El Tesoro de Gastón: Novela - 8
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deshiciesen en polvo y la fantástica riqueza se evaporase. Se llevó
las manos á las sienes; respiró; y cuando empezaba á recobrar el
aplomo, notó que la vela de la linterna se extinguía; un momento más
y se quedaba á oscuras. Sólo tuvo tiempo para recoger una olla, la
que contenía perlas y abanicos, y salir á escape de la mazmorra y de
la cueva. Al verse al aire libre, al sol, á orillas del río, comenzó
á persuadirse de que no soñaba. Allí tenía parte de su hallazgo...
Por prudencia volvió á obstruir el orificio, colocando la tierra y las
ramas de modo que no se advirtiese diferencia; y abrazado á su olla,
subió á Landrey con alas en los pies. Telma creyó que el señorito
desvariaba,--y desvariaba algo, en efecto,--cuando pedía otra vela y un
saco de lona. Al anochecer, Gastón, en cuatro viajes, había subido el
contenido de las ollas cerrándolo en un recio cofre; pero sus fuerzas
se agotaban, y una calentura que creyó originada por la violenta fatiga
le postró en el lecho. Telma, llena de inquietud, se instaló á su
cabecera; le sirvió infusiones, y veló su sueño agitado por angustiosas
pesadillas, en que pronunciaba palabras truncadas y frases enteras que
parecían de un criminal. ¡Como que se trataba de riquezas, de prisión,
de subterráneo!... La luz de la mañana trajo á Gastón algún alivio,
pero encontrábase tan quebrantado, que le fué imposible levantarse; y
por la tarde el recargo se presentó otra vez, acompañado de sudor y
del mismo delirio congojoso. No cambió al día siguiente el estado del
enfermo; y Telma, conocedora de los males que en el país se padecían,
comprendió que se trataba de calenturas cuotidianas, de las que suele
causar el detenerse largo tiempo á orillas del río, sobre todo en las
horas de la tarde y con el cuerpo sudoroso, y anunció su resolución de
bajar á la Puebla y traer al médico, experto en recetar quinina para
esta clase de achaques.
--No llames al médico,--ordenó con debilitada voz Gastón.--Vete á
Sadorio y díle á la señora de Sarmiento... á doña Antonia Rojas... que
no estoy bueno... y que la suplico que venga á cuidarme.
--¡Señorito!--objetó Telma asustada y creyendo que su amo deliraba aún.
--Obedece, Telma... Estoy en mi juicio... Que venga... Así que venga,
sanaré... Ya lo verás... Anda, Telma... Anda, abuelita querida.
Este nombre cariñoso tenía la virtud de poner á Telma como un guante.
Sin replicar, llevó á la quinta el extraño recado. ¡Y qué grande su
admiración al ver que Antonia, apenas lo escuchó, se encasquetó el
sombrerillo marinero, cogió de la mano á Miguelito, y echó á andar más
ligera que una corza!
[Ilustración]
Al entrar Antonia sola en la habitación del enfermo, se incorporó en
la cama el señorito de Landrey; tendió la mano abrasada al encuentro
de otra mano fresca y trémula, y mirando á su amiga, á su futura
esposa, sacó de debajo de la almohada las sartas de perlas y las
enroscó á la muñeca de la dama. Ésta miraba con sorpresa la joya, y su
ceño se fruncía ya desaprobando el regalo, que creía una intempestiva
prodigalidad de Gastón; pero el enfermo, en voz baja, la dijo unas
cuantas palabras que la hicieron retroceder de asombro.
--Ahí está, en ese cofre,--repetía Gastón.--Deseo que todo, todo, se lo
lleve usted en seguida á su casa. Pertenece á Miguelito, que es quien
por inspiración de algún ángel lo ha descubierto. Ya comprenderá usted
que si la llamé, para esto era; mi mal no ofrece cuidado, y usted se
volverá ahora mismo á Sadorio, no quiero que los malsines puedan glosar
su presencia de usted aquí. Lo único que me reservo son las joyas de
familia... Quiero que usted las posea y las santifique.
--Gastón,--articuló Antonia dulcemente,--me iré, pero prométame usted
que vendrá el médico y que atenderá usted á su salud como si yo aquí
estuviese. Del tesoro no hablemos; ya sabe usted que soy firme en mis
resoluciones, y no lo aceptaríamos nunca ni Miguel ni yo; pertenece á
la casa de Landrey. Respetemos la voluntad de los que fueron. No se
olvide usted... de lo que nunca olvidó doña Catalina; el alma de don
Martín pide sufragios... Me encargo de recordarle á usted esa pobre
alma en pena.
--¿Vendrá usted mañana?
--Y pasado, y todos los días, mientras usted no se ponga bien...
--Ya estoy mucho mejor,--declaró Gastón reanimado y sin soltar la mano
empeñada en desasirse.
[Ilustración]
--Pues cordura... y á descansar, y á tomar lo que disponga el médico...
y á sanar pronto... Y á tener presente quien envía estas riquezas... Es
nuestro Amo... sí, Gastón; somos sus administradores... Yo no lo sabía,
pero me lo ha enseñado la desgracia.
--Y á mí el amor,--respondió apasionadamente el señorito de
Landrey.--Por todas partes se puede ir á Roma... Y ahora... que entre
el chiquillo; le quiero tanto como... ¡como á su mamá!
