De Sobremesa; crónicas, Cuarta Parte (de 5) - 7

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y el aire sano del campo compensan de todo. Salvo que el paisaje está
todo acotado, para consuelo de los que no quieren terrenos baldíos, y
no hay por dónde pasear ni por dónde asomarse al campo; salvo que el
aire huele á paja quemada ó á carroña de animales muertos que se pudren
al aire libre; salvo que los niños, que fueron de Madrid tan sanos,
atrapan la tos ferina ó el sarampión, ó unas calenturas, gracias á la
higiene de esos admirables lugares, reino eterno de Herodes.
¡Oh, el campo, los pueblecitos! ¡Qué bien se vive en ellos con una
casa á estilo de Madrid, con criados de Madrid, haciéndose llevar los
alimentos de Madrid, con periódicos de Madrid, amigos de Madrid y mucha
agua de Colonia... de cualquier parte!
Los más exaltados africanistas debieran emprender frecuentes
exploraciones por muchos de estos lugares. Tal vez á la vuelta se
hubiera enturbiado su fervor de civilizadores y conquistadores de
tierras extrañas. ¡Pues no hay poco que civilizar y que conquistar
sin salir de casa! Y no vale decir que para eso siempre hay tiempo, y
para eso los tenemos cerca. Precisamente porque están cerca es posible
que, si no los conquistamos pronto, nos conquisten ellos. Y que, á los
bárbaros de fuera, se les ve venir; pero los de casa, no han avisado y
ya están encima. Todo será que el hambre apriete un día demasiado. Así
como así, con los remedios que proponen algunos economistas, dignos
de los mejores tiempos de la Edad Media... Proteccionismo y cierre
de puertas. Es el mejor remedio. Bien decía D. Juan Valera que la
Humanidad estaba empezando á vivir.


XXIX

El malestar ocasionado por la carestía de la vida es universal. Las
gentes andan mal humoradas, y el mal humor se traduce en motines,
huelgas y disturbios, con cualquier pretexto, que, no pareciendo
suficiente á los que no quieren enterarse de la verdadera causa, les
hace pensar en el oro extranjero, en traidores y agitadores extraños.
Aquí pensamos en el afrancesado, como en tiempos de la invasión
napoleónica.--Todo esto es como pensar en polvos misteriosos que
envenenan las aguas, en tiempo de mortífera epidemia.
Claro es que, muchas veces, los mismos que protestan y se enfurecen,
no se dan cuenta de la verdadera causa de sus furores. ¡Pesan sobre
el dinero y sobre las necesidades materiales tantos anatemas poéticos
y románticos, que á todos nos da cierta vergüenza confesar, cuando
andamos tristes y cariacontecidos, que la causa primordial es la falta
de metales preciosos y precisos! ¡Hay tanta pasión de ánimo y tanta
neurastenia que se curaría con unos cuantos billetes de mil pesetas! Y
¡hay tanto socialismo, tanto republicanismo y tanto idealismo que se
curaría del mismo modo!
Los médicos y los gobernantes, para acertar en sus diagnósticos, han de
ser algo materialistas. El estado financiero del paciente, individuo ó
pueblo, es de gran importancia para diagnosticar y recetar con acierto.
Hay tristezas que parecen, y así lo asegura el enfermo, de lo más
espiritual del mundo; y con buena alimentación, diversiones y algún
dinero, desaparecen en cuatro días, sin dejar señales. No hay más que
comparar lo que dura un duelo en una casa donde la familia queda muy
bien, con lo que dura donde, como suele decirse, el difunto se llevó la
llave de la despensa.
Yo estimo en mucho á esas buenas señoras, serviciales y conocedoras del
corazón humano, que, en las grandes catástrofes familiares, se dedican
á ofrecer y servir tazas de caldo, vasos de leche y yemas de huevo.
Este sistema, aplicado al gobierno de los pueblos, produciría los
mejores efectos. ¿Que los pueblos se agitan y se inquietan por alguna
idea política? Leyes económicas, de lo más grosero y materialista: la
taza de caldo, el vasito de leche y las yemitas de huevos.--Llore usted
lo que quiera, pero hay que tener fuerzas.--Así dicen esas señoras
solícitas que, por haber asistido á muchos duelos de familia, saben el
modo de curar desmayos y síncopes de viudas y huérfanas. ¡Al estómago,
al estómago! No hay que tomar el corazón muy en serio, ni en los
pueblos ni en los individuos.
