De Sobremesa; crónicas, Primera Parte (de 5) - 07

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representar una parodia del «Fausto», interpretando papeles de hombres
y mujeres: todo ello en presencia del gobernador de la plaza y ante
los soldados de la guarnición francos de servicio. ¡Figurémonos el
escándalo que esto hubiera producido en España!
¡Seriedad, seriedad! Es nuestra consigna. En estos días he leído como
algunos revisteros de toros aconsejan á la empresa de la plaza el
contrato de determinados toreros, para dar seriedad al cartel. Y digo
yo: ¿Para qué necesitará la seriedad un cartel de toros?
* * * * *
El incendio de uno de los barracones destinados al cultivo del arte
barato, ha venido á dar un voto en pro de los que aconsejaban á las
autoridades la supresión de los que no estuvieran en condiciones
de seguridad. Aconsejaban otros en cambio, la mayor tolerancia,
considerando dichos teatrillos como un anticipo de teatro popular,
muy conveniente para la educación artística de las masas. No creo yo
semejante cosa, y opino que la única defensa que podía tener era el
servir de _modus vivendi_ á mucha gente; pero en nombre del arte no
son defendibles. El arte, ó debe darse gratis, con la protección y
espléndida subvención del Estado, y entonces puede exigirse que sea
verdadero arte, ó hay que pedir, mientras esté en manos de empresas
particulares, que sea lo más caro posible. El arte malo no puede ser
nunca educador, y antes pervertirá que afinará el gusto de la multitud.
Bueno esta compadecerse de los modestos artistas que no pueden, por
ahora, aspirar á mayores empresas; pero ¡ay! que el arte no tiene
entrañas y el sentimiento de compasión que inspiran unos pobres cómicos
antes destruye que aumentan el placer estético. El arte dramático
necesita de bellas figuras con bellos trajes; las caras de hambre y los
trapos descoloridos sólo pueden emocionar tristemente ó cruelmente, por
perverso sadismo, y las dos emociones son las más extrañas á la pura
emoción artística.
El Arte es como el sol; no hay uno para los pobres y otro para los
ricos. Día llegará en que, como el sol también, su luz llegue por igual
á todos; entretanto no se hable de arte barato, arte caro, arte grande
y arte chico, porque el arte es ó no es; no se falsifica con nada.
* * * * *
Ha muerto uno de los representantes más ilustres de un arte francés;
mejor dicho, parisiense por excelencia: el modisto Paquín.
El modisto y el literato han sido los creadores de ese tipo
convencional, trapos y literatura de mujer francesa; heroína de novelas
y comedias para la exportación.
Como los modistos imponen sus figurines á las más rebeldes á la moda,
los escritores imponen también sus figurines de almas aún á los menos
atacados de intelectualismo.
¡Bourget y Paquín habrán sido creadores de tantos espíritus femeninos!
Una lectura y una toilette basta á producir un estado de alma. ¡Oh!
¡El Don Juan Tenorio que supiera el libro que acaba de leer una mujer
y sepa interpretar el sentido de un traje ó de un tocado femeninos,
atacaría siempre sobre seguro!
Hay toilettes que suponen una meditación previa sobre el Kempis, otras
que denuncian lecturas de poetas delicados, otras que nos hablan de
Claudina, Colette ...
Hay toilettes que por sí solas dicen al hombre más atrevido: Hoy no
estoy para nada. Hay otras que al más tímido le animan y le dicen: Hoy
estoy para todo.
Y advierto á los que pudieran cometer equivocaciones lamentables, que
la severidad y la ligereza del vestido femenino, suelen estar en razón
inversa del estado de ánimo. Ni debe uno atreverse demasiado por su
«deshabillé», todo trasparencias sugestivas, ni acobardarse por un
riguroso luto ó un severo hábito. ¡Oh, no! El luto sobre todo si es de
viudez reciente, no debe desanimar á nadie. ¡El dolor trastorna!
Los autores dramáticos, por nuestra parte, debemos también una grata
memoria al modisto.
¡Cuántas veces una de sus creaciones habrá distraído al público de una
pesada escena de relleno ó habrá permitido que las elegantes abonadas
perdonen alguna crudeza de frase, disimulando la atención al diálogo
con el examen de la toilette!
