De Sobremesa; crónicas, Primera Parte (de 5) - 06

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Las primeras horas de la mañana son en Madrid las más destempladas y
variables de temperatura; hay un olor á cieno que penetra hasta los
huesos. En cambio á las altas horas de la noche, aún en las más frías
del invierno, parece como que el aire se suspende, hay una limpidez,
una serenidad en la atmósfera. Además, á esas horas el organismo
nutrido por completo (para los que no se nutren todas las horas son
iguales), goza la plena posesión de sus energías; el cerebro funciona
más activo. Entréguense ustedes á cualquier trabajo, sobre todo
intelectual, en las primeras horas de la mañana, con la costumbre
española del desayuno frugal, y verán ustedes primores. Yo creo que el
mal humor de nuestros empleados y oficinistas no tiene otra causa.
Estoy seguro de que si las oficinas del Estado, las particulares,
empezaran á esas horas pecaminosas en que todo ha de cerrarse, sería
aquello un anticipo del teatro poético: tan afables y complacientes se
mostrarían los empleados.
La mañana es la hora del mal humor, de la destemplanza, de las
disputas, de los crímenes. Basta consultar cualquier estadística, para
ver que con ser más propicia la obscuridad de la noche, abundan más los
crímenes matutinos.
La noche es toda amor, afectuosidad. Lo saben los gatos, lo saben las
señoras que dan bailes ... A propósito: ¿en la próxima temporada de
invierno terminarán los bailes de sociedad á la hora en que se cierren
los teatros ó á la hora en que se cierren los cafés? Hay que advertir
que cuando se celebra uno de esos grandes bailes, las molestias del
ruido de coches y de músicas es mayor para los vecinos que las que
puede ocasionar cualquier café abierto hasta la madrugada. Ó se reforma
para todos, ó para ninguno.
Por lo menos, los escotes de las señoras sí deben cerrarse: A las doce
y media, si se consideran como espectáculo; á la una y media, si se
consideran como _restaurant_.
* * * * *
Todavía hay ancianos que nos hablan de la aparatosa presentación de
Listz en escena, seguido de un lacayo, al que arrojaba desdeñosamente
los guantes, antes de sentarse al piano.
Hoy, ningún concertista de reputación se dignaría presentarse con
un vulgar lacayo. Para firmar contratos ventajosos, es preciso ir
acompañado de una princesa, por lo menos.
Dado el número de altezas reales é imperiales que en estos últimos años
han lanzado su corona _par dessus les moulins_, pronto veremos como
hasta en los circos no hay _jongleur_ que no lleve consigo una princesa
para alargarle los chirimbolos. Cuando en los carteles de algún teatro
aparezca el anuncio: Asistirán sus majestades y altezas, ya sabrá el
público que no será en los palcos regios, sino en el escenario.
¡Oh locas princesas! ¿No sabéis que en los cuentos de hadas el amor
hace príncipes á los pastores, pero nunca pastores á los príncipes?
¿Tan poco puede la magia del amor en estos tiempos? ¿No pensáis que
algún día el pianista más enamorado podrá recriminaros por vuestra
ligereza? Me has estropeado la carrera, os dirá. Si no hubieras dejado
de ser princesa, á estas horas podía yo ser músico de cámara, director
del Conservatorio y acaso ministro de Bellas Artes.
Y tendrá razón. ¡Pobre Catalina de Rusia, si la primera vez que se
enamoró de un soldado, en vez de ascenderle á general, hubiera ella
dejado de ser emperatriz para hacerse cantinera del regimiento! ¡No
hubieran sido bofetadas! ¡Oh locas princesas! ¿No sabéis que aún en las
más vulgares aventuras callejeras, el amor, por fin, dice: ¡Sube! nunca
dice: ¡Bajo!
Creedlo, bueno esta que perdáis todos los tornillos de la cabeza, pero
no el que sujeta la corona. El amor es gran revolucionario, pero por
eso mismo, si admira á los príncipes que saben morir, desprecia á los
que solo saben abdicar.
