De Sobremesa; crónicas, Primera Parte (de 5) - 10

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responden burlonas. El recién nacido sonríe á los tiempos nuevos.
* * * * *
No se comprende que la empresa de la Plaza de Toros madrileña haya
puesto tantos obstáculos á la corrida llamada de la Prensa. Nadie más
interesado que esa empresa en que dicha corrida se celebre en las más
favorables condiciones. Si la corrida sale bien, sabido es que una
buena corrida es el mejor cartel para las siguientes, y nada pierde la
empresa con el buen sabor de boca del público. Si la corrida sale mala,
¡ay! como suele verificarse, ¿dónde hallará mejor razón la empresa para
protestar cuando á ella la censuren por sus malas corridas? ¿No será
bueno que esos diablos de chicos de la Prensa aprendan en cabeza propia
lo difícil que es organizar una corrida y divertir á un público que
paga? Si con la flor de los toreros—salvo el capullo de Gaona,—si con
toros escogidos y plaza nueva y camino regado, la corrida no dió mucho
gusto, que digamos, ¿no prueba esto lo difícil que es garantizar la
diversión en fiestas de toros, siendo el arte y valor de los toreros y
el coraje de los toros imposibles de contratar para fecha determinada?
Por eso creo que nadie más interesado que las empresas en que sus
críticos sean, una vez al año, por lo menos, empresarios. Si en todas
las esferas sociales fuera posible de cuando en cuando este cambio
de papeles, la indulgencia, la tolerancia y la benevolencia mutuas,
florecerían naturalmente en los corazones.
¡Ah! Si cada espectador de una corrida hubiera sido una vez siquiera
empresario, otra presidente, otra torero, otra caballo y otra toro,
¿quien se atrevería á llamar ¡ladrón! al empresario, ¡burro! al
presidente, ¡maleta! al torero, y mucho menos á pedir banderillas de
fuego?
* * * * *
El proverbio francés: «Les absents ont toujours tort», no reza en
modo alguno con nosotros, que nunca hacemos mejor papel que cuando
nos ausentamos. Dígalo el entusiasmo conque nuestros marinos han sido
recibidos en la Habana. No hay idea del amor que nos tienen en toda la
América española, desde que solo nos queda allí el reino de las almas.
¿No es el, bien mirado todo, el inmortal seguro de que nos hablo el
poeta?
¿Sabremos colonizar mejor estos espirituales dominios que supimos
colonizar los materiales? ¿Todo quedará reducido á luminarias, brindis
y salutaciones?
Ahora somos nosotros los que debemos desear más que nadie la libertad
de Cuba, que yendo para libre se quedó en protegida; cosa tan triste,
como ir para santo y quedarse en beato.
Pero cuando Cuba haya conquistado por completo su independencia y haya
aprendido á gobernarse por sí misma, ¿no será la peor señal de que ha
dejado de ser española?
El día en que esas hijas nuestras tengan juicio, no las va á conocer su
madre.
* * * * *
Con las más persuasivas razones quieren convencernos de que ese
proyecto de administración local es, si no la felicidad completa,
que no es de este mundo, ni siquiera dividiéndole en regiones, lo
más parecido á la felicidad. Quieren, además, persuadirnos de que el
más amplio espíritu liberal lo informa, y siendo así no se comprende
la tenaz oposición de los elementos liberales á que el proyecto sea
ley. Y puede que todo sea verdad, pero, ¡«velay» ustedes! Nadie tiene
la culpa de que la opinión liberal esté tan desconfiada que de manos
conservadoras y solidarias, de cien vueltas al duro antes de tomarlo.
Las cosas son buenas ó malas por sí. ¿Quién lo duda? Pero como la
opinión general, de la que todos vivimos, no suele ir tan al fondo y se
detiene en la forma, y la forma en este caso deja tanto que desear ...
¡Oh, la manera! No es nada y es todo. En esta superficialísima región
central, corte del reino de la Bagatela, en este Madrid del chiste y de
la broma, nos pagamos tanto de la manera! Si los catalanistas creen que
nos asustamos de lo que piden, están equivocados; nadie se asusta ...
Nos desagrada la manera de pedirlo.
