El Tesoro de Gastón: Novela - 3

Total number of words is 4668
Total number of unique words is 1840
29.7 of words are in the 2000 most common words
41.4 of words are in the 5000 most common words
47.9 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
destacándose sobre el fondo de un celaje verde claro, más bien que
azul, realzado al poniente por una franja de oro pálido, blanco casi.
Armado de una vara de mimbre cortada en un seto, Gastón arreaba á su
fementida cabalgadura, cuyos cascos golpeaban duramente la calzada
de piedras, desasentada ya é invadida por las hierbas, que conducía á
la alta puerta del patio de honor, flanqueada por cubos ó tamboretes,
y superada por gallardo escudo con penachos de hiedra. La decoración
entrevista parecióle grandiosa. Al mismo tiempo, sintiendo que le
lastimaba la grosera albarda del jaco, se acordó de sus lindos _poneys_
de París, hoy vendidos, y pensó con melancolía que probablemente
nunca le sería dable oprimir el lomo de otro animal tan fino y tan
ardiente como _Digby_, hijo del famoso _Douglas I_ y de la yegua árabe
_Zelmira_, traída de Argel por el coronel de spahis La Morlière... El
_hombre viejo_, el civilizado epicúreo, renacía ya, sin querer.
[Ilustración]
Ocurriósele, además, que iba á pasar una noche de perros, y varios días
y noches no más agradables, porque el tal castillote debía de estar
incivil, después de tantos años que no se habitaba. El mayordomo, de
quien sólo sabía Gastón que se llamaba don Cipriano Lourido, y que era
alcalde de la Puebla, si bien no había sido avisado de la llegada
del amo, una cama, al menos, se la podría ofrecer. Con esta confianza
empujó la cancilla de troncos sin labrar que sustituía al portón
bardado de hierro, y penetró en el patio, llamando á gritos por alguno.
Telma, apeándose ágilmente, comenzó á gritar también. El áspero ladrido
de un perro fué la única respuesta. La puerta del castillo estaba
cerrada á piedra y lodo. Por fin, á una ventana con reja se asomó un
rostro lleno de arrugas, y una vejezuela preguntó con hostil acento:
--¿Quién anda por ahí?
Telma, en dialecto, respondió, no menos enojada:
--Es el amo, el señorito, el dueño de esta casa, y si no abrís pronto,
veréis lo que os sucede.
La bruja desapareció, y por diez minutos no se oyó nada; diríase que
era un castillo encantado. Entonces el bagajero, rascándose la cabeza
con sorna, dió su parecer:
--Convendría que el señorito bajase á aposentarse en la Puebla, porque
don Cipriano Lourido había más de cuatro años que no vivía en el
castillo; como que tenía en la plaza una casa muy magnífica... Allí, en
el castillo, sólo estaban unos caseros, puestos por Lourido mismo...
Era dudoso que abriesen á tales horas.--¿Y por qué no me dijiste eso
cuando me bajé de la diligencia, pavisoso?--exclamó Gastón.
--¡Señorito... porque no me preguntaban...!--repuso el bagajero con
gran flema.
Iba el castellano de Landrey á montar en cólera, cuando corrieron
unos rechinantes cerrojos, abrióse la puerta, y el casero, receloso y
humilde, apareció murmurando:
--Buenas noches nos dé Dios...
Á la luz de una mala candileja de petróleo, subió Gastón la escalera de
piedra que conducía á un piso alto. Eran aposentos vastísimos, salones
más bien, con desconchadas pinturas al temple y restos de un mobiliario
que debió de ser suntuoso, pero que se caía á pedazos, destruído por
el abandono y la humedad. En algunas partes el techo se encontraba
agujereado, y el chorreo de las goteras había podrido el piso, cuyos
carcomidos tablones cedían bajo el pie. Notábanse también sitios
vacíos donde habían existido muebles, y tablas arrancadas, quién sabe
si para cebar el fuego en una noche de invierno. Telma, recorriendo
todas las habitaciones mientras Gastón comprobaba estos detalles,
volvió despavorida: ¡no había sábanas, no había manteles, no había
comida, no había leña, no había nada, nada, y allí era imposible vivir!
