De Sobremesa; crónicas, Primera Parte (de 5) - 04

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—¡Pero, hombre!—le argumentan los amigos.—¿Por economía? Si le
costará á usted un dineral el viaje.
—No lo crean ustedes. Como estaremos poco tiempo en cada sitio y sólo
vamos de _touristas_, mi mujer y mis hijas se contentan con llevar el
preciso equipaje. Y no saben ustedes lo que esto significa. Un verano
me las lleve á Cercedilla con la idea de hacer economías, y como la
misma gente se reune catorce veces al día, y porque no creyeran que
estábamos allí por economizar ... ¡Aquello era una representación de
Frégoli diaria! En fin, tanto cambiaban de vestidos y tan de pies á
cabeza, que yo no entraba una vez en casa que no me las encontrara
en camisa ... ¿Pero por qué os desnudáis tanto? les decía; vais á
resfriaros ...
—Si no nos desnudamos, papá; nos vestimos.
¡Respuesta de una gran filosofía! Porque, en efecto, las mujeres no
se desnudan nunca, se visten siempre; si alguna vez en su vida puede
parecer que sólo se trata de desnudarse, no lo crean ustedes: es por el
gusto de vestirse luego ... y vestirse algo mejor, si es posible.
* * * * *
Lo que más siente el público—¡oh buen público, lector de folletines y
espectador de melodramas!—cuando no parece el autor de un crimen, no
es que éste quedé impune y pueda ser un peligroso ejemplo para animar
á más de cuatro indecisos que no han encontrado todavía su senda por
el mundo; lo que el público siente, es la desilusión de su curiosidad
no satisfecha. Como si un periódico de gran circulación cortara su
gran novela de crímenes en lo más interesante, y los fieles lectores
quedaran sin saber lo que fué de Emma, después de encerrada en el
subterráneo del castillo, ó de la condesa, después de hipnotizada
por el barón, para sugerirle la idea de robar el Banco de Londres, ó
cualquier otra friolera.
¡Ah! si la conciencia pública se manifestara con sinceridad, cuántas
veces en casos de crimen misterioso se votaría con general satisfacción
un plebiscito concediendo, no sólo el perdón, sino hasta una pension
vitalicia y algunas condecoraciones, al criminal, con la única
condición de presentarse á descifrarnos la charada y no dejarnos en la
duda de como y porqué fué el crimen.
No faltarían personas distinguidas que le invitaran á sus comidas y
_soirées_ para oírselo referir de viva voz. ¡Esta pícara hipocresía
social nos priva de los mayores placeres y hasta de algunas buenas
obras! Porque, ¿quien sabe si un criminal, por empedernido que fuera,
al verse así halagado y considerado por las gentes, no acabaría por ser
el hombre más sociable y más _adaptado_ del mundo? Acaso acabaría en
filántropo. No sería el primer caso que conocemos, y no de criminales
misteriosos precisamente, sino muy notorios, aunque impunes.
¡Los altos designios de la impunidad son tan respetables! ¡Cuántas
veces una condena prematura por un _crimencito_ de tres al cuarto,
puede privar á la humanidad de un gran bienhechor, á la sociedad de un
hombre agradable!
* * * * *
Cuando llegan de algunas provincias tristes lamentaciones por los
perdidos fueros y andan esos regionalistas—como ciertas mujeres que
culpan siempre de todas sus desgracias al que las perdió, como ellas
dicen—maldiciendo todavía del señor rey Don Felipe II ó Don Carlos
II ó Don Felipe V—según regiones,—que fueron también la causa de su
perdición primera con quitarles sus fueros y privilegios, bueno sería
que los madrileños, tan despreocupados de nuestra historia, indagásemos
si en algún tiempo tuvimos también algún fuero ó siquiera fuerillo
ó ventajilla de que ampararnos ahora ante el nuevo impuesto que nos
amenaza, digno de los mejores tiempos feudales.
Nuestro alcalde quiere ejercer con los madrileños algo así como el
llamado por los franceses, con más delicadeza de frase que entre
nosotros, _le droit du seigneur_. ¡Y cuánto más seguras que en el
antiguo derecho de pernada, serán las primicias de la verdadera flor de
azahar, tratándose de que en Madrid trabajemos todos! ¡Cuántos brazos
vírgenes de toda faena!
