Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo V - 07

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discreto. Pueden servir para demostrar lo opuesto á lo que afirman
algunos, al sostener que los poetas cómicos españoles desconocen el
corazón humano, y no saben describir dramáticamente las debilidades y
las locuras humanas, porque las comedias, á que nos referimos, en nada
ceden bajo este aspecto á las mejores de Molière. El enredo también, con
caracteres que sirven para su efecto, ofrece situaciones de las más
divertidas: ambas están sazonadas por una gracia inagotable, y el
diálogo es de una animación singular. _Los riesgos que tiene un coche_ y
_El trato muda costumbres_ son comedias de enredo exclusivamente, sin
contener nada de característico; la acción es natural y graciosa, y su
plan no deja nada que desear en cuanto al orden y sucesión artística de
las escenas. El talento de Mendoza no era, sin duda, á propósito para lo
trágico, y él mismo hubo de conocerlo así, puesto que nos ha dejado un
solo ensayo de esta clase. Este ensayo se titula _No hay amor donde hay
agravio_, drama muy semejante en su fábula á _El médico de su honra_,
pero escrito acaso con anterioridad á la tragedia de Calderón: una
doncella, que, al verse visitada por un galán impertinente en ausencia
de su amante, se ve obligada, por la llegada imprevista de su padre, y
por la fuerza que éste le hace, á dar su mano al visitador, y siente
después renacer en su pecho el antiguo amor que profesaba á su primer
amante al presentarse otra vez á sus ojos. Concertado ya entre ambos su
plan de huída, y sospechándolo el marido, sorprende á la criminal pareja
y la sacrifica á su venganza. No se ve en esta obra ni trazas siquiera
de la profundidad, con que Rojas y Calderón han tratado el mismo asunto.
Muchas otras obras dramáticas de Mendoza fueron escritas para celebrar
fiestas en el teatro del Buen Retiro, distinguiéndose por su pompa
escénica, con arreglo al fin que se proponía el autor.
ALVARO CUBILLO DE ARAGÓN era natural de Granada, según nos dice D.
Nicolás Antonio. Debió nacer á principios del siglo XVII, ó por lo menos
á fines del anterior, porque el biógrafo mencionado habla de una obra
suya (_La curia leonina_), cuya segunda parte apareció ya en Granada en
1625. No tenemos dato alguno acerca de la vida de Cubillo. Su fecundidad
en el género dramático parece haber sido grande. Algunas comedias suyas
y otras obras del mismo se imprimieron bajo el título de _El enano de
las musas_[30]: Madrid, 1654. En la dedicatoria de este tomo dice que
ha compuesto más de cien comedias, quejándose de que muchos libreros
falsarios las han atribuído á otros poetas, como á D. Antonio de
Mendoza, por ejemplo, la titulada _Señor de Noches-buenas_, aunque no se
comprende que, habiendo este hombre distinguido escrito tantas cosas
notables, se intentara desacreditar su nombre, haciéndolo responsable de
locuras ajenas.
Las obras dramáticas de Alvaro Cubillo no revelan ingenio eminente, sino
facultades naturales felices, consagradas con ardor al estudio de los
mejores modelos. Su imaginación no es brillante y rica con exceso; pero
tiene, sin embargo, la inventiva necesaria para enlazar sus
composiciones dramáticas con argumentos ó fábulas interesantes. Si
carecen de notable originalidad, regocijan, no obstante, por la
dramatización hábil y artística del asunto, por su plan bien coordinado
y por el buen gusto que demuestra en la exposición, y poseen además una
cualidad que las distingue muy particularmente de todas las demás obras
dramáticas de los españoles. Es esta prenda cierta dulzura agradable de
tiernos sentimientos, que nos revela con toda verdad una de las partes
más nobles del corazón humano. Alvaro Cubillo hubo de tener un carácter
sensible, casi femenino, opuesto á la representación de pasiones
enérgicas, pero conocedor de las más dulces del alma, especialmente de
la de la mujer, y aficionado, por su propensión natural, á lo tierno y
agradable, á la pintura del amor ferviente y lleno de abnegación. A esta
especie pertenecen sus mejores obras, y, entre ellas, en particular,
_Las muñecas de Marcela_ y _La perfecta casada_. En la primera de estas
comedias se nos presenta con la mayor delicadeza la aparición del
sentimiento del amor en una doncella, casi niña, personificando en esta
Marcela un sentimentalismo tierno y visionario, lleno de frescura, de
sencillez, de vida y alegría, que nos impresiona singularmente del modo
más grato. Tan simpática como ésta, y por la misma razón, es la heroína
de la segunda comedia mencionada: quizás en pocas obras observemos un
carácter tan angelical, un corazón y unas costumbres tan puras, que
resplandecen siempre serenas hasta en las tentaciones, humillaciones y
extravíos. Su lenguaje claro, natural y bello, y la harmonía y
perfección de sus versos, contribuyen también á aumentar el mérito de
ambas composiciones.
