Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo V - 03

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DON MENDO.
No sepa el conde de Orgaz
Esta acción.
DON GARCÍA.
Yo os lo prometo.
DON MENDO.
Quedad con Dios.
DON GARCÍA.
Él os guarde,
Y á mí de vuestros intentos,
Y á Blanca.
DON MENDO.
Vuestra mujer...
DON GARCÍA.
No, señor; no habléis en eso,
Que vuestra será la culpa:
Yo sé la mujer que tengo.
* * *
¿A dónde vais?
DON MENDO.
A la puerta.
DON GARCÍA.
¡Qué ciego venís, qué ciego!
Por aquí habéis de salir.
DON MENDO.
¿Conoceisme?
DON GARCÍA.
Yo os prometo
Que á no conocer quién sois,
Que bajáredes más presto;
Mas tomad este arcabuz
Ahora, porque os advierto
Que hay en el monte ladrones
Y que podrán ofenderos
Si, como yo, no os conocen;
Bajad aprisa. (No quiero
Que sepa Blanca este caso.)
Digna de especial atención es esta escena, á causa de su efecto
dramático, esto es, del doble error de García y de Don Mendo, puesto que
el uno, deseando matar á su ofensor, deja caer las armas de improviso,
creyendo que es el Rey, y porque su deber de súbdito le obliga á no
ofender nunca á su Soberano; y el otro no conoce que es tenido por el
Rey, atribuyendo la sumisión repentina de García sólo al respeto, que
exige un hombre de su rango. García se abandona á la desesperación más
violenta, cuando lo deja ese intruso desconocido. Opina, desde luego,
que sólo la muerte de su querida é inocente Blanca, es el único medio de
hacer vanos los propósitos del presunto Rey y salvar su honor. El amor y
los celos traban, pues, en su pecho una batalla tremenda. Blanca, ante
la mudanza que sobreviene en su esposo, y sus frases sombrías y
misteriosas, se asusta de tal modo, que huye de su casa y se refugia en
un monte próximo. Visítala aquí el conde Orgaz, que se encaminaba á
buscar á García, á quien el Rey había nombrado jefe de una división,
destinada á pelear contra los moros. Ella le cuenta el trastorno que ha
experimentado el juicio de su marido, y los peligros que la amenazan, y
el Conde la confía á un servidor suyo, para que la acompañe hasta que se
presente á la Reina, sabedora ya del secreto de su nacimiento. García
recibe después la invitación de trasladarse á la corte, para ponerse al
frente de las tropas, que se le han confiado. Pónese en seguida en
camino, menos por llenar el deber, que se le impone, que por creer que
Blanca se encuentre allí también. Apenas se presenta delante del Rey,
que desea hablarle, cuando descubre su error, esto es, que su ofensor es
Don Mendo y no el Rey.
DON GARCÍA.
(_Creyendo que Don Mendo es el Rey, y el Rey un
caballero._)
Caballero, guárdeos Dios;
Dejadnos besar primero
De Su Majestad los pies.
DON MENDO.
Aquél es el Rey, García.
DON GARCÍA. (_Ap._)
(Honra desdichada mía,
¿Qué engaño es éste que ves?)
A los dos, Su Majestad,
Nos dad la mano, señor,
Pues merece este favor,
Que bien podéis...
REY.
Apartad,
Quitad la mano; el color
Habéis del rostro perdido.
DON GARCÍA. (_Ap._)
(No le trae el bien nacido
Cuando ha perdido el honor.)
REY.
¿Estáis agraviado?
DON GARCÍA.
Y ve
Mi ofensor, porque me asombre.
REY.
¿Quién es?
DON GARCÍA.
Ignoro su nombre.
REY.
Señaládmele.
DON GARCÍA.
Sí haré.
(_Ap. á Don Mendo._)
Aquí fuera hablaros quiero,
Para un negocio importante
Que el Rey no ha de estar delante.
DON MENDO.
En la antecámara espero. (_Vase._)
REY.
¿A dónde, García, vais?
DON GARCÍA.
A cumplir lo que mandáis,
Pues no sois vos mi ofensor. (_Vase._)
(_Oyese dentro á Don García que dice:_)
Este es honor, caballero.
