De Sobremesa; crónicas, Primera Parte (de 5) - 09

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los que abominan de la masa neutra, que esto de la abstención es una
opinión tan respetable como cualquiera otra, lo mismo en política que
en arte. ¿Hay que opinar de todo por fuerza? Hay muchas cosas de las
que no puede decirse ni que sí ni que no, que ni están mal ni están
bien, y acaso estarían mejor no estando de ninguna manera. A este
respetable orden de cosas pertenece casi todo lo que es fundamento
del tinglado social. Por instinto de conservación debemos impedir las
votaciones decisivas.
* * * * *
Otra aplicación del sufragio universal al teatro es la que ha iniciado
M. de Brieux modificando el desenlace de su nueva obra «Simone» á gusto
del público.
¿Que las obras, y sobre todo las teatrales, se escriben para el
público? Indudable. ¿Que M. de Brieux estuvo en su perfecto derecho
al procurar complacerle por todos los medios? Indudable también. Solo
que cuando se usa de tal derecho y de tales procedimientos, no debe
nadie, como el autor de «La toga roja», de «Maternidad» y de los
famosos ...—¿estaría mal si tradujéramos «Averiados», puesto que de
averías se trata?—presumir de autor que hace tribuna y cátedra del
teatro para defender ideas y doctrinas humanitarias.
Nada habría que decir de esos cambios y acomodos si se tratara de obras
á lo Sardou. Y no ha sido Sardou, hagámosle justicia, de los autores
menos intransigentes en sostener escenas y desenlaces contra las
indicaciones de sus intérpretes y aún del gusto del público.
Pero, francamente, que un autor de ideas pueda dar el mismo valor á
las ideas opuestas, que un carácter humano pueda desenvolverse con la
misma lógica en un sentido ó en el contrario, que Otelo pueda perdonar
á Desdémona y que Yago pueda arrepentirse, todo sin más razón que el
desagrado del público ... No se, pero aún autorizándome con el ejemplo
de Ibsen, no me parece de una gran probidad artística.
Asuntos hay en la realidad, y no digamos en la imaginación, en que
sin detrimento de la verdad ni de la lógica, puede cualquier autor
garantizarse el completo agrado del público. Pero una vez emprendido
el camino de quitarle el hipo, no se debe retroceder ni rectificar.
A más de esto, es no conocer al público el creer que agradece esas
concesiones. El público es como las mujeres, sólo tolera los primeros
atrevimientos con la condición de que se llegue á los últimos. Todo
menos defraudar.
* * * * *
Cuando como el mejor pretexto para tirar un poco de la cuerda á la mala
prensa—toda la de oposición, en el más amplio sentido de la frase,—se
aduce el peligro del contagio que la publicidad puede producir en los
crímenes del terrorismo, no se compagina el interés en conmemorar uno
de esos crímenes con un monumento. ¿Puede darse mayor publicidad? Y
de las cuatro caras del monumento, una para la piedad, otra para la
execración, otra para la historia ... ¿no quedará una siquiera para la
glorificación, cuando frente á el se encaren los de la idea?
Hay cosas que mejor están olvidadas que recordadas de ninguna manera.
Ese monumento, como los que recuerdan discordias civiles y luchas
domésticas, no puede servir de ejemplo ni de enseñanza.
¿Qué se pretende con ese inoportuno monumento? ¿Un alarde de
monarquismo? Ahí esta el monumento á Alfonso XII esperando el óbolo de
los más leales monárquicos. ¿Un alarde de piedad religiosa? Sufragios
tiene la Iglesia que aplicar por las víctimas, sin olvidar al culpable,
que para algo somos cristianos. Todo, menos ese monumento antipático,
odioso, recuerdo perenne de algo que esta mejor no recordado.
* * * * *
Todos los años al empezar la temporada taurina leemos las mismas
lamentaciones de los profesionales escritores taurinos:—¿Como? La
empresa se olvida del buen torero fulano, un torero serio, un torero
muy apañadito: es imperdonable que la empresa no de un lugar en el
cartel de abono al simpático diestro mengano, que tan desgraciado ha
estado siempre en esta plaza, pero á quien los verdaderos aficionados
verían con gusto por su toreo serio ...—Esto de la seriedad es muy
apreciado en el toreo.
