De Sobremesa; crónicas, Cuarta Parte (de 5) - 9

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de los niños. Todos se aprestan para recibir la visita de los Reyes
Magos, los reyes de leyenda y de ensueño, que vienen de tierras lejanas
con su cabalgada de dromedarios cargados de juguetes y golosinas por
tesoro.
De todas las leyendas piadosas ninguna tan arraigada en nuestro
espíritu. Los padres más racionalistas y librepensadores la respetan
en sus hijos, y al poner los regalos de misterio en la ventana, tal
vez los padres estén más ilusionados que á la mañana los niños al
descubrirlos.
Y ¿quién no espera toda la vida y cada día la llegada de los Reyes
Magos?
El prosaico cartero es el mago de Oriente. A cada carta de letra
desconocida, pensamos al abrirla, trémulos de ilusión y de esperanza:
¿Será el amor? ¿Será la riqueza? ¿Será nuestra felicidad?
Nuestro corazón está siempre en la torre, como la hermana Ana en el
cuento de Barba Azul, y sin cesar le preguntamos:--¿Qué ves? ¿Quién
llega por el camino? Y hasta la hora de morir esperamos, y cuando llega
la muerte, acaso esperamos todavía que sea la felicidad.
* * * * *
Entre los libros de estrena--esta palabra, traducción exacta de los
êtrennes franceses, fué muy usada por nuestros clásicos Lope de
Rueda, Mateo Alemán y otros,--se destacan por su elegante y graciosa
presentación los libros ingleses. Maestros en las artes tipográficas,
grandes artistas ilustrados, todos los años nos presentan nuevas
ediciones de sus autores clásicos y de sus poetas, los primeros del
mundo.
En libros para niños ofrecen maravillas de buen gusto, libros
educadores, aunque sólo fuera por su artística presentación.
Las ilustraciones de _Rackam_ en _El sueño en noche estival_, de
Shakespeare; la trilogía de Wágner, los cuentos de Grimm y Peter Pan,
son admirables obras de arte.
De inspiración japonesa, unen á la más graciosa espontaneidad, la
ejecución minuciosa. Parecen acotaciones ligeras, apuntadas, como
por juego, al hojear el libro, y nos muestran, como profundo estudio
crítico, el espíritu de la obra ilustrada. Ilustrar de ese modo, bien
puede llamarse ilustrar.
En España son raras las ediciones de libros ilustrados. ¿No hay
editores de ellos por falta de ilustradores, ó no hay ilustradores por
falta de editores? Este es uno de tantos problemas nacionales en que es
difícil precisar cuál sea la causa, cuál sea el efecto. ¿No hay oferta
porque no hay demanda ó no hay demanda porque no hay oferta?
España, tierra de grandes pintores, no lo ha sido de grandes
dibujantes. Nuestros artistas consideran el arte de la ilustración
como un arte inferior; sólo obligados por la necesidad consienten en
rebajarse hasta él, y siempre con cierta displicencia, que no es la
mejor disposición de espíritu para producir obras de arte.
* * * * *
Mucho bueno creemos que puede hacerse en la Escuela del Hogar, proyecto
y realización muy laudables del ministro de Instrucción pública, hombre
muy de su tiempo.
Podrá decirse que la mejor escuela del hogar debiera ser el hogar
mismo, pero como lo cierto es que la mayoría de los hogares no pueden
ser escuelas, preciso es que haya escuelas que parezcan hogares.
Mas, como no sólo en el hogar vive el hombre, no como protesta, ni
en oposición, todo lo contrario, como complemento, algo así como las
clases de adorno en los colegios, yo sé que algunos señores de buen
humor se proponen fundar otra escuela que pudiera llamarse... el nombre
es difícil; vamos, algo así... lo que no es hogar... Ya me entienden
ustedes.
Aunque con la buena enseñanza de la escuela oficial es seguro que
disminuirá el número de solterones, todavía quedarán algunos
recalcitrantes que tienen derecho á la vida, sin contar con los muchos
casados de alternativa y algunos eclesiásticos.
En todos ellos han pensado los fundadores de la escuela, que pudiéramos
llamar libre, para prevenirles una existencia placentera en que, sin
el calor un poco atufante del hogar doméstico, no les falte nunca una
agradable calefacción.
