De Sobremesa; crónicas, Tercera Parte (de 5) - 6

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acorazados... Y es que no debe desecharse nada; todo debe conservarse,
como los sombreros de copa; las modas vuelven cuando menos se piensa.
¿Creen ustedes que no volveremos á ver miriñaques?
Algo significativo es que el incendio de Bruselas haya respetado la
instalación de España. El fuego no es rencoroso. ¡Buena ocasión para
haberse vengado de las muchas hogueras por nosotros encendidas en
Flandes! Hogueras con las que pretendimos prolongar el ocaso del sol,
que se ocultaba ya para España en aquellos dominios... En Flandes se ha
puesto el sol. ¿No es verdad, amigo Marquina? Pero antes ¡cómo pusimos
nosotros á Flandes!
Ahora ha sido la electricidad el Felipe II. La civilización es también
un gran tirano. Ello es que los buenos flamencos, por no perderlo todo,
se aprestan á reedificar lo destruído; y, si no les fuera posible, ya
ponderan como gran atractivo la contemplación de las ruinas. Acaso
tengan razón. ¡De tantas cosas, lo mejor es las ruinas! Sólo que las
ruinas de los edificios modernos suelen llamarse escombros. Para ser
admirado como ruina hay que haber tenido vida durante mucho tiempo.
Esta consideración es de mucho consuelo para algunas naciones y para
muchas señoras.
* * * * *
Entre los chismes teatrales, precursores de toda temporada cómica,
el más sabroso es, sin duda alguna, el referente á la rescisión del
contrato del teatro Español, solicitada por varios concejales y fundada
en supuesto incumplimiento de algunas bases. Muy loable es el celo del
Municipio en esta ocasión, y no me atrevo á calificarlo de excepcional
porque supongo le aplicará con el mismo rigor á todos sus contratistas.
Pero en este asunto del teatro Español no parece que las raspaduras
al contrato hayan sido de tanta monta en la temporada última como en
otras de mangas y capirotes, con mensaje final de gracias y todo, de
parte del Ayuntamiento complacido. ¿Qué puede decirse? ¿Que las obras
del teatro antiguo no fueron presentadas tal y como se escribieron?
¿Tanta prisa corre desacreditarlas? ¿Que no todas las obras clásicas
representadas fueron precedidas de una conferencia, como se había
ofrecido? Y ¿para qué vamos á engañarnos? Eso de las conferencias es
molestar á los vivos sin honrar gran cosa á los muertos. Lo cierto es
que la temporada, contra los pronósticos de muchos, fué provechosa
y brillante. Téngase en cuenta que el teatro fué adjudicado con
sólo un mes de anticipación á su apertura; cualquier falta sería
muy disculpable en esas condiciones. Fueron estrenadas obras muy
estimables, decorosamente presentadas; entre ellas, _Casandra_, con
la que no se hubiera atrevido ninguna otra empresa de las de abono
aristocrático. Bueno fuera que, después del gran servicio prestado á la
causa democrática con las representaciones de dicha obra, pudiera decir
la empresa, con un Ayuntamiento tan republicano y tan socialista, que
así paga el diablo á quien bien le sirve. Fueron también representadas
obras de autores jóvenes, como López Pinillos y los hermanos Cuevas;
Borras obtuvo grandes triunfos en obras de muy distintos géneros. ¿Qué
más puede pedirse? Mi opinión no puede ser más apasionada. Ni allí
estrené obras, ni he de estrenarlas en esta temporada, ni la compañía
cuenta con muchas obras mías en su repertorio. Pero bien está San
Pedro en Roma--con Merry y todo,--y bien están la Cobeña y Oliver en
el Español mientras más desapasionada. Ni allí estrené obras, ni he
de estrenarlas esta temporada, ni la empresario dispuesto á realizar
maravillas de arte, dígase con franqueza y rómpase el contrato, sin
buscar más pretexto ni fundamento que la municipalísima gana. Pero si
no es así, y cuando apenas falta un mes para comenzar la temporada,
deben moderarse los impacientes y templarse los rigurosos.
Y aunque en algo se hubiera faltado al contrato, recuerde el Municipio,
al tratar con sus contratistas, las sentidas palabras que pronuncian
los reyes en el indulto del Viernes Santo, y digan parafraseándolos:
«¡Los perdono para que Madrid me perdone!»
