Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo V - 02

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El héroe celestial prorrumpe en estas palabras de queja:
¡Padre mío!
¿Por qué me desamparaste?
mientras la barca de la Muerte lo transporta á la otra orilla. Truenos,
relámpagos y terremotos. Los Días acorren gimiendo, rodeando al sexto
(el Viernes), que ha caído en tierra desmayado; pero sus lamentos son
interrumpidos de improviso por gritos de júbilo. Orfeo regresa en la
negra barca, en cuyo mástil descansa una cruz, y canta:
.....Abrid,
Confusas obscuridades,
Las aldabas y cerrojos
De vuestra lóbrega cárcel.
La Muerte viene, vencida á sus pies, y detrás Eurídice, y la Naturaleza
humana libre, en otra barca, en la cual el Día quinto (Jueves),
administra el Sacramento. Acompañado de los vítores de los rescatados,
las dos embarcaciones se dirigen en triunfo al Alcázar de la paz eterna.
_La vida es sueño_, composición alegórico-religiosa análoga, y de igual
nombre que la tan famosa comedia[1].--El auto comienza en los primeros
instantes del desarrollo del Caos. Los cuatro elementos disputan sobre
la soberanía del Universo; el Poder, la Sabiduría y el Amor les mandan
sosegarse, obedeciéndolo ellos, y entonando un himno en loor de la
Divinidad. Terminado el cántico habla el Fuego en representación de los
demás, y pide al Señor que les nombre un Soberano. El Poder dice
entonces:
A sacar me determino
De la prisión del no sér,
A sér este oculto hijo,
Que ya de mi mente ideado
Y de la tierra nacido
Ha de ser Príncipe vuestro.
* * *
Le daré el raro prodigio
De la Gracia por esposa.
Si procediere benigno,
Atento, prudente y cuerdo,
Obedecedlo y servidlo.
* * *
Mas si procediere altivo,
Soberbio é inobediente,
No le conozcáis dominio.
Los elementos le rinden homenaje, y, entonando de nuevo otro cántico de
alabanza, siguen á los tres atributos de la Divinidad para ayudarles en
la creación del hombre. En seguida aparece la Sombra, como símbolo del
pecado; oye con rabia y desaliento el himno, que resuena desde lejos, y
conjura á los espíritus de las tinieblas á que se unan con él, si no han
de perder para siempre el señorío del mundo. No largo tiempo después se
presenta el Príncipe del Averno, envidioso y colérico contra el hombre,
que ha de disfrutar al fin de la bienaventuranza. Mientras tanto se hace
visible una caverna, observándose en ella al hombre vestido de pieles
de fieras; delante de él la Luz como símbolo de la gracia, con una
antorcha en la mano, que lo despierta, y le infunde la vida. La Sombra y
Satanás se conjuran para corromper al recién nacido, y, en forma de
serpiente y de basilisco, se esconden entre las flores y árboles del
Paraíso. La escena posterior no es desemejante á la de la comedia, en
que Segismundo recibe los primeros homenajes de los cortesanos, con la
diferencia de que aquí es todo simbólico. El hombre, cercado de regio
esplendor, deja que le rindan vasallaje sus súbditos los elementos; en
su séquito se encuentran también la Razón, en figura de anciano, y la
Voluntad, en la de gracioso, enseñando el uno al hombre, que es sólo
polvo, y el otro no cansándose nunca de ponderar su grandeza. Mientras
lo adornan con esplendidez, el basilisco y la serpiente se deslizan en
su jardín, y la última, metamorfoseada en jardinera, intenta seducirlo
para que saboree la manzana, brillante como el oro, puesto que con ella
poseerá todos los conocimientos y un poder ilimitado. El ciego seducido
se apresta á obedecerla, pero la Razón se echa á sus pies para impedirle
que toque á la fruta prohibida; el hombre, entonces, llama á su socorro
á la Voluntad, y, desoyendo los avisos de los elementos, lanza á la
Razón en un precipicio. Come el fruto vedado: las montañas se
conmueven, obscurécese el sol, y la Sombra del Pecado apaga la luz de la
Gracia, quedándose el hombre sumergido en profundas tinieblas; en vano
llama á la Tierra, la cual se queja de que sus rosas purpúreas se han
convertido en punzantes espinas; en vano al Agua, al Aire y al Fuego,
que sólo pueden ofrecerle olas devastadoras, huracanes y relámpagos. El
Poder, la Sabiduría y el Amor acuden al escuchar los lamentos del
desventurado; deliberan entre sí acerca de su suerte, y convienen al
cabo en que
.....Pues es una
La voluntad de los tres,
Si el Poder pone la suya,
Si la Sabiduría pone
Con la obediencia la industria,
Y el Amor pone la obra,
Persona hay que enmiende y supla
La insuficiencia del hombre;
Pues la Humanidad conjunta
A la Sabiduría, como
Hipostáticas se unan,
Satisfacción infinita
Tendrá la infinita Culpa.
