De Sobremesa; crónicas, Cuarta Parte (de 5) - 4

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formar parte de la sociedad civil que, por nacimiento y consiguiente
inscripción en el Registro le corresponde, todavía se desvive por
ingresar en otras muchas Sociedades, Círculos, Corporaciones, Cofradías
ó Logias; que hay designaciones para todos los gustos. Esta natural
tendencia del hombre á la agrupación, parece que debiera facilitar
el triunfo del socialismo en breve plazo. Mas ¡ay! una cosa es la
Sociedad grande, donde el individuo se encuentra disminuído, y otra
esas Sociedades pequeñas, donde cada uno se crece y se refuerza y se
envalentona, hasta adquirir un carácter que él mismo no se conocía.
A mi juicio, esto es lo más interesante que puede observarse al
paso de una procesión religiosa ó de una manifestación laica: el
aire altivo, enérgico, arrogante, con que se nos muestran muchos
buenos señores y pobres hombres, conocidos por tales en su vida y
costumbres particulares y casi desconocidos en aquella transfiguración
procesional. Hay cofrade que, con su cetro en mano ó su cordón de
estandarte, su medalla al cuello y su levita cívico-religiosa, parece
que desafía al mundo entero, una vez metido en procesión:--¡Eh!
¿Qué tal?--nos va diciendo á cada solemne paso.--Creo que somos una
fuerza.--¡Habrá que verle en casa, zarandeado por la señora y las
niñas, ó en la oficina, burro de carga de todos sus compañeros!
Por eso los Gobiernos no deben temer nunca esas manifestaciones
colectivas. De cuando en cuando hay que contarse; miedosos que se dan
valor unos á otros. El peligro está en los que van solos por el mundo.
Por fortuna, van quedando pocos. ¡Es tan caro andar solo! ¡Es tan
conveniente andar en procesión!
* * * * *
El demonio lo enreda--no hay nadie más enredador que el demonio.--El
primer contragolpe de la supresión de los consumos ha ido á dar sobre
las corridas de toros. ¡Ahora que estábamos en pleno renacimiento de
la afición, tal vez á consecuencia de cómo anda la afición! Nunca
es tan fácil contentar á un público como cuando se contenta con
poco. ¡Si Lagartijo y Frascuelo, y Guerra, después, á quien se le
denostaba muchas tardes por faenas de las que ahora valen orejas y
salidas triunfales; si Fuentes y Machaquito y Bombita, en tiempos más
recientes, hubieran gozado de un público tan amable y tan consecuente,
como dicen los chulos! No hay duda, las costumbres se dulcifican. Ya
es hora de que el público se haga cargo de la dificultad y del riesgo
en la lucha con brutos, bravos ó mansos, y no sea tan exigente. Cuatro
mantazos, pegadito el torero al costillar del toro, muy abierto de
piernas y sacudiendo el trapo como unos zorros, es lo que ahora se
llama y se aplaude como verónicas. A que el toro pase por debajo de la
muleta, como pasaría por la Puerta de Alcalá, se llama pase de cabeza
á rabo. A cualquier cosa se le llama quiebro y á cualquier estocada
volapié. Asistimos, en efecto, á un renacimiento de la afición. Como
que los únicos que ya no van á la Plaza son los verdaderos aficionados.
Es que, renacimientos así, son peor que la irrupción de los bárbaros.
* * * * *
Después de las mudanzas propias, nada hay tan molesto como las mudanzas
de los vecinos. Hasta que nuestros simpáticos cuanto suspicaces
vecinos los portugueses no se hallen instalados á satisfacción en su
nuevo régimen, habrá que conllevar amablemente sus reclamaciones,
desconfianzas y alarmas, ante el temor de que se les entre por la
vecindad lo que ellos mismos serán los primeros en desear algún día.
Pero aun es pronto, y el derecho á la experiencia propia no debe
negársele á nadie.
El día en que Portugal comprendiera su verdadero interés nacional, no
miraría con recelo á nuestra frontera; borrada quedaría de tal modo,
que no volviera á saberse dónde empezaba Portugal y dónde acababa
España. Cosas son éstas en que el tiempo trabaja más que los hombres.
