De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 5

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tomar la cabellera al más fuerte Sansón. Ved á Muley Hafid, el sultán
esperanza de los creyentes, el que fué proclamado por ellos como
restaurador del espíritu nacional y religioso, contra su hermano, el
débil, el descreído, el europeo. Nada pudo contra los invasores de
su Imperio; pero todavía, en el recogimiento de su palacio, podíamos
suponerle, como á Prometeo encadenado, más alto y más noble en su
vencimiento que el vencedor injusto. ¡Estaba escrito! Pero ahora, al
permitir que se traduzca al francés--¡al francés de Montmartre!--lo
que el Destino escribió en árabe, ha perdido hasta el derecho á la
compasión. Es un triste león de feria, amaestrado como un perro.
Lastimosas fueron las femeniles lágrimas del último rey moro de
Granada; pero aun han podido hallar piadosa acogida en la leyenda y
en el poema. Para Muley Hafid sólo queda la musa «bulevardesca» del
café-concierto y de las revistas del año.
Olvidado en el último rincón de su Imperio, pudo ser una figura trágica
digna de ser representada en tiempos futuros por algún Monnet-Sully
del porvenir, en París mismo, en la escena del teatro Francés. Así, no
habrá clown que no le remede y ridiculice por circos y tablados. Al
ofrecerle Francia las libertades de su República ha sido más cruel que
si le hubiera encerrado en una jaula del Jardín de Plantas. Su libertad
es el ridículo. Y ¿qué hace en París el sultán caído que no hiciera en
su Imperio? Lo mismo: satisfacer todos sus deseos; pero lo que allí
parecían voluntades de un Dios, aquí parecen caprichos de niño ó de
loco.
* * * * *
Nuestro aislamiento de la política internacional no era, ciertamente,
el espléndido aislamiento de que blasonaba Inglaterra al saberse odiado
de todos, pero, al fin, temida, en tiempos no muy lejanos.
Ahora, según noticias, nos disponemos á entrar en alianzas; esas
alianzas políticas en abstracto, que significan muy poco en concreto.
¡Francia, España, Inglaterra, Rusia! Está muy bien; no puede sonar
mejor. Pero... ¿y los franceses, los españoles, los ingleses y los
rusos?
Formidable alianza si fuera siquiera por conveniencia de todos, ya que
de amor no hay para qué hablar en estos matrimonios internacionales.
¡Cómo se reirá Alemania! Si es que las abstracciones pueden reirse como
pueden aliarse.
La alianza es preciosa; pero ¿qué apostamos á que, salvo entre Francia
y Rusia, hay muy pronto que lamentar algún _coup de canif_, como
dicen los franceses, en el contrato matrimonial? Pese á quien pese,
Inglaterra y Alemania están llamadas á entenderse; y en cuanto á
Francia y España... Al buen callar llaman Sancho; pero bueno sería que
le llamáramos Don Quijote.


