La Montálvez - 05

Total number of words is 4810
Total number of unique words is 1715
33.2 of words are in the 2000 most common words
45.6 of words are in the 5000 most common words
51.5 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
cuyas palabras parecía estar pendiente, sin duda por la gracia que le
hacían--, ¿es lícito eso?
Revolvió aquí un poco en el sillón el lindo cuerpo la interrogada, y,
después de vacilar un instante, respondió con gran desparpajo a su
amiga:
--Verdaderamente que no me he puesto nunca a mirar el caso por ese lado;
pero muy ilícito no debe de ser, cuando tanto se usa.
--¿Qué es lo que tanto se usa, Sagrario?
--¡Caramba!, pues el vivir con el marido y el gozar con el amante... Me
parece que cosa más corriente...
Después de estas palabras, fue Verónica quien se quedó un brevísimo rato
algo suspensa; en seguida, sin dejar de mirar con marcada fijeza a su
amiga, la dijo:
--¿Y qué piensa Gonzalo de esa teoría tuya?... Porque supongo que se lo
habrás dado a conocer...
A lo que respondió Sagrario con igual frescura que si el asunto no
rezara con ella:
--¡Yo lo creo que lo conoce! Pero ¿qué se le importa a él? ¡Gracias a
Dios, no tiene por qué callar! ¿No sé yo la vida que ha hecho, la que
hace y la que hará? ¡Ni más ni menos que la mía! ¡Para él estaba!
Además, ¿qué pone por su parte en este fregado? Sus lacras, sus
deformidades y sus vicios. ¿Puede, en buena justicia, y _aunque
pudiera_, aspirar al pleno y singular dominio y usufructo de esta mi
«lozana y exuberante juventud», como dijo de ella nuestro poeta
_Aljófar_ en su anteúltimo sahumerio? ¡Oh!, sobre estas materias, ni él
ni yo podemos llamarnos nunca a engaño, por muy recio que truene.
Estamos los dos bien enterados, bien prevenidos y bien conformes. Y
¡cómo no estarlo! Nuestro casamiento es lo que menos importa aquí, por
lo tocante a las inclinaciones y propósitos de cada uno. Nos lo hemos
dicho muchas veces, y ayer hicimos un esmerado resumen de todas las
anteriores advertencias y prevenciones: «nos casamos por razón de
Estado, como si dijéramos; habrá de común entre los dos el hogar, los
bienes y el ceremonial que es propio de la jerarquía en que se nos
coloca. Fuera de esto, cada cual se atenga a lo suyo, guarde su alma en
su almario y haga de su vida lo que mejor le parezca..., por supuesto,
respetando siempre las buenas formas y las conveniencias sociales...»,
porque a esto, bien lo sabes tú, _Beronic_, no se debe faltar jamás...
Conque ya ves.
--¿Y tan conformes los dos?--dijo la otra, mirando a Sagrario con los
ojos un poco fruncidos, mientras se abanicaba lentamente y se recostaba
contra el respaldo del sillón.
--Tan conformes--repitió la novia.
--¡No es poca fortuna!--añadió su amiga sin cambiar de postura--; sobre
todo, para ti.
--Y para él ¿por qué no?
--Porque como en Gonzalo no hay grandes prendas que admirar, ni bellezas
que apetecer, se comprende sin dificultad que tú te avengas sin gran
esfuerzo a ese convenio; pero que él se resigne a no ser dueño y señor
absoluto de una mujer tan hermosa como tú, siendo esta mujer la suya
propia, me parece una abnegación... inverosímil.
Aquí se sonrió Sagrario, contó con los ojos y con el pulgar y el índice
de su mano izquierda las varillas de su abanico abierto; y sin cesar en
este entretenimiento ni mirar derechamente a su interlocutora, la
replicó con acento de indiferencia:
--Después de todo, ¿qué más le da?
--¡Pues me gusta!...
--Lo dicho, Nica--añadió Sagrario animándose un poco más--; y si te
parece mucho así, pongamos _casi, casi_.