Pero como los madrileños, no en balde gatos, somos de natural rebeldes
á imposiciones, tendrá que ver de lo que seremos capaces antes de
someternos á esa prestación personal. Los sablistas y pedigüeños ya
tienen un motivo oratorio más con qué conmovernos: «¡Dos días sin comer
y mañana al tajo; tengan compasión!» No faltarán tampoco funciones
teatrales con el objeto de redimir á un padre de familia, del azadón,
del pico, y ¡qué se yo! Habrá quien sea capaz ... hasta de trabajar por
primera vez en su vida sólo por reunir la cuota necesaria á redimirse
del trabajo.
Pero no hay que alarmarse demasiado; si ello llegase á ser ordenanza
municipal, ya sabemos á lo que todo quedará reducido: á que los días de
elecciones vayan á trabajar al tajo todos los electores de oposición.
* * * * *
Entre la infinidad de compras, precursoras del viaje veraniego, las
mujeres no olvidan los libros. En Madrid no hay vagar para la lectura:
el periódico, la revista ilustrada, lo que basta para saber lo que pasa
por el mundo. Pero en estos días la librería á la moda se anima con el
charloteo femenino:—¿Qué novedades hay? ¿Qué novelas pueden leer estas
niñas? Algún libro de versos ...
Ya es la gran dama que presume de intelectual y consulta catálogos y
elige por sí misma, y en el mismo paquete une á Nietzsche con Bourget,
y á Tolstoï con D’Annunzio, sin olvidar algún estudio histórico sobre
algún personaje del siglo XVIII, con preferencia alguna favorita del
Rey Sol ó del Bien Amado. Hay que documentarse, nadie sabe lo que
puede ocurrir en este mundo. Ya es la madre de severos principios que
lleva de antemano anotados los libros que recomienda ó permite el
Padre Dulce, de la Compañía. Ya es la institutriz que elige ante todo
los libros de su gusto, muy convencida de que las señoritas no han de
leerlos, y para ella todos serán pocos en muchas ocasiones cuando para
una institutriz de buen tono no hay libro bastante interesante si ha
de absorber su atención por completo ni bastante voluminoso si ha de
ocultarla discretamente todo lo que sucede á su alrededor.
Ahora son unas muchachas bullangueras, de esas que quisieran á cada
momento, sólo con pasar, exteriorizarse todas, y hablan y ríen,
pensando tanto en que las oyen, que apenas piensan lo que dicen. A
la rebatiña de palabras unas con otras, no suben á tranvía, ni hacen
corro en la calle con amigos, ni entran en tienda sin dar noticia de su
nombre, y parentescos, y relaciones, y gustos y disgustos ...
—Yo, como no puedo resistir á los hombres tontos ...
—Yo, como me vuelvo loca por la horchata de chufas ...
—Yo, como no soy como Fulanita ...
Y á propósito, traje cortado, hilvanado y cortado á la medida de
Fulanita en menos tiempo que un luto.
Estas revuelven la librería, con un comentario para todos los libros,
sin desatender por eso, desde la vidriera, á cuántos pasan por la calle.
—Mira ... Becquer. ¡Qué preciosidad! ¡Es mi poeta!
—Y el mío.
—¿Has leído esto?
—Es muy aburrido, una lata ... ¡Pero como va esa criatura! ¿Habéis
visto?
—¿Quién, quien?
—Juanita.
—¡A ver, á ver!
Se precipitan á la puerta. Risas. Comentarios al traje de Juanita; del
traje pasan á la piel. Vuelven á los libros.
—¿Habéis elegido ya?
—¿Qué decidís?
—Yo, éste.
—Yo, estos dos.
En un aparte furtivo, una de ellas señala un libro.
—¡Fijaos!
—¡Qué horror!
Es un libro de que oyeron hablar, como de tantas cosas; un libro que
ellas sólo pueden conocer así, por el forro, como tantas cosas. Pero
sus ojos acarician el libro cerrado y por su frente pasan adivinaciones
que se traslucen en un reir nervioso.
—¡Qué tonta! ¿De que te ríes ahora?
—¿Y tu?
—Me acuerdo de Juanita.
