De Sobremesa; crónicas, Primera Parte (de 5) - 05

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vida intensa que llamamos civilización. Vivir ó morir; dormir, no. La
civilización, como Macbeth, ha asesinado el sueño.
Y no obstante, no fué en las calles de la gran capital civilizada
donde nos pareció entrever la silueta de algún hombre dichoso. Fué en
la calleja moruna, sobre una esterilla raída, entre el humo aromado
del café y de la pipa, envuelto en su jaique color de pedrusco, el
moro inmóvil, anulado el pensamiento, sabedor de toda sabiduría; la
inutilidad de todo paso nuestro en la vida cuando todos, lentos ó
presurosos, nos llevan á la muerte.
* * * * *
Nuestros gobernantes, tan dicharacheros y sábelo todo cuando de los
asuntos caseros se trata, tratándose de asuntos internacionales se
tornan graves y silenciosos; y ya se sabe, cuando ellos se encierran
en la mayor reserva, ó no piensan nada ó piensan hacer una tontería.
Desde Felipe II, llamado el Prudente, que no hizo más que cometer
imprudencias, que todavía colean, en toda su vida, debíamos echarnos á
temblar cada vez que en España se invoca la prudencia para algo.
Los pies de plomo no fueron nunca buenos para ir á ninguna parte,
sobre todo donde sería mejor no ir de ningún modo. La frase vulgar
«Con Fulano ni á coger monedas de cinco duros», debía ser un axioma
de política internacional con respecto á Francia. ¡Porque cuidado si
tuvo siempre mala mano para estas andanzas! Dicen sus admiradores
incondicionales que es la única nación que hizo pura política
internacional de corazón y por ideal. Será que estas cosas de la
política estén reñidas con los arranques cardiacos. Si aún para coger
monedas de cinco duros había que tener reparo, ¿qué será por ochavos
morunos, que es todo lo que podemos ganar en la compañía, viniendo muy
bien dadas?
Entre tanto allá vamos, y quiera Dios que no sea la mil y una salida
que hizo ... alguien más loco que Don Quijote; porque Don Quijote, hay
que hacerle justicia, embistió alguna vez con rebaños pensando que
eran ejércitos, pero no se le ocurrió nunca embestir con ejércitos
creyéndolos rebaños.
* * * * *
La competencia de Bombita con Machaquito vuelve á poner sobre el ruedo
la eterna cuestión taurómaca: si es preferible un buen torero á un buen
matador.
Los públicos meridionales siempre han sido más admiradores de los
arabescos con capote y muleta; los públicos del Norte estiman en más la
estocada; la hora de la verdad. Los madrileños en esto nos inclinamos
más al Norte. Los buenos matadores han tenido siempre entre nosotros
mayor partido que los buenos toreros. El madrileño de raza fué gran
frascuelista, como sería hoy machaquista si la espada del valiente
cordobés contrapesara la muleta de Bombita tanto como contrapesó la
espada de Salvador la muleta soberana de Lagartijo.
Por ahora la balanza oscila por días para mayor interés del público,
que en España siempre necesita de estas competencias para sostener sus
admiraciones.
Como el Guerra no tuvo competidor en su tiempo, el público no podía
tolerarlo, y consiguió aburrirle. A lo que esta muy expuesto el Sr.
Maura si continúa toreando sin competencia. En España la admiración se
cansa pronto. La alternativa de solidaridad, que hizo concebir tantas
esperanzas, las defraudó por completo. El espectáculo languidece.
Los toreros viejos cansan al público; entre los novilleros no apunta
ningún astro ... ¡Y es tan aburrido torear sin competidores! ¡Y tan
triste tener que decir, parodiando al Guerra: Después de mí, _naide_;
después de _naide_ ... Rodríguez San Pedro. Ó aquello otro más
expresivo: ¡Qué malos _seis toos_!
* * * * *
No hay que ser escépticos; como dijo nuestro gran dramaturgo: _Algunas
veces aquí_ halla la virtud su recompensa, y no sólo la virtud, sino
también el talento, con ser cosa menos estimable. Gracias á nuestras
sabias instituciones oficiales, podemos lograr de cuando en cuando este
anticipo del reino de Dios sobre la tierra.