--No lo entiendo, hija--respondió Verónica con visibles muestras de
curiosidad, y otras tantas de sus intenciones de tirar de la desjuiciada
lengua de Sagrario--. Si no lo pones más claro, como si callaras.
Volvió la rubia a contar el varillaje de su abanico; cerrole de pronto
con estrépito; incorporose de un salto; rodeó con sus brazos el cuello
de su miga, y la dijo al oído un secreto.
--¡Pobrecillo!--exclamó la otra, en cuanto Sagrario volvió a sentarse,
abriendo el abanico con las dos manos y poniéndose también a contar el
varillaje con los ojos un tantico cobardes.
--Como lo oyes--dijo la otra algo lisonjeada con el éxito de su
confidencia.
--Y tú ¿de qué lo sabes?--preguntó Verónica atreviéndose poco a poco.
--De que me lo ha confirmado él con la mayor desvergüenza.
--¡Confirmado! ¿Luego ya lo sabías?
--Por Leticia, a quien se lo dijeron amigos íntimos de Gonzalo.
Volvió a contar las varillas de su abanico Verónica; calló también
Sagrario, mirando el paisaje del suyo; y dijo a poco rato la primera,
acaso por mudar de conversación, quizás porque realmente deseaba ver a
su amiga apurar la materia a que se referían sus palabras:
--Volvamos un momento al caso aquel de tu teoría sobre...
--¡Hola!... ¿Si te habrá caído en gracia?
--Se me ocurre un reparo que ponerte.
--¿Acaso nacido de lo que acabamos de tratar?
--Precisamente de ello..., pero de su casta es.
--Pues venga el reparo.
--Si el matrimonio es la mortaja del amor, como has venido a decirme en
substancia, y han dicho antes que tú muchos _calaveras_ que se han
casado en seguida, ¿por qué te casas en la forma que lo haces?
Quedose un poco suspensa la interpelada, como si no entendiera bien el
alcance de la pregunta, y dijo a la interrogante:
--Si concretaras el caso un poquito más...
--Concrétole--repuso la otra; y añadió--: si lo que interesa es
conservar el amor que sientes, por hoy, y este amor es de más hondas
raíces que el de ayer... y el de anteayer, porque no tienen cuenta los
que te he conocido...
--Gracias.
--Es justicia.
--Como te parezca... Adelante.
--Si lo que te interesa, digo, es conservar ese amor con todos sus
encantos, ¿por qué te casas sin maldita la necesidad? Conságrate a él
con vida y alma...
--¿Soltera?
--Soltera.
--¡Bah! Entonces no me has entendido; porque ése es precisamente el amor
tonto que yo exceptué; y el amor de que yo trato, es amor de más
substancia, de más... en fin, que no es amor para doncellas.
Pareciole demasiado crudo el concepto a Verónica, a juzgar por la cara
que puso, y dijo, con miedo de escuchar algo peor:
--De manera que, para complemento de la teoría, es también de necesidad
_algo_ de matrimonio.
--Indispensable, Nica. ¡Como que es... la _patente de corso_!
--¡Jesús, qué chica ésta!--exclamó Verónica, verdaderamente asombrada.
--¿Ahora te desayunas--la preguntó Sagrario con desenvuelta frescura--,
y con remilgos de beata te me vienes? Pues ¿qué ha hecho Leticia, entre
otros cien ejemplos que pudiera citarte, sino buscar la patente esa, o
aceptarla con gusto, por lo menos?
--Leticia no dice esas cosas...
--No; pero las hace. ¡Te aseguro, y bien lo sabes tú, que se aprovecha
de la patente como el corsario de más hígados!
Vuelta Verónica a lo suyo y siguiendo en cuanto podía el tono de su
amiga, atreviese a replicarla:
--Se me ocurre otro reparo que hacer, no a tu teoría precisamente, sino
al modo que has tenido de ponerla en práctica: la patente que adquieras
en tu matrimonio, de nada ha de servirte.
--¿Por qué?
--Si es cierto lo que me has contado al oído...