Si las descripciones psicológicas no forman el fondo de sus obras,
prefiere Alvaro Cubillo representar la energía moral, la paciencia y la
constancia en la desdicha, la fidelidad, y la abnegación y sacrificios
de la amistad y del amor, practicándolo de manera que se distinga, bajo
este aspecto, con gran ventaja suya, de la generalidad de sus
contemporáneos, siendo su lenguaje propio y natural del sentimiento, y
conmoviéndonos de esta suerte mucho más que cuando imita á la mayor
parte de los poetas españoles, al emplear la razón y la imaginación en
expresar los varios afectos de la sensibilidad. Bajo este punto de vista
es muy bello é interesante su drama titulado _El amor cómo ha de ser_.
Entre las demás comedias de este poeta, en las cuales descuella menos
esa prenda especial y distintiva, escritas con arreglo al carácter
general de las demás obras dramáticas españolas, merecen mención
especial _El invisible príncipe del Baúl_, de mucho ingenio y de mucha
gracia verdadera, quizás comparable á _Amar por señas_, de Tirso de
Molina; _El vencedor de sí mismo_, del ciclo de tradiciones de
Carlomagno; _Los desagravios de Cristo_, que trata de la destrucción de
Jerusalén por Tito; _El conde de Saldaña_, en dos partes, quizás la
mejor obra dramática que trate de la historia de Bernardo del Carpio, y
la que se ha sostenido más largo tiempo en el teatro, y, por último,
_El rayo de Andalucía_, cuyo héroe es el famoso bastardo Mudarra.
JUAN DE LA HOZ MATA[31], oriundo de una familia de Burgos, nació en
Madrid en el año de 1620; recibió en el de 1653 el hábito de la Orden de
Santiago; después fué regidor de Burgos, y, por último, presidente del
Consejo de Hacienda de Castilla. Vivió hasta fines del siglo XVII. A
pesar de las graves ocupaciones anejas á los cargos importantes que
desempeñó, tuvo tiempo, sin embargo, para consagrarse al culto de las
musas. Sus dramas no son numerosos. El más célebre es _El castigo de la
miseria_. Esta comedia fué calificada entre las obras mejores de este
género del teatro español, en la época en que se creyó que la belleza y
la cualidad principal de una buena comedia había de consistir en la
censura acertada de ciertos vicios y flaquezas humanas: pero las ideas
estéticas actuales, hoy más exigentes que entonces, no pueden confirmar
ese juicio, celebrando á lo más la gracia de algunas situaciones y la
elegancia de la locución: sólo el carácter del sórdido avaro Don Marcos,
decuplicado Harpagón, puede mover disgusto. El enredo, que consiste en
las estratagemas de una astuta aventurera, que lo engaña so pretexto de
poseer inmensas riquezas y lo atrae de esta manera á sus redes, no
ofrece, á la verdad, nada notable, sino que, al contrario, es de un
mérito mediano y ordinario. Vale mucho más otra comedia de La Hoz,
titulada _El montañés Juan Pascual y primer asistente de Sevilla_[32].
