De Sobremesa; crónicas, Tercera Parte (de 5) - 1

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De sobremesa
CRÓNICAS
Tercera Serie


Jacinto Benavente

De sobremesa

CRÓNICAS

TERCERA SERIE

MADRID
PERLADO, PÁEZ Y COMPAÑÍA
SUCESORES DE HERNANDO
Arenal, 11 y Quintana, 31 y 33
1912


ES PROPIEDAD.--DERECHOS RESERVADOS
Artes Gráficas MATEU.--Paseo del Prado, 30.--Madrid.


[Ilustración]


De sobremesa


I

Si la propaganda cunde, pueden regocijarse los padres, los maridos y
todos los paganos de lujos femeninos, cualquiera que sea su grado de
aproximación masculina. Las damas de los Estados Unidos patrocinan,
protegen y alientan una huelga de modistas. Tendría que ver, ¡ya
lo creo!, que un exceso de civilización volviera á las refinadas
norteamericanas al primitivo atavío de la hoja de parra, y que, por
evitar la desnudez de las obreras, llegasen sus distinguidas clientes
á la suya propia. No podía perdirse mayor altruísmo. Pero si contra
toda moda, con procurar siempre el mejor parecer de la mayoría, hay
siempre resistencias y rebeldías por parte de las no agraciadas con
ella, ¡figúrense ustedes si vestidura tan difícil para las feas y las
mal formadas, como el natural físico, no ha de encontrar protestas!
De temer es que la huelga, alentada en público por las damas, sea
contrarrestada en privado por ellas mismas, como aquella famosa huelga
de _Lysistrata_, tan graciosamente dramatizada por Aristófanes. Es
también un peligro que esta huelga modistil traiga otras muchas
huelgas de mayor transcendencia. Huelga de señoras: porque ¿en qué
han de ocuparse muchas de ellas si no se ocupan en andar de modista
en modista y de tienda en tienda, eligiendo, revolviendo y comprando
trapos y moños? Huelga de maridos y de amantes: porque ¿parecerán lo
mismo muchas mujeres sin los encantos artificiales de la _toilette_?
Huelga de autores dramáticos: porque si las actrices dan en vestir con
sencillez, ¿qué defensa tendrán muchas comedias? Sabido es que cuando
en el teatro se llega á la desnudez, sobra toda literatura, con un
poco de baile basta. Cuando hay mucho que ver, el oído no está para
nada y el entendimiento mucho menos. Huelga general, en fin, con cierre
y quiebra de balnearios, hoteles, playas á la moda, teatros, iglesias,
etc., etc.: porque si las señoras no podían lucir trajes en todos estos
sitios, sostenidos por ellas, ¿para qué habían de asistir á ninguno de
ellos?
Véase cómo una sencilla huelga de modistas, que en su origen puede
parecer cosa de broma, podría ser el principio de una revolución social.
* * * * *
El comienzo de año nos llena siempre de melancolía. ¿Un año más? ¿Un
año menos? Depende del estado de ánimo. De cualquier modo, es otro año;