Ni es justo pedir, aunque para bien de todos sea, que ellos sólo sean á
enmendar errores que fueron nuestros.
* * * * *
En rigor, es fuerte cosa para una empresa, aun á cambio de positivas
ventajas, exigirle el contrato de determinados artistas, entregándola,
así, atada de pies y manos á sus exigencias. Con muy buen acuerdo, el
Ayuntamiento se ha limitado á recomendar, sin imposición, el contrato
de una primera actriz para la compañía del teatro Español.
Bien están las estrellas y los luceros, y aun los soles; aunque en el
cielo teatral es difícil ver una ordenada república de estrellas, como
decían los autores del siglo de oro.
Astros de primera magnitud no faltan en la compañía. Todos sabemos lo
que vale Borrás. Los que no lo saben aún, se enterarán de lo que vale
Codina. Hay otros actores muy estimados por el público madrileño. Entre
las actrices... todas son estrellitas. Alguna hay de quien yo espero
mucho, si le dan ocasión y mimbres. No he de nombrarla. El público
no la conoce en todo su valor. Téngola por una de las más discretas
actrices españolas. ¿Discreta, es poco? ¡Ay, señor; si las eminencias
fueran discretas, ya nos contentaríamos! ¡Ser discreto, según va el
mundo--diremos, parafraseando á Hamlet,--es como ser elegido uno entre
mil.


XVI

Bien mirado, había que agradecer á los franceses el trabajo que se
toman por la conquista de Marruecos, como antes se lo tomaron por la
de Argelia. De ellos puede decirse: _Sic vos non vobis_... Porque si
el verdadero y magno problema de Francia es la disminución constante y
progresiva en el nacimiento de ciudadanos franceses, ¿para qué diablos
querrá aumentar la extensión de sus territorios?
Si se considera también el espíritu poco aventurero de los franceses,
su apego á Francia--dicho sea en honor de ella,--su mal arte para
comerciar fuera de su casa, ¿no les vendrá á suceder, después de darse
tan malos ratos y de indisponerse, sin necesidad, con estos pobres
vecinos y, necesariamente, acaso con otros de más campanillas, que,
cuando dueños en absoluto del Imperio marroquí, puedan exclamar: ¡Al
fin, solos!, tan solos sea que, como en Argelia, la agricultura y los
oficios vengan á ser de los españoles, y el comercio, como en todo el
mundo, de los alemanes? Sin contar con los indígenas, que seguirán
reproduciéndose, como si hubieran leído _Fecundidad_, de Zola, que
no se escribió para ellos, precisamente. Y, hay que desengañarse, el
porvenir será de quien más hijos tenga; aunque sean muy brutos; tiempo
habrá de educarlos.
Lo que no sabemos es si es preferible vivir de brutos ó morir de
civilizados. Hay quien piensa que lo importante es vivir, aunque se
viva mal. Es decir, los brutos no suelen vivir mal; lo desagradable es
que no dejan vivir bien á los inteligentes. Entre el contador de las
gentes civilizadas y el caño libre de las incultas, siempre llevarán
las de perder los civilizados. A mí me asusta pensar que, si á muchas
personas de regular posición, se les dijera: ¿Por qué no tiene usted un
perro danés en su casa?, la mayor parte contestaría: ¡Hombre! Porque
un perro de ese tamaño se come lo menos dos pesetas diarias. Y esos
mismos que tasan la alimentación del perro en lo justo, con la mayor
inconsciencia se llenan de hijos, que, por lo visto, cuestan menos de
mantener que los perros.
Entre el exceso de previsión á la francesa y la imprevisión de otros
pueblos y de otras razas, ¿no habría un buen término medio? La Iglesia
católica no sabe de ellos. O aconseja la castidad absoluta ó, una vez
en faena matrimonial, cuantos más cristianitos, mejor. La potestad
civil también está por que se aumente el número de ciudadanos, sea
como sea; todos son buenos, los legítimos y los naturales. Por leyes
económicas y por otras muchas leyes restrictivas del matrimonio, se
diría que más favorece el nacimiento de los naturales. En cuanto á la
Naturaleza, ¡tan maestra, tan sabia! ¡Oh! Ella sabe más que todos.