* * * * *
El correo nuestro de cada día nos trae ruegos y peticiones--diríase el
conde de Casa Valencia en el Senado.--Diga usted esto, hable usted lo
otro, proponga usted lo de más allá... No, mis amables sugeridores;
es muy desagradable el papel de soplón y «acusica», y no es cosa
tampoco de que el cronista ande hecho siempre un guardia de policía
urbana. En España todo se espera y para todo se confía en el Gobierno
y en la Prensa, sin perjuicio de achacar á uno y otra, según sopla
el viento, la culpa de todos los males. Con el sufragio universal
y el voto obligatorio, todos tenemos nuestros diputados y nuestros
ediles á quien dirigir peticiones y quejas. Sin contar con que todos
tenemos en la lengua un rotativo de tirada ilimitada. Esto de servir de
libro de reclamaciones sólo ocasiona disgustos y antipatías. Además,
cuando cree uno haber complacido á la generalidad, haciéndose eco
de sus pretensiones, como estamos en época de espíritus originales y
hay que distinguirse á todo trance, saltan en seguida los ofendidos
en su originalidad. Quéjanse unos vecinos de que en su calle hay un
charco, foco de infecciones; y cuando se consigue llamar la atención á
quien corresponde para que desaparezca el charco, no falta un vecino
que salga protestando; porque, miren ustedes por dónde, aquel charco
era todo su encanto y, como dice la copla, el espejito en que él se
miraba. Y en todo, por este orden. Ya ven ustedes: ahora resulta que
la Biblioteca Nacional era un modelo de organización y es gana de
chinchorrear el proponer mejoras. Por mi parte todo está bien. Así como
así, entre personas, animales y cosas, harán docena y media las que
me interesan particularmente. ¡Y comparándome con la mayoría de las
gentes, me tengo por altruísta!


XXVIII

Es peligroso entregar juguetes á los hombres. Los chicos se contentan
con destrozar el juguete, manifestándose como grandes protectores de
la industria y del comercio. Pero los hombres sólo gozan pensando en
lo que podrán destrozar con el nuevo juguete.--Ahí tenéis un nuevo
explosivo--se les dice--para que voléis montañas que separan á unos
pueblos de otros y podáis comunicaros y relacionaros con ellos más
fácilmente... Y para volar edificios y pueblos enteros--responden y
piensan.--Ahí tenéis el automóvil: utilidad, ilustración, higiene
y recreo. Y emocionante peligro y satisfacción de la vanidad y
atropellos, y caiga el que caiga.--Ahí tenéis el aeroplano, el más
glorioso triunfo del hombre sobre la materia. ¡Qué servicios puede
prestar á la civilización y al progreso! ¡Y sobre todo en la guerra!
¡Podremos aniquilar ejércitos enteros; seremos invencibles!
Si, ante la armoniosa serenidad de la Naturaleza, pensaba el poeta
Wordsworth tristemente en lo que el hombre ha hecho del hombre, con
más razón puede pensarse ante cada una de estas conquistas de su
inteligencia, que debieran significar amor y significan odio. Las
aclamaciones de Francia á la gloria de sus aeronautas no son un saludo
á la Humanidad, ofrecimiento de la buena nueva; son un reto á Alemania.
Para satisfacción del orgullo de raza no les basta con la revancha
espiritual; es preciso la material revancha. Nada vale el aeroplano
si no es símbolo del águila imperial, invencible y amenazadora, sobre
los aires. Los alemanes pondrán toda su inteligencia en lograr nuevas
perfecciones en los aeroplanos. El odio también es fecundo. Y, por el
afán de conquistar la tierra, llegaremos á la conquista definitiva del
cielo. ¿No es esta toda la historia de la Humanidad?
* * * * *
Cristóbal de Castro se lamenta y nos culpa porque entre tantos
escritores españoles como hemos visitado la República Argentina
no hallamos logrado obtener lo que monsieur Clemenceau en una sola
visita: un tratado de propiedad literaria con aquella República. Supone
Cristóbal de Castro que hemos sido unos egoístas, más atentos al
lucimiento y al provecho propios que á la general conveniencia. Conste
que sólo me creo aludido por haber estado en Buenos Aires, no por
alturas de dramaturgo que el Sr. Castro compara con las del Himalaya.