y lo que nos entristece es que, con ser otro, será lo mismo. Los días
nacen unos de otros, y el nuevo día no amanece nunca. Los que no se
resignan á vivir sin esperanza la ponen más allá del sol, más allá de
la vida. Su año nuevo, no es vida nueva; es otra vida.
¡No pensemos en qué nos traerás, año nuevo; ya nos contentaremos con
que no te lleves algo!
El año pasado nos trajo algunas glorias, ¡bien pagadas con muchas
inquietudes y tristezas! Se despidió con inundaciones, lo mismo que el
partido conservador. Bien puede ser generosidad, para que luzca más el
sol del año nuevo. Hay calamidades fertilizadoras.
* * * * *
Los autores noveles protestan contra la precipitación, reserva y
sorpresa con que se ha declarado cerrado el concurso de sainetes
para el teatro Español. Prueba de ello es el escaso número de obras
presentadas, cuando en cualquier otro concurso, anunciado con la
necesaria publicidad, se cuentan por millares. ¡Díganmelo á mí, que
llegué á leerme, en algunos de ellos, «noventa y cuatro comedias»!
Lo mejor que puede hacerse es ampliar el plazo y no dar ocasión, de
ningún modo, á que nadie pueda sospechar que hubo mala fe en lo que
sólo pudo haber ligereza. Considérese que estos concursos, con todas
sus deficiencias, son la esperanza de muchos autores inéditos y la
mayor probabilidad de verse atendidos y juzgados imparcialmente. Si
la atención y la justicia de los que han de juzgar se bambolean ó se
tuercen en ocasiones, culpa es de los propios concursantes, que suelen
mover una de recomendaciones, influencias y hasta intriguillas á las
que sólo con gran energía, y á riesgo de enemistarse con muchos, puede
uno sustraerse. Esto de la recomendación para todo es achaque muy
nacional. El donoso escritor que en peligro de muerte, al ir uno de sus
allegados á pedir los últimos Sacramentos, le recomendaba: «Di que son
para mí; que los traigan buenos», satirizaba esta arraigada costumbre
española de creer que la recomendación alcanza para todo, hasta en lo
divino. ¿No es este el país en que más se reza y se pide á una multitud
de vírgenes, santos, abogados y abogadas celestiales, que á Dios, uno
y trino; en que se cree necesario pedir por favor lo que es más de
justicia; en que hasta para comprar en una tienda, por su dinero, se
cree uno en el caso de decir: «Vengo aquí recomendado por don Fulano,
que le compra á usted mucho»; en que hasta para morirse le confortan
á uno con lo que se llama «recomendación del alma»?... Y no digamos,
después de muertos, la de recomendaciones que son precisas para que le
entierren á uno en buen sitio y lo más arreglado posible.
Por todo esto, yo me permito recomendar que se atienda la justa queja
de los autores. En cambio, me comprometo á no recomendar á ninguno en
particular.