--Te dije que casi, casi: recuérdalo...; y entre ello, por poco que sea,
y el extremo que tú pensabas, cabe perfectamente la gran vida que puede
darse una mujer de tan buen gusto como yo.
--¿Y con esas teorías, y con esos... hígados--dijo Verónica levantándose
y dando a su amiga unos golpecitos en cada mejilla con el abanico
cerrado--, te me andabas con melindres al comenzar a hablarme de tu
casamiento, como una colegialilla ruborosa?
--Pues, créeme--respondió Sagrario, levantándose también--: así y todo,
me costaba empezar. Pero necesitaba este desahoguillo en vísperas de
trance tan nuevo. Aunque una está tranquila de conciencia, gusta recibir
los alientos de tan buenas amigas como tú.
--¡Valiente pieza estás!--respondió ésta riéndosele muy cerquita de la
cara.
--Pues te voy a pagar el piropo con un gran consejo--repuso Sagrario,
deteniendo a su amiga, que ya había echado a andar--: no te cases con
Pepe Guzmán, aunque, por milagro de Dios, lo pretenda él; pero si don
Mauricio _el Solemne_, pide tu mano, acéptale.


X

Aquella noche durmió Verónica bastante mal, porque le dio mucho en que
entretenerse el recuerdo de su conversación con Sagrario. Aunque ésta la
tenía acostumbrada a sus genialidades, que no eran siempre de color de
rosa, jamás había oído de sus labios palabras tan crudas ni pensamientos
tan atrevidos. Y no era el escándalo de estas _sinceridades_ lo que la
mortificaba al acordarse de ellas, pues estaba curada de ciertos
espantos y había en su naturaleza, relativamente fría, y si no fría,
serena y bien equilibrada, aguante para mucho más; sino la coincidencia
inesperada del fruto de sus largas y minuciosas investigaciones por el
organismo, digámoslo así, del medio ambiente en que respiraba y se
movía, con las _teorías_ expuestas por Sagrario. Una cosa es el juicio
callado que formamos por el esfuerzo único de la propia observación, y
otra muy distinta ese mismo juicio cuando le vemos confirmado a voces
por los demás. Sin ser un verdadero hallazgo entonces, parécenos de
doblada consistencia; y esto le presta cierto color de novedad.
Después de andar divagando por estos espacios con las alas de su
imaginación, de amiga en amiga, de conocida en conocida, pesando y
midiendo los actos y las palabras, la vida y milagros de cada una de
ellas, y cuando vio que sí, entre tantas, eran muy contadas las que
tenían el desparpajo de Sagrario para descubrir los repliegues de la
conciencia y los escondrijos del corazón, eran todavía menos las que no
cabían en los moldes trazados por la desenvuelta rubia, pensó en el
consejo que ésta le había dado por despedida. ¡Demonio con el consejo!
Cierto que no podía darse otro más acomodado a la manera de pensar de la
consejera, y, sobre todo, por lo tocante a don Mauricio _el Solemne_,
como ésta le llamaba; pero ¿a qué traer a colación a Pepe Guzmán? ¿Qué
había visto en él Sagrario para aconsejarla a ella que no le aceptara
por marido «aunque, _por milagro de Dios_, lo pretendiera»? Por supuesto
que esta condicional la usó Sagrario teniendo en cuenta la fama de
incasable que gozaba el aludido, no porque la considerara a ella indigna
de aquel otro heroísmo de este Guzmán. ¿Cómo había de saber, la muy
curiosa y entrometida, lo que ignoraba sobre el caso la misma
interesada? Al fin y a la postre, ¿qué había pasado entre Pepe Guzmán y
ella? Nada en substancia. Que, por entonces, era Verónica la que merecía
las preferencias corteses del incombustible caballero; que hablaban a
menudo; que la conversación de él le parecía muy amena y entretenida a
ella, y que, según ella podía juzgar, no le desagradaba la suya al otro;
que de esta mancomunidad de complacencias, había ido naciendo como
cierto propósito de variar de tema en las conversaciones, y de meter la
sonda de la curiosidad en las espesuras del alma y en las profundidades
del pensamiento; que se andaba tiempo hacía en preparativos de ello, más
o menos ingeniosos, y que todo esto y mucho más podía hacerse entre un
hombre tan desapasionado como Guzmán, y una mujer tan despreocupada como
ella, sin que el amor interviniera para nada en el juego... ¡Amor!
