Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo V - 01

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A. F. SCHACK

HISTORIA
DE
LA LITERATURA
Y DEL ARTE DRAMÁTICO
EN ESPAÑA
traducida directamente del alemán al castellano
POR
EDUARDO DE MIER
TOMO V

[imagen decorativa]

MADRID
IMPRENTA Y FUNDICIÓN DE M. TELLO
_Impresor de Cámara de S.M._
Don Evaristo, 8
1888
[imagen decorativa: CRITICOS.]


COLECCIÓN
DE
ESCRITORES CASTELLANOS
CRÍTICOS


HISTORIA
DE
LA LITERATURA
Y DEL ARTE DRAMÁTICO
EN ESPAÑA
V

TIRADAS ESPECIALES

100 ejemplares en papel de hilo, del 1 al 100.
25 " en papel China, del I al XXV.
25 " en papel Japón, del XXVI al L.
[imagen decorativa]


CAPÍTULO XIII.
Los autos de D. Pedro Calderón.--_El pintor de su deshonra.--La
cena de Baltasar.--El divino Orfeo.--La vida es sueño.--La
serpiente de metal._

LOS autos de Calderón, según el testimonio de sus coetáneos, son las
obras suyas que constituyen la principal base de su gran fama poética.
Así se comprende que D. Manuel Guerra, antes citado, diga que, en los
_autos sacramentales_, se granjeó este hombre eminente general
admiración, excediéndose á sí mismo; que su espíritu religioso inflamaba
su alma, y su locución, tomando poderoso vuelo, se elevaba como el
águila de Ecequiel sobre todos sus contemporáneos y sobre sí mismo; que
tan divinas eran sus invenciones, tan bellos sus pensamientos, tan
magníficas sus galas, tan claras sus moralidades, sus sentencias de tan
buen gusto, su razón y su fe tan dulcemente unida, y lo útil enlazado á
lo bello en tan amigable consorcio, que, á la vez, se quedaba la
inteligencia sorprendida y vivamente inflamado el corazón; por último,
que el ánimo se sentía lleno, al presenciarlos, de devoción y amor
divinos, alegre y humilde, contento é inspirado, y á la par que
lisonjeaban los oídos, inspiraban la más santa veneración hacia ese
divino sacramento.
No puede menos la posteridad de compartir la admiración del siglo XVII
por estas poesías, si le es dado abstraerse por completo del mundo que
la rodea, y prescindir de las ideas é inclinaciones tan diversas de
nuestra época para trasladarse á un período tan distinto del presente, y
á una esfera de opiniones y pensamientos, de cuyo núcleo ha brotado otra
literatura dramática. El que en su espíritu, pues, se transporta á esos
siglos pasados, contemplará esas creaciones maravillosas de los autos de
Calderón, experimentando sentimientos iguales á los de la persona, que,
provista de un anteojo de larga vista, recorre lejanos horizontes y
cielos dilatados, en los cuales las nebulosas se transforman en soles, y
surgen de las profundas tinieblas del firmamento mundos nuevos de un
resplandor incomparable. Si elegimos otra comparación, para aclarar
estas ideas, se puede asegurar que, al proceder de este modo, nos
parecemos á los navegantes, cuando, al surcar vastos océanos, aportan
al cabo á una región desconocida, llena de creaciones maravillosas, no
vistas por ellos antes, y oyen los ruidos de bosques gigantescos,
sonando misteriosamente las ondas de ríos caudalosos, y observan seres
de una naturaleza enteramente diversa de la que han contemplado siempre.