* * * * *
Sarah Bernard pública el primer volumen de sus memorias. Esta mujer
extraordinaria, que será sin duda una de las figuras representativas
del siglo XIX—no comprendemos como Don Miguel de Unamuno no
la ha tomado ya ojeriza—al relatarnos su vida pone el mismo encanto de
su vida toda. Ese encanto prestigioso de una vida armoniosa, afirmación
de su arrogante divisa: _Quand même_.
Y no obstante, para curarnos de vanidades, ¡como en esta vida en que
todo parece fuerza de voluntad se muestra más claramente el trazo
señalado á nuestros destinos por una voluntad sobrehumana!
Todo, hasta lo que más parece desviar de la senda marcada, es
solo rodeo para llegar más pronto y con más brío. Y sobre las
luchas, los obstáculos, los desfallecimientos, siempre esa alegría
íntima, patrimonio del verdadero artista, que puede tener horas de
desesperación en su vida, pero nunca una vida desesperada, porque hay
algo en el que se sobrepone á todo, la seguridad en sí mismo. Pero
los que crean que el camino es fácil, lean la historia de los penosos
comienzos de la artista, que ella recuerda con sonrisa indulgente de
triunfadora.
¡Las mezquindades de la envidia, la malevolencia de los compañeros, las
injusticias de la crítica, las veleidades del público, tornadizo en sus
admiraciones, deseoso siempre, como niño, de destrozar y de cambiar sus
juguetes!
Cuando se triunfa de todo esto, á pesar de todo—_Quand même_—es
preciso creer en la predestinación, y debemos agradecer á los grandes
elegidos de la gloria que nos cuenten su vida, porque si en ellos puede
haber orgullo al contarla, al leerla nosotros aprenderemos humildad. No
triunfa el que quiere, sino el que puede. Y si el querer es humano, el
poder es divino.
De otro modo, ¿quien triunfaría nunca de la envidia, de la calumnia,
de tanta y tanta miseria?... que esas ¡ay! sí son humanas, demasiado
humanas.
* * * * *
Uno que no quiere aburrirse, ó por lo menos cree que no se aburrirá
de ese modo, es un señor que anuncia en la cuarta plana de un popular
periódico lo siguiente: _Deseo conocer á escritores de verdadero
talento._ Y debajo: _Deseo amistad con mujer inteligente_.
Así, poca cosa. Como poseedor de talismán en comedia de magia, que
no cesa de pedir gollerías, seguro de que el genio protector ha de
concedérselo todo.
Es posible que á estas horas ya tenga en su poder buen número de
ofertas y aún es posible, si es hombre de buen humor, que con todas
ellas publique un curioso libro, como hizo un norteamericano, quien
también anuncio en los periódicos que deseaba correspondencia con
señorita distinguida, inteligente y bella, y después con los miles
de cartas recibidas, publicó un libro, con el agradecido título de
_Mujeres anormales que contestan á los anuncios_.
En este caso más que las ofertas de las mujeres inteligentes tendrán
que leer las de los escritores de talento.
También es posible que el anunciante desee lo contrario de lo que pide,
y no hay duda que es el mejor medio para conseguirlo. Porque bien
puede asegurarse que si no logra su deseo de conocer á escritores de
verdadero talento y á una mujer inteligente, conocerá en cambio á mucho
majadero y á muchísima loca.
Lo que no quiere decir que deba dar por mal empleado el dinero que le
costó el anuncio. ¡Puede uno divertirse tanto con un majadero! Y con
una mujer loca, ¡no se diga! Desde la más remota antigüedad son las que
vienen dando mejor resultado.
Y las únicas capaces de amar con desinterés. Por eso son locas. Las
mujeres inteligentes solo aman al que puede ofrecerlas mucho dinero.
Por eso son inteligentes.
* * * * *
El paso de Mercurio ha servido, según nos dicen, para descubrir y
demostrar una ley astronómica, que era ya verdad demostrada en las
esferas sociales de este bajo mundo. Que los satélites son los que
determinan el movimiento de los planetas y no lo contrario, como se
creía.
Con toda su luz, el planeta es un juguete de los satélites, que le
traen y le llevan, le acercan ó le alejan de un punto determinado.
¡Pobres planetas! ¡Pensar que si alguno de ellos nos desmenuzara en
partículas por el espacio infinito, el se llevaría la culpa con nuestra
última maldición, cuando toda lo sería de los satélites.
