El Tesoro de Gastón: Novela - 6

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consejera sonriendo.
--Mil veces no... _Al contrario_, como me dijo usted la primera vez que
la ví y la pregunté si la importunaría mi visita.
--Pues lo que saco en limpio de su historia es que es usted responsable
de la mitad más una de las desdichas que le han sucedido hasta hoy. El
perder á su madre de usted fué desgracia; el arruinarse, culpa.
[Ilustración]
--Lo reconozco. Prosiga usted; repréndame.
--Sí que debo reprenderle, y en términos muy severos, porque, amigo
Gastón, hay ruinas de ruinas. El que emprende algo útil; el que
invierte con buen fin su capital y tiene la desgracia de no acertar
y de perderlo; el que por reveses impensados se queda pobre, merece
lástima. Usted no está en ese caso: lo ha derrochado todo de la manera
más frívola y más sin substancia, y para mayor dolor, dando escándalo
al mundo y mal ejemplo á sus amigos y á sus servidores. Tenía usted
un caudal que manejar y un nombre antiguo é ilustre que sostener; el
caudal lo ha dedicado usted á insulseces y á torpezas, y el nombre lo
ha dejado usted á merced de los Louridos, hoy protectores del señor de
Landrey. Ya ve si la tribulación es merecida.
Por preparado que se encontrase Gastón á oir cosas desagradables, y por
grande que fuese el prestigio de Antonia para decírselas, sintió un
bochorno mortificante y un deseo de apología.
--Es cierto, Antonia; pero recuerde usted, para no juzgarme tan
duramente, que á no haber encontrado en mi camino á dos bribones que me
deparó la suerte, después de todo, no estaría hoy sino algo mermada mi
hacienda.
Frunció Antonia el ceño, y su cara adquirió expresión todavía más
severa y triste.
--No le disculpa á usted eso. Antes me parece que le acusa más. Sobre
disipador, ha sido usted neciamente confiado. No ha querido usted
molestarse ni en saber á quién entregaba sus intereses y consagrar
á vigilarlos ni una hora de las que perdía en sus vacíos goces. Los
bribones nacen espontáneamente al lado de los abandonados como usted.
Si no le hubiesen pelado á usted Uñasín y Lourido, le pelarían otros
que se llamarían de otra manera: diferencia única. Y no me diga usted
que le faltó buen consejo, Gastón... porque lo tuvo usted tan bueno,
que no cabe otro mejor; y á no haberse usted olvidado de las palabras
de su madre, de que la fortuna se nos da como en depósito... hoy sería
usted un hombre feliz, rico y con la conciencia tranquila; sería
usted... óigalo bien, Gastón, porque esta frase me parece que lo dice
todo... un _administrador de Dios_... que es lo que hay que ser, y lo
demás, ¡patarata!
Radiante luz penetraba en el espíritu de Gastón, que casi sentía
impulsos de arrodillarse y de herirse el pecho con el puño cerrado.
Podía todo aquello mortificarle un poco, pero... ¡qué gran verdad
encerraba! Antonia, perspicaz al fin como mujer, notó muy bien el
efecto de la homilía, y se dilató su rostro.
--Si aspira usted á restaurar la riqueza de Landrey para volver á
tirarla por el balcón, no tengo fe en los consejos que le voy á dar:
recaerá usted en la miseria, y quién sabe si en la deshonra. Antes de
rehacer el caudal, que es cosa externa, rehágase usted por dentro: me
parece lo más urgente. Si se ha de cambiar su porvenir, cambie usted,
transfórmese en otro hombre...
--Creo que tiene usted razón, Antonia,--exclamó el señor de Landrey
con entusiasmo.--Conozco que he sido... un trasto; ¡francamente! Deseo
regenerarme... pero no podré si usted no me ayuda. Estoy muy solo:
nadie me quiere; á nadie le importa de mí... Esto no lo había notado
hasta hoy; vivía en un vértigo, y aturdido no comprendía el vacío de
mi alma. Ahora conozco que me falta sostén y calor... Si usted no me
tiende la mano, Antonia, usted que es tan fuerte, tan derecha, tan
valiente... no haré nada; me echaré al surco.
