Las máscaras, vol. 1/2 - 05

Total number of words is 4754
Total number of unique words is 1597
32.6 of words are in the 2000 most common words
44.1 of words are in the 5000 most common words
51.0 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
sobre la conducta ajena, está haciendo, sin saberlo, la más sincera
confesión pública. Si los envidiosos no hubieran atribuído nunca los
actos ajenos al estímulo de la envidia, como por necesidad, y a pesar
suyo, lo hacen, es seguro que los no envidiosos, aun viviendo rodeados
de envidiosos, jamás hubieran podido imaginar o adivinar que existiese
ese estímulo de la conducta que llaman envidia. Esto no quiere decir que
el señor Benavente sea envidioso. Yo creo que, al motejar de envidiosos
a algunos redactores de _España_, lo hizo por rutina, sin pararse a
aquilatar el calificativo; fué un juicio a la ligera, de sobremesa.
Lo sustancial es que, en estas últimas _Sobremesas_, trascienden
palmariamente las dos notas características del criterio conservador;
son, a saber: claudicación con los vientres perezosos, y malignidad,
entendiendo la malignidad en un doble sentido; de interpretación de la
conducta por los móviles más bajos y de comezón de zaherir y fustigar. A
tiempo que el señor Benavente trazaba estas _Sobremesas_, urdía una obra
dramática: _El collar de estrellas_; naturalmente, una obra de fondo
conservador. Y es lo peregrino que, en tanto el señor Benavente gozaba
la fruición de hostigar a sus semejantes, en su obra dramática predicaba
el amor al prójimo.

[Nota: LA PREDICACIÓN]
Hemos estampado la palabra predicar. La última obra del señor Benavente
tiene un carácter de misión apostólica. El escenario se toma en guisa
de púlpito, desde donde el autor aspira a salvar las almas,
adscribiéndose una especie de sacerdocio laico.
Tres pueblos solamente han producido un teatro nacional: el griego, el
español y el inglés. Estos tres teatros, como obra del pueblo y
posteriores a la unidad moral del pueblo, no era verosímil que derivasen
hacia la predicación de normas morales en las cuales todos los
espectadores participaban. Su matiz docente y religioso es meramente
pasivo, de alusiones y reflejos. De entonces viene definir el teatro
como espejo de las costumbres. El teatro alemán, si bien en su aspecto
formal y estético no es sino un sucedáneo de aquellos tres teatros,
señaladamente del inglés y del español, en su aspecto docente y social
trastrocó los términos de la dramaturgia nacional. Antes, el teatro era
obra del pueblo. A partir de Schiller, el pueblo debía ser obra del
teatro. «Los alemanes hablan del teatro como un nuevo órgano con que
refinar el corazón y el alma de los hombres; algo así como un púlpito
seglar, digno aliado del púlpito sagrado, y, quizá, más a propósito para
exaltar algunos de nuestros más nobles sentimientos, porque sus asuntos
son mucho más diversos y porque nos mueve por varios caminos,
dirigiéndose a los ojos con sus pompas y decoraciones, al oído con sus
armonías, al corazón y a la imaginación con sus bellezas poéticas y sus
actos heroicos.» (Carlyle: _The life of Schiller_.) De Schiller acá no
ha habido gran autor dramático que no haya sido alguna vez inducido
hacia este modo del teatro apostólico, por decirlo así.
La predicación desde el escenario está bien. Es más, se necesita de
ella. Pero, ante todo, no se confunda la elocuencia con la retórica.
Quintiliano dijo: _Pectus est quod facit dissertos_; el corazón es el
que hace la elocuencia.
Predicadores fueron San Bernardo y Fray Gerundio de Campazas. San
Bernardo movía y se hacía entender, aun de aquellos que no hablaban su
lengua. Fray Gerundio, ni aun de aquellos que hablaban su misma lengua
era entendido, lo cual no estorba a que no pocas veces fuera muy
celebrado, precisamente por eso. Y es que la elocuencia es un darse por
entero, no tanto en palabras cuanto en la intención del acto, y no hay
que salvar a los demás si antes no se ha salvado uno a sí propio.