¡Y para cuántas actrices habrá sido también el modisto gran inspirador,
y lo que ellas no supieron poner de su alma en un personaje, supo
ponerlo el modisto, mejor intérprete de su carácter con sus trajes, que
la actriz con sus recursos teatrales!
Lloremos á un precioso colaborador y piensen algunas actrices, quien va
á proporcionarles ahora el talento que necesitan. Por algo cuando un
papel le va á un artista, se dice que es un traje á la medida.
Y habrá actrices que no sepan de Ibsen; ¡pero de Paquín!
* * * * *
Nadie como yo cree en la conveniencia de los teatros populares como
excelente medio de propaganda educadora; pero creo también que los
espectáculos ofrecidos en nuestros teatros baratos más contrarian que
favorecen la cultura del pueblo.
Convengamos, en que la mayor parte de las obras en ellos representadas
no son escuela de buenas costumbres, ni siquiera de buen lenguaje.
El teatro ha contribuído no poco en España con sus exageraciones ya
cómicas, ya melodramáticas, á la profusión de ese tipo odioso del chulo
teatral, al que si fuera á buscarse cabal genealogía no sería difícil
hallársela en los galanes de nuestras comedias clásicas; pero allí era
por lo menos limpio el vocabulario y la chulada era retórica.
Grave es siempre la responsabilidad del autor que es escuchado del
público; pero si es al pueblo ó á los niños á quien se dirige, su
responsabilidad es mucho mayor.
Lo he dicho en otras ocasiones; calumnian al pueblo los que le
creen incapaz de comprender un arte superior á su inteligencia. El
sentimiento tiene un seguro instinto y estoy seguro de que solo ante un
auditorio popular sería hoy posible en España, sin temor á un fracaso,
la representación de las obras teatrales más sublimes; las mismas que
no vacilaría en calificar de «latosas» (algunas lo fueron ya), el
selecto público del abono.
Sí; tratándose de ofrecer arte al pueblo, soy radical. Nada mejor que
algo, si ese algo es malo.
Muy atendible es la consideración de que muchos pobres artistas viven
de ese teatro. Me parece muy bien que todo el mundo viva, pero de lo
que pueda vivir.
Harto es ya España el país en que decir ¡Pobrecito! lo justifica
todo. Menos compasión y más justicia. Los empleos están ocupados por
muchos ineptos, pero ... ¡Pobrecitos! Los escenarios soportan á muchos
cómicos detestables, pero ... ¡Pobre gente! Hay quien escribe una
obra, no porque sepa escribirla, sino porque lo necesita para comer.
¡Pobrecillo! Y todos ellos encuentran en esta compasión mayor apoyo,
mayor benevolencia, que el fuerte, el valedor, el útil. Con todo esto
hemos llegado á estimar como la mayor prueba de cariño á nuestra tierra
que los extranjeros nos digan: ¡La pobre España!
* * * * *
La boda de una Vanderbilt ha _epatado_ á la noble y vieja Europa, con
la verdadera explosión de lujo americano, lujo bárbaro, que dicen los
americanos latinos, pero lujo que en su misma barbarie es de tanto
_grandor_, no diremos grandeza, que sólo así salva los peligrosos
linderos de la ordinariez y la cursería. Un lujo así tiene algo de
sobrehumano, eleva el dinero á la categoría de fuerza ideal, única
capaz de realizar en lo humano fantasías y caprichos divinos. ¡Toda esa
fuerza aplicada á un ideal de Justicia, de Belleza, en vez de aplicarse
á un lujo estéril que ni es justo ni es bello!
Cierto, que ese lujo da de comer á mucha gente; no es dinero tirado,
aunque lo parezca, esos miles de dollars gastados solamente en
orquídeas.
En la actual organización social, sin el lujo y sin los vicios de los
ricos la revolución social sería ya un hecho. Cuando gastan su dinero
tontamente, cuando se arruinan locamente, es tal vez cuando realizan un
principio de justicia.