Entra un criado de casa grande, entrega á un dependiente una larga
lista de libros. El dependiente busca, reune; entre ellos va el libro.
Sale el criado. Ellas, casi á coro:
—¿Para quien son esos libros, sabe usted?
—Para la duquesa de——.
—¡Fulanita!
Lanzan el nombre propio y familiar, para que se entere el dependiente
de que la duquesa es cosa muy suya. A continuación, traje de corte y
gran gala para la duquesa y algunos allegados.
Es un rato muy divertido el que puede pasarse en la librería á la
moda, en estos días en que tantas bellas y graciosas mujeres acuden á
proveerse de literatura.
Yo las deseo á todas que el primer libro abierto ruede días y días por
mesas y sillas y mecedoras de terrazas de hotel ó de balneario, con
un pico doblado, nunca más allá de las veinte primeras páginas. Será
la mejor señal de que el veraneo ha sido agradable para ellas. Que la
lectura sea el refugio de vuestras institutrices y señoras de compañía.
Cuando hayáis leído todos los libros del mundo, no seréis más bonitas
y acaso seréis tan ignorantes. Los libros no enseñan nada cuando, al
leerlos, aún podemos preguntar: ¿Será verdad esto? ¿Será así?
Y cuando podemos decir, al leerlos: ¡Qué verdad es esto! ¡Así es!, ya
es tarde; la vida nos ha enseñado más que todos los libros, y tampoco
pueden ya aprovecharnos de nada.
* * * * *
Las autoridades de algunas regiones de Francia infestadas de lobos,
acordaron en una ocasión conceder á los cazadores una cantidad,
bastante apetitosa, por cada lobo presentado. Y sucedió ... ¿Que todo
el mundo se dió á cazar lobos en aquellas regiones?, dirán ustedes. De
ningún modo; á lo que se dieron fué á criarlos como á hijos y á cuidar
por todos los medios de que no acabara la casta, para ir cobrando;
hasta que las autoridades, más que paternales, maritales siempre, en
esto de ser las últimas en enterarse, cayeron en la cuenta de que no
es el mejor modo de acabar con los lobos el convertirlos en fuente de
ingresos saneados para mucha gente.
He aquí un sucedido que debieran tener en cuenta esas autoridades que
se sirven de confidentes, delatores y todo linaje de soplones, para
descubrir y cazar malhechores de cualquier especie. Por natural ley
económica, la demanda crea la oferta. Paguen ustedes por descubrir
anarquistas y los anarquistas no se acabaran nunca y las confidencias
se irán complicando como novelas por entregas, y con todo esto les
sucede á las autoridades celosas lo que á esos maridos, celosos
también, que acuden á una agencia de informaciones para que le
averigüen si su mujer le engaña, y al cabo de gastarse muy buenos
cuartos, confidencia va, confidencia viene, acaba por enterarse de que
precisamente el que trata de pegársela con su mujer es el director de
la agencia.
[Ilustración]


XIII

¡Por qué se veranea? ¿Por huir del calor? Las mismas ó mejores razones
habría para huir del frío en invierno. Y aún el huir del calor sería
un motivo si los que veranean fueran á los polos ó á la América del
Sur, á empalmar invierno con invierno; pero la mayoría va á lugares
en donde el calor, cuando aprieta, no es menor que en Madrid, aunque
exornado con mosquitos, pulgas, orfeones y otros alicientes. En esos
días de calor _excepcional_—los fondistas y patronas del norte siempre
le llaman excepcional—tienen los veraneantes el consuelo de pensar
como aquel espectador de toros en tendido de sol: ¡Si aquí estamos
así, como estarán los de enfrente con el resistero! Suele suceder que
los de enfrente estamos más frescos y más comodos, pero no es cosa
de telefonear ó telegrafiar para que rabien los de fuera, ya que se
han gastado su dinero. Ellos, en cambio, tienen días muy frescos; tan
frescos, que casi siempre van acompañados de ventiscas ó chaparrones,
y hay que pasarlos encerrado en casa ó en el cuarto de una fonda y con
los balcones cerrados; de modo que ... ¡fresco perdido!