No; por mi parte, Cerrillo de los Angeles, y gracias. Nuestra pobre
tierra no consiente mayores alturas; y si alguien pretendiera locamente
levantarse hasta ellas, no tardarían en hacerle polvo; y como, al fin,
en eso hemos de parar todos--_Pulvis eris_, etcétera,--¿qué más da un
poco antes que un poco después?
No tiene en cuenta Cristóbal de Castro que nuestra misma condición
de interesados nos obliga á no parecerlo. Monsieur Clemenceau, que
podrá ser escritor insignificante, pero que tiene gran significación
política--y no todo ha de ser literatura en el mundo,--podía con mayor
desinterés particular entablar esas negociaciones. Además, todos
sabemos, aunque nos pese, que un político goza de mayor prestigio
entre los políticos que un escritor, por grande que sea. Yo de mí
sé decir que ni saludé al presidente de la República, ni traté con
ministros, ni lo procuré tampoco. Fuí de viajero, no todo lo ignorado
que yo hubiera querido para volver ignorando menos. Así y todo, vi lo
bastante para no quedar muy ilusionado con las ventajas de un tratado
de propiedad literaria. No es aquello la mina inexplotada que muchos
creen. Poco se lee en España, pero allí se lee menos. Existe, como en
todas partes, el núcleo intelectual al corriente de lo más «nuevo», no
siempre lo más interesante, que se publica. Hay afán--no es lo mismo
que amor--por la cultura. Una cultura sin agrado, por aquello de «hay
que saber»; no porque gocemos con saber. Pero público, lo que se llama
público de lectores... En primer lugar, hay poca gente desocupada,
desde las señoras y señoritas que leen novelas francesas, inglesas:
las inglesas para imponerse en el idioma; las francesas porque...
¡cómo ha de ser! son más entretenidas para el que lee por distraerse
que ningunas otras. De lo español se lee... lo que debe leerse, ni
más ni menos. Hay que convenir en que libros muy interesantes para
nosotros, á pesar de su mérito no pueden interesar allí en absoluto. No
es culpa de los autores; es culpa del ambiente. En cuanto á ediciones
de libros españoles publicados allí, se ha exagerado mucho. Saldrían
más caros. Con decir que la mayor parte de los autores argentinos
edita sus libros en París ó en Madrid... Algo más podía venderse,
desde luego, con una activa propaganda por parte de nuestros editores;
pero con tratados ó sin ellos, sería lo mismo. Por lo que al teatro
se refiere... ¡ay! tampoco es la tierra de promisión. Alguna obra de
género chico llega á un crecido número de representaciones--nunca
tanto como en Madrid.--En cuanto á las obras grandes, con excepción
de alguna de autor nacional, como las de Laferrere, con su media
docena de representaciones van muy bien servidas. El Odeón, en donde
representan María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, vive del abono
aristocrático en los días de moda. En los días quebrados hay sus
medias entradas y sus vacíos, como en cualquier teatro de por acá.
Los demás teatros están á precios reducidos: tres pesos, dos pesos la
butaca. Y como el peso, aunque suene á duro, representa allí lo que
nuestra peseta, resulta que el teatro es allí más barato que en España.
Todos conocemos á los empresarios y actores que se han hecho ricos
por aquellas tierras. La compañía de Serrador representa todas las
obras extranjeras, sobre todo francesas, estrenadas. Es la compañía de
más extenso repertorio. Las traducciones se pagan á tanto alzado, y,
naturalmente, no se pagan derechos de traducción. Con el tratado con
Francia... no se representarán tantas obras francesas, y eso iremos
ganando... espiritualmente. Bien estaría el tratado... por decoro suyo,
más que para provecho nuestro. A los políticos corresponde negociarlo.
A los escritores nos sienta muy bien el desprendimiento de los bienes
terrenales.
* * * * *
Del veraneo.--En el Casino:
--Oye: ¿tú sabes quien es esa rubia que va todas las noches con ese
extranjero?