En efecto, esas composiciones poéticas de Calderón vienen á ser para
nosotros una región verdaderamente maravillosa. Preséntasenos de repente
un templo, en cuya construcción, como en el Graal de Titurel, está
simbolizado el Verbo eterno. Al penetral en él parece que llega hasta
nosotros el soplo de Dios, y una aurora celestial, resplandor de la
divinidad, llena sus ámbitos. En su centro se eleva el madero de la cruz
como foco de todo Sér y de sus diversas evoluciones, para expresar el
sacrificio, hecho en aras de la humanidad por el espíritu infinito, y en
virtud de su infinita misericordia. A los pies de ese símbolo sublime se
ve al poeta, como profeta y sacerdote, que traza sus rasgos en los muros
del edificio, y presta voz á las flores y á las guirnaldas que adornan
sus columnas, y hace oir la música, que baja harmoniosa de sus altas
bóvedas. Con su vara mágica extiende hasta lo inconmensurable las naves
de ese templo; un espacio inmenso nos lleva entre sus columnas de uno en
otro siglo, hasta esas épocas remotísimas y obscuras, en que brota por
vez primera el germen de la vida y comienzan sus giros los soles y las
estrellas, que han salido del seno de la nada; ese profeta inspirado
revela los misterios de la creación, y nos descubre el espíritu del
Señor en medio del caos, separando la tierra de las aguas, trazando su
curso á nuestro globo y á los astros, y mandando á los elementos que se
separen ó que se junten. Sentimos en torno nuestro el alma del mundo y
el batir gigantesco de sus alas, y oímos los harmoniosos concentos de
los soles, nuevamente creados, celebrando á su Hacedor al empezar su
carrera, y anunciando las glorias del Eterno. De la tenebrosa noche, de
donde surgen todas las cosas, observamos á la humanidad, formando
naciones que florecen y se marchitan, siguiendo siempre esa estrella,
que sirvió de guía á los sabios del Oriente para llegar en peregrinación
al lugar santificado por las profecías, y más adelante, alumbrándoles ya
el resplandor de la redención y de la reconciliación con Dios, las
generaciones aún no nacidas que han de aparecer en lo porvenir. Y el
poeta sagrado, franqueando las barreras del tiempo, nos conduce á lo
eterno y á lo inmutable; nos enseña las relaciones de lo creado y de lo
increado con el símbolo de la gracia, y á todas las naciones
contemplando ese mismo símbolo, llenas de devoción y de fervor
religioso. El universo con todos sus innumerables fenómenos y creaciones
forma un inmenso coro, que entona sus cánticos en alabanza del Eterno;
el cielo y la tierra le ofrecen sus dones; los astros, flores del cielo
nunca marchitas, y las flores, estrellas transitorias de la tierra,
ríndenle también homenaje; el día y la noche, la luz y las tinieblas lo
adoran en el polvo, y la humanidad abre los senos más recónditos de su
corazón, para que todos sus pensamientos y afectos purificados se
concentren en la contemplación de lo infinito.
Tal es el espíritu reinante en los autos de Calderón para quien quiera
comprender su sentido, y tal es también el que le inspiró su autor. Pero
hasta el crítico menos entusiasta no podrá dejar de admirarlo por
razones importantes. Acaso extrañe, por qué no queremos estrecharlo,
algunos atrevimientos excesivos; puede considerar la especie entera
poética, á que pertenecen los autos, como una excrecencia, que se halla
fuera del círculo de la poesía por su mezcla singular de esa misma
poesía escolástica y teosofía; pero ha de estimar, sin duda alguna, el
arte infinito, que maneja y domina elementos tan heterogéneos,
fundiéndolos en un conjunto harmónico. En efecto, la maestría de
Calderón excita nuestra sorpresa hasta lo sumo, porque, al componer los
autos, vence obstáculos muy superiores á los de las comedias, y porque
sus facultades poéticas se ostentan también con más brillantez y más
pureza, y porque en ellos desaparecen la superabundancia é hinchazón de
su estilo, manchas aisladas, que deslustran sus dramas mundanos,
cediendo su lugar á una exposición sencilla y clara, apropiada á la
grandeza del asunto. La pompa de sus imágenes es contrastada por la
prudencia, subordinándose al pensamiento capital, y ni hipérboles ni
palabras sonoras rompen la harmonía de la idea y de su expresión. El
espíritu del poeta, que se eleva al cielo en alas de la devoción, parece
concentrar toda su energía en un solo punto, para que los autos
encierren el esfuerzo más sublime que es capaz de hacer. De aquí la
extrañeza, que tanto nos maravilla, de que en estas composiciones
aparezca como iluminado todo el mundo real, y á la vez diáfano y claro,
á fin de que surja el rayo oculto de la Divinidad de sus formas tan