Y lo que tiene ese lujo de insultante es también un estímulo poderoso,
de envidia ó de ira. Piensan unos: «Así quiero ser yo». Piensan otros:
«Nadie debe ser así». Y estos dos pensamientos, en apariencia tan
opuestos, llevan el germen de una futura y más perfecta organización
social.
Tal vez no sea posible que en todas las mesas haya orquídeas. ¿Pero
será tan difícil, estará tan lejano el día en que pueda haber en todas
pan y unas rosas?


XX

Las señoras de Nueva York andan alborotadas porque recientes ordenanzas
las prohiben fumar en lugares públicos. Creo que las autoridades más
han pretendido favorecerlas que molestarlas.
Nunca he comprendido ese furor que siente mucha gente por obtener una
consagración oficial y pública para una porción de cosas que tiene su
mayor encanto en no trascender del dominio privado.
El cigarrito femenino es una de estas. En la mujer no se comprende el
uso del cigarro por el cigarro. Ha de ser un detalle más de una «mise
en scene» muy cuidada en un cuadro muy íntimo. Decoración muy moderna
de tonos muy armonizados, tono sobre tono, la escala de los verdes ó
de los rosas ó de los grises. Aconsejaos de un buen pintor ... muerto.
En el Museo del Prado hallaréis excelentes motivos de inspiración.
Después, uno de esos divanes, que una señora amiga mía, llamaba con
gráfica expresión, revolcaderos, pero que yo no me atreveré á nombrar
de ese modo; un diván cama, poco levantado del suelo, cubierto con
una auténtica piel; camello, oso blanco, cabra de Angora, zorros
azules con sus cabecitas. Esto último no se recomienda tanto, porque
los amigos harían chistes. La piel puede sustituirse por un rico paño
de terciopelo, bien entonado con nuestra carnación. Hay que ponerse
en todo. Profusión de almohadones, no esos almohadones vulgares de
telas estampadas; almohadones muy personales. Cerca, lo necesario y lo
superfluo «pour en griller une». Todo como de juguete y todo ejemplar
único, á ser posible.
En estas condiciones el cigarrillo, el mismo cigarro puro, parecen tan
propiamente femeninos, que son los hombres los que piensan entonces que
acaso el fumar sea más propio vicio femenino y no tarden en arrojar su
cigarro, como avergonzados.
Para mí no hay duda de que el cigarro pasará en fecha no muy lejana
á ser de uso exclusivo de las mujeres, como el abanico, el manguito,
que en un principio usaban por igual hombres y mujeres; como será con
tantas otras cosas á todas luces más apropiadas al carácter femenino,
por ejemplo, el arte, la política, todo aquello en que sea elemento
primordial la seducción. Porque vamos á ver. ¿A ustedes les parece
propia de hombres la actitud de un artista pensando siempre como
agradará al público? ¿Y la de Maura, pensando siempre como agradará á
Cambó?
* * * * *
Es la hora del te. La hora que en los largos anocheceres de invierno
sería para las mujeres la hora de los aburrimientos peligrosos, si la
moda no hubiera inventado esta costumbre.
En torno á la hervidera de plata, que es con su llama azul temblorosa,
como ara encendida en culto á la diosa Frivolidad, es un charlotear
incesante, apenas interrumpido por el picoteo en bocadillos y
golosinas. De un tema á otro, mariposea la charla femenina con frases
que son unas veces, batalla de flores; flores de trapo; otras, como
cruzar de floretes en juego de esgrima, todo galantería; alguna vez,
aquel alfilerazo que busca y acierta con el defecto de la armadura.
Allí murmuran, como en parte alguna, los mil arroyuelos por donde van
las pequeñas historias á formar el mar de la historia grande de una
época.
¿Qué es la murmuración sino la historia de un día? ¿Qué es la historia
sino la gran murmuración de los siglos?
—¡Como canta el Werther ese hombre! ¿Le habéis oído?
—Pero la ópera es una tontería.
—Hay que oirla más de una vez.
—Eso dicen de todas las tonterías. ¿Será ese el secreto del matrimonio?
—¿Has estado en estos bailes?
—En todos. No te he visto en ninguno.
—¿Olvidas mi luto?
—Por una tía ...
—Pero era de mi marido. Tengo que guardar más las apariencias.
—¿Habéis visto la obra del Español?