Recuerdo de una gata que tuvo de una vez siete gatitos. La más vulgar
precaución aconsejaba que se le quitaran tres ó cuatro, por lo menos.
Pero, ¡eran todos tan lindos y traían tantas ganas de vivir! Y ¡era tan
cruel sentirse Providencia y decidir entre unos y otros!
Alguien dijo:--¿Por qué no dejarlos todos? Por algo han nacido. No hay
que enmendar á la Naturaleza.
A los ocho días todos los gatitos habían muerto y la madre también,
extenuada. En efecto; no hay que enmendar á la Naturaleza; ella sola se
basta para enmendarse.
* * * * *
¡Oh, mi querida y amable lectora! Al protestar contra alguna ligera
broma que me he permitido alrededor del Congreso Eucarístico, me dice
usted que, hablar mal de la Religión, no es de buen gusto. No lo crea
usted, según como se habla. Además, conozco demasiado esa tecla del
buen gusto, para saber lo que significa tocada por ustedes. Y, si por
no tomarles á ustedes en serio, he de pasar por persona de mal gusto,
desde ahora me declaro cursi y hasta ordinario, como ustedes prefieran.
Ya sé yo que esto del descreimiento no está muy bien visto, ni le
coloca á uno en sociedad, como en otros tiempos, cuando los descreídos
se llamaban Voltaire y Federico el Grande, y las más bellas y nobles
damas se prendían graciosamente con un tanto de volterianismo.
Pero nada tema usted; las bromas ligeras de las cuatro personas de mal
gusto que nos las permitimos, poniéndonos á mal con nuestros intereses,
no perturban en lo más mínimo el espíritu de los creyentes.
Al que más y al que menos le va un sueldo ó una prebenda. ¡Valladar
inexpugnable contra la duda!
Pero, ¡son ustedes de tanto cuidado y conviene tanto no perderles de
vista! Ahora mismo, entre el furor de sus preces, ¿no han deslizado
ustedes, mansamente, no sé que proposiciones de leyes, derechamente
torcidas, como todas sus intenciones, contra la libertad de la Prensa y
la libre emisión del pensamiento?
¡Sí que son ustedes para dejarles de la mano!
En los asuntos mismos de Marruecos: ¿no convendría poner en claro hasta
dónde el interés patriótico y dónde empiezan otros intereses de algunas
Ordenes religiosas, que, como Calipso, de la partida de Ulises, no
pueden consolarse de la pérdida de las Filipinas, y acaso sueñan con
que les conquistemos otras para su particular disfrute? Y eso no, mi
querida y amable lectora; sea lo que podamos obtener ó conquistar en
Marruecos, del soldado, del agricultor, del comerciante, del doctor
Maestre, que bien se lo habrá ganado y otros lo gobernarían peor...
Pero nada de frailes, en comunidad ni sueltos. Una cosa es continuar la
Historia y otra repetirla.


XVII

Aquella _Theroigne de Mericourt_, intrépida amazona de la Revolución
francesa, que, á consecuencia de una formidable azotina, administrada
en público y á lo pajarero, se volvió loca de remate, bien parece un
símbolo de lo que años después y por muy parecidos motivos había de
sucederle á Francia.
¡Lástima de nación! Desde que, para desgracia de todo el mundo latino,
fué derrotada por Alemania, apenas ha vuelto á dar señales de juicio.
Ella, la encantadora, la atractiva, la adorable, se tornó hosca y
atrabiliaria. Nos entristeció la vida con una literatura y un arte, que
en futuras historias literarias se llamará de la derrota. Su delirio
persecutorio tuvo su crisis aguda y terrible en aquel asunto Dreyfus,
aun palpitante con el nombre de cuestión judía. ¿No es una pena ver
renovarse, en la nación que debía ser faro del mundo civilizado,
cuestiones de la Edad Media, y en la moderna, patrimonio de pueblos
atrasados como Rusia? Con la inquietud y el malestar de su derrota,
con el dolor de su mermado territorio, la nación que fué siempre más
generosamente romántica en su política, á última hora y en plena
República democrática se vé atacada de furia conquistadora y pone en
juego artimañas y habilidades políticas, desacreditadas ya en todo el
mundo, hasta en Inglaterra. Por fortuna, ya va siendo verdad práctica y
practicada, que la honradez es la mejor política. _Honesty is the best
policy_, que han dicho siempre los ingleses, por si los demás gustaban
de practicarlo. Pero en estos últimos tiempos hay que convenir en que
no son los ingleses los que se creen llamados á intervenir para poner
orden en los desórdenes interiores de cualquier pueblo.