El hombre pierde sus sentidos de dolor, aunque no le faltan en su
letargo acentos de consuelo.
En la escena inmediata lo vemos de nuevo, encadenado y vestido de
pieles. Laméntase, al despertar, de que han sido sueño todas las
grandezas que ha visto. El Pecado está junto á él atormentándolo; pero
con el auxilio de la Razón, que ha vuelto, y de la Voluntad, resuelve
alcanzar de nuevo la dicha perdida, haciendo huir á la Sombra, que,
juntamente con el Príncipe de las tinieblas, trama nuevas asechanzas.
Después la Sabiduría se hospeda como peregrino en la habitación del
Hombre. Éste se queja á ella, y le ruega que lo liberte, para encontrar
otra vez su hogar y su patria, así como la ventura perdida, un sueño
pasado para él, pero que lo aflige, sin embargo, como si fuese una
verdad. Desátanse los lazos que lo sujetan, y huye temeroso de la
Sombra; pero la Sabiduría carga con sus cadenas, declarando, que su
objeto, al hacerlo, es pasar por el culpable ante el Pecado, como
sucederá cuando la vean en el lugar del hombre, y revestida de los
toscos atributos de la naturaleza humana, y así, en efecto, aguarda en
el fondo de la caverna. Satanás y la Sombra se acercan para matar al
Hombre; pero así como el fruto de un árbol ha sido la causa de su
triunfo, así también el tronco y las ramas de otro árbol han de serlo de
su castigo. Clavan en la cruz al celestial peregrino; pero apenas muere
éste, cuando retiembla la tierra, y Satanás y la Sombra conocen quién ha
sido su víctima, cayendo en tierra aniquilados. El Hombre, la Razón y la
Voluntad, acorren y contemplan en la cruz á la Sabiduría, y, á sus pies,
á los espíritus infernales. El Peregrino resucita, y dirigiéndose al
hombre, dice:
Y tú pudieras salvarte,
En tu prisión; con tus señas,
Ellos me han dado la muerte.
* * *
¡He dado á infinita culpa
Infinita recompensa!
Los espíritus infernales se presentan de nuevo, y exclaman:
¿Cómo su culpa en tu muerte
Pudo quedar satisfecha?
* * *
¿Cómo, si es deuda pagada,
Queda obligado á la deuda?
La Sabiduría contesta:
..... Contra la común
Mancha de esa triste herencia,
Habrá Elemento que dé
A la Gracia tal materia,
Que en el umbral de la vida
Esté á cobrarla á la puerta.
Vuelto él á la Gracia, todos
Volverán á la obediencia.
Entonces, á la voz de la Luz, se presenta el Agua con una concha para
borrar con sus bellas ondas el pecado del hijo de la tierra, y asimismo
promete la Tierra ofrecer con sus sarmientos y espigas un segundo
Sacramento, en cuya virtud, y con ayuda de la Gracia, perseverará el
Hombre en la práctica del bien. Los demonios huyen, y el Hombre exclama:
Si esto también es dormir,
A nunca despertar duerma.
El Poder dice entonces:
Y pues cuanto vives sueñas,
Porque al fin la vida es sueño,
No otra vez tanto bien pierdas,
Porque volverás á verte
Aún en prisión más estrecha,
Si con culpa en el letal
Ultimo sueño despiertas.
La Música termina, por último, cantando:
_¡Gloria á Dios en las alturas
Y paz al Hombre en la tierra!_
_La serpiente de metal_, fundado en el 4.º libro de Moisés, cap.
