Aguas fuertes - 06

Total number of words is 4718
Total number of unique words is 1831
34.7 of words are in the 2000 most common words
47.4 of words are in the 5000 most common words
55.7 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
incertidumbre. Dí algunos paseos en el portal y eché todos los cálculos
que un hombre serio tiene el deber de echar en tales ocasiones. De un
lado, del lado de la calle, la consiguiente mojadura; del lado de la
escalera, la fatiga consiguiente. Por otra parte, los amigos estarían ya
reunidos en el café despellejando a alguno, ¡tal vez a mí! Además, el
café, según los datos que me ha suministrado una persona muy versada en
estas cosas, debe tomarse _inmediatamente_ (cuidado con ello)
inmediatamente después de las comidas. Al fin adopté una resolución
violentísima. Me remangué los pantalones y salí a la calle.
¡Pues qué! Yo que he aguantado sin pestañear noches enteras todas las
leyendas de la Edad-Media que el Sr. Velarde y otros ilustres mosquitos
líricos de su misma familia, han dejado caer desde la tribuna del
Ateneo, ¿flaquearía ahora ante unas miserables gotas de agua? No en mis
días: si la faz no ha empalidecido, si el corazón no ha temblado ante
ningún poeta legendario, por cruel que se haya mostrado, las
alteraciones atmosféricas no prevalecerán contra mi heroísmo.
En esta admirable disposición de espíritu atravesé casi toda la calle
del Arenal. Sin embargo, no quiero ser hipócrita: declaro que fui todo
el tiempo pegado a las casas, con lo cual evité que me cayese una
tercera parte de agua de la que por clasificación me correspondía. Antes
de llegar a la puerta del Sol eché una mirada al cielo, mirada
escrutadora que me hizo ver sombra arriba y sombra abajo. Esta mirada
dio por resultado además el que tropezase con un guardia municipal, que
me preguntó con severidad dónde tenía los ojos; yo, lleno de respeto y
sumisión hacia el poder ejecutivo, le contesté, procurando ablandar su
corazón con una sonrisa:--Donde usted guste.--La verdad es que estuve
demasiado humilde, casi rastrero, porque el guardia no llevaba la acera,
¡pero la idea de la Prevención ejerce tal ascendiente sobre mí!... Me
contenté con volverme y echarle una mirada terrible, que cayó sobre su
capote de hule y resbaló por encima como el agua resbalaba en aquel
instante.
Las nubes no cejaban. La lluvia, en vez de ir disminuyendo gradualmente,
para satisfacer el ideal de todo el que, como yo, no llevase paraguas,
gradualmente iba aumentando. Al entrar en la Puerta del Sol, cruzaba muy
poca gente; algunos carruajes, cuyos aurigas parecían envoltorios de
paño pardo; algunas mujeres remangando con la coquetería que permitían
las circunstancias, sus blancas enaguas, y dejando ver esbozos de pies
fantásticos y perfiles de pantorrillas reales. Pero en aquel momento yo
me preocupaba más de mis pantorrillas que de las ajenas, como era,
después de todo, mi deber. El agua y el barro me salpicaban hasta las
narices; los canalones vomitaban en las aceras torrentes, que procuraba
salvar apelando a mis recuerdos gimnásticos.
Poco a poco, de un modo insidioso y solapado, tendiéndome sus redes en
silencio y asegurando sus pasos con cautela, fue penetrando en mi
corazón el temor del reumatismo. En el espacio que media entre la calle
del Arenal y la del Carmen, casi se enseñoreó de él por completo.
Sombrías perspectivas de fiebres catarrales, dolores en las
articulaciones y fricciones de aguardiente alcanforado, se ofrecieron
ante mi vista, y con la visión intensa y terrible del alucinado, me vi
metido en unos calzoncillos de bayeta amarilla.
Y temblé. Y eché una cobarde mirada en torno buscando un _simón_ vacío.
Los pocos que pasaban iban alquilados. Pero aún quedaban los portales.