Indicaremos, por tanto, el argumento de esta obra dramática digna de
aprecio. El rey Don Pedro _el Justiciero_, más conocido bajo el
sobrenombre de _Cruel_, se extravía cazando en la inmediaciones de
Sevilla. Un anciano, á quien encuentra sin darse á conocer, le ofrece
alojamiento en su casa por la noche, y lo lleva á su habitación, sin
aparato, pero espaciosa y demostrando el bienestar de su dueño. Pronto
se suscita entre ambos animada conversación, y el huésped, que se da á
conocer por el nombre de Juan Pascual, como propietario, no noble, á la
verdad, pero sí perteneciente á una familia de cristianos viejos, habla
con la mayor libertad de las faltas del Rey y de los desórdenes y
malestar del reino. La causa principal de estos trastornos consiste
para él en la falta de justicia sensata y prudente.
Un castigo atemoriza,
Un suplicio causa ejemplo;
Pero en llegando el cuchillo
A esgrimir siempre sangriento,
Se hace lástima la ira,
La lástima sentimiento;
De esto nacen los quejosos
Y los sediciosos desto,
Que es atributo de Dios
La justicia, con que es cierto,
Que á su imitación, no es bien
Cause horror, sino respeto.
Si el Rey tuviera á su lado
Un hombre como yo, creo
Que mirando por su fama
Y por la quietud del reino,
Que muy en breve Sevilla
Refrenara su ardimiento.
Don Pedro lo oye con la mayor atención y complacencia. La llegada de
algunos caballeros de su séquito revelan á Juan Pascual cuál es la
persona, á quien ha hablado con tanta libertad. El Rey expresa su deseo
de que Juan Pascual, cuya prudencia é independencia de carácter han
hecho en él impresión favorable, acepte el cargo de asistente ó primera
autoridad civil de Sevilla. Juan Pascual, al principio, opone algunas
dificultades para la admisión del puesto que se le ofrece; pero Don
Pedro, por su parte, no deja de insistir para que lo acepte.
JUAN.
Mirad que soy testarudo,
Y lo que una vez sentencie
En justicia, no ha de haber
Ordenes que me lo truequen.
REY.
Lo que hicieres doy por hecho.
JUAN.
Mirad que, sin excepción,
Al que culpado aprehendiere
He de castigar, sin que
Valgan glosas á las leyes.
REY.
Ni aun mi casa reservéis;
¿Queréis más poder que éste?
JUAN.
Mirad que me estrecháis mucho,
Y que puede ser que acepte.
REY.
Juan Pascual, lo dicho, dicho.
JUAN.
Pues si remedio no tiene,
Lo dicho, dicho, señor.
Instalado en su nuevo cargo Juan Pascual, por su enérgica administración
de justicia y por la sabiduría y moderación de sus fallos, llena pronto
de terror á los criminales, y colma las esperanzas de todos los hombres
honrados. Sevilla varía completamente de aspecto; pero al asistente no
dan menos que hacer los malhechores que el mismo Rey, porque Don Pedro
no aparece en esta obra bajo el aspecto de justiciero, como en las de
Calderón y Moreto, sino como un tirano sombrío, arbitrario y receloso.
Creyendo siempre que sus adversarios y hasta sus parientes le tienden
lazos traidores para perderlo, intenta asegurar su vida matando á sus
enemigos; la sangre de sus rivales ha de derramarse para llevar á
ejecución sus intrigas amorosas, y otras veces, al contrario, se empeña
en proteger á los reos condenados por el asistente. Juan Pascual,
siempre justo y concienzudo, pero á la vez de carácter flexible, se da
trazas de tener á raya al violento y tiránico Monarca, en cuyo ánimo, á
pesar de la furia de sus pasiones, subsiste aún un resto de justicia, y
someterlo, cuando la necesidad lo exige, á sus buenos propósitos. Por
este motivo, para hacer resaltar el conflicto entre los deberes de
magistrado y de súbdito, en que Juan Pascual se encuentra, y la maña con
que, en virtud de su firmeza de carácter y de su celo, desvanece los
innumerables contratiempos que su cargo le suscita, se muda de repente
el argumento del drama para concentrar todo su interés en los sucesos
siguientes: Don Pedro, olvidándose de su pasión por Doña María de
Padilla, se enamora con violencia de la propia hija de Juan Pascual, é