II

Parece ser que ahora va de veras: Madrid será agrandado y...
¿embellecido? Como en las casas cursis, tendremos sala y gabinete
decentemente amueblados, y lo demás ¿qué importa? Lo demás es para
vivir. Gran tocado y chico recado. Si la nueva Gran Vía y cuanto se
mejore y ensanche ha de verse tan mal barrido, tan mal pavimentado, tan
puerco como lo que ahora tenemos, más valiera dejarlo todo como está.
¿Pasan ustedes alguna vez por la calle del Barquillo? ¿Y por la de...?
¿Para qué enumerar? ¿Andan ustedes por esas calles? En las aceras no
hay losa en su sitio; el arroyo lo es de polvo y papeles y todo género
de suciedades; ir en coche es ir botando como pelota; ir á pie es ir
votando como ciudadano. El sistema de barrer las calles es para optar á
un premio en cualquier Exposición de higiene. ¡Y qué admirable orden
en la circulación! Carromatos con siete mulas de reata interceptan el
tránsito á cada paso. ¡Pobres traficantes, no es cosa de molestarles
con ordenanzas que fijen horas á propósito para sus acarreos! La
molestia libre en el Estado libre.
Bien está que aplaudamos todas las grandes iniciativas del alcalde y
del Municipio, pero entretanto tuvieran algunas pequeñas iniciativas...
Verdad es que la mayor parte de la gente vive tan á gusto. Las malas
casas les han acostumbrado á las malas calles. ¡Digo! Si las calles
fueran agradables... Como son, hay quien se pasa la vida trotando por
ellas, sólo por no estar en su casa.
* * * * *
No puede creerse en la indignación de Rostand al ver destripado su
gallo por las indiscreciones del _Secolo_, cuando, por indiscreciones
parciales, muchos sabíamos ya el argumento y aun los chistes y
cantables que tiene la obra. Aparte de esto, poco tiene que perder una
obra que todo lo ha perdido con la publicación de su asunto. ¡Pobre de
nuestro _Don Juan Tenorio_ entonces! ¿Quién iría á verlo, si la novedad
de su trama fuera su único atractivo? En el mismo París, tan novelero
en apariencia, sostienen mejor su cartel muchas obras clásicas de
Corneille, Racine y Molière, que algunas flamantes comedias, más viejas
al nacer que las otras antiguas. _Chantecler_ ha logrado ya categoría
de obra clásica, en que el asunto es lo de menos. Muchos que ahora
asistirán al estreno, tal vez como críticos, no habían nacido cuando
empezó á hablarse de _Chantecler_.
De las actrices y actores que estrenaron anteriores obras de Rostand,
sólo por Sarah inmortal, no han pasado los años. ¡Hagan las Musas que
tan esperada obra interese por tanto tiempo á la posteridad, como á
la anterioridad ha interesado! Después de todo, la gloria anticipada
es la más segura, y la cera que va delante es la que alumbra. Y en
este particular de la luz, parece ser que para el gallo de Rostand
amaneció hace mucho tiempo. Tal vez ya no quedaba más resquicio por
donde percibirla que esas indemnizaciones exigidas á los periódicos
indiscretos. De este modo sí que el gallo no puede ser nunca un albur.
Todo va copado. ¡Que al estrenarse no le cambien una letra! ¡Pobre
gallo entonces!
* * * * *
No hay nada más peligroso que un incensario en manos indiscretas.
Representación de algo divino ó humano, los golpes más peligrosos para
los ídolos son los de sus fervorosos adoradores. Cuando todo el mundo
dice: «Está bien», ¿para qué empeñarse en que todos digan: «Está mejor
que bien». El deber cumplido tiene en sí mismo la mejor recompensa, y
cuando el deber es tan propio del cargo y por lo elevado de la posición
trae consigo el conocimiento y la admiración de todos, ¿qué se le añade
con una recompensa que, por estar tan al alcance de la mano de quien
ha de obtenerla, pierde todo su valor en este caso? El reconocimiento
oficial nada añade al reconocimiento nacional. Sería, como dijo
Shakespeare: «Pintar al lirio, dorar el oro, endulzar lo dulce.»