¡Ah, los portales! Los portales me parecían un recurso de mala ley,
indigno de ser tomado en consideración por el momento. Para estar metido
en un portal viendo caer la lluvia, más valía haberse quedado en casa.
Además, los portales estaban llenos de canalla, vagos de profesión,
aventureros de la calle, gente sin hogar y sin paraguas. ¡Quién va a
exponerse a que le roben el reloj o le secuestren!
Esto lo pensaba al cruzar por la calle del Carmen. Pues bien, al cruzar
por delante de la de la Montera, ya pensaba otra cosa. Y es que las
ideas del hombre se van modificando insensiblemente al través de la
existencia; las convicciones más profundas se desarraigan de nuestro
espíritu cuando menos lo esperamos, la antigua fe deja paso a la nueva,
y el entusiasmo se enfría y se calienta incesantemente durante nuestra
peregrinación por la tierra. Cogidos de la mano, con fuego en el
corazón, alta la frente y la pupila clavada en lo porvenir, hemos
partido muchos para recorrer los campos de la política; a los pocos
pasos, ya se ha desprendido uno, a quien el temor o la utilidad han
solicitado, más allá otro, más allá otro: al poco tiempo la caravana se
ha disuelto, y cada cual corre a refugiarse donde más le conviene. Esta
es la vida. Una verdad innegable he sacado, no obstante, de su
experiencia, y es, que cuando llueve, todo el mundo se cobija.
Yo también claudiqué en aquella ocasión refugiándome en un portal,
aunque con circunstancias atenuantes, pues era el de una fotografía. Las
paredes estaban cubiertas de retratos: señoras bonitas, haciendo
resaltar sus gracias con actitudes lánguidas, dirigiendo una sonrisa
insinuante a todos los _timadores_ y fosforeros que se paraban a
contemplarlas; varones con los ojos estáticos, en muda y eterna
admiración de algo que nadie sabe. Algunos caballeros estaban
disfrazados: había uno vestido de fraile haciendo oración entre las
malezas de una sierra, con su calavera y todo al lado. Me dijeron que
era un muchacho de la nobleza que había renunciado al mundo por
desengaños de amor. Bien se le conocía al pobre, a pesar de su
vestimenta eremítica, que había tirado muchos tiros al pichón. Había
otro con traje de doctor, con las cejas fruncidas y la frente arrugada
como si tuviese agobiados los sesos bajo la pesadumbre de tanta
jurisprudencia. Tenía un birrete en la mano y otro sobre la mesa,
quizás para el caso de que se inutilizase el primero.
Seguía cayendo agua copiosamente. El cielo mostraba la faz severa,
aunque tornadiza; algunas nubes grandes y oscuras rodaban sobre los
edificios de la Puerta del Sol, desahogándose un poco de su peso;
cruzaban con harta prisa para no presumir que pronto vendría un claro
que permitiera escaparse. Los poquísimos carruajes que pasaban vacíos
eran asaltados rabiosamente por los proscriptos de los portales,
quedándose con ellos, como sucede en todo lo demás, los más osados.
Al fin, en cierto paraje del espacio se divisó un agujerito azul: por
aquel agujerito pasó tembloroso, y como avergonzado, un rayo de sol
empapado todavía en agua, que fue a chocar en los cristales de los
balcones más altos del hotel de la Paz. Al poco rato se divisó otro,
algo más allá, y ambos se comunicaron pronto por medio de una extensa
raya, azul también. Pero la lluvia no cesaba. Delante de nosotros empezó
a funcionar una manga de riego. ¿Por qué salen a relucir las mangas de
riego cuando llueve? No pretendamos averiguarlo. Hay más misterios en el
cielo y en el Municipio de los que puede soñar la filosofía.