Guzmán, según fama, era incapaz de sentirle por ninguna mujer. Era así
su naturaleza. En cuanto a ella, Verónica, ¿en qué había de fundarle?
Reconocía que era hermoso de cuerpo, noble de alma, y culto y rico de
inteligencia; que levantaba muchos codos por encima de los galantes
frívolos, de los mozos simples y de los viejos verdes que más abundaban
a su alrededor; que sentía una lícita y honda complacencia en verse
objeto de sus codiciadas atenciones; que le ola con gusto y que se
apartaba de él con cierta pena; que después de cada entrevista le duraba
su recuerdo largas horas; que se preparaba para la inmediata con mayores
precauciones que las de costumbre en parecidos casos, y, por último, que
haría cualquier sacrificio por vencerle en el duelo medio empeñado entre
ambos, es decir, por arrancarle el secreto de sus intenciones, la
primera gota..., vamos, la señal de que el hielo se fundía al calor
del... _interés_ que ella le inspiraba; pero ¿no puede sentirse y
desearse e intentarse todo esto sin amor? ¿No bastaba el móvil de la
curiosidad para que lo sintiera, lo deseara y lo intentara una mujer
como ella? ¡Oh!, el amor presenta síntomas bien diferentes de éstos; se
nota en algo más profundo y más sensible que la memoria y el discurso;
se siente en lo más vivo del corazón, y el de ella no era, hasta la
fecha, más que una víscera que funcionaba con la inalterable regularidad
de un cronómetro.
Discurriendo por esta senda, llegó a topar con el sueño, que la venció
tras breve lucha; tan breve, que con serlo mucho más el nombre de
_Pepe_, se le quedó éste a la hermosa entre los húmedos labios, por
falta de tiempo para acabar de pronunciarle; de manera que del acto
aquel, medio inconsciente, más que palabra vino a resultar un beso...
Pero volvamos ahora a Sagrario. Su casamiento no tardó en celebrarse más
que el tiempo puramente indispensable para los preparativos de él,
hechos por la posta a fuerza de oro. ¡Y qué preparativos, Santo Dios! En
los periódicos elegantes no cabían las listas de tantas y tantas ropas,
de tantas alhajas, de tantos muebles, de tantos caprichos de arte,
comprado esto, regalado lo otro, tanto en París, cuanto en Viena;
aquello, de Florencia; de Londres, lo de más allá; de Bruselas, los
encajes; del mismísimo Japón y del propio Sevres, las porcelanas; de
Bohemia, la cristalería de color; de puro rocío cuajado, la de mesa; lo
que costaba el traje de novia, blanco como los ampos de la nieve; lo que
podría comprarse, para avío de dos docenas de familias mal acomodadas,
con lo que valían las joyas y el _trousseau_ que regalaba el novio, sin
contar con otro tan lucido que acababa de recibir «la hermosa
_prometida_», como regalo de sus padres... Todo lo fisgoneaban, todo lo
sabían y todo lo conocían por adentro y por afuera, por arriba y por
abajo, los diligentes revisteros, y de todo escribían sin tregua ni
descanso, sin calo ni medida, mojando la áurea pluma en «ámbar desleído»
y sahumando el papel con nubes olorosas de mirra y algalia del Oriente.
Así trascendía ello, que mareaba. Del «lecho nupcial», tesoro
inapreciable de maderas, bronces, lienzos, sedas, y brocados, y del
simbólico _boudoir_, obra de hadas, que no de mortales, ¡Cristo mío, qué
cosas se escribieron!... En fin, hasta para los carruajes ingleses, y
para los caballos que habían de arrastrarlos, y para los levitones
peludos de los cocheros que habían de conducirlos, hubo jarabe en las
plumas, y sahumerios en los incensarios de aquellos ingenios de
guardarropía.
