De Sobremesa; crónicas, Tercera Parte (de 5) - 4

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procuren ser ricos, á condición de que todos también estén dispuestos á
morirse de hambre en un día. Con la primera cualidad, dominante en la
República Argentina, y la segunda, dominante en España... ¡gran nación!
* * * * *
Millones de flores, que representan millones de pesetas, cubrirán la
tumba del rey Eduardo de Inglaterra. Los economistas republicanos, que
hallan sus mejores argumentos contra la Monarquía en publicar lo que
cuesta el sostenimiento diario de unas caballerizas reales, no dejarán
de filosofar ante ese derroche de flores. No pensarán lo mismo las
floristas ni los floricultores. Y siempre que un señor de esos que,
por alardear de modestia, deja dispuesto en su última voluntad que no
se deposite coronas ni flores sobre su cadáver y que se le entierre con
la mayor sencillez, pienso en la oración fúnebre que han de dedicarle
los empresarios de pompas fúnebres y los fabricantes de coronas: ¡Vaya
con el hombre, á qué hora ha ido á acordarse de ser modesto! Yo creo
que la mayor modestia es no disponer nada y dejar á los ricos que
hagan su gusto y su voluntad y á los funerarios su negocio. El que uno
se muera no es razón para que no vivan los demás. A mí me parece muy
bien todas esas flores y ese dinero que se gastan los ingleses. Las
flores nunca son caras. Además, los vivos son lo bastante vivos para no
dedicar flores al muerto; las flores son á los que quedan.
Recuerdo que á un gran personaje se le murió un sobrinito, y la casa
se llenó de coronas y de flores y el entierro llevó el más lucido y
numeroso acompañamiento, y decían los familiares de la casa: Si esto
es por el sobrino, ¡cuando el señor muera! Pero el señor, al morir,
no dejaba familia de importancia, ni, de ella, nadie que pudiera
dar destinos ni dispensar favores, y al entierro... dos peseteros y
los precisos operarios. Señores muertos: nada de consideración con
los vivos; admitan ustedes coronas y flores, y á la familia dejarle
encargado el entierro de primera y con mucho clero: que vivan todos.
Siempre hace bien ver caras alegres en un entierro.


XVIII

Todo Gobierno, al emitir su respectivo discurso de la Corona, bien
puede disculparse, como el aldeano de Molière:--Si digo siempre lo
mismo, es porque siempre es lo mismo; que si no fuera siempre lo mismo,
no diría siempre lo mismo.
Si los anteriores Gobiernos hubieran realizado todas las bellas y
grandes cosas prometidas en sus sendos discursos, nada quedaría por
realizar, ni siquiera por prometer, y holgaría un nuevo discurso de
discursos (revista de revistas).
Si de la vida dijo Shakespeare que era fastidiosa como un cuento oído
dos veces, ¿qué serán estos discursos tantas veces oídos? Así nos hemos
acostumbrado á oírlos con el más consecuente escepticismo, reflejo tal
vez del escepticismo que suele dictarlos.
En fin, como el escepticismo es puerta entornada, ¿por qué no hemos
de conceder á estos discursos siquiera la confianza que ponemos en la
lotería? Alguna vez puede tocar. No aspiremos al premio gordo.--El
programa ideal. ¿No es eso?--¡Si tocara una aproximación!
En lo que no cabe por esta vez escepticismo es en lo del «vigoroso
llamamiento al crédito». Esa es la eterna subida del vino: que nunca
mejora de calidad, aunque suba de precio.
Por si no bastaba con un discurso, hemos tenido dos: el de la Corona
y el de la coronilla, á cargo del jefe del partido conservador, muy
empeñado en llevar vela en este entierro, que bien puede serlo si no
hay á tiempo un capirotazo enérgico que apague esas velas y cirios que
ya han «deslucido» bastante.
Entre los dos discursos nos quedamos... con el Mensaje de la Asamblea
agrícola; de menor resonancia, pero de más sólida y aplicable doctrina.