* * * * *
Hasta ahora, el público del teatro de Apolo era el que ofrecía mayor
resistencia á dejarse emocionar por la pura emoción artística. Los
mejores éxitos literarios obtenidos por algunas obras en aquel teatro
fueron logrados á punta de chiste. Presentarse allí á cuerpo limpio era
empresa arriesgada. Sinesio Delgado es testigo de mayor excepción. El
éxito de _Lirio entre espinas_ ¿será sólo un acierto de una obra y de
un autor?, ó ¿será también un acierto del público? Mucho habría que
celebrar lo primero; lo segundo, doblemente.
Una de las grandes ventajas de los teatrillos y salones en que se
cultiva el género llamado _varietés_, es haber sido un derivativo para
que cierto público no busque en teatros donde debe cultivarse otro
género, lo que en esos salones puede encontrar en abundancia.
Bueno es que se deslinde el campo. A un lado, el teatro; á otro, el
escaparate. Que cada cual sepa dónde debe ir y dónde no, á satisfacer
sus gustos y sus aficiones.
Hasta ahora, el arte y la literatura habían sido para esos teatros
lirio entre espinas.
Esperemos que, en adelante, aunque no todo sean lirios, todas sean
flores.
* * * * *
Con los comienzos de la temporada teatral anuncia su alegre entrada en
Madrid el invierno de los dichosos.
Como en las procesiones españolas, Dios grande y Dios chico, hay
siempre dos estaciones en cada estación del año. Una, para los que
tienen sus diversiones distintas en cada una; otra, para los que pasan
los mismos apuros en todas ellas.
En unas casas se piensa ahora en el abono á los teatros, en bailes y
fiestas, en las nuevas noches de invierno, en alfombras y pieles. En
otras se piensa en la falta de trabajo, en la pobre ropa empeñada.
El invierno acusa, como ninguna otra estación, lo terrible de las
desigualdades sociales.
El hielo que endurece la tierra y dificulta al pobre labrador sus
labores, sirve para que los ricos patinen sobre él, bien aforrados
en pieles. Por si el hielo natural falta para su diversión, tienen
patinaderos de hielo artificial.
La industria de los hombres no se ha cuidado tanto de aliviar males al
pobre como de aumentar goces al rico. Verdad es que los pobres pagan
mal y agradecen peor.
Por eso nadie trabaja para ellos; ni ellos mismos. Todas las
comodidades, todo el lujo, todo lo que embellece y alegra la vida,
pasa por sus manos sin dejar rastro de bienestar, de belleza ni de
alegría. En sus manos todo es trabajo, pena y miseria.


XXX

¡Buenas reprimendas se está ganando Italia, de la parte de las señoras
mayores, por querer ella jugar también á la señora mayor y hacer de
gran potencia! ¡Como si fuéramos todos unos, frailes y tamborileros!
¡Tendría que ver! Cuando las grandes andan con mil remilgos y
miramientos por no tropezarse ni ofenderse, que una loquilla viniera á
enredarlas á todas.
Están Francia y Alemania, muy señoras y muy reverendas, nota va, nota
viene, hasta aquí cedo y de aquí no paso, por si pueden evitarse el
venir á las manos, que las dos tienen muy ocupadas, y se le ocurre á la
señorita sin juicio de las tarantelas echarse de conquista y de bulla
por esos mares.
Las grandes señoras, acostumbradas á ponerse el mundo por montera,
dicen, escandalizadas ante la empresa de Trípoli, que esas no son
formas entre naciones decentes y que de quién las habrá aprendido
Italia.
--Ella no tiene posición para eso--como decía una aristócrata,
censurando á una burguesa que se permitía tener amantes.
El que tiene posición puede permitírselo todo en este mundo. Pero el
que no la tiene ¿cómo llega á tenerla? ¿Cómo van á llegar los pequeños
á grandes, si los grandes tienen monopolizados todos los medios de
engrandecerse?: el atraco, el despojo, la estafa; los medios más
usuales entre naciones decentes y civilizadas.