intenta penetrar de noche en la casa del asistente. Mata de una puñalada
á un criado que se opone á su entrada, pero llega á escaparse antes de
que acudan los vecinos atraídos por el escándalo. Nadie sabe quién es el
asesino. Juan Pascual prende á todos los habitantes de la calle, y nada
puede averiguar; pero una vieja, que trabajaba tarde en su ventana, á la
luz de un candil, declara que ha conocido al Rey. El asistente le impone
el más profundo silencio, y prosigue la causa empezada en la forma
ordinaria; el Rey le recomienda con maligna ironía que no omita medio de
descubrir al culpable y de castigarlo, sea cual fuere su rango, con todo
el rigor de la ley. Juan Pascual no se desconcierta por esto en lo más
mínimo. Poco tiempo después anuncia al Rey que la causa se ha terminado,
y que se sabe quién es el reo; pero que el delito se ha cometido por un
hombre, que ocupa un puesto tan elevado, que á veces, en consideración á
él, las leyes quedan sin fuerza, y que acaso sería más conveniente
dejar en aquel estado el negocio. Don Pedro, valiéndose de los
subalternos del asistente, averigua que éste lo sabe todo; pero siente
curiosidad de ver cómo sale de este embarazo, é insiste de nuevo en que
se cumpla con rigor la ley. Juan Pascual, que se precave de la cólera
del Monarca arrancándole una orden solemne, no tarda en ejecutar su
proyecto. Suplica al Rey que le acompañe al lugar en donde se ha
perpetrado el crimen, y en donde debe ser castigado. Apenas llegan allí,
se descorre una cortina que encubría la casa del asistente; detrás de
ella se ve la estatua de piedra de Don Pedro, y no lejos el candil en la
ventana, desde la cual presenció la vieja el asesinato.
REY.
Este es mi retrato.
* * *
JUAN.
Pues éste es el delincuente,
Y yo el juez, que de rodillas
Vuestro seguro os acuerdo.
El Rey estrecha entre sus brazos al atrevido y noble magistrado, y manda
que, para recuerdo perpetuo de este suceso, permanezca la estatua en su
lugar, y que Juan Pascual desempeñe mientras viva el cargo de asistente
de Sevilla.
ANTONIO DE SOLÍS Y RIVADENEYRA[33] nació en Plasencia (Castilla la
Vieja)[34] el 18 de julio de 1610; estudió después leyes en la
Universidad de Salamanca, y se consagró también desde su juventud á la
poesía, escribiendo á los diez y seis años una comedia titulada _Amor y
obligación_, que fué recibida con mucho aplauso. El conde de Oropesa fué
su decidido protector; más tarde fué nombrado Secretario de Felipe IV, y
obtuvo una plaza en la Chancillería de Estado, componiendo algunas
comedias por indicación del Rey para celebrar las fiestas de la corte.
Después de la muerte de Felipe fué nombrado Cronista mayor de las
Indias, escribiendo, mientras lo desempeñaba, su famosa obra de _La
conquista de Méjico_. Cuando era mayor su renombre como hombre de
Estado, como historiador y poeta, tomó de repente la resolución de
renunciar al mundo y de entrar en el estado eclesiástico. Recibió las
sagradas órdenes á los cincuenta y siete años de edad, abandonó los
negocios, y renunció para siempre á la poesía y al teatro. Dejó sin
terminar una comedia, ya comenzada, cuyo título es _Amor es arte de
amar_. Murió el 19 de abril de 1686. Sus comedias, no muchas en número,
aparecieron en un tomo, con el título de _Comedias de D. Antonio de
Solís y Rivadeneyra_ (Madrid, 1687), reimpresas después en el mismo
punto en 1716. Algunas loas y sainetes suyos, y el fragmento de la
comedia _Amor es arte de amar_, que dejó sin concluir, se encuentran en
las _Varias poesías sagradas y profanas que dejó escritas D. Antonio de
Solís, recogidas por Don Juan de Goyeneche_: Madrid, 1692.
Las comedias de este poeta fueron muy famosas en la época, en que
españoles patriotas, amantes de su teatro nacional, acometieron su
defensa contra los ataques de los galicistas, y que, para no herir
demasiado á sus adversarios, eligieron aquellas obras dramáticas menos
opuestas á los preceptos de Boileau, cifrando en ellas sus alabanzas.