* * * * *
Próximas á terminar las representaciones de Novelli en Lara, cerrados
muchos teatros de invierno--algunos más propios de verano por la
frescura de obras y artistas,--no queda en Madrid más espectáculo
atractivo que las sesiones del Congreso y alguna cómica, especial,
del Senado, que cuenta para el género con eminentes y acreditados
característicos.
Las distinguidas aficionadas al Parlamento, en todas sus
manifestaciones, particulares y públicas, ya tienen dónde pasar la
tarde y en dónde distraerse hasta el veraneo, retrasado, como siempre
por los deberes políticos de los maridos, padres, etc.
El elemento femenino ha de interesarse mucho en la actual legislatura.
Hay que evitar la condenación de más de cuatro amigos arriesgados en
alguna votación peligrosa. ¡Sería una lástima no poder encontrarse con
ellos en celestiales moradas, como ahora en las más elegantes casas,
por culpa de un proyecto de ley! Hay liberales muy simpáticos, y hasta
con dinero; el partido conservador no tiene monopolizadas estas dos
bellas cualidades para brillar en sociedad.
Yo sé que á estas horas hay quien eleva plegarias y hace ofrecimientos
por la salvación de algunos ministeriales. No teman las distinguidas
intercesoras; llegado el caso, todos han de salvarse, más que por
vuestra intercesión, por propia iniciativa, al grito dispersador de:
«¡Sálvese el que pueda!» No roguéis por ellos; rogad por vosotras y
por vuestros hijos, diremos parafraseando palabras de Jesús. Porque
si pudierais ver, como El, en lo venidero, veríais lo que mejor os
estaba y les estaba á todos para evitar mayores males. Verdad es que si
vosotras tuvierais inteligencia y cultura para comprender estas cosas,
hace mucho tiempo que estarían resueltos muchos problemas por sí solos.
* * * * *
El orgullo nacional de los franceses, irreductible, sobre todo
tratándose de su arte, se halla muy resignado con ver su París invadido
por toda clase de espectáculos extranjeros. Opera italiana, comedia
belga, baile ruso; sin contar innumerables artistas, autores y músicos
de diferentes nacionalidades repartidos por diferentes teatros.
A mal tiempo amable sonrisa, y ellos venden por generosa hospitalidad
lo que á regañadientes soportan. Claro es que los comediantes belgas
son una pobre gente sin pizca de _chic_, aunque sean más espontáneos
y naturales que los amaneradísimos actores franceses, apestantes á
Conservatorio y á Comedie Française; que Caruso no puede compararse
con los admirables tenores de la Gran Opera, con sus voces de gato
pisado... Sólo ante los bailarines rusos humillan su superioridad,
y eso porque, según ellos, todo su arte es de la más pura tradición
francesa.
Como espectáculo propio no han ofrecido, autores y actores franceses,
en estos últimos tiempos, nada más interesante que la pelotera entre
Bataille--el nombre obliga, y él se encarga de justificarlo--y la gran
Sarah, sólo comparable á la guardia napoleónica en lo de dar que hablar
hasta sucumbir.
En París, como en todas partes, se perecen por estos chismes teatrales.
Hasta que los Tribunales dieron la razón á Bataille, todo el mundo
estaba de su parte; en cuanto tuvo á la justicia por suya, consideraron
que ya tenía bastante, y todo el mundo se puso de parte de Sarah.
Cuando se atrevió á embargarla sus muebles y los ingresos de su
teatro... ¡no se diga! Los mayores enemigos de la actriz se aprestaron
á defenderla contra el autor. Se llegó á decir que Bataille había
insultado á Francia en la persona de Sarah.
Aquí, por fortuna, no se llevan á punta de embargo estas cosas de
teatro, que no valen la pena. Sólo sabemos de un empresario capaz de
embargar á sus autores; pero con el mayor cariño y sin dejar por eso
de representarles sus obras, para mejor garantía del embargo... Los
demás, todos buenas personas. Nos peleamos, hacemos las paces, nos
odiamos, volvemos á querernos; pero todo con la mayor modestia, sin
indemnizaciones y sin reclamos.


XIX

Las mujeres son, por lo general, conservadoras, muy respetuosas
con lo tradicional y establecido; pero cuando una mujer da en
revolucionaria... Nada menos que todo el sistema planetario nos ha
trastornado una distinguida dama, miss Craig, en interesantísima
conferencia dada en el Ateneo.