Sucede que la empresa suele conmoverse y atender los clamores de la
opinión, y sucede que la tarde en que anuncia á esos diestros, la
entrada no da ni para pagar las mulillas; sucede que el escaso público
se aburre, y sucede que los mismos que clamaban por que la empresa
diera un lugar en el cartel al torero serio y al torero apañadito,
salen renegando de ellos y de la empresa que los contrato. Es que en el
toreo como en la política hay quien sostiene la reputación á fuerza de
fracasos. Por algo son los dos espectáculos más nacionales. La cuestión
esta en fracasar seriamente. Y en esto de la seriedad el Quinito y
Maura son insustituibles.
* * * * *
A Fígaro, como á Espronceda le ha llegado su hora de gloria. Si es
cierto, como asegura un amigo mío, que cuando á un escritor le llega
esa hora es señal de que ya no lo lee nadie, no hay por qué celebrar el
tardío recuerdo, muy prematuro, si cuando más se recuerda al hombre más
olvidadas están las obras.
Pero, en fin, si recuerdo hubiere, Dios nos lo depare bueno, y sobre
todo, para nada se tenga en cuenta los precedentes—¡nuestro gran
tirano!—Hagan algo nuevo, y si á los precedentes hay que atenerse,
cerca esta el de los admiradores de Tolstoï, que se disponen á celebrar
el jubileo del gran escritor, publicando una copiosa edición de sus
obras en todos los idiomas del mundo.
Sin propagar previamente la lectura de sus obras, ¿podemos estar
seguros de que el Larra más popular y conocido sea el primero de la
dinastía, cuando existe el celebrado actor cómico del mismo nombre y
apellido? Sin olvidar al aplaudido autor de «El barberillo de Lavapiés»
y al no menos aplaudido autor de «La trapera»; todos ellos más
populares y conocidos hoy que el inmortal Fígaro; para que los hombres
graves puedan decir como el Rey Lear: «¡Take phisic pomp!» Y no
traduzco, porque dentro de pocos días tendremos aquí una compañía de
opereta inglesa y todos nos hemos de reir como si lo entendiéramos.
A los partidarios de un idioma universal, les anticipo que las artistas
son muy guapas. Tuve el gusto de verlas en Santos; el barco que las
conducía á Buenos Aires hacia allí escala, y las lindas artistas se
divertían en hacer un poco el muelle, y entre los negros cargadores
y los traficantes del puerto, ellas, con sus más claros trajes y sus
más rubias cabelleras daban una alegre nota de juventud y de belleza;
la alegría del arte que pasaba por aquel hormiguero de traficantes y
especuladores ... y ellas reían, reían, en la claridad de sus cabellos
rubios, sus vestidos blancos y sus sombrillas rojas, reían con esa risa
fresca y sana que hace parecer siempre niñas á las inglesas cuando
pasan por tierras de sol y ellas son lindas.
* * * * *
La compañía de opereta inglesa ha sorprendido á muchos con su
repertorio y con su manera. ¿Qué esperaban ustedes? ¿Es peor nuestro
género chico? ¿Se convencen ustedes de como nuestro público es el
más difícil de contentar, y eso que paga menos que ningún otro por
divertirse en el teatro? No es que me parezca mal esta opereta inglesa,
que desde luego supone un público bonachón, un público que ha trabajado
y ha pensado seriamente durante la jornada y quiere distraerse con
el menor esfuerzo intelectual posible. Es teatro para razas fuertes
y trabajadoras. Sucede también que en estas razas fuertes están más
especializadas las aptitudes y hay un respeto mutuo de unas profesiones
á otras, que aquí desconocemos, porque aquí todos servimos ó creemos
servir para todo. Aquí, el público se coloca siempre en actitud de
superioridad sobre el autor. Cada uno tanto como vos, y todos juntos
más que vos.