¿Se veranea por cambiar de vida? Nada de eso; el ideal de todo
veraneante es encontrarse con el mayor número de gente conocida y
hay que ver con qué exclamaciones de júbilo se saluda á los que van
llegando, aunque sólo se los conozca de vista. ¡Dicha completa si la
tertulia reunida es la habitual de Madrid, sin faltar un amigo! Y si la
compañía que actúa en el teatro es también madrileña y representa las
mismas obras que en Madrid nos aburrieron; y si en la Plaza de Toros
ocupamos localidad equivalente á la de Madrid y alrededor se sientan
los mismos aficionados con los mismos comentarios y las mismas gracias,
y en el redondel vemos á los mismos toreros las mismas faenas.
De San Sebastián á Zarauz, de Zarauz á Biarritz, no se oye otra
pregunta: ¿Qué gente conocida hay? ¿Hay mucha gente conocida? Y se va
de un punto á otro para averiguarlo, y se pondera la excelencia de
un sitio, no por sus propias excelencias, sino porque esta cerca de
otoros sitios y es excelente base de operaciones: Nosotros preferimos
esto—dicen muchos—porque se esta cerca de todas partes. Y hay quien
dice con frase gedeónica: Nosotros lo pasamos muy bien aquí ¿sabe
usted? porque nunca estamos aquí.
A todas horas van por esas carreteras los automóviles, lanzados como
en montaña rusa, trayendo y llevando gente conocida. Y esa es toda la
psicología del veraneo: ¡Movimiento, movimiento!
Es gente de tan pocos recursos propios, que la soledad y el reposo les
llevaría al suicidio por aburrimiento.
En su cerebro sólo suena algo, como en los cascabeles, cuando se
agitan. Todo para que en Madrid pensemos al leer las crónicas de los
corresponsales: ¡Como se divierten por allí! Mientras los de allí dirán
al leerlas: ¿Pero será verdad que nos divertimos tanto?
¡Y Madrid es tan delicioso en verano! En primer lugar deja uno de ver
á mucha gente desagradable. La temperatura es la natural; calor de
verano, fresco de verano—nada de excepcional como en el Norte.
La salud pública es excelente, como en ninguna estación del año; la
prueba es que casi todos los médicos veranean muy descuidados; verdad
que esto puede ser causa ó efecto. En la Exposición del Retiro se
da uno la satisfacción, por poco dinero, de proteger el Arte y la
Industria juntamente, y lo demás se nos da por añadidura. En Parisiana,
con un poco de imaginación, se figura uno estar en la terraza de algún
casino de playa á la moda, con su música de _tziganes_ y su teatrillo.
Y aún queda la Bombilla para darnos la ilusión de que no nos ve nadie,
aunque al otro día le diga á uno todo el mundo: ¿Conque anoche en la
Bombilla? ¡Ya esta usted bueno! Y queda el _boulevard_ para darnos la
ilusión de un paseo provinciano, y queda ... del Prado al Hipódromo
para pasear en simón con neumáticos, con tanta poesía como en góndola
veneciana, amores propios de la estación ... Y en fin, lo que dice un
diputado, retenido en Madrid por la discusión de los azúcares: ¡Si en
Madrid se pasa el verano como en ninguna parte! Yo no tengo prisa por
que se cierren las Cortés; he mandado fuera á la familia.
—No siga usted—le atajé en seguida.—Usted lo entiende. Si sigue
usted en Madrid y la familia fuera, pasará usted el gran verano. Créame
usted; lo que sofoca no es el calor, es la familia. Y si los senadores
y diputados dan en mandar á la familia por delante, ya verá usted como
no hay tantas prisas porque se cierren las Cortés, y cuando se cierren,
todavía se harán algunos los remolones.
Para los que se presenta mal el año, es para esos jóvenes que veranean
en un pueblecito modesto y al regresar quieren hacernos creer que han
estado en todas partes y han alternado con la mejor gente; porque
este año no basta con tener la cara tostada como por el aire del mar,
para darse tono, hay que traer unos cuántos chichones y otros cuántos
cardenales bien repartidos, para demostrar que se ha cultivado los
_sports_ de moda y con alternativa.