No era la flor que más se había presentado hasta ahora, en el ramo
de la sabiduría femenina, ésta de la astronomía. Bueno es que la
mujer se vaya poniendo en comunicación con el cielo de mejor modo que
con importunas plegarias petitorias. La aparición, mejor dicho, la
desaparición, y para nosotros ¡ay! despedida, sin beneficio, del cometa
de Halley, á más de su cola natural, se ha traído otra muy larga de
discusiones entre los astrónomos. A consecuencia de todas ellas, se
inicia el descrédito de algunas verdades, que ya habían durado lo
bastante, para obtener, sin que nadie pueda molestarse, su jubilación y
pase á la escala de reserva. Todo nuestro respeto para estas mentiras
de hoy, que fueron las verdades de ayer, y aprendamos por ellas á
respetar las mentiras de hoy, que tal vez sean las verdades de mañana.
Los estudios de miss Craig son muy serios y no deben tomarse á broma.
Sin llegar á las atrevidas afirmaciones de la conferenciante, otros
astrónomos de gran renombre han coincidido recientemente en negar
las teorías de Newton sobre las leyes de gravitación y de atracción
universales.
Por mi parte, celebraría mucho que se salieran con la suya; porque, con
todo el respeto á Newton, eso de que cuando uno cae, cae por atracción,
me pareció siempre una tontería. Es para escamarse el que á Newton se
le ocurriera viendo caer una manzana; desde los primeros días del mundo
la manzana fué siempre fruta ocasionada á funestas equivocaciones.
En este caso nada se ha perdido; todo es que los pobres muchachos
estudiantes del bachillerato tengan que aprenderse una nueva teoría...
hasta otra. Los licenciados y doctores pueden seguir sirviéndose de la
que estudiaron en sus libros. Más se ha adelantado en otras materias,
de aplicación más inmediata, y hay quien se anda en el Fuero Juzgo y
sus equivalentes.
Entre las afirmaciones de miss Craig, la más alarmante es la de que el
sol nos ha estado engañando miserablemente. La luz que nos alumbra no
es cosa suya. Yo no se cómo no habíamos caído antes en ello, cuando
en el Génesis se habla de la creación del sol y de las estrellas,
por una parte, y por otra se dice que la luz fué hecha. Con la nueva
explicación no hay, pues, que temer un nuevo conflicto entre la
Religión y la Ciencia. Más vale así; que bastantes hemos tenido, sin
contar con los que esperan al Gobierno con la Nunciatura. Quedan, en
cambio, inservibles todos los embustes y ponderaciones:--¡Tan verdad
como el sol que nos alumbra!--Inservibles también una porción de odas y
de comparaciones. Pero ya verán ustedes cómo el sol continúa viviendo
del crédito durante mucho tiempo. Hasta en eso va á parecernos más
español: en vivir de las apariencias.
* * * * *
Ríanse ustedes de imperiales cortejos en Roma, triunfos carnavalescos
de los Médicis en Florencia, tramoyas del Buen Retiro y pastorales de
Versalles. Todo es pobretería en parangón con la admirable _carrozada_
que nos han presentado. Menos mal que sólo estábamos la familia y los
amigos, como en función casera, y apenas había entre los espectadores
quien no tuviera en la cabalgata un pedazo de su corazón ó una prenda
de su guardatrapos.
¿Qué mal aficionado á representar comedias no habrá saludado con
emoción aquellas trusas y aquellas pelucas? La intención era buena;
pero ya sabemos que de buenas intenciones está pavimentado el infierno
y de peores debe estarlo Madrid, según el aspecto de sus calles.
Organizar una cabalgata, presentable á plena luz del día, es cosa
que requiere mucho dinero y mucho arte. Otro hubiera sido el efecto
amparándose de las sombras protectoras de la noche y al favorable
engaño de antorchas y bengalas. Sin contar con que las fiestas
nocturnas son más agradecidas; como que en ellas sí que puede
decirse que el espectáculo está en el espectador, mejor dicho, en la
espectadora, y lo que se ve es lo de menos. Hay función de fuegos
artificiales que no se olvida nunca, y bien sabe Dios que no es por
los cohetes. En todo festejo popular hay que atender á estas emociones
reconcentradas, por si fallan las exteriorizables.
