Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo V - 04

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entrado en la habitación de Don Fernando, era Don Lope de Rojas, amante
tiempo hacía de Doña Ana, hermana de Don Juan, á la cual visitaba en
secreto, habiendo sido sorprendido por el hermano de Don Juan, que
había muerto á sus manos en la disputa que se había suscitado por este
motivo. Don Lope se olvidó después de su antigua amada, y puso los ojos
en Doña Inés. No encontrando en ésta correspondencia, sobornó á su
doncella Beatriz, y, con su ayuda, entró de noche en su casa al llegar
Don Juan á Madrid.
Cualquiera comprende, á primera vista, la habilidad extraordinaria con
que se desenvuelve esta acción, y su índole especial, ocasionada á
ofrecer las situaciones más interesantes y los contrastes cómicos más
singulares. Primero, vemos á Don Juan vestido de criado; después, el
conflicto en que lo pone su amor á Doña Inés y sus celos; luego, su
deber de vengarse de Don Lope, seductor de su hermana y matador de su
hermano; y, por último, á su criado en disfraz de caballero, y en la
rara situación en que lo pone este disfraz. Pero si nos propusiéramos
exponer todas las vicisitudes tan divertidas, todas las escenas tan
interesantes y todos los momentos críticos, que el autor sabe hacer
brotar de tan complicado enredo, ó indicarlo tan sólo ligeramente,
necesitaríamos mucho mayor espacio del que disponemos con arreglo al
plan de esta obra. El personaje del honrado Sancho, que, contra sus
inclinaciones plebeyas, ha de defender su honor de caballero, es de lo
más ridículo que se ha presentado en la escena, y las ocasiones en que
él, como presunto yerno de Don Fernando, ha de representar el papel de
héroe contra el matador de su hermano, forman el contraste más gracioso
con las expansiones naturales de su corazón, que le obligan á decir lo
que siente, y forma una fuente inagotable de gracia y de ridículo.
Esta comedia se imitó también en Francia prontamente. Scarron lo
intentó, y lo hizo en el año de 1645, aunque sea difícil encontrar algo
bueno en su _Jodelet ou le Maître valet_: el desarrollo de la acción es
el mismo del original, y, por esta circunstancia, la comedia francesa
vale más que otras muchas; pero en su ejecución es muy inferior á la
española. Cuando Rojas aparece osado é ingenioso, Scarron es pesado y
torpe, y la gracia incomparable del primero se transforma, en la obra
del segundo, en farsa grosera y repugnante[12].
El temor de extendernos demasiado nos impide examinar otras muchas
comedias de Rojas, por cuya razón nos limitamos á hacer breves
indicaciones. Antes apuntamos la idea de que la comedia titulada _En
Madrid y en una casa_ no era suya, sino de Tirso de Molina. Fundábase
principalmente esta sospecha en el estilo de la obra, que se asemeja
mucho al del último poeta; pero nos vemos precisados á variar de
opinión, porque un estudio más detenido de las obras de Rojas nos ha
enseñado que hay muchas suyas, como, por ejemplo, _Lo que son mujeres_,
_Don Diego de noche_, etc., que carecen del culteranismo que se
encuentra en otras, y cuya dicción es natural y castiza. La comedia á
que aludimos se distingue por un enredo tan ingenioso y desenvuelto tan
magistralmente, que bajo este concepto puede igualarse á las mejores de
Calderón. La heroína es una viuda joven, especie de dama duende, que se
propone envolver en sus redes, y usando de la más refinada astucia, á un
galán extranjero[13].
La de _Don Diego de noche_ sobresale también por la misma causa
(probablemente sacada de una novela del mismo título, de Salas
Barbadillo: Madrid, 1623). El resorte principal dramático de esta obra
es el amor de una dama por un hombre á quien no ha visto nunca, pero
pintado por la fama con colores tan brillantes, que su imaginación le
considera como el modelo de todas las perfecciones. _Obligados y
ofendidos_ y _No hay amigo para amigo_, son también otras dos comedias
de Rojas de indisputable mérito relativo. _En Madrid y en una casa_,
según consta de una alusión hecha en esta comedia, se escribió poco
después de la muerte de Lope de Vega, quizás en el año de 1636. Acaso se
pueda deducir también de aquí que Rojas usó de un lenguaje más sencillo
en sus dramas primeros, y que sólo después empleó el estilo culto.--(_N.
del A._)
V., sobre la paternidad de esta comedia, la pág. XLI del _Catálogo
razonado de las obras dramáticas del maestro Tirso de Molina_, de
Hartzenbusch, de la Biblioteca de Autores Españoles.--(_N. del T._)]
[imagen decorativa]


CAPÍTULO XVI.