* * * * *
Peligroso, peligrosísimo juego, que no aconsejaríamos á ningún
Gobierno, es el de ilusionar y desilusionar de un día á otro.
Contra su certero instinto de gato escaldado, el pueblo español está
como quien quiere creer, si no cree; en las mejores disposiciones
para terminar en creyente. No pide milagros, pero... ¡si se los
cuentan! Casi, casi, se dará por contento con volver de la aventura,
como el gitano tuerto, por lo menos con el ojo que le quedaba sano.
No pretendamos ponerle vendas en los ojos, que la verdadera fe no
se falsifica con nada; y no hagamos que, por querer infundírsela
con milagrerías, acabe por no creer ni en los milagreros ni en los
verdaderos apóstoles. Hasta ahora sólo cree en los mártires.
* * * * *
La Biblioteca Nacional era una institución intangible é inviolable. Un
distinguido escritor se lamentaba días pasados de que nadie sostuviera
una campaña contra esa plaza fuerte. Sólo algunos artículos en broma y
algunas quejas tenues.
Las bromas no sientan mal, y, por desgracia, es más fácil llamar la
atención sobre un asunto echándolo á broma que tomándolo en serio.
Las quejas... ¡Caramba! ¡Cualquiera se atreve á insistir! Apenas se
atreve uno á protestar contra una deficiencia, un descuido, salen
como energúmenos unos cuantos señores, clamando que todo ello es
ganas de molestar, que la Biblioteca es una perfección y no hay nada
que mejorar ni que corregir en ella ni en sus servicios. ¡Admirable
institución que ha llegado á ese punto en que ya nada puede mejorarse!
Cuidado que en esas quejas nada iba contra el respetable Cuerpo de
Archiveros y Bibliotecarios; al contrario; más se procuraba que se les
aliviara en trabajo y se les aumentara el sueldo. Pero nada, ni aun así
agradecen las quejas.
En cuanto á los señores de la casa, los eruditos y bibliófilos del
santo y seña, esos ya es sabido que son como los devotos beatones:
parroquianos fieles de una iglesia, les molesta cualquier extraño que
venga á turbarles en sus oraciones. Dicen que para cuatro golfos que
van á la Biblioteca á destrozar los libros... Yo tengo la seguridad de
que peligra más un libro en manos de un bibliófilo, rata de biblioteca,
que en manos de un golfo. La verdad, no veo á un golfo arrancando hojas
de un libro, para ahorrarse el trabajo de copiarlas ó para evitar que
otro las copie. Además, cuanto mayor sea el número de golfos que acuda
á la Biblioteca, menor será el peligro de que manchen ó estropeen los
libros. Cuantos más sean los que pueden verse unos á otros, más cuidado
tendrán de que alguno pudiera delatarlos en su vandálica tarea. Sabido
es que en París estaba más seguro el Museo del Louvre cuando, por ser
gratuita la entrada, acudían numerosos golfos, que cuando, por costar
dinero, apenas si acudían más que los extranjeros y provincianos. En
los tiempos de la entrada libre y popular no hubo ningún robo. Acaso
hubiera sido imposible el de _La Gioconda_ con el sistema de la puerta
franca. Del mismo modo, facilitando la asistencia de numeroso público
á las bibliotecas, serán más difíciles esos actos de destrucción y de
mala crianza. El público es el mejor vigilante del público. Y aunque se
destrocen algunos volúmenes... Todos hemos aprendido á leer ensuciando
y rompiendo libros; si por eso no hubieran vuelto á poner un libro en
nuestras manos, ni hubiéramos aprendido á leer... y ¡pobre libro el que
hubiera caído después en poder nuestro! Siempre hubiera sido el enemigo
odioso.
La Biblioteca popular puede servir para todo esto: para que se
desahogue el odio al libro, rompiendo y ensuciando unos cuantos; y
después... para que se le vaya perdiendo el miedo, y, por fin, para que
se le vaya tomando cariño.