--Una noche se pasa de cualquier modo, mujer, y mañana Dios
dirá,--respondió el mozo haciendo de tripas corazón.--Aún tenemos
fiambres del viaje, y hay media botella de ponche sueco. Dormiré
envuelto en mis mantas, y tú te arreglarás con tus mantones.
Paciencia...
--Yo, si lo siento, es por el señorito,--contestó la criada.--Lo que
es por mí... ¡Ay, señorito! este castillo pone miedo á cualquiera.
Cuando salí de aquí tenía yo dos años; me llevó consigo doña Catalina,
que me quería mucho, y después quedé con don Felipe, su abuelo de
usted, que en paz descanse... No sé cómo estaría esto en vida de don
Martín. Pero siendo ya muchachona, vine á asistir á mi padre cuando
murió, y me acuerdo muy bien de que aquí no faltaba cosa ninguna: ni
el mueble de seda, ni las camas con adornitos de metal, ni la blancura
en los armarios, ni los relojes riquísimos, que los trajera don Martín
de Inglaterra... Mi padre lo cuidaba todo, y daba gloria ver estas
habitaciones. Pues no ha pasado tanto tiempo, ¡treinta y tantos años!
¿Dónde va la riqueza que aquí había? El casero dice que á él se lo
entregaron así...
[Ilustración]
No hizo objeciones Gastón, y aunque ardía en deseos de registrar su
morada, comprendiendo que sin luz sería imposible, resolvió despachar
el ala de pollo y la terrina de hígado trufado que aún le quedaba,
y enrollando al cuerpo la manta, se tendió sobre un canapé Imperio,
desvencijado, ratonado y con hernias de pelote.
Ya se deja entender que dormiría medianamente, y que no fué menester
que le despertase el vigilante gallo. Á la primera luz matutina se puso
en pie molido como cibera, y sacudiéndose y esperezándose, examinó
mejor la sala donde había pasado la noche, encontrándola, si cabe,
más maltratada y lastimosa. Sin embargo, una nota alegre y fresca le
regocijó; era una golondrina, que entrando por la ventana sin vidrios,
exhaló un pitío al huir asustada de la presencia de un ser humano.
Al pronto Gastón, sorprendido, ni recordaba por qué estaba allí, en
aquel desmantelado salón. Recordó de súbito, y la idea del tesoro se
le figuró entonces un gracioso disparate, inspirado en una novela
del género de Ana Radcliffe.--¡Haber venido aquí por eso!--pensó,
embromándose á sí mismo. La verdad es que no era por eso sólo; también
huía de la trapisonda de sus asuntos en Madrid, de las caras compasivas
ó desdeñosas que suelen ver los tronados; huía de los compromisos, del
veraneo en Biarritz ó en Bélgica, en el suntuoso _château_ moderno
de la Casa-Planell, de todo lo que antes formaba su placer y su
costumbre... Volvía á Landrey, á la casa de la familia, arrojado por
la tempestad.--Sin embargo, el tesoro había sido la estrella de su
peregrinación... «¡El tesoro!» Llamó risueño á Telma, y sacando de la
cartera algunos billetes,--porque el día de la marcha había mal vendido
á la _Pimiento_, corredora de alhajas, diez alfileres de corbata
primorosos, entre ellos el de la _lágrima negra_, perla muy rara que
perteneció á Sara Bernhardt,--dijo perentoriamente:
--Hoy mismo traerás de la Puebla lo necesario para tí y para mí... Ropa
blanca sobre todo... Buscarás un carpintero y un albañil... ¡ah! y un
vidriero... Hay que poner habitables dos dormitorios, un comedor y la
cocina... Después veremos...
--Beba el señorito esta leche,--suplicó ella presentándosela en
grosero cuenco de barro.