Agustín Moreto y Cabañas.--Sus obras serias.

SOBRE la vida de este célebre poeta casi no ha llegado hasta nosotros
noticia alguna auténtica. Se ha creído que Valencia era el lugar de su
nacimiento, porque residieron allí familias de su mismo apellido; pero
lo contradice el hecho que no hacen mención alguna de él los catálogos
esmerados de escritores valencianos, en las grandes obras de Jimeno,
Rodríguez y Fuster. En _El astrólogo fingido_, de Calderón, impreso en
1637, se habla ya de _El lindo Don Diego_, de Moreto, como de una
comedia famosa: de manera que su nacimiento no puede ser anterior al
primer tercio del siglo XVII. Se supone que en los primeros años de su
vida hubo de residir en Madrid, y los últimos en Toledo. Como muchos
otros dramáticos de su época, entró en su edad adulta en el estado
eclesiástico: fué capellán del cardenal Moscoso, y rector, nombrado por
éste, del hospital del Refugio, consagrándose con tal celo á la práctica
de sus deberes religiosos, que, no obstante los grandes aplausos que se
prodigaban á sus comedias, renunció por completo á la poesía
dramática[14]. De la última comedia, que escribió, _Santa Rosa del
Perú_, sólo son suyos los dos primeros actos, habiendo compuesto el
tercero D. Pedro Francisco Lanini y Sagredo, con cuya colaboración había
escrito antes otras muchas comedias[15]. Moreto murió en Toledo en 28 de
octubre de 1669, y fué enterrado en la parroquia de San Juan Bautista.
En su testamento puso la extraña cláusula de que su cadáver había de
inhumarse en un sepulcro ignominioso, en el Pradillo de los
ajusticiados. Aunque se haya intentado deducir de esta circunstancia que
tenía graves remordimientos de conciencia, no hay, sin embargo, datos
suficientes para asegurar con certeza, sino antes bien para dudar, de
que hubiese sido autor de la muerte del poeta Baltasar Elisio de
Medinilla, celebrado por Lope de Vega.
La colección de las comedias de Moreto comenzó á aparecer en 1654:
primera parte de las comedias de D. Agustín Moreto y Cabaña[16], Madrid,
1654, reimpresa después en Valencia en 1676. El segundo tomo también en
1676, y la verdadera tercera parte en 1703, una y otra en la misma
Valencia[17].