XXXI

La buena obra del desayuno escolar, de las cantinas escolares, está en
buenas manos, y es seguro que se salvará del infructuoso destino de ir
á estrellar el cielo.--¿Por qué ha de decirse empedrar el infierno,
cuando de buenas intenciones se trate?--Ninguna buena intención se
pierde, aunque no pase de la intención. Toda simiente espiritual
fructifica, más tarde ó más temprano, en la realidad práctica.
Si fueran graves y sesudos varones los encargados de llevar á cabo el
buen propósito, no habría que fiar mucho en su realización. Todo se
perdería en discusiones, Memorias y nombramiento de cargos. Las señoras
son más expeditivas en todas sus resoluciones, discuten andando; sus
discusiones no son por discursos en severas sesiones, sino por réplicas
animadas y vivas en charla amistosa. Las señoras son únicas también
en el manejo y dominio de las cifras. Mientras los hombres necesitan
servirse de la tabla de logaritmos para averiguar el precio de las
patatas, con todo rigor científico, las señoras, por los dedos muchas
veces, calculan y resuelven los problemas más dificultosos mejor que
Inaudi.
No quisiera yo actuar solamente de jaleador y tocador de palmas en
empresa tan loable. Desde ahora me ofrezco á las distinguidas señoras
para cuanto crean que pueda serles mi cooperación de alguna eficacia.
Muy explotado está el teatro y cuanto con él se relaciona, para
pensar en recargarle con un nuevo tributo. Algo queda todavía sin
explotar, que bien pudiera explotarse en beneficio de tan buena
obra. Los gorrones y los _pelmazos_. ¿Por qué no ha de cobrarse un
impuesto de caridad sobre los vales? El que asiste gratuitamente á
un espectáculo, con mayor razón debe pagar ese impuesto. Son muchos
también los aficionados á curiosear en lecturas, ensayos, sobre todo en
los generales. ¿No estaría muy en razón también que pagaran con algo
las primicias y el fisgoneo? En todo lo de este mundo--¿no es verdad,
viejos verdes?--las primicias es lo que más se paga. Sólo en el teatro
son gratuitas.
Por mi parte, y desde ahora, fuera de los precisos operarios, como dice
el cartel de las corridas de toros, á todo curioso, fisgón, _pelmazo_
ó buen amigo que asista al ensayo de una obra mía, le sablearé sin
consideración alguna y pondré á disposición de las damas lo recaudado.
¿Que entonces no habrá curiosos? Por lo pronto, eso iremos ganando.
De cualquier modo, bueno sería que las empresas y los autores se
pusieran de acuerdo para explotar á todo _pelmazo_.--Entiéndase lo de
_pelmazo_ en el mejor sentido de la palabra.--Cada cual puede aplicar
este ingreso, que al cabo del año sería importante, á la obra meritoria
más de su agrado y de su simpatía.
También pueden rendir un tributo los ejemplares regalados, las tarjetas
postales firmadas y demás molestias hasta ahora gratuitas y, por lo
regular, poco agradecidas.
Los tiempos son prácticos, pero como los escritores y artistas hemos
convenido que no está bien serlo en provecho propio, sigamos siendo
desprendidos y generosos; pero ya que hemos de padecer tanta _lata_ por
amor al Arte, que nos sirva á lo menos de satisfacción padecerla en
provecho de alguna obra de caridad.
* * * * *
En los salones de variedades se inicia un renacimiento nacional.
Hasta ahora las canciones eran imitación ó traslado de _couplets_
extranjeros. Hoy se cantan canciones españolas, antiguas y modernas;
las artistas se tocan con la mantilla blanca, gran peineta y
claveles--también se tocan de otras mil maneras; pero quédese esto de
jugar del vocablo para sus intencionadas canciones.--Renace también el
baile clásico español: fandango, bolero y panaderos; hay trajes del
siglo XVIII y bailarinas de la misma época. ¡Ese siglo XVIII, el más
afrancesado, que muchos tienen por el prototipo de lo castizo! ¿No hay
quien tiene á Goya por el más español de nuestros pintores? A Goya, que
unas veces pintó como los ingleses, otra como los franceses, y cuando
pintó á su manera pintó de muy mala manera.