También han pensado en las innumerables jóvenes distinguidas, sin
vocación de vestales de hogares, que ven malogradas sus aptitudes por
falta de una esmerada enseñanza, que no siempre pueden dar las madres,
aunque haya casos excepcionales.
Se organizarán cursos teóricos y prácticos de asignaturas muy
interesantes. Las alumnas podrán ser matriculadas ó libres, aunque
siempre serán preferidas las segundas á las primeras.
Las faltas de asistencia serán dispensadas, siempre que la alumna las
justifique con haber repasado en su casa la asignatura ó haber salido
de prácticas.
En el claustro de profesores y de profesoras figurarán personas muy
poco respetables, verdaderas autoridades en las asignaturas cuya
explicación les ha sido confiada.
Algunas distinguidas escritoras fluctúan entre ocupar una cátedra en la
Escuela del Hogar ó en esta nueva escuela. Hay algunas que estarán con
un pie en cada una y su actitud parecerá naturalísima á todo el mundo.
No hay la menor incompatibilidad. Ni en la comida casera dice mal algún
plato de fonda, ni en la comida de fonda algún plato casero.
A las señoras de su casa les convendrá matricularse en alguna clase
de adorno, aunque sólo apliquen las enseñanzas á las necesidades
domésticas; como á las otras les convendrán algunas asignaturas de la
Escuela del Hogar, porque el mundo da muchas vueltas, y hay hombres
tan de hogar que, cuando dejan uno, es para buscar otro, y son los
que compran á pares los pares de zapatillas alfombradas, y quieren
encontrar en todas partes las mismas cosas en el mismo sitio. No
varían, continúan. Son fieles hasta en las infidelidades.


XL

Si en torno á los reos de Cullera sólo hubieran disputado bandos
políticos contrarios por la vida ó la muerte de los condenados á la
última pena, tal vez, en este caso, no fueran los compasivos los que
tuvieran razón.
Mas pasada la turbia que estas revueltas aguas de la actualidad traen
de origen consigo, los espíritus desinteresados, los que no pierden
nunca la noble serenidad inteligente, comprenderán, aunque por algo del
momento se apasionaran unos y otros, que algo sobre la actualidad, con
aspiración á lo definitivo, se eleva sobre las discusiones apasionadas.
Nada sería el perdón de hoy si no significara la abolición de la pena
de muerte en España. Esa pena, que es vergüenza en toda sociedad
civilizada, y si la civilización se enorgullece con el nombre de
cristiana, no es ya sólo vergüenza, es crimen y es pecado.
La pena de muerte es la negación de la Justicia: es la pena bárbara
del Talión, es la venganza que el propio ofendido se tomaría por su
mano, sin necesidad de que unos jueces togados se interpusieran para
dilatar fríamente la ejecución, cuando quizás los propios ofendidos han
perdonado.
Pena que nada remedia y nada evita. Cuando más se aplicaba, más
numerosos eran los crímenes. Hasta en delitos de imaginación, como en
los brujos y posesos, puede comprobarse: cuanto más arreciaba el rigor
en los suplicios, más se recrudecía el contagio, y eran en mayor número
los que á sí mismos se acusaban de practicar diabólicas artes.
¿Ejemplaridad? No debe ser mucha la de una pena que todos los modernos
legisladores creen más conveniente rodear en su ejecución de misterio y
hasta se ha consignado, al término de largas discusiones en Congresos
penitenciarios, la conveniencia de que la Prensa periódica se abstenga
de publicar detallados relatos de toda ejecución capital. ¿Por qué todo
esto, si de tan provechoso aviso y ejemplo fuera la pena de muerte?
¿No es todo esto palmaria confesión de que tan contagioso es el crimen
como la pena, cuando se iguala al crimen en el procedimiento?
Ya es sobrada concesión que los hombres podamos juzgarnos unos á otros,
pero nunca de un modo irreparable. Porque andamos individualmente
sueltos por el mundo, nos creemos desligados unos de otros, y hay
un espiritual cordón umbilical que á todos nos une como á un solo
organismo humano.
En toda gloria de la humanidad tenemos todos nuestra parte de gloria, y
en todo crimen, nuestra parte de culpa.