La Real Academia de la Historia anuncia un concurso de premios á la
virtud y al talento. A primera vista parece que la virtud y la historia
habían de andar algo reñidas, porque siempre se dijo de la gente escasa
de virtudes que era gente de historia, y por lo general, las personas
virtuosas, como los pueblos felices, no tienen historia.
El premio es de mil pesetas, y bien se advierte la sabia previsión de
los donantes; con esa cantidad es seguro que el favorecido con el,
persevere en la virtud. Con mil pesetas no hay para entregarse á muchos
vicios. También se advierte como quiere alejarse toda idea de cálculo
al aspirar al premio; porque mil pesetillas, cualquier vicio bien
administrado puede dejarlas, más ó menos en limpio, al cabo del año.
Pasemos á las condiciones, y copio textualmente porque no quiero
malograr ningún primor de estilo: Este premio será adjudicado á la
persona de quien se cuenten más actos virtuosos, ya salvando náufragos,
apagando incendios ó exponiendo de otra manera su vida por la humanidad.
Aquí se ve como los señores académicos consideran el valor como virtud;
porque á nadie se le oculta que bien puede uno salvar náufragos,
apagar incendios y exponer de otras mil maneras su vida, sin ser por
eso ejemplar de virtudes. ¿Ven ustedes la incompatibilidad entre ser
bombero espontáneo y emborracharse de cuando en cuando? ¿Ó entre
arrojarse á las olas procelosas para salvar hasta media docena de
náufragos y darle luego en casa una paliza diaria á la parienta?
Tampoco me parece muy bien eso de apreciar como mérito la acumulación
de estas proezas. Creo que para cualquier persona de bien ya es
bastante asistir en su vida á uno de estos casos lastimosos. Yo
desconfiaría del que me dijera haber asistido á seis incendios, diez
naufragios y doce epidemias, con alguna que otra tragedia, aunque
en todo ello hubiera realizado heroicas hazañas. Más que virtud me
parecería ... mala pata. Y perdone la Academia.
Sigamos leyendo, que ahora se entra ya sin equívocos en el verdadero
terreno de la virtud. Copio otra vez: Ó al que luchando con escaseces
y adversidades, se distinga en el silencio del orden doméstico por una
conducta perseverante en el bien, ejemplar por la abnegación y laudable
por el amor á sus semejantes y por el esmero en el cumplimiento de los
deberes con la familia y con la sociedad, llamando apenas la atención
de algunas almas sublimes como la suya.
Tomemos un buen aliento y reflexionemos. Todo esta muy bien; sólo que
á esas almas sublimes capaces de apreciar otra alma sublime ... ¿qué
otra alma sublime las garantiza? ¿Y á usted quien le presenta?, puede
aquí decirse. Y en caso de que esas almas sublimes que garantizan
estén á su vez garantizadas, ¿no será cosa de premiarlas también con
algo, siquiera con el tanto por ciento que suele corresponder á los
denunciadores de la riqueza oculta? ¿Es cosa de premiar á los acusones
de culpas y de dejar sin premio á los descubridores de virtudes? No, no
esta bien, y es más de lamentar cualquier humana injusticia cuando se
trata de anticiparnos algo de justicia divina.
El talento ya es tenido en menos que el valor por los académicos, y
en la convocatoria parece por completo deslindado de la virtud. Eso
sí, en lo material el aprecio es el mismo: mil pesetas; es la cifra:
mil pesetas á la virtud, mil al talento. Sólo que aquí no se exige
la acumulación de méritos; una monografía histórica, y listos. No
es tampoco preciso el concurso de otras almas sublimes, etc ... Los
académicos son modestos; para aquilatar virtudes, necesitan del auxilio
de esas almas sublimes, etc.; para juzgar del talento, ellos solos se
bastan.
¡Héroes, santos y sabios! ¡Vayan, vayan llegando ... ¡Mil pesetas á la
virtud, mil pesetas al talento! ¡Ocasión única! El premio no compromete
á nada. Una vez cobrado, puede uno dejar de ser virtuoso ó puede uno
dejar de tener talento. En el primer caso, tendrá abiertas todas las
puertas, y en el segundo ... de par en par _las de la Academia_.