varias como infinitas; la historia antigua y la idolatría, lo pasado más
remoto y lo futuro más tenebroso, la creación con todos sus portentos,
los animales y las plantas, lo supremo y lo infinito de la existencia, y
todos los movimientos del corazón humano, y los fenómenos espirituales,
que forman los elementos y las combinaciones más sorprendentes é
ingeniosas para celebrar el cristianismo en su símbolo más sagrado; y
estas combinaciones, no obstante su carácter misterioso, son de una
claridad que causan nuestro asombro. El poeta sabe representarnos, como
en un espejo mágico, con contornos bien determinados, hasta lo más
recóndito é impalpable, hasta la imagen de la sombra del pensamiento. Si
bien es verdad que hemos de familiarizarnos con las abstracciones de la
razón y con conceptos generales metafísicos, no por eso deja de
maravillarnos y de compensar nuestro trabajo, la fuerza creadora que
infunde todos los rasgos personales y la vida individual en cosas no
reales, no siendo menos sorprendente el arte, que se ostenta en la
composición dramática en el terreno de lo sobrenatural, y con personajes
alegóricos y simbólicos logra producir una fábula ó acción,
estrechamente enlazada en su conjunto, que no sólo mueve nuestro
interés, sino que hasta excita y satisface nuestra curiosidad.
Dedúcese de lo expuesto la causa de la superioridad de los autos de
Calderón cuando se comparan con los de Lope, y consiste en la
profundidad de su fondo, incomparablemente mayor; en el empleo, mucho
más delicado, de la alegoría; en la solidez, con que están manejados sus
materiales en todas sus fases, y hasta en el pulimento más acabado de
sus partes, y de las relaciones de éstas entre sí. Si la ventaja, que
lleva nuestro poeta á todos sus predecesores, en general, en la traza
artística más perfecta de sus dramas, en el manejo más diligente de los
materiales, que los constituyen, y en el trabajo más concienzudo de sus
planes, ha sido ya expuesta, muéstranse estas mismas cualidades de un
modo más relevante en los autos que en las comedias, y hasta las fiestas
del Corpus más notables de tiempos anteriores, no pueden ni aun
compararse con las más débiles suyas.
Calderón ha adoptado de ordinario la forma de los autos, que le legó
Lope de Vega, y conviene, para entenderla, consultar lo que dijimos
sobre este punto en el tomo III, pág. 177. Allí se puede conocer cuáles
eran los personajes más usados por el poeta, ó por lo menos los
principales. Aun cuando se repitan con frecuencia las mismas figuras, y
suceda lo mismo con ciertos giros y enlaces de ideas, no es dable
evitarlo, atendiendo á que todos los autos sacramentales estaban
únicamente destinados á celebrar el dogma de la Transubstanciación, y
ese objeto imponía, por condición precisa, que, en estos espectáculos
de la fiesta del Corpus, fuesen idénticas sus ideas fundamentales. El
poeta, en el prólogo que les antecede, dice que, si algún lector
ignorante se atreve á censurar que en la mayor parte de estos autos
aparecen los mismos personajes, como, por ejemplo, la Fe, la Gracia, el
Pecado, la Naturaleza, el Judaísmo, la Idolatría, etc., tenga presente,
que, como el objeto de esas composiciones siempre es el mismo, sírvese
también de iguales medios para conseguir un fin idéntico, y no olviden
la razón poderosa de que esos mismos medios, con tanta frecuencia
manoseados, llegan cada vez por distintos caminos á términos diversos;
porque no olvidándolo, esa crítica, á su juicio, ha de trocarse en
alabanza, si es verdad que el arte de la naturaleza es sólo tan grande
por la razón de que, con las mismas facciones, forma rostros tan
variados, y, con arreglo á este tipo, ya que no se califique de arte, se
le disculpará, por lo menos, haber escrito tantos autos distintos
empleando los mismos personajes. Añade después, que, si se encuentran
semejantes algunos pasajes de ellos, también la naturaleza produce
algunos rostros parecidos; y ya que esto no aparte toda censura
adviértase que esas composiciones sólo se representaban una vez al año,
habiendo transcurrido un espacio de tiempo de más de veinte entre la
representación de algunos de los autos, comprendidos en el primer
volumen, y siendo su consecuencia que la impresión producida, al
representarlos tantos años atrás, hubo de ser diversa de la que muevan
ahora al ser leídos. Dice, por último, que algunos pasos parecerán acaso
lánguidos, porque la escritura carece de la sonoridad de la música y de
la pompa de la maquinaria, siendo, por tanto, indispensable que el
lector, con su imaginación, supla estas galas que le faltan.