La viuda de Sarmiento se encendió de emoción; pero fué como el paso
fugaz de una nube roja sobre un tranquilo cielo. Pesando sus palabras,
cuya importancia conocía, respondió serenamente:
--Si entiende por tender la mano lo que estoy haciendo... ya la
tiene usted tendida. Pero de esa puerta afuera,--y señaló á la de la
verja,--es usted el que tiene que valerse. ¿No es usted hombre? ¿No
ha de poder un hombre recoger sus fuerzas y su voluntad y cumplir un
propósito? Si yo no fuera mujer, me asociaría á usted para trabajar
juntos en la restauración de Landrey; hasta me divertiría la empresa.
Su delicadeza de usted debe hacerle comprender que no puedo en esta
ocasión olvidar la reserva propia de las faldas. Ni aun como consultora
me gustaría que, en lo sucesivo, acudiese usted á mí. Le queda á usted
trazada una línea de conducta, ó mucho me engaño, ó puede seguirla
solo. ¿Qué, no será usted capaz de remediarse? Porque entonces...
--¿Y esa línea de conducta?--murmuró él con tierna sumisión.
--Ya lo sabe usted; volverse del revés como un guante. Era usted
gastador y ha de ser económico; era usted confiado, y ha de ser
receloso; era usted dormilón, y ha de ser madrugador; era usted
perezoso, y ha de ser activo; era usted un vago, y ha de trabajar diez
horas diarias, papelear, hacer números, sepultarse en las cuentas hasta
el cogote... No ha de fiar usted á nadie sus asuntos, y no ha de perder
ni un día en caprichos. El venir aquí es capricho también. Pase hoy,
porque hablamos de cosas serias; mas si le ocurre jugar al picadero con
Miguelito, yo no he de prestarme á ello. ¡Usted ya no es dueño de un
minuto!
--Pero, Antonia,--objetó Gastón con humorismo,--lo que me aconseja
usted estaría en carácter si yo tuviese aún millones que administrar.
Los que me despojaron me quitaron esas ansias. Á fe que bien libre me
encuentro.
--Ese es el error,--exclamó Antonia--No hay semejante ruina. Lo que
han hecho es embrollarle de mala manera sus asuntos; desean comérsele
hasta los huesos; pero apostaría lo que no tengo á que si usted se
lo propone, los desembrolla. Usted mismo reconoce que no ha podido
gastar, de ningún modo, lo que le da por invertido el peje de Uñasín.
Si se cruza usted de brazos, claro es que acabarán por llevárselo todo.
¿Quiere oir lo que yo haría en su caso?
--Como que he de acatar á ciegas lo que usted disponga,--declaró
Gastón, que se sentía revivir.
--Pues halague usted á Lourido; déle á entender que conseguirá cuanto
desee; y únicamente pídale luz para desenredar lo de Madrid. Sírvase
de un bribón contra otro bribón. Esto es lícito, y como no se trata de
hacer ninguna picardía... Lourido es hombre que oye crecer la hierba;
posee gran aptitud para los negocios; en otro campo que la Puebla,
tendríamos en él á uno de esos reyes de la banca, que sudan oro.
Utilice usted á Lourido para meter al de Madrid en cintura. Estudie
con Lourido el problema, y cuando se empape bien en las doctrinas de
ese maestro, (para el caso presente es que ni de encargo), haga usted
la maleta y váyase á Madrid á empezar á devanar el ovillo. Después de
poner orden allá, puede dedicarse á lo de aquí. Á Landrey, hoy por hoy,
debe usted mirarlo como cosa secundaria.
--Á todo esto, Antonia,--interrogó Gastón que había bebido ávidamente
las palabras de la viuda,--no me dice usted nada de... lo principal.
--¿Á qué llama usted lo principal?
--Al tesoro.
--¿Lo principal el tesoro? ¡Ay Dios mío! Me temo que desde hace media
hora estoy predicando en desierto.
--¿Cree usted que el tesoro es una patraña? Dígalo en seguida... y no
pensaré en él más.
--Mi opinión,--respondió Antonia pausadamente,--es que el tesoro
existe.
--¡Ah!--gritó Gastón, viendo ya relucir el oro y fulgurar las pedrerías.
--¡Que existe... y que no debe usted buscarlo!
--¿Cómo es eso?--interrogó Gastón sorprendidísimo, aunque iba
acostumbrándose á la originalidad de su consejera y amiga.