III

El periódico de Buenos Aires _Caras y Caretas_, en circular dirigida
á personas significadas, solicita un pensamiento con motivo del
centenario de la Independencia argentina. La circular viene en francés.
Ya sabemos que por ser el idioma usual en relaciones diplomáticas
universales, puede serlo también en las literarias. Pero en este caso,
y tratándose de una República en que nuestro idioma es y será por mucho
tiempo el oficial, el literario y el vulgar, ¿no hubiera estado mejor
en castellano la circular dirigida á España? Yo, por mí, sé decir que
nunca entendí peor un idioma extranjero, y no sabré contestar á lo que
se me pregunta.
No ya consolarnos, enorgullecernos debemos de la independencia de todas
las Repúblicas americanas que fueron colonias españolas, mientras en
ellas impere nuestra lengua, y con ella mucho de nuestro espíritu.
Comunicarnos en lenguaje extraño, más que independencia nos dice
desvío. Nuestras relaciones deben ser más que diplomáticas; y esa
circular en francés tiene toda la frialdad de una nota de Estado. ¿Le
agradaría al simpático semanario porteño que saludáramos en francés la
conmemoración de la Independencia argentina?
* * * * *
Los sucesos culminantes de estos días entran en la clasificación de
podencos, tan respetados por el escarmentado loco de que nos habla
Cervantes. ¡Guarda, que es podenco! No entremos ni salgamos en pláticas
de familia, aunque la familia nos sea muy allegada, que siempre
llevaremos la de perder, mientras no caigamos en la cuenta de que,
civiles ó militares, todos llevamos el mismo uniforme: el de ciudadanos
españoles, y á todos nos interesa por igual el respectivo prestigio de
unos y otros. Malo es dividirse en castas. Todos hemos de ser paisanos,
en el amplio sentido de compatriotas; todos hemos de ser soldados,
en paz y en guerra, cada uno en su puesto, para responder siempre al
¿quién vive? de todo ¡alerta!: ¡España!
* * * * *
¡Oh, admirable público nuestro! Se acostumbra á lo malo; tolera
indefinidamente lo mediano, y sólo ante lo bueno se cansa su admiración
y hasta se irrita si alguien se obstina en pretender sostenerla. Este
es el caso de Titta Ruffo en la actual temporada. Nada en la voz ni
en el arte del gran barítono justifica un cambio de actitud en el
público. El artista es el mismo, y eso es lo que parece sentir el
público, obligado á seguir admirándole todavía. ¡Oh, niño caprichoso, á
quien hay que retirarle las golosinas antes del enfado y los juguetes
antes del destrozo! ¡Pocos poseen, como el Guerra, el difícil arte de
retirarse á tiempo, único recurso del artista que no quiera sentir tus
rigores!
En ningún público, como en el nuestro, se advierte esa actitud
defensiva contra la admiración; esos gestos malhumorados al
soportarla. En cualquier espectáculo parece como si el público fuera
violentado, por fuerza mayor y no por gusto, á distraerse un rato.
El autor es como un enemigo personal; el artista, como un acreedor
molesto. En ninguna parte puede hablarse con tanta razón de «batallas»
al tratarse de arte.
* * * * *
Por mucho que moralistas y sociólogos prediquen contra el suicidio,
mientras el ridículo no se atreva con él, por respetos que siempre
impone la muerte, seguirá siendo poético final de muchas historias
vulgares. El solo basta para dar grandeza trágica en un momento al más
chocarrero sainete. ¿Cuántos no habrán reído al ver pasar en vida el
idilio amoroso del viejo cojo y la niña lozana? Y aquella unión, que
en vida acaso sólo en el interés tenía explicación para las gentes,
con la muerte es algo inexplicable, con todos los prestigios del amor
y de la muerte; deidades poderosas á inmortalizar á sus elegidos,
como los dioses paganos á sus amadas mortales. Los vulgares amantes,
que en vida tal vez dieron que reir á las gentes, hoy van en la divina
poética teoría inmortal de Hero y Leandro, Píramo y Tisbe, Romeo y
Julieta, Francesca y Paolo, Isabel y Marsilla; sin olvidar á aquellos
otros amantes madrileños que inmortalizaron la frase suprema: ¡Que los
entierren juntos! ¡Hallen todos un Ovidio, un Dante, un Shakespeare! Y
á no poder ser otra cosa, un buen romance de plazuela. Hay que poetizar
la muerte por amor todo lo posible. Es el mejor medio de evitar muchos
matrimonios desgraciados.
* * * * *
Los empresarios de _music-halls_ están consternados. Ante la amenaza de
la subida de la carne, algunas artistas han pedido aumento de sueldo.
Lo que dirían ellas, si conocieran la célebre canción de _La camisa_,
de Hood--pero ¿cómo han de conocerla, si las pobres hasta habrán
olvidado que hay camisas?:--¡Que la carne de vaca sea tan cara y la
carne humana tan barata!
Por fortuna para los empresarios y traficantes en carne humana, la
carestía de la primera trae por la mano la baratura de la segunda.
A poca costa podríamos traer buena carne de América cuando aquí nos
faltara. Preferimos enviar allá carne humana. Dentro de poco sólo
quedarán aquí los que puedan pagar el solomillo. ¡Qué agradable será
no ver más que gente bien alimentada por esas calles! ¡Cómo van á
dulcificarse las relaciones sociales, y sobre todo las políticas!