Elocuencia y vanidad son estados que no se avienen. Vanidad significa lo
hueco. Elocuencia significa lo pletórico.

[Nota: DON PABLO]
Es este el personaje central de _El collar de estrellas_. Don Pablo pasa
por elocuente; hasta sospechamos que gusta de ser tenido en opinión de
elocuente. Pero don Pablo es un vano. Don Pablo pasa por humilde; pero
don Pablo es un vano. La humildad afectada es la más vana de las
vanidades. Y don Pablo, el humilde, así que la realidad no se amolda
escrupulosamente a su voluntad, vuelve la espalda con desdén y se
esconde en su olimpo o buhardilla. Don Pablo predica el amor a todos los
hombres y a todas las cosas por igual e invoca en sus peroraciones a San
Francisco de Asís; pero este amor suyo es más bien un amor intelectual,
a manera de _flatus vocis_, que no le ha impedido vivir aislado de los
dolores humanos ni le ha arrastrado a compadecerlos o compartirlos. Y
cuando al cabo, a la vuelta de los años, don Pablo se digna descender al
comercio de los hombres (con ciertas limitaciones), le vemos mezclarse
tan sólo en los asuntos de su propia familia, para gobernarla según su
omnímodo y caprichoso imperio. Esta familia se compone de corderos,
algunos descarriados; pero, en resumidas cuentas, todos son corderos.
Don Pablo viene a predicarles el amor. Pero sucede que por la casa
aparece con sospechosa asiduidad un visitante que tiene algo de hombre
de presa, algo de lobo. San Francisco, exclamaba: «Hermano cordero,
hermana paloma»; pero también: «Hermano lobo, hermana víbora.» El
corazón del santo era un ascua de amor. «Hermana oveja» de por sí no
sería una expresión de santidad ni de amor, sino impertinente sandez.
¿Cómo se concibe que digamos: «oveja enemiga, paloma enemiga»? También
aisladamente la invocación de «hermano lobo» carecería de espíritu. En
la hermandad ha de ir abrazado lo uno con lo otro, como dando a entender
que en la oveja y en el lobo no yace la voluntad de ser como son, que no
somos quiénes para repudiar lo que diputamos por malo, ya que el mal,
como todo, tiene una raíz divina cuyos fines últimos no podemos
vislumbrar, y no sabemos sino que hasta el mismo mal, si tuviéramos la
abnegación de amarlo, se transfigura en bien. Y ¿qué hace el amoroso don
Pablo con este hombre de presa, trasunto del lobo? Lo arroja a puntapiés
de la casa, después de haberle rociado de insolencias. Yo no me meteré a
negar que no se deba hacer esto con los lobos. Lo que yo digo es que si
don Pablo no fuese un charlatán, y conforme a lo que él predica, el lobo
merecía más amor que los borregos, cuando menos necesitaba más de amor.
Don Pablo es como una hermana de la Caridad que asistiese de buen grado
a un enfermo que está en cama porque se dislocó una pierna, y se negase
a asistir en un caso de tifus o de lepra; o como un médico que alardease
de haber sajado un divieso, y siendo llamado para curar un cáncer,
insultase al canceroso.
El amor no se manifiesta en palabras, sino en actos de amor. El amor es
una verdadera fraternidad universal, sentimiento de la comunidad de
origen.
