Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo V - 06

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medianía de un labrador, descrita con bellos colores, á la de los reyes,
lo dramático, propiamente dicho, aparece en último término; no así en
_El villano_ de nuestro poeta, que, conservando la lozanía y encantadora
serenidad del idilio, enlaza el plan de la primera con intereses más
importantes para nosotros, y que imprimen mayor unidad á todas las
escenas. Indiquemos, pues, su argumento. Alfonso _el Sabio_ (á quien
Matos sustituye en lugar del rey de Francia) y uno de sus caballeros de
corte, llamado Don Gutierre, conciben un amor entrañable por Beatriz,
bella hija del rico labrador Juan, y, sin conocer ninguno de ellos la
pasión del otro, se presentan disfrazados en la casa de labor del padre.
Éste recibe á sus huéspedes cordialmente; el Rey encuentra mucho agrado
en su trato, y no toma á mal cuando asegura, prefiriendo á todo su
independencia, que nunca la trocaría por la vida brillante de la corte.
El campesino, dichoso con su estado y menospreciador de toda grandeza
aparente, habla siempre de su Rey con el mayor respeto, y declara que,
en caso necesario, sacrificaría por él toda su fortuna y hasta sus
mismos hijos. Durante la noche el Rey y Don Gutierre entran en la
habitación de la bella Beatriz y le declaran ambos su amor; el súbdito
intenta ceder el campo al Rey, pero éste se retira con nobleza, domina
su pasión y abandona Beatriz á Don Gutierre, pero encargándole antes con
el mayor encarecimiento que respete el honor de la hija del bravo
labrador; en seguida, sin darse á conocer, se despide de Juan. Don
Gutierre, arrastrado por la pasión, olvida pronto las exhortaciones del
Rey, y realiza sus impúdicos deseos seduciéndola, bajo promesa de
casamiento; pero después que logra su objeto, no vuelve á acordarse más
de la desdichada joven. Pero llega á noticia del Rey este hecho
vergonzoso, y resuelve castigar la ofensa, que han recibido á un tiempo
él y su honrado huésped. Para probar su lealtad y la veracidad de sus
palabras, le ruega que le envíe una suma considerable de dinero. El
vasallo obedece al momento. Ruégale en otra carta que le entregue
también sus hijos, y que él en persona se encamine sin tardanza á la
corte. También Juan le obedece, aunque no sin murmurar. El Rey, en quien
el recién venido, con no poco estupor suyo, reconoce á su antiguo
huésped, lo acoge y lo hospeda en la misma forma en que lo fué él antes
por el labrador. Traen tres cajas que guardan un cetro, un espejo y una
espada.
Dice el Rey:
Este primero contiene
De mi autoridad el cetro,
Que es la insignia que le dan
Al Rey, para que á su imperio
Quede obediente el vasallo.
* * *
Este espejo es el segundo,
Porque es el Rey el espejo
En que se mira el que es noble;
* * *
Y no hay rincón tan pequeño
A donde no alcance el sol:
Rey es el sol.
* * *
La espada que estás viendo
Desnuda en esotro plato,
* * *
Para quien tu honor ofende
Es sólo aquese instrumento.
Don Gutierre viene también al palacio para pagar con su cabeza el delito
cometido; pero las súplicas de Juan y de Beatriz dulcifican al cabo la
cólera del Rey. Gutierre se casa con Beatriz, Don Alfonso la dota
espléndidamente y hace caballero á Juan, modelo de lealtad y de nobleza.
Aunque Matos Fragoso haya imitado con frecuencia á otros poetas (á _El
príncipe despeñado_, de Lope; á _La venganza en el despeño_ y á _La
elección por la virtud_, de Tirso, en _El hijo de la piedra_), no se
debe creer que careciese por esto de imaginación creadora y de
inventiva, porque hay algunas comedias suyas que demuestran lo
contrario, y no modeladas, á lo que parece, por ninguna otra ajena. Así
sucede, particularmente, con _La corsaria catalana_, drama muy notable y
abundante en rasgos de verdadero ingenio. La protagonista Leonarda,
mujer de raras prendas de toda especie, pero apasionada y sensual,
seducida por un astuto libertino, determina abandonar á sus padres y á
su novio. El seductor se cansa pronto de la víctima, y se dispone á
faltar á sus falsas promesas; en el viaje marítimo, que para realizarlas
emprenden ambos á Valencia, domicilio del libertino, abandona á la
desdichada en una roca desierta, después de darle una bebida soporífera.