Para comprender cómo desenvolvía Calderón aisladamente estos principios
generales de sus autos, extractaremos los argumentos de algunos. Las
loas, que, como dice el editor, sólo pertenecen en parte á Calderón, y
que, por lo general, no tienen relación necesaria con la composición que
le subsigue, no serán objeto de nuestro examen.
_El pintor de su deshonra._--Este es un auto, que se compara, por su
título, con la tragedia que también lo lleva, y que, en su argumento, se
asemeja asimismo á ella. Comienza con un soberbio monólogo de Lucero
(Lucifer), que sale de la boca de un dragón, y llama á la Culpa, que
habita en una obscura caverna. Cuando el último le pregunta lo que
desea, le refiere la historia de su caída, y que, en castigo de su
orgullo, ha sido condenado á tinieblas eternas. Expresa su
desesperación, y su odio, y su envidia al Creador del mundo, que lo ha
humillado tan profundamente, representándolo como á gran artista ó
artífice maravilloso; cuenta, además, que este artista intenta pintar
una forma y un rostro á su imagen, después de haber trabajado por
espacio de seis días largos en un cuadro grande y maravilloso, que es la
Creación, debiendo acabar su obra en el día séptimo; la Culpa ha de
prestarle su ayuda, para que esa imagen desaparezca, y para que el
artista reciba el nombre de pintor de su deshonra. La Culpa le promete
su auxilio, y ambos se deslizan en el taller: asombrados y llenos de
temor, á pesar de su aborrecimiento, contemplan el cuadro del Creador;
las imágenes de las espigas y de la viña, alusión al futuro Sacramento,
los hacen temblar, ocultándose entre las hojas de un árbol al oir ruido.
El pintor aparece y comienza su trabajo, mientras la Inocencia, la
Sabiduría y la Gracia le presentan los colores y entonan cánticos en su
alabanza; y, cuando el trabajo se ha terminado, imagen del maestro, le
infunde vida y aliento, y la Naturaleza humana, recientemente forjada,
se arrodilla ante su Hacedor. Éste le cede la soberanía sobre todo lo
creado, prohibiéndole sólo que pruebe la fruta del árbol de la ciencia.
La joven Reina del mundo, rodeada de la Sabiduría, de la Inocencia, de
la Gracia y del Libre albedrío, se queda en la escena, y describe con
frases sublimes las maravillas de la creación que la rodea; Lucifer y la
Culpa se acercan á ella bajo un disfraz, y, después de sobornar al Libre
albedrío, intentan engañarla con sus exhortaciones; la Culpa coge el
fruto prohibido, y el Libre albedrío lo ofrece á la Naturaleza humana
para que lo saboree; la Sabiduría, la Inocencia y la Gracia se oponen,
pero la débil criatura obedece sólo á su placer, y, entonces, el día se
obscurece, tiembla la tierra, se disipa la belleza del Paraíso, huyen
las celestiales compañeras de la Humanidad, y ésta, al sucumbir, es
arrastrada por Lucifer como esclava. El pintor ve desfigurada y
deslustrada la obra más bella de su arte, y exclama con santa pena:
.....¡Oh, nunca
La pintara tan hermosa,
Que hubiera venido á ser
Yo el pintor de su deshonra!
* * *
¿Por mi mayor enemigo
Me dejas?
* * *
Hombre mortal, nota
En la representación
De mis amantes congojas,
Cuando de Dios te enajenas,
El pesar que le ocasionas,
Pues si puede llorar Dios,
De celos de un alma llora:
Pésame de haberte hecho,
Pésame dije, y lo torna
A repetir el dolor;
Mas que lo diga, ¿qué importa?