Tras esto, que duró muchos días y fue el pasto sabroso de todas las
mujeres y de todos los hombres frívolos de la corte, llegó la hora
suprema; y vuelta a empezar los pobres chicos con nuevos catálogos de
indumentaria, de piropos inverosímiles y de sensiblerías y finezas
cursis: que si la novia así o del otro modo; que si pálida, que si
pensativa; que si, con sus cabellos rubios y sus atavíos blancos,
parecía una joya de oro entre copos de nieve; que si el Patriarca, que
si los padrinos, que si las amigas, que si quince duques, y veinte
marqueses, y treinta condes, y no sé cuántos destitulados, de comitiva;
y si la fila de coches llegaba desde tal a cual parte, y si hubo entre
ellos uno de palacio con las correspondientes damas; y quien, en el
momento crítico, «vertió lágrimas furtivas»; quien se desmayó, o quien
parecía arrobada en el más dulce de los éxtasis... ¡Hasta del novio se
dijo que era «un varón, honra, prez _y esperanza_ de su preclaro
linaje»!
Después, el espléndido banquete en los estupendos comedores de la casa
de la «hermosa desposada»; y aquello fue la de vámonos. De lo que allí
hubo, con ser tanto lo que se dijo, fue mucho más lo que se devoró.
_Aljófar_, el tierno poeta de los salones, que de eso vivía y de otras
fechorías semejantes, enronquecido de cantar la hermosura y las
pomposidades de la novia en los periódicos elegantes, con un hartazgo
para ocho días y bien atiborrado de Champagne, sin soltar la copa de la
zurda desenvainó un soneto con la diestra; Y conmovido y mojando la
pestaña antes de leerle, acometió de nuevo «a la hechicera reina de la
fiesta» (con todas estas asonancias), y la puso hecha un tapiz
chinesco, con grandes aplausos del ilustre concurso, que le reputaba por
el más grande de los poetas coetáneos, y con arroyos del «llanto» que
sabía verter el propio vate a cada estrofa, el cual llanto apagaba con
tragos del espumoso néctar: casi como el pegotón aquel de marras,
«Llorando sin cesar lo que sorbía, Y sorbiendo a la vez lo que lloraba».
Por conclusión de estos y otros lances que no caben en papeles, los
preparativos del viaje de los novios; las despedidas, el lagrimeo, los
síncopes; lances todos ellos que habían de ser tema para el rudo trabajo
de tres días de los complacidos y galantes revisteros, y de un
epitalamio inconmensurable del mimado poeta, obra de empuje y
substancia, como concebida entre los horrores de la digestión de lo del
banquete, digestión de _boa constrictor_, por la duración y la dosis, ya
que no por la calidad de la metralla engullida.
Y con tanto charlar estos gacetilleros y poetas, no dijeron una palabra
de don Mauricio _el Solemne_, sino para citar su nombre entre los más
«conspicuos» concurrentes; nada de sus ahogos al _meeroodeear_
materiales para un brindis, al primer taponazo del Champagne; nada de
sus moribundas miradas a la «_picante beldad_, ilusión consoladora de
los espléndidos marqueses de Montálvez»; nada de ciertas _finezas
metafóricas_ que el deslumbrante banquero logró deslizar al oído de la
elegante dama, como tímido recuerdo de sus anteriores memoriales.
Nada pescaron tampoco aquellos linces de pluma, del ingenioso y breve
diálogo sostenido entre Pepe Guzmán y su predilecta amiga, formando la
más gallarda y distinguida pareja que podía imaginarse; en el cual
diálogo se parafraseó, con toda la discreción y gracia posibles, y no
sacado a plaza por la interlocutora, sino por el sagaz interlocutor, el
tema aquel que Sagrario confió al oído de su amiga; y se insinuaron,
quizá en virtud del calor y motivo de la fiesta, las primeras estocadas
del consabido duelo pendiente entre estos dos expertos espadachines de
la intriga galante.