El sol hizo surgir los colores del iris en el chorro de agua que caía
como un espléndido penacho sobre la calle: el empleado municipal lo
sacudía sin curarse de su belleza, haciéndole servir a los fines
prosaicos de la policía urbana; mas el chorro salía altivo y alegre de
la manga y se esparcía en el aire, cayendo en lluvia de plata unas
veces, otras en lluvia de cristal y otras de fuego. El rumor que
producía al azotar el pavimento, era dulce y gozoso. Yo y un perro de
Terranova (me coloco el primero para no dar armas a los frenópatas del
Ateneo), fuimos los únicos que supimos apreciar su hermosura. El perro,
más exaltado o con menos miedo al ridículo, se lanzó a la calle
expresando su entusiasmo por medio de ladridos y saltos prodigiosos,
ahora parándose bajo el chorro y dejándose bañar, ahora brincando sobre
él, ahora dando un millón de volteretas y haciendo cómicas contorsiones,
sin cesar nunca de exhalar el frenesí de su entusiasmo en ladridos más
o menos correctos e inspirados, que de esto no entiendo. Me parece, no
obstante, que había más sinceridad en ellos que en el soneto del Sr.
Grilo a las cataratas del río Piedra, aunque, por supuesto, mucha menos
fantasía.
La lluvia no cesaba. Con todo, se fue debilitando de tal modo, que ni
para la salud ni para el sombrero había gran peligro en salir y llegar
hasta Fornos. Así quise realizarlo, y desde luego me fui pegadito a los
edificios, observando cómo rápidamente el cielo se despejaba y la lluvia
se enrarecía. Todavía continuaba mucha gente en los portales. Al llegar
al del ministerio de Hacienda, un brazo de mujer se interpuso en mi
camino, y una manecita blanca y hermosa trató de averiguar si aún
llovía. Era una mano fina, correcta, aristocrática, con graciosas y
leves rayas azules; además, aún no estaba ajada, a juzgar por su color
sonrosado y por la frescura e inocencia que se adivinaba en sus
movimientos resueltos; la muñeca estaba aprisionada por un sencillo
brazalete de oro; en los dedos brillaban algunas sortijas. Ahora bien,
¿qué hubieran hecho ustedes si se les colocase delante del rostro, a dos
dedos de la boca, una mano semejante? Besarla, estoy seguro. Pues eso es
cabalmente lo que yo hice: besarla y escaparme riendo sin echar siquiera
una mirada a su dueño. Detrás de mí oí gran algazara y muchas carcajadas
femeninas, por lo cual comprendí que se me perdonaba de buen grado la
audacia. Llegué al café sano y salvo y de un humor excelente. Pero
estuve un poco inquieto toda la tarde. ¡Los nervios, sin duda, los
nervios!


EL PASEO DE RECOLETOS

Voy a denunciarme ante el severo tribunal de la sociedad _fashionable_
de Madrid, y entregarme con las manos atadas a su justa reprobación.
«Egregias damas: señores sietemesinos: Tengo la vergüenza de confesar a
ustedes que la mayor parte de los domingos y fiestas de guardar me paso
la tarde dando vueltas en el paseo de Recoletos lo mismo que un mancebo
de la _Dalia azul_. Y no subo hasta el Retiro, a admirar respetuosamente
vuestros _chaquettes_ y vuestros perros ratoneros, porque deje de poseer
carruaje; pues si bien es mucha verdad que no lo poseo (¡misericordia!)
no es menos exacto que tengo unas piernas que no me las merezco, las
cuales han hecho con fortuna más de una vez la competencia al tranvía, y
de ello puedo presentar testigos. Me quedo, por tanto, en Recoletos sin
motivo alguno que pueda justificarme, por pura perversidad, lo cual
revela mi depravada índole. Vuestra conciencia distinguida se alarmaría
aún más si supieseis... ¡pero no me atrevo a decirlo!... ¡que me gustan
mucho _las cursis_! ¡Perdón, señores, perdón! Ahora que he confesado mi
indignidad descargando el alma del peso que la abrumaba, aguardo
resignado vuestro fallo. Condenadme, si queréis, a perpetuos pantalones
anchos. Los llevaré como marca indeleble de mi deshonra, los pasearé
hasta la muerte como la librea del presidario... pero los pasearé los
domingos por Recoletos».