21.--Los hebreos solemnizan con cánticos y danzas su liberación del yugo
de Egipto. Moisés, en un discurso muy elocuente, les recuerda todo lo
que ha hecho por ellos el Señor, y los exhorta á perseverar con firmeza
en el dogma de un solo Dios. El pueblo se dispersa, y todavía se oyen á
lo lejos los himnos sagrados, cuando aparecen Belfegor y la Idolatría,
rebosando ira y envidia contra el pueblo elegido, del cual, como
anuncian las profecías, saldrá la mujer que aplastará la cabeza de la
serpiente, corruptora del linaje humano, y dará á luz al Mesías. Para
perder á los hebreos forjan ambos el plan de que Belfegor excite contra
ellos las armas del Príncipe pagano de los Amalecitas, y de que la
Idolatría los aparte con sus palabras de la reverencia debida á Dios; y,
en efecto, apenas se alejan, cuando ya detrás de la escena se oyen los
murmullos de los israelitas. Las siete pasiones (Soberbia, Avaricia,
Lujuria, Ira, Envidia, Gula y Pereza) se presentan disfrazadas de
hebreos, y culpan á Moisés de llevarlos al desierto, y no á la tierra de
promisión. Ruido de guerra: Josué viene con la Idolatría, que le ha
anunciado la próxima derrota de los Amalecitas; vase á pelear, pero la
Idolatría le ruega hipócritamente que la instruya en el dogma de un solo
Dios, como Moisés se lo promete, pero con la reserva de conocerla y
probarla más á fondo. Comienza la batalla: Moisés y Aarón piden al Señor
de los ejércitos que les conceda la victoria; Belfegor entra como
fugitivo, precipitadamente, anunciando la derrota de los paganos, y,
poco después, el mismo Josué como triunfador. Una nube de fuego, en cuyo
centro resuenan voces de ángeles, se presenta al frente del ejército, y
lo dirige en el desierto, y ángeles también hacen llover el maná de otra
nube. (Es casi inútil advertir el simbolismo de todas estas imágenes:
los israelitas lo son de la raza humana; la nube de fuego, de la gracia
divina, y el maná, del Sacramento del altar.) A pesar de estas señales
manifiestas del favor divino, algunos del pueblo, y principalmente las
siete pasiones, cediendo á la Idolatría, se apartan de la fe del
verdadero Dios, y piden á Aarón que les haga un ídolo. El becerro de
oro, terminado poco después, es adorado por los pervertidos, que bailan
á su rededor danzas acompañadas de cánticos. A lo lejos se ve entonces á
Moisés, en la cima de una montaña, teniendo en una mano las tablas de la
ley; baja de ella, para presentarlas al pueblo, haciendo pedazos, al
observar lo que ha sucedido en su ausencia, y lleno de justa cólera, una
de las tablas, acometiendo con Josué y Aarón á la turba idólatra, y
dando muerte á los principales de ella. La Idolatría y Belfegor son
vencidos otra vez de este modo, y excogitan nuevos medios para corromper
á los israelitas, llenando el desierto de serpientes de fuego, cuyas
mordeduras causan enfermedades y hasta la muerte. Los hebreos, y entre
ellos las pasiones, acorren unos tras otros, heridos y llenos de sangre,
y piden á Dios misericordia. Otra vez aparece Moisés en la cima de la
montaña, con las tablas de la ley en una mano, y en la otra una
serpiente de bronce en un báculo, diciendo:
Albricias, que conmovido
Dios de las lástimas vuestras
* * *
.... Porque se vea
Ser sus piedades más que
Las ingratitudes vuestras.
* * *
A verla, pues, venid (_la sierpe_);
Veréis el que llegue á verla
De las fieras mordeduras
De otras sierpes convalezca.
Los espíritus infernales exclaman:
¿Cómo con el mismo (_veneno_) intentas
Que un áspid cure otro áspid?
Moisés les replica:
La ponzoña del pecado
Alma y sentidos infesta,
Convino que en el metal
Tenga sólo la apariencia
Del pecador.