Gastón la bebió de bonísima gana, y Telma añadió:
--¡Si viese cómo escondían la vaca y regateaban la ordeñadura los
bribones de los caseros! Se la he sacado á tirones...
--¡Págales, págales su leche!
--¡Valientes pillos! ¡Como si no fuesen del señorito los prados y el
dinero de la aparcería y el establo y todo!--refunfuñó Telma saliendo
con aire belicoso, dispuesta á volver patas arriba la Puebla en un
santiamén.
Emprendió Gastón la exploración del interior de su residencia, y volvió
á comprobar su estado lamentable. Lo que más le llamó la atención fué
que, aparte de la acción del tiempo y del abandono, había sitios en que
colaboraba con ellos la mano del hombre. En los techos, sobre todo,
notábanse huellas de vandalismo; las vigas arrancadas y el pontonaje
descubierto. Varios salones, amueblados antaño, carecían de mobiliario,
no quedándoles más que algunas sillas cojas, ordinarias, que jamás
debieron de pertenecerles. Y, cosa más singular aún, en las paredes,
donde no era posible que el edificio hubiese sufrido tanto, á raíz del
piso, notábanse grandes espacios que sin duda se habían desmoronado,
cuidadosamente recompuestos con recebo y llano muy recientes.
Buscando la escalera por donde penetraron la noche anterior, Gastón
salió al vasto zaguán, y de allí al patio, deseoso de dar un vistazo á
la parte exterior del castillo. En la tupida vegetación que alfombraba
el patio, sólo blanqueaba un sendero, abierto por el paso de la gente.
La fachada que caía á este patio era la del cuerpo de edificio donde
había dormido Gastón; fachada relativamente moderna, de mediados del
siglo XVIII, que decoraba una portada con columnas corintias y un
escudo barroco con casco y cimera de plumaje enroscado.
[Ilustración]
--Este es,--pensó Gastón,--el Pazo, construído por mi tatarabuelo, á
quien debía de parecerle, y con razón, muy incómodo el castillo.
Á la derecha alzábase una tapia, la del huerto, cuyos manzanos y
perales sobresalían del caballete, y á la izquierda una recia poterna
abovedada daba acceso al recinto del castillo. Faltaba la puerta, y
Gastón se metió libremente en el recinto donde, como guerrero símbolo
de gloria, crecía denso matorral de laureles, árbol que vive á gusto
entre las piedras. Desviando aquella maleza aromática y trepando por
una brecha del derruído parapeto, llegó Gastón al segundo recinto, y
rodeándolo se halló al pie de la blasonada puerta de medio punto, de
bien cortadas dovelas. Era la torre del Homenaje, todavía erguida y
almenada, y que dominaba al conjunto propiamente llamado el castillo,
obra que en el fino ajuste de sus piedras y en la solidez y elegancia
de sus proporciones, así como en el diseño ojival de sus ventanas,
proclamaba á voces ser construcción del siglo XV, época de esplendor
para los señores de Landrey, ya entonces bien arraigados en el país, y
siempre protegidos de los reyes de la casa de Trastamara. Prolongábase
el recinto fortificado hasta mucho más allá de la torre, y formaba
una especie de arrecife sobre el valle, indicando cuánta tuvo que ser
la resistencia y poderío de aquel castillo, frecuentemente amenazado
en las guerras de Portugal y en las luchas intestinas que señalaron
el advenimiento al trono de la primera Isabel, en perjuicio de doña
Juana, la _Beltraneja_. Parte del recinto, el que gozaba del mediodía,
se había utilizado para construir el Pazo y plantar el huerto; en
otra parte se cosechaba maíz; pero todo un lado, el que dominaba el
río, encontrábase lo mismo que en tiempo de los Landrey belicosos;
derruídos paredones, zarzales, y hasta robles ya corpulentos obstruían
los baluartes á los cuales el río servía de inexpugnable foso natural.