—No quiere mamá. Creo que es una soltera que tiene relaciones con un
casado, lo mismo que dicen de ...
—¡Calla, que esta ahí su mujer!
—No, si iba á decir la de ...
—¡Calla! ¡Que esta ahí su hermana!
—No comprendo que haya quien no quiera recibir á las que tienen
historia, porque es no poder hablar de nadie en sociedad ...
Y así pasan dulcemente esas horas de los largos anocheceres de
invierno, que son tan peligrosas para las mujeres distinguidas que no
toman te en sociedad con sus mejores amigas.
* * * * *
Distinguidas señoras que preparaban bailes de trajes, minués y otras
fantasías propias de Carnaval, han tenido que desistir de sus proyectos
por no hallar suficiente personal masculino propicio á la inocente
diversión y al insignificante gasto que supone presentarse trasformado
por una noche, con propiedad de ópera, en mosquetero, marqués, Luis XIV
ó XV, petimetre del XIX, etc.
El _sport_ lo absorbe todo, energías físicas y pecuniarias. El
automóvil, el polo, el golph, el tiro, el _lawn-tennis_, con la
apropiada indumentaria y los precisos accesorios, no dejan tiempo, ni
dinero, ni fuerzas á la juventud masculina.
Para el ligero _flirt_ que ha de preceder á un matrimonio convenido
en familia, tan bueno es el automóvil con sus expediciones, como un
salón de baile. Un moderno torneo de polo, mejor que un cotillón con
sus figuras grotescas. Dejemos á las cotorronas llorar por las pérdidas
costumbres de los pasados tiempos ... Sus hijas no parecen mal avenidas
con los alardes de fuerza, agilidad y destreza. Cierto que un valsador
infatigable era una garantía; pero en el baile, á la luz artificial de
los salones, es más bien fuerza nerviosa la que se gasta, y la fuerza
nerviosa es traicionera y puede faltar en el mejor momento, como todo
lo que es inspiración.
¡Fuerza, fuerza! Aunque el amor se despoetice. Esta generación no es de
novios; pero quien sabe si, por lo mismo, no nos prepara una brillante
generación de padres.
* * * * *
D. Prudencio—nuestro Mr. Prudhomme,—ha tenido en estos días ocasión
de manifestarse. D. Prudencio abomina de las exageraciones, y en su
concepto—D. Prudencio no tiene opiniones, tiene siempre conceptos,—en
su concepto, los sucesos de Portugal han sido una lamentable y funesta
serie de exageraciones. Exagerado el dictador, exagerados sus enemigos
políticos, exagerada, ¿y como no? la prensa, exagerados los regicidas,
estos sobre todo. Los únicos que no le han parecido exagerados, son
los republicanos de allá, lavándose y aún perfumándose las manos, como
Pilatos, abominando del crimen y dejándolo todo para mejor ocasión,
y los ingleses enviando á modo de amistosa advertencia, unos cuántos
barcos á la vista de Lisboa.
No hay que decir si á D. Prudencio le habrá parecido también exagerada
la actitud de esa gente que se ha pasado las horas en acecho y acoso
del caído dictador, durante su estancia en Madrid.
D. Prudencio, en cambio, ante estas grandes tragedias de los grandes,
siente como nunca el efecto que, según retóricos preceptistas, ha de
producir la tragedia en el ánimo del espectador, el de purgar nuestras
pasiones. D. Prudencio se purga, de toda ambición en primer término,
de toda envidia y de toda codicia. ¡Oh su apacible medianía! ¿Quién
quiere ser rey ni dictador después de esto? Y D. Prudencio cree tener
asegurada la material inmortalidad solo con sentirse insignificante.
También han sido gloriosos días estos para los exaltados, para quienes
todo es síntoma y anuncio precursor de trastornos mundiales, para los
que todo lo tenían previsto, porque la historia enseña ...
Y aquí un curso de filosofía de la historia ... Y la historia no debe
enseñar gran cosa cuando todavía no han aprendido algunos gobernantes
que se puede hasta tiranizar en pleno siglo XX, y lo que no se puede es
dejar sin voz á los pueblos para quejarse siquiera de la tiranía.