[Nota: AQUELLA FAMILIA DE DON PABLO]
Se dice que aquella familia de don Pablo representa a España. Confieso
que, hasta que me lo dijeron, no había caído en la cuenta. Aun después
de habérmelo dicho, no acierto a atar cabos ni a puntualizar qué tipo
representativo incorpora cada uno de los miembros. Yo creo más bien,
porque lo considero más artístico, que el señor Benavente no buscó el
esquema ideal de España, sino que procuró trasladar a la escena el eco
vivo de una familia española, que es la mejor manera de tratar
simbólicamente un gran segmento de la vida española y del problema
español; porque cuando una cosa se nos da con realidad acusada
enérgicamente adquiere un valor de símbolo para todas las cosas de la
misma especie. Este es el procedimiento más eficaz del simbolismo
artístico. El procedimiento inverso, de extremar un concepto y luego
infundirlo en una individualidad de ficción, me parece, además de falso,
peligroso. Y este segundo es, sin duda, el procedimiento de que el señor
Benavente usó en un caso para simbolizar el pueblo en la criada de la
susodicha familia, como tiene buen cuidado de advertírnoslo el charlatán
de don Pablo. El peligro es que no faltará quien suponga que, según el
señor Benavente, la salvación de España depende de las criadas de
servir. El público del señor Benavente, femenino en su mayoría, objetará
a esta tesis.
La familia de don Pablo ha venido muy a menos, y no se lleva bien por
aquello de que «donde no hay harina, todo es mohína». Allí nadie sirve
para ganarse el _cónquibus_ de cada día. Consecuentemente se observa un
estado de sorda exasperación, que es muy común entre españoles. Se ve
que en la familia no reina la fraternidad. Y don Pablo viene a
predicarles el amor. Claro está: _amor, amor_, así, a secas, se les
figura una palabra muerta, una voz sin contenido.
Tomemos aisladamente los dos hijos de familia, que son los que más
necesitan de redención. Lo que, ante todo, echamos de menos en ellos es
cierto espíritu de rebelión. Son unos mequetrefes, unos seres inútiles,
y no por culpa propia, sino porque nadie se ha tomado el trabajo de
educarlos. ¿Por qué no se revuelven contra sus mayores y les exigen
cuenta estrecha y dolorosa por no haberles hecho hombres? No pueden
vivir en fraternidad, porque para llegar a este punto de amable y
recíproca coordinación se exigen dos afirmaciones previas: libertad e
igualdad, que vale tanto como decir: severidad para con uno mismo y
tolerancia para con los demás. Se dirá, y hasta el propio autor nos lo
insinúa, que aquellos mozos disponen de harta libertad. No es cierto.
Dijérase que hacen lo que quieren. No es cierto, ni eso es libertad.
Nadie me impide levantar 300 kilos de peso; pero no puedo levantarlos.
Porque, en lo físico, libertad vale tanto como eficacia, como fuerza. Y
aquellos mozos no han recibido ninguna educación física. En lo moral son
menos libres aún. Su voluntad va y viene a merced de antojos y
prejuicios. No saben lo que quieren, y si, por ventura, piensan que
están queriendo, sienten el dolor rencoroso de no ser dueños de sus
actos. Les falta educación moral y disciplina. Les falta igualmente
educación intelectual, cuyo fin no es la instrucción, que es la
tolerancia. Son, como vulgarmente se dice, unos gansos. No han viajado a
través de los libros, ni a través de los hombres, ni a través de los
pueblos, y así, a pesar del barniz de buenas maneras, están cerriles. Su
tío, don Pablo, les recomienda amor y que hagan lo que les dé la gana,
como si les pudiese dar alguna vez la gana de algo...