¡Oh, los grandes planetas políticos, orgullosos por contar con una
mayoría compacta, los planetas del arte, ufanos con sus admiradores,
los planetas taurinos _moñudos_ con sus aficionados ... ¡Satélites,
satélites son todos que os marcarán el rumbo á pesar vuestro!
El planeta político se esta quietecito en casa, comprendiendo cuánto le
conviene el reposo para reponer averías, pero los satélites imperan.
¡Hay que volver á la lucha! ¡Hay que aceptar el poder! Y allá va el
planeta ...
El planeta del arte duerme sosegado sobre sus laureles, pero los
satélites le despiertan y sacuden ... ¡Algo nuevo, más, más!... Y el
planeta se lanza por donde no pensaba.
El planeta taurino no quiere competencias, pero los satélites le
vociferan: ¡A ver eso! ¡Que le pisan á usted el terreno! ¡Que se lo
comen!... Y el planeta taurino va á la enfermería.
¡Dichosos los planetas que no tienen satélites, así en la tierra como
en el cielo!
* * * * *
Mientras se discute el presupuesto de enseñanza y el señor ministro
de Instrucción Pública se permite finísimas ironías á propósito de
la nueva asociación de cultura, yo evoco una vez más el recuerdo
de aquella escuela de aldea que avergonzaría en el último aduar de
Marruecos.
Lóbrega, sucia, desmantelada; lo único que allí puede aprenderse—y
esto las niñas, que tienen su escuela en el piso alto—es gimnasia,
para trepar por una escalera derrumbada, que es, por lo menos, una
tentativa de infanticidio en cada peldaño.
Y allí preside, bajo un dosel pingajoso, un Cristo lúgubre,
inquisitorial; ese Cristo á quien todos los días crucifica la maldad,
la ignorancia y la indiferencia de los hombres, ese Cristo que dijo:
Dejad á los niños que se acerquen á mí; y allí parece decir, con más
verdadero amor: No, no los dejéis que se acerquen aquí, no los traigáis
á esta mazmorra ...
Y recuerdo los versos de indignación, de santa ira, con que el ilustre
Guerra-Junqueiro maldijo de las escuelas portuguesas.
¡Y aún se discute y se regatea en el presupuesto de enseñanza! Sí, es
verdad, no debe pensarse en pensiones para estudios en el extranjero,
en grandes centros de enseñanza superior, mientras exista una, una sola
de esas escuelas de pueblo, que darían ganas de llorar si no las dieran
de matar ... ¿A quien? ¿Donde puede hallarse el verdadero responsable
de ese crimen tan nacional, tan de todos? El único castigo sería el
de obligar á muchos á llevar á sus hijos, á otros á ser maestros en
ellas, á todos ... ¡Ah! Ese castigo ya se realiza, el de respirar en un
ambiente de incultura, de atraso, en que solo viven y prosperan los que
saben explotarlo en provecho propio.
[Ilustración]


XVIII

Si algún día se escribiera la historia de la tontería, humana, que
sería tanto como escribir la Historia de la Humanidad, uno de sus
capítulos más interesantes sería el de por qué los españoles hemos de
asistir todos los años en fecha fija á las representaciones de «Don
Juan Tenorio».
¿Es que el mérito de la obra la impone á la admiración anual del
público? Bueno sería entonces cualquier día del año. ¿Es por el
cementerio y los aparecidos que en ella figuran por lo que tiene
lugar apropiado al conmemorar la Iglesia á todos sus santos y á todos
sus difuntos? Con la misma razón podría representarse Hamlet, donde
no faltan tampoco apariciones de muertos y camposanto, y donde las
consideraciones sobre la vida y la muerte y la eternidad son más graves
y austeras que en nuestro popular drama, en que más parece tomarse á
broma todo esto ... ¿Pero qué digo? Justamente porque se toma á broma,
es porque no hemos encontrado nada mejor para distraernos de la
seriedad que los días imponen.
