De Sobremesa; crónicas, Cuarta Parte (de 5) - 3

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escépticos, hasta que llegue el día en que podamos aprovecharnos de
lo que otros inventaron y trabajaron para nosotros. ¡Sí, que somos
primos! Cuando el invento esté bien perfeccionado y no haya riesgo que
temer ni peligros en que aventurarse, el volar será para nosotros un
divertido _sport_. Entretanto, bien estamos de espectadores. Nuestro
terreno es la Teología y la Mística, según D. Miguel de Unamuno. Ya
es bastante que nos dignemos admirar. ¡Y vaya usted á saber, si de la
admiración se quita la bulla del viaje y las buenas mozas y la merienda
y la juerguecita, lo que quedaría para el valor de los voladores y
el triunfo de sus máquinas! Como decía Cromwell, al ver la multitud
agolpada para aclamarle: «La misma gente habría si me llevaran á
ahorcar.» No digo yo la misma; pero alguna más sí hubiera acudido, si
en estas corridas aéreas no estuviera comprobado que el «hule» suele
alcanzar también á los espectadores. Y que, alguna vez, como en París
ahora, los viajeros no son de tercera, como, según el comentario de
un periódico, lo fueron, afortunadamente, todas las víctimas de un
descarrilamiento.
* * * * *
Como algunos críticos le hubieran acusado de plagiario, lamentábase
Bernardo Shaw de la triste idea que dichos críticos tenían de la
mentalidad inglesa, que, apenas daban con una obra sobresaliente, ya
no podían creer que en cerebro inglés hubiera sido concebida. Si de los
críticos y del público inglés se quejaba Bernardo Shaw, ¿qué podremos
decir en España, donde todo lo de casa está siempre en entredicho y
nadie cree en la capacidad intelectual de nadie, y así andamos todos de
acobardados y desconfiados de nuestras propias fuerzas? ¿Quién piensa
aquí en acometer empresa alguna si, en vez de alientos y esperanzas,
sólo ha de oir el cubrefuego que paraliza su resolución? ¿Qué va á
hacer ese hombre? ¿Ha visto usted qué atrevimiento? Y si alguien da con
una idea original, todos se preguntarán: ¿De dónde la habrá copiado?
Y cualquier atrevimiento parece desvergüenza, y cualquier resolución,
osadía y falta de respeto. ¡Admirable país, en que sólo los holgazanes
y los ociosos viven tranquilos y respetados!
Pensaba yo todo esto viendo al actor italiano Caravaglia representar
_Hamlet_. No es que estuviera mal del todo; pero yo pensaba qué se
hubiera dicho de un actor nuestro si se hubiera atrevido á una mitad
de las cosas raras y de mal gusto á que el actor extranjero se atreve
en la interpretación de la obra de Shakespeare. Y á la mayoría de los
espectadores estaba á punto de parecerles todo aquello algo maravilloso
y de un soberano arte. Risa para todo el año hubiéramos tenido con uno
de casa. ¿No tomamos á broma á Tallaví porque se atrevió á representar
_Los espectros_, de Ibsen, después de Zacconi? ¿Era tan gran osadía?
¡Ah! ¡Si Tallaví hubiera sido extranjero! Pero nuestros actores no
pueden atreverse á nada; los queremos discretos, muy discretos,
medrositos y respetuosos siempre; les pedimos que ni se molesten ni nos
molesten demasiado; nada de gritos, ni de gestos, ni escenas mudas, ni
desplantes; á decir su papelito, y á salir del paso; aquí nos conocemos
todos; ya sabemos todos de lo que somos capaces. Los extranjeros, ya es
otra cosa; ya pueden atreverse á todo; es otra cosa, sobre que no se
entiende lo que dicen si no hacen algo raro...
Y no es que Caravaglia sea un mal actor; al contrario, es demasiado
actor; no hay modo con él de olvidarse de que estamos en el teatro.
Pero, la verdad, como Hamlet era algo más que un comediante, y
Shakespeare algo más que un autor de teatro... ¡Oh, la _Cleopatra_,
toda humanidad, de Eleonora Duse! ¡Oh, el _Hamlet_ de ensueño de Sarah!
¡Y cómo el teatro dejaba de ser teatro al encanto de las dos divinas
intérpretes de Shakespeare!