Y ahora, la conducta de Francia con España, ¿puede justificarse de
ningún modo? Eramos buenos para tapadera de codicias; somos un estorbo
á la hora en que se destapan. Mal corresponde, mal ha correspondido
siempre Francia á nuestra debilidad por ella. Porque lo cierto es que
nunca hemos podido odiarla; hemos sido con ella como esos enamorados de
poco carácter, más rendidos á una mujer cuanto más lo desprecia y más
se burla de ellos.
Hasta cuando hemos peleado con ella no hemos dejado de admirarla, y
nuestro odio se personalizaba en los soberanos ó en los ministros,
dejando siempre á salvo nuestra invencible simpatía por la nación
francesa. Durante la guerra de la Independencia, la más nacional de
cuantas sostuvimos contra Francia, el odio popular se fijaba sobre
Napoleón y á él sólo se hacía responsable de la injusta guerra.
Hoy tampoco, aunque no haya un Napoleón en quien fijarse, no queremos
ni podemos suponer que es toda Francia nuestra enemiga. Preferimos
culpar á unos cuantos políticos, á unos cuantos periódicos, á una parte
del organismo, irritada todavía por la funesta derrota, impaciente
de glorias y desquites, vengan por donde vengan y sea como sea.
Involuntariamente fuimos ocasión ó pretexto para el desastre. Quizás
no nos lo han perdonado todavía, aunque parece que lo hayan olvidado
muy pronto.
* * * * *
Los más terribles desengaños proceden casi siempre del desconocimiento
de la realidad. En la supresión de los Consumos debimos limitarnos á
considerar su aspecto estético y nada más. Todos los procedimientos
para extraer dinero, como para extraer muelas, son desagradables, pero
aquél lo era sobremanera, y aunque algunos aristocráticos escritores
opinan que sólo habían de padecer sus molestias matuteros y gente de
poco más ó menos, sólo el verlo ya era repugnante; había de salir más
caro cualquier otro impuesto y podía darse por bien empleado. Pero
hay quien no se conforma con este aspecto artístico y aspiraba ¡loca
ceguedad! á un abaratamiento rápido y simultáneo de las subsistencias.
¡Qué desconocimiento del corazón humano en general y de los proveedores
en particular!
En todo lo referente á subsistencias, los madrileños estaremos
destinados de por vida al papel de víctimas en las aplaudidas obras de
repertorio _La corte de los venenos_ y _Robo y envenenamiento_.
Sobre todo, el inocente y parvulillo boquerón ha causado más estragos
en estos días que un espantable cetáceo ó aquella mitológica serpiente
de mar, tan socorrida como notición de los veranos del antiguo régimen.
De la leche no hablemos, porque es antigua enemiga nuestra, y yo
creo que la que produce los cólicos es la poca expendida en buenas
condiciones, por la falta de costumbre. Cada madrileño llevamos un
Mitrídates en esto de irnos haciendo día por día á ingerir toda clase
de tósigos.
* * * * *
No sé hasta qué punto la pasión de partido podrá influir en los
encomios ó en las censuras á la obra _Carlos II y su corte_, cuyo
primer tomo acaba de publicar D. Gabriel Maura y Gamazo. Muy lamentable
sería que la pasión interviniera al juzgarla, ocultando al público el
verdadero mérito de la obra, haciendo creer á unos y á otros que se
trataba de una obra _toda conservadora_. El autor es de los que merecen
no pertenecer á ningún partido. En pocos libros de historia parecerá
menos el amigo de Platón antes que de la verdad, sin que peque tampoco
de esa glacial indiferencia que tan mal sienta en todo arte, aunque
este arte sea el de historiar, más cercano á la ciencia.
Bien dice, sobre la noble serenidad del historiador, la simpática
emoción del artista. Buena muestra es la descripción del bautizo del
príncipe Carlos, modelo de narración histórica y poética al mismo
tiempo.