DON MENDO.
Muerto soy.
Don García entra de nuevo con su puñal lleno de sangre; descubre al Rey
su nacimiento, así como el de Blanca, y la ofensa que le ha obligado á
vengarse, y dice:
Vivía sin envidiar,
Entre el arado y el yugo
Las cortes, y de tus iras
Encubierto me aseguro;
Hasta que anoche en mi casa
Vi aquese huésped perjuro,
Que en Blanca atrevidamente
Los ojos lascivos puso.
Y pensando que eras tú,
Por cierto engaño que dudo,
Le respeté, corrigiendo
Con la lealtad lo iracundo.
Hago alarde de mi sangre;
Venzo al temor con quien lucho;
Pídeme el honor venganza;
El puñal luciente empuño;
Su corazón atravieso;
Mírale muerto, que juzgo
Me tuvieras por infame
Si á quien deste agravio acuso,
Le señalara á tus ojos,
Menos, señor, que difunto.
Aunque sea hijo del sol,
Aunque de tus grandes uno,
Aunque el primero en tu gracia,
Aunque en tu imperio el segundo,
Que esto soy y éste es mi agravio;
Este el ofensor injusto;
Este el brazo que le ha muerto,
Este divida el verdugo;
Pero en tanto que mi cuello
Esté en mis hombros robusto,
No he de permitir me agravie
Del Rey abajo, ninguno.
El Rey, satisfecho de su justificación, nombra á García general del
ejército, que se dispone á marchar contra los moros, y el novel guerrero
termina con las palabras siguientes:
Pues truene el parche sonoro,
Que rayo soy contra el moro
Que fulminó el Castañar.
Y verás en sus campañas
Correr mares de carmín,
Dando con aquesto fin
Y principio á mis hazañas[8].
Este extracto, que sólo puede dar una imagen pálida del original, deja
adivinar, sin embargo, cuán irresistible es el interés de toda la
comedia, así como el efecto dramático y el vigor trágico y lleno de
pasión de sus situaciones. Añádase á esto su exposición, que es
singularmente sobria y bella, y que desde el estilo gracioso del
idilio, que predomina en las primeras escenas, asciende de grado en
grado á la mayor altura de lo patético; y que los caracteres,
especialmente los de García, Blanca y Don Mendo, están trazados con
rasgos enérgicos y seguros, por cuyo motivo no vacilamos en declarar que
esta comedia ocupa un lugar preferente entre las composiciones
superiores de la poesía dramática.
Ningún otro drama trágico de Rojas iguala por su mérito á _García del
Castañar_. Ha escrito algunos, sin embargo, que por muchas razones
merecen fijar nuestra atención. Tal es la comedia titulada _No hay padre
siendo rey_, modelo conocido de _Venceslas_, la tragedia más famosa de
Rotrou; y como ésta, á nuestro juicio, es de las mejores del teatro
francés (como el poco leído Rotrou aventaja á muchos de sus compatriotas
más célebres), expondremos aquí el original y la imitación más
prolijamente.
En la primera jornada del drama de Rojas se nos presenta el rey de
Hungría, reconviniendo á su hijo, el príncipe Rugero, por sus costumbres
licenciosas y por su ambición insaciable. El Príncipe intenta
justificarse, y acusa á su vez al infante Alejandro y al duque Federico,
y demuestra, con las frases más enérgicas, el odio que les profesa. El
Rey se enternece entonces, y estrecha al Príncipe en sus brazos,
esperando mejorarlo con su dulzura. Alejandro se presenta también, y se
suscita entre ambos hermanos un altercado, que termina, aunque con
trabajo, con la intervención del Rey. Averíguase que ambos Príncipes
aman á la bella Casandra, y que Alejandro se ha casado con ella en
secreto y contra la voluntad de su padre. El duque Federico, que conoce
este secreto, anuncia á Alejandro que el Rey, á causa de la disputa que
ha tenido con Rugero, está animado contra él de disposiciones hostiles,
y le aconseja que huya de la corte por algún tiempo. Alejandro lo
obedece, se despide de su esposa, y huye.
