De Sobremesa; crónicas, Cuarta Parte (de 5) - 6

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falta el arte también para todos los gustos; en donde cada espectador
puede elegir la hora y el número que le conviene, y al que le convenga
verlo y oirlo todo, no fatigará su atención con un mismo tema, y en la
diversidad de impresiones hallará el mayor encanto del espectáculo.
Todo el secreto y el arte de ganar dinero como empresario de teatros,
consiste en ofrecer al público, no lo que le ha gustado ayer y le gusta
hoy, sino lo que le gustará mañana.
En el teatro sólo han podido enriquecerse alguna vez los previsores,
los que han sabido anticiparse al gusto del público. Por desgracia
suya, aun estos previsores, encariñados con su hallazgo, no saben
entender que otro de los secretos del teatro consiste en abandonar un
género precisamente cuando más le está gustando al público. En todo lo
humano, la cumbre ya empieza á ser decadencia.
¿Qué podrá decirse del género grande, que de puro bajar hasta parece
que está empezando á subir? Pero una golondrina no hace verano, ni una
ola temporales. El género grande está muerto. Y no es porque las obras
sean mejores ó peores, tampoco los actores: ha muerto de grande, de los
tres actos y de las tres horas de duración. Y lo sorprendente es que
haya vivido tanto y conserve todavía apariencia de vida. ¿Hay algo en
la vida moderna á lo que dedique nadie tres horas seguidas de atención?
Pero el autor que no es vanidoso, sabe que de esas tres horas, una
corresponde á los entreactos, otra á los espectadores, y una, todo lo
más, á la obra, si no es día de abono aristocrático.
* * * * *
Todos los veranos leemos las mismas consideraciones sobre el veraneo y
sobre la predilección de los veraneantes por los grandes centros de
atracción veraniega, traslado en todo, con un poco más de ventilación,
de la vida madrileña.
Y aquí del problema: ¿No se hace vida de campo porque nuestros campos
son inhospitalarios?, ó ¿son nuestros campos inhospitalarios porque
nadie quiere vivir en ellos?
No es razón pedir á los cortesanos que vayan á pasar molestias, sin la
recompensa siquiera de pasar á la Historia como colonizadores. No es
razón tampoco pedir á los campesinos que vayan disponiendo comodidades
y atracciones, sin la seguridad de que los cortesanos han de acudir á
compensar los gastos. El problema es de solución difícil. Alguien ha de
empezar. En otras partes, han sido los viajeros los que han hecho el
camino, y los huéspedes los hoteles. En España, acaso necesitemos lo
contrario. Así empezaron Biarritz y Trouville, en Francia. En España
mismo, así empezaron San Sebastián y Zarauz y Deva; así empezaron,
más cercanos á Madrid, Cercedilla y otros lugares de la Sierra. Los
primeros en acudir pasaron lo suyo; tuvieron, en cambio, el supremo
goce de la virginidad.
Y como decía un buen señor, que siempre prolongaba su estancia en un
lugar de estos hasta muy entrado el otoño, cuando ya no quedaba nadie
de la colonia veraniega: «Ahora es cuando se está aquí á gusto. Si la
gente no fuera tonta, ahora es cuando debía venir aquí todo el mundo.»
* * * * *
Una escritora de entendimiento y de corazón propone que los niños
asistentes á las escuelas públicas tengan al entrar ellos, no sólo
alimento espiritual, sino algo también de ese alimento material, tan
necesario para bien disponer el espíritu; que si tripas llevan pies--y
andamos tan malamente,--también llevan cerebro: y si de la panza sale
la danza, también la enseñanza, si ha de ser provechosa.
Plausible idea es la del desayuno escolar, y es preciso que no quede en
idea. Es triste cosa que, por amor propio mal entendido ó por temor
á que pueda parecer bombo mutuo ó tacto de codos, nadie patrocine más
ideas que las propias, y así queden perdidas y malogradas las mejores.
Ese desayuno de los niños pobres debe quedar á cuenta de los niños
ricos, y las madres que enseñan á rezar á sus hijos, deben hacerles
comprender que por algo en el Padrenuestro no se dice: «El pan mío
de cada día», sino «el pan nuestro». ¿Qué menos puede comprender ese
plural que el pan de todos los niños? ¿Qué almas pueden unirse mejor en
ese acto de compartir el pan, que siendo de comunión cristiana, lo es
también de solidaridad social?