IV

Para los espíritus abatidos, propensos al decaimiento, como nuestro
espíritu nacional, no importa tanto saber si hay causa para tanta
alegría como saber que el efecto fué el de una alegría verdadera.
Cuando hay tales tristezas sin motivo, ¿por qué no entregarnos sin
discusión á una alegría, que, desde hace mucho tiempo, con ningún
pretexto hubiéramos podido justificar? En otros tiempos, tan ricos
éramos en glorias, que, acaso éstas de ahora nos hubieran parecido
mezquinas. Hoy... bien venidas sean, y mejor si sabemos apreciarlas
con serenidad y más que de envanecimiento nos sirven de estímulo para
glorias mayores. De tremenda crisis triunfó el espíritu nacional
en los principios de la campaña. Por el mundo no faltó quien se
apresurara á cantar nuestros funerales. El Ejército español ha sabido
extendernos nueva fe de vida ante el mundo. Tal vez pocas veces fué
tan depositario del honor y la vida de España como en esta ocasión. No
quede todo en aclamaciones de entusiasmo. No olvidemos nuestro deber
en la paz, si queremos tener el derecho de exigirle todo su deber en
la guerra. Es triste cosa resignarse á tener mártires cuando se puede
tener héroes. Hoy sustituyamos el grito de ¡Viva España!, que puede
parecer un deseo, con este otro más afirmativo: ¡Vive España!
* * * * *
Por dichosa casualidad, al mismo tiempo que nuestras armas victoriosas,
llega de la República Argentina, en la persona de Belisario Roldán,
mucho de nuestro espíritu triunfante á decirnos cuánto queda en América
todavía de nuestro Verbo glorioso. Siempre leal amigo de España, no
puede considerarse ni ser considerado en ella como extranjero. La
fogosa elocuencia de nuestros grandes oradores, la que fué admiración
de todo el mundo español, alienta vigorosa en el joven orador
argentino.
En los oradores de casa, tal vez nos pareciera demasiado vehemente.
¡Hemos bajado tanto el diapasón para todo! El grito, el rugido, el
apóstrofe nos asustan. Amamos la discreción sobre todas las cosas en
política, en arte, en el trato social, ¡La discreción! Triste cosa es
un pueblo que no tiene mayores glorias que las de sus locuras.
* * * * *
Amable lectora, la que en discretísima carta me consulta sobre el
mejor sistema de educar á los hijos; sin duda sabe que nadie los
educa mejor que los que nunca los hemos tenido. ¿Severidad? ¿Dulzura?
¿Proporcionarles toda la alegría posible ó prepararles con privaciones
á soportar las tristezas futuras? Hoy... son los padres; pero los
padres no viven siempre. Mañana... son los extraños sin cariño, ó con
otro cariño que nada se parece al de los padres... Pero, ¿no será, por
lo mismo, crueldad en los padres anticipar tristeza á la tristeza?
¿Y si el hijo muriera antes? Mañana es la vida, pero también es la
muerte. Los juguetes comprados serán entonces recuerdo triste; pero
los juguetes que el niño deseó y que le negamos serán un remordimiento
constante... ¡Oh, sí; dulzura, dulzura para vuestros hijos, que la
vida es madrastra terrible, como las de los cuentos de hadas; esas
madrastras que encierran en torres á las princesas delicadas ó las
envían al bosque á guardar gansos. Peor la vida, que suele traerlas,
no á guardarlos, sino á casarse con alguno de ellos. Pero, ¿y si
acostumbrados al mucho mimo no hay fuerza en ellos después para
conllevar las contrariedades?
La vida es la mejor educadora, y ella sola se basta para enmendar
errores de educación en los padres... Todos, menos la falta de besos,
de caricias, de juguetes en los primeros años... La vida puede ser
madrastra, puede ser maestra, pero no es madre...
En los primeros años del mundo, cuando Adán y Eva, arrojados del
Paraíso, luchaban contra los rigores de la naturaleza primitiva, Eva
lloraba por sus hijos, al verlos muchas veces heridos por las fieras,
desgarradas sus carnes por las asperezas de los troncos y de las
piedras... ¡Mis hijos! ¡Qué horrible vida! Para ellos no ha habido un
Paraíso terrenal, como para nosotros... Ellos no sabrán nunca de sus
delicias... ¡Nosotros hemos sido más felices!
--Sí--dijo el primer hombre.--Ellos no han tenido, como yo, un Paraíso;
pero, ¡yo no he tenido una madre, como ellos! Y al verlos acariciados
por la madre, en su amor paternal había algo de envidia. ¡Y era el
hombre que había sido formado por Dios mismo!