XI

Aunque la supresión del impuesto de Consumos en nada favoreciera al
contribuyente, aunque sólo cambiara la forma del cobro, ya sería de
agradecer y de estimar la supresión. Como hay una Ética, debe haber una
Estética en el arte de gobernar, y el impuesto de Consumos no puede
negarse que era de lo más antiestético. Ese registro del viajero,
que tal vez llega angustiado por tristes preocupaciones, tal vez
todo ilusiones y esperanzas, y, como anticipo de hospitalidad, se le
ofrece la mirada hosca del vigilante, á quien tampoco hay que culpar
demasiado, expuesto siempre á desconfiar cuando menos debiera ó á
dejarse engañar cuando mejor le engañan.
Ya se necesita ser conservador para obstinarse en conservar el lindo
impuesto. Ojalá pudiera suprimirse tan fácilmente el registro
y el pago en las Aduanas. Todo sería caminar deprisita hacia la
civilización. Los dos impuestos, por la forma del cobro, recuerdan
la dulce manera con que los señores de horca y cuchillo ponían á
contribución, en especie ó en dinero, á todo viandante que pasara por
sus dominios. Ya que todo venga á parar en sacarnos el dinero, que
se nos saque con buenas formas, que es como ponen á contribución las
mujeres, y á ver si hay quien se dé mejor arte para sacar dinero.
Mientras lo mejor de nuestras clases directoras anda preocupado
con la supresión de dicho impuesto, y lo más mejor con el Congreso
Eucarístico, cuya perentoria necesidad se dejaba sentir desde los
comienzos del siglo XX, no sale uno á esparcirse un poco por esas
calles que no vea uno, dos, tres... ¿quién puede contarlos? entierros
de niños, con sus cajitas blancas, como de juguete, cubiertas de flores
algunas, otras muy pobres, sin adorno alguno. Detrás, si el entierro
no es de niño rico, van dos ó tres simones; la gente va sin pena.
¡Angelitos al cielo!
La muerte de los niños sólo es tristeza para los padres, para los más
allegados; los demás... ¡pensamos tantas veces lo bien que nos hubiera
sido morir apenas nacimos; mejor, no haber nacido! Todo el pesimismo
y toda la tristeza de nuestra vida caen, como gran consuelo, sobre
esas cajitas blancas, como de juguete; un juguete que nos trajeron por
equivocación, y vuelve á su destino.
Y en esas cajitas blancas, como en esas otras grandes cajas, que
también tienen algo de ataúd, los barcos de emigrantes, tal vez se va
lo mejor de España. No son los fríos del invierno, son las heladas de
primavera las que deshojan la flor que había de ser fruto sazonado.
Procuremos que nada muera prematuramente. No miremos con indiferencia
esos barcos grandes ni esas cajas pequeñas. Miremos en la flor el
fruto, y pongamos todos más solicitud, más cariño en defenderla de
esos hielos, que son la miseria y la ignorancia de muchos entre la
indiferencia de casi todos. Y los menos indiferentes suelen ser de
la raza de los poetas, que ni han gobernado nunca el mundo, ni han
conseguido nunca hacerse oir de los que lo gobiernan.
* * * * *
La representación de _El rey Lear_ ha renovado la discusión sobre la
teatralidad de las obras de Shakespeare; esto es: si son mejor para
leídas que para representadas. Desde muy antiguo, los admiradores
literarios de Shakespeare están contra la representación. Carlos
Lamb, uno de los mayores idólatras del gran autor, se lamentaba del
deplorable efecto que le había producido la representación de este
mismo _Rey Lear_, representado ahora en Madrid por Garavaglia. «La
figura del rey Lear no cabe en la escena--decía;--sus proporciones son
demasiado gigantescas.» Ceguedad de idólatra; porque yo creo que jamás
obras dramáticas fueron tan obras de teatro como las de Shakespeare.