* * * * *
Lances de veraneo: Un tenorio de playa, locamente enamorado de una
bella compañera de hospedaje, la persigue día y noche dispuesto á
todo. Un día, por fin, acompañándola desde la calle, se entra decidido
hasta el mismo cuarto de la señora, que protesta muy indignada. El,
sin oirla, se entrega á los transportes más apasionados. La dama le
rechaza con toda su fuerza: «¡Está usted loco! ¿Qué hace usted? ¿Quiere
usted que grite? ¡Qué atrevimiento! Y... ¿á que no ha echado usted el
pestillo?»


XXV

Que si Francia, que si Alemania... Cuando aun saboreamos las
delicias del _ménage à trois_, anglo-franco-español, concertado en
la Conferencia de Algeciras, á la ligera, de pasada y como para que
nadie haga caso, como puede decirse en estas notas por quien no tiene
autoridad, me permití decir que el sentido común más rudimentario
aconsejaba la alianza con Alemania, como más conveniente á los
intereses españoles. De modo que no se dirá que me apasiono por
Francia. Ahora, cuando veo que el apasionamiento por Alemania llega
hasta desconocer y negar todo valor positivo á la cultura francesa,
creo que, por lo menos, debemos acordarnos de que lo que sabemos de
Alemania lo sabemos por Francia. Con todos sus defectos y su influencia
más ó menos funesta en nuestra política, en nuestras costumbres, en
nuestro arte--y tal vez el pro contrapesara la contra,--todavía
podíamos imitarla en mucho, que nos sería muy conveniente. Por ejemplo:
en su patriotismo, no limitado al aspecto bélico. Bien haremos al no
confundir en nuestra admiración á un Cousin con un Kant, á Corneille
con Shakespeare; pero, ¿no es altamente plausible y no debiéramos
imitar nosotros ese laudable afán de los franceses por elevar sus
glorias y presentarlas rodeadas de todo respeto á la consideración de
los extraños? Cierto que es más ocasionada al ridículo la exagerada
admiración, y nosotros somos un pueblo serio, que, por salvarnos del
ridículo, caemos en la odiosidad de rebajar y denigrarlo todo.
La compañía de la Opera Cómica, de París, con su director, M. Carré,
y su esposa, la espiritual artista Margarita Carré, han ido á Buenos
Aires á dar unas representaciones de ópera francesa. Los periódicos
hablan del valor, en sus dos acepciones, _courage et valeur_, de
los artistas expedicionarios, de su abnegación al marchar á lejanas
tierras á predicar la buena nueva del arte musical francés; el público
se dispone á recibir en triunfo á la gentil Margarita Carré y á su
esposo... Lo mismo que aquí. María Guerrero, Rosario Pino, han hecho en
América, por nuestro arte y por nuestro buen nombre, más que todos los
embajadores y diplomáticos. A su vuelta nos contentamos con contarles
el dinero; á la ida... no falta quien envíe un extracto ó crónica
desacreditándolas. No digamos si el que viaja es algún escritor: ya
nos encargamos de prepararle desde aquí el terreno, y cuando llega, va
precedido de cartas particulares y artículos de muy buena firma, que
vienen á decir en substancia: «Ahí les mandamos á ustedes ese pendejo,
á quien aquí no admira nadie ni nadie toma en serio; suponemos que
ustedes tampoco. ¡Ah! cuidado con los cubiertos». Lo mismo que enviaron
los franceses á Clemenceau y á Anatole France; lo mismo que envían al
más insignificante de sus cómicos ó cantantes. Aquí nos reimos mucho
de esas cosas; pero con esas cosas pueden atreverse á escribir: «La
Argentina, hija de Francia», y con razón se indigna Mariano de Cávia,
y con razón no se indigna sólo con el autor de la fanfarronada, sino
también con los que desde aquí, por su desidia, la hicieron posible.
Entretanto, que si Francia, que si Alemania. Y ¿nadie se acuerda de
Italia, que es la verdadera madre de todos los cerebros latinos?