[Nota: DON FÉLIX]
Es todo un hombre, henchido de vitalidad y de capacidad de futuro. Don
Félix proviene de los ínfimos estratos sociales. Ahora le hallamos
poderoso, millonario. Don Félix contempla con desprecio el pueblo bajo
de donde él procede, no de otra suerte que el luchador que habiendo
ganado lo más eminente de una fortaleza, al volver los ojos descubre que
sus compañeros han rendido las armas. Ha sabido superar un medio social
resignado o impotente. Su desprecio es más razonable que el del burgués
o del aristócrata, cuyo encumbramiento es obra del pasado, y no de su
esfuerzo. Aparte de que a estos últimos la clase baja les sirve de
complemento de jerarquías, pues sin ella ni el burgués sería burgués, ni
el aristócrata aristócrata. Por eso, en aquella llaneza de trato y
patriarcal blandura con que la bien entonada nobleza se inclina hacia su
servidumbre, familiares, vasallos y colonos, y que tanto encarece una
dama anciana en _El collar de estrellas_, va escondida y disimulada una
conciencia altanera y egoísta de división de castas, que es lo más
ofensivo para la dignidad del inferior. Don Félix no ha medrado ni ha
granjeado sus millones a costa del pueblo--¡apañado estaría!--, sino de
los ricos holgazanes, de los vientres perezosos. Es lógico que éstos le
aborrezcan o le ridiculicen. Don Félix es un hombre de voluntad y de
energía. Es un mirlo blanco en un país en donde sobran don Pablos y
Sobrinos. No falta quien murmura que don Félix ha añascado su fortuna
por medio del matute y el contrabando. Ningún delito ha cometido. El
delito, en todo caso, habrá sido del Municipio o del Estado. La marcha
del progreso consiste en ir suprimiendo delitos artificiales. Para
concluir con matuteros y contrabandistas no hay arbitrio más llano y
justo que concluir con fielatos y aduanas. La lucha de clases engendra
crueldad y sinnúmero de delitos. El remedio saludable no parece que sea
predicar resignación a los de abajo y desprendimiento a los de arriba,
sino extirpar las diferencias de clases, poco a poco, como se pueda. Y
entonces se verá cómo el amor brota lozanamente sin que lo prediquen. No
es que yo apruebe o desapruebe el concepto de la vida que representa don
Félix. Me limito a exponer la razón superior de este tipo. Bernard Shaw
lo ha desarrollado ampliamente en una de sus comedias, y en el prólogo
de ella se lee: «En este tipo de millonario he querido representar un
hombre que ha llegado, así espiritualmente como intelectualmente y
prácticamente, a adquirir conciencia de una verdad natural irresistible,
aunque todos la aborrecemos y rechazamos, y es ésta: que el mayor de los
males y el peor de los crímenes es pobreza, y que nuestro primer
deber--al cual debe sacrificarse todo otro linaje de consideraciones--es
dejar de ser pobre. La pobreza no se debe consentir. Ser pobre significa
ser débil. Significa ser ignorante. Significa ser un foco de contagio.
Significa ser exhibición y ejemplo permanente de fealdad y suciedad.
Significa convertir nuestras ciudades en laberintos de ponzoñosas
callejuelas. Significa tener hijas que contaminan a nuestros jóvenes con
enfermedades vergonzosas, e hijos que, involuntariamente, toman venganza
haciendo de la masculinidad de la nación una masa informe de escrófula,
cobardía, crueldad, hipocresía, imbecilidad política, y el resto de los
frutos de la opresión y la mala nutrición.»
Sin embargo, el señor Benavente ha tratado el tipo de don Félix en
chancha y con una triste ligereza satírica. Tipos como don Félix son en
una nación lo que los estímulos activos en el organismo del hombre, que
en cuanto faltan no hay por dónde atajar la muerte. Esa voluntad
desapoderada de vivir es la exteriorización de la justicia inmanente y
de la verdad permanente. Cuando en una nación escasea esta forma
desapoderada de la voluntad de vivir, podéis afirmar que la nación está
dejada de la mano de Dios. Don Félix no es un transgresor de la ley,
porque la ley no está en las tablas; está en la naturaleza de las cosas.