Jornada segunda.--El príncipe Rugero intenta matar al duque Federico,
creyendo que es su rival, y que pretende también á Casandra, por haber
oído que acostumbra visitarla de noche. Soborna á un criado para
introducirse en secreto en la habitación de su amada. Ésta se aflige
mientras tanto por la ausencia de su esposo, y teme la persecución, cada
vez más viva, de Rugero, no estimando prudente revelarle el secreto de
su casamiento. Se decide, pues, á escribir al Rey y descubrirle los
proyectos del Príncipe. Cuando llega la noche, y está á obscuras el
aposento de Casandra, introduce en él al Príncipe el servidor
sobornado. Al mismo tiempo entra Alejandro, que se propone sorprender á
su esposa cuando no lo espera; los dos hermanos se encuentran, y poco
después se presenta Casandra con criados, que traen antorchas. Los
Príncipes sacan sus espadas; pero Casandra, ocultando su casamiento con
Alejandro, reconviene á ambos por haber entrado de noche en su casa,
declarando Alejandro, para esquivar la cólera de su hermano, que
Casandra está casada con el duque Federico, y que éste le ha dado la
comisión de vigilar su casa. De repente se anuncia la llegada del Rey, y
los dos Príncipes se esconden por consejo de Casandra. El Rey da orden
de registrar la casa, y Alejandro se presenta á él voluntariamente, y se
confiesa esposo de Casandra; pero nada dice de la presencia de su
hermano, temiendo que se interprete de un modo ofensivo á su honor.
Después que todos desaparecen, Rugero sale de su escondite, sin haber
oído la confesión de su hermano.
Jornada tercera.--Rugero, siempre en el error de que Federico es el
esposo de su amada, penetra por medio de ganzúas en el aposento de
Casandra; llega á la débil luz de una lámpara hasta la alcoba, en donde
descansa esta beldad en los brazos de Alejandro, y lo mata con su puñal.
En el instante en que quiere alejarse, sale el Rey á su encuentro, le
pregunta la causa de su confusión, y lo reconviene por vagar de este
modo por la noche. El Príncipe intenta disculparse con evasivas, pero á
las instancias y observaciones del Rey responde al cabo que ha dado
muerte al duque Federico. Inmediatamente después se presenta éste: todos
se quedan sorprendidos, y después llega también Casandra vestida de
luto, para quejarse al Rey del asesinato de su esposo, y el Rey lleva á
la cárcel al Príncipe como á un criminal confeso. La escena inmediata
nos ofrece esta misma cárcel. El Rey abraza á su hijo preso; le pregunta
si tiene valor, y le anuncia que ha sido condenado á muerte; que él
mismo no puede torcer el curso de la justicia, y ser Rey siendo padre.
Federico y la misma Casandra piden la gracia del Príncipe, pero el Rey
persiste en su resolución; entonces el pueblo se subleva en favor del
preso, y los rebeldes se juntan para pedir la libertad del reo,
obligando al Rey á abdicar la Corona en favor de su hijo y ser sólo su
padre. Al terminar dice á Rugero las palabras siguientes:
Y ansí de aquesta manera,
Siendo yo padre, tú Rey,
Partimos la diferencia;
Yo no te castigaré;
La plebe queda contenta:
Yo quedaré siendo padre
Y tú siendo Rey te quedas.
Ya este extracto del argumento (muy parecido á la comedia titulada
_Justicia en la piedad_, de Guillén de Castro, tomo III de esta
HISTORIA, pág. 230, nota) indica suficientemente que la acción es de
mérito superior, y que sus diversas vicisitudes pueden producir gran
efecto dramático; pero su desempeño deja mucho que desear, y muestra que
el autor estuvo algo ligero. Sus partes diversas no corresponden al
argumento, ni se observa en los caracteres firmeza ni consecuencia. Si
echamos una ojeada al _Venceslas_, de Rotrou, vemos que, por lo general,
sigue el plan del drama español, y que todas sus situaciones más
interesantes no reconocen otra fuente. Sin embargo, es preciso confesar
que el poeta francés ha evitado, en parte, los defectos de su modelo,
dejándolos á un lado, y especialmente que ha perfeccionado los
caracteres. Más claro aparece esto en el personaje del príncipe Lalislao
(el Rugero, de Rojas), á quien pinta como de índole noble en el fondo,
aunque apasionada, logrando de esta manera granjearse las simpatías del
público, cuando el héroe de Rojas sólo mueve su disgusto. Para que se
vea con cuánta exactitud imita casi siempre Rotrou al poeta español,
léanse las estrofas de uno y otro que copiamos[9].