¿Por qué ante las hazañas de nuestros soldados, ante los triunfos
de nuestros grandes artistas, algún buen hombre, ajeno á todo valor
y á todo arte, exclama con orgullo: «¡Somos muy valientes! ¡Somos
muy artistas!» Hay quien ante las gallardías de un torero se ufana
de ellas, como si fueran propias, y dice muy orgulloso: «¿Han visto
ustedes cómo hemos quedado en Méjico?» ¿Por qué no se considera del
mismo modo solidario de crímenes y errores?
¿Quién sabe de dónde cayó la piedra propulsora de las ondas sociales?
¿Quién sabe de qué baja bestialidad llegó la inspiración al artista?
¿Quién sabe de qué alta inteligencia luminosa llegó la negrura del
crimen á un alma de tinieblas?
Los pueblos tienen sus héroes y sus artistas y sus grandes hombres,
como tienen sus criminales. En todos hay algo de todos.
No lo olvidemos al juzgarlos. Por todo esto, ya veis si un Gobierno
español tiene siempre razón para perdonar, y todos para agradecerle que
perdone. Es como si nos perdonaran á todos y todos nos perdonáramos
unos á otros.
* * * * *
Persona, al parecer eclesiástica, me escribe muy indignada porque yo he
dicho que los santos en vida no fueron muy bien mirados por la Iglesia.
¿Habré de recordar á persona tan docta los muchos santos que anduvieron
en opinión de herejes y padecieron persecuciones y entredicho? ¿Bastará
con recordar á San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz y Santa
Teresa de Jesús? ¿No tiene el primero que pasar los imposibles hasta
ver aprobados los Estatutos de su Orden? ¿No padecieron los de casa
persecuciones de la Inquisición y de sus superiores? ¿No llamó el
Nuncio de Roma fémina inquieta y andariega á Santa Teresa?
No es que á mí me parezca mal; todo ello es naturalísimo. Los espíritus
superiores, en cualquier esfera de actividad, son una perturbación.
Parafraseando un refrán algo brutal, bien puede decirse: «El grande
hombre muerto, y el apio en el huerto».
Digan ustedes á cualquier familia de un grande hombre: «¡Qué orgullosos
estarán ustedes!» Y por vergüenza no se atreverán á decirlo; pero,
¡vaya si lo piensan!: «Lo que estamos es... que no le podemos aguantar.»
Los santos y los genios no tienen vista más que á muchos siglos
de distancia, cuando ya no les queda ni descendencia; porque hay
descendientes que, sin ser santos ni genios, abusan del nombre del
antecesor ilustre para seguir molestando.


XLI

En literatura destinada á los niños hemos sido, por mucho tiempo,
importadores de libros extranjeros. El _Juanito_ de nuestra niñez, el
admirable _Corazón_, de Amicis; los cuentos de Grimm, de Andersen, no
tienen en España equivalentes. Las mismas fábulas de Samaniego, la más
castiza lectura en nuestros tiempos de colegiales, al través de Esopo
y de Fedro, llegan á España por el francés La Fontaine, tan odioso á
Lamartine como educador. En efecto, la moral de las fábulas es algo
sanchopancesca, rastrera, y el gran poeta tenía sobrada razón para
abominar de ellas como libro iniciador de poesía en el espíritu del
niño.
Los cuentos de Perrault, por su asunto, serán eternamente encanto de
los niños, aunque su erudito autor, al contarlos, puso en ellos cierta
socarronería, como para las damas y cortesanos de colmillo retorcido,
en quienes pensaba al escribirlos más que en los ingenuos lectores
infantiles.
Las _Mil y una noches_, por mucho que se expurgen, no son de lectura
muy conveniente para niños. Trascienden á sensualidad oriental y
perturban la imaginación.
Nuestro _Don Quijote_, fuerza es confesarlo, es de incomprensible y
aburridísima lectura para chicos. Es libro para leerlo después de los
treinta años. Por eso hay tan pocas mujeres que lo hayan leído.
En publicaciones periódicas para la infancia tampoco hemos sido muy
fecundos. La mejor, sin duda, fué _Los Niños_, periódico fundado y
dirigido por D. Carlos Frontaura, de grata memoria, y sus artículos y
cuentos más amenos traducciones eran también casi siempre.