Si á fuer de esposo ofendido,
No hago que mi honor disponga
La venganza;
* * *
Por donde quiera que vayas,
Tan infeliz como hermosa,
Agua de lágrimas bebas
Y pan de dolores comas;
En el sudor de tu cara
Veas que el afán reposa;
Paras con dolor tus hijos;
Y tú, serpiente engañosa,
El pecho por tierra arrastres,
Gimas muda y silbes ronca;
* * *
El mundo, tálamo injusto
De sus adúlteras bodas,
Tengo de borrar,
* * *
Dejando sus bellas luces
Manchadas con negras sombras;
Ni ave, ni fiera, ni pez,
Ni planta, ni flor, ni hoja,
En él quedarán: desaten
Nubes y mares sus ondas.
Se oye un temblor de tierra, y el ruido de un trueno, y el estrépito que
hace el río de la Culpa, al acercarse; al mismo tiempo resuenan los
lamentos de la tierra:
¡Piedad, Señor!
¡Señor, misericordia!
La Naturaleza humana se levanta, huyendo de las olas que la azotan
alborotadas; la Tierra le ofrece un refugio en las cimas más altas de
sus montañas, y las oleadas suben más y más, y amenazan tragarla,
riéndose á carcajadas Lucifer y la Culpa. Entonces el Creador,
compadecido, arroja en las olas una tabla:
Esta tabla, que fragmento
Es de un arca milagrosa,
Y algún día podrá ser
Sepas tú de quién es sombra,
Te valga para que salgas,
Salvando en ella las pocas
Reliquias que de la vida
Le van quedando á mi esposa,
Que es la diferencia que hay
En los duelos de la honra
Entre Dios y el hombre, pues
Si á los dos vengarse toca,
Se venga uno cuando mata,
Pero otro cuando perdona.
El Mundo y la Naturaleza humana sobrenadan asidos de la cruz del madero
salvador, y arriban á la tierra firme, que surge de las aguas, que
corren en torno de ella. Sígueles la Culpa, que tiembla ante la forma de
cruz del madero, diciéndole la Naturaleza humana:
.....Cuando
De mirarla te acongojas,
Es cuando entre cielo y tierra
El arco de paz asoma,
Y con el ramo de oliva
Vuelve cándida paloma,
Pidiendo albricias de que
El sol, que los montes dora,
El día la restituya
Después de tanta penosa
Noche.
* * *
Me parece que la salva
Que los ángeles entonan
A esta aurora celestial,
Dicen cláusulas sonoras.
Arriba entonan sus cánticos coros de ángeles:
En los cielos y en la tierra
Paz al hombre, y á Dios gloria.
La Naturaleza humana acompaña ese canto, pidiendo la gracia del Señor, y
Lucifer y la Culpa intentan apretar más sus lazos. El divino pintor
aparece impulsado por el Amor, y atraído por los ruegos de la
suplicante, para rescatar á la robada y castigar á los raptores. El Amor
aporta una cruz, detrás de la cual se oculta el pintor, y liberta á la
prisionera, mientras derriba en tierra de un tiro á Lucifer y á la
Culpa.
EL MUNDO.
¿Quién eres ¡oh tú! que á sombra
De ese madero ocultando
Tu sér á vista del Mundo,
Pudiste atreverte á tanto?
PINTOR.
El pintor de su deshonra.
* * *
.....La pintura,
Que desparecida hallo,
A instancia del Mundo, vuelvo
De nuevo á pintar, y aguardo,
Retocada del carmín
Que de mis venas derramo,
Volverla á su primer lustre
Si en esta fuente la lavo.
Se ve una fuente con siete caños (las siete llagas); junto á ella están
la Gracia, la Sabiduría y la Inocencia, que dicen á la rescatada:
Humana Naturaleza,
Vuelve feliz á mis brazos.
* * *
.....Y á orilla
De aquesta fuente te aguardo.
Aunque herida de muerte, murmura por lo bajo la Culpa:
Aunque muera yo mirando
Que la Culpa original
Puede lavarse en un baño,
La actual se queda, y con ella
Te haré la guerra.
Pero el Pintor replica:
.....Reparo
Habrá á este riesgo también:
* * *
Este sacramento santo
Misterio de los misterios,
Milagro de los milagros.