La ley escrita no ha formulado nunca verdades naturales, que son las que
atañen a la voluntad de la vida y a su experiencia física. La ley no
dice: «No te bañarás cuando estés sudando. No te arrojarás desde una
gran altura. No comerás con exceso.» Porque hay una conciencia
inmanente. La gastralgia es la conciencia de un estómago culpable. Todos
los preceptos del decálogo son susceptibles de ser vueltos por pasiva, y
algunos de ser anulados. 1.º Te amarás a ti propio sobre todas las
cosas. 2.º No puedes jurar en vano el nombre de lo que no conoces. 3.º
Trabajarás sin distinguir de fiestas. 4.º Incurrirás en grave
responsabilidad para con los hijos que engendres, sin que se entienda
que ellos están obligados en nada. 5.º Infinitos son los casos en que
debes matar. 6.º (No juzgo pertinente definir sobre este mandamiento.)
7.º No es pecado hurtar; el pecado es poseer. Y así sucesivamente. Y es
que las verdades naturales son aquellas que se refieren a la
conservación del individuo, las cuales se descubren muy presto mediante
una corta experiencia personal. Sabemos que el fuego quema, y nos
guardamos de él, no porque nos lo hayan enseñado, sino porque lo hemos
experimentado. La fuerza expansiva de nuestra personalidad nos empuja a
probar de todas las cosas y a dominarlas; pero las fuerzas agresivas de
la realidad nos enseñan a colocarnos en el término medio, desde donde
las aprovechamos, aprendiendo, por ejemplo, que el fuego puede calentar
sin quemar. En cambio las verdades escritas corresponden a la
conservación de la especie, a cuyo concepto no se llega sino mediante
una experiencia de generaciones, y en este punto, y porque no se
olviden, se gravan en las tablas de la ley. Pero estos preceptos
escritos que se pretende imponernos por autoridad, y son fruto de la
experiencia ajena, no encierran propiamente emoción suasoria ni valor
imperativo hasta tanto que no alcanzamos la conciencia fuerte y
arraigada de que la conservación de la especie es nuestra propia
conservación. Y el camino es éste: romper las tablas de la ley, y luego
reconstruirlas con el sudor de nuestra frente y la esencia de nuestra
vida. El egoísmo, en su sazón y madurez, se llama altruísmo. Sin el
sentimiento de nuestros apetitos, ¿cómo podríamos comprender, justificar
y simpatizar con los apetitos ajenos?
[Nota: _La loca y El collar_]
_La loca de la casa_, de don Benito Pérez Galdós, nos ofrece un
conflicto semejante al de _El collar de estrellas_. No es que
literariamente tengan ambas obras ninguna concomitancia. Es un paralelo
de temas morales. También el Pepet de la obra galdosiana es semejante al
don Félix. Diferéncianse en que el Pepet se nos aparece por dentro,
porque el autor lo concibió con amor comprensivo. Y don Félix se nos
aparece en su más externa externidad, porque el autor lo pinta con mofa
y en caricatura, sin comprenderlo.
_La loca de la casa_ es una obra evangélica, porque evangelio quiere
decir pacto de la ley antigua y la nueva ley, y en esta obra la ley
antigua, la ley fría y escrita, el criterio tradicional y conservador es
sometido a la voluntad desapoderada de afirmarse, a la ley de la
perdurable mocedad y fortaleza; de donde saldrá en su tiempo el hijo,
que es la especie y con él una ley ponderada y a propósito para su
conservación. La moral de esta obra es _fecundidad_.
_El collar de estrellas_ es una obra farisaica,
porque lo farisaico quiere decir fingida creencia
en la letra con detrimento del espíritu, palabras
que no obras, imposición de la ley
muerta, del criterio conservador y tradicional,
sobre la voluntad de crear
normas nuevas de vida, lisonja
de vientres perezosos. Su
moralidad, por mejor
decir, su inmoralidad,
es _esterilidad_.