En colaboración con D. Teodoro Guerrero publicó el mismo D. Carlos
Frontaura unas cuantas comedias para niños, de moral un tanto
sensiblera, pero muy bien intencionadas; y una entre todas, titulada
_Una lección de historia_, muy bien compuesta para grabar en la
imaginación de los niños gloriosas páginas de la Historia de España.
Otro distinguido escritor, Segovia Rocaberti, publicó también una
colección de obritas teatrales infantiles. Hoy día publica también una
el Sr. Espasa, en Barcelona. De Buenos Aires recibí, poco tiempo ha,
otra numerosa colección.
De Fernán-Caballero tenemos una Mitología, explicada á los niños,
verdadera obra maestra de discreción y de buen gusto.
Para niños de librepensadores y racionalistas es obra muy apreciable
_Ponos ó La Comedia Humana_, de D. Melitón Martín, obra injustamente
olvidada, á mi entender; tal vez famosa en todo el mundo si no fuera
española.
Como nuestra enseñanza, cuando no es de una estrechez de miras
clerical, es de una pedantería filosófica aún más estrecha, la obra de
D. Melitón Martín ha padecido bajo el natural desvío de los unos, que
no quieren que nadie sepa de nada, y de los otros, que se lo saben todo.
Entre la infinita ignorancia y la infinita sabiduría, extremos, sin
término medio, de la mentalidad española, ó no nos enteramos de nada,
ó sólo de Kant para arriba. O en el zaguán ó en el quinto cielo. Y en
el quinto cielo de un salto, sin tomarnos el trabajo de subir por las
escaleras.
Género muy difícil de literatura es un género en que ha de olvidarse
el escritor de toda literatura; cosa muy difícil para el verdadero
literato y cosa imposible al que no lo es: que se acuerde de toda la
mala literatura á la hora de escribir.
Para escribir un buen cuento de niños hay que tener alma de madre. Lo
que es lo mismo, ser un gran artista, verdadero artista. El alma del
Arte es alma de madre, como el alma de la Naturaleza.
Género de arte en que debieran triunfar las mujeres, si no fuera que la
mayoría de las mujeres escritoras tienen muy poco de femenino.
Cuando la mujer es mujer antes que escritora y mucho antes que
literata, escribe, cuenta, mejor dicho, deliciosos cuentos de niños,
todos de ingenua imaginación y candoroso sentimiento. Cuentos que
pueden interesar á los niños de todos los tiempos y de todos los
países; porque el alma del niño es siempre universalmente primitiva.
En cada niño nace la Humanidad. En cada nación, desde las capitales
civilizadas, emporio de cultura, hasta las aldehuelas pastoriles, más
que unidas, apartadas por senderos riscosos de las ciudades, puede
estudiarse, mejor que en los libros, la historia de las razas y los
pueblos en su más remota ascendencia. No son códices y monumentos,
cronicones y sepulcros los que mejor nos hablan de edades pasadas;
son seres vivos, hombres y mujeres, que viven hoy en el alma de otras
edades, las más remotas, hasta la misma edad de piedra.
Los grandes escritores, cuya gloria perdura sobre los pueblos y los
siglos, son los que acertaron á contar mejor esos eternos cuentos que
interesa siempre al espíritu infantil de la Humanidad.
Todas las grandes obras de la literatura, si bien se advierte, son
cuentos de niños. Obras que conmoverán eternamente lo que hay de niño
en el alma de todos los hombres y de todos los pueblos.
Cuentos de niños, _La Iliada_ y _La Odisea_; cuentos de niños, _La
Divina Comedia_, y nuestro _Romancero_, y _La Canción_, de Roldán, y
los _Fabliaux_ franceses, y los cuentos de Chaucer, y las tragedias de
Shakespeare, y los dramas legendarios de nuestro teatro...
Hoy, entre el espíritu del escritor y el espíritu del pueblo, el
eterno niño, media una distancia que no basta á salvar una artificiosa
sencillez toda de habilidades literarias. La sencillez no se imita con
nada; con la bobería, mucho menos. Ni con místicos ó castizos vocablos.