Lo cierto es que por esos mundos teatrales el público se contenta con
menos, y cuatro chistes bastan para decorar una obra cómica y una
escena de fuerza para interesar en una obra dramática; de lo demás se
encarga la belleza de las actrices, el decorado y el vestuario. ¡Pensar
que aquí tenemos para ilustrar el género chico á un músico como Chapí
que en otras partes sólo hubiera escrito grandes óperas, que muy
contados entre los que las escriben por ahí pueden compararse con
nuestro glorioso maestro! Y entre los libretistas son muchos, por
graciosos y atinados observadores, por lo vario y fértil de su
ingenio, los que pueden compararse sin menoscabo, con tanto y tanto
«vaudevillista» de universal exportación y renombre.
Mientras nuestro más selecto público procura convencerse de los
encantos de la opereta inglesa,—el abono esta ya pagado y qué remedio
sino apencar y divertirse,—y mientras en París, una de las obras
maestras del teatro inglés—«Cándida», de Bernardo Shaw,—es acogida
con el eterno desdén de los parisienses por todo lo extranjero,
nuestro género chico, representado por «El pollo Tejada»—«Le beau
Tejada»,—obtiene la más calurosa acogida.
La música alegre de Quinito Valverde esta en París como en su casa.
Bueno es que autores y músicos nos vayamos preparando para la
emigración, porque como esa ley terrorista á todo llega y todo lo
abarca, como el dedo de la Providencia, no digo un Calderón, autor
dramático, hasta un calderón musical puede parecer subversivo.
* * * * *
Dice Nietzsche que el imperio—donde dice Imperio léase cualquier
partido de fuerza,—mira en el fondo con gran simpatía al
socialismo—léase cualquier partido más ó menos perturbador ó
avanzado,—porque le da pretexto para extremar los medios de represión,
en defensa del orden social que á todo gobierno esta encomendada.
No diré yo que el terrorismo barcelonés fuera plato de gusto para el
gobierno conservador, pero no ha sido mal pretexto para desatar de una
vez toda su furia reaccionaria y sobre toda España, bien inocente y
bien ajena á lo que en una determinada provincia ocurra.
Si alguien dudaba que el terrorismo se había hecho reaccionario, bien
puede convencerse ahora. Y no hay que fiar en las buenas palabras de
estos conservadores al uso—harto ha confiado en ellas la opinión
liberal del país,—con que pretenden convencernos de que no es para
tanto ni la cosa es tan sería como parece; malo es dejar y permitir en
manos de esta gente leyes de estira y afloja. Sobre todo, hora es ya
de no permitir que entre los partidos reaccionarios y los liberales,
suponiendo que los dos extremos constituyeran un mismo peligro para el
orden conservador, no digamos social, todos los halagos, complacencias
y mimos sean para los primeros, y todos los desdenes, represiones y
alardes de fuerza contra los últimos. Tanto va el cántaro ...
¿Son Rusia, Turquía y Marruecos, ejemplo de países civilizados ni de
tranquilidad siquiera en sus esferas gubernamentales?
¿Tan buen éxito tuvo el ensayo reaccionario en Portugal con estar algo
más justificado que en España? ¿Qué situación excepcional del país
reclama la aplicación de tantas leyes especiales? Porque una persona de
la familia esté enferma, ¿es para sujetar á un plan curativo á toda la
familia? Bastante es ya tolerar las impertinencias del enfermo, y mucho
más cuando la enfermedad es nerviosa y hay tantos motivos para creer
que de conveniencia.
* * * * *
¡Si á lo menos para compensación, lo que va en retrocesos espirituales
fuera en adelantos materiales! Pero sí; una vez más el servicio de
incendios ha demostrado que cuenta con todos los elementos más modernos
y necesarios, exceptuando el agua, detalle sin importancia. De la
recogida de pobres, como si nada hubiéramos hablado, porque al que no
le molestan á cada paso, será porque no salga de su casa ó vaya en
coche galoneado. Las calles mal barridas y peor regadas; el pavimento
imitando á la naturaleza, y en todo así. Nuestros gobernantes no tienen
siquiera la delicada atención de esas mujeres que cuando más engañan á
su marido más procuran que no tenga que poner falta en el cuidado de
la casa y de la comida. Yo se de algunos. ¡Seres egoístas y regalones!
que por ver una población linda, con sus calles bien pavimentadas, sus
jardines bien cuidados, las gentes limpias en su aspecto y urbanas en
su trato, la policía y todos los servicios municipales de organización
intachable, darían muy gustosos todas las conquistas de la libertad y
de la democracia, sufragio universal, jurado, hasta la Constitución
inclusive ... Pero la verdad, ¡tan abandonado y tan sucio todo y encima
leyes terroristas! No hay derecho, señores, no hay derecho.