* * * * *
Con excepciones muy contadas, es tan general como deplorable la afición
de los buenos actores á representar malas comedias. ¡Lo que ellos gozan
entregándose en cuerpo y alma á la ingrata tarea de levantar muertos!
¡La de esperpentos dramáticos que gozan honores de obras inmortales
gracias á la interpretación de algún gran comediante!
Buena prueba es el repertorio que se ha traído Novelli, como para
examinar de paciencia á sus muchos admiradores. No hay idea de lo
satisfechos que se quedan algunos actores cuando el público sale del
teatro diciendo:--Todo muy malo, todo; pero ¡él! ¡El solo! ¡Sólo él!
El peligro de este inmoderado afán solitario está en que el público
se canse de decir:--¡El solo! ¡El solo!, y se decida á ponerlo en
práctica, dejándole solo en efecto. No merece otra cosa la vanidad de
algunos comediantes que llegan á creerse que ellos solos son una obra y
un teatro.
* * * * *
Para tranquilizar á los cortadores de cupones, los más alarmados al
menor síntoma republicano--¡si habrá confianza en la cuadrilla!,--se
apresta D. Jaime á estrenar un caprichoso uniforme, regalo de sus
esperanzados creyentes. Es de suponer que al regalito acompañe su buen
paquete de alcanfor ó su naftalina. De airearse el uniforme habría
que convenir en que se habían apolillado otras muchas cosas. Que
hay polvareda es indudable. Confiemos en que el Sr. Canalejas sabrá
servirse del plumero propio y en ningún modo de los zorros que alguien
pueda ofrecerle; considere que la opinión está con la escoba levantada
y en alguna parte tal vez la tengan pajas arriba y detrás de la puerta,
como se usa entre supersticiosos para despedir visitas molestas.


XX

Me preguntan algunos amigos si no diré nada del discurso de D.
Alejandro Pidal, en contestación al discurso de D. Leopoldo Cano, de
todas mis simpatías, como autor y como persona. ¿Para qué decir nada?
Toda la elocuente diatriba contra el teatro moderno, sin demostrar otra
cosa que no haberse tomado el trabajo de conocerlo, ¿no es la misma con
que ilustres correligionarios de D. Alejandro Pidal, y quizás él mismo,
anatematizaron el teatro de Echegaray, el de Sellés y el de Cano? El
de este último con mayor ensañamiento. ¿Quién no recuerda la crítica
de _La Pasionaria_, escrita por el buen D. Manuel Cañete, cabeza
parlante del grupo ultramontano de la Academia Española? ¿Cómo habían
de perdonarle aquello:
«Y muertos en la trinchera,
resucitan en Madrid?»
Y aquello otro (cito de memoria; pero no es muy mala, á Dios gracias):
«... Son rezadores maestros
que, devotos y contritos,
andan comprando delitos
á cuenta de Padresnuestros.»
Así como así, D. Leopoldo Cano, cuando otros méritos no tuviera, y
téngole en muy alto concepto, fué, y esperamos que siga siéndolo, de
los autores más valientes y más sinceros de la escena española.
Así lo ha reconocido D. Alejandro Pidal, con todas las cualidades
que en otro tiempo parecieran graves defectos. ¡Oh! La Academia no
es rencorosa. Basta con dejar de escribir por algún tiempo para que
los atrevimientos parezcan moralidades, el «verismo», idealidad y la
cáscara amarga hueso dulce. ¿No sabemos todos que á la Academia no
llevan las obras que se han escrito, sino las que se han dejado de
escribir?