En cuanto viéramos en ellos alguna indicación que pareciera de un
camino hacia Europa, por allí iríamos con ellos ...
Pero hasta ahora, ¿qué hemos visto? Lo mismo que por aquí, con peores
maneras. ¡Oh, la manera.
Con la culta Atenas á todas partes; con la ruda Esparta, con la áspera
Beocia, á ninguna; mejor estamos en Bizancio.
¿Por qué son tan poco áticas las maneras de los catalanistas? ¡Oh, la
manera, la manera! parece nada y es todo.
* * * * *
Desde Buenos Aires me envían con gran constancia un interesante
periódico—_El Zoófilo Argentino_,—dedicado como el nombre indica,
á la defensa y protección de los animales. Ese periódico y sus
propagandistas tienen todas mis simpatías. Como es natural, su campaña,
contra las corridas de toros es incesante, y como á escritor español,
en todos los números que me envían vienen señalados con lápiz rojo
los artículos impugnadores de nuestra fiesta. ¿A quien predican
ustedes? Los argumentos en contra son muy razonables, cuando no se
fundan en estadísticas caprichosas, como el relacionar la proporción
de criminalidad en una provincia con el número de corridas de toros
celebradas en ella.
Que en Madrid haya más delitos y que también haya más corridas,
es natural porque también hay mayor número de habitantes. Que en
Barcelona—ya pareció la oreja catalanista—haya menos delitos y menos
corridas, tampoco es cierto. Justamente, es la única capital en que
existen dos grandes plazas que funcionan constantemente; y en cuánto
á delitos ... con los del terrorismo basta para deducir consecuencias.
Que en lugares de escasa población haya pocos delitos, es tan natural
como que haya pocas corridas. De modo que toda esa sólida argumentación
basada en la estadística, es ... líquido, como dice el banderillero
socialista de «Sangre y arena».
Pero no se apuren los zoófilos argentinos; sin que las estadísticas
nos convenzan, las corridas de toros se caen por sí solas. Es cuestión
de tiempo, de evolución. Si faltarán otros síntomas de su decadencia,
bastaría con ver el número de plazas nuevas en los alrededores de
Madrid. No hay quien tenga el ojo de nuestros empresarios para perder
el dinero. ¿Que la gente se cansa ya del cinematógrafo? Pues ya se
sabe, un cinematógrafo en cada esquina. ¿Que el género chico empieza á
estar agotado? Pues género chico en todos los teatros. Los empresarios
no han comprendido todavía que el secreto no esta en ofrecer al público
lo que le gusta, sino lo que le gustará. Plaza de toros en Madrid,
plaza en Carabanchel, plaza en Tetuán, plaza en las Ventas ... ¿Qué
mejor propaganda contra las corridas de toros?
[Ilustración]


XXV

Las impresiones que recibimos de niños, influyen sobre nuestro espíritu
para toda la vida. ¿Qué deberán pensar esas tiernas criaturas tan
traídas y llevadas en estos días alrededor de la estatua de Mendizábal?
Sus maestros, autoridad respetable: Es preciso que vayáis, niños míos,
á ofrecer el homenaje del porvenir, que sois vosotros, al grande
hombre, al hombre glorioso ... Y el gobierno, autoridad suprema que
dice: No dejéis á los niños que se acerquen; esas manifestaciones son
peligrosas en edad temprana; exponer á los niños á los rigores del
calor, de las apreturas, de la oratoria progresista ... Además, ¿quien
os ha dicho que Mendizábal fuera tan grande hombre? ¿Porque tenga una
estatua en la plazuela del Progreso?