* * * * *
¡Quién te ha visto y quien te ve, corrida de Beneficencia! ¡Aquella
famosa, entre todas, en que reapareció Frascuelo, después de no haber
toreado por algún tiempo en Madrid! La víspera de la corrida la gente
velo toda la noche en larga fila esperando la apertura del despacho de
billetes. No bastaba el dinero sin buenas influencias para obtener una
localidad preferente, un coche y un ramo de claveles.
Por fortuna, en esta temporada, algo hemos tenido evocador de aquellos
pasados entusiasmos. La corrida en que tan bien se esta toreando esa
ley del terrorismo, bicho de mucho cuidado y sentido. Corrida que puede
considerarse de beneficencia; que tan necesitada de ella estaba la
pobrecita libertad española. Y gracias sean dadas á los sobresalientes
lidiadores que con el mayor desinterés y entusiasmo se han prestado á
torear en ella. Barcia, Grandmontagne, Iglesias, Dicenta, Costa y otros
muchos, que han picado, banderilleado y estoqueado con arte supremo;
sin olvidar el soberbio quite aguantando del maestro Burell; todo lo
cual ha constituído una corrida inolvidable, bastante á compensarnos de
las mojigangas y novilladas que presenciamos á diario.
La intención de la empresa estaba vista; soltar unos toros que acabaran
de una vez con los primeros espadas que no se presten á contratarse en
las condiciones exigidas por el empresario. Pero la corrida quedó bien
despachada, y por ahora, la empresa no se saldrá con la suya, y en el
fondo, aunque se lastime un poco en su amor propio, debe alegrarse. Por
ese camino íbamos á las corridas á la portuguesa.
* * * * *
¡Quién te ha visto y quien te ve también, paseo de coches del Retiro
y de la Castellana, en estas tardes de primavera y entrada de verano!
Eras una de las delicias madrileñas, con tus trenes de lujo á paso
tranquilo, tus mujeres con alegres trajes y floridos sombreros que se
dejaban ver en los milores y sociables. El automóvil ha atropellado con
todo.
La gente adinerada ha sustituído los arrogantes troncos de caballos,
los coches señoriales, por el ruidoso artefacto mecánico. El coche de
establecimiento, el de círculo y el alquilón democrático, quedan como
campeones vencidos del arrastre de sangre. El paseo esta convertido en
carretera, por donde entre nubes de polvo y de humo pestilente corren
los automóviles como tren de viaje ó de guerra. No sabemos que admirar
más, si la tolerancia de las autoridades consintiendo en el paseo
automóviles que no sean eléctricos, si la paciencia de los que reciben
polvo y humo, desde sus modestos carruajes ó la falta de ... diremos
de buen gusto, de los que hacen carretera de un paseo por ostentar un
lujo, que en este caso más parece economía; porque cada cosa en su
lugar y el automóvil para una prisa. ¡Pero para dar unas vueltas en el
Retiro ó la Castellana! ¿No tendrán un capítulo de esto esos libros que
tratan del buen tono ó del arte de vivir en sociedad?
* * * * *
Lo poco que hable de la Exposición de pinturas, fué antes de haberla
visto. Hoy, contra la opinión de muchos me atrevo á afirmar que no
puede calificarse de insignificante una Exposición en que figuran—no
cito otras obras de mérito—los cuadros de Romero Torres. No recuerdo á
qué Exposición habría que remontarse para encontrar algo parecido. Las
frases admirativas están mal gastadas por el abuso y no son obras que
puedan elogiarse como se han elogiado tantas otras. Son piezas de
museo; pero si á ese lugar son destinadas, no debe olvidarse que
tenemos dos; uno, ¡ay! llamado moderno—aunque ya va pareciendo
prehistórico,—y otro, el verdadero, el único, conocido en todo el
mundo del arte y Madrid por el, como Museo del Prado. Si los cuadros
de Romero Torres han de figurar entre sus iguales, solo en este Museo
deben hallar lugar, sin temor al fallo de revisión de los venideros.