Sin afectación, alegre, claro, limpio, llega un libro de cuentos para
niños, _Cuentos de hechos_, de Gertrudis Segovia, libro de mujer,
como yo quisiera todos los libros escritos por mujeres; libro que
añade á nuestra pobre literatura infantil unas flores, más valiosas
que joyas. Hay en él cuentos comparables en interés al delicioso del
_Pájaro Azul_, de Mme. D'Aulnoy, y á _La Bella y la Bestia_, de Mme.
de Beaumont. Son verdaderos cuentos para niños. Y doy fe de ello,
porque sé de varios niños que los han leído con entusiasmo y sé de una
señorita distinguida que se ha aburrido mucho. Una señorita distinguida
es lo menos infantil que se conoce. Una señorita distinguida, si la
dicen que puede tener hijos, suele exclamar: ¡Por Dios! Chiquillos, no.
¡Qué lata!
A señoritas de estas de ¡Qué lata! no hay que ofrecerles cuentos para
niños. Con la conversación de algún joven, tan distinguido como ellas,
tienen bastante pasto intelectual.


XLII

El príncipe de Mónaco es un príncipe dichoso. Su minúsculo Estado, el
más pacífico del mundo. No agobian á sus súbditos contribuciones ni
cargas. Su ejército es un elegante Cuerpo de Policía; sus barcos no son
de guerra, son de paz, y su insignia, la más alta y más noble expresión
de paz, la Ciencia.
En el _Princesa Alicia_ no van, con el noble príncipe de Mónaco, ni el
conquistador, ni el colonizador, ni el aventurero, ni el viajante de
comercio, ni el deportista; va el sabio explorador de tierras y mares,
sin otro interés que el estudio mismo.
Al contrario de otros príncipes, para este afortunado, el gobernar es
un descanso. Por eso puede hacer del estudio su deporte.
Contra siete vicios hay siete virtudes en este mundo. Pero en los
felices dominios de este príncipe, contra innumerables virtudes hay un
solo vicio.
Él es fuente de prosperidad y bienandanza, él costea las exploraciones
científicas, él permite en Exposiciones universales, al minúsculo
Estado, tan lucido papel como á muchas grandes potencias. El amor á la
Ciencia de un príncipe sabio contrapesa, muy justamente, grandeza y
poderío de otras naciones.
Con todo esto, ¿no pudiera escribirse algo muy interesante sobre la
moral de lo inmoral?
Como toda la moralidad de un Estado no puede ser, en resumidas cuentas,
más que hipocresía, en los Estados moralistas son los trabajadores y
los honrados los que vienen á pagar y á sostener vicios y holganza.
El Principado de Mónaco, sin hipocresía, logra algo más justo: el vicio
tributario y el trabajo exento.
No hay persecución capaz de exterminar un vicio, como el vicio sea de
los arraigados en la naturaleza humana. La persecución infructuosa sólo
conseguirá añadir al vicio del vicioso el delito del encubridor: más
repugnante todavía, cuando tras de encubrir, delata.
En cuanto á que no hay nada tan elástico como la moralidad, ¿es preciso
insistir? Yo confío mucho en la discreción de nuestras autoridades.
Pero, ¿se imaginan ustedes el contraste, si en estos días se le
ocurriera á un delegado sorprender alguna partidita de juego?
El Gobierno, que honra, agasaja, condecora y recibe como se merece al
noble príncipe, soberano dichoso del más dichoso Estado, no podría
consentir esa inconveniencia.
¡Envidiable suerte la de este príncipe! ¡Ay! Tanto como él la Ciencia,
amaría yo el Arte, si se me permitiera explotar siquiera una ruletita
con un par de ceros.
* * * * *
A los partidarios de la pena de muerte les ha parecido crisis de
sentimentalismo y aun de histerismo el movimiento abolicionista
determinado con ocasión de recientes indultos.
Si á histerismo fuéramos, también pudiera haberlo sanguinario, y
siempre sería más expuesto que el filantrópico y sentimental. Pero, ¿á
qué agraviarnos mutuamente? Siempre habrá dos conceptos fundamentales
de la vida: conservador y liberal. En el más amplio sentido de estas
palabras.
El sentido conservador considera la vida con escepticismo oportunista.