¿No es toda la vida española la de Don Juan Tenorio? Fanfarrona,
despreocupada, altas frases, bajas acciones, el sentir y el pensar
afectados, mucha elocuencia, mucha retórica ... y sobre todo esto, la
esperanza en el punto de contrición, gustoso y fácil, y la salvación
final por mano de doña Inés, que por no faltar en nada al simbolismo,
viste hábitos monjiles. Porque ¿como puede salvarse nadie en España sin
intervención de monjío ó _frailío_?
Por algo, con ser tan popular en España la figura de Don Juan Tenorio,
no halló su consagración literaria definitiva hasta que el genio
archiespañol de Zorrilla supo españolizarlo del todo. Los españoles no
podíamos tolerar que Don Juan se condenase de ningún modo, ni con la
música divina de Mozart. Era como condenarnos nosotros mismos.
¿Y no merecía la salvación Don Juan Tenorio mejor que el doctor Fausto,
que es algo también del alma alemana, todo filosofía y pesadez, hasta
cuando enamora y ama?
No, no puede condenarse á estos hombres que son el alma de una raza.
Don Juan Tenorio será siempre el héroe preferido de España, solo por
esto, por salvarse.
Lo hubiera sido Don Quijote, si Cervantes más humano que español, ó
quizás más de su tiempo que español, que humano, en vez de curarle al
morir de todos sus desatinos, para hacerle posible la salvación como
cristiano, le hubiera entrado valientemente en la gloria, de la mano de
Dulcinea, en la suprema exaltación de su locura triunfadora.
* * * * *
Madrid se aburre como nunca, desmintiendo así la afirmación de que bajo
gobiernos reaccionarios fué siempre cuando más se divirtió la gente.
Dígalo Roma en tiempos del poder temporal pontificio, dígalo París en
tiempos de Luis XIV, dígalo, en fin, Madrid mismo en tiempos de los
Austrias.
Madrid se aburre, sin que su aburrimiento logre interesarse por nada,
apenas por la reaparición de Gallito. Y eso que al decir de algunos
aficionados, nunca se vió fenómeno igual. ¡Un pase de muleta en dos
corridas!
Bien puede estar agradecido el susodicho diestro á la afición madrileña
y aún decirle como Marión Delorme al caballero Didier en el drama
de Víctor Hugo: _Ton amour m’á refait une virginité_. ¡Oh afición
madrileña, tu que hiciste temblar á Frascuelo, Lagartijo y Guerra,
entusiasmándote por un pase! Bien dicen que cuando nada interesa es
cuando esta uno en peligro de interesarse por cualquier cosa. Hay cosas
que solo el aburrimiento puede explicarlas.
Nada solícita nuestra atención ni nuestro interés. Política, arte,
vida de sociedad, todo languidece. Por algo nuestro nuevo alcalde
quiere obligarnos á marchar deprisita por esas calles, á ver si con la
celeridad de la circulación nos animamos un poquito.
Si la orden se cumple y los habituales plantones de la Puerta del Sol
se ven obligados á circular, aquello parecerá un Tío Vivo. Hay allí
losas que no mojaron nunca lluvias del cielo ni riegos municipales;
resguardadas de todas las inclemencias por el mismo grupo compacto que
hizo de ellas pedestal de un momento á la vagancia y al arte de residir
en el sitio más céntrico y más caro de Madrid, sin pagar al casero.
Bien muestra el nuevo alcalde su procedencia automovilista, y por las
trazas su ideal es ponernos á los madrileños en cuarta velocidad. No
será malo, si lo consigue, porque en Madrid, donde moralmente, el que
no corre vuela, materialmente no se sabe andar por la calle.
Hay quien á más de ir á paso de procesión, serpentea graciosamente para
estorbar el paso al que viene detrás. Hay señor que lleva el bastón ó
el paraguas á guisa de pica, y al andar va marcando puyazos á cuántos
le preceden. Hay quien juguetea con dichos artefactos, como _jongleur_
de circo, y lo mismo le derriba á uno el sombrero que le salta un
ojo. Hay quien se emboza á todo vuelo, envolviendo amorosamente al
transeúnte más próximo. Hay quien es capaz de leer un drama á un amigo
en la acera más transitada, entre un coche parado y un escaparate
llamativo. Hay señoras que reciben á sus relaciones en una esquina y
allí se constituyen en sesión permanente.