El paseo de Recoletos no es bello ni grande; los árboles que lo
guarnecen dejan mucho que desear en cuanto a corpulencia y follaje; la
acera que lo atraviesa a lo largo cansa y lastima los pies. Pero tiene
la ventaja de estar dentro de la población. Parece hecho para la gente
de negocios que dispone de poco tiempo para pasear. Los días de trabajo
no suele haber mucha concurrencia: en cambio los domingos no hay quien
camine libremente por allí, lo cual declara bien paladinamente la
condición social de sus habituales concurrentes. Es el paseo de la
_burguesía_, y esto basta para que se haya captado la antipatía de la
sociedad distinguida y ociosa.
Mas en el sexo femenino que allí acude los días de fiesta suelen verse
rostros muy lindos, dicho sea con perdón de aquella sociedad. Las damas
que cruzan arrellanadas en su _landau_ hacia el Retiro, podrán volver
desdeñosamente la cabeza y no verlos; los jóvenes, que apetecen la
gloria inmarcesible de vivir y morir perteneciendo al _Veloz_, pasarán
velozmente con la cabeza erguida, el sombrero ladeado y el bastón a
guisa de lanza, dando miradas amorosas a todos los carruajes y ansiando
descubrir su cabeza venerable ante alguna duquesa ajamonada, sin fijar
la atención en ellos; pero no es menos cierto que allí están para honra
y gloria de Dios y regocijo de los villanos y pecheros que en tales
lugares paseamos.
La palabra _cursi_, que la magnanimidad nunca bastante loada de los
señores de la calle de Valverde ha introducido en nuestro diccionario,
se emplea como proyectil mortífero contra aquellos rostros celestiales.
Todo sietemesino bien criado tiene en su carcaj una buena cantidad de
tales flechas para arrojar a la primer belleza anónima que se presente
en su camino. Si habéis gozado la honra de acompañar alguna vez en sus
expediciones gloriosas por la carrera de San Jerónimo a uno de estos
jóvenes y habéis incurrido en la flaqueza de alabar la hermosura de
alguna niña modesta, de seguro le habréis visto fruncir el noble
entrecejo, alargar el labio inferior en testimonio de desdén y dejar
caer estas o semejantes palabras:
--¡Pero, hombre, que siempre te has de fijar en estas cursilillas de
media tostada!
Efectivamente, tengo esa desgracia. Lo mismo me pasa con las flores: la
rosa y el clavel, las más cursilonas de la jardinería, son las que más
me gustan. Pero no soy el único. Antes que yo el doctor Fausto fue
decidido partidario de las cursis y por ellas vendió su alma al diablo.
Los abonados al paraíso del Teatro Real saben muy bien que cuando
Gayarre en el primer acto _brama_ con voz atiplada la _giovinezza_, es
con el objeto exclusivo de ir a decir ternezas a Margarita en el
tercero. ¿Y quién era Margarita? Una muchacha que hilaba, barría, lavaba
la ropa de sus hermanos y paseaba los domingos por Recoletos. Pues eso
es precisamente lo que le seduce a Gayarre, y bien se le conoce cuando
se queda tan abrazadito con ella al tiempo de caer el telón y suelta
aquellas feroces carcajadas el artista mallorquín señor Uetam.
En general, bien se puede decir que Goethe no ha amado ni pintado más
que cursis. Margarita, Federica Brion, Carlota, Lilí, Olimpia, eran
mujeres muy bonitas, pero absolutamente incapaces de molestar con su
charla desde las plateas del teatro Real a los abonados de las butacas,
los cuales, si no oyen la ópera en paz, en cambio tienen el honor de ser
molestados por alguna dama ilustre, descendiente de los guerreros de la
reconquista.