Entonces se presentan de nuevo las dos nubes ya conocidas: la una para
trazar el camino á los hebreos en el desierto, y la otra para
dispensarles el maná. El Angel de una de ellas dice entonces:
ÁNGEL 2.º
En cuanto á sombras, á mí
Me toca dar la respuesta,
Pues soy el que di las sombras
Al día, ocultando en ellas
Embozado al sol; que fué
Decir que entre nubes densas
Anda hoy en lejanas luces.
* * *
ÁNGEL 1.º
Eso de luces, á mí
Me toca, pues á la negra
Noche di participadas
Del sol las luces, que en ellas
Alumbraron; y así ahora,
Porque mejor resplandezcan,
Os he de enseñar al sol
En anticipada idea
De sus sombras y mis luces
Pendiente, en correspondencia
Del áspid, en otra vara
Más prodigiosa que aquélla.
La cumbre del monte, en donde estaba el becerro de oro, se descubre, y
muestra en el lugar del ídolo la imagen del Crucificado, que dice:
.....Yo,
Que para sanar las fieras
Venenosas mordeduras
De la serpiente primera,
No siendo pecador, quise
Parecerlo, porque tenga
En mi muerte el pecador
Vida temporal y eterna.
Los enemigos de Dios enmudecen, y Moisés termina de este modo:
Pues todos en esperanza
De futura edad, que tenga
La felicidad de ver
Maravilla tan inmensa.
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CAPÍTULO XIV.
FRANCISCO DE ROJAS.

LOS datos existentes acerca del lugar del nacimiento de este eminente
dramático, difieren mucho unos de otros. D. Nicolás Antonio y La Huerta
dicen que lo fué la villa de San Esteban de Gormaz, en Castilla la
Vieja, y Montalbán, en su _Para todos_, que Madrid; pero el editor de
_Los hijos ilustres de Madrid_, ha demostrado que ambas afirmaciones son
falsas, porque consta de documentos existentes que D. Francisco de Rojas
Zorrilla nació en Toledo, y que fué hijo del alférez D. Francisco Pérez
de Rojas y de Doña Mariana de Besga Ceballos. Llamándosele en el _Para
todos_, de Montalbán (Huesca, 1633), famoso poeta, y apareciendo también
su nombre con repetición en los escritos, que se conservan sobre la
muerte de Lope, puede creerse que no fué mucho más joven que Calderón y
debió nacer á principios del siglo. En el año de 1641 fué nombrado
caballero de la orden de Santiago[2]. He aquí todo lo que se sabe de su
vida, siendo también desconocida la fecha de su muerte[3]. Una colección
de sus comedias, en dos tomos, apareció en Madrid en 1640 y 1645: en el
prólogo del segundo se anuncia la publicación de otro tercer tomo, pero
parece que éste nunca se publicó; otras muchas comedias, ya escritas
sólo por Rojas, ya con otros poetas, existen aún en impresiones
aisladas[4]. Rojas se queja en el prólogo del segundo tomo de sus
comedias, que en Sevilla se han dado á luz algunas de autores poco
conocidos, como si fuesen de otros famosos, y que él ha visto una,
titulada _Los desatinos de amor_, como si fuera suya, cuando bastante
tiene con sus desatinos propios para cargar también con los ajenos.