Carlyle, tan enamorado del silencio, consideraba, no obstante, como
pueblos muertos á los que, según el, no tenían voz, es decir, á los
que no habían expresado en forma artística sus sentimientos, sus
aspiraciones, sus esperanzas ó sus recuerdos. Fuera del arte existen
en la vida moderna otras muchas voces que son señales de vida, el
Parlamento, la prensa, la opinión pública en todas sus manifestaciones;
gobernar sin ellos es gobernar en silencio, el silencio del vacío es
remedar al avestruz en lo de esconder la cabeza bajo el ala, para no
ver al cazador, porque lo que no se ve ni se oye, es por un momento
como si no existiera ... No, la historia no enseña nada, ni siquiera la
Natural; hay gobernantes que no aprenderán nunca que dejar á un pueblo
sin voz es obligarle á que la acción sea más violenta, y que la postura
del avestruz no es postura airosa para hombres de gobierno.
* * * * *
La rueca y la pluma. Apólogo.
Dijo la sartén al cazo, etc. Dijo el orador al escritor: Quita de ahí,
hablador.
Ya lo véis, escritores; con un poco de imaginación, podéis pareceros,
al escribir, á la mismísima Margarita del «Fausto» al surgir, evocada
por Mefistófeles, ante los ojos del viejo doctor, dándole á la rueca y
al huso.
¿Con que el ejercicio de la pluma supone cierta timidez y debilidad de
carácter? Pruebe, pruebe el Sr. Maura por una vez á estrenar, siquiera
una piececita del género chico, sin mayoría, es decir, sin _claque_, y
verá lo que es bueno.
Y aún insisten los escritores en acudir al gobierno en demanda de
indultos para Nakens y Morato. Ya véis en lo que se nos estima, y bien
podemos suponer en lo que han de estimarse nuestras peticiones. ¡Gente
de pluma! De rueca como si dijéramos.
¡Si lo dijeran Hernán Cortés y el Gran Capitán!
Pero créanos el Sr. Maura: oradores y escritores, todos somos unos.
Plumas y lenguas, todas son ruecas.
Aparte de que la rueca no es tan despreciable por ser su ejercicio
ocupación de mujeres. Los ingleses tienen un proverbio que dice: La
mano que mece la cuna, mueve el mundo. Y esa mano es la de la mujer, la
misma que mueve la rueca.
Yo, por mi parte, prefiero figurarme al mover la pluma que muevo una
rueca y estoy hilando, que no una espada que corte los hilos de algunas
vidas. Pero es un modo de pensar, de sentir, mejor dicho.
* * * * *
Por ser la primera vez que se ha tomado en consideración el voto de las
mujeres, el Congreso ha estado muy consecuente, como dicen los chulos.
Principio quieren las cosas.
Si los hombres fuéramos agradecidos, la votación favorable hubiera sido
más nutrida. ¡Habrá tantos que deban su carrera política á las faldas y
habrán votado en contra ó se habrán abstenido! Cuando en los bastidores
de la política, tan importante papel juegan las mujeres, ¿por qué
impedirles mostrarse en el escenario? ¿Qué se teme? ¿Sus tendencias
reaccionarias? ¡Ay! En otros tiempos no lejanos sí era la mujer la que
extremaba esas tendencias; pero ahora ¡hay tantos matrimonios en que
es la señora la que tiene que retrasar la hora del almuerzo porque
el marido esta en el sermón ó en la junta de cofradía! Será dichosa
casualidad, pero yo conozco muchas más liberalas que liberales. Cierto
que cuando se trato la cuestión de las asociaciones, las señoras
dieron una acentuada nota reaccionaria; pero es que esa cuestión no
las importaba mucho. Pero que se votara la ley del divorcio y ellas
hubieran de decidir con sus votos: reforma implantada; bastaría con
que la votación fuera secreta. Y si había de ser pública, todas se
disculparían con sus amigas.—Yo por mí no hubiera votado ¡qué horror!,
he votado por Fulanita (aquí el nombre de alguna amiga). ¡Para verla
vivir como vive con su marido, más vale que se divorcie!—¿Y qué mujer
no tiene una amiga á quien favorecer en ese caso?