[Nota: LA CIUDAD ALEGRE Y CONFIADA]

Acaso sea ilusión de perspectiva; pero a mí se me figura
que hace veinte años había en España unidad de ideas y de sentimientos,
cuando menos en lo atañedero al Arte. Sobre poco más o menos, todos
estaban conformes acerca de lo que era un buen cuadro, una buena poesía,
una buena comedia. De entonces acá la conciencia y sensibilidad públicas
han cambiado mucho. No es que todo se haya vuelto del revés. Es que se
ha roto la unidad. Ya no hay un criterio general. Hace años, _Los
Condenados_ fué considerado como un esperpento teatral. Hoy en día hay
quien continúa opinando de la propia manera; pero no falta quien lo
reputa como drama admirable, muy superior en belleza y habilidad
artística a cuanto se ha producido en las últimas décadas, con excepción
de otras obras hijas del mismo ingenio. Lo propio acontece en la poesía,
en la pintura, en la escultura, en la política, en todo. Hay dos grupos
de españoles. Un grupo para el cual no han pasado los últimos veinte
años. Otro grupo que estima como malo lo que hace veinte años fué
aceptado como excelente, y viceversa. Atravesamos una época de
equilibrio inestable, de crisis, de polémica, de aparente confusionismo.
Las realidades que nos rodean son tan pronto realidades en trance de
caducar como realidades en sazón de crecimiento. Ante el hecho más
simple nos detenemos con perplejidad, interrogando: ¿Es residuo? ¿O es
posibilidad? ¿Es recuerdo? ¿Es esperanza? ¿Es basura, o es simiente?
En una ocasión, y al caer de la tarde, paseaba yo por el campo. Andaba
ya el sol cercano al horizonte, cuando comenzó a asomar la luna. Llegó
un momento en que el sol y la luna estuvieron frente a frente. Eran como
dos globos enormes, de color de topacio, uno y otro de la misma
dimensión. Los dos rasaban con la Tierra, allá en la última linde, como
si sobre ella se apoyasen, en dos puntos cardinales opuestos. Fué una
duplicidad crepuscular desconcertante. ¿Cuál era el Levante? ¿Cuál el
Poniente? ¿Cuál era el orto? ¿Cuál el ocaso? Pasados unos segundos, un
astro se hundía, el otro se alzaba.
En la vida de los pueblos acontece lo propio. Las edades que no son
clásicas, de plenitud, de cenit, como no lo es la nuestra, son edades de
renacimiento, o de decadencia, o de entrambas cosas a la vez. En la
vida de los pueblos hay horas indecisas, de zozobra crepuscular, en que
no se sabe de cierto si hay renacimiento o hay decadencia, de qué parte
cae el saliente ni hacia dónde el occidente. Así el orto como el ocaso
se nos aparecen con la majestad purpúrea de la apoteosis.
Yo no he presenciado éxito teatral como el obtenido ayer por don Jacinto
Benavente con su nueva obra _La ciudad alegre y confiada_. Ya desde el
prólogo principiaron los aplausos con vehemencia, con arrebato. La
representación se interrumpió frecuentemente y el autor hubo de salir a
escena infinitas veces requerido por el público entusiasmo. Durante los
parlamentos se oía de continuo esta exclamación: «¡Qué bonito! ¡Qué
bonito!» Al finalizar los actos resonaba reiteradamente este grito:
«¡Viva el Genio! ¡Viva el Genio!» Fué una perfecta apoteosis.