Y es que en Madrid, cuando se anda, nadie va á ninguna parte; hace
tiempo para ir á ella y se sale siempre demasiado temprano para ir á un
sitio al que siempre se llega demasiado tarde.
Cosa que también puede suceder al señor Maura en sus concesiones á los
solidarios. Salir á buscarlos; perder el tiempo y llegar tarde.
* * * * *
Cuentan del gran Víctor Hugo, que cuando se hallaba en alguna reunión
de escritores, valíase de una inocente estratagema para descubrir
cuáles de entre ellos abrigaban la ilusión y la esperanza de ser
académicos. Para ello, soltaba alguna tremenda irreverencia contra la
Academia ó contra algún grupo ó individuo de ella. Los que francamente
reían á coro con el, era señal de que estaban limpios de toda ambición.
Pero si alguno permanecía serio ó reía para dentro, entonces Víctor
Hugo, sonriente, advertía pronto: Fulano no se ha reído. Quiere ser
académico. Y así descubrió á más de un futuro candidato.
A prueba semejante asistimos á cada paso, cuando algún crimen de
resonancia es preocupación general en todos los círculos sociales.
Hay quien no puede ó no sabe ocultar sus simpatías y su admiración. Se
habla, por ejemplo, de la estafa al Banco de España:
—¿Ha visto usted qué bien combinado todo? Y ya verá usted como al
verdadero autor no se le descubre. Y se extiende en todo género de
admiraciones á la habilidad y serenidad de los falsificadores, y cada
fracaso de las autoridades en descubrirlos lo considera como un triunfo
personal. ¡No los cogen, no; ya lo verán ustedes!
Parece como si se animara á sí propio con la impunidad.
Se habla del crimen del «Hojalata», y el que no se atreve á aclamarle
por su crimen le admira por su muerte. ¿Han visto ustedes? ¡Qué valor!
¡Vaya un tío! La verdad es que ha conseguido imponerse el respeto de la
gente. El hombre que hace eso no es un criminal cualquiera ...
Lectores, desconfiad de estos panegiristas y cuando oigáis á algunos
expresarse así, como Víctor Hugo decía: Fulano quiere ser académico,
pensad vosotros: Fulano va para criminal. A cuatro delitos que queden
impunes, se lanza.
* * * * *
Todos hemos asistido alguna vez al estreno de una obra dramática de
interesantísima acción, situaciones de gran efecto, «cuajada» de
pensamientos deslumbradores y frases relampagueantes; todos nos hemos
interesado, emocionado; hemos aplaudido, aclamado, y al salir del
teatro, apenas el aire de la noche ha refrescado nuestra frente, al
pretender recoger nuestra emoción, pensamos y no tardamos en descubrir
que la emoción desaparece. Aquella hermosa situación, recordamos ...
pero verdad es que era muy falsa, porque si el personaje aquel llega
antes con la carta ... Y lo natural era que hubiera llegado. ¿Y aquella
frase?... Sí, pero la verdad es que lo mismo puede significar lo
contrario ... Y así ante el análisis reposado, pronto nos damos cuenta
de que nos habían robado la emoción, habíamos sido víctimas de un
atraco violento, más ó menos artístico, pero atraco, al fin.
Una cosa parecida nos ha sucedido con la memorable sesión que
pudiéramos llamar patriótica. El entusiasmo de la representación no ha
resistido el frío de la calle. La obra ha sido de las efectistas.
Muchos millones, mucho patriotismo, hermosas frases, pero muy poca
escuadra. Todo ha sido decirnos: Tengamos marina y lo demás se nos dará
por añadidura; el común sentir dice más bien: Tengamos lo demás y la
marina se nos dará por añadidura.
Nos dicen que de otro modo no podemos salir de casa, y hay que asomarse
al mundo. ¡Ay! Esto me hace pensar en esas gentes cursis que viven
de mala manera, y cuando se encuentran á algún conocido que ofrece
visitarlas se apresuran á decir: No se moleste usted, nosotros iremos á
verle á usted, no faltaba más. Todo porque no les descubran la modesta
vivienda donde falta toda comodidad y todo lujo. ¿Será por esto nuestro
afán de salir á Europa, como los cursis que con cuatro trapitos hacen
su papel por esas calles y paseos, aunque en casa no coman? ¿Y no sería
mejor que ponernos en facha de salir á visitar el mundo, ponernos en
condiciones de que el mundo pudiera venir á visitarnos?