Algunas comedias de capa y espada de Solís guardan la unidad de acción,
que dura veinticuatro horas, y de aquí que fuesen las preferidas contra
los partidarios de las unidades, para probarles que la barbarie de
España no había sido tan grande como sostenían. Muchos escritores del
siglo anterior consideran á Solís como á uno de los primeros poetas
dramáticos españoles, y hasta Bouterwek y Schlegel le señalan un rango
literario superior á su mérito, no precisamente por las mismas razones
que impulsaron á los demás á hacerlo, sino por el influjo de esa crítica
preexistente. Pero la verdad es que sólo merece esa fama por su estilo
elegante, y por la tersura natural de su diálogo; son sus obras
dramáticas lindas miniaturas trazadas con facilidad y limpieza; pero,
sin embargo, es lo cierto que quien no propenda á mirar al tecnicismo
elegante y perfecto de la composición como las cualidades más meritorias
de toda obra poética, sino que, al contrario, extreme más sus
pretensiones para censurarlas, renunciará descontento á su lectura. En
cuanto á inventiva y fuerza de imaginación, y en cuanto á ese estro
interior, fuente de la verdadera poesía, son de orden muy inferior los
talentos de Solís, y en nuestra opinión casi se le dispensa más honor
del que merece al colocarlo en lugar más bajo que á los dramáticos de
segundo orden, y acaso al mismo nivel de Guevara y Matos Fragoso.
Por tanto, Solís debe descender de la altura usurpada, que se le ha
señalado, al paraje más modesto que le compete, lo cual no obsta á que
se estime y alabe su habilidad en la invención y arreglo de un plan, su
viveza en observar y representar las costumbres y los caracteres, la
elegante precisión de su lenguaje y la agudeza de su ingenio. Al tratar
ya en particular de sus dramas, hablaremos primero, como es justo, de
_El alcázar del secreto_, el más famoso suyo en España, hace mucho
tiempo. Su fábula y traza es muy ingeniosa, y hay claridad y
transparencia en su desempeño, aunque se desearía que careciese de
cierta tendencia á la ópera. El lugar de la acción es la isla de Chipre,
el cual nos hace ya adivinar cuál ha de ser su argumento, porque Chipre
fué el país predilecto de los poetas españoles siempre que se proponían
representar hechos fantásticos, rodeados de un marco ó nimbo
maravilloso. Segismundo, príncipe de Epiro, ha dado muerte en desafío al
hijo de Fisberto, rey de Chipre. Diana, hermana del muerto, y á
consecuencia de una profecía que anuncia á su padre su casamiento con su
más encarnizado enemigo, ha sido guardada por su padre en un palacio
inaccesible, y se ha prometido para esposa á quien quiera que haga
sucumbir al matador de su hermano. Segismundo desembarca en las costas
de Chipre á causa de una tempestad, y penetra por un subterráneo en el
palacio de Diana, y la ve y se enamora; pero el triste resultado de su
desafío anterior, y la circunstancia de que la mano de Diana ha de ser
el premio de su propia muerte, le obligan á ocultar su nombre y á
hacerse pasar por Rugero, príncipe de Creta. Hay en esto, como se nota á
primera vista, germen apropiado para un desarrollo lleno de interés;
añádase que el poeta supone que el verdadero Rugero se ha enamorado á su
vez de la hermana de Segismundo, cuyo retrato ha visto, y que le lleva á
Chipre, haciendo nacer celos fundados entre estas dos enamoradas
parejas, ya por la mudanza de los nombres, ya por otras causas, y
entretejiendo con mucha habilidad en el argumento estos hilos diversos;
todo lo cual demuestra que es justa la censura favorable que se ha hecho
de esta obra, y que sus bellezas y el ingenio mostrado por su autor,
corroboran con razón su gran fama.