XXIV

Como en todos los veranos, las «capeas» han originado conflictos por
esos pueblos. La autoridad gubernativa las prohibe, la autoridad de
los alcaldes es insuficiente para imponer la prohibición. Los mozos
se amotinan; la intervención de la Guardia civil ocasionaría mayor
conflicto. ¿Qué han de hacer los alcaldes? Dejar que los mozos se
salgan con la suya. ¡Es mucho salvajismo el de los pueblos!, se dice.
No es más del que se ha cultivado en ellos. ¡Si para ellos no hay otra
fiesta más que la «capea», y, suprimida, no les queda otra diversión!
Pero, aunque otra cosa crean los que por comodidad ó desidia declaran
al pueblo ineducable, ¡es tan fácil su educación!
Buen ejemplo es un humilde lugar de la provincia de Toledo: Aldeaencabo
de Escalona. Por la fiesta del Santo Patrón era inevitable la «capea».
Verdad es que á la «capea» quedaba reducido todo el festejo. En este
año se acordó organizar una función teatral, hubo unas cucañas, unas
carreras en sacos, unos fuegos artificiales y nadie echó de menos la
«capea» y nadie protestó contra su prohibición. Para ello ha bastado
con muy poco: con la autoridad de un sacerdote ejemplar, con la
influencia educadora de un maestro, con la buena voluntad de algunos
vecinos, y la fiesta se ha celebrado á satisfacción de todos, modelo de
orden y de cultura.
Con muy poco gasto y menor esfuerzo se conseguiría lo mismo en todos
los lugares de España. El paisaje de España es como su espíritu:
hosco, áspero. Pongamos dulzura en los paisajes y en las almas. No
escuchemos la voz egoísta de esos enamorados de lo característico, de
lo pintoresco. Son los que se asoman al campo y pasan de largo, sin
dejar á su paso amor ni bondad. El amor al paisaje por el paisaje es
como el amor á los animales: una forma del egoísmo, de la misantropía.
Los paisajes y los animales no dan disgustos como las personas.
Estos _dilettanti_ de lo pintoresco se complacen en la rudeza de los
campesinos. ¡Para lo que han de estar entre ellos! ¿Que se instruyen?
¡Qué lástima! ¿Que pierden carácter? ¡Qué profanación! Hasta el día de
la pedrada ó del garrotazo ó de la coz, que todo llega...
No hay derecho á mantener, en nombre de lo pintoresco, la ignorancia,
el atraso, que nunca son bondad, aunque puedan parecer sencillez.
Dulcifiquemos, dulcifiquemos, sin temor á que la dulzura desvirtúe
la virilidad. Los pueblos de vida amable serán siempre más ardorosos
defensores de su independencia que los pueblos de vida ingrata,
atormentada. Sólo entre los descontentos nacen los traidores. Es
preciso una gran virtud para amar á una patria en que nada es amable.
El señor Canalejas, que tan gubernamentalmente ha tronado contra los
inadaptados, debiera darse una vueltecita por algunos lugares de
España; y lo que había de admirarle entonces sería... que hubiera
tantos adaptados á lo inadaptable.
* * * * *
Sarah Bernhardt celebra sus bodas de oro teatrales. ¡Cincuenta años de
teatro! Y todavía su arte extraordinario, único en la historia de la
escena, logra sobreponerse á los ultrajes del tiempo. Verdad es que
nunca el espíritu se sirvió de medios tan inmateriales de expresión
material como en la divina artista. El cuerpo de Sarah nunca tuvo edad;
su voz no fué nunca de humano timbre. No era la voz que se oye; era la
voz con que se sueña. Era como la luz musical del pensamiento. Y ¡la
noble armonía de sus actitudes! No hubo sensación fugitiva que no se
consagrara en ella, como en escultura, para la inmortalidad.
París, escéptico adorador de sus dioses, ya sonríe ante los cincuenta
años escénicos de la actriz bisabuela; pero sonríe cariñoso y admirado.
Sarah, con muy buen acuerdo, ha ido á celebrar sus cincuenta años de
teatro á Inglaterra. Los ingleses saben admirarla sin escepticismo.
La juventud espiritual de Sarah es para ellos tan respetable como la
propia juventud de la vieja Inglaterra. Un milagro de voluntad, si al
decir voluntad cabe decir milagro. Esa gloriosa vida de arte supone
una tensión constante de espíritu sin un desfallecimiento, sin una
desconfianza en las propias fuerzas. Sarah sólo ha vivido para su arte;
el arte ha correspondido, generoso, á tanta fidelidad.
* * * * *
En las fiestas de Salamanca he podido apreciar los tristes efectos del
_absentismo_. De las casas grandes, de linajuda nobleza, cuyas más
saneadas rentas de Salamanca proceden, muy contadas han sido las que
contribuyeron al lucimiento de las fiestas. Y digo yo, y decían muchos:
«¿Qué mejor ocasión para un acto de presencia?» Son días en que los
humildes, no sólo miran sin odio el lujo de los señores, sino que lo
agradecen y lo admiran como un esplendor más de la fiesta. Son días de
acortar distancias y de suavizar asperezas.
Las hermosas muchachas premiadas en el Concurso de belleza, las que
vistieron los trajes clásicos de charra, tuvieron que pasear por la
población en deslucidos coches de alquiler. ¿Para cuándo guardan los
grandes señores de la provincia sus trenes de gala?
En la escolta de charros montaraces, que dieron guardia de honor á los
príncipes de Baviera, faltaron los de casas muy principales. ¡Buen
ejemplo para los de abajo!
¡Luego se quejarán del desamor de los humildes! ¡Pues qué!, ¿hacen algo
por merecer su amor ó su respeto?
Hay altas posiciones sociales que imponen muy altos deberes. No es de
los más penosos el de dejar, por unos días de fiesta en la provincia,
alguna playa ó balneario del extranjero, donde, sin pensar, se va en la
ruleta del Casino lo mejor de las rentas solariegas.
Los grandes señores han olvidado el arte de agradar, que, claro está,
no es más que el arte de saber aburrirse. Pero ese arte es un deber
de la nobleza y del dinero. Y ¡es un deber que está tan compensado!
Siempre que procuramos agradar acabamos por ser agradables; y... cuando
se es agradable, se está más divertido que nunca.