* * * * *
¡El invierno se presenta terrible para los ricos! Ha subido el precio
del pan de lujo. Sólo falta que suba también el precio de la gasolina y
la vida será imposible para las clases acomodadas.
Por fortuna, ahora es la última moda en comidas aristocráticas probar
apenas una cortecita de pan. La delgadez es el ideal estético y casi
todo el mundo esta á régimen. Los anfitriones están de enhorabuena.
Suprimidos los vinos «matusalenes» y las marcas de precio; con buen
surtido de aguas medicinales se sale del paso. Apolinaris, Vichy,
Mondariz ... Los comensales se juntan por afinidades curativas.
—¡Usted es Vichy, verdad, marqués? Siéntese usted aquí con la condesa.
—No, querida amiga. Ahora he cambiado. Vichy no me iba nada ... Ahora
soy Apolinaris.
—Entonces á mi lado.
—Es lo que yo quería.
—¿Cuántos kilos ha perdido usted este mes? Yo, kilo y medio.
—Yo he aumentado en tres.
—¡Qué disparate!
—Pero no estoy seguro, porque me pesé con gabán de pieles y después de
oir «María di Rohan».
—Yo tengo báscula en mi cuarto y me peso con la menor ropa posible.
—Avíseme usted.
—¿Y usted, marquesa? ¿Como va con su régimen?
—Ya me ve usted. Ya no tengo nada que perder.
No hay duda, de los tres enemigos del alma, la carne es el más
combatido entre las personas distinguidas, y la subida del pan, que
tanto contribuye á aumentarlas, no puede afectarlas grandemente.
En cuanto á las clases menesterosas, ¿cuando no han estado á régimen en
España? Ahora, por lo menos, tienen el consuelo de pensar que están á
la última, siempre suena mejor que en las últimas.
* * * * *
La verdadera solidaridad española se muestra como nunca en estos días
anteriores á la gran lotería de Navidad. Hay número que, como Don
Juan Tenorio, recorre toda la escala social. Del ministro al último
ordenanza del Ministerio, de la gran señora al carbonero, de la primera
actriz al tramoyista. ¡Todos unidos en una misma aspiración y una misma
esperanza! Hay quien no puede ver un número sin pedir participación, y
por lograrla es capaz de todo. En estos días se descubre como nunca el
carácter de las personas. El egoistón que compra su billete ó su
décimo, según los posibles, con el mayor sigilo, á nadie dice palabra,
y así previene las peticiones de participación antes y las de dinero
después si logra un premio. El altruísta que quisiera compartir su
suerte con todo el mundo y acaba por quedarse con veinticinco céntimos
en cada número y aún piensa fundar un asilo benéfico si le tocara
el gordo. Y el supersticioso que coloca el papelito bajo una imagen
devota ó un amuleto diabólico, según sus inclinaciones agoreras, y el
pendolista que goza sobre todo con extender los recibos de su puño
y letra con arabescos y tintas de colores y toda clase de primores
caligráficos, y el matemático que luce toda su ciencia calculista
repentizando operaciones al tanto de lo que corresponde por fracción
y por premio ... todos, todos descubren su carácter en estos días de
ilusiones, de esperanzas, en que toda preocupación desaparece envuelta
en ilusiones ... ¡Admirable institución esta de la lotería! ¿No es acaso
la única felicidad positiva que debemos á nuestros gobiernos?
[Ilustración]


XIX

La propiedad histórica ha llegado hasta los belenes. Las figuras de
los modernos nacimientos se ajustan á ella con su indumentaria, y no
obstante este «modernismo» retrospectivo—valga el contrasentido,—priva
á los clásicos retablos de su carácter ingenuo. ¡Sientan tan bien las
graciosas impropiedades en la representación de un misterio que es de
todos los tiempos!