Tengo la seguridad, pues, de que Goethe se hubiera paseado los domingos
por Recoletos. Esto le habría enajenado las simpatías de los salones (si
es que los salones pueden tener simpatías) y le colocaría en el concepto
de los nobles sietemesinos (si es que los sietemesinos pueden tener
concepto) muy por bajo del señor Grilo. Yo creo que ha hecho muy bien en
vivir en la corte de Weimar donde tales flaquezas se perdonaban
fácilmente.
Y para terminar con el paseo de Recoletos. Ahora en la estación
primaveral queda cubierto por una bóveda de follaje que le presta
frescura y belleza. Cualquier ciudadano pacífico, incluso los poetas
líricos, puede pasar un rato agradable viendo desfilar una muchedumbre
de Margaritas rubias y morenas con las cuales se pudieran empezar
novelas tan amenas, si no tan famosas, como la de Fausto. Además, en el
centro del paseo hay un estanquillo.


LA CASTELLANA

La acera de Recoletos termina en la plaza de Colón. A la derecha se
encuentra la casa donde se fabrican las pocas pesetas buenas que hay en
España. A la izquierda está la que proporciona las pocas novelas bellas;
la casa de D. Benito Pérez Galdós. Todos los españoles saben lo primero:
muy pocos somos los que tenemos noticia de lo segundo. Pero los que lo
sabemos--dicho sea para nuestra honra y prez--solemos mirar con más
atención a la izquierda que a la derecha. Al cabo, las monedas que se
fabrican en aquel gran edificio de ladrillos irán como esclavas sumisas
a procurar deleites a los poderosos, a halagar sus torpes pasiones y sus
vicios, mientras las novelas que se escriben en aquel alto y silencioso
despacho, vendrán a posarse delante de nuestros ojos dándonos algunos
instantes de placer honrado, elevando nuestro espíritu y
esclareciéndolo.
La inmensa mayoría, casi la totalidad de los hombres, guarda
consideración y respeto a los ricos sólo por el hecho de serlo. Los
grandes escritores sólo lo infunden cuando ejercen un cargo oficial. Y,
no obstante, el rico es un hombre que trabaja y se afana únicamente para
proporcionarse goces, de los cuales no nos hace, bien seguro,
partícipes, mientras el escritor se priva de los suyos, gasta sus
fuerzas, enferma del estómago o la cabeza y acorta su vida para
procurarnos deleite y cultura. Después, se da por satisfecho con un
estipendio parecido al de un albañil y con que le digamos: «¡Amigo, qué
bonito libro ha escrito usted!»
El paseo de la Castellana, que sigue a la plaza de Colón, consiste en
una amplia carretera para los caballeros y dos caminos estrechos a los
lados para los peones. Hace unos cuantos años estaba concurridísimo por
las tardes: la carretera se henchía de carruajes y los caminos de gente
distinguida y ordinaria. Hoy apenas va nadie hacia allí porque está a
la moda el Retiro. Sin embargo, bien puede asegurarse sin temor a
engaño, que llegará un día en que la Castellana recobre su antiguo
esplendor: al cabo de los años mil, vuelven los coches por donde solían
ir.
En los buenos tiempos de la Castellana observábase un fenómeno que
atestigua bien claramente de la exquisita delicadeza de sentimientos que
suele existir en nuestra sociedad distinguida. Como no había gente
bastante para llenar los dos caminos que ciñen la carretera, acaecía que
el paseo se fijaba en uno de ellos. Pues bien, las jóvenes distinguidas
no pudiendo soportar, como es natural, el contacto de otras jóvenes
menos distinguidas, empezaban a desertar del paseo acostumbrado yéndose
por pelotones al otro camino. Desde allí, irguiendo la noble cabeza,
miraban, al través de la red de carruajes, desfilar a sus enemigas
naturales por el paseo de enfrente. Que en esta mirada se advertía un
soberano desdén no hay para qué decirlo, y que este desdén se hallaba
perfectamente justificado, tampoco creo necesario demostrarlo. ¿Cómo ha
de sufrir con paciencia, verbigracia, la hija de un auxiliar de la clase
de primeros, que la de uno de la clase de cuartos pasee y disfrute de la
vista del mundo en el mismo paraje que ella? Claro está que todos somos
hermanos, pero no hay más remedio que atender un poco a los escalafones
que de vez en cuando publica el ministerio de la Gobernación, pues para
algo se publican. Además, este deseo de separarse de la muchedumbre y
del vulgo, señala en quien lo siente un espíritu fino y superior y
temperamento aristocrático.