Esa estatua, mantenida sobre el pedestal gracias á la tolerancia sin
límites de los muchos gobiernos conservadores que no se han dignado
concederla ninguna importancia, significa muy poco. La historia no ha
juzgado todavía y la moda ... ¡Ah! La moda nos dijo hace tiempo que el
figurín progresista era de lo más cursi, y ninguna persona distinguida
se atrevería hoy á presentarse en público con la capa de Mendizábal. No
saben muchos de los que así hablan, que acaso en el infierno, círculo
de los hipócritas, les aguardan aquellas capas de plomo con que el
poeta florentino vió pasar abrumados á los más célebres antecesores
de Tartufo. Pero, ¿qué pensarán los niños? De un lado, sus maestros;
de otro, el gobierno ... Un hombre que merece una estatua y no merece
un homenaje ... Para comprender la situación de esas criaturas hay que
recordar cuando alguna vez en nuestra infancia, al anunciarse una
visita en nuestra casa, olmos murmurar:
—¡Ahí esta ese señor tan antipático!—Y cuando nosotros, mal
prevenidos, le mirábamos de reojo, alguno nos decía:—Vamos, da un
besito á este caballero, que es muy bueno y te quiere mucho ... Y estas
primeras impresiones que recibimos de niños, influyen sobre toda la
vida ... No se debe decir á los niños que un señor es antipático, cuando
después hay que decirles que le besen. No se deben levantar estatuas
cuando después hay que prohibir á las nuevas generaciones que las
saluden con respeto.
* * * * *
Las vacaciones del veraneo ... ¡Si fueran tales vacaciones! ¡Pero son
descanso para tan pocos! ¿Quién puede decir que deja sus cuidados,
sus preocupaciones, sus afanes, al tomar el tren ó el automóvil que
ha de llevarle lejos de todo menos de sí mismo? El hombre político á
esperar los periódicos y á prodigarse en declaraciones y conferencias,
la dama elegante á fatigar su belleza en bailes, comidas, excursiones,
«flirts», á lucir media docena de «toilettes» por día, á lanzar un
atrevido «tanagra», ya que el desnudo artístico ha sido sancionado
por los tribunales franceses; el _sportsman_ á continuar pendiente
del «poney» de polo, del balandro, del automóvil y del tapete verde,
el escritor á exprimir los sesos por estupendas crónicas, artículos,
comedias; el hombre de negocios á pensar en la futura escuadra,
en una nueva emisión de duros sevillanos, en los que se arruinan
con el veraneo, en las fincas de posible hipoteca; los novios en
llenar pliegos de papel, si ausentes; si juntos, en continuar las
interminables charlas de cuello vuelto, el «allumage» sin escape de
gases, tan perjudicial á los motores ... Las esposas á desesperarse
porque el marido gasta mucho, y los maridos á rabiar porque la mujer
despilfarra. Y los pocos que pretenden descansar y olvidarse de todo,
los contados que cambian en absoluto de vida, ¿no son aquellos para
quienes se definió el veraneo: «Los ocho primeros días descansa uno del
cansancio, los siguientes se cansa uno de descansar»?
Si observamos la terraza del casino en cualquier playa elegante, basta
comprender lo que es el veraneo para muchos. De una parte, el mar; de
otra, la fachada del Casino: gente que pasa y entra y sale ... Todos se
sientan de espaldas al mar, que con razón murmura más que nunca, pero
no tanto como los que le vuelven la espalda.
* * * * *
La exhibición de desnudeces en los escenarios de París trae alarmados
á los que no asisten nunca á los teatros. Fué siempre condición humana
la de preocuparnos más por la paja ajena que por la viga propia. Los
tribunales intervinieron con un tacto exquisito. El teatro y las
«cocottes» son instituciones en París muy respetables, para que la
misma justicia no se mire mucho antes de dar un fallo que pueda
disminuirlas en sus prestigios. Y así fué en este caso, mejor dicho
en estos dos casos, pues fueron dos los sometidos á sentencia. En uno
de ellos la absolución fué completa y con todos los pronunciamientos
favorables: se trataba de arte, arte puro; los desnudos eran vivas
esculturas, pero la carne no es menos sagrada que el mármol cuando la
carne copia del mármol blancura y reposo. En el otro caso, ya hubo que
estrechar la manga de la toga. Los desnudos ya se animaban, ya no era
posible confundirlos con estatuas, ya pasaban á cuadros y demasiado
vivos. En la moralidad hay grados. Primero, la escultura sin color y
sin movimiento; después, la pintura, que se anima con colores; por
último, la carne viva con toda la expresión del color y del movimiento.
Mientras la carne copia á la estatua, vamos pasando; si llega al
cuadro, fruncimos el entrecejo ... pero si se empeña en ser carne, ya no
podemos tolerarlo.