* * * * *
Lo de hacer su Agosto, no debía decirse tanto por los labradores como
por los toreros. Nadie como ellos en España hace su verdadero Agosto.
Aunque en el preside el signo del Zodiaco más contrario á los cuernos,
Agosto es el mes taurino por excelencia. No hay capital, villa ni
lugarejo que no arda en fiestas en su coso, con grandes corridas,
novilladas, ó, de no poder más, capeas. La sangre torera hierve al sol
canicular.
Y no es sólo en España; Europa entera asiste emocionada á esa
interesante corrida que en el ruedo _mundial_ se juega. En ella,
Francia y España, con entusiasmo de principiantes, se las entienden
con un ganado de mucho peso y de mucho sentido. En localidad de
preferencia, Eduardo VII preside sonriente, y entre barreras Guillermo
II hace números: el arrastre y la contrata de la carne van por su
cuenta.
* * * * *
Así como así, la crónica del veraneo ha sido en este año de lo más
precario. Los pequeños escándalos de siempre á cargo de las mismas de
siempre, vestales _au rebours_ del fuego sagrado de la murmuración.
Sin embargo, la buena sociedad, mostrándose con ellas muy
desagradecida, parece ser que por parte de algunas distinguidas
señoras, se ha permitido este verano sus pinitos de _boycottage_,
creemos que como ensayo de un nuevo _sport_ inglés que no puede
prosperar en nuestras costumbres.
Esos alardes de severidad sólo pueden estar justificados por el
deseo de hacer economías; porque si las señoras dan en seleccionar
sus relaciones, sus comidas de más aparato quedarán reducidas á seis
cubiertos y sus bailes más concurridos á unas veinte personas.
Sin contar con que si los invitados dan también en escrupulizar, habrá
señora que coma sola todos los días del año y tenga que bailar el
rigodón de honor con su portero, si es hombre despreocupado.
¡Cuánto mejor, para evitar complicaciones y comparaciones, es atenerse
á la evangélica indulgencia, sin la cual no sería posible en sociedad
ni tener una mala partida de tresillo!
* * * * *
Los reyes, como todo el que hace un regular papel en la mundanal
comedia, no pueden tener vida privada; y me parece muy justa
compensación, ya que ellos suelen privarse de menos cosas en su vida
que el resto de los insignificantes mortales.
Por ejemplo: vida menos privada, en todos los sentidos y extensión de
la palabra, que la del rey Eduardo ...
Según noticias, que hoy son chismografía y mañana serán historia, su
graciosa majestad no se ha aburrido nada durante su permanencia en
Marienbad.
Aparte la interesante aventura de la dama del velo, todos los
periódicos franceses nos han dado cuenta, unos en su sección de
teatros, otros en su sección política—según la procedencia del
reclamo,—de su afectuosa despedida á Lina Cavalieri, próxima á
emprender una gran _tournée_ por los Estados Unidos.
Esa despedida significa para la celebrada intérprete de Tais, tanto
como llevar la bendición paternal de la Vieja á la Nueva Inglaterra.
¡Bendición que caerá también en lluvia de dollars sobre la ondulada
cabecita de la gentil plenipotenciaria!
¡Los millonarios norteamericanos, cuando quieren ennoblecerse, buscan
con tanto afán un antecesor entre los reyes de Inglaterra!
Nadie como la Cavalieri puede ofrecerles ahora ese lujo en las mejores
condiciones de autenticidad.
Y no hay que discutir esa forma de ennoblecerse. De menos hizo una
voluntad soberana la más preciada orden caballeresca de Inglaterra.
[Ilustración]


XVI

El Pernales ha muerto. ¡Viva el Pernales! No puede extinguirse la
dinastía. Si tarda en surgir un sucesor de carne y hueso, la fantasía
popular sabrá crearle y su espíritu vagará por los campos con todas las
apariencias de la realidad. Será sólo un nombre, pero es preciso que
ese nombre suene. Necesita de el mucha gente. El marido ó el hijo de
familia que se jugó en alguna feria las rentas cobradas, y al regresar,
en una carta de letra temblorosa: El Fulano me salió al paso ... sale
del suyo. El administrador que ha de justificar distracciones, el
pastor á quien se le extravió alguna cabeza de ganado, el cacique que
se vale del temido nombre para amedrentar á enemigos molestos ... No hay
duda, un bandido es siempre de utilidad pública.