Muchas, pues, de las obras dramáticas que llevan su nombre, no son
auténticas[5], y de aquí nace la mayor dificultad que se encuentra para
calificar bien á este poeta[6]. Hasta en las comedias escritas por él,
sin duda alguna, é incluídas en las ediciones, hechas también por él, se
observan asimismo notables diferencias. Rojas estaba dotado por la
naturaleza de varias prendas, de una imaginación poderosa, de un ingenio
inagotable, del don de expresarse con sublimidad y fuego, de
representar las pasiones más enérgicas en lo trágico, y de mucha gracia
y agudeza para lo cómico, comprendiéndose así que, con tales cualidades
relevantes, haya compuesto obras maestras, iguales á las mejores de
Calderón; pero le faltaba, para sostenerse á esa altura, la constancia,
la energía, y ese sentido artístico, serio y reposado, que sostiene al
genio y evita su caída. Este poeta, al lado de esas condiciones
extraordinarias, tenía una afición particular á lo exagerado y á lo
extraño, como se manifiesta en los argumentos caprichosos de sus
comedias, y en sus verdaderas extravagancias en el desenvolvimiento de
los mismos. Cuando se deja arrastrar de esa inclinación, sólo engendra
monstruos que recuerdan los sueños de un calenturiento, y las
excentricidades más desatinadas en sus creaciones, faltando á la
naturalidad y mostrándose alambicado y sutil en el trazado de los
caracteres y en la expresión de los afectos. Su estilo poético,
particularmente en muchas de sus obras, se distingue por su gongorismo
extremado, por su hojarasca, por su obscuridad afectada, por sus
contrastes sin gusto y por sus frases retumbantes y campanudas. No se
comprende que agradase á Rojas esta fraseología culta, porque en
diversos dramas suyos, y hasta en escenas de otros, llenas de las faltas
indicadas, se presenta como modelo de la expresión más natural, del
lenguaje más sencillo y comprensible, y lanza además sus sátiras y
burlas contra los gongoristas. Así, en la comedia _Sin honra no hay
amistad_, para pintar las tinieblas de la noche, dice:
Está hecho un Góngora el cielo
Más obscuro que su verso,
leyéndose también dos sonetos en el primer acto de _El desdén vengado_,
escritos indudablemente para parodiar el estilo culterano.
Por fortuna el número de las comedias de Rojas, que se distinguen por lo
contradictorio del plan, y por la constante afectación del lenguaje, no
es grande, y podemos prescindir del desagrado, que nos producen, y
mostrar nuestra admiración satisfecha á otras muchas suyas, que, si bien
adolecen de algunos lunares, encierran invenciones tan ingeniosas y
descubren tanta maestría en el desenvolvimiento de sus partes, que
pueden calificarse de joyas muy valiosas del teatro español. Cierto es
que, en estas comedias, llega á veces hasta lo monstruoso la inclinación
del poeta á lo excéntrico y á lo extraordinario, y que no carece su
lenguaje de ciertas manchas; pero sería preciso, por detenerse en estas
nimiedades, hacer caso omiso de la admiración que mueve el poder del
genio, prefiriendo fijar la atención en esos defectos aislados, y no en
las bellezas de primer orden de su conjunto. Es, en particular, muy
extraño que, á la vez que Rojas, como hemos dicho, emplea en ocasiones
ese lenguaje metafórico y sobrecargado de adornos, posee el don de
emplear un estilo natural hasta el extremo, de tal manera, que pocos
poetas españoles pueden comparársele bajo este aspecto, y que al mismo
tiempo que poseía una imaginación exuberante, que le hacía incluir en
sus comedias verdaderos engendros y falsos elementos dramáticos, podía y
sabía dominarse y contenerse en este terreno en virtud de su poderosa
inteligencia. Cuando sucedía esto último ostensiblemente; cuando su
razón refrenaba el empuje de su fantasía, eran sus resultados
composiciones dramáticas excelentes, llenas de vida poética, con una
exposición vigorosa, con una plenitud y una riqueza extraordinaria de
inventiva al juntar sus diversas partes para formar un todo perfecto, y
brotando de su mente pensamientos atrevidos y poéticos, en cuya
expresión brillaba el estilo más clásico y más preciso.
Conviene desvanecer el error de los que piensan que este poeta fué
imitador de Calderón. Tal concepto es falso de todo punto; y cuando se
examinan sus diversas obras, se convence cualquiera de que sus
facultades poéticas eran más que suficientes para seguir una senda
propia, así en lo trágico como en lo cómico.
Entre todos los dramas de Rojas, uno de los más famosos y repetidos del
teatro español, es el titulado _Del Rey abajo, ninguno_, ó _García del
Castañar_.
«Es tan popular esta comedia en España (dice D. Eugenio de Ochoa), que
apenas hay joven medianamente educado que no recite de memoria algunos
trozos de ella: en los teatros de las ciudades se representa
continuamente, y aun en los lugares y aldeas es muy conocida, por ser la
primera que sacan á relucir cuando pasan por ellas las trashumantes
compañías de cómicos de la legua. Puede decirse, pues, que esta comedia
es la más generalmente conocida en España de todas las de nuestro
inmenso repertorio.