Moreto no tenía esa imaginación é inventiva inagotable de Lope,
Calderón, Tirso y Alarcón; faltábale, sin duda, esa fecundidad siempre
perenne de fantasía, peculiar en tan supremo grado de aquellos poetas;
pero, en su lugar, se distinguía por su gusto dramático depurado y
sensato, y por la rara cualidad de saber arreglar y perfeccionar para la
escena argumentos ya trazados. Conociendo él, sin duda, las dotes, de
que carecía y su verdadera disposición poética, renunció á ganar fama de
poeta original, y se dedicó á mejorar y pulimentar las obras dramáticas
de otros poetas. Muchas de sus mejores comedias son imitaciones ó
plagios de pensamientos y escenas aisladas, tomadas de otros, pudiendo
compararse á mosáicos hechos con habilidad y limpieza. De la libertad,
con que se apropiaba los bienes ajenos, puede servir de notable ejemplo
la comedia titulada _La ocasión hace al ladrón_, porque no explota en
ella una invención extraña, renovándola y mejorándola, sino reproduce,
por lo menos, dos terceras partes de _La villana de Vallecas_, de Tirso,
añadiendo de su propia cosecha otra tercera parte de versos, y alterando
algo la disposición de las escenas. En otras obras, sin ajustarse
enteramente á un modelo anterior, se apropia sólo en general un
pensamiento de dramáticos anteriores, ó un plan trazado por otros,
eligiendo con crítica escrutadora lo que ha obtenido buen éxito en lo
inventado antes, suprimiendo sus faltas, y pulimentando y perfeccionando
todo el plan ajeno. A esta clase pertenecen algunas obras maestras de
Moreto, dignas de ser calificadas entre las más notables creaciones del
arte dramático, aunque se descubra desde luego el germen que les ha dado
nacimiento, debiendo confesarse, que, si bien su idea fundamental dimana
de una poesía más antigua, sin embargo, en su conjunto y en sus detalles
existe por sí el drama más moderno, y son tales las mejoras que recibe
la composición y el desenvolvimiento de sus partes aisladas, y tan
delicadas y perfectas, que sería propio de un pedante censurar al poeta
por haber espigado en mies ajena. Si Moreto se hubiese contenido dentro
de estos límites, ¡cuántas más obras notables no hubiese dejado á la
posteridad! Pero se dejó arrastrar por esa propensión general de los
dramáticos españoles, de escribir mucho y variado, y de aquí que
compusiese crecido número de comedias medianas y malas, costando trabajo
creer que haya sido su autor el ingenioso poeta, á quien se deben _El
desdén con el desdén_ y _El valiente justiciero_. Justo es, por tanto,
afirmar, que las obras de Moreto parecen escritas por dos autores
completamente diversos, á saber: el uno, un poeta de raras prendas y de
depurado gusto literario, aunque no enteramente original; y el otro, un
fabricante de comedias, que en nada se distingue del vulgo de los
escritores dramáticos. Este doble aspecto, que, sin duda, causa
extrañeza á primera vista, se nota también en algunos otros poetas
dramáticos españoles, pudiendo acaso explicarse por la presunción, de
que las pretensiones incesantes de los empresarios de teatros inducía
hasta á hombres de talento á convertir su arte en tráfico mercantil.
El lenguaje de Moreto es, en sus mejores obras, rico y castizo, aunque
carezca de esa frescura y espontaneidad que tanto nos maravilla en
algunos de sus predecesores y coetáneos, y aunque no esté libre de algún
rebuscamiento. En sus comedias inferiores en mérito se hace visible como
cierta debilidad y cansancio, así en su composición y pensamientos, como
en su dicción dramática.
Es difícil exponer en toda su extensión lo mucho que Moreto tomó de
otros poetas. Ya indicamos antes los casos en que había trazado sus
obras, ajustándose á otras más antiguas que existen y nos son conocidas,
siendo lógico deducir de esto, que hizo lo mismo con algunas otras
comedias, hoy raras, ó que se han perdido por completo.
La más famosa de las composiciones trágicas de nuestro autor es, desde
hace tiempo, _El valiente justiciero_, que puede clasificarse entre las
más celebradas de todo el teatro español. No es posible, con los datos
de que disponemos, averiguar hasta qué punto, siguiendo su costumbre,
utilizó Moreto trabajos dramáticos ajenos. Hay una tradición que
sostiene, que _El justiciero_ es una imitación exacta de _El infanzón de
Illescas_, de Lope de Vega, comedia, en verdad, que no ha llegado á
nuestras manos, y, sin embargo, los lectores de este libro (tomo III de
esta HISTORIA, pág. 39) pueden comparar por sí la brillante escena de la
obra de Moreto con la de _Los novios de Hornachuelos_, de Lope, que le
ha servido de modelo. Pero dejando á un lado la cuestión de la
originalidad, es indudable que ha de admirarse en la obra de nuestro
poeta su enérgica pintura de caracteres y su vigorosa representación de
la Edad Media española.