--No sé; pero me la encuentro en todas partes. El año pasado, en Niza,
con un ruso; después, en París, con un americano; luego, en Ostende,
con un turco. En Biarritz con un inglés, y aquí con este que parece
alemán... Debe ser mujer de historia.
--Y de Geografía, por lo visto.
* * * * *
En la sala de recreo.--Entre dos amigos:
--Toda la noche estoy perdiendo. No acierto una. (Galante.) Voy á hacer
el juego de esta señorita, que tiene mucha suerte.
El amigo (aparte).--Se va á enfadar el señor de enfrente.
--¿Por qué?
--Porque el verdadero juego de esta señorita es... «timarse» con él
toda la noche.


XXIX

Si en la mesa y en el juego es donde mejor se conoce, según dicen, la
educación de las personas, en las calamidades es donde mejor se revela
la cultura de un pueblo. Los aldeanos de Rusia y de Italia que, ante la
invasión del cólera, renuevan episodios de las más terribles pestes de
la Edad Media, con sus terrores, sus supersticiones, su desconfianza en
la ciencia y su fe en cualquier brujería, nos dicen claramente que hay
en las naciones modernas, aunque los salven trenes y automóviles, menos
kilómetros de distancia de la civilización á la barbarie que siglos
en la historia de la humanidad. Unas horas de camino valen por muchos
libros de historia. Sin andar mucho, no es difícil encontrarse todavía
con el hombre de las cavernas. Cuando el cantor de la civilización
está más ilusionado, creyendo que ya sólo es cuestión de expulsar á
los frailes y, dos ó tres pasitos más por este orden, para llegar á
la reconquista del Paraíso terrenal... ¡cataplum! por donde menos se
piensa, un retroceso al salvajismo, que si no destruye de golpe, deja
por lo menos tambaleándose lo mejor de nuestras ilusiones.
Y es que estas epidemias, como tienen su origen en regiones
incivilizadas, no sólo se traen para acá el microbio de la enfermedad,
sino el de la barbarie, que aun prende más pronto. Aquí bien puede
decirse: «Bien vengas mal si vienes solo.» Mejor será que no venga ni
solo ni acompañado; pero, si como es de temer, aunque no sea más que
por molestar al Gobierno, como epidemia reaccionaria, nos desfavorece
con su visita, ¿qué se traerá esta vez por lo de asiático, á más de lo
que se traiga por lo de morbo?
¿Cómo saldremos del examen? Porque algo de examinador tiene el señor
cólera. El llega á un punto, se asoma con cierta respetuosa timidez
primero; pregunta: «¿Cómo están ustedes de higiene, cultura, valor
cívico y doméstico, etc., etc?... ¿Medianamente? ¡Vaya! Como en mi
última visita; no han adelantado ustedes nada. Habrá que darles otro
repasito. La letra con sangre entra...» La verdad es que lo mejor
que tenemos en material de sanidad á él hay que agradecérselo y á la
solicitud de sus visitas. El día en que, al asomarse por Europa y al
enunciar su preguntita, le respondan de todas partes la cultura, la
higiene, la confianza de todos con un: «Vea usted, amigo, si hemos
aprovechado sus lecciones», habrán terminado sus visitas.
* * * * *
Al Emperador de Alemania le ha aprovechado por poco tiempo la última y
sonada reprimenda de su canciller, por irse de la lengua con deplorable
facilidad. Otra vez ha vuelto á ponerse la imperial corona por montera,
y terciadita á lo jaque, para decir á sus asombrados súbditos que á
nadie tiene que agradecerle nada, más que á Dios, que, en sus altos
designios, le ciñó la corona. De suerte que no le vengan con leyes
constitucionales, discusiones parlamentarias, ni oposición á sus
proyectos; que él ha de seguir impertérrito la senda trazada por la
Providencia, toda de cañones y fusiles. Bien está ¡oh, sir!; pero el
último de nuestros súbditos tiene también su montera que ponerse por
corona y las mismas razones para creer en su misión providencial.