Lo que hay es que pesa demasiada crítica literaria sobre ellas, y que
cualquier auditorio moderno, al juzgarlas, como cualquier actor de
nuestros días, al representarlas, se empeña en buscarles, como suele
decirse, tres pies al gato. Las obras de Shakespeare siguen siendo lo
que fueron en su tiempo: obras para un público popular, un público de
emoción. La literatura apenas tiene que ver con ellas. Los asuntos de
todas sus obras son como cuentos populares, á los que no es difícil
hallar correspondencia en todos los tiempos y en todos los países. Esta
historia del rey Lear, ¿no es el eterno cuento de las tres hijas de un
rey; las mayores, perversas, y la menor, dechado de perfecciones; la
menor, perseguida por la maldad de sus hermanas, hasta que triunfa,
al fin, por el poder de sus virtudes? Tragedia para los corazones más
que para las inteligencias. Tragedia que lo mismo comprende el rey que
haya dividido sus Estados entre sus hijos, que el pobre labriego que
les haya repartido sus tierras y después padezca la ingratitud y el
abandono de sus hijos.
En cuanto á la decantada psicología de los personajes de Shakespeare,
¿puede haber nada más sencillo, más infantil? Son los actores los que
se empeñan, según frase del mismo Shakespeare, en dorar el oro, en
pintar la azucena y en endulzar lo dulce. Actores ingenuos que se
limitaran á decir su papel, con la natural emoción en algunos momentos,
obtendrán mayor efecto que estos críticos alambicadores actores
modernos. La Duse era la sencillez misma en _Cleopatra_, y quien la
recuerde en esta obra ¿no cree recordar á la misma reina de Egipto?
La crítica literaria tampoco se ha fijado en _El rey Lear_ más que en
un solo aspecto del drama: la ingratitud de las dos hijas mayores del
rey. Por eso les parece esta tragedia de un pesimismo desolador. Pero
adviértase que la ingratitud de las dos hijas del rey Lear es justo
castigo de su injusticia al repartir su reino. Como el viejo rey, todos
somos alguna vez injustos en nuestra generosidad y en nuestro cariño.
Hallamos siempre buenas razones para recompensar á quien nos halaga, y
la verdad de un sincero afecto nos parece falta de cariño.
En pocos dramas resplandece la idea de justicia tan alta como en _El
rey Lear_. Solo que la justicia de Shakespeare no es la de un autor
de melodramas ó de folletines; no es tampoco justicia de directora de
colegio que premia con dulces ó estampistas, y castiga privando del
recreo; es justicia como la de Dios: la muerte es igual para todos;
para todos es igual el dolor. Nuestra conciencia es la que dice que
no es igual morir como Regania y Gonerila que morir como Cordelia.
Y el que diga «¡qué atrocidad! Todos mueren lo mismo: los buenos y
los malos...», ese ni puede comprender á Dios ni puede comprender á
Shakespeare.


XII

A la carta abierta que me dirige _Caramanchel_ sólo he de contestar
que, al referirme á la crítica, tratándose de _El rey Lear_, no me
refería á la crítica de actualidad, sino al conjunto de críticas
referentes, á las obras de Shakespeare. En todas ellas la excepción,
por ser excepción, confirma la opinión general, se considera al rey
Lear como víctima de sus dos hijas mayores, sin tener para nada en
cuenta la desconsiderada conducta del rey con su hija menor, Cordelia.
Regania y Gonerila son odiosas; pero es mucho cuento que sobre ellas
caiga toda la culpa de las desdichas de su padre. Yo siempre he sentido
cierta simpatía por Judas y por Pilatos cuando, en los sermones de
Semana Santa, caen sobre ellos, desde esos púlpitos, los mayores
improperios y los más terribles anatemas. No puedo por menos de
considerar que si todo lo que sucedió en la Pasión y Muerte de Jesús
estaba así ordenado; si Jesús sabía de antemano que Judas había de
venderle y Pilatos entregarle al pueblo judío, Judas y Pilatos fueron
víctimas del papel que les había tocado en suerte, y no hay para qué
insultarlos cuando, sin su intervención, no hubieran podido cumplirse
las Escrituras. Y ahí es nada; siendo Escrituras y cosa del pueblo
judío, ¿cómo habían de dejar de cumplirse? Buenos son los judíos para
no hacer cumplir sus escrituras. Del mismo modo Regania y Gonerila me
inspiran compasión en fuerza de verlas tan maldecidas.
En cuanto á que nada nuevo puede decirse de Shakespeare y de sus
obras, la crítica universal es buena demostración de lo contrario.
