nuestros abuelos y adonde llegaban los aldeanos,
como los pastorcillos de Belén, á ofrecer al forastero toda clase de
caza y pesca, huevos y laticinios, frutas y hortalizas, por lo que
tuvieran voluntad ó algo menos? Verdad es que entonces sólo veraneaban
las gentes en mediana posición. Los ricos se recogían en sus fincas
de campo ó casas solariegas... Pero ahora los que viajan y corretean
por el mundo son los que no tienen mucho dinero y los que no tienen
dos pesetas, que, naturalmente, son los que dan menos importancia al
dinero. Así lo han puesto todo imposible para las personas modestas.
Ya es triste vivir; pero viajar sólo con lo preciso, es verdaderamente
vergonzoso. ¡Eche usted lujo! Menos mal que, si por cada dos familias
hay una que se arruina, por cada tres hay algún miembro dedicado á la
usura, que, después, por combinaciones de herencias ó de matrimonios,
vuelve á hacer la felicidad de dos familias. En el mundo no se pierde
nada. Donde se hunde una casa suele levantarse una manzana. Es toda la
amable filosofía de muchos veraneos incomprensibles.


XXVII

Nunca ha justificado una Exposición su nombre como la de Bruselas.
¡Vaya si ha sido exposición! Era lo único que necesitaban las
Exposiciones para acabar de desacreditarse. Los que de cualquier suceso
casual deducen rotundas afirmaciones, no dejarán de categorizar toda
Exposición entre los grandes peligros. ¡No más Exposiciones! Siempre
nos sucede lo mismo, ahora que andamos en Madrid preparando una, al
cabo de los años. Los mayores progresos son atrasos cuando llegan á
nosotros. ¡Es mucho sino! Implantamos instituciones, leyes y reformas
cuando están desacreditadas por esos mundos. Venimos á ser las Américas
de Europa--en el mal sentido de la palabra Américas.--Verán ustedes;
ahora que hemos dado en irreligiosos, es cuando la religión está más á
la moda en todas partes. En los Estados Unidos se hace gran consumo;
en algo se ha de conocer el dinero. Con eso y con que el mejor día
empiecen á encargar Comunidades desde el Japón como antes encargaban
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