--Verá... Primero le diré por qué supongo que existe el tesoro. No cabe
ni dudar que existía cuando su bisabuelo de usted escribió el documento
y trazó el plano encerrado en la caja de plata. Un padre no engaña á
su hija querida desde el lecho de muerte. El relato de doña Catalina
tampoco es quimera de su imaginación debilitada por la edad: lo que
le contó á usted está de acuerdo con lo que sabe Telma y consta por
tradición,--la quema de papeles, el desafecto de don Martín á su hijo,
su preferencia por la hija que le acompañaba.--Desde que eso sucedió
han pasado sesenta años, y ha estado el castillo en poder de mayordomos
y caseros. Ninguno de ellos se ha hecho millonario ni ha derrochado
caudales: luego ninguno ha descubierto el tesoro...
--¿Y Lourido?--interrumpió Gastón.
--Ya llegamos á Lourido... Verdad que pasa aquí por rico, y lo es hasta
cierto punto, porque chupó como una sanguijuela los bienes de la casa
y prestó á réditos, y compró á desprecio explotando á los infelices;
pero así y todo, la riqueza de Lourido es riqueza de aldea, la hemos
visto crecer y sabemos de dónde procede: si hubiese encontrado el
tesoro prosperaría de golpe, y se marcharía de aquí, porque su mujer y
su hija Flora rabian por volar á otras esferas... ¡Tampoco Lourido ha
encontrado el tesoro, aunque bien lo buscó!...
[Ilustración]
--¿Que lo ha buscado?--preguntó Gastón estremeciéndose al ver
confirmadas sus sospechas.
--Ya lo creo... Yo trato poco á lo que aquí se llama _señorío_, pero
hablo muchísimo con los aldeanos... y ellos, á su manera, todo lo
husmean y todo lo saben. En esta comarca, el secreto del tesoro es un
secreto á voces. Lourido ha practicado varias excavaciones ocultamente,
y las gentes piensan que lo que busca son las joyas que la Reina mora
llevó al sepulcro. Me he reído de esas joyas y de la credulidad de los
labriegos mil veces, porque no sabía lo que usted acaba de confiarme.
Hoy comprendo que Lourido tenía olfato. Que por ahora nada consiguió
encontrar, me lo prueba además otra razón: el empeño que demuestra en
hacerse con el castillo de Landrey. Dueño del castillo, lo arrasará y
no parará hasta acertar con el tesoro, que le trae loco de codicia.
--Bien, Antonia; todo eso está divinamente deducido, lo que no parece
es la razón de que yo no realice, en uso de mi derecho, lo que no
consiguió Lourido,--exclamó Gastón respirando.
--La razón... ¡Ay! ¡y qué empedernido está usted; qué difícil va á ser
que usted se enmiende!--declaró la viuda con pena y hasta con cierto
tedio, que mortificó á su amigo.--La razón es que el tesoro supone
para usted lo desconocido y lo fantástico, el golpe de varilla de las
comedias de magia, la suerte que nos coge dormiditos y nos echa encima
los bienes como podría echarnos un cubo de agua... ¡Valiente gracia
haría usted si descubriendo el tesoro repusiese su caudal! ¡Valiente
hombrada! Después de todo, el caudal es lo que menos importa. Su alma
de usted, su conducta, su regeneración por el trabajo y por una vida
que no redunde en daño y en perversión de usted mismo y también de los
demás, es aquí lo que interesa, al menos á mi parecer... y habíamos
quedado en que yo era el juez de este litigio... ¿ó se vuelve usted
atrás?
--No,--respondió Gastón enérgicamente, con involuntario esfuerzo.--Á
usted me encomiendo, y se me figura que he comprendido bien sus
indicaciones y que las voy á seguir de tal manera... que usted misma se
admirará.
--¡Quiéralo Dios! Pues, siendo así, el tesoro,--lo repito,--significa
para usted algo insano, una especie de lotería con que cuenta para
remediar males que causó su imprevisión y su vida loca. Si aspira á
que yo le estime... dejará en paz el tesoro. Esas cosas que se deben
al azar, se agradecen cuando el azar quiere enviárnoslas, pero no se
buscan; buscarlas sería seguir las huellas de Lourido... y usted no ha
de proponerse tal modelo.