Y no sólo de los latinos, sino de toda la cultura europea.
¿No debemos á Italia lo mejor de nuestro arte? ¿Nuestros poetas,
nuestros novelistas, nuestros pintores? ¿No están Velázquez, Ribera, el
Greco, en los pintores venecianos? ¿No está Murillo en Rafael? ¿No está
Cervantes en _Bocaccio_ y el Ariosto? ¿No está Calderón en Dante? Y ¿no
está toda Italia en Lope de Vega?
Allá que la sombra negra del Vaticano se interponga entre las
relaciones oficiales de los dos pueblos más hermanos en carácter, en
glorias y hasta en desdichas: los demás no debemos ser ingratos ni
olvidadizos. Aceptada la clasificación de pueblos latinos, si todos son
hermanos, sólo Italia es madre de todos, y, sobre todos, gloriosa.
* * * * *
La cuestión de las «capeas» ocasiona muchos disgustos en este año por
esos pueblos de nuestros pecados. Mayores disgustos, pues que, con
desigual injusticia, mientras en este pueblo se prohibe la «capea», se
permite en el de al lado, sin duda por disfrutar de mayor influencia
cerca de los gobernadores. Mientras aquí se hace la ley gorda, dos
leguas más allá se hila muy delgado. Sabido es que nada irrita tanto
como estas diferencias y distinciones. Entretanto, llueven multas sobre
muchos infelices alcaldes, á quien se quiere exigir que se impongan á
todo un pueblo con tres números de la Guardia civil; bastantes menos de
los que se envía en día de elecciones, cuando hay que poner miedo en
los electores de oposición.
Gobernadores que, cuando presiden una corrida de toros en su diócesis,
pasan por cuanto les pide el público, aun sin razón, en el natural
deseo de evitar conflictos, quieren que estos pobres alcaldes, sin
fuerza material, y con poca autoridad moral, se basten y se sobren para
prohibir las «capeas». No saben los gobernadores que el conflicto
sería mayor para ellos si los alcaldes se obstinaran en prohibirlas á
raja tabla.
Además, donde se paga á los maestros como aquí se les paga, ¿hay
derecho á prohibir «las capeas»? De unas cosas provienen las otras, y
cuando se quiere educar á un pueblo, hay que empezar por el principio.
* * * * *
Otra de las especialidades del veraneo es, al derramarse por las
varias regiones de España, los agricultores, que pudiéramos llamar de
la cátedra; cuerdos en casa ajena que pretenden saber más que el loco
en la propia.--Aquí tienen ustedes una riqueza sin explotar... Si se
sirvieran ustedes de máquinas...
--Como no las despeñáramos por esos cerros--piensa el labrador
socarrón.--Aquí tienen ustedes una riqueza en fruta. ¿Qué hacen
ustedes con ella?--Nos la comemos.--¿Por qué no la exportan ustedes á
Inglaterra?--Pues, ¡qué sé yo!
--¡Qué país éste! ¿Ustedes saben lo que pagarían por esta fruta en
Londres?
El agricultor de gabinete, á los pocos días de regresar á la corte,
recibe, muy bien acondicionado, un cajón de aquella riquísima fruta; la
mitad llega para tirarla, y el viaje no ha sido muy largo. ¿No es ésta
la mejor contestación á todos estos que quieren saber de la tierra y
de sus productos más que sus cultivadores, que no se chupan el dedo,
aunque otra cosa parezca, y saben muy bien dónde les aprieta el zapato?
Sí, algo hay que hacer por esos campos de España; pero ni es tanto ni
lo que creen muchos que todo lo aprendieron en los libros. A la mayor
parte de los campesinos, cuando van á enseñarles algo, ya están ellos
de vuelta, y el viaje no ha sido muy fructífero. Y lo que dicen ellos:
De consejos, la mitad en dinero.


XXVI

Tan sobresaltados nos han tenido durante todo el verano con amenazas de
conflagraciones europeas, cólera, disturbios interiores; tanto nos han
gritado «¡el lobo, el lobo!», que cuando el lobo ha venido, en efecto,
casi estábamos curados de espanto; y la verdad es que la intranquilidad
de los espíritus no corresponde á lo crítico de las circunstancias. No
parece sino que no fuera nada con nosotros. El ilustre político que
consideró á España incorregible é ingobernable porque había perdido
el pulso, hallaría ahora nuevas razones para reforzar su diagnóstico.