Continuamente se publican estudios biográficos y críticos que aportan
nuevos é interesantes datos al copioso caudal de la literatura
shakespiriana.
Lo del carácter infantil y la sencilla psicología de los personajes
de Shakespeare no lo dije como reproche, antes como excelencia de sus
obras. Pero ¿hay nada más sencillo que la psicología de Otello? ¿Nada
más infantil que su credulidad ante las burdas maquinaciones de Yago?
¿Hay nada más infantil que la conducta de Yago? Un malvado que nos
avisa él mismo de que es un malvado. ¿Hay nada más infantil que Romeo
y Julieta? Ni sería bien que fuera de otro modo. El mismo Hamlet,
considerado como prototipo de la complejidad psicológica, ¿hay nada
más ondulantemente rectilíneo, valga el contrasentido? No soy en nada
opuesto, antes muy partidario, de las polémicas literarias, cuando se
entablan sin animosidad personal y con la cortesía que _Caramanchel_ no
olvida nunca aun en sus críticas más apasionadas.
Respecto á Garavaglia, yo sólo quise hacer constar que si un actor
español hubiera representado el _Hamlet_ tan desdichadamente como
el actor italiano, la rechifla hubiera sido soberana. Aparte
las mutilaciones y alteraciones del texto, no justificadas por
conveniencias escénicas, dígase qué momento de acierto tuvo Garavaglia
en toda la obra. Falsa y en oposición con el texto su llegada á las
murallas del castillo de Elsingor, cuando viene á esperar la aparición
de su padre. Se presenta poseído ya del mayor espanto, y el texto
indica, por lo contrario, que Hamlet, natural ó forzadamente, habla
de cosas triviales como para distraer su pensamiento. Con el modo de
entender Garavaglia la situación, además de tener que mutilar el texto,
el momento de la aparición pierde toda su terrible grandeza.
Además, dado el carácter de Hamlet, que, aun después de ver y de oir
al espectro de su padre, duda de la realidad de la aparición, debe
llegar á las murallas del castillo creyendo que el espectro no ha de
aparecerse; por eso mismo es mayor su espanto al verle aparecer.
Por este orden, pudiera citar caprichosas interpretaciones en cada
situación de la obra. Sin duda Garavaglia estudió esta obra más
cuidadoso de producir un efecto momentáneo de originalidad, de
sugestión sobre el público. Si valiera mi consejo, yo le diría á
Garavaglia con toda lealtad que, por algún tiempo, debiera dejar de
representar el _Hamlet_ y estudiarlo de nuevo, más atento al texto
original que á los efectismos teatrales. Así hizo Talma muchas veces
cuando creyó haberse equivocado en la interpretación de una obra.
* * * * *
Si los tiempos fueran de creer en presagios y en agüeros, bien podía
dar qué pensar á los mejicanos la espantosa sacudida de terremotos
que ha sucedido á la caída de D. Porfirio «Imperator». Quiera Dios, y
quieran también los mejicanos, que esos materiales terremotos no sean
anuncio de otras sacudidas en el orden público, económico y político de
la que fué de nombre gran República y ahora puede serlo de nombre y de
hecho. Aun no es llegado el día en que la fiel balanza de la Historia
pueda pesar los méritos y las culpas de D. Porfirio. Como todos los
grandes tiranos, fué la paz á su hora. Achaque es de todos los tiranos
no conocer la hora en que ha de empezar á ser la justicia. Llegan á
la suprema dictadura en momentos de perturbación de la conciencia
pública; impone el orden, más que su propia fuerza, la misma fuerza
del desorden, que ha llegado á ser intolerable, y no aciertan á darse
cuenta como Chantecler, de que ellos sólo fueron el gallo que cantó á
la hora de salir el sol, pero el sol no estaba sujeto á su quiquiriquí.
La eterna historia de todos los tiranos; pero mala maestra debe ser la
Historia cuando ninguno aprovecha sus avisos ni sus enseñanzas.
Alguien dirá que Méjico debía alguna gratitud á D. Porfirio, y que los
mejicanos acaso debieron respetar su ancianidad, dejándole morir en su
sitio. Los mejicanos responderán que también D. Porfirio debió respetar
la mayor edad de Méjico. Es error de padres severos creer que los hijos
son siempre niños. No aprendemos á calcular por nuestra edad la edad
de los que hemos visto nacer. La dictadura había envejecido; el pueblo
había dejado de ser niño. Esperemos que, en pleno uso de su razón, sepa
justificar que puede gobernarse por sí solo.