Gastón calló. Sentíase subyugado por aquella mujer animosa, en quien
tenía que reconocer la superioridad del criterio y la firmeza de la
voluntad. Este sentimiento iba acompañado, preciso es reconocerlo, de
cierta humillación. No podía dudar que Antonia manifestaba ideas dignas
de un hombre, y que todo aquello debería él haberlo discurrido antes,
en vez de dormirse al arrullo del goce y en el seno de la pereza y la
indolencia.
--¡Qué lección me está dando!--pensaba.--¡Parece que veo en un espejo
la cara del ser más inútil de la tierra! ¡Pero yo le demostraré
á Antonia que también, cuando llega el caso, sé dominar las
circunstancias! Y á fe que he de averiguar si la que me administra
estos sabios consejos tiene en ese cuerpo tan sano y tan hermoso algo
que se parezca á un corazón... Porque hasta hoy, al menos para mí, se
me figura que no existe en Antonia tal víscera.
Mientras la ingratitud y la fatuidad dictaban al mal convertido Gastón
semejantes reflexiones, Antonia, como si quisiese confirmar la opinión
de su amigo acerca de su despego é insensibilidad, añadió:
--Ya he dicho á usted cuanto se me alcanza acerca de su situación
actual. Si usted es capaz de penetrarse bien de todo ello, no necesita
que insista; y si no... cuanto yo porfiase sería machacar en hierro
frío. Creo que usted no gustará de machaquerías. Además, á un hombre
de la edad de usted... no se le lleva de la mano. Si quiere hacerme á
su vez un favor, evitar que mi nombre ande en lenguas, dejará de venir
definitivamente. La malicia grosera de las aldeas no sé si es más
terrible que la malicia sutil é ingeniosa de los pueblos grandes. Si
usted es sincero conmigo, me confesará que tiene motivos para darme en
esto la razón.
--Es cierto, Antonia,--contestó noblemente el señorito de Landrey.--Aún
hoy á la salida de misa, unas bocas pecadoras... Pero, en último
término,--añadió dejándose llevar del atractivo poderoso que sobre
él ejercía Antonia,--¿qué nos importa? ¿Quién tiene derecho á
fiscalizarnos? ¿No somos libres?
--Nadie es libre...--tartamudeó Antonia, cuya voz temblaba,--y usted
menos que nadie. ¡Tiene usted que levantar su casa y su apellido! Á esa
tarea, dedique usted todo el tiempo, toda la energía de que sea capaz.
Venir aquí es una distracción como otra cualquiera. No conviene que
usted se distraiga... Y por último, yo deseo que no venga... y usted
debe respetar mi deseo.
--Lo respetaré, Antonia; se lo prometo, ya lo verá,--contestó él con un
tono que parecía frío, y no era sino el velo de un despecho profundo y
doloroso.
La tarde última que Gastón pasaba en el jardín de la quinta se acabó
tristemente. Antonia se esforzaba por reanimar la conversación, pero
el señorito de Landrey se había encerrado en un mutismo displicente.
Cuando se retiró, apenas estrechó la mano de su consejera; á Miguelito,
en cambio, le apretó contra el corazón y le besó arrebatadamente en los
ojos.


XII
Táctica y estrategia

Gastón cumplió su promesa de ir á comer al día siguiente con la familia
de Lourido; acogiéronle al pronto con cierta hostilidad, pero la escena
cambió, aun no bien el señorito de Landrey, sentado á la izquierda
de Florita, armó con la muchacha una escaramuza de coqueteos, tan
marcados, que extrañaron á Concha y regocijaron al Alcalde y á la
Alcaldesa. Saltaba á los ojos: ¡el señorito cortejaba á la niña! ¡Y qué
bien se insinuaba, y cómo sabía asestar los tiros, y de qué expresivo
modo manifestaba la impresión producida por la belleza de Flora! Ésta,
de puro engreída, no tocaba á los platos: y Concha, con su buen humor
invencible, la soltó esta pulla en seco:
--¿Qué santo es hoy, Flora? Como veo que ayunas al traspaso...
No por eso recobró el apetito la interpelada; tal era su embeleso al
recibir las ojeadas incendiarias y las atenciones constantes de Gastón,
que al servirla, al bromear con ella, adoptaba lánguidas actitudes
de galán deseoso de disimular su inclinación y que no lo consigue.