¡Pero váyanle ó vénganle ustedes con exposiciones al señor público!
Después del día de inauguración, en el que acude la concurrencia por
motivos de curiosidad, ajenos al arte y sus vanidades, no hay sitio
más á propósito para citas misteriosas y entrevistas reservadas, que
cualquiera de nuestras exposiciones.
De la de Pinturas, según nos afirman, ha ahuyentado al público bien,
¡muy bien! la abundancia de desnudos. ¡Siquiera hubieran tenido los
artistas la precaución de vestirlos con esos trajes directorio que
empiezan á lucir nuestras elegantes!
¡La moda de los trajes Directorio después de la moda de los trajes
Imperio! ¿Tendrá esto su filosofía? Solo un Carlyle en un nuevo «Sartor
Resartus» pudiera explicárnoslo ... Pero si la serie continúa de
este modo en sentido inverso á ese paso regresivo, llegaremos á la
Revolución. Todo, por supuesto, en las esferas modistiles y femeninas,
que tocante á los hombres, paso la moda Imperio sin un Napoleón; pasará
la Directorio sin un mal Barrás, y así todo ... La Historia, en su mayor
parte, es hechura de sastres y modistas. Sin la variedad de trajes,
¡sería tan difícil diferenciar los siglos unos de otros! ¡Modas en el
vestir, modas en el pensar! Desnudos cuerpos y pensamientos ... ¡el
hombre siempre el mismo!
* * * * *
El pasado día de la Ascensión fué en este año, con doble motivo, uno de
los jueves que relumbran más que el sol, según canta la copla popular.
Todo fué Ascensión; _sursum corda_ de los corazones liberales. Ni la
corrida de toros con su cartel de Miura—casi en aniversario de la
muerte del Espartero, hay que estar en todo ¡oh, empresarios!—pudo
restar concurrencia y entusiasmo al _meeting_ del teatro de la
Princesa. De Maura á Miura no va más que una letra, y desde luego
había más confianza en los diestros que habían de lidiar el ganado del
primero que en los anunciados para lidiar el del segundo.
Plutocracia y Teocracia fueron bien despachadas. Si esta moderna
Teocracia tuviera algo de común con la doctrina predicada por Cristo,
El, que consideró más difícil el paso de un camello por el ojo de una
aguja que la entrada de un rico en el reino de los cielos, no dejaría
de sorprenderse al ver como á los mil novecientos ocho años de su
nacimiento eran los ricos de este mundo los más decididos apóstoles de
su doctrina.
* * * * *
Es natural; en una buena y cómoda posición puede esperarse más
tranquilamente el reino de los cielos, y nadie más obligado á creer en
el poder de lo divino que los que tantos favores han recibido de su
bondad. Cuánto más ricos, más fervorosos creyentes. Los que pasaron
su vida dando con el mazo, aunque no hayan dejado de rogar á Dios por
eso, saben muy bien lo que razonablemente puede esperarse del trabajo
honrado y del favor divino.
Pero los que se hallaron en posesión de grandes riquezas, sin esfuerzo
mayor de su parte, por cómodas herencias ó saneados negocios, de esos
que se vienen á la mano, sin buscarlos muchas veces, ¿como no han
de ver algo sobrenatural y milagroso en su suerte, y como no han de
protestar contra los rebeldes y los inquietos que, mal hallados con el
orden social, se atreven á pretender un arreglo más equitativo en las
cosas del mundo, fiando algo más en el esfuerzo humano y un poco menos
en la intervención divina? ¡Oh, gente impaciente y descreída! Como si
todo no estuviera lo mejor posible y los hombres pudiéramos atrevernos
á trastornar esta divina armonía del mundo.
Para estos plutócratas la Teocracia es un punto de apoyo, no para
mover, sino para inmovilizar el mundo.
No es ninguna tontería la de los señores: Resignación, humildad, nada
de rebeldías, nada de impaciencias ... Dios sabe dónde vamos y adónde
nos lleva ... Esperemos, esperemos ...