A pesar de la indudable identificación del cadáver, es de creer que
sólo ha muerto un fantasma, que volverá muy pronto con otro nombre, con
otra apariencia, pero siempre el mismo. ¡Como que á estas horas habrá
quien le llore como á uno de la familia! ¡Pobrecillo! El algo robo,
pero hay que pensar en lo que le habrán explotado. En España es la
condición, para uno que trabaja hay siempre diez holgazanes que viven á
su costa.
* * * * *
Hay quien al primer accidente entorpecedor, quisiera dar por fracasado
todo invento; al primer tropiezo, declarar inútil y peligroso todo
paso progresivo. ¿Que hubo un choque de trenes ó cualquier otro
siniestro ferroviario? Volvamos á las galeras y diligencias. ¿Que
la luz eléctrica dejó de lucir en unas horas por desperfectos de la
maquinaria? ¡Quiten ustedes allá! ¡Donde esté un buen candil de aceite!
¿Que los obreros de una gran fábrica se declaran en huelga y perturban
por unos días la siesta y la digestión de los señores? ¡Esas pícaras
industrias modernas!
No hay que decir si el motín de los presos en la Cárcel Modelo se habrá
prestado á este género de consideraciones, á cargo de nuestros más
infatigables retrógrados.
Las novísimas—á ellos les parecen novísimas—doctrinas penales son
buenas para el libro, para el gabinete de estudio del hombre de
ciencia, pero peligrosas en la práctica. ¿Qué tal? La bancarrota de la
ciencia. ¿No es eso?
Todos los penalistas, antropólogos, fisiólogos y psicólogos modernos
son unos soñadores utópicos al pretender llevar algo de luz divina y
con ella algo de calor humano á la clásica mazmorra carcelaria, la
del cantarillo, el haz de sucia paja y su buena argolla con su mejor
cadena. Y como procedimientos judiciales, el tormento y la pena de
azotes son insustituibles.
¡Oh, el palo! Donde esté un buen palo, que se quiten Lombroso, Ferri y
toda la escuela italiana antropológica y el modernísimo inglés Bernardo
Shaw, con sus atinadas opiniones sobre el derecho á castigar. Lean
ustedes sus consideraciones sobre el último ruidoso atentado anarquista
en España, y verán ustedes lo que es _demoler_; aquí donde se llama
demoledor á cualquiera. Y no se trata de un escritor populachero, ni
mucho menos. Bernardo Shaw es hoy por hoy el escritor que más se lleva
en la sociedad aristocrática inglesa. ¡Pero cualquiera se atreve á
traducir lo que allí esta impreso y publicado y todo el mundo lee y á
nadie le parece punible! Tampoco tienen desperdicio sus consideraciones
sobre el militarismo. Pero todo teorías de gabinete, utopias, locuras,
como dirán muchos que, por su gusto, hubieran considerado fracasado el
cristianismo el día en que Cristo fué crucificado.
Acaso ignoran los partidarios de toda suavidad penitenciaria que
existe otra novísima escuela penal muy de su gusto, que no se anda con
rodeos y va derecha á la supresión del delincuente como medio el más
expeditivo de defensa social.
Pero aún estos, dentro de su lógica despiadada, hablan de suprimir, no
hablan de apalear, ni de atormentar, ni de todas esas brutalidades,
encanto aquí de muchos que aprovechan cualquier ocasión para destapar
su furia reaccionaria, como si no los tuviéramos bien conocidos.
* * * * *
En otoño es, más que el año nuevo, el verdadero comienzo del año. El
año político, el año teatral, el año social, en fin, tienen en el
principio más determinado que en el día 1.^o de Enero.
Los propósitos de vida nueva son también más decididos en este tiempo.
Todo es planes propósitos para el invierno; casi todos basados en el
espantable desnivel de los presupuestos. ¡Hay que vivir de otra manera!