De algún tiempo a esta parte, el señor Benavente va dando a sus ensayos
teatrales un carácter cada vez menos dramático y más apostólico. El
autor de comedias se ha ido convirtiendo poco a poco en propagandista de
ideas, en conductor de muchedumbres. Ya no le basta con interesar,
divertir y regocijar al público, sino que desea persuadirle, moverle a
la acción. Me parece ésta una de las más nobles actividades,
inexcusable en todo artista de elevada talla, como lo es el señor
Benavente. Si en sus ensayos teatrales no siempre acompañó el éxito al
señor Benavente, sin duda por deficiencia o incapacidad estética del
público español, después que ha derivado su esfuerzo desde el arte puro
hacia la conducción de muchedumbres a cada nueva producción el éxito se
acrecienta, debido, sin duda, a la profundidad de su intelecto, el cual
acierta a desentrañar los más intrincados problemas con tanta precisión
y claridad que el público lo ve todo claro y se le rinde a seguida. En
esto, el señor Benavente goza de mejor fortuna que cuantos
propagandistas de ideas en el mundo han sido. Para ser propagandista de
ideas se supone que las ideas están por propagar todavía, pues si lo
estuvieran, huelga el propagandista. Verdad que, como dice un personaje
de _La ciudad alegre y confiada_: «nada hay tan fácil como ser
propagandista de ideas y conductor de muchedumbres. Basta con proclamar
lo que se sabe que piensa el público». Receta que ya había formulado
Quevedo, hace siglos, cuando aconsejaba: «si quieres que las mujeres te
sigan, no tienes sino andar delante de ellas».
En mi entender, _La ciudad alegre y confiada_ no debe ser juzgada
conforme a cánones de arte dramático. Si no me equivoco, el autor no ha
querido hacer una obra dramática, sino más bien una obra política, una
obra patriótica. Los elementos esenciales de toda obra dramática son:
realidad, caracteres, acción y pasión. En cuanto a la realidad, el autor
ha renunciado voluntariamente a ella. Es una obra de símbolos y de
conceptos, comenzando por el título, tomado de un versículo de la
_Biblia_, y que muchos espectadores creyeron que aludía a Jerusalén,
pero luego, visto que se menciona a Lot, el Justo, y que la ciudad
concluye abrasada por el fuego, se vió que el autor quería significar a
Sodoma. En cuanto a los caracteres, el señor Benavente no se ha
detenido, por esta vez, en crearlos, y se ha limitado a trazar la
parodia de algunos tipos sociales españoles, enmascarándolos con los
atavíos de los personajes de la llamada _Commedia de arte_ italiana. La
acción teatral no era menester con tales propósitos y elementos. La
pasión hubiera sido también un estorbo, porque la pasión no consiente
discurrir con serenidad, y en _La Ciudad alegre y confiada_ se trata de
discurrir con serenidad.
La obra, en síntesis, se reduce a una ciudad mal gobernada, que a la
postre padece la afrenta de ser vencida en guerra injusta y
arbitrariamente provocada, de donde viene la anarquía y la
conflagración interior. La culpa de este desgobierno, que a tan
bochornosos extremos conduce, no les incumbe sólo a los gobernantes
ineptos y galopines, sino que la responsabilidad les toca señaladamente
a cierta calaña de escritores jóvenes, procaces y envidiosos, que en
aquella ciudad había, los cuales no se mordían la lengua para proclamar
a todos los vientos que todo por allí andaba manga por hombro y era
desbarato, improvisación y fingimiento, fomentando, de esta suerte, los
más traicioneros y vituperables sentimientos antipatrióticos. Otro tanto
de responsabilidad, no menos grave que la de los insolentes y traidores
escritorzuelos, el autor se la adscribe a los prestamistas. A unos y
otros les trata el señor Benavente con saña, tan poco disimulada, que no
parece sino que le mueve algún resentimiento personal o espíritu
vindicativo. En una obra dramática, quizás este procedimiento no se
pueda aceptar como de buena ley. En una obra política, acusa sutileza y
malignidad polémicas, sabroso y picante condimento de la oratoria de
este linaje.
En medio de tanta corrupción, egoísmo y desenfreno como imperan en _La
ciudad alegre y confiada_, entre tanto fantoche flexible y servil, con
semejanza de hombres (son palabras del autor), descuella una arrogante y
honrada virilidad. Este hombre único, que hubiera salvado seguramente la
ciudad, de haber llegado a tiempo del destierro en que le mantenían los
pícaros metidos a gobernantes, no lleva en la obra otra denominación que
el Desterrado. El Desterrado, bravo enunciador de verdades, por amargas
que sean, declara que en _La ciudad alegre y confiada_ la única persona
que cumple con su deber es una bailarina que va muy elegante y tiene por
remoquete Girasol, Giraflor o Miraflor; valentísima declaración, que no
hubiera osado hacer ninguno de los jóvenes y lenguaraces escritores.