Tampoco tuvo en la prensa todo el éxito que mereció la casi augusta
solemnidad con que el buen marqués de Montálvez desempeñó su papel en la
fiesta, particularmente durante el breve rato que conversó _aparte_ con
el presidente del Consejo de Ministros, y cuando, después de estrecharle
reverentemente la mano le dijo algunas palabras al oído el Capitán
general de Madrid, vestido de gran uniforme. ¡Oh, qué actitudes y qué
mímica las suyas en aquellas dos singularísimas ocasiones! ¡Qué bofetón
más sonoro para «los hombres de Gobierno» que todavía le regateaban la
credencial de senador! ¿Dónde hallarían ellos para ese cargo otro viejo
más distinguido, más _serio_, más limpio, más planchado, más opulento,
ni más adaptable por su tipo al grave ceremonial del «alto Cuerpo
Colegislador»?
En fin, por callarse cosas importantes los cronistas de la solemnidad,
ni siquiera mencionaron al general Ponce de Lerma, hombre grosero, que,
en menos de dos horas, riñó tres veces con el ministro de la Guerra, y
dio de puntapiés a un lacayo en un vestíbulo, porque al pasar, cargado
de despojos de la mesa, le manchó el frac con una salsa amarilla,
mientras su mujer (la del general) departía, en animado e interesante
diálogo, con el subsecretario de Gobernación, gran mozo, candidato a
ministro para la primera crisis, soltero y de gran prestigio entre las
damas elegantes. Era como la sombra de Leticia, desde que Pepe Guzmán se
había decidido a ser la de Verónica...
Cierto que todas estas cosas mejor eran para calladas que para
dichas..., casi tanto como las otras que se dijeron y se cantaron en
prosa y en verso; pero los oficios, o ejercerlos a conciencia, o no
ejercerlos... En virtud de lo cual hago yo aquí punto redondo, antes que
al impaciente lector le parezca larga esta digresión, que nada quita ni
pone al interés de la presente historia.


XI

A todo esto, el invierno se había acabado; los salones se cerraban; las
tertulias se deshacían; en el _Real_ había terminado su temporada la
compañía de celebridades italianas, cuyos gorgoritos había pagado la
gente rica con sumas increíbles, y las que querían aparentar que también
lo eran, con el fondo del baúl, las rebañaduras de la despensa y con
algo más sagrado que no se recobra jamás una vez que se ha vendido; y
«el mundo elegante», sin salones, sin tertulias y sin _Real_,
dispersábase errabundo y como desorientado, a tomar el sol, como los
simples mortales, por las encrucijadas del Retiro y los amplios
arrecifes del Prado y de la Fuente Castellana; paréntesis de hastío en
la alegre vida de las gentonas pudientes, que sólo había de durar el
tiempo preciso para que el calorcillo primaveral templara el ambiente
serrano y se bebiera las charcas del camino por donde habían de ir
desfilando aquéllas en busca de sus costosas, pero entonadas,
residencias de verano.
La familia que más lo necesitaba, al decir de ella misma; la que saldría
la primera de todas de Madrid, era la de nuestro amigo el marqués de
Montálvez. _Lo_ de la marquesa se iba agravando por momentos, hasta el
punto de poner en mucha alarma a su marido y a su hija. Había serias
discrepancias entre los doctores más sonados de Madrid sobre si aquellos
dolores lentos, profundos y angustiosos, eran simplemente neurálgicos o
reumáticos, o acusaban la presencia de un cáncer inextirpable, por lo
cual era de suma urgencia que la enferma saliera a tomar estas aguas,
aquellos aires y los gases de más allá; y como lo uno estaba en el
Pirineo francés, y lo otro en Suiza, y en Alemania y en los confines del
mundo lo restante, y, además, era de rigor una detenida consulta con las
celebridades médicas de París, la expedición resultaba larga, doblemente
por las precauciones y comodidades que exigía el estado lamentable de la
marquesa, cuyo médico de cabecera, un hombrecillo ya viejo y de gran
experiencia, que la quería mucho, porque casi la había visto nacer, la
aconsejaba que tuviera juicio, pues ya estaba en edad de ello; que se
quedara quietecita en su casa, limpiándola antes de ruidos y de
bambolla; que se acostara tempranito y se levantara tarde; que se curara
de la maña inocente de disimular sus vanidades con exigencias de la
necesidad, y que no tentara a Dios metiéndose en aventuras como la que
iba a acometer, porque ese era precisamente el camino más breve que
podía elegir para irse por la posta al otro mundo. ¡Como si callara! Se
trazó el itinerario, se dispuso y se comenzó el arreglo de la
impedimenta, ¡que ya tenía que ver!, y hasta se fijó día para la salida
de Madrid.