La estática, buena; la dinámica, mala: esto es lo que han fallado los
jueces. Al contrario de muchos medicamentos, en el teatro puede usarse
el desnudo, pero sin agitarlo.
¿Qué dirá el público de nuestros teatros sicalípticos, en donde anda el
movimiento más que nada y por el movimiento se disimulan algún tanto
anatomías nada esculturales y muy poco pictóricas? ¿Qué dirán los
insaciables del molinete y de la cadera?
Todo no puede tenerse en este mundo. Ya lo saben las apreciables
tiples. No se puede ser á un tiempo mármol y artista. La que tenga
más de lo primero, que se contente con ser material de estatua: no se
mueva, no hable, no cante sobre todo. La que presuma de lo segundo,
sienta todo y lo mejor que pueda, subraye los equívocos, de á las
coplillas la intención posible, que si en ellas mienta la escarola ó la
lechuga ó la chocolatera ó el molinillo, la sola enunciación de dichas
hortalizas ó utensilios abre á la imaginación de los espectadores
horizontes ilimitados ... Todo es arte; pero ya lo han sentenciado los
jueces franceses y antes lo había sentenciado el buen gusto: lo que no
se puede es promiscuar.
* * * * *
Acostumbrados á que las guerras de los marroquíes acaben siempre
con pirámides de cabezas cortadas, mutilaciones crueles, cuando más
dulcemente, por cadenas y mazmorras, esta de ahora entre los dos
hermanos ha parecido poética y caballeresca relación del Romancero
morisco. De tal modo, que á cuántos conocen la tortuosa sencillez del
espíritu moruno, más que lucha entre hermanos parece juego de compadres.
No es el «Quítate tu, para ponerme yo» de otras guerras y luchas
fratricidas, sino el «Yo no puedo quitarme á esos franceses; á ver
como tu me los quitas». Por lo pronto, se abre un compás de espera y
de expectación. Pueblo que sabe esperar sentado á ver pasar el cadáver
de su enemigo por delante de su casa, sabrá esperar con calma en esta
ocasión; mucho más, cuando la silla la ofrece el kaiser, y cuando lo
que ha de ser esta escrito ... en la conferencia de Algeciras. Pero
se ha volcado el tintero, y aunque todo esté escrito, tardará en
descifrarse. Para esto de echar borrones sobre la correcta escritura
de la diplomacia europea, se pintan solos los moritos. Veremos si ese
borrón es cuenta nueva, si basta con el papel secante, ó si el gran
emperador vuelca toda la salvadera, y entonces sí que podrá decir
Francia, alterando nuestro refrán: «De aquellos lodos, vienen estos
polvos». ¡Con tal que no nos pongan perdidos las salpicaduras!
Como al desfallecido de estómago, por insuficiente alimentación, solo
el olor de la comida le produce mareos, así á los españoles, tan
desfallecidos de toda clase de receptáculos, estómago, bolsillo, etc.,
por fuerza ha de producirles mareos y vértigos y delirios, nada más que
el olor de esa cifra fantástica de millones, destinados al principio
del proemio del prólogo de nuestra futura escuadra.
No es extraño que el concurso haya inspirado tanta curiosidad y
despertado tantas emociones como el sorteo de Navidad. El gordo valía
la pena. Sin embargo, ¿será cosa de compadecer á los agraciados? Me
decía una vez el propietario explotador de uno de esos admirables
Tíos-vivos, que tan bien simbolizan la marcha de la humanidad: Mire
usted, esto podía ser un negocio. ¡Pero si viera usted! Para que
esta máquina ande, ¡hay que untar tantas ruedas! Que la licencia del
Ayuntamiento, que el inspector del distrito, que el alcalde de barrio,
que los guardias, que si se quejó un vecino y hay que callarle ...
Crea usted que si me queda una vuelta en limpio me doy por contento.
Guardando las debidas proporciones, bien puede ser que esto de la
escuadra no sea negocio más saneado que el del Tío-vivo, y los
envidiados concesionarios sean al fin más dignos de lástima que de
envidia.
Entre tanto, hay quien no contribuye á las cargas del Estado con más
de una peseta de cédula, y anda por esos corrillos vociferando como si
los millones de la escuadra se los sacaran á el íntegros del bolsillo.