No creo yo que hayamos perdido el pulso; lo que sucede es que no se
nos altera por nada. ¡Nos hemos visto con el agua al cuello tantas
veces! Sólo una gran catástrofe nacional, como la cogida de un torero,
es capaz ya de conmovernos y alterar el ritmo normal de nuestras
pulsaciones. Menos mal; si fuéramos á emocionarnos por todo lo que
vale la pena, estaríamos enfermos del corazón todos los españoles. Y
¿para qué hay una Providencia allá arriba y un Gobierno aquí abajo?
Pero los ricos son egoístas; ellos se toman sus vacaciones del veraneo
y se molestan porque los pobres se declaren en huelga, que es, salvo
enfermedad ó paro forzoso, su único modo de tener vacaciones. Con la
diferencia de que no son tan divertidas como las de los ricos; porque
las Cajas de resistencia no dan para tanto como las Cajas de los Bancos
y las rentas de casas y tierras. ¡Ah! Si los pobres tuvieran algún
dinero para jugárselo en algún Casino mientras dura la huelga, nadie
tendría que decir nada de ellos. Sería gente que se divierte; la gente
que se divierte, no perturba. Pero ¿á quién se le ocurre holgar sin
dinero? Peor todavía: á costa del dinero de los demás. ¿No piensan esos
obreros que sus días de huelga significan tal vez el automóvil, la
partida de «bac» del señor que veranea tranquilamente? Pues bueno sería
que lo pensaran, que eso de no pensar más que en sí mismos se queda
también para los ricos. Bueno es que ellos no piensen que su automóvil,
y su «bac», y sus «cocottes» significan el pan que falta muchos días
en muchas mesas; porque si lo pensaran no se divertirían tanto, y
conviene que los ricos se diviertan para que los pobres vivan. Cuando
se han pagado seis reales ó dos pesetas por el trabajo de un hombre en
todo un día, bien puede uno jugarse 1.000 pesetas á una carta, con la
conciencia tranquila, y pedir energía á los Gobiernos para reprimir
cualquier desorden, y espantarse de que haya quien hable todavía de
problemas y cuestiones sociales.
* * * * *
Una millonaria americana ha celebrado en París el segundo cumpleaños
de un lindo perrillo de su pertenencia con una original y espléndida
fiesta. Invitó á todos los perros y perras de sus amigas, que acudieron
acompañados de sus distinguidas amitas, naturalmente. Hubo verdadera
competencia en el atavío de los perros: collares y pulseras con
piedras preciosas, golas de magníficos encajes, mantas de fantasía,
pañuelitos bordados. El héroe de la fiesta lucía un suntuoso manto,
que era llevado graciosamente del pico por un pato blanco que, según
dicen, cometió mil incorrecciones y acabó por tragarse un anillo de
oro y brillantes que dejó caer una de las más espirituales falderas
asistentes á la reunión. Se sirvió un delicado agasajo, y las revistas
no dicen si se bailó ó se hizo música, ni si las alfombras y cortinajes
ó las faldas de las amitas padecieron graves ultrajes. Tampoco dicen si
el _flirt_ se contuvo en límites decorosos ó hubo que lamentar algunas
expansiones de dudoso gusto. Se supone que, siendo todos los perritos
de buena casa y educados por señoras tan distinguidas, la reunión
tendría el mejor tono. De seguro que no se mordieron unos á otros como
sus señoras y dueñas, que saldrían encantadas de la fiesta. Sería
interesante saber lo que pensaron los perros, y más interesante saber
lo que dijeron los criados de la casa. De los maridos y los hijos de
las señoras, no se sabe nada.