Indicaremos, pues, su argumento con alguna prolijidad. Don Tello García,
rico-hombre orgulloso y tiránico, ha seducido á Doña Leonor, dama noble,
aunque pobre, bajo promesa de casamiento, pero á quien rechaza siempre
después con menosprecio, cuando se le recuerda. En las primeras escenas
del drama asistimos á las fiestas, con que Don Rodrigo, vasallo de Don
Tello, celebra su casamiento con la bella Doña María. Don Tello es uno
de los invitados á estas bodas, en las cuales se halla también Leonor;
pero mientras todos se abandonan al júbilo y á la alegría, y Don Rodrigo
manifiesta su gratitud á su noble huésped, por el honor que le dispensa,
entran en la casa armados los servidores de Don Tello y roban á la
novia.
La visita del libertino y violento Don Tello, no tenía otro objeto que
traer á sus manos, por la fuerza, á la mísera desposada, de quien se
había enamorado hacía largo tiempo. Rodrigo intenta resistir sin
resultado á los raptores, que se alejan con su víctima, dejando al novio
entregado á una rabia impotente. Leonor intenta consolarlo, induciéndolo
á acudir al Rey Don Pedro, que le hará justicia. En este momento se ven
pasar unos caballeros delante de la casa. Es el mismo Rey, que persigue
á su hermano Enrique de Trastamara; al pasar por allí cae en tierra con
su caballo; Rodrigo, que no lo conoce, le ayuda á levantarse, y pronto
entablan ambos un diálogo. El Rey pregunta cuya es la posesión en que se
encuentra, averiguando que es de Don Tello, y, después, siguiendo la
conversación, que es un grande orgulloso y rebelde á la Corona, y la
infamia cometida con Leonor y Don Rodrigo, y se obliga á dar
satisfacción á ambos, porque su posición al lado de Don Pedro el
_Justiciero_ es de alguna importancia.
Mientras tanto, los criados de Don Tello se han llevado á la infeliz
María al castillo del tirano rico-hombre. La desdichada opone á todas
las tentativas de seducción de su raptor el orgullo de su inocencia.
Mientras Don Tello se empeña en rendirla á sus deseos, ya con súplicas,
ya con amenazas, se le anuncia la llegada de un caminante, que pide
hospitalidad. El Rey se presenta disfrazado, siguiendo una escena
admirable, en que se hacen resaltar los caracteres de ambos personajes
de la manera más gráfica. Don Pedro es testigo de la arrogancia
licenciosa de Don Tello, de la falta de respeto con que habla del Rey, y
de los crueles sarcasmos, con que trata á la engañada Leonor. Sin
embargo, reprime su cólera, y se despide sin darse á conocer. Las
primeras escenas del acto segundo nos muestran al Rey, ocupado en el
despacho de los asuntos de su reino, y administrando justicia. Rodrigo
se presenta para pedírsela, pero se queda sorprendido y como anonadado,
al conocer que es el Rey en persona el mismo, á quien había considerado
como un individuo de su séquito. Don Pedro oye de nuevo sus quejas, le
promete satisfacerlas, y expresa al mismo tiempo su admiración de que
Don Rodrigo no se haya vengado personalmente del raptor de su novia.
Doña Leonor acude también al Rey, que le promete asimismo pronta
justicia. Don Tello ha venido, mientras tanto, con numeroso séquito. A
la puerta de la cámara real se le anuncia, que á él sólo se le permite
la entrada, por cuya razón se ve obligado á despedir su acompañamiento.
Un cortesano le dice que espere hasta que el Rey pueda recibirlo.
Descontento de esta recepción, intenta alejarse de allí; pero las
puertas se cierran y se lo impiden. Todos estos hechos, y además la
presencia de Leonor, á la que ve salir del aposento del Rey, inquietan
su ánimo, y apenas puede ocultar su desasosiego, á pesar de sus palabras
orgullosas. Su confusión es completa, cuando ve entrar al Rey, y
reconoce en él al caminante, ante quien mostró tanta arrogancia. Don
Pedro finge no reparar en él siquiera, y lee tranquilamente ciertos
papeles. El rico-hombre se aproxima á él temeroso, é intenta arrojarse á
sus pies; pero el Rey lo mira con desprecio y continúa leyendo. Don
Tello balbucea que ha venido, llamado por orden del Rey; Don Pedro le
pregunta quién es, pero no escucha su respuesta. El rico-hombre hace
entonces otra tentativa para huir; Don Pedro, con voz de trueno, le
dice ¡quedaos! y él pronuncia tembloroso algunas palabras para
disculparse.