Yo he visto un nacimiento en que junto al portal de Belén había una
iglesia con su campanario y un monaguillo que tocaba á misa, y más
lejos una cuadrilla de toreros celebraba con una corrida—suponemos que
regia—el natalicio del Niño de Dios, y por un puente atravesaba un
ferrocarril y esta disparatada mezcla de tiempos y costumbres da la más
clara impresión de catolicismo, porque nos decía como Jesús nació para
todos los siglos y para todos los hombres.
Estos nacimientos de ahora no emocionan tan hondamente. Por algo los
pintores antiguos, tan soberanos artistas, se atenían en las pinturas
sagradas á las figuras y trajes de su época y por ser de su tiempo
lograron ser de todos.
Respetemos el arte primitivo, ingenuo, de los belenes. ¿Qué significan
trajes y figuras? Para los belenes, la humanidad es siempre la misma.
* * * * *
Los teatros aprovechan estos días de alegría oficial para presentarnos
lo más disparatado del repertorio francés. El «vaudeville» es el
pavo literario de las Pascuas. Como el pavo, los mejores son los de
más confianza, los más conocidos, con sus eternas combinaciones; el
personaje que pasa por otro durante los tres actos, sin hallar ocasión
de decir quien es, ni á qué vino, hasta la última escena; el segundo
acto con su decoración de veintidós puertas por donde los personajes
entran y salen, se buscan, se persiguen, se suceden, se huyen contra
toda razón y toda lógica.
Y el público que ríe porque es Nochebuena, de lo mismo que protestaría
en otro cualquier día del año. ¿Como no ha pensado nadie en publicar un
almanaque teatral, como el almanaque del agricultor y el del empleado?
Sería tan útil para los autores novicios con sus recetas, consejos y
pronósticos. Por ejemplo, Octubre: Bueno para la comedia satírica.
Noviembre: Excelente para el drama de tesis. Diciembre: Disparate
libre. Enero: Drama y comedia de amor, y así sucesivamente.
No hay idea de la influencia de la estación y de los meses en la
literatura dramática. ¡Cuántas obras que parecen detestables en
invierno hubieran parecido excelentes en primavera! ¡A cuántos habrá
perjudicado el estrenarse en Marzo en vez de estrenarse en Diciembre!
«Don Juan Tenorio», estrenado con mal éxito, no logró el favor del
público hasta que halló su día en el de los difuntos. Estrenar en Apolo
á la entrada de primavera es una seguridad de buen éxito. ¿Qué autor de
experiencia no lo sabe?
¡Ah, el autor dramático debe entender de todo y hasta la Astronomía y
la Meteorología son de utilísima aplicación en su arte!
* * * * *
En estas fiestas de Pascua, en las funciones de tarde de los teatros,
en las fiestas familiares á ellas dedicadas, lo he observado con pena
una vez más; los niños de ahora son tristes, no saben reir, parece que,
como Musset, _han venido muy tarde á un mundo muy viejo_.
Nada les sorprende, como si todo lo supieran. En el teatro son ellos
los que preguntan á los mayores: ¿Por qué os reís? Ellos son los
primeros que dicen: ¡Me aburro!
En torno del árbol de Noël se muestran graves y desdeñosos, y en los
Reyes Magos ya no cree ninguno.
Una mamá se lamentaba de esta disposición de espíritu en los
niños.—Figúrese usted que hoy le digo al pequeño: Si no eres bueno, no
te llevó al teatro; y me dice: Mejor. ¡Para ver tonterías!
¡Esta seriedad española! Cuando aquí decimos de un hombre que no es
serio, le hemos imputado el mayor defecto ... Y los que, por desgracia
nuestra, hemos trasmutado los valores, y lo que todos juzgan serio es
lo que más risible nos parece, estamos perdidos.
Yo creo, sin duda alguna, que la mayor superioridad de los
anglo-sajones, consiste en saber reir, en el desprecio al ridículo. Yo
he visto á señoras inglesas muy metidas en carnes y muy entradas en
años, lanzarse al vals y hasta al cake-walk, sin la menor idea de que
estaban _haciendo el paso_. A personajes de grave significación social
ofrecerse espontáneamente á cantar las más extravagantes canciones
de negros, y á distinguidos oficiales de guarnición en Gibraltar,
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