La humanidad es mala de suyo y las sociedades constituídas por los
hombres adolecen de sus mismas imperfecciones. Siempre ha sido lo mismo
y lo mismo será mientras el mundo exista. Es inútil aspirar á mejoría ó
perfección.
Contra los perturbadores del orden social no hay más defensa que...
defenderse. Contra los malos, el castigo. ¿La enmienda? ¡Ilusión,
utopía progresista!
Este sentido es muy respetable, y más lo sería llevado al extremo.
Supresión radical de cuanto hay de inútil, perjudicial y parasitario.
A defenderse del criminal como del apestado, del inútil como del vago,
del loco como del imbécil.
¿Quién sabe si esta despiadada selección no sería el medio más eficaz
de cultura?
Pero hay quien considera, tal vez ilusionado, que el espíritu humano es
perfectible y perfectible la vida, y perfectibles las sociedades. La
historia conocida de la humanidad es de muy poco tiempo y son días los
siglos de que podemos tener noticias, y aun esos bastan para decirnos
que es hacia el bien el lento caminar y hacia la perfección todo el
camino. Poco á poco y despacio, eso sí. El efectivo avance apenas
responde al aliento espiritual.
El poeta del premio Nobel, en este año, Maeterlink, lo dice: «Para
realizar siquiera un bien pequeño en nuestras acciones, hay que soñar
con las más altas y generosas empresas de bondad.»
En cuanto á la parte de responsabilidad social, de solidaridad, mejor,
en virtudes y en crímenes, ¿no habéis leído _Resurrección_, de Tolstoi?
Antes de juzgar debemos juzgarnos. Será la mejor lección de todo delito.
Consideremos el caso de Cullera. Ya parece lejano, como un suceso
histórico. No puede haber ofensa para la memoria del juez cruelmente
asesinado. Doy por supuesto que era el juez más íntegro, más justo,
más digno. Lo era. Pero, ¿es siempre así? El que haya vivido algún
tiempo en un pueblo, ¿sabe de las injusticias, de las iniquidades, de
las tropelías de la justicia al servicio de los caciques?
Los pueblos sufren años y años, y en un día, por fin, se cobran, con
aparente injusticia, quizás cuando menos debieran y en quien menos mal
hizo, todas las injusticias padecidas... Hicieron mal, no hay duda.
Pero, ¿dónde empezó el mal?
Eranse dos amigos, de los cuales el uno en cuanto ponía mano prosperaba
y juntó un cuantioso capital en poco tiempo. El otro era tan
desdichado, que el negocio más seguro acababa para él en un desastre.
Por si su mala suerte consistía en ser más honrado en sus tratos
que el amigo, se dejó de escrúpulos y quiso imitarle, por ver si se
desquitaba. Todo le salía mal del mismo modo.
Un día jugaban al tute los dos amigos, mano á mano, y el infeliz no
lograba baza, mientras el otro no dejaba de acusarle las cuarenta, más
veinte, y vuelta á lo mismo, y así toda la partida.
El perdidoso bramaba y para sus adentros iba repasando su historia y
la de su amigo, la sinrazón de sus malos negocios y los buenos del
otro, las pillerías que al amigo le habían enriquecido y á él sólo
le habían traído pleitos y disgustos. Y al fin, cuando una vez más
le acusaba el amigo las cuarenta, se levantó, rojo de cólera, tiró
cartas, mesa, sillas y luces y la emprendió á golpes con el ganancioso,
gritándole:--¡Ladrón! ¡Pillo! ¡Granuja! ¡Si toda tu vida has sido lo
mismo!
Nadie podía explicarse aquel arrebato; todos se lo afearon mucho.
¡Ponerse así porque le acusaban las cuarenta!
Pero, lo que él decía:--¡Señor! ¿Si creerán que ha sido por estas
cuarenta de hoy? ¡Si es que toda su vida me las ha estado acusando y...
ya no podía más, ea, ya no podía más!
Hay muchas cosas, inexplicables en un momento, que tienen su
explicación en toda una vida.


XLIII

El Municipio de la opulenta Bilbao, al discutir sus presupuestos,
acordó grandes economías en las subvenciones á las cantinas y á las
colonias escolares.
Cuando en todos los países civilizados se concede la mayor protección,
moral y espiritual, á estas instituciones, en el Ayuntamiento de Bilbao
se alzan destempladas voces para protestar contra ellas.