En cuanto á D. Porfirio, bien pueden quedarle muchos años de vida para
meditar en la realidad lo que no supo aprender en la Historia.
* * * * *
En una casa del mejor tono se celebra una suntuosa fiesta. De pronto,
uno de los invitados se acerca al señor de la casa, dando muestras del
mayor disgusto.
--Yo no hubiera querido decirle á usted nada; pero es tan horrible...
Usted no puede saber quién es todo el mundo; recibe á tanta gente...
Pero debe usted saberlo: aquel caballero, al parecer, tan distinguido...
--¿Qué?
--Acaba de quitarme el reloj.
--¿Qué me dice usted? ¿Está usted seguro?
--Sí, señor, sí; lo he visto, no me cabe duda; ha sido él.
--Descuide usted. Tendrá usted su reloj. Voy yo mismo...
--De ningún modo. Yo sólo quería advertirle á usted... pero no le diga
usted nada; sería una escena violenta, desagradable.
--Déjeme usted, déjeme usted.
Al poco rato el señor de la casa vuelve y entrega su reloj al invitado;
el invitado se deshace en excusas.
--¡Por Dios! Yo deploro... ¡Cuánto siento!... ¡Qué disgusto!... ¿Habrá
sido una escena horrible?... ¿Qué le ha dicho usted? ¿Qué ha dicho
él?... He debido callarme...
Y el señor de la casa, imperturbable:
--No se preocupe usted. Se lo he quitado sin que se enterara.


XIII

Las verbenas, excelente pretexto para que los retrógrados del Arte nos
cantaran todos los años las gracias de chisperos y majas, han perdido
todo carácter popular. El pueblo ya no es nada bullanguero; la misma
baja chulería, que nunca debe confundirse con el verdadero pueblo, no
está tampoco por exhibirse gratuitamente en romerías y verbenas. El
público de estas fiestas, actor y espectador á un tiempo, es el de la
última sección de los teatrillos alegres; señoritos todos, que ya es lo
único alegre, lo único chulo y lo único castizo que nos va quedando.
Las clases populares ¿quién lo dijera? se han hecho cosmopolitas.
Estas fiestas tradicionales no les dicen nada. La aristocracia, como
sabe que ya no es querida ni respetada, ni siquiera admirada, por el
pueblo, huye de mezclarse con él. Acabaron las pintorescas aventuras
de duquesas y toreros. El señorito es el único que alegra estas fiestas
tristes, con la artificial alegría de los teatros y de las novelas;
alegría de literatura. ¿Alegría espontánea, verdadera alegría?...
Esa alegría es para los pueblos fuertes y ricos, de los que sabemos
burlarnos también. Esa alegría sólo es posible cuando se ha trabajado
mucho y hemos visto justamente recompensado nuestro trabajo... Pero
¡esta pobre alegría nuestra, es como borrachera de olvido!... Tirar
los cinco duros que sobran porque no llegan para nada. Ni con ellos se
ha de comer mejor, ni se ha de pagar al casero, ni al sastre... ¿Puede
hacerse cosa mejor con ellos que gastarlos en olvidar alegremente?
Por eso parece que hay tanto dinero de sobra en España, precisamente
porque falta para todo. ¿Qué hago yo con un duro? Tomar un décimo de la
lotería. ¿Qué hago yo con dos pesetas? Gastármelas en el teatro... Es
lo único que se puede comprar con poco dinero: un poco de ilusión y un
poco de olvido. Las realidades son muy caras.
* * * * *
Aunque él no lo crea, yo siento una gran admiración por D. Miguel de
Unamuno. Aquí donde cada escritor ha decidido no leerse más que á sí
propio y, salvo el caso de alguna cooperativa de bombos, nos dedicamos
á espantarnos el público los unos á los otros, ya puede significar
la atención á lo que otros escriben, tanto como en otras partes
significa la admiración. Ya es bastante que nos atiendan, aunque sea,
como vulgarmente se dice, para hacernos polvo. Lo triste, lo malo es
que, casi siempre, los pulverizadores son los que no se han tomado la
molestia de leernos. Váyase por los que admiran con el mismo motivo.