[Ilustración]


XXI

Polichinela airado ha sido una vez más protagonista de la tragedia
tantas veces representada en el teatro, el drama verdadero de la vida
sobreponiéndose á la farsa, el payaso asesino.
Pero esta vez no han sido los celos, resorte dramático, ha sido el arte
mismo. Por torpeza ó malicia del apuntador—un autor teatral hallará
pronto el revuelo de faldas, móvil de la aventura,—fracaso un chiste
de Polichinela y ciego de ira le golpeó el cráneo, como suelen los
polichinelas de cartón golpear á sus interlocutores.
El público reía ... En las farsas de la vida es lo mismo; hasta
ver sangre y muerte tardamos en percibir que no va de burlas.
Actores, siempre queremos parecer trágicos; lo trágico es más noble.
Espectadores, siempre queremos serlo de farsas regocijadas.
Hacer reir es la consigna del payaso. Robar un chiste al público era
faltar á su deber y el deber es antes que todo. ¡El teatro agranda de
tal manera las obligaciones y deberes! ¿No hemos visto dramas en que el
protagonista se cree el hombre más desgraciado por no poder casar á su
hija con el hombre á quien ama, por el terrible caso de conciencia de
que una abuela de la chica tuvo que ver con el abuelo del muchacho?
¡Qué extraño es que el Polichinela agrandara en su imaginación, hecha á
las exageraciones de la farsa, la importancia de aquel conflicto! ¡Un
chiste menos! ¿Como podía compensar al público? Ofreciéndole á cambio
del chiste una tragedia entera.
Lo que puede demostrar la superioridad del género cómico sobre el
trágico. Por un chiste una tragedia, y el público todavía no saldría
satisfecho y preguntaría: ¿Qué chiste era ese? ¡Nos hemos quedado sin
oir el chiste!
* * * * *
Esta vez nos llega de Inglaterra la leyenda del bandido simpático,
enamorador de mujeres y de multitudes, leyenda que parecía patrimonio
de países meridionales. Aunque los ingleses cuentan con su Robín Hood,
antecesor pintoresco y glorioso de Roque Guinart y Carlos Moore.
No conozco Raffles, como novela; ignoro si en ella triunfa la justicia
sobre el ladrón «gentleman»; si así fuera, el autor de la adaptación
teatral ha comprendido el grave disgusto que hubiera dado al público
de teatro, más apasionado é irreflexivo que el lector, si Raffles no
quedará triunfante, por lo menos con ese triunfo de final de obra, que
el público, sin más discusiones, acepta como definitivo.
Y esta simpatía por los «out-laws»—que como vemos, la historia
literaria desmiente, localizada en países meridionales,—esta simpatía
universal por los rebeldes á la disciplina social, sobre todo si su
rebeldía solo es peligrosa y solo amenaza á lo que no tenemos ó tenemos
seguro de no perderlo, ¿no es prueba evidente de una protesta continúa
de todos los tiempos y de todos los hombres contra el orden social ...
de los demás?
¡Ah, como celebran las hazañas de Raffles los que nada poseen y de
buena gana le imitarían! ¡Como le celebran también los que tienen su
dinero en valores seguros, resguardados en las cajas de algún Banco
inquebrable! ¿Y las damas?... Darían por bien robados sus collares por
el gusto de haber conocido á ladrón tan encantador. «¡So lovely!»
La chismografía teatral nos cuenta que en Londres el intérprete del
papel es el ídolo de las damas solo con representarlo.
¡No quiero pensar qué sería con el efectivo Raffles! Estos simpáticos
bandidos dejan huella muy honda en los corazones femeninos. Por ellos
suelen decir muchas, cuando el bandido les roba alguna alhaja de precio
y huye, como es natural, de la justicia: ¡Que le busquen, que le
prendan! Pero que no le hagan nada ... aunque no parezca la alhaja. Se
ve que todo el interés esta en que parezca el, para decirle:—¡Ingrato!
¿Qué necesidad tenías de robarme nada? Yo te lo hubiera regalado todo.