Al despertar se encuentra sola en medio del mar, conoce el engaño y su
sacrificio, y se desespera sin consuelo. Decidida ya á poner término á
sus desdichas, precipitándose desde un peñasco, sobrevienen unos piratas
y la cautivan. El capitán Arnaut Manú, enamorado de su belleza, se casa
con ella, contando con su pleno consentimiento, puesto que las pasiones
más furiosas desgarran su corazón. Poco tiempo después muere Manú á su
lado peleando con un buque cristiano, poniéndose entonces ella al frente
de los corsarios, y haciendo expediciones piráticas por las costas del
Mediterráneo para satisfacer su odio á la humanidad entera. Omitiendo
estas aventuras, más á propósito sin duda para la poesía épica que para
el drama, declararemos, sin embargo, que el poeta hace alarde de su rica
fantasía y de su habilidad y de su ingenio poético al juntar de nuevo á
Leonarda con sus padres, con su novio abandonado y con el infiel Don
Juan. Merece mención especial la escena, preparada ya por otro suceso,
en que Leonarda se arrepiente y entra de nuevo en el buen camino. La
pecadora descansa de noche en su lecho, atormentada por sus sombríos
pensamientos; detrás de la escena resuena cántico confuso y
sobrenatural, que pinta lo pasajero de todas las cosas terrestres,
presentándose una sombra con barba y largos cabellos blancos, trayendo
un féretro en la mano, una corona y un cetro en la otra y un azadón al
hombro.
LEONARDA.
¿Quién eres, fiera ilusión,
Que mis sentidos espantas?
Sombra ó prodigio, ¿quién eres?
VISIÓN.
El desengaño; ¿no hablan
Por mí estas empresas todas
Que miras? Cuenta mis canas,
Cuando no puedas mis ojos,
Y mira atrás con qué cara
Doy carta de pago al mundo.
LEONARDA.
¿Dónde caminas?
VISIÓN.
Al agua
Del olvido; al pozo eterno
De la muerte, donde aguarda
Tomar esta Nave puerto,
En quien la vida se embarca,
Para atravesar el golfo
De esotro hemisferio.
LEONARDA.
¿Pasas
Alguna mercadería?
VISIÓN.
Y no de poca importancia.
LEONARDA.
¿Qué llevas?
VISIÓN.
Coronas, cetros,
Laureles, mitras, tiaras,
Bastones, tridentes, plumas,
Ingenios, bellezas raras.
LEONARDA.
¿De qué sirve ese instrumento
Que al hombro llevas?
VISIÓN.
De aldaba
Para llamar á la puerta
Como miras de esta casa.
LEONARDA.
¡Espantosa
Visión, suelta, que me abrasas,
Que me hielas, que me tienes
Sin vida, aliento y sin alma!
Suelta, suelta, perro; ¿qué es
Esto, que de nuevo me espanta
La vista? Sangrienta sombra,
Que más fiera me amenazas,
¿Quién eres?
ARNAUT.
¿No me conoces?
LEONARDA.
Ya te conozco; ¿qué extraña
Ocasión te trae á verme?
ARNAUT.
Altos secretos me sacan
De donde estoy á tus ojos.
LEONARDA.
¿Qué región vives, helada
Sombra, sangrienta figura?
ARNAUT.
El clima que nunca baña
La luz del sol, ni conoce
Los rayos de la esperanza.
LEONARDA.
¿Qué quieres de mí?
ARNAUT.
Que veas
Dónde me tiene la errada
Senda que seguí, que el cielo
A esto me obliga, por causas
De su secreta justicia.
A muerte estás condenada.