¿Han visto ustedes? ¡qué modo de esquilmar al contribuyente! ¡No se
puede vivir en este país! ¡Eche usted millones! ¿Y de dónde salen esos
millones; ¿quieren ustedes decirme? Y el hombre se congestiona como si
acabara de entregar el cheque.
No, no hay razón para quejarse. Aún los mayores contribuyentes, piensen
como son muchas cosas las que el Estado les da por muy poco dinero. ¡No
digamos los de la cédula de á peseta y los que ni cédula pagan! Y ellos
tienen calles y paseos para esparcirse, alumbrado, museos, iglesias
donde pasar el rato; disfrutan de suntuosos espectáculos, como desfiles
de corte, revistas militares, procesiones; todo mejor presentado que en
cualquier teatro ó cinematógrafo y por menos dinero.
Y estos barcos de ahora, digo de mañana, ¿no son también baratísimos?
Si la canalización del Manzanares permite que lleguen un día, siquiera
hasta la Florida ... Solo el gusto de verlos no se paga. Y no hay duda,
una buena escuadra y un buen ejército son las mejores garantías de paz.
Con buena ropa tiene uno más cuidado de no meterse en pendencias, por
no estropearla. Sobre todo, cuando no se tiene más que lo puesto.
* * * * *
Anuncié que la prohibición de las capeas traería algunos disgustos,
como se ha verificado. Es lo que tienen esas leyes de gabinete, tan
bien intencionadas como desconocedoras del terreno en que han de
cumplirse.
La capea más bárbara no perturbará nunca tanto la vida de un lugar,
como esas colisiones entre la Guardia civil y los lugareños, que dejan
un rastro de odios y de venganzas para muchas generaciones.
Ya lo dije; no se ha tenido en cuenta que en muchos pueblos, la fiesta
es la capea, y suprimida falta el pretexto para ir de los pueblos
comarcanos, y falta la alegría y falta el dinero.
Y entre los mozos del pueblo, que por necesidad han de manejar todo el
año vacas y toros, y por gusto los torean un día, y los señoritos de la
ciudad, que sin aplicación ninguna á sus necesidades, matan pichones
estúpidamente ... Dígase quien es más disculpable.
Civilizar por reales órdenes es muy cómodo y muy fácil. Queda prohibido
comer patatas. ¿Y qué comemos? dirán los que no tienen otra cosa. Todos
los españoles se bañarán diariamente. ¿Y donde no hay agua bastante
para beber siquiera?
Los ministros dan leyes desde su gabinete, la «claque» aplaude. ¡Oh,
qué ley tan sabia! En el terreno ya es otra cosa, ya es la Guardia
civil, ya es el Mauser ... El orden ha quedado restablecido. ¡Que se lo
pregunten á los muertos y á sus familias! Es la civilización que pasa.
¡Si hubiera pasado antes en otra forma!
¡Mucha Guardia civil para impedir capeas y ni un mal inspector para
copar partidas de monte y otros recreos en esos casinos burgueses y
aristocráticos! La ley no puede estar en todas partes.
Además, la capea es cosa de bárbaros, lo otro, de pillos. ¡Aún hay
clases!
* * * * *
El automóvil ha matado el veraneo estacionario; ya no se esta en
ninguna parte, se va de una parte á otra; del almuerzo al te, del te á
la comida, de la comida á la fiesta, y de la fiesta al descanso; ya no
son horas, sino kilómetros. La racha ó el _tierce á tout_, empezados á
jugar en San Sebastián, se continúa en Biarritz y quiebra en Luchón. El
_flirt_, iniciado en Cestona, termina en Bigorre, sobre todo para los
acompañantes y testigos, que en esto de _flirts_, de llevar la cestona
ó ponerle á uno el bigorre—¡chistes de verano!—no se sale nunca.