En la parte más saliente de la especie de península que formaba el
conjunto del castillo, Gastón se detuvo al pie de otra torre, ó por
mejor decir, de las cuatro paredes ya en parte desmoronadas de un alto
y angosto torreón, erguido y majestuoso, negruzco y cayéndose de vejez
con saeteras y pocas y estrechas ventanas, á todas luces muy anterior
al castillo. Aquel era el verdadero solar, la primitiva madriguera
del compañero de Beltrán Claquín, del hijodalgo bretón que vino á
hacer casta en tierra española; y Gastón, penetrado de cierto respeto
inexplicable, se paró al pie de la torre, cuya puerta, muy baja,
obstruía un montón de piedras.
[Ilustración]


VI
El Norte

En esta exploración del conjunto de Landrey se le había pasado la
mañana á Gastón, pues era vasto el circuito, las construcciones muchas,
y el mozo, imbuído y guiado sin advertirlo por la secreta ilusión del
tesoro, se detenía involuntariamente más de lo razonable á reconocer la
configuración de una muralla, ó la dirección de un pasadizo. Despierto
el apetito con el aire puro, volvióse á casa á esperar á Telma, que de
allí á poco apareció por la calzada seguida de un borrico cargado de
trastos y de dos fornidos gañanes portadores de varios bultos y líos.
No se desdeñó Gastón de ayudar á la descarga, hecha la cual, Telma
se dió prisa á aderezarle algo que comiese, dejando para después el
acomodo del ajuar.
--Señorito,--advirtió Telma alzados los manteles,--casi no he gastado
nada, porque no encontré dónde comprar ropa ni colchones. Todo viene
prestado; ¿y sabe quién nos lo presta? ¡El caifás de Lourido! Del lobo
un pelo. Me salió al encuentro, hecho pura jalea, y tumba conque el
señorito no debía venir sin avisarle, y vuelta conque fuese á parar
en su casa, donde hay todas las comodidades, y que aquí el señorito
no puede vivir. Y ahí tiene, que los colchones son de don Cipriano,
y las mantas de don Cipriano, y el quinqué de don Cipriano, y sólo
pude comprar el mineral, los platos, las ollas y las sartenes... Para
eso, don Cipriano me obsequió con un paquete de café molido, y unos
dulces... ¡Si levantase la cabeza doña Catalina y viese al señor de
Landrey obsequiado por Lourido, que llegó á casa en pernetas--bien me
acuerdo--y que la primer noche le hizo mi padre fregar con estropajo
la cara, porque daba asco de tanta roña! ¡Si traía el hombre
cazcarrias del año que se las pidiesen!
--Telma,--preguntó Gastón interrumpiéndola,--tú que has vivido mucho
tiempo en esta casa, explícame... Aquí hay una torre muy vieja, muy
vieja. ¿La recuerdas habitada alguna vez?
--¿Dice esa tan negra, tan fea, que le llaman de la Reina
mora?--respondió Telma riéndose.
--¿De la Reina mora?--repitió Gastón sorprendido.
--¿No sabía que tiene ese nombre? Verdad que como el señorito no ha
estado aquí nunca... Esa torre, señorito, es la abuela de todas, la
que dicen que se edificó primero, hace una barbaridad de años. Y
también cuentan... ¿pero quién da crédito á mentiras? que en esa torre
estuvo presa una mora, muy guapísima, una reina de allá entre ellos,
que la trajo de la guerra un señor de Landrey; y que la mora se puso
muy triste de verse así emparedada, y se quedó seca, seca, hasta que
se murió, y que la enterraron con unas alhajas que tenía magníficas,
collares y pulseras, y pendientes y muchas preciosidades, allí mismo
debajo de la torre, en una cueva atroz que no se sabe á dónde va á
parar... ¡como que anda diez leguas arreo por debajo de la montaña!
¡Cuentos, cuentos!--añadió Telma echándola de espíritu fuerte.