Algunos antes llamó el marqués a su despacho a Simón, el hombre de su
confianza, su administrador general e intendente. Dos palabras sobre
este personaje:
Era manchego, y estaba al servicio del marqués desde algunos años antes
que éste se casara. Empezó de _groom_, con su chaquetilla listada de
menudos y apretados botones, sus botas de montar y su gorra de librea.
Después fue lacayo, y luego criado exclusivamente; más tarde, ayuda de
cámara, y, por último, administrador de lo de adentro y de lo de afuera;
porque era listo como una pimienta, previsor y complaciente hasta lo
increíble, y en breve tiempo aprendió lo que no sabía para el delicado
cargo que le iba a confiar el marqués. Llegó a pintar la letra y a sacar
en el aire las cuentas más complicadas. Si bien lo hacía en la
administración de los mermados bienes del marqués soltero, mejor lo hizo
con ellos y los puntales del marqués recién casado, y muchísimo mejor
con el diluvio de caudales que inundó la casa a la muerte del ex
contratista de carreteras y suministros. Era mozo que se crecía con los
obstáculos. El marqués le admiraba y se dormía en la confianza que tenía
en él, y hasta la marquesa le distinguía con inusitados testimonios de
su aprecio. Tanto, que cuando el administrador insinuó sus deseos de
casarse con la doncella más mimadita de la casa, no solamente lo
aplaudió aquella señora, sino que dotó rumbosamente a la novia y fue su
madrina de casamiento. El marqués no estimaba tanto al espabilado Simón
por su destreza en el desempeño del cargo que ejercía, como por el
talento singular que mostraba para oírle y atenderle, para _pescarle_
los detalles más finos de sus peroraciones a destajo, y hasta para
moverle a extenderlas y elevarlas. Como que llegó a tomarle como piedra
de toque de la ley de su elocuencia, ensayando con él, bajo el disfraz
de motivos de tres al cuarto, por salvar las convenientes distancias
jerárquicas, entonaciones, actitudes y arranques que pensaba ostentar,
en toda su verdadera aplicación y pompa, en el teatro de sus hazañas
políticas.
En la ocasión en que aparece en el despacho del marqués, aún no había
cumplido el medio siglo. Era delgado, de mediana estatura, de ojos
pequeños y alegres, ligeramente moreno, de cara larga y algo afilada, no
mucha frente, y corto y espeso el pelo gris de su cabeza. Vestía un
traje obscuro, muy modesto y muy limpio, y tenía toda la barba afeitada.
Nada más insignificante que aquel hombre, a la simple vista: parecía un
mozo de café. A la sazón, iban sus negocios particulares en próspera
fortuna. Su mujer era una hormiguita, que traficaba en todo lo
imaginable; y él, con los sueldos ahorrados, otros gajes lícitos de su
empleo, y el óbolo de su hacendosa compañera, podía destinar un
capitalito _modesto_ a préstamos sin usura, pero bien garantidos. Y así
iba tirando el pobre y adquiriendo una finquita hoy, y mañana unas
acciones del Banco de España «por una casualidad», y al otro día una
hipoteca «de lance». Nada, que había que quererle y admirarle, en cuanto
se le oía hablar de estas cosas que le pasaban a él.
Y basta del sirviente; no vayamos a pecar de descortesía con su
aristocrático señor, que nos espera en su despacho. El despacho del
marqués era regularmente amplio, _severamente vestido, severamente
puesto y severamente_ alumbrado por la dulce y severa luz del Norte.