Lucifer y la Culpa gimen en mortal agonía, y la Naturaleza humana se
prosterna de rodillas, adorando al Santísimo.
_La cena de Baltasar_, de Daniel, 5, 5.--Este auto, de admirable
profundidad, y calculado, no obstante, por su estructura externa para
hacer efecto teatral, comienza por un diálogo entre Daniel, que
personifica la justicia de Dios, y el Pensamiento, bufón y gracioso.
Daniel, quejoso y colérico, describe el oprobio del pueblo de Dios,
preso en Babilonia; el Pensamiento le cuenta, que Baltasar se casa
aquel mismo día con la Idolaría, poderosa reina de Oriente. Ruido de
trompetas. El rey Baltasar se presenta con su esposa la Vanidad, y
recibe á la segunda esposa, que aparece con gran pompa. La Vanidad y la
Idolatría le juran fidelidad, y le prometen su auxilio, para que se
eleve sobre todos los reyes de la tierra, y pueda terminar la
construcción de la torre de Babel.
¿Quién de tan dulces abrazos,
Podrá las redes y lazos
Romper?
Daniel exclama entonces, con voz de trueno:
¡La mano de Dios!
Baltasar intenta derribar en tierra con su espada al atrevido profeta;
pero nada logra contra el ungido del Señor, alejándose desalentado y
afligido. Daniel prorrumpe en estas palabras:
¿Quién sufrirá tus inmensas
Injurias, Autor del día?
Viene entonces la Muerte, en forma de caballero joven, armado de todas
piezas, y con espada, y dice ser el ejecutor de la justicia de Dios;
pero Daniel le encarga, que antes de cumplimentar en el Rey las órdenes
divinas, lo exhorte á arrepentirse. La Muerte acude para obedecer al
Pensamiento, y éste lo lleva á un jardín, en donde se solaza Baltasar
con sus dos esposas. Sigue una escena admirable, en que la Muerte, de la
mano del Pensamiento, se desliza como una sombra detrás del Rey para
amonestarle, y le dice estas horribles palabras:
¡Polvo eres
Y polvo otra vez serás!
El Pensamiento salta mientras tanto alrededor de Baltasar, é intenta
distraerlo con sus burlas; pero hasta en sus chistes hay algo de esa voz
temerosa, que lo aconseja. El Rey, para huir de las imágenes terribles,
que lo atormentan, se refugia en un bosquecillo de rosas; la Idolatría
lo mece en sus brazos, y la Vanidad se esfuerza en aquietarlo con sus
cánticos, hasta que se duerme de cansancio. La Muerte dice entonces:
Descanso del sueño hace
El hombre ¡ay Dios! sin que advierta
Que, cuando duerme y despierta,
Cada día muere y nace.
* * *
Mientras duerme, la Idolatría y la Vanidad se proponen seducir al Rey de
nuevo, presentándose por su orden una estatua de bronce de Baltasar,
adorada en un templo; pero Daniel la obliga á exclamar con voz
tremebunda:
Los dioses que adoras son
De humanas materias hechos
* * *
Y hallando en mí
El _juicio de Dios_ inmenso,
A mis voces de metal
Os rendid.....
La imagen del Sueño desaparece, al escuchar estas palabras, y Baltasar
despierta conmovido y dispuesto á arrepentirse. Pronto, sin embargo,
recae de nuevo en su anterior estado de ánimo, y la Idolatría y la
Vanidad preparan un banquete suntuoso, en el cual se beberá en los vasos
sagrados del templo de Jehová. Descríbese éste festín con los colores
más vivos y seductores. Mientras Baltasar se divierte con sus compañeros
y compañeras, al son de agradable música, la Muerte se confunde con sus
servidores, é intenta de nuevo atraerlo al buen camino; pero su voz no
se oye en el estrépito de la fiesta. El plazo concedido termina ya; la
Muerte presenta una copa á Baltasar. Suena un trueno, y una mano
gigantesca se presenta, y escribe en la pared, con llamas, palabras de
una lengua desconocida. El Rey pregunta el significado de aquellas
palabras, pero todas las lenguas enmudecen. Daniel aparece entonces, y
dice:
Así la mano de Dios
Tu sentencia con el dedo
Escribió.....