Oía Gastón con palpitante interés. La popular conseja, enlazada en
su imaginación á los datos auténticos que él solo conocía en el
mundo, le causaba una excitación indescriptible. En su exploración
matinal no había dejado de orientarse y de advertir que la caduca y
semidesmoronada torre caía al Norte con tal precisión como si fuese
la aguja imantada y Landrey un inmenso navío. Recordaba las palabras
del manuscrito, que se había aprendido de memoria: «Hallarás lo que
buscares, si guiado por el Norte...» Á hacer su gusto, inmediatamente
se volvería á la torre, para seguir registrando, ya con doblada
insistencia, sus piedras reveladoras; pero se lo estorbó una visita
intempestiva, la del señor Lourido en persona, que apeándose de una
redonda y bien cuidada yegüecilla castaña, subía las escaleras todo lo
apresuradamente que su obesidad permitía. La adversidad había empezado
ya á adiestrar á Gastón, y el instinto le dictó recibir al apoderado
con muestras de cordialidad y contento, lo mismo que si estuviese
encantado de sus buenos oficios y hubiese hallado á Landrey en el
estado más floreciente.
[Ilustración]
--Á éste es preciso verle venir,--pensó mientras observaba con atención
la cara de don Cipriano, tosca y vulgar, colorada y morena, pero con
rasgos de incomparable astucia y disimulo en los diminutos y recelosos
ojuelos, en la arremangada nariz y en la voraz y blanquísima dentadura,
que conservaba intacta á los cincuenta y cinco años.
Don Cipriano venía, claro es, á saludar al señorito; á dolerse de que
no le hubiese prevenido de su llegada, en cuyo caso le esperaría en la
estación, y le traería mejor montado y atendido, no á Landrey, sino
á la Puebla, porque estarse en Landrey era una locura, y el señorito
no debía tardar nada en bajar á residir en casa de don Cipriano, donde
podrían muy en paz tratar de los asuntos--y Lourido recalcaba la
palabra, dándole especial significación.
--Mil gracias,--dijo Gastón con cortesía;--pero yo he venido para
vivir en Landrey. Me dolía que este castillo estuviese deshabitado,
abandonado...
--Se han hecho en él muchísimas reparaciones, señorito,--contestó
precipitadamente el apoderado,--y eso que no había... (ademán expresivo
de refregar el pulgar contra el índice). Yo no cesaba de remendar... (y
así diciendo, señaló á la pared).
--Ya veo que ahí se ha trabajado,--declaró Gastón,--pero en cambio, las
vigas de los techos parece que están arrancadas á propósito...
Dijo estas palabras Gastón en tono chancero, para que no sonasen á
reprensión, y no pudo menos de sorprenderle el efecto que causaron
en Lourido, cuyos ojos cautelosos é inquietos se revolvieron en las
órbitas á estilo de los del ratón cogido en la ratonera y que no sabe
por dónde salir.
--El señorito,--articuló al fin con voz turbada,--no sabe lo que es
una casa vieja... Allá por las tierras donde anduvo el señorito, las
casas son nuevas... ¿Piensa el señorito que las vigas son de hierro?
¡Los años pueden mucho... las vigas se caen!...
--Ya lo sé,--respondió Gastón diplomáticamente.--Comprendo bien que
habrá usted tenido que luchar con mil dificultades... No, si no es que
me queje. Al contrario: tengo que darle á usted las gracias por todos
los trastos que hoy me envió. Si no es por usted, no duermo entre
sábanas...
--Créame el señorito,--insistió Lourido ya más sereno.--Véngase á la
Puebla, y no viva más entre polilla y _ratas_. En mi choza no carecerá
de nada.
--Ya me han dicho que tiene usted la mejor casa del pueblo...--murmuró
Gastón,--y se la envidio, pero por ahora quiero estarme entre estas
paredes ruinosas.