* * * * *
Con tantas graves y grandes preocupaciones, no es de extrañar que á lo
mejor pase inadvertida alguna pequeña enormidad, como la de declarar
contrabando un encendedor automático, sin más razón ni fundamento que
el perjuicio á un monopolio del Estado. Ya sabíamos que todo monopolio,
los hay de muchas formas y clases, era siempre un obstáculo á todo
progreso; pero nunca se había declarado tan descaradamente. Según eso,
cada vez que encienda usted su cigarro á una llama que no sea la legal
de la cerilla monopolizada es usted más contrabandista que los de
_Carmen_. Los encendedores eléctricos de los Casinos y otros Círculos,
los mismos aparatos denunciados que, en otra forma, se usan para
encender los cigarros de sobremesa, contrabando también; cuando pide
usted lumbre á un transeunte, aparte la impertinencia, incurre usted en
delito... Con la misma razón pudo declararse contrabando el gas cuando
vino á sustituir al aceite y al petróleo, y la luz eléctrica después...
Y las empresas de ferrocarriles debieran declarar contrabando el
automóvil, porque mucha gente lo prefiere al tren para viajar, con
perjuicio de las Compañías... Y, por este sistema, también pueden tener
razón los protestantes, aunque les moleste el nombre, contra la ley
de los signos exteriores, que también ellos venían disfrutando de un
monopolio tan respetable como el de las cerillas.
No sabemos si habrán protestado los fabricantes y expendedores del
aparatito en cuestión; pero no sólo ellos, todo el mundo debiera
protestar contra esa pequeña enormidad, expresiva muestra de otras
enormidades cometidas en nombre de _trusts y_ monopolios...
* * * * *
Nuestro Ayuntamiento, con miras más altas que las aceras y arroyos,
se propone limpiar los rótulos anunciadores de toda incorrección
gramatical. Por lo pronto, ha ido á fijarse en lo de «carnecería»,
que les parece anticuado. ¿Anticuado? ¿Por qué? El movimiento se
demuestra andando, y el mismo uso constante demuestra que no hay tal
antigüedad. Ya sé yo que suena más fino carnicería, sólo que es otra
cosa. Ya basta, para los que venden la carne en malas condiciones,
hacer carnicería en nuestro estómago, sin anunciarlo por adelantado.
Bien está lo de carnecería cuando de vender carne se trata, y déjese
la carnicería para luchas de fieras, campos de batalla, operaciones
quirúrgicas y otros destrozos en carne viva ó muerta. ¿Qué opina el
_Chico del Instituto_, á cuya autoridad me someto por adelantado?
En cuanto al uso del infinitivo por el imperativo, sí es cosa fea;
pero yo, que siempre prefiero lo ordinario á lo cursi y creo que el
vulgo tiene siempre razón al hablar, estoy por decir que hasta cuando
dice «haiga», hallo el imperativo tan redicho y con un sabor á mandato
de rey de teatro: «¡Salid! ¡Llegad! ¡Teneos!», que estoy por preferir
el infinitivo, incorrecto y todo. Lo de «Llevar la izquierda», ya
sabemos todos que es un modo abreviado de decir: «Hay que llevar la
izquierda». No es tan grave falta que no llegue á entenderse lo que
se quiere decir. Escritores de muchas letras, y académico alguno, ha
escrito: «No reírse, no asustarse». Y, en efecto, nadie se ha reído y
nadie se ha asustado. Bien están la corrección y limpieza del idioma
por esas calles, mientras llega la limpieza de las calles mismas; pero
no vayamos á ponernos tan finos como aquella damisela que, por no usar
términos vulgares, solía decir: «Mamá, haga usted la vista gruesa».


XXI

Saludemos á dos autores noveles, no desconocidos: los Sres. Godoy y
Alberti, triunfadores en el concurso de obras dramáticas abierto, con
excelente acuerdo, por el Ayuntamiento y por la empresa del teatro
Español. El nombre de los autores, vigoroso poeta el uno, literato de
gran cultura el otro, tanto como el nombre de los jurados, garantiza
el acierto. Razón hay para esperar la más favorable confirmación por
parte del público; aunque un público del que han de formar parte
muchos de los concursantes no favorecidos, no es para deseársele á
nadie. El teatro Español, por su carácter oficial, por disfrutar de
una subvención, es el que menos puede excusarse de admitir obras de
autores noveles. Quédese para los empresarios industriales el creer que
sólo conviene á su negocio representar obras de autores consagrados,
que, á veces, en una sola equivocación perjudican más que favorecieron
con diez aciertos. Hay que convenir en que el público, rutinario
siempre, es cómplice de las empresas en esto de no interesarse más
que por las obras de un limitado número de autores. Si el público
mostrara mayor interés por conocer obras nuevas de nuevos autores,
yo creo que las empresas procurarían complacerle. Tanto, pues, como
vencer la resistencia de las empresas y de los autores monopolizadores,
importa vencer la desconfianza del público. Esto sólo ha de lograrse
en fuerza de grandes aciertos. Pero es preciso dar facilidades para
que sean posibles. Según las mejores referencias, á la obra premiada
hay que añadir otras muy estimables entre las presentadas al concurso.