Las visiones desaparecen, y Leonarda, llena de horror, grita pidiendo
auxilio; pero la aparición, que personifica sólo de un modo sensible el
trastorno que sufre ya su alma, ha trocado todo su sér, preparándola
para el arrepentimiento. Poco después su buque es abordado por uno
cristiano, y en la pelea cae á manos de su padre, que manda el buque
enemigo. Después que la ha herido mortalmente, reconoce el padre á su
perdida hija, y mientras los suyos la rodean afligidos, exclama
LEONARDA.
Del cielo he de ser cosaria,
Que pues la piedad inmensa
Al pecador busca, y ama
Al que se convierte; yo,
Como el ciervo que las aguas
Solicita, le deseo;
Ya son suyas mis entrañas.
Salid, Esposo ofendido,
A recibir esta esclava,
De vuestro amor fugitiva
Y de sus culpas errada.
Esta ovejuela perdida,
Que buscastes entre tantas,
Acoged, que ya llorosa
Por vuestros apriscos bala.
Toda soy fuego de amor,
Toda fe, toda esperanza;
Por vos se me abrasa el pecho,
Por vos se me arranca el alma,
Bien sé, Señor, que es mayor
Vuestra clemencia, que cuantas
Culpas hay, si arenas fueran,
Y vos, Virgen soberana,
Madre de Dios, amparad
En este trance mi alma:
Padre, vuestra bendición
Me dad, que mi Esposo aguarda
Ya con los brazos abiertos:
Jesús, Jesús.
Otra comedia de Matos Fragoso, que sobresale mucho por su invención y
por otros rasgos numerosos de verdadera poesía, es _El imposible más
fácil_; pero como hemos de tratar de otros muchos dramáticos dignos de
mención, nos vemos obligados á prescindir del examen de este drama
interesante. Tampoco enumeraremos, por el mismo motivo, las restantes
obras de Matos Fragoso, que forman largo catálogo, apuntando tan sólo
dos: _El marido de su madre_, cuyo argumento es la conocida leyenda de
_San Gregorio en la Piedra_, que ha servido también de fundamento á
nuestro poema alemán de _Hartmann von der Aue_, y _El yerro del
entendido_. En esta última se refiere dramáticamente la manera con que
un caballero, para vengarse de un enemigo sagaz y de difícil acceso, se
finge loco, como sucede por igual motivo en el _Hamlet_; pero éste es el
único punto de semejanza que hay entre la comedia de enredo española y
la tragedia inglesa. Puede decirse, en general, que las comedias de
nuestro poeta, aunque de mérito desigual, ofrecen, sin embargo, modelos
aislados de todos los géneros dramáticos conocidos en el teatro español,
algo inferiores, á la verdad, pero no indignos de figurar al lado de las
obras de los primeros maestros.
No podemos dar otras noticias biográficas de Cristóbal de Monroy Silva
más que la que se encuentra en la portada de su _Epítome de la historia
de Troya_, que se publicó en el año de 1641, y en la cual se titula
Alcaide del castillo real de Alcalá de Guadaira. Pero si atendemos á la
predilección que muestra por Sevilla, y en general por Andalucía, hemos
de deducir que estuvo domiciliado en esta provincia. Su aparición, como
poeta dramático, hubo de ocurrir en tiempo de Lope de Vega, porque las
_Galanteries du duc d'Ossune_, del francés Mayret, probablemente
imitación de sus _Mocedades del duque de Osuna_, se representaron ya en
la escena francesa en 1627 (H. Lucas: _Histoire du theatre français_,
pág. 386). Sus composiciones dramáticas se distinguieron lo bastante, á
pesar de la muchedumbre de obras del mismo género que inundaban entonces
los teatros, para llamar hacia ellas particular atención[20]. Se
asemejan mucho á las de Rojas por la misma propensión á las
exageraciones y á las extravagancias fantásticas, por la misma tendencia
á ponderar lo natural y lo verdadero, y en la dicción, por igual mezcla
de la naturalidad más sencilla con la hinchazón y la hojarasca, aunque
predominando estos últimos defectos. No obstante esta analogía general
de ambos caracteres dramáticos, no puede compararse con aquel otro
excelente poeta, porque superan á las de éste sus faltas, sin poseer sus
bellezas en tan alto grado. Monroy prefiere casi siempre lo excéntrico.