--El castillo está cayéndose; si el señorito piensa hacer obras,
mírelo bien antes,--indicó Lourido;--porque le tiene que costar miles y
miles de pesos... Ya hablaremos de esto, señorito, porque usted ignora
muchas cosas de que yo le puedo enterar, y le conviene, antes de dar
paso ninguno: el que llega de fuera viene con los ojos cerrados: sería
una lástima meterse en trifulcas.
--Ya bajaré á la Puebla á tratar de eso con usted,--repuso Gastón,
disimulando la ironía,--y crea que sin su acertadísimo y amistoso
consejo no emprenderé nada. En efecto, estoy á ciegas.
--Me parece que sí,--declaró perentoriamente el apoderado, cada vez más
tranquilo, y reventando de importancia.
[Ilustración]
Prolongáronse visita y ofrecimientos hasta muy entrada la tarde, y
Gastón, por aquel día, renunció á curiosear sus dominios. Acostóse
con las gallinas, y madrugó al día siguiente, saliendo cuando la
aurora principiaba á dorar las cimas del hemiciclo de montañas que
por dos lados circunda á Landrey. Si altas razones de discreción no
nos lo vedasen, aquí venía á pelo especificar dónde se extiende esa
comarca deleitosa; pero sea lícito decir que Landrey está situado
en la falda de una de las sierras en que espiran, entre los cabos
Ortegal y Finisterre, las últimas ondulaciones, apenas sensibles, de
la cordillera Cantábrica. Gastón, al dirigirse tan de mañana á la
torre, llevaba el propósito de trepar hasta su mayor altura y dominar
el panorama completo. No sin trabajo consiguió salvar las gruesas
piedras y los escombros hacinados ante la puerta, y muy arañado de
manos saltó al interior. Era mayor allí la ruina. Trozos enteros
de pared, desmoronándose, habían atascado la sala baja, siendo muy
arduo reconocer su forma. Gastón ascendió por los escombros hasta
poner el pie sobre una de las piedras salientes donde se sostenía la
escalera y la armazón del piso. Aprovechando este auxilio y las mismas
desigualdades de la pared, y no sin riesgo de caer de cabeza sobre los
derrumbados sillares; cogiéndose á las plantas parásitas que cedían
bajo su mano, y con una audacia loca, logró llegar á donde aspiraba; á
la ventana del último piso de la torre. Ya en ella, pudo acomodarse con
toda seguridad, pues el hueco de la ventana, con sus dos poyos, formaba
una especie de gabinete, y ofrecía asiento seguro su antepecho. El
elegante marco de la esbelta ojiva encerraba un cuadro maravilloso.
Gastón, al pronto, sintió mareo. La torre, por aquel lado, se fundaba
en escueta roca que descendía al río, si no tajada, al menos en rápido
declive; natural defensa que no habían desaprovechado los fundadores.
Al fin se serenó Gastón, familiarizándose con la altura, y requirió sus
gemelos marinos, de los cuales viajando no se separaba nunca. Graduólos
y se recreó en el paisaje. La sierra apenas dibujaba, en lontananza,
sus crestas blandas, de un violeta suave, como el de un collar de
amatistas, y al pie de la torre, el río, uno de esos ríos gallegos
profundos y callados, que ni se secan ni se desbordan, iba ensanchando
su curso hasta desembocar en el mar, formando antes la apacible ría que
baña el arenal de la Puebla, reluciente á los primeros rayos del sol
como polvillo de oro. La línea del mar era de rosado nácar con vetas
de azul turquesa, y los grandes bosques, en la vertiente, de un verdor
fino, primaveral. Una paz encantadora, una alegría juvenil ascendía de
la naturaleza, que parecía salir de un embalsamado baño de rocío.