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CAPÍTULO XV.
Continuación del examen de las obras dramáticas de Rojas.

LA tragedia _Casarse por vengarse_, es sin disputa, de más mérito
poético. Lesage la ha incorporado en el _Gil Blas_, en prosa y en forma
de novela. Si no fuese porque este drama peca en alto grado por la
hinchazón gongorina de su estilo, igualaría á la titulada _Del Rey
abajo, ninguno_. El argumento es de interés extraordinario, y su
disposición, en su mayor parte, se distingue por su acierto y su arte.
Enrique, hijo del rey de Sicilia, criado en casa de Roberto, magnate del
reino, concibe viva pasión por Blanca, hija de su bienhechor. La primera
escena nos ofrece á los amantes en tierno coloquio, y nos informa del
medio de que se valen para que Enrique, á cualquiera hora y sin ser
visto de nadie, penetre en el aposento de Blanca. Han separado una tabla
de la pared, y puéstola de nuevo en ella con tal maña, que se hace
invisible esa entrada secreta. Roberto se acerca á los amantes y les
anuncia la muerte reciente del Rey; el Príncipe, á la verdad, muestra al
principio su dolor por el fallecimiento de su padre, pero se consuela en
breve ante la perspectiva risueña, para él, de no haber ya obstáculo
alguno que se oponga á su unión con Blanca. Entrega á Roberto, para
demostrarle su ilimitada confianza, un papel en blanco con su firma,
para que lo llene en libertad, resolviendo Roberto cumplir sus deberes
de súbdito, opuestos á sus deseos de padre.
La escena se traslada á la corte de Sicilia, en donde vemos primero al
Condestable de este reino, que nos revela con frases apasionadas que ha
visto á Blanca, y le ha inspirado amor ardiente. Después aparece una
procesión solemne, á cuyo frente camina el Rey con Roberto,
ofreciéndosenos también á la vista la princesa Rosaura. Roberto lee el
testamento del Rey difunto, en que se dispone que Enrique se case con
Rosaura, y que, si lo rehusa, herede la corona su hermano menor. Enrique
intenta protestar contra esta disposición testamentaria; pero Roberto le
impone silencio, mostrando el papel firmado por el joven Soberano, y en
que él ha escrito que Roberto cumplirá las órdenes del muerto. En
efecto, el Príncipe cede al imperio de las circunstancias, y presenta
su mano á Rosaura; hasta llega al extremo de acoger con benevolencia al
Condestable, hombre muy influyente en política por su saber, no negando
su aprobación al casamiento que pretende con Doña Blanca. Preséntase
ésta después y asiste como testigo á las bodas de los nuevos Reyes; pero
sus frases confusas dan á conocer la desesperación que le domina,
proponiéndose, para vengarse de su infiel amante, casarse á su vez con
el Condestable.
En el acto segundo se han celebrado ya los dos himeneos. El lugar de la
escena es una posesión de campo de Roberto. El Condestable se presenta
en la escena á medio vestir y con la espada desenvainada, saliendo de su
alcoba, y cuenta á su suegro que ha oído suspirar á Blanca durante la
noche; que después le ha parecido oir una voz extraña, que ha saltado
del lecho, y que ha palpado un hombre que ha desaparecido por completo,
sin dejar tras sí la menor huella. Roberto intenta tranquilizarlo,
suponiendo que su error es hijo de alguna alucinación. El Condestable se
serena algo, y pasa con su esposa la madrugada. El Rey se presenta de
improviso, y reconviene al Condestable por haberse casado contra su
voluntad. El Condestable sale en busca de Roberto, pero este último
entra poco después con la Reina, que expresa el deseo de examinar su
habitación. Enrique quiere ocultarse, pero ya es tarde: la Reina se
queja de que ha pasado la noche lejos de ella; él se disculpa con
palabras entrecortadas, y se lleva de allí á su esposa. El Condestable
comienza entonces á sospechar la verdad, y expresa sus recelos en un
monólogo apasionado. En la escena siguiente es otra vez de noche: Blanca
recibe otra visita de Enrique, le echa en cara su inconstancia y le
ruega que la deje vivir en paz. Oyese ruido, y Enrique desaparece por la
abertura oculta de la pared. Cuando después el Condestable se acerca en
la obscuridad, cree Blanca que es Enrique, habla con él de su primer
amor, y se arroja á sus pies suplicándole que la abandone para siempre.