Las empresas de los diferentes teatros, en justa proporción, deben
admitirlas para su representación en la temporada próxima. Conveniente
sería establecer por costumbre, ya que sobre ello fuera algo tiránico
legislar, que un mismo autor no pudiera estrenar más de una obra
por temporada en el mismo teatro. Nadie iría perdiendo. El público
hallaría mayor novedad, los actores evitarían el amaneramiento que
trae, sin darse cuenta, el representar obras del mismo corte, y los
autores más admirados el peligro de fatigar la admiración, lo más
fatigable que existe.
* * * * *
Siempre que asisto que á un banquete, sea de homenaje, sea de
confraternidad, aparte la lubina á la mayonesa, que, por lo inmutable,
representa el elemento filosófico, la figura más interesante para mi
atención es la del camarero. El camarero también es filosófico. ¡Han
pasado tantas lubinas patrióticas, políticas y artísticas por sus
manos! El camarero y la lubina no tienen convicciones. Saben que hay
un mismo _menu_ de homenaje para todos. ¡Qué indiferencia la suya ante
las lubinas oratorias, á la hora del Champagne, que tampoco tiene
secretos para él! La cocina y las atenciones del servicio, como los
bastidores del escenario á los tramoyistas, le han quitado toda ilusión
sobre lo que se come y lo que se representa. Suenan magníficas las
grandes frases de los discursos, y el camarero, mientras pregunta con
voz discreta por su jurisdicción: ¿Cognac ó Chartreuse?, percibe el
comentario malicioso de los comensales, que es como el _pizzicato_
burlón que acompaña en sordina la frase apasionada en la serenata del
_Don Juan_, de Mozart.--¡Qué gran batata!--oye el camarero.--¿Decía
usted?--¡Ah! Nada... No es á ti... Chartreuse. Y suena un ¡bravo!
y no suenan las risitas, ahogadas en un sorbo del licor estomacal.
Pero el camarero piensa:--¿A quién se engaña aquí?--No; no es á él,
ciertamente, simbólico y significativo en aquel momento; representación
de todos los que no tienen puesto en esos banquetes, en donde la
más brillante representación de las llamadas clases directoras, sin
engañarse ellos mismos, creen haber convencido á los demás.
* * * * *
No hace muchos días indicaba que el ídolo de oro acaso tenía los pies
de barro.
El viajero superficial suele deslumbrarse con las brillantes
apariencias. Dura y tenaz ha de ser la lucha de los Gobiernos en
la República Argentina para vencer al anarquismo; acaso más de una
vez peligren en ella sus instituciones democráticas y su generoso
humanitarismo. Días de prueba aguardan al ilustre hombre que marcha
á presidir los destinos de un pueblo joven, por transfusión de tanta
vieja sangre, acaso envejecido antes de tiempo. Salaverría, en su
admirable libro _Tierra argentina_--tan justo de observación y tan
artísticamente desapasionado,--celebra y admira la fuerte dignidad
del trabajador de allá en los más humildes oficios, tan opuestos á su
servilismo, rastrero en ocasiones, de nuestras viejas tierras. Bien
estaría esa dignidad si no tocara en desabrimiento. Yo no he conocido
nada más desagradable que la gente--mal puede llamarse humilde--de
Buenos Aires. Muy impuestos en sus derechos, eso sí; ni toleran una
reprensión destemplada ni agradecen tampoco una atención cariñosa. Con
lo que se les debe les basta. Pero, como dice Bernardo Shaw, ¿qué
sería del mundo si todos nos diéramos á hacer lo justo?