Lo monstruoso y lo absurdo, así como la exageración y las pasiones más
violentas y extrañas de los caracteres de todas sus obras, como su
pintura de afectos y lo caprichoso y raro de sus invenciones, que
constituyen su estilo dominante, lo diferencian mucho del sano juicio
que, en las mejores obras de Rojas, refrenan sus licencias y disculpan
sus defectos. No es posible, sin embargo, después de confesar cuáles son
sus faltas, negarle gran talento poético, porque el vigor de sus ideas y
el fuego y energía de su exposición indican sobradamente lo que hubiese
podido hacer con más prudencia y mejor gusto, á no haberse dejado llevar
de su afición á lo extravagante. Sus dramas son extravíos, abortos de
una imaginación delirante; pero menester es también declarar, para ser
justos, que tales yerros sólo son propios de grandes poetas.
Impulsado por su afición á lo extraordinario, Monroy se ha consagrado
con preferencia á la pintura de pasiones atroces y de deseos
criminales. Sus dramas, bajo este aspecto, ofenden aparentemente á la
crítica, cuyo punto de partida es la moral; y decimos aparentemente,
porque examinando con imparcialidad este punto, esa descripción atrevida
de los extravíos morales, cuando se nos ofrecen, como en estas obras, en
toda su desnudez y sin paliativos agradables, sólo son antipáticos, en
cierto modo, á una imaginación corrompida. Más importante y de más
fuerza es la censura que se refiere á las obras, que adulan á la sed de
venganza peculiar de los pueblos meridionales, causa hoy, así en Italia
como en España, de muchos asesinatos, excitando la admiración de los
espectadores hacia los rasgos de valor, sin tener en cuenta sus motivos,
ó empleando, para lograrlo, crímenes y actos sangrientos. Pero dejemos
por ahora esta cuestión, y examinemos las obras dramáticas, que se
conservan de Monroy, como pinturas puramente poéticas de las pasiones y
de los excesos frecuentes en las regiones del Mediodía. Desde este punto
de vista no podemos menos de admirarlo[21].
En _El más valiente andaluz_ se describen las temibles soledades de las
montañas y la vida sanguinaria, que en ellas llevan las bandas de
ladrones, con tanta y tan horrible verdad, y con tanta sublimidad y
grandeza, que encubren lo antipático de tales argumentos y hasta logran,
en cierto grado, mover nuestras simpatías; su valor y su magnanimidad, y
el influjo de las causas, que los han impulsado á dirigir sus armas
contra la sociedad y sus autoridades, son tan notables, que nos obligan
momentáneamente á declararnos en su favor y á disculpar la sangrienta
venganza, á que los fuerzan los asesinatos de sus amigos y parientes;
¡tanta es la maestría con que traza la vida de los bandidos, su valor
casi sobrenatural y la resistencia que hacen á la muchedumbre de sus
perseguidores! Repítese esto mismo en _Lo que puede el desengaño_,
salvándose al fin el héroe de esta pieza por una especie de milagro, en
virtud de las exhortaciones que le hace la cabeza de una de sus víctimas
separada del tronco, lo cual no debe extrañarnos, porque en el fondo
sólo vemos aquí la aparición sensible y externa de algo bueno y moral,
que desde el principio se observa en su carácter.
En _Las mocedades del duque de Osuna_ constituyen su argumento los
galanteos licenciosos y otros rasgos de orgullo y osadía de un joven
magnate español, pintados, á la verdad, con singular animación
dramática. No es posible dejar de condenar la licencia ó la inmoralidad
de este drama; pero también es cierto que en aquella época se toleraban
estos abusos, presenciándolos los espectadores impasibles, careciendo de
la mojigatería y de las costumbres convencionales de nuestra época;
además, nos reconcilian con este duque de Osuna muchas de sus brillantes
cualidades, y el germen de nobleza que se nota en su alma, que palían,
hasta cierto punto, los excesos á que lo arrastra su fogoso
temperamento, haciéndonos presentir que pasados esos arrebatos de su
edad juvenil, será después un patricio distinguido. Copiaremos, por lo
curiosa, una de las escenas de este drama. El duque de Osuna se
encuentra en Francia, y desea conocer el teatro de esta nación. Entra en
uno de los edificios destinados á este espectáculo, y se le ve en un
palco aludiendo, sin duda, á los verdaderos aposentos del corral:
DON PEDRO.