Todo esta bien: esperemos, pero ¿quieren ustedes cambiar de sitio?
[Ilustración]


XXIV

Desde Juan Pablo Rubens, el magnífico pintor de los dioses paganos,
no tuvo nación alguna por embajador á tan gran artista, como ahora la
república de Nicaragua, en la persona de Rubén Darío.
Mejor que de nación alguna, por noble y poderosa que fuera, quisiéramos
verle embajador por derecho propio, del reino ideal de la Poesía, á
este soberano poeta, rey mago de una región encantada, como Próspero en
la isla prodigiosa de Caliban y Ariel.
Y así ha de ser, que por mano de tal poeta nunca han de cruzarse
enfadosas notas diplomáticas, sino mensajes de paz y salutaciones de
amor.
¡Por bien empleados todos nuestros triunfos y todos nuestros
descalabros en tierra americana; por bien empleados, que por todo
ello hoy nos vuelve con nuestra propia lengua tan alto poeta, como
flor suprema de cuanto allí sembró nuestro espíritu en glorias y en
tristezas.
* * * * *
Las compañías de opereta inglesa é italiana ofrecen al observador
fecundo campo en comparaciones. Para que éstas no sean odiosas—hemos
convenido en que las comparaciones son odiosas, mejor dicho, han
convenido los que tienen que perder en ellas,—me limitaré á comparar
estilo con estilo, _la manera_.
En la opereta inglesa todo es candoroso, infantil; se canta, se
baila, se salta, se corre, se abraza y se besa también, sin que el
espectador más picardeado halle malicia en todo ello; es como juego de
niños, todo alegría inocente, salud y vida. Y no es que las artistas
escatimen ninguna exhibición; hay descotes valientes y piernas por
el aire—verdad que tratándose de inglesas, muchas veces es difícil
descubrir dónde acaba el aire y donde empiezan las piernas,—pero
todo, ya digo, es como juego ó gimnasia, que aleja del espectador las
sugestiones maliciosas. Es un espectáculo confortador, reconstituyente;
sale uno del teatro con ganas de bailar, de saltar, más fuerte, más
ágil y más alegre.
En la opereta italiana, todo es sensualidad y maliciosa intención. Los
artistas subrayan las frases más inocentes. Cuando una artista italiana
dice: _Buona notte_, _arrivederci_, el espectador cree adivinar la
promesa de una noche de amor, y así en todo; música, baile, todo
es sensual, todo con ese doble sentido erótico, tan aguzado en los
públicos latinos.
No hay que decir si el éxito de una compañía italiana ha de ser siempre
mayor entre nosotros que el de una compañía inglesa.
Nuestra sensualidad no es nada pagana, no es de bellas formas y
nobles ritmos de actitudes; es de desnudeces entrevistas, de frases
intencionadas, de malicias equívocas ...
La sensualidad de un pueblo de educación frailuna, que se ha bañado
poco y en muchos siglos no ha sabido de más desnudeces que las de los
Cristos crucificados, inquisitoriales y tétricos.
* * * * *
¡Tanto puede decirse en defensa y apología del automóvil! Aunque
no le debiéramos más que el arreglo y mejora de muchas de nuestras
carreteras, ya sería para celebrarlo. No diremos lo que contribuye
al conocimiento de la geografía y topografía nacionales, al de
las costumbres, necesidades y escaseces de pueblos y lugares casi
desconocidos antes de quien debía conocerlos, que no toda España esta
en sus capitales y ciudades de importancia, y mucho menos cuando se
engalanan para fiestas.
El automóvil es progreso y es civilización por donde pasa. Alguna vez,
al pasar, atropella; cierta señal del progreso y la civilización que
simboliza.
Nunca, á lo menos, podrá decirse por el: A salvo esta el que repica;
que si mucho han atropellado los automóviles, no han volcado menos, y
si no han sido avaros de la seguridad ajena, tampoco lo han sido de la
propia. Vaya en descargo de sus culpas.
Lo peor del automóvil es que ha venido á ser juguete de «parvenus».