REY.
Quien no me tiene temor,
¿Cómo se turbó á mi vista?
DON TELLO.
Yo no me turbo.
REY.
(_Ap._) (Yo haré que os turbéis.) Llegad.
DON TELLO.
A vuestros pies, gran señor...
El guante se os ha caído.
REY.
¿Qué decis?
DON TELLO.
Que yo he venido...
REY.
¿Dúdolo yo?
DON TELLO.
Si es favor,
Cuando á besaros la mano
Vengo, que el guante perdáis...
REY.
¿Qué decis? ¿No me le dais?
DON TELLO.
Tomad.
REY.
Para ser tan vano,
¿Os turbáis? ¿Qué os embaraza?
DON TELLO.
El guante. (_Dale el sombrero por el guante._)
REY.
Este es sombrero,
Y yo de vos no le quiero
Sin la cabeza.
* * *
En fin, ¿vos sois en la villa
Quien al mismo Rey no da
Dentro de su casa silla;
El rico-hombre de Alcalá,
Que es más que el Rey en Castilla?
¿Vos sois aquél que imagina
Que cualquiera ley es vana?
Sólo la de Dios es dina;
Mas quien no guarda la humana,
No obedece la divina.
¿Vos quien, como llegué á vello,
Partís mi cetro entre dos,
Pues nunca mi firma ó sello
Se obedece, sin que vos
Deis licencia para ello?
¿Vos, quien vive tan en sí
Que su gusto es ley, y al vellas,
No hay honor seguro aquí
En casadas ni en doncellas?
Esto ¡lo aprendéis de mí!
Pues entended que el valor
Sobra en el brazo del Rey,
Pues sin ira ni rigor
Corta, para dar temor,
Con la espada de la ley.
Y si vuestra demasía
Piensa que hará oposición
A su impulso, mal se fía;
Que al herir de la razón
No resiste la osadía.
Para el Rey nadie es valiente,
Ni á su espada la malicia
Logra defensa que intente,
Que el golpe de la justicia
No se ve hasta que se siente.
Esto sabed, ya que no
Os lo ha enseñado la ley,
Que vuestro error despreció,
Porque después de ser Rey,
Soy el rey Don Pedro yo.
Y si á la alteza pudiera
Quitar el violento efecto,
Cuyo respeto os altera,
Mi persona en vos hiciera
Lo mismo que mi respeto.
Pero ya que desnudar
No me puedo el sér de Rey,
Por llegároslo á mostrar,
Y que os he de castigar
Con el brazo de la ley,
Yo os dejaré tan mi amigo,
Que no darme cuchilladas
Queráis; y si lo consigo,
A cuenta de este castigo
Tomad estas cabezadas.
(_Dale contra un poste y vase._)
Muchas veces hemos sido testigo en los teatros españoles del efecto
extraordinario que produce la representación de esta escena.
Don Tello se retira lleno de horror y de vergüenza. Acércase á él Don
Gutierre, consejero del Rey, acompañado de Leonor y de Doña María,
exhortándole á replicar á las acusaciones que formulan contra él. Don
Tello confiesa que son verdaderos los cargos que se le hacen, pero cree,
sin embargo, inspirado por su antiguo orgullo, que un hombre de su
importancia no puede ser castigado por tan ligeras faltas. En este
momento se presenta Rodrigo, que, desde su entrevista con el Rey, sólo
respira venganza; acomete á Don Tello y comienzan á pelear. Don Pedro
acude al ruido desde su gabinete, y manda que prendan á los dos, como á
reos de lesa majestad, por haber desenvainado las espadas en su palacio.