¡Hay que cambiar de vida! Y en el reposo de los días otoñales creemos,
en efecto, que empezaremos otra vida.
Pero el invierno se aproxima, los teatros anuncian sus abonos y sus
estrenos, los salones sus fiestas, vuelven los rezagados con las
últimas modas y los últimos automóviles, la política, la Bolsa, la
literatura recobran su animación, y el torbellino de la vida, se
lleva los buenos propósitos como las hojas secas del otoño ... Y es un
invierno más como el pasado, como tantos otros, porque la vida es tan
igual que sólo de tantos en tantos años podemos fijar una fecha que
diferencie un año de muchos en nuestro recuerdo.
Y esa fecha señalada en nuestra memoria y en nuestro corazón, lleva
casi siempre una cruz encima, como las lápidas mortuorias.
* * * * *
Imponentes son en verdad los programas de oposiciones para ingresar
en los cuerpos de policía y de correos. Pocos ministros y directores
de los respectivos ramos serían capaces de contestar sin un punto á
un cuestionario de tantas y tan varias materias. Ya dijo Beaumarchais
por boca de Fígaro, que con las virtudes que exigimos á los servidores
habría pocos amos que pudieran ser criados.
¡Y todo por mil quinientas ó dos mil pesetas al año! No hay duda que
menos cuesta hacer oposiciones á ministro. Todo se reduce á declararse
adicto á un gran personaje, jefe de partido, y durante algunas
temporadas políticas hacer comedor ó biblioteca en su casa, según
las aficiones del conspicuo, hasta que le llegue el día de formar
gabinete, en una de esas crisis difíciles en que todos los ilustres
del partido promueven dificultades, y el gran señor en un arranque de
despecho exclama:—¡Ea, voy á demostrarles que no los necesito para
nada! ¿A quien haría yo ministro? ¡Hombre! A Fulano. Fulano es leal
por lo menos. Y Fulano, que en aquel momento presenta respetuoso una
cerilla con la punta doblada, para que el jefe encienda una breva ó un
águila imperial, escucha con la mayor emoción estas palabras:—¡Hombre!
Va usted á ser ministro. Voy á demostrar que se puede gobernar con
cualquiera.
Ya ven ustedes si estas oposiciones son fáciles, sin saber derecho
penal, ni idiomas, ni geografía. ¡Ni logaritmos!
* * * * *
Nuestra municipalidad, haciendo una vez más de la aseada de Burguillos,
no ha querido que los puestos de libros viejos afrentaran la suntuosa
fachada del ministerio de Instrucción Pública. Y los pobres libros,
más traídos y llevados que leídos, han estado á punto de no asolearse
este año y seguir en el fondo de las obscuras tiendas, á donde sólo el
parroquiano fiel acude á visitarlos de cuando en cuando.
Después tratóse de llevarlos camino del Este, camino que llevaría
siempre por gusto de la grey conservadora todo lo que fuera letra y
espíritu. Por fin han ido á caer frente á unos cuarteles, para que
armas y letras fraternicen una vez más.
Allí volveremos á ver en las estanterías á nuestros buenos amigos de
todos los años: la «Historia Natural», de Buffon; el «Teatro crítico»,
del Padre Feijóo; la «Historia de los trovadores», de D. Víctor
Balaguer ... Y en el montón del baratillo, huesa común de los humildes,
muchos libros, unos de las más raras materias, pero con una misma
historia triste todo: la del autor que los compuso. Penosa historia
que lo mismo dice el viejo libro erudito aforrado en pergamino, que
el flamante volumen de limpia impresión y vistosa cubierta, con sus
páginas sin abrir, virginales, sólo arrancada la primera, donde tal
vez campeaba la dedicatoria aduladora al crítico que le pronosticó
gloriosos destinos en una de sus más brillantes crónicas; «Este libro
es de los que quedan ...» Y en efecto, ha quedado.
Pero en la feria de cada año, al sentirse hojeado por algún curioso, es
una ilusión de inmortalidad para el triste libro, como para una mujer
fea es una ilusión de amor la mirada más indiferente.