Verdad es que yo he leído en papeles de la época cómo se censuraban los
sainetes de D. Ramón de la Cruz, como género á la francesa.
También creo que en este españolismo de bailarinas y cantadoras hay más
de afrancesamiento que de españolismo. La prueba es que cuando vienen
más españolas es cuando vienen de París. Y es que, ante la niveladora
civilización, lo castizo va emigrando de unos pueblos á otros, como
curiosidad de exportación. Dentro de poco será lo más difícil, para
los curiosos de costumbres pintorescas y características, saber dónde
han de hallar las de cada pueblo, porque lo más italiano estará en la
Argentina, lo más americano en París, lo más francés en Nueva York, lo
español, en Rusia, y lo ruso, en China. En Arte sucederá lo mismo: el
del Norte habrá pasado al Mediodía, y viceversa. Los europeos pintarán
como los japoneses, y los japoneses como los europeos. Habrá corridas
de toros en Londres y boxeo en Sevilla. En Alemania no gustarán
más óperas que las italianas, y en Italia, las de Wágner y Strauss.
En Madrid se representarán operetas vienesas, y en Viena, zarzuelas
españolas. Los pueblos juegan á las cuatro esquinas, y cuando alguien
pide un poco de casticismo, en todas partes le dicen:--Por allí
rebulle.--El cosmopolitismo es ya castizo en todas partes; lo castizo
se ha hecho cosmopolita.


XXXII

Muy doloroso es ver renovarse á cada paso de nuestra historia la negra
leyenda de las torturas inquisitoriales. Pero hay que confesar, por muy
triste que sea, que no hay leyenda ni calumnia sin fundamento. Cuando
se ha pecado mucho, son necesarias muchas y muy seguras pruebas de
virtud, hasta llegar á convencer á las gentes de que en verdad hemos
mejorado nuestra vida y costumbres.
En realidad, sólo nos alarmamos cuando los de fuera nos llaman
la atención sobre estos supuestos actos de crueldad. Pero, en
familia, entre nosotros, todos los días celebramos y alentamos estos
procedimientos, más frecuentes de lo que parece, en actuaciones
procesales, en cárceles, en Juzgados y hasta en Delegaciones. ¿Vale
hacernos los ignorantes, si todo ello es á ciencia y aquiescencia de
todos? ¿Quién no ha oído celebrar, hasta por personas muy cultas,
la oportunidad del empleo de estos procedimientos, sobre todo si de
descubrir y castigar un delito que personalmente le perjudicaba era el
caso?
Lo que no está bien es que se pretenda culpar á ningún Gobierno, sea
conservador ó liberal, ni hacer cuestión política lo que es cuestión
de educación nacional. No cabe en cabeza humana que ningún Gobierno
español, sobrado advertido ya, ordene, autorice ó consienta semejantes
procedimientos; todo lo contrario.
Esa negra leyenda está fundamentada en nuestro carácter. Tan es así,
que, siendo España, seguramente, digan lo que quieran historiadores
parciales, el pueblo en que menos se ha perseguido y atormentado por
ideas políticas y religiosas, es, no obstante, el pueblo en que más se
destaca y perdura la triste fama de estas persecuciones y fanatismos.
Y es que, en otros pueblos, eran los altos poderes los que imponían la
intolerancia y las crueldades, contra la conciencia de los gobernados.
En España, fueron siempre los gobernados los que impusieron á los
gobernantes la crueldad y la intolerancia. Por eso en otras partes,
aunque más terribles en sus efectos, fueron menos permanentes en sus
causas.
La verdad es que el espíritu de cada español está como amurallado,
y todo lo que está fuera de su recinto, juzgado como extraño é
incomprensible. No simpatizan unos espíritus con otros, porque no
se comprenden, y no se comprenden porque se ignoran. En cada uno
de nosotros hay un pequeño inquisidor por el poder, grande por la
intención.
¿No oímos decir á cada paso, no habremos dicho todos alguna vez:--Yo,
al que hace esto, al que hace esto otro, al que piensa de este modo,
al que no piensa de esta manera, le mataría?--Mataríamos por todo. La
justicia no nos satisface por completo si no tiene algo de venganza.