En el mismo instante se presenta una criada con luz: ambos se quedan
sorprendidos, y, mientras el Condestable sale para averiguar si está
todo cerrado, huye Blanca por la puerta secreta, temiendo la venganza de
su esposo.
Acto tercero.--Blanca se presenta con el cabello suelto y en el mayor
desorden, y cuenta á su padre, con frases llenas del más vivo terror,
invocando su protección, que su esposo encolerizado se propone quitarle
la vida. Roberto le insta que le declare en todo la verdad, pero ella
jura y perjura que es inocente. El Rey aparece mientras hablan el padre
y la hija, atraído por los gritos de socorro de Blanca, y cierra todas
las puertas, y en seguida se oye llamar al Condestable desde fuera, por
haber sabido que alguien ha entrado en su casa. Todos se quedan
consternados, y el Rey se esconde obedeciendo á Roberto, que se lo
suplica con el mayor encarecimiento. Entra el Condestable y se propone
registrar toda la casa; pero el Rey abandona voluntariamente su
escondite, y declara que ha venido allí en secreto por haber oído hablar
de ciertos proyectos de traición que se atribuyen al Condestable, y que,
á la verdad, no da crédito á tales rumores, porque si los hubiese
juzgado verdaderos ya habría dispuesto que lo decapitasen. Después que
se alejan el Rey y Roberto, expresa el Condestable, en frases
apasionadas, los diversos sentimientos que lo agitan, y su confusión se
hace mayor cuando se abre de repente ante sus ojos la entrada oculta en
la pared, y se presenta una criada que trae una carta de Blanca para el
Rey. Se apodera de ella y sabe, al leerla, que Blanca se ha casado sólo
por vengarse. Afírmase entonces en su resolución; examina bien la pared,
hace que lleven la carta al Rey, y se queda tan tranquilo como si nada
hubiese sucedido, y hasta consuela á su esposa, aunque con palabras de
doble sentido. Blanca se retira á su aposento para escribir á su padre,
y un criado anuncia que el Rey vendrá en breve en respuesta á la carta
recibida. El Condestable se queda otra vez solo, y mira por una
hendidura á la habitación de Blanca; observa que se halla inmediata á la
pared, en donde está la abertura, y la derriba de repente con tal
fuerza, que es segura la muerte de Blanca bajo su maderamen, hecho
pedazos. Se oye un grito de angustia, y el Condestable la acompaña,
lamentándose de igual modo. En este momento acuden Enrique y Roberto. El
Condestable finge estar desesperado por la desdicha ocurrida á su
esposa, y prorrumpe en maldiciones contra la pared, que con su caída se
la ha arrebatado. Roberto se precipita, lamentándose, á abrazar el
cadáver de su hija; pero el Rey, que ha adivinado la verdad del suceso,
calla por prudencia, pero forma la resolución de vengar á la muerta
cuando se presente ocasión propicia. L. Tieck, en el prólogo á su
traducción de _Marcos de Obregón_, da á esta tragedia singulares
alabanzas y la prefiere á _El médico de su honra_; pero estimando en lo
que merece el juicio de tan eminente crítico, y á pesar de todas las
bellezas de la obra de Rojas, que confesamos, no podemos menos de
atribuir la palma á Calderón.