Y para los que sabemos comprender estas tristezas calladas hay en estos
libros olvidados, como en las mujeres nunca amadas, un lamento que
parece decir: ¡Quién sabe! ¡Si alguien me leyera! ¡Si alguien me amara!
* * * * *
No han de ser conferencias de la paz, ni acuerdos internacionales de
los socialistas lo que ha de concluir con las guerras. Las guerras
acabaran ... por artículo de lujo.
En unos doce millones de francos, sin contar indemnizaciones ni otras
menudencias, se calcula, muy por encima, lo que lleva gastado Francia
en su expedición á Casablanca. Millones que tardará en cobrarse, dada
la habilidad de los moros en el arte de no pagar al casero.
¡Pensar que toda la _mise en scene_ de la «Iliada», con sus carros
de guerra, escudos, lanzas y hasta la maquinaria final del pérfido
caballo, supone cuatro cuartos si se compara con lo gastado en
cualquiera de estas epopeyas modernas!
Hasta para cantarlas, comparen el gasto de corresponsales literarios y
gráficos con lo que costó á Grecia el poema de Homero. Lo que basta,
como suele decirse, para hacer cantar á un ciego.
* * * * *
Los tigres del Gran Teatro están presentados con mucho arte. Si no
fueran tigres, habría que convenir en que eran grandes actores. Tal vez
un poco exagerados. Más feroces que el natural. Pero el teatro no es
siempre copia de la realidad.
Como en los conflictos de muchos dramas, no puede uno por menos de
pensar: Si los personajes, en vez de esto, hicieran esto otro, no
habría drama ó el drama sería otro; con los tigres pensamos: Si uno
solo de los zarpazos con que amenazan al domador lo aplicaran á la
débil jaula que los encierra ..., el drama sería otro.
Pero, sin duda, los tigres saben que la fácil libertad les duraría
poco, porque detrás de los hierros no esta la selva, sino la fuerza
armada, por eso se contentan con bufar y enseñar los dientes al opresor
visible, que es el domador.
Los tigres no saben que el verdadero amo es el de fuera, el público.
Por eso se revuelven contra el domador, no contra la jaula.
Eso suelen hacer los pueblos oprimidos cuando se revuelven. Por eso
todas las revoluciones quedan reducidas á lo mismo, á un cambio de
domador.
* * * * *
Si la virtud esta en un buen medio, no es de lo alto ciertamente
de donde nos llega á los mortales el mejor ejemplo de esa virtud
templada de los términos medios. Sabido es que aún no hemos terminado
lamentaciones, preces y rogativas para impetrar una benéfica lluvia
que remedie en algo los efectos de una pertinaz sequía, cuando hay
que empezar á lamentarse; implorar y _rogativear_ para que cesen
inundaciones, tormentas y desbordamientos de todas aguas, amenazadoras
de un nuevo diluvio que, por no ser universal, es más desagradable. De
donde pudiera deducirse que, ó los mortales no sabemos lo que pedimos,
ó los dioses inmortales no entienden lo que se les pide.
Tengo además notado que las casas en que hay algún individuo muy
devoto, sin otra ocupación que la de implorar el favor divino para toda
la familia, suelen ser las más castigadas de enfermedades, quebrantos
de fortuna, matrimonios desgraciados, etc.
En los pueblos se advierte lo mismo; cuanta más gente hay en ellos
dedicada á implorar por su salud y bienestar, más desdichas les afligen
de continuo. Favor señalado y no castigo es esto, que de este modo
nos fortificamos en el desprecio de lo terrenal, y lo que perdemos en
cosechas de frutos materiales, lo ganamos en cosecha espiritual.
Sin esta creencia sería para desesperar del todo ver que en un pueblo
como el nuestro, donde tantos son á rezar, hasta desatender toda otra
ocupación, sea siempre de los más azotados, mientras á otros pueblos de
herejes y descreídos todo se les vuelve prosperidad y bienandanza.
¡Y como estas calamidades despiertan los más nobles sentimientos!