Aplaudimos al que venga una injuria por su mano, tenemos por cobarde al
que pide reparación de una ofensa por justicia.
Con las mujeres, pecamos de afectada retórica galantería en el trato
superficial y, digámoslo así, poético y literario. En el trato
ordinario ¡y tan ordinario! de la vida, somos groseros, brutales,
duros. Para los niños no hay pueblo de menos delicadeza. Para los
animales, no se diga. Y á todas horas, en la vida familiar, en la vida
política, en el teatro, en las plazas de toros, puede observarse esta
dureza de nuestro carácter, esta carencia del sentido de la simpatía y
de la comprensión.
Ahora mismo, al protestar indignados contra los que vuelven á propalar
la leyenda negra, tal vez decimos:--¡Es para matarlos!
Aceptemos en penitencia de nuestros pecados esa leyenda, que ya estaría
destruida, si no fuera tan verosímil. Procuremos hacerla imposible, y,
para ello, antes de protestar y de indignarnos, hagamos un buen examen
de conciencia.
* * * * *
_El Porvenir Postal_ dedica todo un número á los carteros y peatones,
elevando sentida y razonada exposición á los Poderes públicos,
para que no tarden en mejorar la triste situación de tan humildes y
desatendidos funcionarios.
Debiera ser obligatorio para todo gobernante un certificado cierto
de haber vivido durante algunos años en algún pueblecillo, de esos
abandonados de Dios y de los hombres. «Quien ve un pueblo, ve un
reino», dícese en Castilla. Y más enseña la observación directa de uno
de esos lugares, que todos los libros de Ciencias sociales y políticas.
¡El cartero rural, el peatón! ¿Quién piensa en las grandes capitales
lo que sus servicios significan? Con nada están bien pagados. Cuando
se aprecia de cerca su penoso servicio, ¿cómo no llamar la atención
á gritos contra la injusticia, iniquidad en muchos casos, con que se
desatiende á esos modestos héroes?
Pensando en esto y en muchas cosas más, es cuando se aprecian en todo
su valor las brillantes campañas parlamentarias de republicanos y
socialistas. Pequeñeces son éstas que no merecen fijar su atención.
Es más importante demostrar que Maura es reaccionario y Canalejas
poco liberal. Ser el eterno obstáculo y, como el alcalde famoso de
Valdemorillo, que entraba por el Ayuntamiento diciendo desde la
puerta:--¿De qué se trata? Que yo me opongo,--oponerse á todo y no
oponerse á nada.
Próxima la discusión de nuevos presupuestos, ¿no habrá quien se acuerde
de los carteros y peatones?
* * * * *
La fecunda imaginación de nuestros hacendistas, cuando de arbitrar
nuevos recursos se trata, ya se sabe: al teatro por ellos. Como
en ninguna otra industria ó negocio es tan fácil la investigación
y comprobación de los ingresos, aquí que no peco ni me caliento
la cabeza. Verdad es que los empresarios, actores y autores son
pacientísimos corderos y, por verse unos á otros perjudicados, se
conforman, muy satisfechos, con el perjuicio propio. El precio de las
localidades aumenta, el público se queda en casa ó se va á la sesión
continua del _cine_, y todos tan contentos.
Entretanto, los grandes caciques y terratenientes seguirán defraudando
á la Hacienda y serán los primeros en decir que el teatro está muy caro
y hay que organizar loterías caseras para esparcimiento de los niños
y de los amiguitos. Porque ya se sabe que, cuando todo está caro, los
únicos que pueden hacer economías son los ricos.


XXXIII

Lamentable es la conducta de los partidos revolucionarios no reparando,
por servir á su causa, en propalar y sostener especies que más
desacreditan á la nación española que á un Gobierno y á determinado
régimen.
Pero tan lamentable como la conducta de estos partidos, es candorosa
la actitud de aquellos monárquicos que piden lealtad al enemigo en sus
procedimientos de combate. Lo malo en nuestros enemigos es que nos
ataquen de buena manera. El enemigo sólo empieza á ser temible cuando
empieza á tener razón. Si los partidos revolucionarios tuvieran un
programa económico bien estudiado y bien definido; si tuvieran para los
problemas nacionales más soluciones constructoras que destructoras; si
trabajaran por España más que por el triunfo de sus ideas, venga por
donde venga y salga como salga, entonces es cuando serían temibles.