»Una celebridad tan universal y tan duradera no puede menos de fundarse
en mérito extraordinario, sobre todo cuando se considera que esa
celebridad no es debida, ni á ser la primera, ni mucho menos la única
obra en su género conocida en España, ni tampoco á que su carácter
trivial la ponga naturalmente al alcance del gusto poco delicado del
vulgo... Si por una inconcebible fatalidad estuviese destinado á
desaparecer de repente de la faz de la tierra nuestro antiguo teatro, y
nos fuese dado salvar sólo una pequeñísima parte de él, cuatro dramas,
como reliquia de tanta riqueza, nosotros, que tenemos en mucho las obras
literarias de nuestra nación, no vacilaríamos en elegir, para salvarlos
de ese espantoso naufragio universal, _El Tetrarca_, de Calderón; _El
desdén con el desdén_, de Moreto; _La verdad sospechosa_, de Alarcón, y
el _García del Castañar_, de Rojas.»
La gran celebridad de esta comedia nos obliga, por tanto, á ser más
prolijos en su exposición y examen. La acción es en el reinado de
Alfonso XI. García es el único hijo de un grande poderoso, que ha
desempeñado en la corte cargos importantes; pero que, por haber
intervenido en los desórdenes consiguientes á la minoría del Monarca, ha
sido acusado del crimen de lesa majestad, y se ha visto obligado á
buscar su salvación en la huída. El joven García, ocultando su clase, se
ha domiciliado cerca de los montes de Toledo, comprando con los restos
de su patrimonio la pequeña dehesa llamada el Castañar. Aquí vive en la
tranquilidad más perfecta, pero esperando siempre que el conde Orgaz,
amigo de su padre y sabedor de su nacimiento, llegará al cabo á
conseguir que se desvanezca esa acusación que pesa siempre sobre su
familia, y que le sea posible devolver á su nombre su antiguo lustre. El
Conde, que hace con él las veces de padre, lo ha casado con una dama
joven, cuya condición es muy parecida á la de su marido: llámase Blanca
de la Cerda, y es hija de un Príncipe de sangre real, desterrado por su
rebelión contra el Monarca legítimo. Criada en el campo, no sabe nada de
su origen. García, á quien le consta que su esposa es noble, ignora, sin
embargo, que esté unida con los vínculos de la sangre á la familia real
de Castilla. La dicha doméstica de los jóvenes esposos, felices por el
mutuo amor que se profesan, está trazada en la comedia de mano maestra,
perdonándose de buen grado los errores del gongorista, por haber
bosquejado este cuadro tan encantador y tan sencillo.
El rey Alfonso, mientras tanto, hace los preparativos para una
expedición contra los moros. Con la llegada de las tropas y otros
socorros para esta guerra, que envían diversos vasallos, viene también
un presente muy rico de García. El Rey, admirado de su generosidad,
pregunta y se informa de la persona á quien se debe, y el conde Orgaz
aprovecha celoso esta ocasión de recomendar á su protegido, y, sin
descubrir al Rey el origen de García, celebra su valor y su osadía,
pero le atribuye al mismo tiempo un carácter orgulloso é independiente,
y enemigo, por tanto, de la corte. El Rey, excitado por la curiosidad,
desea conocer á este personaje excéntrico[7], y ordena que se prepare
una cacería en las inmediaciones de Toledo; se propone fingir que se ha
extraviado en el monte, y sin darse á conocer, acompañado sólo de
algunos de su séquito, pedir hospitalidad en el Castañar. Muy satisfecho
el Conde de este plan, que le hace concebir las esperanzas más risueñas,
se apresura á avisar á García la visita que le aguarda, advirtiéndole al
mismo tiempo que no se dé por entendido de su aviso. Como García no ha
visto nunca al Rey, el Conde le dice que lo conocerá por una gran banda
encarnada de una orden de caballería que lo distingue. A poco de recibir
García la carta se presentan cuatro desconocidos, que se dicen
caballeros de la corte, y piden hospitalidad por haberse extraviado en
la caza. García observa que uno de ellos trae una banda roja de
caballero, y, como es natural, supone que es el Rey; pero casualmente
Alfonso no lleva esta insignia, estando adornado con ella otro cortesano
llamado Don Mendo, que ha entrado poco antes en la misma orden. Sigue
una escena en que el Rey (uno de los cortesanos para García) se esfuerza
en sondear el carácter y las opiniones del hombre, cuyo conocimiento,
por obra del conde Orgaz, ha excitado tan singularmente su curiosidad.