De _La gitanilla de Madrid_, de Solís, que, como indica su título, se
refiere á la novela del mismo nombre, de Cervantes, y, además, á un
drama antiguo de Montalbán, dice Signorelli, poco afecto á los
españoles, como es sabido, lo siguiente: «Esta comedia, traducida al
italiano por Celano, es deliciosa en español. Los afectos ordinarios,
los celos, el amor, los altercados y las reconciliaciones, tienen gracia
y novedad. La acción no dura mucho más de veinticuatro horas. Por su
desenvolvimiento y por su pintura de afectos, ha sido bien acogida esta
comedia en los teatros de Italia; pero es imposible conservar fuera de
España los rasgos originales de los gitanos andaluces, realzados
singularmente por la representación de los naturales de este país. Más
de una vez vi desempeñar el papel de Preciosa á la excelente actriz
Pepita Huerta, que falleció hace ya años, tomando parte también la
Carreras, que se había retirado de las tablas en el año 1783, al
abandonar yo la Península ibérica. Ambas eran igualmente aplaudidas,
pero por distintas causas. Admirábase en la primera la gracia natural y
distinguida, con que imitaba el lenguaje y las costumbres de los
gitanos: esta bella mezcla de gracia, de ingenio y de nobleza,
caracterizaba de una manera inimitable á una doncella viva y apasionada,
pero desdeñosa y llena de caprichos, descubriéndose al cabo que es hija
de padres de una posición respetable. La Carreras, por su parte, era
insuperable en la fiel imitación de las costumbres y modo de ser de la
gente gitanesca[35].»
A este encanto, que ofrece la representación de la comedia, hemos de
atribuir los aplausos, que siempre se le prodigaron en España. Pero
cuando se lee _La gitanilla_ tranquilamente, nos parece una comedia
mediana, eco casi apagado de las bellezas de la incomparable novela de
Cervantes.
_El doctor Carlino_ se funda en una comedia antigua de Góngora, no
terminada por éste. El protagonista es un mal médico, semejante á aquél,
de quien dice lo siguiente Tirso de Molina:
Más almas tiene en el cielo
Que un Calígula ó un Nerón;
Donde pasa todos gritan:
Allá va la Extremaunción.
Este Hipócrates se dedica, además, al arte de servir á los jóvenes en
sus relaciones amorosas, oponiendo perpetuo obstáculo á sus trabajos la
estupidez y locuacidad de su mujer, y obligándole á forjar nuevas
mentiras y ardides para llevar á cabo los enredos comenzados. El
embrollo, á que dan lugar, es, sin duda, entretenido; pero esta farsa
carece de mérito superior. En _Un bobo hace ciento_ hay tres amoríos que
se cruzan entre sí, disfraces, equivocaciones y celos; pero todo tan
trillado y vulgar, que no se comprende cómo el autor pudo presentar de
nuevo tan asendereado argumento. Más valen _Amparar al enemigo_ y _El
amor al uso_: el primero es una comedia, semejante á las de Calderón, y
una casualidad extraordinaria el resorte, que produce una combinación
muy divertida en ciertos amoríos, y un enredo de los más complicados;
_El amor al uso_ describe, con gracia y á la ligera, la pasión frívola y
la inconstancia de dos jóvenes, que fingen sentir ardiente pasión
amorosa, cuando, en realidad, está cada uno de ellos enamorado de otras
personas.
AGUSTÍN DE SALAZAR Y TORRES, perteneciente á una familia emparentada con
las primeras casas de España, nació en Soria (en Castilla la Vieja y en
el territorio que ocupó la antigua Numancia), y á los cinco años navegó
á América con un tío suyo, que lo había prohijado, recibiendo su primera
educación en el colegio de jesuitas de Méjico. Regresó joven á España;
encontró en la corte de Felipe IV favorable acogida, y conquistó, con
sus poesías y comedias, las alabanzas y la amistad de Calderón. Pasó
después á Sicilia en el séquito del duque de Alburquerque, y obtuvo el
cargo de capitán de armas de la provincia de Girgenti. A su vuelta á
España vivió de nuevo en la corte. Murió en Madrid, en el año de 1675.
Todas sus obras se imprimieron por Vera Tassis, á quien ya mencionamos
como editor de las de Calderón, en dos volúmenes[36], conteniendo el
segundo las comedias.