XXV

Bien pudiera algún predicador haber repetido las exclamaciones famosas
de Bossuet, en los funerales de una princesa de Francia: «¡Madame
se meurt!... ¡Madame est morte!» Las que pusieron espanto en aquel
auditorio de príncipes y grandes señores de la Corte, al considerar
cómo, en el breve espacio de dos exclamaciones, aun no vista llegar,
pasó la Muerte. La Muerte niveladora, y, por serlo, el más cierto
resplandor de la ideal Justicia sobre la tierra; el más seguro anticipo
suyo para otra eterna vida. La Muerte, de quien otro poeta francés
dijo: «Et les gardes qui veillent aux barriéres du Louvre, n'en
defendent pas nos rois».
Y triste actualidad recobran también los versos de Cervantes á la
súbita muerte de la reina Isabel de Valois:
Cuando dejaba la guerra
libre ya el hispano suelo,
en un repentino vuelo,
la mejor flor de la tierra
se fué trasplantada al cielo.
Y al cortarla de la rama
el mortífero accidente,
fué tan oculto á la gente,
como el que no ve la llama
hasta después que la siente.
Los poetas de ahora temen ser tildados de cortesanos, y, sólo cuando
se trata de lisonjear las malas pasiones de los de abajo, no se
juzgan aduladores. Así, los poetas no cantarán á la buena memoria de
la infanta María Teresa. Ni es necesario: estas vidas sencillas, de
bondad, de recogimiento, parece como si se profanaran con altisonancias
ditirámbicas. En el abultado libro de la Historia, sobre el trompeteo
de las grandes hazañas bélicas y de las intrincadas empresas políticas,
estas vidas han de ser como flor guardada entre las hojas del libro:
una meditación, un silencio entre el barullo de tantas grandes y de
tantas malas acciones, que son la Historia y son la vida...
Ni aun sientan bien ponderaciones cortesanas por el dolor que su
muerte causara á los suyos. ¿Para qué decirnos que las tristezas de los
grandes de la tierra son excepcionales como su grandeza? ¿No estará
nuestra mayor simpatía en saber que son iguales á las nuestras? ¿El
dolor de la madre? No digáis á las madres que es un dolor de reina;
decidles que es el dolor de todas las madres, y ¿cómo no han de
comprenderlo? Ved cómo la Religión cristiana, al divinizar el dolor de
Cristo, humanizó el dolor de la Virgen madre; porque divinizado hubiera
dejado de ser dolor, al gloriarse en la gloria del Hijo.
Ni es bien poner distancias ante el dolor que á todos iguala. Ofrezcan,
con grandeza de alma, los grandes de la tierra sus dolores, como
sacrificio aplacador de odios y envidias. Nunca como en la Cruz
comprendió á Dios la Humanidad; porque en la Cruz está más cerca de
nosotros.
* * * * *
Cuando se estudia con serenidad algún problema económico, hay que decir
como aquel personaje de una comedia: «¿A quién se engaña aquí?» Esto
es: «¿Quién se lleva aquí el dinero?» Porque oye usted á los patronos,
y no es porque lo digan ellos, les ajusta usted las cuentas y no puede
usted por menos de darles la razón. Ellos no se llevan el dinero. Oye
usted al trabajador, al obrero, y la razón les sobra: no pueden vivir.
Y oye usted á todo el mundo, y el dinero no parece por ninguna parte.
El propietario de fincas, ya rústicas, ya urbanas, obtiene un menguado
interés de su capital, y el arrendatario y el inquilino dicen que ya
no pueden con la renta. El industrial se queja del comerciante, el
comerciante del industrial, y el comprador de todos. Todo el mundo está
mal servido y nadie está contento. Y, no obstante, á esto es á lo que
llaman orden social y esto es lo que, según dicen, hay que sostener á
toda costa.
¿No valdría la pena de hacer algún ensayito para cambiarlo todo?
Aunque fuera en seco; esto es, sin guillotina ni tiroteo por las
calles; un ensayo en buena armonía, puesto que nadie está á gusto y
todos se quejan. Y si viniera á resultar, como es de temer, que el
verdadero tenedor del dinero de todos es el Estado, con impuestos
desproporcionados, insoportables para el país, que el Estado se
encargue de todo y con dos suculentos ranchos al día nos alimente á
todos. Y no nos asustemos del socialismo, cuando la actual organización
social no es otra cosa: un socialismo con mala administración.
* * * * *
Caricatura veraniega (sin dibujo y fuera de Concurso).
En el Casino:
--¿Qué le pasa á Juanito? ¡Tiene una cara!
--Que le han dejado sin una peseta.
--¿Sí? ¿Cuánto ha perdido?
--Pues eso: una peseta.