De este continuo ajetreo, que convierte el veraneo en una especie de
_toboggan_, se lamentan en primer lugar los que no tienen dinero para
hacer lo mismo; después, los que sólo van á un sitio con el deseo de
cultivar, fomentar y adquirir relaciones, allá para el invierno. Pero
sucede que cuando los periódicos le han dicho á usted que en tales
aguas ó en tal playa están las duquesas de tal y cual, y las marquesas
de esto y de lo otro, y las distinguidas señoras de más acá y de más
allá, y el ilustre hombre público y el conocido _sportsman_, y cuando
llega usted con la lengua fuera para ofrecerles sus respetos y alternar
con ellos, siquiera en las correspondencias periodísticas, ya todos se
han dispersado en alas del _taf-taf_ maldecido. ¡Es para desesperarse!
Se lamentan también las madres de hijas casaderas: el automóvil es
todo lo más el amor que pasa, pero rara vez es el marido que queda. Se
lamentan los fondistas y hosteleros, aunque estos sin razón, porque
ellos bien saben practicar el refrán: «Al ave de paso cañazo». Pero
no sólo del libro de caja vive el hombre, y á ellos les agrada contar
con una selecta clientela fija que decore el libro de oro de su
establecimiento.
La única verdad de estas andanzas es que se ha subido el veraneo, y
las modestas familias que esperaban hacer algún papel instalándose por
una temporada en las sillas más visibles del bulevar de San Sebastián,
tienen que resignarse, como las señoritas que veranean en pueblecillos
y bajan á la estación todas las tardes por ver pasar los trenes, á ver
pasar también el gran tren de lujo, que no se detiene á saludarlas ni
siquiera se fija en ellas. ¡Haga usted sacrificios para esto!
El progreso es cruel. Adelanta mucho ... el que tiene dinero para
adelantarse; los demás van quedando cada vez más rezagados y más
tristes. Unos van por el mundo en el tren de lujo; los otros son
los maquinistas, los fogoneros, los guarda-agujas, los que trabajan
para que el tren de unos pocos pueda llevarles con seguridad á sus
placeres ... Luego quedan las señoritas del pueblo, que ven pasar con
envidia á las elegantes viajeras; la pobre gente de los lugares que ni
siquiera concibe adónde puede irse con tanto lujo, y queda, por fin,
el perro, ese perro sucio y humilde que se pasea siempre por todas las
estaciones por si cae algún resto de las meriendas. Los perros conocen
muy bien el corazón humano. Saben que de los trenes de lujo sale
siempre una voz femenina que dice: ¡Pobre perro! Voy á echarle este
pedazo de jamón y este panecillo.
En los otros trenes nadie se acuerda del perro; y si algún corazón
sensible procura socorrerle, no falta quien lo estorbe:—¡Deje usted
al perro! Cuando veamos á un pobre le daremos lo que ha sobrado de la
merienda.
De ahí la simpatía de los perros por los trenes de lujo y por la
gente rica. ¡Quién sabe! Acaso estos pobres perros hambrientos que
se alimentan con las sobras de las meriendas, sean una fuerza para
contener la revolución social.
[Ilustración]


XXVI

La ópera del Circo merece todas las simpatías; ponerla «Africana»
al precio de la «Cachunda», á más de ponerla en su justo precio, es
empresa laudable. ¡Cuando se piensa que Meyerbeer fué juzgado en sus
tiempos como un gran revolucionario de la música! Algo así, para
los italianistas de entonces como lo que había de ser Wagner años
después. El acaudalado israelita hubiera sido un excelente compositor
de operetas. ¡Qué deliciosos libros y qué deliciosas partituras las
de «Hugonotes», «Africana» y «Roberto el Diablo», tratados en cómico!
Por eso Meyerbeer, que tan buena pareja hizo con Scribe, como Puccini,
en la actualidad, con Sardou, cuando anduvo más cerca de acertar
fué en «La estrella del Norte» y en «Dinorah». ¡Qué tiempos, cuando
«Los Hugonotes» eran la ópera capital para nuestro público, pieza de
concurso obligada para tenores y tiples dramáticas!
«La Africana», bilingüe, del Circo, adquiere algo de ese carácter
cómico que hubiera hecho por completo su fortuna. ¡Son tan divertidas
las aventuras de Vasco de Gama y sus indios!
De la moral, ya sabemos que gana mucho en la ópera con ser cantada
y en italiano; pero del arte, no sabemos que gane gran cosa con la
castellanización de la letra; si castellano puede llamarse esa especie
de Esperanto en que suele traducirse las óperas.