¿Es que sólo los emperadores traen misión á este mundo? Como le decía
el labriego del Toboso á Don Quijote, cuando éste le preguntaba por la
princesa de aquel lugar: «Yo no sé de ninguna princesa; señoras sí hay,
y muy principales, que cada una puede ser princesa en su casa». ¿Quién
no puede ser emperador en la suya? Y si cada uno diera en sentirse
inspirado por la Providencia para obrar como le conviniere, ¡malo iba
á ser el gobernar con tantas misiones providenciales! Además, como los
teólogos están conformes en admitir que hay voces del diablo que pueden
tomarse por voz de Dios, en la duda bueno es atenerse á las leyes
humanas; que, por mucho que el demonio quiera enredar en ellas, nunca
enredará tanto como en la voluntad soberana de un emperador, por muy
providencial que sea. ¡Dios sobre todo, pero la Constitución al quite!
* * * * *
Mauricio Maeterlink, en el prólogo de unos _Cuentos y leyendas_ de su
amigo Jorge Maurevert, asegura la bondad del libro por haberlo sometido
á la «prueba del jardín». Esta prueba consiste en leer á pleno sol y en
pleno aire; «á la implacable luz de una espléndida primavera», dice M.
Maeterlink. Y añade: «Esta prueba es siempre decisiva para un libro, y
muchas veces más dolorosa y desconcertadora que las pruebas del agua
y del fuego de los antiguos torturadores. Pocos libros la resisten,
y yo no me atrevo á someter á ella más que los versos ó la prosa que
desde las primeras líneas me han inspirado confianza. ¿Para qué hacer
padecer á un pobre libro que, aun con no ser muy bueno, es siempre una
obra de buena voluntad?» ¡Ay, y qué bien dice M. Maeterlink! La prueba
del jardín es terrible. ¿Ha probado M. Maeterlink con sus obras?
Yo sí: con su _Aglavanne y Selysette_. Y el jardín no era un jardín
urbanamente cultivado; era un jardín rústico, rodeado de un campo de
trabajo y de pena. La prueba se agravaba. Como en una Exposición de
pinturas basta la proximidad de una planta cualquiera para destruir el
efecto del paisaje mejor pintado, pocas obras literarias resisten el
contacto directo con la Naturaleza. Son obras cerebrales y necesitan
ir de cerebro á cerebro, sin airearse al pasar, como plantas delicadas
de invernadero. Libros que en la ciudad, en aquella vida artificiosa,
parecen la misma vida, en el campo no son más que flores de trapo. ¡La
vida es tan sencilla! Lo que ella pone es lo que no envejece nunca en
la obra de arte... Lo demás... es literatura, como dijo Verlaine. Yo
no aconsejaría á M. Maeterlink que sometiera sus obras á la prueba del
jardín, excelente para las obras de los amigos.
* * * * *
Estamos á primeros de Septiembre y nada se sabe del arrendamiento del
teatro Español. Y siempre lo mismo. La temporada debe dar comienzo
en Octubre. En tan poco tiempo, ¿cómo puede formarse una compañía
aceptable, ni cómo preparar obras ni organizar un plan de trabajo?
¿Qué razón tendrá después para quejarse el Ayuntamiento si el contrato
no se cumple como es debido? ¿No habrá llegado la hora ó de cedérselo
al Estado para ensayar el Teatro Nacional, ó de arrendarlo buenamente
como un teatro cualquiera, donde la empresa, con pagar puntualmente
su arrendamiento, puede hacer lo que mejor le acomode? Por muchas
vueltas que quieran darle, por lo menos hasta la fundación de un Teatro
Nacional, el verdadero teatro Español será, por ahora, el teatro de
la Princesa, y donde estén María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza
estará la cabecera. Del teatro Español podía hacerse un teatro popular,
con una compañía modesta y bien dirigida, que permitiera baratura en
los precios; un teatro de ensayo para autores y actores jóvenes. Lo que
no puede ser es adjudicarle de prisa y corriendo quince días antes de
la apertura y pedir que sea una Comedia Francesa. En esas condiciones
en la temporada pasada se hicieron milagros, y ya hemos visto cómo han
sido agradecidos. Tan agradecidos por parte del Ayuntamiento como ésta
y otras defensas por parte de la empresa. ¡Son tan interesadas, que no
hay para qué agradecerlas!