Porque has hecho
Profanidad á los vasos.
* * *
Es delito tan inmenso
Que hay vida y hay muerte en ellos.
Huyen los que celebran el banquete; Baltasar cae en tierra anonadado, y
la Muerte lo acaba, exclamando:
¡Al que vasos profana
Divinos, postra severo;
Y el que comulga en pecado
Profana el vaso del templo!
A la conclusión se nota el enlace que tiene este auto con el Sacramento,
objeto de toda la obra dramática:
LA IDOLATRÍA.
De los sueños del olvido
Como dormida despierto.
* * *
¡Quién viera la clara luz
De la ley de gracia!
* * *
DANIEL.

Descubra
En profecía este tiempo
Esta mesa transformada
En pan y vino.....
Se ve el Cáliz y la Hostia, y á la Idolatría junto al altar.
_El divino Orfeo._--El Príncipe de las tinieblas aparece como un pirata
en un bajel negro, cuyo piloto es la Envidia, dirigiéndolo por las olas
del río Leteo, que corre entre el Caos y el Abismo. Intenta cautivar á
la Naturaleza humana, nonnata todavía, pero cuyo próximo nacimiento ha
adivinado. De repente penetra desde lo alto en el imperio de las
tinieblas una música melodiosa; se ve una esfera celeste, y en su centro
el divino Orfeo con una lira en la mano, y á sus pies los Siete días y
la Naturaleza humana, profundamente dormida. Orfeo comienza á cantar, y
despierta con su voz á la Naturaleza humana. El Día primero se levanta
con una antorcha en la mano, y alumbrando á la noche; el segundo separa
las aguas de la tierra, y el tercero trae frutos y guirnaldas de flores.
La Naturaleza humana abre al fin los ojos, se arrodilla, y da las
gracias al Creador por haberla hecho de la nada; el divino Orfeo le
concede el predominio de la tierra, y se entrega al descanso en brazos
del séptimo Día. La esfera celeste se cierra de nuevo. El Príncipe de
las tinieblas oye con rabia y desaliento los cánticos de alabanza, que
la Naturaleza humana dirige á la reciente Creación; llama al barquero
Carón, y le confiere el señorío de las negras aguas, con orden de no
pasar á nadie sin someterlo antes á su dominio. Él se disfraza,
esperando así pervertir á la humanidad. El lugar de la escena se muda,
apareciendo el Paraíso, en donde los siete Días solemnizan á los nuevos
seres con danzas y cánticos; la Naturaleza humana llega después, y los
exhorta á no olvidarse de su Creador, con cuyo motivo entonan todos un
himno laudatorio del Altísimo, que, por su elevación y sublimidad,
rivaliza con los salmos más bellos. Deslízanse entre los mismos el
Príncipe de las tinieblas y la Envidia, bajo el disfraz de jardineros, y
consiguen engañar á la Naturaleza humana; apártase á un lado en su
compañía, y se decide á gustar la manzana prohibida. Apenas la saborea,
la acosan dolores desconocidos, lamentándose de la transformación que
sufre á sus ojos todo lo creado; los Días acuden, pero uno, en vez de
antorcha, lleva una espada de fuego, otro espinas y cardos en lugar de
flores, y detrás de ellos vienen la Envidia, con ropaje de pliegues
infinitos, y la Noche, envuelta en negro manto. La Naturaleza humana cae
desmayada en tierra, vencida por el dolor, y el Príncipe de las
tinieblas se apodera de ella para arrastrarla al Averno. Pero acude
entonces el divino Orfeo, atraído por los lamentos de la desdichada, y
acuerda libertarla. Se le ve bajar al imperio de las tinieblas, llevando
un arpa, adornada con una cruz, y modulando dulcísimos cantos. Carón
rehusa pasarlo, porque ningún vivo puede entrar en su barca. Orfeo
exclama:
Yo te doy la licencia (de matarlo),
Que antes dí á otros ultrajes,
y Carón le asesta el golpe mortal; pero cae él mismo moribundo,
diciendo:
Toda mi furia cae
Á tus plantas, á donde
Muerta la Muerte yace.
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