¿Quién duda que es gran comedia,
Pues tanta gente ha venido?
DON MIGUEL.
¿Qué comedia puede ser,
Si en Francia, según me han dicho,
En prosa se representan?
CARRILLO.
No iguala al suave estilo
De la poesía española
Ninguna nación.
DON PEDRO.
Carrillo,
¡Bravas damas!
CARRILLO.
Extremadas.
¡Qué de gabachos que miro!
DON MIGUEL.
Ya empezarán la comedia,
Que ha llegado el rey Enrico.
EL REY. (_En otro aposento._)
Así alivio del gobierno los cuidados.
(_Preséntase en la escena una música francesa, que canta
en una jerigonza particular, ni francesa, ni española.
Luego un señor y un criado, ambos franceses._)
CRIADO.
Al fin, Monsieur de Bolí,
¿Que vas contra el rey de España?
BOLÍ.
Y he de vengar en campaña
la injuria que recibí.
Diéronle á mi padre muerte
En San Quintín.
CRIADO.
Está muy desvanecido
Con las Indias el de España.
BOLÍ.
No ha hecho jamás hazaña
A quien respete el olvido.
DON OCTAVIO.
¿Descolorido no ves
Al Duque?
AFANADOR.
¿Quién lo está menos?
BOLÍ.
Piensa el rey de España que es
El mayor; mas su arrogancia
Le engaña su parecer,
Pues aún no merece ser
vasallo del rey de Francia.
DON PEDRO. (_En su palco._)
Mientes, voto á Dios, gabacho,
Y los que oyéndote están
Mienten, si crédito dan
A tu voz.
(_Suben al tablado y acuchíllanlos. En el patio hacen lo mismo otros
españoles._)
DON PEDRO.
Aunque el Rey esté presente,
No ha de quedar francés vivo.
REY.
¡Nunca mayor valor vi!
DON OCTAVIO.
Será, villanos, eterno
Castigo tan singular.
CRIADO.
¡Que me matan!
CARRILLO.
Váyanse á representar
Al tablado del infierno.
REY.
¡Qué brioso, qué valiente
Manifiesta su valor
Aquel mancebo atrevido!
DON PEDRO.
Villanos, con esta hazaña
Os pretendo aquí enseñar
Cómo habéis de respetar
El valor del rey de España.
* * *
La furia de mi valor
No dejará en París gente.
REY.
Prendedlos; ¡ah de mi guardia!
(_Éntranse acuchillando á los franceses._)
REY.
¡Con qué arrojada fiereza
Acometió su nobleza!
De su empeño he colegido
Que quien de su Rey ausente
Así defiende el honor,
Lo defenderá mejor
Cuando le tenga presente.
Léense también con agrado los demás dramas de este poeta, porque si bien
sus escritos de esta clase no se ajustan á las exigencias rigorosas del
arte, se distinguen, sin embargo, por muchos rasgos de mérito y por sus
situaciones interesantes, aunque lo sean no pocas veces á costa de la
verosimilitud. En _Los tres soles de Madrid_ y _El encanto por los
celos_ se mueve Monroy en la región más absurda de lo maravilloso, y
hasta en las comedias que describen escenas ordinarias de la vida, como,
por ejemplo, _La alameda de Sevilla_ y _El ofensor de sí mismo_,
propende á lo extraordinario y á lo raro. Otra cualidad, que descuella
en las obras suyas de esta última clase, es el colorido exagerado de la
galantería romántica, que en ellas domina y que da á conocer á
Andalucía, su país natal, en donde, según dice Alarcón, duraron más
largo tiempo las finezas galantes de Amadís de Gaula[22].