Doblégase al fin el orgullo de Don Tello: viendo cerca la muerte,
confiesa á Doña Leonor que ha sido injusto con ella, y que está pronto á
reparar su injusticia. Leonor y María se arrojan entonces á los pies del
Rey para pedirle el perdón de los dos reos; pero Don Pedro les contesta
que se ha pronunciado ya la sentencia y que es inapelable. Don Tello oye
su sentencia de muerte; pero Don Pedro, no contento con castigarlo como
Rey, con sujeción á las leyes, quiere demostrarle también su
superioridad como caballero y como hombre, y hace que le abran la
prisión, en que Don Tello espera la ejecución de su suplicio. Es de
noche: el Rey entra disfrazado y variando la voz, y dice al preso que ha
venido para libertarlo. Don Tello, entre sospechoso y alegre, acoge la
proposición del Rey; éste le presenta una espada para defenderse, y se
separa de él, prometiéndole volver. Poco después entra por otra puerta,
y, alterando de nuevo su voz, insulta á Don Tello que no reconoce á su
libertador. Sacan las espadas; la victoria permanece largo tiempo
indecisa, hasta que al fin es desarmado Don Tello. Don Pedro le excita á
empuñar de nuevo su espada; pero el vencido observa que ha sido herido
en el brazo y que es más fuerte su adversario. En este momento se
presentan criados con antorchas; Don Tello conoce al Rey, y exclama:
¡Cielos! ¿Qué es esto?
REY.
El rico-hombre de Alcalá
A los pies del rey Don Pedro.
DON TELLO.
¿Vos sois, señor?
REY.
Sí, Don Tello;
Que lo que tú deseabas
Te he mostrado cuerpo á cuerpo
Parando tu vanidad,
Porque veas que eres menos
Que el clérigo y el cantor
Que maté, acaso riñendo
Con más aliento que tú,
Para que sepas que puedo
Hacer hombre con la espada
Lo que Rey con el respeto.
DON TELLO.
Yo lo confieso.
REY.
Pues ya
Que por mi amistad te venzo,
Y sabes que te vencí
En tu casa por modesto,
Y por Rey en mi palacio,
Y en estos tres vencimientos
Me has admirado piadoso
Y valiente y justiciero,
Vete, pues te dejo libre,
De Castilla y de mis reinos;
Porque si en ellos te prenden
Has de morir sin remedio:
Porque si aquí te perdono,
Allá, como Rey, no puedo;
Que aquí obra mi bizarría
Y allí ha de obrar mi Consejo.
Allá la ley te condena,
Y aquí te absuelve mi aliento;
Aquí puedo ser bizarro,
Y allí he de ser justiciero;
Allá he de ser tu enemigo,
Y aquí ser tu amigo quiero;
Que allá no podré dejar
De ser Rey, como aquí puedo;
Porque para que riñeses
Sin ventaja cuerpo á cuerpo,
Me quité la alteza, y sólo
Vine como caballero.
Don Tello sale, pues, desterrado, pero el Rey se pone también en camino
para llegar á su palacio antes de romper el día. El poeta ha intercalado
aquí una escena extraña, pero muy conforme con las tradiciones que
corrían acerca del Rey Don Pedro. Ya en otra escena anterior se presenta
el Rey, perseguido por apariciones, y en el instante en que pasa
delante de la capilla de Santo Domingo, se le presenta un fantasma.
REY.
.............¿Qué veo?
Sombra ó fantasma, ¿qué quieres?
SOMBRA.
Llega, si quieres saberlo,
Y en el brocal de este pozo,
Que está arrimado á este templo
(Venerable como humilde,
Glorioso como pequeño,
Por haberlo edificado
Santo Domingo, asistiendo
El seráfico Francisco
En su fábrica), podemos
Sentarnos.
REY.
Viene ya el día,
Y detenerme no puedo.
SOMBRA.
Siéntate, que eso es temor.
REY.
Por desmentirte me siento.
Ya estoy sentado; prosigue.
SOMBRA.
¿Conócesme?
REY.
Estás tan feo,
Que no me acuerdo, si no eres
Demonio que persiguiendo
Me estás.
SOMBRA.
No, vuelve á sentarte.
REY.
Sí haré.
SOMBRA.
Yo, Nerón soberbio,
Soy el clérigo á quien distes
De puñaladas.
REY.
¡Yo!
SOMBRA.
Es cierto.
REY.
Mas anduviste atrevido;
Y aunque fué justo tu celo,
Ni á mí, Rey, me respetastes,
Ni era tuyo aquel empeño.
SOMBRA.