XXX

No sería malo que en los dramas de la vida, como en los del teatro,
pudiera alguno de los actores dirigirse al público, como era uso y
costumbre, para suplicarle que reservara su juicio hasta el final de la
obra. Con la diferencia de que la vida, en sus dramas y en sus novelas,
lo primero que nos ofrece es el desenlace, y, al contrario que en el
teatro y en los folletines, el interés no está en saber cómo acabará
aquello, sino en cómo habrá empezado. La solución es el principio del
problema. Los antecedentes es lo que importa. Pero si el que más y
el que menos, uno por uno, somos todo curvas, en cuanto nos reunimos
como espectadores no entendemos más que de rectas. Para bueno ó para
malo, el público sólo comprende los caracteres de una pieza, como suele
decirse, que respondan á una lógica teatral y novelesca. Pero ¡ay!
que la lógica de la vida, en su aparente complicación, es mucho más
sencilla. Los locos y los héroes saben solamente de líneas rectas.
Los demás vamos serpenteando por caminos de luz unas veces, de sombra
otras; el que parecía más obscurecido, resplandece de pronto; el que
iba como vestido de sol, se pierde en la sombra. Y todo sin pizca de
lógica. Esa lógica que necesitamos para explicarnos satisfactoriamente
las acciones... de los demás. Pero ¡ay tantas lógicas! Los maridos
calderonianos matan, celosos de su honor. Seguros de la virtud de su
esposa, les basta con que alguien pueda poner sospecha en ella, para
condenarla á muerte. A Otelo, más humano, nada le importaría que todos
sus soldados hubieran compartido el lecho de Desdémona, con tal de no
saberlo. Es celoso por amor, y por amor mata. Hoy comprendemos mejor al
moro de Venecia que al médico de su honra. La solidaridad del honor en
el matrimonio y en la familia ha pasado á la historia, si es que alguna
vez pasó de la poesía.
En aquella misma época, los escritores satíricos, más inspirados
siempre en la realidad, nos muestran claramente que no todos los
maridos eran médicos de su honra. Hoy nadie pone en duda que se pueda
ser un perfecto caballero aunque se haya tenido la desgracia de casarse
con una loca. Queda sólo la pasión de los celos como justificante
de cualquier arrebato sanguinario. Y en esto el buen público es
intransigente: pide unos celos... de _una vez_, sin blanduras, sin
desfallecimientos, sin vacilaciones. No sabe comprender que el corazón
se subleva en una hora contra lo que toleró muchos años; que se mata,
se perdona, que se insulta y se besa... ¡Pobre corazón humano, sometido
á esa lógica de espectador de teatro!
Ya se sabe que el público sólo juzga por sentimiento. Ni sería el más
noble el de la ociosa curiosidad, si no llevara envuelto, aunque en
menor grado, el de la justicia. Pero á éste, único respetable, sólo
la justicia puede dar satisfacción cumplida. ¿Será mucho pedir al
respetable público que suspenda su fallo hasta que la justicia dé el
suyo?
Los supersticiosos no dejarán de apuntarse un tanto á su favor. Tres
lidiadores del mismo nombre han sucumbido en las plazas; dos de ellos
en circunstancias muy parecidas. Extraño es que la gente de coleta,
que por más insignificantes agüeros suele preocuparse, no haya temido
la fatalidad de ese nombre: Pepete. Verdad es que por si solo ya es
un cartel. El torero que quiera llenar las plazas, no tiene más que
atreverse nuevamente con el nombre fatídico. Un Pepete y seis Miuras,
y á robar el dinero. Piénsenlo bien los postergados. Aunque más de uno
ya lo habrá pensado á estas horas, recordando la filosófica sentencia:
«Más cornadas da el hambre». Añádase á esto la emoción de quebrar
juego, tan saboreada por los jugadores. Si es verdad que á la tercera
va la vencida, ese nombre puede ser una seguridad. ¡A él, valientes!
Ya veis lo que dicen los buenos aficionados. La corrida de Murcia se
recordará siempre como un acontecimiento. Corridas así son las que
sostienen el fuego sagrado de la afición durante muchos años. Harán
bien las señoras católicas en no protestar contra ese espectáculo,
como contra la política del actual Gobierno. El clericalismo, los
toros, tienen intereses comunes. Vienen de lo mismo.