* * * * *
No se dirá que nos descuidamos en los preparativos para solemnizar el
centenario de Cervantes. El Salón Nacional, nombre ya de suyo sonoro
y significativo, se llamará teatro de Cervantes, y, al anunciar el
cambio de nombre, se anunció primeramente que actuaría en él una buena
compañía dramática; pero después referencias muy autorizadas dan por
seguro que actuará en él una de esas compañías de _varietés_ tan poco
variadas. Era lo único que le faltaba á Cervantes. Con un guiñol iría
mejor servido; siquiera recordaría aquel retablo de Maravillas ó el
famoso de maese Pedro; pero estas _varietés_ á la moderna no sé qué
puedan recordar, como no sean las desdichas que le persiguieron en vida
y no dejaron de perseguirle en muerte, sin la tregua del centenario,
que ya veremos cómo nos lo deparan entre unos y otros.
Admirable sería que, al engaño del nombre, acudiera algún extranjero
al teatro de Cervantes creyendo hallar el verdadero teatro nacional, ó
poco menos, y se encontrara con su buen garrotín y sus buenas coplitas
en el más puro estilo cervantesco. Triste sería que, sólo por los
artistas y el público, pudiera creerse transportado á lo más triste
de la triste España de Cervantes, y que, viniendo á festejar al autor
del _Quijote_, sólo pudiera admirar al de _Rinconete y Cortadillo_, no
tanto por la certera observación de su tiempo como por la penetrante
visión del porvenir.
* * * * *
Los franceses nos pondrán en solfa, y por eso, sin duda, padecen la
obsesión musical de España. De diez ó doce conciertos anunciados
en días pasados, de los que dan en París continuamente las bandas
militares, no había uno solo en que no figurara alguna pieza de
inspiración española. La _España_, de Chabrier; fantasías de _Carmen_;
un Vito; fantasía de _El Cid_, de Massenet; serenata española. Eso sí,
entre tanta música española ni un sólo compositor español. Basta con
que la inspiración sea nuestra; ellos se bastan para instrumentarlo
todo. Lo mismo que en Marruecos, y que en todas partes. Aquí cantamos y
bailamos; ellos instrumentan... y cobran. ¿No ha sido ésta siempre la
suprema habilidad francesa: instrumentar todas las músicas de todo el
mundo? Sólo que hay músicas bravías que se resisten á todo pentagrama y
á toda batuta. Napoleón, aquel gran director de orquesta, lo aprendió
á su costa. Pudo con los pueblos entonces más civilizados y fué á
estrellarse en los que él despreciaba más por incultos.


XXVII

Si para todo Gobierno es siempre desagradable la perturbación del orden
público, es natural que lo sea doblemente para un Gobierno liberal y
democrático. Siendo el primer deber de un Gobierno el sostenimiento del
orden, ¿cómo conciliar las ideas liberales con las medidas necesarias
de previsión y de represión? Según frase de un eminente novelista y
lastimoso republicano, en la vida los hechos van dando de puntapiés á
las ideas. Pero no deja de ser triste cosa, cuando de ideas liberales
se trata, que los hechos brutales puedan despedirlas de tan brutal
manera.
Convalecientes todavía de un acceso de fiebre, en que, por fortuna, no
todos han perdido la cabeza, aunque bien pudo temerse, no es ocasión de
aquilatar errores y responsabilidades.
Hay en estos accesos agudos el peligro de que, por atender con premura
á lo sintomático, se desatienda la dolencia esencial. Es indudable
que los vínculos de solidaridad social entre unas clases y otras
están muy relajados. Nadie sabe á qué alta claridad han de llegar las
inteligencias para suplir el calor que falta en los corazones. Hemos
apagado la lumbre antes de encender la luz, y todos vamos á tientas por
la vida; no es extraño que nos tropecemos unos á otros á cada paso.
Se ha destruído mucho y no se ha edificado lo bastante. La voluntad
moderna es negativa. Sabemos muy bien lo que no queremos; nadie sabe de
cierto lo que quiere.
Sería injusto desconocer, y los más apasionados enemigos y los más
condicionales amigos, que son peores, no podrán negarlo, que el
Gobierno ha salvado con gran cordura, digan otros con gran suerte, las
difíciles circunstancias en que tanto podía pecarse por falta como por
exceso.