En un motín callejero sucede que al Desterrado le matan un hijo. El
Desterrado arrebata, de manos de los alborotadores, la bandera patria, y
encarándose con el que los capitanea y guía, le pregunta, con entonación
sibilina: «¿Sabes en dónde voy a clavar esta bandera?» El otro no atina
así, al pronto, a presumirlo. El Desterrado añade: «En el corazón de mi
hijo.» Y así lo verifica. En este punto, surge uno de los prestamistas
sollozando: «¡Mi dinero! ¡Mi dinero!» Es el señor Pantalón. El
Desterrado desclava la bandera de donde estaba clavada y le tapa con
ella la boca al prestamista, corrigiendo: «¡Patria! ¡Patria!»
Las cualidades literarias de esta nueva producción benaventina están por
encima de toda ponderación. ¡Qué abundancia de verbo! ¡Qué elegancia de
giro! ¡Qué riqueza de metáfora! ¡Qué agudeza finísima! Don Jacinto
Benavente se halla en la colmada madurez de su talento retórico.
En suma: la obra no admite discusión dramáticamente, porque el autor no
la ha emplazado en este terreno. No admite discusión retóricamente,
porque sus primores son harto palmarios para que nadie los ponga en
duda. Políticamente será muy discutida. En lo escrito precedentemente no
se ha procurado adelantar un juicio, sino insinuar un parecer.
A raíz del primer estreno de _La ciudad alegre y
confiada_...
Y ya, sin pasar de aquí, es fuerza que me detenga en una divagación
explicativa, que de seguro el lector me está exigiendo tácitamente.
«¿Cómo primer estreno?»--pienso que me dice el lector--. «Pero ¿es que
cabe más de un estreno? Lo que usted quiere dar a entender será estreno
a secas.»
Pues, no, señor. Si hubiera querido dar a entender estreno mondo y
lirondo, así lo hubiera dicho. Y cuando he dicho primer estreno, por
algo es. ¿Que si cabe, por caso, más de un estreno? Pregúntenselo a la
honrada madre Celestina, tan experimentada en ese linaje de prodigios.
Cómo se verifica el milagro, no sabríamos decirlo. Ello es que hay cosas
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Las máscaras, vol. 1/2 - 06
  • Parts
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 01
    Total number of words is 4592
    Total number of unique words is 1547
    31.4 of words are in the 2000 most common words
    42.8 of words are in the 5000 most common words
    49.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 02
    Total number of words is 4901
    Total number of unique words is 1545
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 03
    Total number of words is 4839
    Total number of unique words is 1504
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    46.5 of words are in the 5000 most common words
    53.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 04
    Total number of words is 4775
    Total number of unique words is 1614
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    52.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 05
    Total number of words is 4754
    Total number of unique words is 1597
    32.6 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 06
    Total number of words is 4720
    Total number of unique words is 1641
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    44.8 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 07
    Total number of words is 4669
    Total number of unique words is 1575
    30.6 of words are in the 2000 most common words
    41.5 of words are in the 5000 most common words
    48.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 08
    Total number of words is 4689
    Total number of unique words is 1579
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    43.6 of words are in the 5000 most common words
    49.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 09
    Total number of words is 4692
    Total number of unique words is 1599
    32.0 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 10
    Total number of words is 4783
    Total number of unique words is 1524
    32.2 of words are in the 2000 most common words
    43.8 of words are in the 5000 most common words
    50.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 1/2 - 11
    Total number of words is 1727
    Total number of unique words is 826
    38.1 of words are in the 2000 most common words
    49.8 of words are in the 5000 most common words
    56.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.