Con esa violenta disposición de espíritu en los de abajo, causa ó
efecto de violenta disposición en los de arriba, las ideas anarquistas
prenden con facilidad y se propagan con rapidez. ¡Cómo andará ello, que
muchas familias distinguidas de Buenos Aires habían decidido quitar
casa y hacer vida de hotel por serles imposible tolerar las exigencias
de los criados! Durante los treinta ó cuarenta días que permanecí en
un hotel conocí veinte criados distintos sólo en en el servicio de mi
habitación. En el comedor todos los días veíamos caras nuevas. Un día
hubo huelga general; no quedó un solo criado en el hotel; en todos
sucedía lo mismo. En uno de ellos no se contentaron con abandonar el
servicio, sino que, para causar mayor trastorno, antes de despedirse
deshicieron las camas, desarreglaron las habitaciones y estropearon la
comida preparada. Todo en uso de su perfecto derecho. Las huelgas de
los diferentes gremios no pueden contarse. Ahora empiezan las bombas. A
la violencia responderá la violencia... Ya verán los que murmuran de
las Monarquías lo que hace una República cuando llega el caso. Creo que
el espectáculo y la lección han de ser interesantes, aunque tal vez no
sean provechosos ni aprovechables.
* * * * *
--¿Ha visto usted el sombrero de las mil pesetas?--Aquí no puede
decirse del ala, suponemos que entrará todo en el precio.
--¿Mil pesetas un sombrero? Será una tiara.
Aquí sólo algunas señoras de esas que andan ahora tan ajetreadas y todo
el año tan trajeadas, puede gastarlos parecidos. Los célebres sombreros
de la Maison Virot--hoy dividida en dos razones sociales,--una monada
de sombreros, se han cotizado siempre entre los 300 y 500 francos. De
esto sé yo una barbaridad; si supiera tanto de otras cosas, hubiera
llegado á ser algo. Con el tamaño sobrenatural de los de ahora, no es
extraño que suban el precio. Sólo de plumas hay sombrero que se lleva
en el adorno un avestruz entero. De modo que, para pagarlo, hay que
desplumar por lo menos otro ó poner á contribución toda una manada: á
este una pluma, al de más allá otra... Pero ¡si estaremos desquiciados!
El otro día, mientras dos señoras iban hablando por la calle, muy
acaloradas, de las cuestiones políticas y religiosas de actualidad,
pasaron dos curas, y ¿de qué creen ustedes que iban tratando? Del
sombrero de Ursula López. ¿Se convencen ustedes, señoras mías, de que
no peligra nada fundamental?


XXII

No es cualidad española el proselitismo. Nos damos tan mala maña al
sostener nuestras ideas y doctrinas, que sólo sabemos exponer lo
esquinado con toda su hiriente dureza, en vez de suavizar las aristas
con blandas redondeces. Más prontos al brusco ataque que á la serena
defensa, aún no hemos llamado con nuestra voz cuando ya hemos espantado
con nuestros gritos. Hablamos para los nuestros, que son los que menos
necesitan oírnos. No es á los que piensan como nosotros á los que
importa convencer, sino á los que piensan del modo contrario.
Tuvo su mayor enemigo el socialismo en la vulgar opinión obstinada en
confundirle con el anarquismo. Empezaba á desvanecerse la confusión;
los más temerosos iban perdiendo el miedo; se presentaba la ocasión
para no dejar sombra de esos infundados temores. Al socialismo podrá
faltarle en mucho tiempo, para ser realidad posible, la base de bondad
humana que presupone su soñada organización social. Esta es su mayor
equivocación: suponer que una nueva organización social pueda ser causa
de una nueva condición humana, cuando sin duda es todo lo contrario.
Sin mejorar al hombre, ¿cómo es posible mejorar la sociedad? Ni las
instituciones ni las leyes son varas mágicas de virtudes. Pero, en
fin, cuando los hombres sean mejores, por selección natural ó por
cultura artificial y científica, el socialismo se impondrá por sí
solo, que es el modo mejor de imponerse sin imposición. Entretanto,
y hay tiempo para ello, más conviene que crean en nuestra bondad que
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