El pueblo de Madrid, tan desconocido, tan calumniado á veces, ha dado
una vez más pruebas de su ánimo sereno y bien templado. Nadie se ha
intimidado. El comercio abrió sus tiendas confiadamente; nadie dejó sus
habituales ocupaciones y esparcimientos. La clase media, sobre todo,
la que bien tendría motivos justificados para ir á la huelga y á la
protesta violenta, puede decirse que ha sido en este caso el muro de
contención contra posibles desbordamientos del motín amenazador, por
una parte, de la represión excesiva, por otra. No olviden la Monarquía
ni sus Gobiernos dónde está su más firme apoyo. ¿Los de abajo? Aun sin
razones sentimentales. ¡Hay tantas razones de conciencia para perdonar
sus errores y sus extravíos! La grey es buena... ¿Los pastores? ¡Pobre
pueblo! ¡La vida es tan dura para él! ¿Cómo culparle si, para soñar y
esperanzarse, prefiere todavía la blandura y dulzor de las mentiras
lisonjeras al áspero y sano amargor de las verdades? ¡Si sólo se le
acercan los que tienen aspiraciones de ídolos y ninguno que tenga
vocación de mártir! ¿Cómo ha de escuchar nunca palabras de verdad?
Hasta la entrada en Jerusalén, entre aclamaciones y palmas, hay muchos
Cristos; hasta la Cruz, sólo hubo uno: El que era todo amor.
* * * * *
Bien merecen una especial recompensa los reservistas y licenciados
temporalmente que se han presentado espontáneamente en sus respectivos
Cuerpos, anticipándose á la orden de incorporarse á ellos.
Merecedores son también del mayor encomio los aristócratas veraneantes,
los próceres ilustres, políticos y financieros, lo más saneado de
nuestras clases conservadoras, que se han apresurado á dejar las
comodidades y el descanso de sus residencias veraniegas para mostrar
á la Monarquía y al Gobierno su lealtad acrisolada. Imponente fué la
manifestación de todos ellos realizada en Madrid, pareciendo en los
sitios de mayor peligro, ofreciéndose con sus servidores y empleados á
defender y sostener el orden. No podían hacer menos por la Monarquía
los que tanto hicieron por la Religión en los días del Congreso
Eucarístico. Sólo los impedidos y achacosos se han limitado á enviar
sus adhesiones por escrito. Y, aun á éstos, habría que oirles en
la terraza del Casino de Biarritz y en otros puntos del extranjero
abominar de los viles afrancesados, que se aprovechan de los momentos
difíciles para perturbar el orden y traer graves complicaciones sobre
España.
Admirable ha sido su conducta, y razón es que, después de tan
significativo acto de presencia, vuelvan á reanudar sus vacaciones,
interrumpidas hasta que llegue el invierno y, con él, ocasiones en que
lucir más tranquilamente Toisones, bandas y cruces, que tan bien saben
ostentarse en los momentos de peligro como en las ceremonias pacíficas.
La Monarquía y los Gobiernos deben tener muy en cuenta la actitud de
estas clases privilegiadas, que aun no han hallado por aquí su Lloyd
George como en Inglaterra.
* * * * *
Y nada más. De todo ello el Gobierno del Sr. Canalejas ha salido
incólume, cuando sus mejores enemigos y sus peores amigos esperaban
que saldría muy quebrantado. Algo que importa más ha salido también
incólume: la vitalidad de esta España nuestra, más resistente con su
apariencia de debilidad que muchos organismos de robustez engañosa.
Y á este nuestro Madrid bien puede perdonársele su femenina debilidad
por algún torero, en gracia de su masculina serenidad ante un
espectáculo en que la mayor prueba de cordura era permanecer impasibles
como espectadores; único medio de que no se hicieran locuras en el
redondel, que, por fortuna, en esta ocasión ha sido todo olivo,
considerado como símbolo de la Paz, para los bien intencionados. En
su sentido taurino; para los que gritando ¡al toro, al toro!, no se
contentan con quedarse entre barreras, sino que se suben al palco de
la presidencia apenas suenan los clarines y, de paso que se ponen en
seguro, le piden algún favorcillo al presidente, mientras los incautos
lidiadores, jaleados por estos capitanes Araña, se juegan la vida en el
ruedo.


XXVIII

Gran revuelo en París. Cuestión de faldas: faldas de bailarina. Osados
reformadores tratan de suprimir en el cuerpo de baile de la Gran
Opera, el «tutú» ó sea la tradicional faldilla de las bailarinas.