Maderas de raíz de nogal con filetes negros, y cuero cordobés con
grandes clavos de níkel; armarios llenos de libros regularmente grandes,
lujosa y severamente encuadernados; cortinones de color de café con rica
y severa pasamanería; alfombra persa de severos colores; coronas de
marqués en cada paño y en cada mueble; algunos cuadros al óleo, de tan
severo gusto, que costaba trabajo descifrar el asunto de ellos debajo de
la _pátina_ que los obscurecía..., y así sucesivamente. Entre tanto, ni
una hilacha por los suelos, ni un mueble fuera de su sitio, ni un papel
ni un cachivache desarreglado encima de la mesa-ministro, detrás de la
cual se arrellanaba el marqués en un sillón de una severidad de líneas
intachable.
Verdaderamente valía mucho más la urna que el santo. Bien mirado, en
ropas menores, digámoslo así, el marqués estaba ya hecho una ruina. Sin
los retoques y aparatosos arreos con que se presentaba en público;
envuelto el cuerpo en holgada bata de cachemira; cubierta la amplísima
calva con un gorro griego; descuidados los blancos mechones de pelo
lacio que sobresalían por debajo del gorro y por encima de las orejas;
sin afeitar todavía, y mal tapadas las arrugas del pescuezo por el
cuello escotado de su camisa de dormir, ¡cuán diferente era aquel
marqués del marqués del salón de Conferencias del Congreso, y de sus
propios salones de recibir, y de todos los salones de la aristocrática
comunión a que pertenecía! Digo en cuanto a su físico; porque en lo
tocante a lo demás, el hombre averiado y caduco del rincón doméstico,
era el mismo personaje ostentoso de la vía pública y de los grandes
salones. Refiérome a la prosopopeya y a la solemnidad.
Bien sabido se lo tenía el avisado Simón, y por eso le hizo la misma
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - La Montálvez - 06
  • Parts
  • La Montálvez - 01
    Total number of words is 4993
    Total number of unique words is 1693
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    45.3 of words are in the 5000 most common words
    51.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 02
    Total number of words is 4935
    Total number of unique words is 1702
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    46.5 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 03
    Total number of words is 4858
    Total number of unique words is 1744
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    44.8 of words are in the 5000 most common words
    52.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 04
    Total number of words is 4863
    Total number of unique words is 1675
    33.9 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    52.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 05
    Total number of words is 4810
    Total number of unique words is 1715
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    51.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 06
    Total number of words is 4811
    Total number of unique words is 1630
    35.1 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 07
    Total number of words is 4785
    Total number of unique words is 1678
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    46.5 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 08
    Total number of words is 4800
    Total number of unique words is 1666
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 09
    Total number of words is 4933
    Total number of unique words is 1588
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 10
    Total number of words is 4850
    Total number of unique words is 1638
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    44.3 of words are in the 5000 most common words
    50.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 11
    Total number of words is 4977
    Total number of unique words is 1676
    35.1 of words are in the 2000 most common words
    47.8 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 12
    Total number of words is 4978
    Total number of unique words is 1582
    36.1 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 13
    Total number of words is 4949
    Total number of unique words is 1567
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    56.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 14
    Total number of words is 4839
    Total number of unique words is 1539
    36.9 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    53.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 15
    Total number of words is 4901
    Total number of unique words is 1608
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 16
    Total number of words is 5031
    Total number of unique words is 1521
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    48.7 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 17
    Total number of words is 5006
    Total number of unique words is 1542
    35.6 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    55.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 18
    Total number of words is 5013
    Total number of unique words is 1526
    37.4 of words are in the 2000 most common words
    49.9 of words are in the 5000 most common words
    55.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 19
    Total number of words is 5023
    Total number of unique words is 1556
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    48.8 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 20
    Total number of words is 4969
    Total number of unique words is 1614
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 21
    Total number of words is 4956
    Total number of unique words is 1506
    34.9 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    52.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Montálvez - 22
    Total number of words is 2877
    Total number of unique words is 1034
    40.4 of words are in the 2000 most common words
    51.6 of words are in the 5000 most common words
    57.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.