JUAN BAUTISTA DIAMANTE fué caballero del hábito de San Juan de Jerusalén
y poeta dramático, muy aplaudido, á mediados del siglo XVII. Una parte
de sus obras dramáticas se publicaron en Madrid, en colección, en los
años de 1670 y 1674[23]. Encuéntranse entre ellas comedias de todos
géneros, y aunque contienen mucho frívolo y mediano, merecen, sin
embargo, fijar nuestra atención. Sobresalió Diamante en las
representaciones de sucesos de la historia de España, siendo pocos los
poetas que puedan comparársele, y que, como él, hayan seguido la misma
senda, que recorrió antes Lope de Vega. Descuella, entre todas, su _Cid_
ó _El honrador de su padre_, como se titula su comedia española,
habiéndose observado también en Francia la semejanza singular de esta
comedia con el Cid de Corneille[24]. Esta semejanza es tan grande, no
sólo en muchos pasajes aislados, que se hallan esparcidos en diversos
lugares del drama, sino en escenas enteras traducidas casi literalmente,
que aparece el plagio sin dejar lugar á dudas[25]. La opinión, pues, que
antes expusimos, de que éste era el único caso en que un español hubiera
imitado algo de un francés, merece ampliarse con nuevos datos. Fundábase
esta opinión nuestra en la circunstancia de carecer de noticias
auténticas para presumir que hubiese vivido Diamante después del comedio
del siglo XVII[26]. Examinando más detenidamente á _El honrador de su
padre_, nos hemos confirmado en nuestro anterior convencimiento, porque
este drama ofrece todas las condiciones de una obra original, y porque
todo su estilo es puramente nacional y español, oponiéndose, por tanto,
á la creencia de que pueda ser una imitación de extraño modelo. Bastan
todas estas razones para pensar, aun sin datos exteriores que lo
corroboren, que este drama hubo de escribirse antes del año 1636, fecha
en que apareció el Cid de Corneille. La tragedia francesa ha de mirarse,
pues, como compilación de la de Diamante y Guillén de Castro. Y nada
prueba contra este aserto que Corneille haga caso omiso de nuestro
poeta, porque tampoco confesó espontáneamente, en un principio, que
había tenido presente la de Guillén de Castro.
Por lo que hace al mérito de _El honrador de su padre_, hemos de
modificar también nuestro juicio anterior, resultado de un análisis algo
ligero de este drama. Sin duda carece de ese brillo y colorido poético
seductor, y de ese estro y frescura juvenil de _Las mocedades del Cid_;
pero en la vitalidad orgánica de toda la composición, en la superior
disposición artística de sus materiales, no encontrándose detalle alguno
ocioso que detenga en lo más mínimo la rapidez de la acción; en todas
estas propiedades, repetimos, quizás aventaje, en nuestro concepto, á la
obra de Guillén de Castro, no faltándole tampoco colorido poético
brillante y original. Como continuación del mismo drama, representando
sucesos posteriores de la vida del Cid, y concordando sobremanera con la
segunda parte de _Las mocedades_, ha de considerarse _El cerco de
Zamora_. Por lo demás, ha de tenerse presente que el drama de Diamante
no ha obscurecido al de Guillén de Castro, ya que éste se ha conservado
con preferencia en la escena española.
En _El Hércules de Ocaña_ nos presenta Diamante al famoso espadachín
Céspedes, muy popular en España por su fuerza y por su valentía casi
increíble, especie también de personaje mítico ó tradicional. Esta obra
ofrece sólo una serie de escenas poco trabadas entre sí, sin
acicalamiento dramático, propiamente dicho, habiendo empleado en ella,
como en otras muchas, por ejemplo en _El valor no tiene edad_ y _El
defensor del Peñón_, una manera especial de componer, incompatible con
el refinamiento artístico introducido por Calderón; y aunque no nos
propongamos defender en absoluto este estilo de las censuras de la
crítica rigorosa, parécenos, sin embargo, que se harmoniza con el
carácter propio del drama popular; de todas maneras, se leen con placer
y con interés las piezas citadas, por la animación con que se describen
las costumbres y los móviles del pueblo español durante su período más
glorioso, regocijándonos, sobre todo, sus caracteres individuales y su
lenguaje natural, libre y animado.