El que viaja por necesidad ó por recreo, ya tiene buen cuidado de no
estropear el viaje con imprudencias. Pero el que solo viaja á corre que
te corre, sin que en ninguna parte le espere asunto que le importe, ni
en el camino haya belleza natural ni edificio histórico que le
interese, el que no tiene más satisfacción al llegar que poder decir:
«Hemos venido en cinco horas, á 95 kilómetros por hora. ¿Qué les parece
á ustedes?» esos terribles traga kilómetros son el mayor enemigo del
automovilismo.
El automóvil utilizado por el industrial, por el comerciante ó por
personas de buen gusto para agradables é instructivas expediciones ...
Pero, ¿cuántas son las personas de buen gusto que en España tienen
dinero? Y el buen gusto sin dinero ... es una patarata, como diría algún
solidario.
* * * * *
Yo insistiría, atendiendo la indicación de muchas personas, en lo del
monumento á Chueca. En tan buena compañía como Mariano de Cávia, se
puede ir gustoso á todas partes, hasta el fracaso. Pero dicho lo que se
debía, á otros corresponde hacer lo que se debe, aunque se deba lo que
se hace, como dijo el otro. Ni una vez lanzadas estas ideas—¡y ojalá
pudiera darles uno la misma autoridad lanzándolas sin nombre!—conviene
usufructuarlas demasiado. ¡Hay gentes tan suspicaces que pudieran creer
tenía uno interés especial en aprovecharse, ó por lo menos en lucirse á
su costa!
Bien se yo que no basta con el primer aviso y que toda insistencia
es poca para despertar entusiasmos tan dormidos. ¿Qué fué de los
monumentos proyectados á Zorrilla, á Campoamor? Pero váyale usted
con insistencias á nuestro publiquito. Mejor dicho, al público no;
el verdadero público—nunca nos falte—sabe estimar las buenas
intenciones. Me refiero á los maese Reparos, que si ya les molesta
ver una firma con frecuente periodicidad, ¿qué será ello si además se
repite el tema?—¿Ha visto usted? ¡Otra vez con la misma lata! ¡No hay
paciencia!
Estos maese Reparos son los mismos que en cuanto no ven la firma de
uno en ocho días empiezan á decir que esta uno agotado. Los mismos,
que si la prensa hubiera dejado pasar la ley del terrorismo, hubieran
clamado:—¡Eh, qué prensa! ¡Vea usted, toda á los pies de Maura! Y
apenas los periódicos llevaban tres días de campaña contra la ley, ya
arrojaban el periódico desdeñosos: ¡Vaya! ¡Ya tenemos lata! ¡No saben
hablar de otra cosa!
No seré yo quien arrostre su enojo insistiendo en la idea del monumento
á Chueca. Tienen la palabra más señores. Mejor dicho, palabras es lo
que menos falta hace. Palabras sin dinero, patarata también. No dirá el
Sr. Cambó que no le tengo entre mis clásicos.
* * * * *
Aquella discretísima azafata, cuyas memorias nos servía con tanta
amenidad el buen Kasabal, no puede consolarse del cambio de los
tiempos. Y con ella, aquellas castizas señoras madrileñas, fieles
espectadoras de toda gala y de todo ceremonial cortesano, aquellas,
tan bien conocidas de D. Benito Pérez Galdós, que sabían describir tan
puntualísimamente las carrozas de corte, sus arneses y distintivos,
aquellas que conocían á toda nuestra grandeza por sus nombres y caras,
y no había para ellas mejor día que el de una jura, boda ó bautizo
reales.
¡Como comparar aquellos magníficos cortejos de pomposas carrozas,
palafrenos empenachados, pelucas y casacones, por todo un Madrid! ¡que
sólo Madrid es corte! con este ajetreo de ahora tan sin ceremonia, los
automóviles por la carretera, las damas tocándose de prisa y corriendo,
los caballeros sin tiempo ni sitio acomodado para colgarse bandas y
cruces y hasta última hora, sin saber quien llevaría el mazapán, ni
quien llevaría la vela ...
¡Oh, tradiciones veneradas! ¡Oh, pompas! ¡Oh, grandezas! Las viejas
azafatas lloran sin consuelo. Las bocinas de los automóviles las
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