* * * * *
Permitida la fabricación y la venta de armas, no sólo de las que puede
considerarse como de caza entre las de fuego, ó como utensilios de
trabajo entre las blancas, sino de otras muchas que visiblemente no
pueden tener mejor uso y destino que el de _mojar_, según tecnicismo,
más tarde ó más temprano, ¿no es una contradicción ó _contracción_,
mejor dicho, que la autoridad proceda á impedir el uso de lo que no
impidió la adquisición?
Un navajón tamaño de esos que vemos, ornato de escaparates, con sus
arabescos y lemas en la hoja, para mayor gala; un puñalito de esos
del precioso saca y mete, como cantan en una popular zarzuela, ¿para
qué pueden servir sino es para solucionar á un prójimo, en un abrir
y cerrar de muelles, el pavoroso problema la eternidad? ¿Se supone
que sólo los compra el coleccionista de armas para colocarlos en una
panoplia, ó el extranjero para llevarse un recuerdo más de España, con
la pandereta, el abanico, el par de castañuelas y el de banderillas?
Y si sólo estos pueden ser los usos materialmente inofensivos de
estas armas, ¿no es hora de atajar la superproducción? Y si tales
armas tienen otra utilidad que no adivino, ¿no debe por lo menos
equiparárselas con las medicinas peligrosas y no despacharlas sino con
receta garantizada por algún doctor en medicina social?
No son juguetes que pueda manejar cualquiera, pero mientras cualquiera
pueda adquirirlos, despojarle luego de una propiedad que adquirió
legalmente es ... por lo menos un contrasentido, y los contrasentidos
siempre desprestigian. ¿Que las autoridades tienen el deber y el
derecho de prevenir? Ya lo creo; pero antes de registrar el bolsillo
del transeúnte que compró el arma, debe registrar el bolsillo del
fabricante que la vendió.
¡El acero tiene aplicaciones tan útiles! Además, á la larga, no habría
pérdidas para nadie. Cuando esas preciosas navajas de muelle y esos
puñales primorosos escasearan en el mercado, los coleccionistas y los
extranjeros los pagarían como curiosidades arqueológicas.
Entre tanto, ese procedimiento antipático del _cacheo_ es ... lo de
siempre: poner emplastos á los granitos en vez de purificarnos la
sangre.
* * * * *
En Valencia se ha vuelto loco un toro y en Córdoba se ha vuelto loco
todo un público. Los dos han hecho lo mismo: embestir con cuanto se les
ponía por delante. El público se puso en tal estado de indignación por
la mansedumbre de los toros. La locura del toro esta más justificada:
fué de indignación por la fiereza de los hombres. Se vió acosado,
acorralado, enchiquerado, y pensaría: ¿Pero qué va á ser esto? Y
decidió morirse, dispensándonos un favor; porque si tanto se indigno
con los preliminares, si hubiera llegado á la lidia, ¿qué de cosas no
hubiera ido mugiendo de nosotros á los elíseos pastos? ¡«Azafrán»,
«Azafrán»! Tu sangre de toro sería excelente, pero no era sangre
española; los españoles nos dejamos lidiar hasta el fin. Además, nunca
te perdonarán los aficionados sus ilusiones defraudadas. ¡Lo que
hubiera hecho ese toro en la plaza! Menos mal que á los pocos días
pudimos consolarnos, diciendo: ¡lo que han hecho esos animales en la
plaza!
El caso es que veamos siempre bravura, ó en los toros ó en los toreros
ó en el público.
* * * * *
Esta vez sí que nos han dado una buena lección los catalanistas, y no
hay que ofenderse por ella, porque si es verdad que nuestra policía les
parece deficiente, no hay que decir que han acudido á ellos mismos para
suplir la deficiencia. Se conoce que entre los cráneos superiores no
se da la protuberancia policiaca, y así lo han reconocido con modestia
al buscar un policía del mejor género inglés, tan acreditado en esta
especialidad. Así esta bien, y lo bueno debe buscarse donde lo haya
mejor. ¡Y ojalá en todo y siempre hubiéramos hecho lo mismo por aquí y
otro gallo nos cantara ó no cantara ninguno!