[Ilustración: Fin]
las manos á las sienes; respiró; y cuando empezaba á recobrar el
aplomo, notó que la vela de la linterna se extinguía; un momento más
y se quedaba á oscuras. Sólo tuvo tiempo para recoger una olla, la
que contenía perlas y abanicos, y salir á escape de la mazmorra y de
la cueva. Al verse al aire libre, al sol, á orillas del río, comenzó
á persuadirse de que no soñaba. Allí tenía parte de su hallazgo...
Por prudencia volvió á obstruir el orificio, colocando la tierra y las
ramas de modo que no se advirtiese diferencia; y abrazado á su olla,
subió á Landrey con alas en los pies. Telma creyó que el señorito
desvariaba,--y desvariaba algo, en efecto,--cuando pedía otra vela y un
saco de lona. Al anochecer, Gastón, en cuatro viajes, había subido el
contenido de las ollas cerrándolo en un recio cofre; pero sus fuerzas
se agotaban, y una calentura que creyó originada por la violenta fatiga
le postró en el lecho. Telma, llena de inquietud, se instaló á su
cabecera; le sirvió infusiones, y veló su sueño agitado por angustiosas
pesadillas, en que pronunciaba palabras truncadas y frases enteras que
parecían de un criminal. ¡Como que se trataba de riquezas, de prisión,
de subterráneo!... La luz de la mañana trajo á Gastón algún alivio,
pero encontrábase tan quebrantado, que le fué imposible levantarse; y
por la tarde el recargo se presentó otra vez, acompañado de sudor y
del mismo delirio congojoso. No cambió al día siguiente el estado del
enfermo; y Telma, conocedora de los males que en el país se padecían,
comprendió que se trataba de calenturas cuotidianas, de las que suele
causar el detenerse largo tiempo á orillas del río, sobre todo en las
horas de la tarde y con el cuerpo sudoroso, y anunció su resolución de
bajar á la Puebla y traer al médico, experto en recetar quinina para
esta clase de achaques.
--No llames al médico,--ordenó con debilitada voz Gastón.--Vete á
Sadorio y díle á la señora de Sarmiento... á doña Antonia Rojas... que
no estoy bueno... y que la suplico que venga á cuidarme.
--¡Señorito!--objetó Telma asustada y creyendo que su amo deliraba aún.
--Obedece, Telma... Estoy en mi juicio... Que venga... Así que venga,
sanaré... Ya lo verás... Anda, Telma... Anda, abuelita querida.
Este nombre cariñoso tenía la virtud de poner á Telma como un guante.
Sin replicar, llevó á la quinta el extraño recado. ¡Y qué grande su
admiración al ver que Antonia, apenas lo escuchó, se encasquetó el
sombrerillo marinero, cogió de la mano á Miguelito, y echó á andar más
ligera que una corza!
[Ilustración]
Al entrar Antonia sola en la habitación del enfermo, se incorporó en
la cama el señorito de Landrey; tendió la mano abrasada al encuentro
de otra mano fresca y trémula, y mirando á su amiga, á su futura
esposa, sacó de debajo de la almohada las sartas de perlas y las
enroscó á la muñeca de la dama. Ésta miraba con sorpresa la joya, y su
ceño se fruncía ya desaprobando el regalo, que creía una intempestiva
prodigalidad de Gastón; pero el enfermo, en voz baja, la dijo unas
cuantas palabras que la hicieron retroceder de asombro.
--Ahí está, en ese cofre,--repetía Gastón.--Deseo que todo, todo, se lo
lleve usted en seguida á su casa. Pertenece á Miguelito, que es quien
por inspiración de algún ángel lo ha descubierto. Ya comprenderá usted
que si la llamé, para esto era; mi mal no ofrece cuidado, y usted se
volverá ahora mismo á Sadorio, no quiero que los malsines puedan glosar
su presencia de usted aquí. Lo único que me reservo son las joyas de
familia... Quiero que usted las posea y las santifique.
--Gastón,--articuló Antonia dulcemente,--me iré, pero prométame usted
que vendrá el médico y que atenderá usted á su salud como si yo aquí
estuviese. Del tesoro no hablemos; ya sabe usted que soy firme en mis
resoluciones, y no lo aceptaríamos nunca ni Miguel ni yo; pertenece á
la casa de Landrey. Respetemos la voluntad de los que fueron. No se
olvide usted... de lo que nunca olvidó doña Catalina; el alma de don
Martín pide sufragios... Me encargo de recordarle á usted esa pobre
alma en pena.
--¿Vendrá usted mañana?
--Y pasado, y todos los días, mientras usted no se ponga bien...
--Ya estoy mucho mejor,--declaró Gastón reanimado y sin soltar la mano
empeñada en desasirse.
[Ilustración]
--Pues cordura... y á descansar, y á tomar lo que disponga el médico...
y á sanar pronto... Y á tener presente quien envía estas riquezas... Es
nuestro Amo... sí, Gastón; somos sus administradores... Yo no lo sabía,
pero me lo ha enseñado la desgracia.
--Y á mí el amor,--respondió apasionadamente el señorito de
Landrey.--Por todas partes se puede ir á Roma... Y ahora... que entre
el chiquillo; le quiero tanto como... ¡como á su mamá!
[Ilustración: Fin]
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