V

El mes de Enero suele ser fecundo en calamidades. Para que sepamos á
qué atenernos durante todo el año. Es un modo de anunciarse. Queda
la duda, en estas primeras calamidades del año, de si pertenecen al
año entrante ó serán saldo del anterior, que no quiso marcharse sin
soltarlas. Lo cierto es que la Naturaleza, como una gata cualquiera,
anda fuera de sí y desatinada en este primer mes del año. Tempestades,
inundaciones, lluvias torrenciales de gracias, condecoraciones y
entorchados, y el cometa apocalíptico, y _Chantecler_ en puerta. ¡Vaya
un añito!
La inundación de París retrasa una vez más el acontecimiento que sólo
pudiera consolarnos: el estreno de _Chantecler_, antes retrasado por la
discusión que pudiéramos llamar del huevo de Mme. Simone. Se comprende
en una actriz recién divorciada y recién vuelta á casarse el escrúpulo
en poner un huevo, sobre cuya pertenencia pudiera haber dudas.
Por fortuna, el poeta no peleó por el huevo ni por el fuero, y la
postura se supondrá entre bastidores, lugar más conveniente para
posturas difíciles, en la vida como en el teatro.
* * * * *
Luego diremos que aquí no hay libertades y que el clericalismo nos
domina. En Inglaterra, la nación traída siempre á cuento, cuando de
libertades se trata, no pudo representarse, hasta ahora, la ópera de
Saint-Saens _Sansón y Dalila_ porque su asunto bíblico escandalizaba
los sentimientos religiosos. Sobre la _Salomé_, de Strauss y de Wilde,
creo que todavía pesa la prohibición. Los ingleses sólo han consentido
en ver la danza de _Salomé_ separada del texto y de la partitura.
¡Parecen tontos! ¿Verdad?
Aquí, donde nos quejamos á todas horas de la presión clerical, triunfa
_La corte de Faraón_, opereta del todo bíblica, sin protestas de
nadie. Yo he visto en primera fila á muchos graves señores de los que
suelen ser ornato de cofradías y procesiones. En Inglaterra se enseña
ahora á los niños la Historia por medio de representaciones teatrales.
¿Por qué no ha de enseñarse la Biblia por el mismo sistema? No hay en
_La corte de Faraón_ mayores atrevimientos que en el Sagrado libro.
Los autores han estado muy hábiles en quitar crudezas. A las artistas
nadie les agradecería que ocultaran las suyas. ¡Admiremos al Señor en
sus obras! No será tan difícil hallar un sentido místico á la canción
babilónica, que pronto oiremos en labios de muchos senadores; como al
_Cantar de los cantares_ y á otros pasajes no menos escabrosos.
Lo malo es que la Iglesia católica haya perdido aquel buen humor y
aquel sentido artístico que fueron todo el espíritu del Renacimiento.
¡Ah, el bribón de Lutero, que la obligó á volver á tomar en serio su
divino papel, que ya empezaba á ser humano!
Ahora llueven imprecaciones y anatemas sobre el Arte y sobre los
artistas. Los tiempos son difíciles. La competencia comercial es muy
dura. No hay bastante público para todos. ¡Y el Teatro y la Iglesia son
espectáculos tan caros! Por fuerza tienen que perjudicarse mutuamente.
* * * * *
Pérez Galdós, el maestro glorioso, consagrado por el monumento inmortal
de toda su obra, y Ricardo León, escritor joven, con razón estimado
entre los buenos, coinciden, no en lo exterior, sí en lo interno, en
sus dos últimas novelas: _El caballero encantado_ y _Alcalá de los
Zegríes_. Novelas de símbolo, de alegorías, que nos hablan de España,
de sus glorias pasadas y de su futura gloria posible. Quizás ¡señales
de los tiempos! con mayor fe en la del viejo maestro que en la del
poeta joven.
Son los dos libros precioso documento para el estudio de nuestra
psicología nacional.
Limítome al acuse de recibo y á mi particular aplauso, sin invadir
la sección «Revista literaria», en la que escritor de toda mi
consideración y respeto sabe, con admirable acierto y con respeto á
las personas, que cada vez va siendo más raro, distribuir elogios y
censuras.
* * * * *
De la excelente acogida al Teatro para los niños y del interés con que
un público, si no tan numeroso como fuera de desear, todo lo selecto
que puede pedirse, sigue sus representaciones, nada me satisface tanto
como el buen éxito obtenido por las lecturas de poesías. ¡Versos,
poesía! Eran una especie de coco para las empresas teatrales. Hoy
ya empieza á creerse en ellos, y todo hace presumir un glorioso
renacimiento de la poesía en el teatro.
¿Por qué en el teatro Español, en el de la Princesa, que cuentan con
admirables intérpretes de los poetas, no inaugurar una serie de veladas
poéticas, que seguramente tendrían su público?
Oímos muchas veces quejarse á unos y á otros de que el público no está
educado; esto sirve de pretexto para rechazar muchas obras de indudable
mérito. Corriente, el público no está educado; pero ¡si nadie se toma
el trabajo de educarle! Es mucho más cómodo y provechoso llevarle el
humor y no luchar con él. Pero los que pueden permitirse ese lujo con
menos riesgo están más obligado á ello. A todos nos toca un pedacito
del mundo en que podemos hacer algo útil y provechoso, y no es desde un
escenario donde menos puede hacerse por la cultura y la educación, que
es hacer por la Patria.