Sofocada bajo la espesa capa de polvos de arroz, Flora comparaba al
juez municipal con aquel apuesto y arrogante caballero, cuyos modales
respiraban distinción y desenfado gracioso, cuya ropa trascendía á
no sé qué perfume tenue y fino, y que era además _el señorito_, el
dueño de Landrey, el personaje más eminente que había encontrado en
su camino, un ser distinto de los otros... También al Alcalde le
chispeaban los ratoniles ojillos. ¿No era _aquello, aquello_ mismo, lo
que él se había atrevido á soñar, un día en que recontaba su ya orondo
peculio... pero como se sueña el golpe más inesperado de la suerte,
que puede venir y sin embargo, juraríamos que no vendrá? ¡Florita
señora de Landrey! ¡Qué diablo! ¡Para eso ha exprimido el padre el
limón del préstamo; para eso ha bebido el sudor de los braceros y las
lágrimas de los huérfanos y las viudas; para eso sabe hacer que, en
el plazo de un año, una onza se doble y arroje á la partida del haber
treinta y dos duros!
Al terminarse la comida, Flora dió señales de querer arrastrar á
Gastón á la senda de perdición del piano; pero el señorito de Landrey,
como quien realiza un esfuerzo, rogó á Lourido que le concediese una
entrevista, para hablar de negocios. Encerráronse en el despacho, y
Gastón, con abandono lleno de confianza, enteró á don Cipriano de lo
que le sucedía.
--Al encontrarme, don Cipriano, con que le debo á usted cinco mil
duros... ó tal vez más... quisiera pagárselos inmediatamente, bien lo
sabe Dios, pero si no saco á subasta las tierras y el castillo, lo cual
dice usted que sería un desacierto...
--¡Un _sin pies_!--exclamó el usurero, que creía decir _un ciempiés_.
--Bueno, si yo lo creo también...--declaró Gastón con ingenuidad.--Pero
repito que, á no cometer ese _sin pies_... no sé cómo arreglarme.
Resulta que, en Madrid, mis asuntos están peor que aquí todavía. Se
me figura que no ha tenido acierto mi apoderado, el señor de Uñasín,
sujeto por otra parte honradísimo... y que me ha metido en un lío muy
gordo. Y como usted es tan inteligente, vengo á consultarle... ¿Quiere
usted enterarse de este legajo?
Contenía el legajo los estados de cuenta y los comprobantes remitidos
por Uñasín para su revisión y aprobación, y que el señorito de Landrey
había recibido en uno de los últimos correos, acompañados de una carta
muy melosa, en que el buitre solicitaba que se le devolviesen cuanto
antes legalizados y en forma, «al objeto de aplacar á los acreedores,
que están venenosos.» Lourido, con rapidez febril, tomó aquel mazo de
papeles, y empezó á examinarlo hoja por hoja, apasionadamente.
--Si quisiera usted enterarse despacio...--dijo con indiferencia
Gastón,--la verdad... como me aburre todo esto de los negocios...
preferiría que usted se batiese ahí con esos mamotretos... y yo me
volvería á la sala... ¡He dejado á sus hijas con la palabra en la
boca!... Antes de subir á Landrey, volveré á ver qué ha sacado usted en
limpio...
[Ilustración]
Y con el aire del que consigue sacudirse una mosca, corrió á la sala,
mientras Lourido se restregaba las manos de gozo...
Cuando Gastón, al anochecer, se presentó otra vez en el despacho,
Lourido le acogió con una explosión de indignación exagerada y de
satisfacción irónica; y riendo y gruñendo á la vez, exclamó:
--¡No es mal punto filipino el apoderado general! ¡Honradísimo... sí,
buena honradez nos dé Dios! ¡Yo ya me lo había tragado, por cosas
que me pasaron con él; pero no creí que gastase tanta _envilantez_!
¡Amañados le ha puesto los asuntos, señorito... amañados! Ni una madeja
dada al gato...
--¿De modo que... estoy arruinado sin remedio?--preguntó Gastón.
--¡Quiá! ¿Me chupo yo el dedo? Si me deja estudiar este protocolo
unas horitas más... le diré cómo ha de hacer para empezar á salir del
pantano. Las cosas es menester darlas cinco vueltas. Al principio todo
parece el mundo universal, y después resulta una _cunca_ de mijo menudo.