Lo que no comprendemos es, cómo después de leer cualquier libro de
historia, hay quien suspira y vuelve los ojos á cualquier tiempo
pasado. A ese no le daría mayor castigo que decirle: ¿En qué siglo, en
qué época de las pasadas hubiera usted querido vivir? Y cuando hubiera
elegido, poderle decir: ¿Sí? Pues va usted á vivir ocho días en ella,
nada más que ocho días, y luego, vuelva usted á contarme cómo le ha
ido.


XVIII

Si ya es difícil en esta brega literaria agradar á los amigos y
complacer á los más halagados en sus ideas ó sentimientos ó vanidades
por lo que uno escribe, ¿qué puede uno esperar de los enemigos y de los
mortificados?
Dije que las Comunidades religiosas acaso buscaban en Marruecos otras
Filipinas, y hay quien muy indignado protesta, diciéndome que nunca las
Comunidades han sido tan respetadas en Filipinas y en toda América como
ahora, desde que allí no tenemos arte ni parte en el material dominio.
No lo dudo, que Ordenes y Comunidades religiosas fueron siempre de
condición de gato; ni yo dije que por ellas se hubiera perdido nada;
pero, en fin, se perdió con ellas y todo. Por eso creo que, llegado
el caso de conquistar nuevos territorios, vale la pena de ensayar
si nos iría mejor sin ellas. Porque ellas evangelizarían todo lo
posible, pero españolizar no fué cosa mayor, si hemos de juzgar por
los resultados. Tampoco dudo que bajo la autoridad de los americanos
en Filipinas y de otras Repúblicas en toda América, las Comunidades
no presten excelentes servicios. Es cualidad de religiosos españoles
ser candilitos de casa ajena. Todo lo que tienen de turbulentos y
amenazadores con los Gobiernos de casa, tienen de complacientes y
serviciales con los de fuera. Tal vez consista en ellos; tal vez
consista en los Gobiernos. De seguro que ningún presidente de los
Estados Unidos habrá tenido que decir de las Comunidades lo que, según
fama, dijo en cierta ocasión de graves complicaciones don Antonio
Cánovas del Castillo, que no era ningún demagogo, aunque hoy andaría á
dos dedos de parecerlo, según va todo.
En cuanto á lo que asegura un airado articulista, que gracias á las
Comunidades religiosas cobramos los autores dramáticos españoles
pingües derechos de toda América... ¡Ay, mi buen señor! Deseche,
deseche esas ilusiones del dinero americano. ¡Si los autores españoles
no tuviéramos otros rendimientos de los que vienen de América! Y ¡para
lo que van á durar! Porque con toda la influencia españolizadora de
las Comunidades, con todo eso de los lazos espirituales y la madre
y los hijos y demás tópicos de Congresos, banquetes y conferencias
hispanoamericanas, ¿sabe usted en qué parará todo ello? Pues en que
dentro de algunos años--y quisiera ser mal profeta--media América será
yankee y la otra media italiana, con mucho de alemana.
Y lo peor para los autores españoles no es que dejásemos de cobrar
lo poco que todavía se cobra de América, sino que tampoco cobrásemos
nada en España, gracias á las Comunidades y Ordenes religiosas que
han educado á unas cuantas generaciones incapaces de admirar otra
literatura que sea tan combatida en sus efectos por los mismos que
admiran, sostienen y fomentan la verdadera causa.
* * * * *
¿Por qué razones psíquico-fisiológicas el sentido de la vista y el
sentido estético modernos admiten en los trajes femeninos colores
y combinaciones de colores que por mucho tiempo habían parecido
intolerables al buen gusto y á los ojos? Nada de _academicismo_ en
la moda; la paleta de sus artistas no es la paleta académica, de
tonalidades y mezclas severamente ordenadas. El color de moda es
el más peligroso de los colores: el azul, considerado siempre como
divisa arrogante que sólo alguna soberana belleza blanca y rubia podía
atreverse á ostentar, sin dar que reir al enemigo, en su doble acepción
de demonio y de mujer amiga. Vulgarmente solía decirse: A las morenas,
azul en ellas, para que luego el diablo se ría de ellas. Hoy, morenas
y rubias, se atreven con el azul, y no es á las morenas á las que peor
les dice. El gran pintor inglés Gainsborough, como alarde pictórico,
venció en su famoso _Niño Azul_ las dificultades del temible color.