Sucedía, no obstante, que este temperamento o abundaba en demasía o se
falsificaba, como todas las cosas buenas, pues es lo cierto que unas
tras otras, con más o menos disimulo, todas las niñas del camino
despreciado se iban pasando al camino despreciador, quedando aquél al
cabo de algún tiempo totalmente desierto. Entonces las jóvenes del
verdadero y genuino temperamento aristocrático se comunicaban, no sé en
qué forma, sus impresiones dolorosas, y una tarde, cuando menos se
pensaba, enderezaban el paso, arrastradas por altos sentimientos, al
camino abandonado, donde permanecían hasta que de nuevo se veían
molestadas y tornaban a ejecutar graciosamente la idéntica maniobra.
Cuando la Castellana vuelva a ser lo que antes, el paseo más concurrido
de Madrid, confiamos en que se repetirá este fenómeno consolador hijo de
una noble altivez, sin la cual no es posible el refinamiento de las
costumbres ni el progreso de los pueblos.
Aunque solitario, o porque lo esté quizá, el paseo no deja de ofrecer
atractivos, sobre todo para los melancólicos. No es frondoso y quebrado
como el Retiro, ni presenta variación de ninguna clase; es una línea
recta que se prolonga indefinidamente con cierta severidad clásica y
municipal convidando a los graves y tranquilos sentimientos. La línea
recta tiene también sus encantos, por más que yo prefiera la curva, como
ya he tenido el honor de decir en tres distintas ocasiones. De noche,
las dos hileras de faroles colocadas a entrambos lados de la carretera,
ofrecen una perspectiva muy bella: son dos cintas paralelas y luminosas
que van a perderse en un fondo oscuro, donde una imaginación viva puede
forjar, selvas dilatadas, abismos inmensurables o un desierto poblado de
monstruos. No sé hasta qué punto la comisión de alumbrado público ha
hecho bien en buscar este nuevo aliciente para excitar la fantasía del
vecindario. Sin embargo, fuerza es confesar que en esta ocasión ha
sabido herirla de un modo delicado y útil, revelando lo infinito por
medio de una misteriosa e indefinida sucesión de faroles.
Adornando los flancos del paseo, álzanse un número considerable de
hoteles y palacios de formas muy diversas, no siempre bellas, aunque sí
caprichosas. Nuestros banqueros y contratistas de obras públicas no
queriendo, como es natural, pagar tributo a lo prosaico de las
construcciones modernas, han solicitado el concurso de las edades más
poéticas de la humanidad y de las comarcas más pintorescas para levantar
sus viviendas suntuosas. Se encuentran allí, a poca distancia unos de
otros, palacios egipcios, árabes, asirios, babilónicos, gallegos y
catalanes. Por regla general están rodeados de jardines que la
naturaleza, secundada eficazmente por las mangas de riego, ha poblado de
flores y verdor. He pasado muchas veces por allí y jamás he visto a
nadie disfrutando de su amenidad, salvo los pájaros. Las ventanas de los
palacios tienen las persianas echadas y reina tal silencio en sus
inmediaciones, que cualquiera los creería deshabitados. Esto contribuye
a despertar en la imaginación de los paseantes recuerdos o sueños
romancescos. Aquellos palacios deben de guardar seres bellos y felices
que se alejan del ruido de la corte a fin de paladear con más
tranquilidad su dicha. El amor debe de ser el dios a quien se rinde
culto en tales nidos tibios y suntuosos. Algunas veces al través de sus
persianas he oído los dulces acordes de un piano. ¡Cuántas cosas bellas
cruzaron entonces por mi mente! ¡Cuántas novelas interesantes se me
presentaron de improviso!