Entre esos dos viciosos extremos, ha de labrarse penosamente la
reputación del escritor en España. Y, en resumidas cuentas, con ser la
envidia gran defecto nacional, como aun es mayor la pereza, todavía es
más fácil ser admirado que atendido. Conste, de una vez para siempre,
que yo atiendo y admiro á D. Miguel de Unamuno.
Acabo de leer su libro último: _Rosario lírico de sonetos_. Bien
puede ser que estos sonetos no resistan una lectura pública, ni
los chistosos comentarios de un grupo de amigos... Son para leídos
á solas, en intimidad con lo más intenso de nosotros mismos. Como
fueron pensados y sentidos, como fueron escritos. ¿Han de ser siempre
estimables cualidades de la poesía la dulzura y la suavidad? ¿No ha
de haber también poesía amarga y poesía áspera? Si á lo que más puede
aspirar la poesía es á llegar á lo más hondo de nuestra alma, ¿no se
entrarán más adentro estas asperezas, que las suavidades resbaladizas?
Leed el libro: al principio tal vez sonriáis un poco; ya os iréis
poniendo serios. Quizás al terminar su lectura no quede un solo dulce
verso en vuestra memoria, pero sí más graves pensamientos en vuestra
conciencia.
De esta áspera, rocosa calidad, eran los versos de Wordsworth, tan
admirado por Unamuno. También su poesía fué donosamente comentada por
algunos críticos. _A sonnet is a moment's monument_, definía Rossetti.
El soneto es un monumento elevado á la memoria de un instante, pudiera
traducirse. No diré yo que todos los monumentos elevados en estos
sonetos sean igualmente admirables; pero sí que todos los instantes
del espíritu de D. Miguel de Unamuno tienen un gran valor. Los más
grandes poetas no son los que aciertan á contenerse en la más perfecta
forma, sino los que no caben en ninguna.
* * * * *
_Vida interna_ es otro libro de poesías, de Rafael Torromé, autor
dramático, á quien nunca perdonará el teatro español desvíos ó
desalientos injustificados. Precédele un sabroso prólogo, donde se
ponen las cosas muy en su punto respecto á la frondosidad de nuestra
poesía lírica, que tan poco tiene de lírica, hasta llegar á tiempos muy
cercanos y... aún, aún. Hemos sido siempre muy de exterior, para que la
cuerda lírica sonara entre nosotros. En esta misma _Vida interna_ de
Rafael Torromé, parece, á pesar suyo--y no lo digo como censura,--más
el autor dramático que el poeta lírico... No es un lirismo egoísta
el suyo, antes muy objetivo; más de tristezas y dolores de todos,
que de melancolías cultivadas en un espíritu reconcentrado. Poesía
de generosa expansión, poesía á lo Schiller, que también era autor
dramático y por eso tampoco fué lírico del todo en sus poesías líricas,
con ser tal vez demasiado lírico en sus obras dramáticas. Por fin de
cuentas: ¿qué importa esta confusión de géneros? _Vida interna_ es un
libro de un buen poeta y, lo que más importa, de un poeta bueno.


XIV

La revista _Je Sais Tout_ abrió concurso para conceder un premio
al más elegante ó al más práctico figurín de traje masculino. El
resultado del concurso no ha sido muy brillante. La inventiva, ninguna.
En el capítulo de las elegancias, todo es volver á la moda del año
30; en el capítulo del trapillo diario, no salimos de los modelos
generalmente adoptados para campo, caza, automóvil, canoa ó aeroplano.
De donde se deduce que la moda, tanto femenina como masculina, no es
algo caprichoso que puede imponerse por dictadura: es producto de
elaboración social; á la que todos contribuímos. Obra de evolución;
nunca de revolución. En la moda, más que en nada, se observa el
serpenteo, avance y retroceso alternados; que es el andar de la
humanidad, según la escuela positivista.
La fantasía de un sastre, el humor de un _dandy_, no cambiarán
la tendencia niveladora del traje masculino en nuestro tiempo. La
aspiración social es la confusión de clases. Va desapareciendo el
sombrero de copa, que ha venido á quedar en algo así como prenda de
uniforme honorario, para lucirlo sólo en determinadas solemnidades.