Dicen que es inverosímil--¡miren ustedes dónde demonios van á buscar
la verosimilitud!--que en un baile de campesinos, ó de griegos, ó de
romanos, se presenten las danzarinas con ese traje, sin época y sin
estilo, que es sólo de bailarina, por unos de esos convencionalismos
teatrales que, si bien se mira, ¡ay!, son todo el teatro. Hay quien,
dejando á un lado la propiedad escénica, que nada importa cuando se
trata de admirar bellezas femeninas, protesta contra el «tutú», en
nombre de la Estética. Dicen que el «tutú» destruye la armonía de
líneas. ¡Picarones!
En seguida han levantado partido, de una parte, los tradicionalistas;
de otra, los innovadores. Entre las mismas interesadas, las hay que
están por las faldillas; las hay que están por las líneas. Las madres,
corporación respetabilísima en el cuerpo de baile, inmortalizadas por
Halevy en su _Madame Cardinal_, con su experiencia de madres, están
por la falda: saben cuánto importa reservar alguna sorpresa para los
momentos definitivos. La juventud, con sus impaciencias á la moderna,
está por la línea. Saben que, como en Geometría la línea recta, en Amor
la curva es la distancia más corta entre el escenario y el hotelito de
sus sueños.
Hay también un partido intermedio: el partido templado de un
transigente eclecticismo. Adóptese la innovación para las óperas y
bailes modernos, y respétese la tradición para los del antiguo régimen.
Hay tal vez abonados viejos, «fetichistas» de amor, para quien el
«tutú» es toda la bailarina. Sería una crueldad privarles de la prenda
sugestiva y evocadora.
Hay también un partido revolucionario y avanzado que, no sólo pide
la supresión de los tules y gasas, sino la supresión de las mallas,
que, si no destruyen, ocultan las líneas. Dicen que siendo el baile
exhibición de la belleza corporal femenina, ritmo plástico de formas
y actitudes, tapar las formas de una bailarina es como tapar la boca
á un cantante. Estos señores quieren que les canten á toda voz, y que
les bailen... aquí no puede decirse á todo trapo; al contrario: ¡fuera
trapitos!
Para comprender lo que esta cuestión interesa en París, es preciso
saber lo que significa el cuerpo de baile de la Gran Opera, que es
toda una institución nacional. Wágner tuvo que sucumbir ante su
tiranía, amenizando _Tannhauser_ con un bailecito, pues de otro modo
no se hubiera representado nunca. Verdi, en todo el esplendor de su
gloria, tuvo que intercalar también unas danzas en su _Otelo_ cuando
fué representado en la Gran Opera. Hasta el _Don Juan_, de Mozart, se
ameniza con un añadido bailable, para el cual se aplica uno de los
minués del mismo divino maestro, y la marcha turca, que cae en el _Don
Juan_ como el calañé en la cabeza de Dulcinea--véase la ópera de
Massenet _Don Quichote_, cuya representación en Madrid demandan algunos
cervantófilos.--Buena obra para inaugurar el nuevo teatro de Cervantes,
para que al «Inri» no le falte letra... ni música.
* * * * *
Ahora que se agita la idea--en España se agitan mucho las ideas,
por eso llegan las pobres tan cansadas cuando hay que ponerlas en
práctica--de fomentar el turismo por los medios más adecuados,
no sería malo convocar una Asamblea de veraneantes ó abrir una
información pública para que expusieran sus observaciones, sus agrados
y sus quejas. De este modo, podría trazarse algo así como un mapa
hospitalario de España, que podría ser muy útil para los turistas.
¡Hay que oir á muchos de los que regresan! Claro es que muchas veces
el espectáculo está en el espectador y el viaje en el viajero. Los que
buscan pueblecillos ignorados y tranquilos para su descanso, vuelven
encantados. ¡Qué amabilidad y dulzura en el trato de los campesinos!
¡Qué sencillez! ¡Qué arte para adulterar los alimentos y encarecer los
precios, para que el veraneante no eche de menos las comodidades de
Madrid! ¡Qué modo de amenizar la vida al forastero! Eso sí; el paisaje
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