Hoy casi todas las mujeres son _niñas azules_, y lo que entonces fué
atrevimiento de un artista, hoy sería sujeción á la realidad.
Mis _Lily Elsie_, muy linda artista inglesa, en _El conde de
Luxemburgo_, estrenado recientemente en Londres--no siempre han de
ir los ingleses á la cabeza de la civilización,--luce un ideal traje
del más brillante azul: un azul de cielo andaluz, un azul de turquesa,
adornado con plata y menudas rosas de coral; el sombrero, una airosa
monterilla del mismo color que el vestido, con enhiestas plumas también
azules, y suavizándolo todo un abrigo color malva, un malva de ocaso
otoñal, un malva de lejanía, de confín entre cielo y tierra, entre mar
y nube.
Y años antes, ¿quién nos hubiera dicho, sin escándalo, que habían de
combinarse en elegantes vestidos el morado con el amarillo, el carmesí
con el verde, el negro con el botón de oro, el naranjado con el azul?
Entre los modistos y los escenógrafos rusos están revolucionando
nuestro sentido del color. ¿Se han enterado nuestros pintores y
nuestros directores de escena? Las mujeres sí se han enterado. ¡Oh, si
fueran en todo tan atrevidas y emprendedoras!
* * * * *
Digamos, como el otro, de los catecúmenos en la iglesia: Por mí, que
entren. Bien estarían, ¡oh, mis buenos amigos D. Mariano de Cávia y
D. Antonio Zozaya!, el periodismo sin periodistas y la literatura
sin literatos y el Arte en general sin artistas, si en esta nueva
irrupción, que pudiéramos llamar de los bárbaros, no en el sentido
ofensivo de la palabra, sino en el suyo original de gente extraña,
los tales aportaran al periodismo, á la literatura y al Arte algo
que mejor fuera; esto es, vida, espontaneidad, frescura... Pero,
¡ay!, que nada más literario que un iliterato. Lo sé por experiencia.
De continuo recibo dramas y comedias, pues bien, siempre que el
remitente me anuncia «Sin estudios de ninguna clase, sin conocer el
teatro, he escrito esta obra, inspirada en algo que me sucedió y creo
interesante...», se puede asegurar que la obra es un compendio de toda
la mala literatura dramática y de todas las triquiñuelas teatrales del
peor género, exornado de la más ramplona retórica de folletín. Si todo
el que ha pasado por algo supiera decírnoslo, el mundo estaría lleno
de grandes artistas. Pero si muy difícil es saber ver, aun es más
difícil saber contar. Se refiere el caso de un procesado que, al oir la
elocuente oración de su defensor y cómo enumeraba con patéticas frases
las desdichas que le habían traído á tan triste pasó, exclamó:--¡Hasta
ahora no me había yo dado cuenta de lo que he padecido! Y es que, hasta
del propio dolor, es mal intérprete la ignorancia.
Nadie sabe la literatura que hace falta para no parecer literato, ni lo
que hay que saber de dibujo para desdibujar. Para ocultar todo arte hay
que ser un supremo artista.


XIX

El caso de _La Croix_, periódico de París, órgano conservador y
católico, es curiosísimo. Se pasa la vida bombeándonos como país
católico, poniéndonos de ejemplo á los empecatados Gobiernos franceses,
que han llegado á la separación de la Iglesia y del Estado, y cuando
pudiera creerse que somos el mejor modelo que todos los países del
mundo debieran copiar, llega la cuestión de Marruecos y, ¡adiós mis
pavos!, nos pone de atrasados, de bárbaros y hasta incapaces de
Sacramentos, á pesar de todo nuestro catolicismo, que no tiene Muley
Hafid por dónde cogernos. ¡Aten ustedes esa mosca por el rabo! De
suerte, que muy buenos cristianos, pero en lo demás, cosa perdida; pues
sí que es para animarnos á perseverar si son esas las consecuencias de
nuestro fervor religioso.