En _Los bandos de Verona_, cuyo argumento está tomado de la novela de
_Romeo y Julieta_[10], desaparece el poeta de talento de las tragedias
antes mencionadas. Ya Tieck dijo de este drama que hay en él mucha
obscuridad, enredos y disensiones, intereses que se cruzan y antítesis
que se desenvuelven con mucho ingenio; pero que se equivoca por completo
quien espere encontrar en él una sola chispa del fuego amoroso de la
tragedia de Shakespeare.
En _El más impropio verdugo para la más justa venganza_, se manifiesta
la energía de Rojas en algunas escenas, verdaderamente grandiosas, y que
conmueven profundamente; pero, aunque en esta pieza dramática se noten
algunas bellezas, peculiares sólo del genio, es, sin embargo, muy
defectuosa en el plan y en el desarrollo, notándose en ella, como en
otras muchas de Rojas, un empeño absurdo en exagerar lo trágico y lo
terrible hasta convertirlo en cruel y antipático. La resolución
repugnante de un padre de disfrazarse de verdugo para dar muerte á su
hijo degenerado, es un hecho que, por sí solo, subleva el ánimo en vez
de conmoverlo, y más aún si atendemos á la manera con que se presenta.
De la misma clase, con tan decidida predilección por lo horroroso y lo
cruel, es _El Caín de Cataluña_, espeluznante relación de un asesinato
en forma de drama; sin embargo, este poema dramático comprende una
admirable descripción de caracteres, al describir la enemistad de los
dos hijos del conde de Barcelona, y el asesinato del más joven,
empleando, en parte, las mismas expresiones que se leen en la Biblia al
contar la muerte de Abel, no pudiéndose negar tampoco que hay en este
drama, á pesar de lo repugnante y antipático que aparece en su
conjunto, ciertos momentos aislados interesantes y de patético sublime.
Las piezas de Rojas, basadas en la mitología ó en la historia antigua,
son, en parte, de lo mejor de esta clase que posee el teatro español.
Puso en forma dramática las fábulas de Medea, y de Progne y Filomena, á
la verdad revistiéndolas del estilo cómico dominante en su tiempo, pero
extremando tanto la pintura de afectos, que, no obstante la vestidura
romántica que las envuelve, recuerda en algunas escenas la grandeza
trágica de la antigüedad. Menos afortunado fué nuestro poeta en las
comedias religiosas. Quizás sea la mejor _Nuestra Señora de Atocha_, en
lenguaje antiguo castellano. Esta comedia, escrita en alabanza de la
patrona de Madrid, describe con mucho ingenio la devoción entusiasta, y
el heroísmo y la abnegación de los castellanos antiguos. El motivo
fundamental de la acción es que un caballero español ha dado muerte á
sus dos hijas, en la iglesia de Nuestra Señora de Atocha, para impedir
que caigan en manos de los moros, que asedian á Madrid, y la
resurrección milagrosa de ambas doncellas por la intervención de la
misma Virgen de Atocha. _Los tres blasones de España_ es, al contrario,
una obra caprichosa y desordenada, cuyo argumento fué manejado también
por Antonio Coello, como si Rojas solo no hubiera bastado para encerrar
en ella tantos despropósitos. El primer acto es de la época de las
guerras de Pompeyo en España. El segundo, de una época posterior de la
dominación romana; y el tercero, contemporáneo del Cid; los santos
Celedonio y Emerencio se nos ofrecen allí como protectores de España,
primero en embrión antes de nacer, luego durante su vida, y, por último,
después de su muerte. Libre espacio para dar rienda suelta á su
desbordada fantasía encontró nuestro poeta en asuntos como _Persiles y
Segismunda_ (de la novela de Cervantes), _Los celos de Rodamonte_ (de
Boyardo y Ariosto) y _El falso profeta Mahoma_ (de un libro antiguo
popular español, en que se refiere la vida de Mahoma de la manera más
extraña y desfigurada).
Las comedias, propiamente dichas, de Rojas, fueron muy aplaudidas de sus
coetáneos, y algunas han conservado hasta hoy esa misma popularidad.
Muestran mucha más _vis cómica_ que las de Calderón, por cuyo motivo,
teniendo en cuenta esa prenda, que las distingue, y la naturalidad y la
vida de sus caracteres, es justo considerarlas, por lo menos á parte de
ellas, á las mejores, como á las más notables de todo el teatro español.