_La judía de Toledo_, de Diamante, presenta el mismo argumento que
conocemos ya, recordando _Las paces de los reyes_, de Lope. «Todas las
primeras damas del Teatro Español, dice Signorelli, aprenden para
demostrar su talento el papel de _La judía de Toledo_, de la comedia del
mismo título de Diamante. La acción es del reinado de Alfonso VIII de
Castilla, que, por espacio de siete años largos, tuvo relaciones
amorosas con una judía de Toledo. El drama comienza suplicando Raquel al
Rey que derogue el decreto desterrando de España á los judíos; pinta
después el amor naciente y siempre más intenso de ambos, y termina con
la muerte de Raquel por los rebeldes castellanos. Las extravagancias de
su estilo, su irregularidad, y las bufonadas en las escenas trágicas, no
perjudican, sin embargo, á la verdad y á la energía de los afectos y á
los caracteres de Alfonso, fascinado por el amor, y de la judía Raquel,
tan ambiciosa como amada por el Rey.»
Como antes hablamos ya lo suficiente acerca de las comedias religiosas,
es nuestro propósito ocuparnos sólo excepcionalmente en este punto;
pero no podemos menos de llamar la atención hacia _La Magdalena de
Roma_, de Diamante. Sin empeñarnos en que participen de nuestra opinión
los que, impulsados por lo que se llama ilustración en nuestros días,
carecen de aptitud para saborear la poesía del catolicismo, ni en que
aprecien las bellezas de este drama, nos limitamos á recomendarlo á
todos los demás, capaces de estimar la poesía verdadera, sean las que
fueren las extrañas vestiduras con que se cubra. Así, este drama, á
pesar de sus redundancias y del abuso que se hace en él de las
apariciones, nos revela de la manera más brillante el estrecho enlace de
la realidad ordinaria con los milagros más sublimes de la religión,
medio eficacísimo, usado por los poetas españoles, para producir notable
efecto poético, permitido por su fe y tolerado en el teatro.
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CAPÍTULO XX.
Antonio de Mendoza.--Álvaro Cubillo de Aragón.--Juan de la
Hoz.--Antonio de Solís.--Agustín de Salazar.

ANTONIO HURTADO DE MENDOZA[27] provenía de una familia noble, oriunda de
las montañas de Burgos. Distinguióse ya como poeta dramático en vida de
Lope de Vega[28], y una de sus mejores obras de esta especie, _El galán
sin dama_, hubo probablemente de escribirse hacia el año de 1620. Dícese
en ella lo siguiente:
Es más fácil que se tope
En el mundo á cada paso
Un Plauto, un Virgilio, un Tasso,
Que en muchos siglos un Lope.
Habrá escrito novecientas
Comedias...
de cuyas palabras se deduce, que las comedias de Lope, en el año de
1620, ascendían á más de novecientas. Sin duda debió Mendoza á su
talento poético la obtención de un cargo importante cerca de la persona
de Felipe IV. Fué, en efecto, Secretario particular de este Monarca, é
individuo del Consejo superior de la Inquisición, recibiendo también,
como signo del favor que le dispensaba el Rey, la encomienda de Zurita
de la Orden de Calatrava. Sus obras dramáticas son pocas en número, si
se tiene en cuenta la fecundidad de otros poetas dramáticos españoles,
no pasando al parecer de ocho comedias[29].
Nótase en ellas la flexibilidad y movilidad de su talento, pero no ese
vuelo de las ideas y de la imaginación, distintivo peculiar de los
grandes poetas: divierten, pero no arrebatan. En lo cómico, al
contrario, sobresale Mendoza con extremo: en _El galán sin dama_ y _Cada
loco con su tema_, nos ofrece caracteres ridículos, con verdad
extraordinaria, llenos de vida y dotados de individualidad propia, como
únicamente puede crearlo el espíritu de observación perspicaz y
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