Los lujos hay que pagarlos, y este se paga bien y tampoco hay que
censurarlo; de este modo se puede exigir méritos en justa relación con
el precio; la verdad, pedir un Gorón ó un Sherlock Holmes por treinta
ó veinticinco duros al mes que cobrarán algunos de nuestros modestos
policías, es como pedir primores culinarios á una cocinera con tres
duros de salario y uno para la compra. La creencia en ultraterrenas
recompensas esta muy debilitada en los espíritus modernos, para que
nadie haga apostolado de servirnos por nuestra linda cara. Todos
sabemos lo que podemos exigir, poco más ó menos, según lo que pagamos
á nuestros servidores particulares; sólo cuando se trata de servicios
sociales, nos creemos en el caso de pedir gollerías. Por mil libras
esterlinas y gastos de _mise en scene_, los barceloneses ya tienen
derecho á quejarse si M. Arrow no les deja aquello hecho un Paraíso
terrenal.
En todas las grandes capitales quedan todos los años más de uno y más
de dos crímenes impunes; en Madrid, aunque quedaran por docenas, no
tendríamos razón para extrañarlo. Con los sueldos mezquinos de nuestra
policía, el personal escaso, y ese ocupado de continuo en velar por
existencias preciosas ¡quien lo duda! y que aún debieran estar mejor
guardadas, pero con personal aparte, lo admirable es que Madrid sea,
y no lo duden ustedes, una de las capitales en que menos _sucesos_
ocurran. Descuenten ustedes muchos de esos timos del portugués y de los
perdigones, que nos hacen pensar: ¿pero es posible que todavía haya
gente tan cándida por el mundo? Y, en efecto, muchas veces el dinero
se perdió en el juego ó se gasto en la aventurilla escabrosa, y el
cándido forastero necesita que _salga_ en los periódicos la noticia del
timo para justificarse con la parienta que le sacará los ojos si otra
cosa creyera. Del mismo modo hay muchos robos y atracos de la más pura
auto-sugestión, y las culpas son siempre para la policía, que no diré
yo que sea perfecta, ni mucho menos, á poco que se piense en como esta
pagada. Aquí, donde para ser lógicos, ya que hay maestros con cinco
duros al mes, necesitaríamos policías con cinco mil al año. En cambio,
si tuviéramos maestros con cinco mil duros al año, acaso nos bastara
con policías á cinco. Para la gente pobre, ya se sabe, al cabo del año
lo que no va en alimentos, se va en botica, y la verdad ¡con cinco
duros de alimentación espiritual, todo debía ser poco después para
remedios!
Esperemos esa segunda lección de los catalanistas. ¡Un maestro de
escuela con mil libras esterlinas de sueldo! Eso sería ... como el
título de la última obra de Mark Twain: «Better than Sherlock Holmes»;
traducido para que no lo entienda míster Arrow y no quieran entenderlo
sus importadores: «Mejor que Sherlock Holmes».
* * * * *
¿Qué especie de curiosidad ha llevado á la vista del juicio de
Soleilland á tanta Eva, aunque en lo corporal vestidas por Doucet,
Redfern ó Paquín, en lo espiritual sin la menor hoja de parra para
encubrir su desvergüenza?
¿Era como una tardía manifestación de protesta que pudiera significar:
¡Ah, estos hombres! He aquí un crimen que cualquiera de nosotras
hubiera podido evitar á tiempo?
¿Era la figura simpática del criminal, divulgada por la fotografía, la
que acaso les hacia creer en una probable inocencia, demostrada por
alguna revelación imprevista en el transcurso del juicio?
¿Ó era este mismo picante contraste entre el físico y el empleo, que
dicen por allá, lo que constituía la mayor atracción de Soleilland?
¡La psicología femenina es tan poco complicada como complicada es su
fisiología!
De todos modos, en estos tiempos de apacible vulgaridad, sin
sacudimientos pasionales, un criminal de cualquier género siempre
inspira admiración más ó menos disfrazada. Las mujeres lo disfrazan
todo de curiosidad.
Por este sentimiento no será extraño que leamos muy pronto en los
avisos particulares de algún periódico de París: «Señora del gran
mundo, otoño espléndido, desengaños sentimentales. Desearía ser
violentada. Todos los días, entre dos luces, se hallará sola en el
Bosque de Vincennes». Lo peor es que no se hallaría sola; para una
que se anunciara, hay que pensar en las que acudirían por curiosidad
á ver quien era ella y á ver lo que pasaba, aunque las confundieran
con la del anuncio y las dieran un buen susto; un susto de esos que se
recuerdan siempre en confidencias con las amigas: ¡Para susto el mío!