Un edil dice que las colonias escolares no pasan de ser un recreo, una
diversión para los niños. ¡Gran argumento! Y si no fueran más que eso,
si no fueran salud y vida, ¿estaría tan mal empleado el dinero?
Otro dice que no hay para qué contribuir á la regeneración de los hijos
de los borrachos. ¡Admirable argumento también! Y, ¡admirable espíritu
de caridad cristiana!
Para ellos hacen y para sus hijos, al no hacer por los hijos de los
demás, por borrachos que fueran.
A un hombre muy inteligente le oí yo decir muchas veces que, para
tratar en cualquier negocio, si había de ser un pillo, le diera
Dios pillos muy pillos, que éstos, al fin, por interés propio,
atinaban siempre con el interés ajeno. No como el pillo bruto--mezcla
detonante,--que por quererlo todo para sí, malogra las mejores empresas.
Del mismo modo, ya que sea el egoísmo primer móvil de las acciones
humanas, seamos de veras egoístas, y, por verdadero egoísmo,
comprenderemos la conveniencia del bien ajeno. Por nuestra salud, nos
cuidaremos de la salud de los otros; por nuestra seguridad, de su
honradez; por nuestra inteligencia, de su cultura; por nuestra riqueza,
de su bienestar. No es lo malo que seamos egoístas, sino que lo somos
malamente. Los grandes bienhechores de la humanidad han sido los
grandes egoístas. Querían un mundo mejor para vivir mejor ellos.
A los que no son egoístas, cualquier cosa les está bien y viven tan
á gusto en una pocilga. Esos no moverán pie ni mano por mejor cosa
propia ni ajena.
* * * * *
Nada más gracioso y artístico que las danzas de Loie Fuller y sus
discípulas. Loie Fuller, inventora de la famosa danza serpentina tan
copiada y tan imitada después, ha comprendido toda la verdad de la
máxima de D'Annunzio: Renovarse ó perecer. Y si es cierto que en la
parte física no ha podido contrarrestar el irreparable ultraje de los
años, como dijo el trágico, en la parte artística, ya que no renovado
del todo, ha rejuvenecido su arte con artísticas variaciones sobre
el antiguo tema: «Bella forma mortal passa, é non d'arte», que dijo
Leonardo, y adoptó después por lema el mismo Gabriel D'Annunzio.
Loie Fuller, con sus vaporosos contornos de nube, de llamarada, de
viviente flor, de mariposa, con sus combinaciones de luces y colores,
ha sido una gran innovadora en arte. Con especialidad, en el arte
decorativo llamado modernista. La moda femenina también ha encontrado
en ella atrevidas inspiraciones coloristas.
En el arte de la danza, su influencia ha sido decisiva. Loie Fuller,
según ella misma refiere, halló en la India la inspiración de sus
bailes. Hoy todo el moderno arte del baile busca en la antigüedad
ritmos de líneas y colores. Y son Isadora Duncan, Maud Allens, Regina
Budet, Ida Rubenstein, la Truhanowa, Tórtola de Valencia, toda una
pléyade de bailarinas, evocadoras de las antiguas danzas de Grecia y de
la India, danzas religiosas, sacerdotales, de iniciación y de misterio.
Unas por instinto, otras por arte. La mujer es siempre vaso de
elección, propicio al hervor del fuego sagrado.
El baile moderno ha dejado de ser acrobatismo. Hoy pueden danzar las
bailarinas con los pies desnudos; las bailarinas más famosas de antes
no hubieran podido mostrar sus pies, atormentados por el horrible
ejercicio al bailar sobre las puntas de los dedos; pies que habían
perdido su forma, ensangrentados muchas veces al cabo de horas y horas
de ensayos mil veces repetidos para lograr fuerza y agilidad. ¡Las
vueltas de cintura de la Pinchiara, los punteados de Rosita Mauri! Todo
ello pasó para no volver, hasta que de puro viejo sea antiguo, que la
antigüedad es la juventud de las cosas viejas.
* * * * *
Pero una de nuestras autoridades se ha propuesto cumplir con la ley
de protección á la infancia y ha prohibido la presentación de las
discípulas de Loie Fuller en el teatro.
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