Podemos leer con indiferencia la noticia de que en tal parte han
empezado los trabajos para canalizar tal ó cual río, y leer á poco
que las obras se estancaron por falta de fondos ... ¿Pero quien no se
conmueve al leer que apenas ocurrió la inevitable inundación, todo el
mundo inicia suscripciones para remediarla y todo el mundo se apresura
á ofrecer su dinero? ¡Oh dinero español, siempre pronto para toda
calamidad! Ese dinero que siempre llega para tus hombres eminentes, á
la hora del entierro; para tus soldados, á la hora del desastre; para
tus pueblos, á la hora de la epidemia ó de la inundación.
A nuestro yermo nacional, como al de los santos penitentes, siempre ha
de venir el pan de vida en el pico de los cuervos, agoreros de muerte.
* * * * *
La memoria de las mujeres.—Entre dos amigas:
—No se de quien me hablas.
—Sí, tienes que acordarte ... La mujer de aquel ingeniero, primo de mi
marido, que te estuvo hablando de tus hermanos y de tu madre.
—Pues no recuerdo.
—Que llevaba un traje heliotropo con adornos de terciopelo negro y un
sombrero negro también con una amazona del mismo color del vestido.
—¡Ah! Ya se quien dices.
[Ilustración]


XVII

No puedo negar mi debilidad—verdad que esto de las debilidades no
sirve negarlo, se trasluce siempre:—me encantan la tiranía y la
reacción en los gobiernos. La demasiada libertad debilita y endulza los
caracteres, que nunca afirman con tanta energía en su individualidad
como al rebelarse contra la opresión del medio, ya sea social, política
ó familiar.
Soy enemigo también de las protestas ruidosas y colectivas. ¡Es tan
fácil, sin molestar á nadie, hacer un noventa y tres para nuestro
uso particular! ¿Y puede haber nada más agradable que sentirse
revolucionario á tan poca costa, sólo con buscar un refugio en donde
cenar ó beber después de la una y media á despecho de severas leyes?
¿Y á quien le faltará ese refugio? Donde cien puertas se cierran, una
se abre, suave y misteriosa, detrás de la cual suele aparecer como
apoteosis de la rebelión triunfante, en primer término, algún delegado
de la autoridad como hada protectora del establecimiento. El sésamo que
nos abre el encantado lugar, tiene algo de santo y seña de conjuración,
y todo ello es sabroso como el fruto prohibido.
Siempre fuí de la opinión de aquella gran señora, golosa de helados,
que al saborearlos con fruición, decía á sus amigos: ¡Lástima que no
sea pecado!
¡Agradezcamos á nuestros moralizadores que hayan hecho pecado de
tantas cosas inocentes.
Y no temamos por nuestras malas costumbres. Antes que los gobiernos, el
mismo Dios intentó reformarlas con diluvios, asolamientos de ciudades,
y, por última vez, con su presencia y predicaciones en la tierra, y
nada, la humanidad empecatada sigue lo mismo, los mismos pecados, los
mismos vicios. ¡Hay para rato!
Pero, en fin, los gobiernos están en su papel. Como aquel fatalista
que, creyendo que todo cuanto sucedía no podía por menos de suceder
así, y á pesar de ello, se indignaba cuando sucedía algo que le
desagradaba y al decirle los amigos: ¿Pero se cree usted que todo esta
escrito porque se incomode usted? Porque esta escrito también que yo me
incomode.
Del mismo modo, como son fatales las malas costumbres de los
gobernados, fatal es también la tontería de los gobiernos en querer
reformarlas. Pero no seamos intolerantes. Hay que justificar los
cargos. Si los gobiernos no molestan alguna vez, ¿se notaría que había
gobierno?
* * * * *
A los que no acaba de convencernos la necesidad de dividir las horas en
morales é inmorales, se nos quiere convencer por la materialidad de la
conveniencia higiénica. Y eso sí que es ponerse fuera de la realidad.
En lo sano de los madrugones no es posible que nadie crea.
Salgan ustedes una mañanita tempranito, dénse una vueltecita por esas
calles, suban á un tranvía, entren en una iglesia, y oirán ustedes
toses perrunas y carrasperas y voces catarrosas, y verán ustedes caras
de desenterrados que les pondrán espanto. ¡Son los que madrugan!
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