[Ilustración]
La Puebla la veía Gastón tan distintamente, con su caserío blanco de
techos rojos entreabiertos á manera de abanico de cinco varillas--las
únicas cinco calles algo importantes del pueblo--que hubiera podido
contar las casas, como podía contar las lanchas pescadoras que,
izando la airosa vela latina, se desparramaban ya por la opalizada
extensión del mar. La plaza de la Puebla se le metió por los oculares
á Gastón, y vió, en la torre de la humilde iglesia parroquial, el
entrar y salir de los pájaros, y la cuerda de las campanas. Frente á
la iglesia, haciendo esquina con el Ayuntamiento, se alzaba nueva,
flamante, una estupenda casa, horrible grillera de cuatro pisos y
bohardillón, toda reluciente, pintorreada de verde rabioso, con triple
galería de cristales, y encima de la puerta una charolada lápida
de _seguros mutuos_, testimonio de sabia previsión en el dueño...
Cuando el señorito de Landrey tenía asestado su anteojo al palacio de
Lourido,--no podía ser menos,--en una de las galerías, muy adornada de
enredaderas, aparecieron dos mujeres, una joven y otra madura, ambas
desgreñadas, en faldas y justillo, recién salidas de la cama, porque
se desperezaban aún. La joven, á lo que se percibía con ayuda de los
gemelos, era fresca, colorada, blanca, y una copiosa melena rubia,
suelta, flotaba desordenadamente por su cuello y hombros. «Es la hija
de don Cipriano,» pensó Gastón; y por resabios malos, aferró el anteojo
y encandiló el mirar. Una mímica expresiva de las dos mujeres indicó
que discutían y se enzarzaban; el displicente gesto de la doncella, sus
ademanes y rabotadas, respondían á los airados manoteos de la dueña,
asaz puntiaguda de huesos y de muy fea anatomía. De pronto la vieja
agarró un brazo de la joven, y ésta, desprendiéndose como una culebra,
enseñando el puño, huyó al interior del aposento. La galería quedó
desierta...
Varió entonces la dirección del indiscreto anteojo, y torciéndolo á
la derecha, admiró los manchones de castaños, y más allá los sombríos
pinares. De un campanario semioculto entre arboledas, le trajo el
viento el argentino son de la campana tocando á misa. Al herir sus
oídos este toque familiar, tan gozoso en el campo, cuya soledad
dulcifica, en el cristal de los gemelos se encuadró una vista nueva,
no observada hasta entonces. Era una quinta con su huerto, cercada por
una tapia de mampostería: la casa no parecía nueva, sino restaurada;
el balconaje de arcos de piedra que tenía al frente denunciaba la
reparación. Por las columnas trepaban rosales floridos, y delante de la
casa, un jardín á la inglesa rodeaba un estanque natural, ó diminuto
lago, sombreado por árboles péndulos. Más lejos, el jardín frutal y
varias dependencias, una era y un hórreo grande, indicaban que allí no
se cultivaban sólo flores y plantas de adorno. Cuando Gastón notaba
este detalle, de la casa salió corriendo un niño, y tras él un perro
negro, saltando y haciéndole fiestas; minutos después, una mujer
vestida de claro, cubierta la cabeza con anchísimo sombrero de paja, se
reunió al perro y al niño. No era fácil detallar á aquella distancia
las facciones de la dama del jardín; pero que era dama, se conocía á
tiro de ballesta, en los movimientos, en la esbeltez de la silueta, y
hasta en el sombrerón, que se quitó un instante; entonces Gastón pudo
distinguir que tenía el pelo oscuro. La dama asió al niño de la mano,
le halagó y se lo llevó hacia los árboles, donde el grupo desapareció.
[Ilustración]


VII
La torre de la Reina mora

Estas últimas vistas del anteojo tuvieron la virtud de dejar pensativo
á Gastón. No había cumplido los treinta, y estaba preparado por su
vida anterior, por la atmósfera de molicie y sensualidad respirada,
á que la mujer, en el hecho de serlo, le causare efecto perturbador.
No era Gastón un vicioso libertino, y esta verdad la llevaba escrita
en la tersura de sus sienes, en la humedad y brillo de sus ojos; pero
como ningún freno moral conocía desde la pérdida de su madre; como
á nada serio había aspirado; como no enderezaba su existencia hacia
ningún fin, el capricho y epicureísmo egoísta se habían apoderado de
él, tomando cuerpo en esos juegos y antojos de la imaginación y de los
sentidos, sueltos como potros brincadores.