Como son, la Monarquía no puede desear mejores enemigos; ni de encargo.
¡Si parece que trabajan por la causa enemiga más que por su propia
causa! Más han hecho en estos últimos años por la Monarquía los
partidos republicanos y revolucionarios que los Gobiernos y los amigos
del régimen. No es para que éstos estén orgullosos, porque es muy
triste que nuestros aciertos sólo consistan en los desaciertos ajenos.
Más eres tú es una razón que tiene su fuerza por el momento; pero, en
definitiva, el país viene á caer en la cuenta de que, unas veces unos,
otras veces otros, todos tienen sus más y sus menos.
Se preguntaba en una ocasión á Filipo de Macedonia cómo se vengaría de
alguien que le había calumniado. «Mejorando mis costumbres»--respondió
el rey magnánimo.--De este modo, con su lealtad al servicio de la
Patria, es como deben responder los monárquicos á deslealtades del
enemigo. No hay mejor protesta. Pedir que el enemigo emplee mejores
armas es candidez sin ejemplo. Dejadle, dejadle que siga con ese
viejo armamento de mala ley, que suele dispararse por la culata
y hacer explosión en manos de quien lo maneja torpemente. En la
opinión nacional tal vez pudiera caer la mancha sobre un Gobierno y
sobre el régimen; en la opinión extranjera esas manchas caen sobre
España entera; y esas manchas no se quitan con bencina republicana ni
revolucionaria.
* * * * *
Joaquín Dicenta ha presentado al Ayuntamiento de Madrid una razonada
Memoria: Proyecto para construcción de edificios escolares.
Esta obra que, llevada á la realidad, debiera ser la mejor obra de
quien tantas obras admirables ha escrito, porque es como el resumen
de todas ellas, no ha sido admitida, á lo que parece, por la empresa
á quien estaba destinada. Los hombres de carne y hueso, aunque tengan
también corazón y cerebro, no son tan fáciles de manejar como los
personajes teatrales, creación de nuestra fantasía, aunque materiales
de la realidad los informen. Pero es una realidad sumisa á nuestro
esfuerzo creador. Por lo pronto, los personajes dramáticos viven con
muy poco. Esta otra ilusión de Joaquín Dicenta, que aspiraba á ser
realidad en la práctica, es mucho más costosa. Pero es de esas obras
que el público debe imponer á una empresa, porque el público tiene
derecho á ello. Esa obra no puede ser un fracaso. Y, en todo caso,
nunca sería un fracaso del autor, sino de la empresa que no ha querido
admitirla.
* * * * *
Está visto que hay que ponerse machacón para que algunas gentes
entiendan lo que uno quiere decir. Algo que dije referente á Goya ha
indignado á muchos. Muchos también me han expresado su conformidad.
Váyase lo uno por lo otro. No seré yo quien estime la calidad de los
votos. Para mí todos son respetables. A los indignados debo decir: que
soy el primero en admirar á Goya; en lo que no estoy conforme es en
que se le considere como genuino producto de la tierra, representación
la más pura del casticismo. Que hay retratos de Goya que pudiera
firmarlos Reynolds, basta con verlos. ¿Que siempre hay en él un
elemento de raza y mucho de personal? ¿Quién lo duda? Como en todo
artista, por servil imitador que sea.
Lo que yo quise decir es que eso del casticismo á todo trapo no es una
gracia para celebrada; que en todo tiempo los pueblos han influído
unos sobre otros, y que no hay gran artista en quien, sobre la raza y
la personalidad, no predomine la influencia de una cultura superior á
su tiempo y á su nación. Bueno es ser de la tierra; pero no como la
patata. Arraigue muy hondo nuestro arte; pero tienda á lo alto, al sol
y al cielo, que es de toda la tierra y de todos los hombres.
Por lo demás, claro está que yo no entiendo una palabra de pintura;
juzgo por sentimiento nada más. Y decir lo que siento podrá ser osadía,
ignorancia, todo lo que se quiera; todo menos «desaprensión», como dice
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