* * * * *
Paréntesis cuaresmal. Meditación, recogimiento y ... ahorro. Los tés sin
golosinas, las reuniones sin cena, suprimido el teatro; sus turnos de
moda se trasladan á las conferencias religiosas, á cargo de esos buenos
melífluos, y mundanos padres de la Compañía, que son una especie de
Fernando Díaz de Mendoza en lo de saber como agradar al abono.
En esas conferencias se trata casi siempre de ligeros temas sociales;
sólo faltan los nombres propios para que más parezcan prolongación de
los chismorreos de sociedad. Su habilidad consiste en que siempre se de
por aludido ... el prójimo. De este modo nadie se molesta.
Recuerdo el tole tole producido años ha con el famoso sermón de los
descotes, refundición de otro no menos famoso, pronunciado por el abate
Boileau ante la corte de Luis XIV: «Sur l’abus des nudités de
gorge». Pero los tiempos eran otros y lo que las cortesanas del Rey Sol
escucharon con paciencia—claro esta que sin enmendarse,—las modernas
devotas no pudieron sufrirlo.
La religión como el arte deben ser ante todo un consuelo, y si los
predicadores como los artistas, dan en decir cosas desagradables y en
asustar con fieras amenazas ...
Bien lo saben los dulces padres; la severidad no aparta del pecado
y aparta de la Iglesia. Dulzura en el púlpito, dulzura en el
confesionario ... «¡De la douceur, de la douceur!», que dijo aquel gran
poeta y socarrón de Verlaine, que también supo alternar lo pagano con
lo cristiano, como nuestras bellas penitentes en estos cuarenta días de
«magdalenismo» y coqueteo á lo divino.
La «toilette» es más austera, las conversaciones más graves; si se
murmura es por moralizar. Desaparecen los libros profanos y en su lugar
se ostenta «La Imitación de Cristo», «El reloj de la Pasión» y otros de
serias meditaciones. El ayuno colabora con el régimen para adelgazar,
el flirt es compatible con todo, y luego ¡cuarenta días pasan tan
pronto! Y el sábado de Gloria las campanas repican, y las faldas,
que por algo tienen forma de campaña, revuelan también, y las bellas
penitentes parecen rejuvenecidas, como después de una temporada de
baños ó de campo ... Porque, eso sí, veraneen física ó espiritualmente,
todas vuelven del veraneo y de la cuaresma. Ni el mar ni el campo, ni
la religión, pueden más con ellas que este Madrid de sus fatigas y de
sus pecados.
* * * * *
Era un tiempo en que el más descreído y despreocupado, sentía avivarse
en su espíritu cierto fervor religioso al llegar los días solemnes
de la Semana Santa. Pero en estos tiempos de profunda piedad que
alcanzamos, tan pródigos en diarias manifestaciones religiosas, la
Semana Santa no es más de notar que otra cualquiera en cuanto á lo
piadoso se refiere. Más bien por lo mundano, si buen tiempo y buen sol
ayudan. No son rostros atormentados por mortificaciones y penitencias,
ni siquiera ensombrecidos por austeros pensamientos los que se ven por
calles y por iglesias en esos días. Y ¿por qué entristecernos? Sabemos
que el sábado han de tocar á gloria; creemos en un Dios misericordioso
y una legión de vírgenes y santos intercesores, que han de salvarnos
por muchos que sean nuestros pecados. El sentimiento religioso pudo ser
alguna vez cruel en España, pero nunca fué triste. No fué triste porque
supo mirar al dolor y á la muerte cara á cara. Fué cruel, porque si el
propio dolor y la propia muerte no importaban ¿qué habían de importar
los ajenos?
Si esta confianza en Dios y esta despreocupación de la muerte fueran
tan conscientes ó tan hijas de una profunda fe religiosa como son de
irreflexivas y de inconscientes, la raza española sería la primera
del mundo. Pero ¡ay! que el despreciar la muerte no es más que la
consecuencia de despreciar la vida, y vida y muerte vienen á ser de
este modo una sola negación y sólo son verdaderamente grandes los
hombres y los pueblos que toda su vida afirman y el morir es para ellos
la suprema afirmación de su vida.
* * * * *
Era un tiempo también en que las más bellas y nobles damas turnaban
en las mesas de petitorio, y las ofrendas eran cuantiosas. Pero era
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