--Verá usted,--dijo Gastón con el mismo abandono.--Á mí ya se me
había ocurrido que aquí podía haber mácula... sólo que no sabía
cómo defenderme. Y, la verdad: _hoy_ sentiría quedar pobre; estoy
cansadísimo de la vida de soltero, y deseo establecerme aquí, en este
país tan precioso, en esa casa vieja de Landrey, que usted sostuvo y
yo quisiera arreglar... Una mujer sencilla, una joven linda y honesta,
ajena á los engaños y á las locuras de la corte...--añadió como absorto
y hablándose á sí mismo.--¡Pero casarse sin tener pan!... No. Lo que
haré, si no puedo salvar nada de mi hacienda, será irme á cualquier
parte con un destino que me den mis amigos de Madrid...
--¡Jesús, señorito! Déjeme á mí, guíese por mí, que le aseguro que
hemos de salir avante... Esta noche me peleo con los papeles, y mañana
venga aquí, que le diré...
--Pensaba venir de todos modos, porque sus hijas de usted quieren que
demos un paseo y que nos embarquemos á pescar _panchos_...--respondió
Gastón con alegría descuidada, propia de un muchacho de diez y seis
años á lo sumo.
Al retirarse Gastón, conferenció la familia Lourido,--excepto Concha, á
quien despidieron á su cuarto por sospechosa y recalcitrante.--Resultó
de la conferencia, que la Alcaldesa, y sobre todo, como era natural,
Florita, habían notado en el dueño de Landrey señales del más fino
enamoramiento; lo cual, junto á las palabras que se le habían escapado
en el despacho de Lourido, calentó las cabezas, y dió tela para
fantasmagorías del porvenir. Sin embargo, ni Flora ni su madre podían
ver en aquellas risueñas perspectivas lo que veía don Cipriano; el
tesoro enterrado en las fundaciones de Landrey, y cuya búsqueda y
descubrimiento serían lícitos ya y podrían realizarse sin temor,
cuando se hiciesen á nombre del amo, pero el amo casado con la hija
del mayordomo... Así aquella misteriosa riqueza soterrada y oculta en
las entrañas de piedra de Landrey actuaba sobre la mente de cuantos
sospechaban su existencia, y guiaba sus determinaciones, según la
calidad respectiva de las almas, impulsando á Antonia á aconsejar el
desprendimiento, y á Lourido á abrazar la causa de Gastón y luchar
desde lejos, oponiendo su penetración y socarronería galaica á las
artimañas de Uñasín...
[Ilustración]
Transcurrieron varios días, durante los cuales Lourido papeleó mucho y
celebró varias conferencias con Gastón, informándose de pormenores que
importaban á los asuntos pendientes. En esta primer campaña demostró
Lourido una perspicacia, un instinto para los negocios, que asombraron
al señorito; en otro _medio_, aquel usurero de aldea se hombrearía
con los negociantes que subyugan una plaza comercial y hacen brotar
millones donde sientan la planta; además, había en él la aptitud
innata de una raza cautelosa, de una tierra en que todos saben derecho
y son capaces de retorcer el argumento al abogado más sutil.--Mientras
el mayordomo iba poniendo en claro los intrincados negocios de Gastón,
éste, afectando un desdén olímpico hacia la cuestión de interés,
aprovechaba las ocasiones de escaparse á charlar con las muchachas,
es decir, con Florita, de quien era ya declarado galán; y cada día
inventaban paseos y correrías por los montes y la playa, partidas de
pesca ó meriendas en algún soto, que hacían retorcerse de celos al
juez municipal, antes preferido y hoy desdeñado adorador de la linda
rubia. En la Puebla no se hablaba de otra cosa más que de los amoríos
del señorito de Landrey con la hija de su mayordomo, creyéndose muy
próxima una boda que á nadie sorprendía, dada la fabulosa riqueza que
las exageraciones lugareñas atribuían á Lourido. Sólo Telma, con esa
libertad de expresión que adquieren los criados antiguos, echaba de
vez en cuando á su amo indirectas transparentes y muy agrias.--¡Qué
hubiese dicho la señora Comendadora si ve á su sobrino arrimarse á
aquella casta cochina de Lourido, que había entrado en el castillo con
andrajos, en pernetas, y ahora estaba gordo á fuerza de chupar el jugo
á sus amos!