Como los nuestros de á cuarto, tienen los beatos franceses cosas de á
_sou_.
Para consuelo nuestro, y en honor del decantado _bon sens_ de los
franceses, no toda la Prensa se ha despeñado por el precipicio de
las tonterías. Espíritus belicosos se complacen en trasladarnos lo
desagradable; justo es consignar que hay quien no ha perdido los
estribos y que la razón y el sentido común no han huído todavía de
Francia, aunque estén pasando muy malos ratos, como en todas partes,
cuando los energúmenos vocean.
El _Diario de los Debates_, _La Humanidad_ y algunos otros periódicos
hablan como la razón y la cordura mismas. Bueno es que nuestros
energúmenos colonistas, que por aquí también los tenemos, se den
por enterados. En Francia, como en España, es deber patriótico y de
humanidad no contribuir en lo más mínimo á enconar rozamientos. Un
choque entre las dos naciones sería dar que reir á las demás, que no
habían de intervenir en favor de ninguna y muy tranquilamente estarían
á las resultas. Lo urgente es tirar bien la raya, cerca ó lejos; hasta
aquí unos, desde aquí otros. Esas zonas neutrales, esas policías
internacionales, esas divisiones de mandos, desde la más remota
antigüedad vienen dando el mismo resultado. La diplomacia lo combina
todo muy bien, y todo iría perfectamente si, al decir Francia y España
unidas, se tratara, en efecto, de una abstracción ideal de las dos
naciones, ó si fueran los propios diplomáticos con toda su corrección,
exquisitas maneras y excelentes formas los encargados de traer y llevar
por esas zonas neutrales. Pero eso de que las buenas relaciones entre
dos pueblos y su tranquilidad y su honor estén pendientes de que el
último policía internacional, que ni siquiera es francés, ni español
en muchos casos, tuvo unas palabras con otro de la misma categoría y
casta, francamente, es poner en ocasión cosas que mucho valen para
fiarlas en tan poco.
* * * * *
El bailarín, así el de rango francés como el clásico bolero español,
el que tuvo su canto del cisne con música de Barbieri: «Aquí viene un
bolero muy afligido...», había desaparecido de los teatros. Para el
público de nuestros días la presencia de un bailarín era intolerable.
Pero todo tiene su renacimiento. La directora de baile de la Opera
Cómica, de París, la célebre madame Mariquita, ¡oh, predestinación
de los nombres!, ha declarado que se propone restaurar el bailarín
masculino en los bailes encomendados á su dirección:--Es una nota
necesaria--ha dicho;--es preciso el contraste; el «travestí» es
antiartístico, el público empieza á cansarse de las mujeres vestidas
de hombre. Claro está que madame Mariquita se atreve á tanto fiada en
el triunfo de Nijinsky, el extraordinario bailarín ruso que ha sido la
_coqueluche_ de París en las dos últimas temporadas de primavera, que
ha inspirado infinidad de crónicas y de versos, de quien ha dicho un
poeta:
C'est un monstre ingénu qui naquit pour la gloire.
Y más adelante, cosas de este calibre:
Il met le coeur en doute et l'instinct en danger.
Pero, ¡ay, que todos los bailarines y danzantes no serán Nijinskys! En
nada se marca tanto la diferencia de clases como en lo que no tiene
clasificación posible.
* * * * *
La Banda municipal es objeto de controversia en el seno mismo del
Ayuntamiento. Hay quien la quiere aristocrática; hay quien la quiere
popular. Unos quisieran que no tocara nunca de _La Walkyria_ para
abajo; otros, del «Himno de Riego» para arriba. Popular, sí; debe
serlo. Pero todos sabemos que lo de popular es valor entendido. Cuando
decimos teatro popular, música popular, escritor popular, todos sabemos
hasta dónde llega esa popularidad y dónde termina ese pueblo. Más allá
sabemos que ni el teatro, ni la música, ni el escritor han de ser
comprendidos. ¿Que debe aspirarse á que lo sean? Sí, muy bien. Pero si
ha de educarse al pueblo artísticamente ha de ser presentándole el Arte
con cierto respeto, no poniéndolo á sus pies, sino sobre su cabeza.
Que oiga la música, la mejor, cuando de oir música se trate; cuando se
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