Bien registrado el panorama, quiso Gastón bajarse de su observatorio.
El descenso era más peligroso aún que la subida, y dos ó tres veces
creyó que caería precipitado. Al fin se vió salvo sobre los escombros,
y entonces, olvidado ya de otras fantasías, se dedicó á examinar las
ruinas hacinadas. No pudo menos de fijarse en que alguna de las piedras
caídas ofrecían el aspecto, no de haberse desmoronado por la acción del
tiempo, sino de ser arrancadas violentamente. Hasta mostraban aristas
rotas por el hierro. Estas piedras señaladas así ocupaban un ángulo
de la torre, y formaban un montón bastante alto; sin embargo, Gastón,
resueltamente, hizo rodar dos ó tres de la cima, y vió con sorpresa
que el montón cubría una puertecilla muy baja. Apartó más piedras,
descansando cuando le fatigaba aquel trabajo rudo, y después de mucho
bregar, logró descubrir de la puertecilla lo bastante para dar paso
al cuerpo de un hombre. Mal como pudo, por ella se coló, encontrándose
en un pasadizo angosto, abovedado, torcido, en declive, y tan bajo
de techo, que Gastón lo seguía encorvándose hasta la tierra. Pronto
terminaba el pasadizo, en el primer peldaño de una escalera de caracol
de piedra, no menos estrecha y angustiosa.
Bajóla Gastón encendiendo fósforos, pues la obscuridad era completa,
y por la dirección de aquel conducto juzgó que debía de hallarse á
la izquierda de la torre, hacia el castillo propiamente dicho. Hasta
veintiún peldaños contó Gastón, y al concluir de bajarlos, desembocó en
un aposento subterráneo, sin rastros de ventilación ni de luz, redondo
y abovedado también. No podía dudar que fuese un calabozo, el _in
pace_ de la torre feudal. Gastón había oído hablar de estos _in pace_,
creyendo siempre que sólo existían en la imaginación de los novelistas
y de los arqueólogos; y al encontrarse en aquel lugar donde supuso que
habían languidecido los enemigos del poderoso señor de Landrey, se
estremeció profundamente. Repuesto, y encendido otro fósforo, examinó
la mazmorra, movido por un interés que ya nada tenía de humanitario.
¿Descubriría allí, por felicísima casualidad, el _camino que seguían
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El Tesoro de Gastón: Novela - 4
  • Parts
  • El Tesoro de Gastón: Novela - 1
    Total number of words is 4539
    Total number of unique words is 1858
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    45.3 of words are in the 5000 most common words
    51.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Tesoro de Gastón: Novela - 2
    Total number of words is 4637
    Total number of unique words is 1684
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    44.5 of words are in the 5000 most common words
    51.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Tesoro de Gastón: Novela - 3
    Total number of words is 4668
    Total number of unique words is 1840
    29.7 of words are in the 2000 most common words
    41.4 of words are in the 5000 most common words
    47.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Tesoro de Gastón: Novela - 4
    Total number of words is 4700
    Total number of unique words is 1754
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    50.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Tesoro de Gastón: Novela - 5
    Total number of words is 4750
    Total number of unique words is 1792
    32.6 of words are in the 2000 most common words
    44.0 of words are in the 5000 most common words
    50.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Tesoro de Gastón: Novela - 6
    Total number of words is 4811
    Total number of unique words is 1717
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    51.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Tesoro de Gastón: Novela - 7
    Total number of words is 4741
    Total number of unique words is 1790
    30.9 of words are in the 2000 most common words
    43.9 of words are in the 5000 most common words
    50.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Tesoro de Gastón: Novela - 8
    Total number of words is 842
    Total number of unique words is 418
    41.6 of words are in the 2000 most common words
    52.0 of words are in the 5000 most common words
    55.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.