Es verdad; mas te amenaza
Con el mismo fin el cielo
Con este agudo puñal,
(_Quítale el puñal á Don Pedro._)
Con el cual tu hermano mesmo
De tus ciegos precipicios
Dará á Castilla escarmiento.
REY.
¿A mí mi hermano? ¡Qué dices!
Suelta el puñal.
SOMBRA.
Ya le suelto.
(_Deja caer el puñal, y queda clavado en el tablado._)
REY.
Si te pudiera matar
Otra vez, te hubiera muerto.
SOMBRA.
Día de Santo Domingo
Me mataste.
REY.
Y ¿qué es tu intento?
SOMBRA.
Advertirte que Dios manda
Que fundes aquí un convento,
Donde en vírgenes le pagues
Lo que le hurtaste en desprecios.
Clausuras honren clausuras.
¿Prométeslo?
REY.
Sí, prometo.
¿Quieres otra cosa?
SOMBRA.
No.
* * *
Y dame agora la mano
En señal del cumplimiento.
REY.
Sí doy; pero suelta, suelta;
Que me abrasas, vive el cielo.
SOMBRA.
Este es el fuego que paso,
De donde salir espero
Cuando la fábrica acabes.
El fantasma desaparece, y el Rey se aleja para volver á su palacio. En
el mismo instante aparece Don Enrique de Trastamara, á quien Don Pedro
ha perdonado, para echarse á sus pies y acabar la reconciliación entre
ambos. Ve el puñal que está clavado en tierra, reconoce el arma favorita
de su hermano y se alegra al llevársela, exclamando:
No sé qué alborozo siento,
Que de este puñal presumo
Que han de resultar mis premios.
Se nota que estas palabras aluden á la muerte futura de Don Pedro á
manos de su hermano. La escena siguiente es idéntica á otra de _El
médico de su honra_, de Calderón, é imitada de ella, puesto que la
primera es posterior á ésta. Don Pedro, al entrar Don Enrique con el
puñal, siente un horror indecible que no puede disimular; le acomete una
especie de locura, y expresa con palabras claras el terrible
presentimiento que lo preocupa; después dominándose, levanta á su
hermano y lo estrecha en sus brazos. Mientras tanto el fugitivo Don
Tello cae en manos de la servidumbre del Infante. Lo traen á la
presencia del Rey, y ordena la ejecución de la sentencia de muerte; pero
el conde de Trastamara obtiene su gracia, alcanzándose después la de Don
Rodrigo con menos trabajo, abrazando á su querida Doña María y casándose
Don Tello con Doña Leonor.
Innecesario parece, después de este análisis, empeñarse en señalar con
más detenimiento las bellezas incomparables de esta composición. Sólo
nos descontenta algo su desenlace, pareciéndonos que la índole del
argumento y el carácter de sus personajes exigen en este drama un fin
trágico. La figura de Don Pedro es, sin disputa alguna, lo más brillante
de esta comedia; porque si bien es cierto que antes se había presentado
en el teatro con mucho acierto por los dramáticos anteriores, no lo es
menos que en esta parte ha aventajado á todos Moreto. «Todos los
detalles de este personaje, dice L. Viel-Castell, son de una profundidad
y perfección tal, que, cuanto más se consideran, parecen más evidentes.
El genio de Moreto, por decirlo así, ha resuelto el problema histórico,
que ofrecían los juicios contradictorios de los cronistas y de los
poetas al tratar de este Soberano, porque en _El inflexible justiciero_
nos hace ver también al tirano sanguinario é implacable. En el rencor,
mostrado por Don Pedro contra las sublevaciones de sus hermanos y de
aquella inquieta nobleza; en los castigos que aplica con frecuencia; en
los arranques despóticos, que se muestran no obstante su amor á la
justicia; en los violentos arrebatos de su ira, que estalla al menor
pretexto; en la dureza y la acritud de su carácter, templado á veces por
su afectada conducta, caballeresca y galante, presiéntese ya lo que ha
de ser después, cuando nuevas provocaciones han de excitarlo y ofrecerlo
tal como era. Ya no le son extraños los crímenes; ya ha derramado sangre
inocente, y ya le asedian supersticiosos temores, aunque su orgullo sea
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