Aparte lo indiferente del idioma para la mayoría de los cantantes,
que en vez de vocalizar, se enfangan con las palabras, sin que sea
posible entenderles nunca una sola; yo creo que á la amplitud de
líneas dramáticas de la ópera, conviene mejor un idioma extraño, que
dejándonos percibir el sentimiento de la acción dramática, aleje de
la imaginación toda idea prosaica, con frases y palabras vulgares,
desgastadas y pervertidas por el uso corriente.
Por algo la Iglesia católica, gran maestra en psicología de las
multitudes, conserva el latín en sus ceremonias litúrgicas. ¿Nos
impondría tanto el Miserere, cantado en castellano? Si entendiéramos
de la misa la media, ¿no asomaría alguna vez á los más devotos labios,
sonrisa irreverente, evocada por alguna palabra de esas, que como suele
decirse, nos hace pensar en otra cosa? Bien esta la ópera en italiano;
aunque según va siendo moda en los teatros, pronto será una torre de
Babel cada ópera, y cada artista cantara en lo que mejor sepa y pueda;
uno en italiano, otro en francés, otro en alemán, otro en ruso ...
Y para el caso será lo mismo. Yo he oído muchas veces «Marina» en
castellano, y si me preguntan ustedes el argumento me vería en un apuro
para contárselo. Como decía un buen señor, supongo que será el de todas
las óperas; la tiple y el tenor se quieren, el barítono se opone y al
bajo le es indiferente.
* * * * *
Con motivo de unas apreciaciones, publicadas en _The Times_, sobre
Madrid y el carácter madrileño, se ha puesto una vez más en evidencia
lo inconsistente de esos juicios sintéticos de viajero, en los que rara
vez se conoce ó quiere conocerse el favorecido ó desfavorecido, según
los casos.
Eso de englobar á todo un pueblo en juicios tan rotundos como estos: el
inglés es frío y correcto, el parisiense es afable y espiritual, el
español es valiente y caballeroso ... Y llega usted á Londres y
lo primero que se encuentra es un buen golpe de curdas de lo más
incorrecto, y en París, con un cochero, que no es precisamente un
Anatole France, y en España ... encuentra usted de todo, como en
todas partes. No hay virtudes, ni vicios, ni gracias, ni desgracias,
patrimonio exclusivo de ningún pueblo. Además, cada uno habla de la
feria según le va en ella, y si esto es así, aún entre los naturales,
¿qué no será con los extranjeros, cuyo juicio puede estar influído por
tantos accidentes? Desde la comodidad del alojamiento y la calidad de
los alimentos, hasta las relaciones sociales que haya cultivado por su
profesión ó por sus aficiones ¿puede hablar lo mismo de un pueblo el
que haya tratado con preferencia á sus clases comerciales, que el que
haya tratado á sus artistas ó á sus políticos ó á sus militares?
El periodista inglés se lamenta de que los madrileños nos preocupemos
más por los asuntos más ligeros. Aparte de que todo esta en todo y de
lo más ligero puede desentrañarse la más profunda filosofía, ¿no se
ha preocupado nunca toda Inglaterra por un boxeador ó por un caballo
de carreras ó el famoso elefante Jumlo? Y los graves alemanes, tan
entusiasmados, del kaiser abajo, con el travieso zapatero que tan
graciosamente supo burlarse de respetables autoridades?
El articulista dice también que el madrileño tiene muy buen humor.
¿Buen humor? Aquí donde todo el mundo gruñe y protesta y discute por
todo y se dice mil groserías y cada uno lleva dentro un inquisidorcillo
que quisiera imponer en todo su modo de pensar y su regla de
conducta ... ¿Buen humor en Madrid? Hay poco dinero para eso. Por lo
visto el articulista asistió á una junta de accionistas del Banco ó á
la tertulia del ministro de la Gobernación.
* * * * *
Sucede en esto del veraneo, que los últimos en marcharse son los
primeros en regresar. Los que no se han movido de Madrid, los miran con
cierto desprecio. Para el caso, tanto da no haber salido como volver
antes que la gente «chic». Justamente lo aristocrático del veraneo es
la coda, que supone dinero de largo; la estación otoñal en Biarritz, la
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