* * * * *
Escritores distinguidos lamentan, con sentidas razones, la decadencia
de la literatura en el periodismo. ¿En el periodismo? Y en todas
partes. La literatura está llamada á desaparecer, si Apolo (no el
teatro) no lo remedia. El público tiene sus buenos dientes, y hasta
sus colmillos bien retorcidos, y no necesita para nada de masticadores
artificiales, que es lo que venimos á ser los literatos en resumidas
cuentas. Ni siquiera nos consiente como cocineros, para aliñarle la
realidad con un poco de fantasía. El se lo guisa y él se lo come, como
Juan Palomo. Ha aprendido, se lo figura, por lo menos, á pensar por
sí mismo, y no tolera que nadie se le imponga. Así, en el periódico,
sólo quiere hechos, hechos como aquel maestro de Dickens. Informaciones
escuetas, sin comentarios; noticias, telegramas... Ya lo comentará
todo en el café ó en casa. Aceptemos la realidad, seamos modestos y
agradezcamos todavía que nos consientan ir viviendo. Por mí sé decir
que me avergüenza el dinero que cobro de la literatura. Quisiera ser
muy rico algún día, para descargar mi conciencia devolviéndolo todo
religiosamente. Sólo vale dinero lo que produce, á su vez, algún
dinero. Y ¿qué produce la literatura? El periódico no se vende más
por ella. El periódico... es él, es su nombre, sus informaciones, sus
noticias, sus anuncios. ¿Qué supone para su venta y su ganancia una
firma más ó menos? Es la firma la que goza del prestigio del periódico,
no al contrario. Pruebe el escritor que se juzgue más leído á cambiar
de sitio.
Lo mismo en el teatro: el teatro es la noche, el abono, las actrices
bellas y bien vestidas, los actores favoritos del público. ¿Qué
significa la obra? Un poco más ó un poco menos de literatura. Pruebe
también el autor que se crea más estimado por sí propio á cambiar de
teatro. En la Princesa, por ejemplo, todas las obras son lo mismo.
¿Qué más da una que otra? Hay que salir un poco de los Círculos
literarios, en donde á fuerza de despellejarnos parece que tenemos
alguna importancia, para comprender lo poco que significamos. No hay
vanidad que resista á una de estas enérgicas curaciones al aire libre.
La vida moderna funciona por una poderosa maquinaria para la que
cualquier obrero es bueno. Vamos al socialismo más de prisa de lo que
parece. El mundo será una gran máquina productora de felicidad social.
¡Hermosa máquina!
Andará sola. Los hombres se habrán muerto todos de hambre ó de
fastidio.


XXXI

Cuando el doctor Lombroso, en los buenos tiempos de su escuela
antropológica, se propuso demostrar que todo hombre de talento--de
genio decía él--tenía sus buenas puntas y collar de loco, no había
detalle insignificante en la vida de un hombre célebre que no fuera
para el buen doctor señal evidente de chifladura. Yo creo que, aplicado
el mismo sistema á cualquier individuo, tan locos parecerían los tontos
como los hombres de talento, salvo el talento.
Del mismo modo es peligroso investigar en preocupaciones de escuela,
cuando de averiguar culpabilidades se trata. ¿Qué vida de santo
resistiría la implacable investigación de algunos infatigables
averiguadores, obstinados en que han de ser tijeretas? Que si los
padres, que si su abuelo, que si allá por el año 58... Y es que á
lo mejor, nos creemos asomados á nuestro buen balcón con vistas á
Europa, y resulta que es al corredor de un patio de vecindad. ¡Tenemos
tan pocas cosas serias en qué ocuparnos! Pero ¿quién podrá decir que
tiene una vida privada? Como en danza de la muerte, no hay quien
escape de hacer su mudanza al son de la moderna publicidad, que cual
la muerte á todas partes llega y á nadie olvida. ¡Desgraciados de
los primos segundos de nuestros cuñados si algún día tenemos nuestra
hora de notoriedad! Desnudados se verán en público para regocijo de
las gentes. Y no hay que culpar demasiado á los que, en apariencia,
pudieran parecer los únicos culpables. No puede una enfermedad tan
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