Las invenciones son ingeniosas é interesantes; la fábula se desenvuelve
con rapidez y animación, ofreciéndonos situaciones dramáticas de
extraordinario efecto; su gracia es inagotable, y el diálogo, en lo
general, fácil y natural, aunque en algunas escenas no libre de
hojarasca culterana, cuando remonta algo su vuelo. Los personajes, si
bien degeneran á veces en caricaturas, se distinguen, no obstante, por
su vida y por sus rasgos gráficos de carácter, y en su desarrollo cómico
pocos poetas podrán compararse en fecundidad con Rojas. Claro es que en
estas comedias no tiene entrada esa idealización poética tan preferida
por Calderón, porque si éste se detenía con agrado en las inclinaciones
más nobles de su país, Rojas, al contrario, se aplicaba al estudio de lo
ridículo é insensato; pero á pesar de la desnudez, con que se presentan
y flagelan los absurdos de la vida humana; á pesar de los extravíos de
su fantasía, no les falta, por lo común, el colorido poético necesario,
y no se le puede censurar que haya sido de los primeros en manejar esa
clase de comedias posteriores, y tan sobrias en poesía, que casi la
abandonan por completo.
_Entre bobos anda el juego_ es una de las composiciones dramáticas más
originales del teatro español, llena de gracia, de animación y de
travesura, tan notable por la jovialidad que reina en la pintura de los
caracteres ridículos y reales, como por las situaciones que hacen
resaltar esos mismos caracteres. Los personajes de Don Lucas, fatuo
instruído, ostentoso y pedante, y de su hermana, la solterona Alfonsa,
vieja y presumida, son, como caricaturas burlescas, de todo punto
inimitables; las escenas ridículas de la posada, en donde los diversos
huéspedes, engañados por la obscuridad, se equivocan del modo más
extraño al acudir á sus citas, bastan para mover á risa al más triste
hipocondriaco; y el enredo ó la trama de la misma comedia, esto es, el
empeño de Don Lucas en casarse con una dama joven y bella, sirviendo de
juguete á ésta y á su propio sobrino, se describen con habilidad y
gracia incomparables. Corneille, el más joven, cuyo _Don Bertrand de
Cigarral_ es una imitación de la comedia de Rojas, nada ha añadido al
original, que merezca alabanza, pero sí ha disminuído mucho su primitiva
_vis cómica_[11].
_Lo que son mujeres_, y _Abre el ojo ó aviso á los solteros_, son
comedias, á la verdad, menos ingeniosas, pero abundantes en sal ática,
agudeza y conocimiento del corazón humano, y en cuya fina sátira se
observa el verdadero carácter cómico con su tranquilidad imperturbable.
Sin embargo, el mayor triunfo de Rojas, en este género dramático, es el
alcanzado por él en la comedia titulada _Donde hay agravio no hay
celos_. Júntanse en ella un argumento superior con su desarrollo,
trazado con gran verdad de mano maestra, exacta determinación de los
caracteres y situaciones trazadas con acierto extraordinario para hacer
resaltar el efecto cómico, y dispuesto todo de tal manera, que es
difícil superarlo. Don Juan llega con su criado Sancho á Madrid para
casarse con Inés, hija de Fernando de Rojas. Al dirigirse por la noche á
la casa de su suegro, ve por casualidad un desconocido, que se descuelga
de sus balcones. Este suceso le hace desconfiar de su novia, y desea,
por tanto, antes de casarse con ella, informarse con certeza de la causa
de este hecho. Como no conoce personalmente ni á su suegro ni á su
novia, porque las relaciones que tiene con ellos provienen de tratos de
familia, que se han celebrado desde lejos, le llena de confusión el
dicho de su criado, de que ha enviado á Doña Inés su propio retrato en
lugar del de Don Juan. Manda, pues, á Sancho que se vista de caballero,
y que se haga pasar por el novio que se aguarda; él, al contrario, se
disfraza de criado, creyendo que de este modo podrá averiguar si aquel
desconocido es algún galán de su dama. El descubrimiento de este
misterio no se hace aguardar largo tiempo: el desconocido, que había
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