¡Todavía no me ha salido del cuerpo!
¡Oh, Soleilland, Soleilland! La cabeza te cuesta; pero cuántas
lindas y soñadoras cabecitas se han estremecido por ti, como si las
acariciaras con tu mano estranguladora, tu mano de asesino, fría como
el cuchillo de la guillotina.
* * * * *
Por si no bastaba con el uso muy extendido de las máquinas, han dado
las mujeres en escribir con una letra tan impersonal, tan sin carácter
como letra de imprenta. Esa letra á la moda, toda líneas rectas, que
hace parecer una carta como plana de finos palotes, y todas las cartas
iguales, se presta, como los antiguos mantos en nuestras comedias del
siglo XVII, á todo género de confusiones y enredos teatrales.
¡Cualquiera sabe qué mano pudo escribir, cuando todas escriben del
mismo modo!
Yo no se lo que dirá la grafología de ese carácter de escritura que,
ante todo, muestra la falta de carácter de la escribidora. ¡Destruída
la emoción de percibir sólo por el sobrescrito si la carta que llega á
nuestras manos es la carta esperada entre todas!
Confiad un poco más en nuestra discreción y en nuestra lealtad. ¡Oh,
mujeres! Escribid de ese modo á los indiferentes. No hagáis á los que
os aman que recuerden con pena aquellas divinas cartas de mala letra y
peor ortografía, pero cuyo estilo era una mujer, no todas las mujeres,
cualquier mujer, como estas de ahora que, en letra y estilo, parecen
copiadas de un solo modelo epistolar para uso de señoras y señoritas
que no quieren soltar prenda y siempre pueden tener el recurso de
renegar de lo que escribieron: ¡Esa carta no es mía! ¡Es de Fulanita!
Pensad que Fulanita es también vuestra amiga y la comprometéis por
salvaros.
Con la letra y la ortografía de antes podía escribiros las cartas
vuestra cocinera; vosotras tampoco os comprometíais, nosotros nos
divertíamos más, y alguna vez la cocinera podía hacer su suerte.
* * * * *
—¿A dónde va usted este verano, marquesa?
—A mis baños, como siempre.
—¿Con el marqués?
—No; el va á los suyos. Ya sabe usted que todos los veranos nos
separamos por incompatibilidad ... de humores.
* * * * *
En la playa.
Doña Patro, á quien han recomendado los baños de mar para adelgazar, se
presenta en la playa con un amplio traje que borra todos sus contornos.
Su ilusión de haber disminuido desde el año anterior es completa;
porque el bañero, que es el mismo de otras temporadas, no la reconoce á
pesar de las buenas propinas.
A la media hora del baño, ceñido ya el traje y entregada por completo
á las olas, dejando fuera de la línea de flotación una enorme boya
natural, el bañero, asaltado por un recuerdo imborrable, exclama:
¡Perdone usted, doña Patro! ¡Qué habrá dicho usted! ¡Hasta ahora no la
había conocido!
Doña Patro se sumerge de golpe como para ahogarse.


XV

¡Por qué extraño contraste cuanto más intensa se muestra la vida á
nuestro alrededor, más se impone á nuestro pensamiento la idea de la
muerte! Y como Jerjes lloraba ante la inmensidad de sus ejércitos,
al pensar como dentro de pocos años toda aquella multitud de hombres
habría dejado de existir sobre la tierra, así nos entristece el mismo
pensamiento cuando el hormiguero humano parece más afanoso por la vida,
en esos pueblos de la vida intensa, en esas grandes ciudades emporios
de la civilización en que las gentes van presurosas siempre, apartando
á empujones al que estorba el paso.
En cambio, esos pueblos petrificados que parecen muertos, de raros
paseantes sin prisa, que van lentos, majestuosos, como quien nada tiene
que hacer en ninguna parte, por su misma quietud nos dan una sensación
de eternidad que aleja la idea de la muerte. Pero estos son los pueblos
atrasados á los que es necesario llevar, á cañonazos si es preciso, esa
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