Una mañana de primavera, impresionado por la reciente lectura de cierta
novela de Octavio Feuillet, iba paseando distraído por aquellos
silenciosos lugares gozando de la frescura y aroma de los árboles y de
la grata soledad que allí imperaba. De pronto, al pasar por delante de
uno de los palacios, creí percibir rumor de voces en el jardín. Al fin
sorprendo a la enamorada pareja de este nido, me dije sonriendo; y con
el corazón agitado y el paso cauteloso, me acerco a la verja revestida
de una espesa cortina de madreselva y aplico el oído. Detrás del muro de
verdura dos voces poco argentinas disputaban acaloradamente sobre el
proyecto de conversión de la deuda.
Más allá de la Castellana se tropieza con el Hipódromo. Quisiera decir
algunas palabras acerca del Hipódromo, pero creo que aún no ha llegado
la época de juzgar con verdadera imparcialidad esta nueva institución.
Las grandes reformas necesitan algunos años para desenvolverse y dar el
fruto que el legislador ha buscado. Juzgando hoy aquélla, temo incurrir
en errores y apasionamientos, de los cuales me arrepentiría ya tarde.


LOS MOSQUITOS LÍRICOS


I

Emilio Zola sostiene que los poetas líricos de ahora son pajaritos que
cantan en el árbol de Víctor Hugo. Es la pura verdad. Carduci, Núñez de
Arce, Copee, Sully Prudhome, Campoamor y otros pocos no hacen más que
glosar con dulzura el canto sublime del titán del siglo XIX, reflejar la
luz gloriosa del astro que se está acostando entre vivas y esplendorosas
llamaradas.
Los grandes poetas gozan el privilegio de fundar ciclos donde van a
reunirse los que cierta misteriosa simpatía y una evidente semejanza en
la manera de sentir y pensar arrastra hacia ellos. Sin remontarnos a
tiempos antiguos, y fijándonos solamente en la época moderna, saltan a
la vista ejemplos. Ahí está Goethe con su brillante falange de poetas
alegres, serenos, razonadores y sensibles. Ahí está Byron con su
numeroso cortejo de desgraciados, a quienes el mundo no comprende, almas
doloridas, corazones que destilan sangre y versos lacrimosos. Y por
último, vivo está todavía, por dicha nuestra, el egregio autor de las
_Orientales_ y la _Hojas de Otoño_, y viva también una gran parte de sus
discípulos, cuyos trinos y gorjeos escucha el mundo con placer.
Ni quiere decir esto que la circunstancia de estar comprendidos en un
ciclo, prive a los poetas de originalidad. No hablamos aquí, ni valiera
la pena de que hablásemos, de aquellos que rastrean servilmente la pista
del maestro para posar sus pies en las huellas que va dejando, porque no
merecen los tales nombre de poetas. Hacemos referencia tan sólo a los
que, recibiendo impulso y dirección de algún ingenio extraordinario,
caminan solos y sin andadores, representando cada cual dentro del ciclo
un brillante color de los muchos en que la luz de la poesía puede
descomponerse. Los que hemos citado más arriba pertenecen a ese número.
Son poetas, por privilegio, de nacimiento, pero han nacido bajo la
influencia de un astro que aún resplandece sobre el horizonte, y no
pueden sustraerse a ella. Esto no les quita ningún mérito. Todos los
objetos hermosos que existen en el mundo necesitan absolutamente la luz
del sol, y, sin embargo, ¿quién se acuerda de éste al contemplar su
belleza? Además, en el firmamento las estrellas con luz refleja aparecen
tan bellas como las que la tienen propia. Algunas veces, cuando los
astros de primera magnitud brillan muy lejos, no ostentan tanta
hermosura como otros más pequeños y cercanos; bien así como tal o cual
poeta de la antigüedad, con ser mucho más grande, no nos produce la
impresión viva y profunda que otros modernos de importancia secundaria,
pero que participan de nuestra manera de sentir y pensar, y la
reflejan.