La levita sigue la suerte de su inseparable aditamento el sombrero de
copa. Desaparece también la capa, y el sombrero flexible, intermedio
entre la gorrilla y el hongo, iguala al artesano con el artista y al
obrero con el empleado.
Por desgracia, la nivelación va también por dentro, y si desnivel
hubiere, no está la mayor altura por lo más alto. Es posible que, si os
volvéis en la calle al escuchar alguna palabrota, os encontréis con un
señorito. El alcoholismo disminuye por días entre las clases populares;
en cambio, ¡hay cada manga aristocrática en todas las aristocracias, y
en la intelectual las más holgadas! Si hoy viviera Horacio, tendría que
rectificar lo de: _pauperum_ tabernas.
Mucho preocupa á las clases directoras cualquier huelga de obreros,
al fin pasajera... ¡Si fueran á preocuparse por la constante huelga
de señoritos! ¡Y quién sabe cuáles son más perturbadores de la
vida social! ¡Y si holgaran sólo los incapaces, los verdaderamente
inútiles! Al fin esos no pueden rendir mejor tributo al bien general,
que el de consumir lo más pronto posible su hacienda y su vida. Pero
¡cuánta capacidad, cuántos buenos ingenios malogrados en esa huelga
de voluntades pobres con inteligencias ricas! Cierto que el ambiente
moral en nada favorece ni alienta al luchador; que es tierra la nuestra
en que todo se le perdona al ocioso y nada al que trabaja. Pero ese
ambiente ¿es causa, ó efecto? ¿No sería un lucido _sport_, no tan
arriesgado como la aviación, el de sobreponerse á ese ambiente?
* * * * *
El Congreso Eucarístico va á presentarse muy bien. Esas tramoyas á lo
divino requieren mucho gasto. Por fortuna, entre los fieles católicos
figura la gente más adinerada. Convendría saber si tienen dinero por
haber sido fieles católicos, ó si son fieles católicos porque tienen
dinero. Yo no sé si continuará siendo más fácil que entre un camello
por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos; pero un
camello cargado de dinero entra por todas partes. Si el reino de los
cielos se gana también por violencia, según textos sagrados, ¿no ha
de producir su efecto amenazador, así en la tierra como en el cielo,
ese alarde de número y de numerario, ese recuento de fuerzas con que
nos asombrarán los buenos católicos? No, no están solitos, como los
gallegos del cuento. Aunque el día en que les faltara el dinero puede
que no estuvieran tan acompañados. Acaso faltarían los figurantes,
parte la más lucida del espectáculo. Nos presentarán sus carrozas de
gala, sus automóviles, su servidumbre, hasta sus colonos y sus guardas
jurados y tal vez sus pastores, como en Belén. Hay que movilizar todas
las fuerzas, como en un día de elecciones reñidas.
¡Pobres ilusos! Con estas aparatosas exhibiciones creen haber puesto el
mejor pararrayos sobre el tinglado social que les cobija. ¡La Fe los
salve!
* * * * *
La Exposición de perros y gatos será durante unos días, y desde el
punto de vista de los perros y de los gatos, exposición de personas
distinguidas. Si los perros y los gatos tienen un poco de imaginación,
¿por qué no han de creer que son ellos los espectadores, y señoras y
caballeros los expuestos?--¡Qué amable es toda esta gente!--pensarán
tal vez.--Se molestan en venir para que los veamos.
Para el perro y el gato de lujo la sociedad elegante es muy conocida.
Los perros y los gatos son los que mejor viven en ella. Los criados lo
saben: antes que á los señores hay que tener contentos al perro ó al
gato favoritos.
Pero los perrazos de campo ¿qué pensarán de nuestra sociedad? ¿Volverán
á sus soledades monteses llevando el germen de una revolución social?
En adelante ¿no mirarán con más simpatía al lobo? ¿Y el día en que los
perros se unieran á los lobos?... ¡Bah! Todavía quedarían los pastores,
que, aunque dejaran de ser perros, no sabrían ser lobos.


XV

Que el hombre es un animal social, aunque haya muchos insociables,
lo sabíamos desde muy antiguo. Tan social, que no satisfecho con
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