Á estas salidas de la vieja criada contestaba Gastón con risas y
bromas, y alguna vez con abrazos expansivos y fuertes, pues había
llegado, en aquella soledad, á cobrar intenso cariño á Telma, dando
todo su valor á la abnegación incondicional de un ser cuya vida había
absorbido por completo la casa de Landrey, sin que pidiese á esta
casa más de lo que pide la hiedra al muro: adherirse.--Entre las
muchas ideas nuevas que iban abriéndose paso en el cerebro de Gastón,
figuraba la del derecho de toda criatura humana; y Telma, que antes
era para él algo como un _objeto_ que se había acostumbrado á ver,
convertíase en _persona_. Siempre la había tratado con dulzura, y ahora
la respetaba... interiormente, con un respeto piadoso; y el día en que
llegó á esta altura cristiana y moral--respetar á su criada--Gastón
sintió una alegría secreta, y subiéndose á la torre de la Reina mora,
asestó el anteojo al jardín de Antonia, y vió en él á Miguelito
jugando con Otelo.--La viuda no apareció; estaría retirada, de seguro
trabajando.
Lourido entretanto llegaba á dominar la cuestión encomendada á su
tacto y á sus luces. Como el explorador que penetra en una selva y
va cortando con el hacha lo que se opone á su paso, abríase camino á
través de los obstáculos hacinados por Uñasín. Aislando cuestiones,
podía afirmar ya que con los datos existentes, y mucha energía,
Uñasín no tendría más remedio que vomitar lo que había querido
zamparse; la casa de Landrey, descalabrada, pero viva. Era preciso
sacrificar más de una tercera parte, y las otras dos saldrían á flote,
gravadas con algunos créditos é hipotecas que no sería difícil ir
descargando...--¡El señorito encontraría quién le prestase dinero
en mejores condiciones!--exclamaba fervorosamente Lourido, dando á
entender, en frases que querían ser reticentes y veladas, pero más
claras que tela de cedazo, lo que podía esperar Gastón elevado á la
categoría de yerno suyo, y cuando el liberar la hacienda de Landrey
fuere salvar el patrimonio de los descendientes de don Cipriano...
[Ilustración]
Gastón lo aprobaba todo, aunque enterándose menudamente: nunca
discípulo preguntó más, ni escuchó con mayor atención á un maestro.
Como si sufriese el ascendiente de la inteligencia y el contagio de la
actividad del Alcalde, poco á poco había ido tomando la costumbre de
trabajar con él primero una hora, luego hasta tres, sin prescindir por
eso de las expediciones y los correteos á pie y en pollino, acompañando
á Florita. En las horas de despacho ahondaba en lo que le importaba
mucho, pertrechándose á fin de realizar el indispensable y urgente
viaje á Madrid, en que debía consultarse con un abogado de fama y
pelear con Uñasín cuerpo á cuerpo. Don Cipriano le amaestraba, le ponía
los puntos sobre las ies, le hacía fijarse especialmente en las mil
vueltas que jurídicamente cabe dar á una misma cuestión. Las cataratas
se le caían al señorito de Landrey. No sólo iba viendo la explotación
de que era víctima, sino el tejido fuerte y mañoso de la red en que
le envolvían, y el modo de romper las mallas y sacar fuera la cabeza
para respirar y las manos para concluir de rasgar la odiosa prisión. Y
constituía la nota cómica la indignación de Lourido al demostrar las
arterias y habilidades de Uñasín. Sus exclamaciones podrían traducirse
de esta manera:
--¡Lástima no habérseme ocurrido esa treta á mí! ¡Buen golpe para que
lo diese el presente maragato!
Cuando Gastón se creyó impuesto en todo lo necesario, dejó á Telma
guardando el castillo y salió hacia Madrid, donde esperaba no perder
tiempo. Florita, desde su marcha, guardó un retraimiento absoluto;
economizó más de una fanega de harina, por lo que dejó de empolvarse;
otorgó treguas á su hermoso pelo rubio, no martirizándolo con las
tenacillas; aflojó tres dedos el corsé; se dió tono anticipado de
viudita noble, y hasta se prestó á acompañar á la iglesia, muy de velo
á la cara, á su hermana Concha, organizadora de una espléndida novena,
con gozos, á la Patrona de la Puebla. Allí tuvo el gusto de mirar con
fisga á Antonia Rojas, que concurría á la novena todas las tardes y que
aparecía algo descolorida y menos animada que de costumbre.
[Ilustración]


XIII
El aro de oro
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