VI

Mariano de Cávia me propone un Teatro para los viejos, que vendría á
ser, no contraposición, sino complemento del Teatro para los niños. Los
extremos se tocan, y acaso viniera á suceder, por el humano y natural
prurito de aniñarse en los ancianos y de hombrear en los infantes, que
el Teatro dedicado á los primeros fuera el favorito de los segundos,
y viceversa. Pero ¡ay! ¿es tan necesario el teatro para los viejos?
¿Llenaríamos con él algún vacío, ni siquiera el del teatro mismo? Si el
teatro pretendía ser educativo, ya en el más amplio sentido moral ó en
el puramente artístico, ¿qué provechosa enmienda podría esperarse en
nuestros venerables? Ninguna. Ya dice la vulgar sabiduría que el árbol
ha de enderezarse desde pequeñito, y ¿quién es capaz de enderezar, en
todo ó en parte, á los que ya se rinden al peso de los años? Ni _La
corte de Faraón_ ni el «Royal Kursaal», con esas admirables artistas,
cuyo mejor anuncio es el de la pérdida de su equipaje, podrían realizar
el milagro.
¿Teatro de puro entretenimiento? Basta asistir á los antes citados
y á otros del mismo género para comprender que nuestros viejos no
necesitan de un teatro especial en donde solazarse. No de los viejos,
de los decrépitos, pudieran llamarse esos teatros en que reverdece el
chiste de Instituto y de café estudiantil, para regocijo de viejos
más verdes que los chistes. Y no os engañen algunas caras juveniles
de los espectadores; no está en la cara la edad, sino en el espíritu,
y por esos teatros, como por los meetings clericales de estos días,
no busquéis jóvenes de espíritu; el de aspecto más infantil lleva por
dentro la vetustez de diez siglos.
Grave error es clasificar por edades en jóvenes y viejos. Niños seremos
tú y yo, querido Mariano, aunque muchos niños viejos ya nos echen del
corro; porque siempre será para nosotros la vida un buen campo de
recreo en que saltar, brincar y jugar á todo, por pura expansión de
nuestro espíritu, sin ninguna utilidad práctica. Jugando y saltando no
se llega á parte alguna; si bien puede servirnos de consuelo que hay
partes á las que más conviene no llegar nunca. Para llegar á muchas
de ellas, suprema ambición de todo hombre serio, ya sabemos que,
en España, no hay medio mejor que ser viejo ó aparentar serlo. Con
nuestros doctores Faustos, aquí, Mefistófeles obraría la transformación
contraria. Hay quien le vendería el alma por transformarse en viejo,
no en joven. Y en vez de cantar: ¡A mí la juventud, á mí los delirios
del primer amor!, cantaría: ¡A mí las prebendas y á mí los cargos
oficiales; á mí las Academias y la respetabilidad, y... llévese el
demonio mi alma y mi alegría!
Dejemos, pues, á los viejos, que para nada necesitan teatros, cuando
todo el mundo es teatro, de moda y lucimiento para ellos. Pensemos en
los niños, en los verdaderos niños, hijos de padres verdaderos jóvenes,
que sólo de ellos puede esperarse la nueva vida por la nueva escuela.
¿Religiosa? ¿Laica? Allá unos y otros. El Arte es religión neutral.
¿No es en el Vaticano donde se guardan las más bellas reliquias del
Paganismo? ¡Quién sabe si no será en un templo pagano de Arte donde se
guardará lo más bello del Arte cristiano! Nunca fueron las ideas viejas
tan respetuosas con las nuevas, como las nuevas lo serán siempre de las
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