Habla del placer, con que Alfonso ha recibido su rico presente, y le
dice que el Rey, de buen grado, le daría un cargo brillante en su
palacio; pero García rechaza sin vacilar estas ofertas: pinta con vivos
colores, y no sin hacer alusiones á la suerte de su padre, la falsedad y
las intrigas de la corte, y celebra, en oposición á ellas, las ventajas
que le ofrece su vida independiente en el campo. Mientras que el Rey
discurre así con García, Don Mendo, el caballero de la banda roja, traba
conversación con Doña Blanca, demostrando en seguida que la belleza de
la joven esposa de García le ha enamorado ciegamente, y que, en su
opinión, no será difícil seducirla y deslumbrarla con su posición y con
su amorosa experiencia. Las respuestas que ella da á sus propósitos
galantes, están llenas de sencillez y de fina ironía; pero son tan
decisivas, que el galán no puede ocultarse las graves dificultades que
encontraría en la realización de sus deseos, y, sin embargo, al
despedirse no vacila en declarar que no renuncia á los planes formados
contra ella. Después que se han alejado los huéspedes, Don García, que
ha oído la animada conversación de Don Mendo, manifiesta alguna
inquietud; pero pocas palabras cariñosas y tiernas de Blanca desvanecen
al punto todas sus sospechas.
Don Mendo, obligado á alejarse con el Rey, sólo aguarda una ocasión
oportuna para poner en ejecución sus criminales deseos. Uno de los
criados del Castañar, á quien ha sobornado, pone al día siguiente en su
conocimiento que Don García pasará la noche fuera de su casa para
acechar un jabalí que devasta sus campos. El cortesano vicioso, para
utilizar esta coyuntura, sale secretamente de Toledo, y hacia la media
noche penetra en la habitación de Don García por una ventana que ha
abierto su cómplice; pero, con gran sorpresa suya, se encuentra con el
dueño de la casa, que, por un motivo casual, ha regresado á ella antes
de lo que se pensaba. García, lleno de sospechas, acomete al invasor
disfrazado y lo obliga á descubrirse. Don Mendo lo obedece, y se
presenta ante él con su traje de corte y con la banda roja de la orden.
DON GARCÍA. (_Ap.: caésele el arcabuz._)
El Rey es; ¡válgame el cielo!
Y que le conozco sabe;
Honor y lealtad, ¿qué haremos?
¿Qué contradicción implica
La lealtad con el remedio?
DON MENDO. (_Ap._)
¡Qué propia acción de villano!
Temor me tiene ó respeto.
* * *
DON GARCÍA.
Muy bien pagáis á mi fe
El hospedaje por cierto
Que os hicimos Blanca y yo:
Ved qué contrarios efectos
Verá entre los dos el mundo;
Pues yo, ofendido, os venero,
Y vos, de mi fe servido,
Me dais agravios por premios.
DON MENDO.
No hay que fiar de un villano
Ofendido; pues que puedo,
Me defenderé con esto.
DON GARCÍA.
¿Qué hacéis? Dejad en el suelo
El arcabuz, y advertid
Que os le estorbo, porque quiero
No atribuyáis á ventaja
El fin de aqueste suceso.
Que para mí, basta sólo
La banda de vuestro cuello,
Cinta del sol de Castilla,
A cuya luz estoy ciego.
DON MENDO.
¿Al fin me habéis conocido?
DON GARCÍA.
Miradlo por los efectos.
DON MENDO.
Pues quien nace como yo,
No satisface, ¿qué haremos?
DON GARCÍA.
Que os vais, y rogad á Dios
Que enfrene vuestros deseos,
Y al Castañar no volváis,
Que de vuestros desaciertos
No puedo tomar venganza,
Sino remitirla al cielo.
DON MENDO.
Yo lo pagaré, García.
DON GARCÍA.
No quiero favores vuestros.
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