Adviértase también que los ingenios extraordinarios que comunican
movimiento y señalan derrotero a un período literario, los que Juan
Pablo Richter denomina _genios activos_, son o han sido muy pocos en el
mundo. La mayor parte de los poetas que admiramos y nos deleitan
pertenecen a la categoría de los que el mismo crítico llama _genios
pasivos_, si bien, a nuestro entender, incluye en este número a algunos
que merecen ser colocados entre los primeros, como Rousseau y Schiller.
Dejemos, pues, sentado que nos gustan todos los pájaros, ruiseñores,
canarios, malvises y jilgueros que cantan en el árbol de que nos habla
Zola. ¡Ojalá nos fuera permitido pasar la vida reclinados dulcemente
bajo su frondosa copa escuchándolos! Pero todo el mundo se empeña en
aconsejarle a uno que trabaje. Apenas nos distraemos un poquito con sus
gorjeos, cuando nos dice la voz de cualquier fiscal municipal o jefe de
sección: «¡Hola! ¿Versitos, eh? ¡Vaya una gana que tiene V. de perder el
tiempo!»
Y no es eso lo peor. Debajo del árbol no se disfruta tampoco la paz y
sosiego necesarios. Los mosquitos y moscones, las arañas, los cínifes y
bichos de todo linaje no dejan un instante de atormentarle a uno con su
zumbido cuando no con sus pinchazos. Excuso decir que me refiero a la
nube de poetastros de todos sexos, edades y condiciones que, para
escarmiento de pícaros, existe en la capital.


II

Voy a hablar de algunos de nuestros mosquitos más distinguidos. Conviene
de vez en cuando sacudirse las moscas. Divídense en cuatro grandes
familias a cual más perversa y endemoniada. La primera es la de los
mosquitos _sentimentales_, que son los de apariencia más inofensiva,
aunque en realidad haya motivo para guardarse bien de ellos. Tienen un
zumbido dulce y quejumbroso, que al principio no molesta gran cosa, pero
que llega a hacerse insoportable. De estos mosquitos, algunos empiezan a
disgustarse de la vida así que entran a cursar la segunda enseñanza;
salen generalmente suspensos en los exámenes, reciben innumerables
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Aguas fuertes - 07
  • Parts
  • Aguas fuertes - 01
    Total number of words is 4703
    Total number of unique words is 1829
    31.1 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Aguas fuertes - 02
    Total number of words is 4886
    Total number of unique words is 1709
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    57.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Aguas fuertes - 03
    Total number of words is 4601
    Total number of unique words is 1798
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Aguas fuertes - 04
    Total number of words is 4955
    Total number of unique words is 1595
    38.1 of words are in the 2000 most common words
    49.7 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Aguas fuertes - 05
    Total number of words is 4699
    Total number of unique words is 1708
    36.6 of words are in the 2000 most common words
    52.0 of words are in the 5000 most common words
    57.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Aguas fuertes - 06
    Total number of words is 4718
    Total number of unique words is 1831
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    55.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Aguas fuertes - 07
    Total number of words is 4817
    Total number of unique words is 1725
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Aguas fuertes - 08
    Total number of words is 4782
    Total number of unique words is 1687
    36.6 of words are in the 2000 most common words
    49.6 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Aguas fuertes - 09
    Total number of words is 4815
    Total number of unique words is 1816
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Aguas fuertes - 10
    Total number of words is 4804
    Total number of unique words is 1785
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    54.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Aguas fuertes - 11
    Total number of words is 4390
    Total number of unique words is 1425
    37.7 of words are in the 2000 most common words
    51.4 of words are in the 5000 most common words
    57.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.