Salazar es tildado ordinariamente de imitador de Góngora. En sus poesías
líricas muestra, sin duda, inclinación al estilo hinchado de aquel
poeta; pero aunque en sus comedias se encuentren manchas aisladas de
culteranismo, en general su dicción, llena de imágenes pomposas, es, sin
embargo, corriente y escogida, pudiendo afirmarse también de casi todas
ellas que reunen, á un desempeño verdaderamente poético, inventiva
lozana y original. Su carácter distintivo es, en su mayor parte,
fantástico y parecido á cuento, manifestándose así en lo extraño y
maravilloso de la acción, y recibiendo los más varios cambiantes en su
exposición florida y poética. Corresponde á esta clase _Elegir al
enemigo_, comedia mencionada con aplauso por Bouterwek; _También se ama
en el abismo_, _El mérito es la corona_ y _Santa Rosalía_. Con los vivos
y ricos colores de su fantasía, ha exornado también Salazar los asuntos
tomados de la historia antigua, escogidos por él para materiales de sus
dramas. Tales son _Los juegos olímpicos_ y _Céfalo y Procris_. De muy
diversa índole, al contrario, es otro drama suyo, titulado _La segunda
Celestina_, que goza de mucha fama, y se ha conservado hasta hoy en el
repertorio del teatro español. En efecto, pocos cuadros de costumbres,
como éste, se nos ofrecen en todas las literaturas, de tan admirable
verdad, de plan tan acentuadamente cómico y que revele tan profundo
conocimiento del corazón humano, y de una sátira tan bien dirigida. Sus
caracteres son magistrales, notable su ingenio y gracia, y en las
situaciones de los personajes se admira la lógica dramática, en cuya
virtud forman parte esencial de la acción, así como su vida y
movimiento, y los rasgos de cómico genuíno que las distingue. La
protagonista es una vieja redomada que se hace pasar por bruja, y que,
bajo esta máscara, se ocupa, en realidad, en facilitar entrevistas de
jóvenes enamorados. Desempeña largo tiempo este oficio; pero al fin
queda presa en sus propias redes. Uno, engañado largo tiempo con sus
astucias, la delata á la Inquisición, y, comprendiendo ella que puede
costarle la vida su fama de brujería, se empeña en demostrar con la
mayor diligencia que sus pretendidas artes mágicas son las cosas más
naturales del mundo; todo el afán mostrado antes para que se diese fe á
la fuerza de sus filtros, amuletos y ungüentos, lo emplea ahora en
probar que eran sólo artimañas y engañifas. Pero nadie se fía de sus
protestas, y hasta los jueces, durante el juicio, temen algún daño del
poder sobrenatural que la atribuyen, invocando ella el testimonio de
todas las personas que se han creído encantadas, para demostrarles
cumplidamente que se ha limitado á estafarlas. Cualquiera comprende lo
acertado de este plan para cualquiera comedia, debiendo nosotros añadir,
que, en su ejecución, se halla una prueba brillante de la originalidad y
del talento cómico del poeta.
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CAPÍTULO XXI.
Crítica de este período.--Nuevas tentativas para reformar el drama
al estilo antiguo.--Colecciones de comedias
españolas.--Extraordinario número de poetas en tiempo de Felipe IV
y Carlos II.--Francisco de Leyba.--Jerónimo Cáncer.--Los hermanos
Figueroa.--Fernando de Zárate.--Antonio Coello.--Jerónimo de
Cuéllar.

Antes de proseguir nuestro examen de la literatura dramática española,
conviene intercalar algunas observaciones acerca de la crítica de esta
época, de las nuevas tentativas que se hicieron para escribir dramas al
estilo antiguo, y de las colecciones de comedias españolas.
Los eruditos, que á principios del siglo XVII habían censurado con tanta
acritud la forma nacional del drama, y recomendado la observancia de las
leyes de los antiguos, enmudecieron casi por completo hacia fines de la
época en que vivió Lope de Vega. El último escritor de alguna
importancia, que insistió en la conveniencia de imitar los dramas
antiguos, fué Jusepe González de Salas, muerto en 1651. La exposición de
la poética de Aristóteles, que hizo este crítico ilustrado é ingenioso
en el año de 1633, con el título de _Nueva idea de la tragedia_, trata
en sus primeros trece capítulos de la teoría de la tragedia, con arreglo
á los preceptos del antiguo filósofo, terminando esta obra un apéndice,
en que se describe la disposición exterior de los teatros griegos. Su
_Teatro escénico á todos los hombres_ es una apología del teatro en
general[37].
Hay pocas observaciones relativas al teatro español, y éstas no son de
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