XXVI

Cuando un madrileño, en cualquier esfera social, ha llegado á ocupar
un puesto, alto ó bajo, ya puede asegurarse que se lo ha ganado por
su propio esfuerzo. Al madrileño no le gusta deber nada á nadie. Por
eso, aun de la clase más humilde, prefiere los oficios independientes,
en los que menos haya que obedecer y ser mandado. Así es muy raro
hallar un madrileño dedicado al servicio doméstico, y si, por razón
de sus ocupaciones, depende de algún patrón, maestro ó jefe, todo se
conseguirá del madrileño por la razón persuasiva ó por el ruego amable;
nada por el mandato indiscutible, ni por el rigor áspero.
El madrileño no tiene cacique á quien pedir recomendaciones; no trata,
ni siquiera conoce, á sus diputados; no tiene colonia que le proteja ó
le obsequie.
Por todas estas consideraciones, yo, que he perdido en absoluto mi
afición á los toros, siento muy viva simpatía por el torero madrileño
Vicente Pastor y celebro su triunfo en la última corrida. Lo celebro
con doble satisfacción, porque, aunque me esté mal el decirlo, entiendo
de toros una barbaridad y no soy de los admiradores del día siguiente.
Cuando Vicente Pastor, en sus años de desgracia, que fueron más de
los debidos, y apuntados van á su condición de madrileño, andaba
aperreado por esas Plazas, y en la madrileña sobre todo; favorecido por
los empresarios con todo el ganado de peor lidia, toros cornalones,
resabiados, mansos perdidos, nunca dejé de ver y de apreciar en él lo
que más tarde apreciaron muchos como un descubrimiento: que Vicente
Pastor es de los pocos toreros que saben para lo que sirve la muleta;
de los pocos que paran y castigan.
Y ¡vaya si ha bregado Vicente Pastor hasta colocarse en el lugar que le
corresponde! Nadie dirá que lo ha robado.
Los toreros madrileños luchan siempre con grandes desventajas. Por
la mayor baratura y facilidad de conducción, en las novilladas les
sueltan, por lo regular, ganado de la tierra que, si escogido para
corridas de toros, es siempre más duro y más dificultoso que el ganado
andaluz, que será en novilladas, donde todo boyancón es de recibo.
Hechos á torear mansos, al tomar la alternativa y encontrarse con toros
ligeros y bravos, los toreros madrileños andan de primeras torpes y
desmañados. Al contrario de lo que suele sucederles á los fenómenos
novilleriles de Andalucía, que, acostumbrados á torear allí toritos
fáciles y ligeros, al primer toro de la tierra que ven asomar por los
toriles andan de cabeza y se acabó el fenómeno.
Con Vicente Pastor hicieron horrores las empresas. Recuerdo una corrida
de novillos, con lucha entre un león y un toro como amenidad de mayor
atractivo, y en ella Vicente Pastor hubo de torear con el estorbo de
una gran jaula en medio del redondel; y por si esto no bastara, como
después de la lucha no hubo medio de sacar al toro de la jaula, el
presidente ordenó la salida del toro de lidia, el cual, naturalmente,
tomó la querencia de su compañero y semejante, y así hubiera tenido
que torearle y que matarle Vicente Pastor si la protesta unánime del
público no hubiera obligado al presidente á disponer la retirada del
toro enjaulado.
Luego se espantan los empresarios si los toreros, cuando llega la suya,
tienen exigencias.
Vicente Pastor no ha llegado por intrigas; no, ciertamente. Bien puede
estar orgulloso de ello; ha llegado, como buen madrileño, sin deber
nada á nadie. Y hoy habrá toreros más vistosos, más bonitos, más
alegres; pero lo único verdad, lo único serio, el único toreo de buena
ley que se ve en las Plazas es el de Vicente Pastor, el madrileño.
* * * * *
El Hotel Palace se levanta soberbio como un gran transatlántico. Aquel
trozo de Madrid, de tan señorial aspecto cuando los tres linajudos
palacios, de Medinaceli, del Infantado y de Vistahermosa, eran todo un
caserío; tan desolado, cuando el inmenso solar del primero de dichos
palacios llenaba de obscuridad y de tristeza aquella parte de Madrid;
hoy, con el gran hotel á la moderna, ha cobrado un aire cosmopolita, de
playa ó de balneario á la moda, con su Casino resplandeciente de luces,
bullicioso de multitud pasajera, con su música bailable y su ejército
de servidores.
Con el hotel Ritz y el Palace ya cuenta Madrid con dos hoteles
europeos. Quizás los precios sean más asiáticos que europeos y, por
este lado, el problema de los alojamientos en Madrid no se haya
resuelto con arreglo á la capacidad española. Es de esperar que los
europeos y los americanos nos sostendrán estos lujos, que para nosotros
solos serían excesivos.
Ya no hay pretexto para no venir á Madrid. Y, en verdad, ahora que
tanto se habla del turismo y tendremos en Madrid un Congreso para
discutir cuanto al turismo se refiere, todo el problema es este: ¿No
acuden los turistas á España por falta de buenos hoteles, ó no hay
buenos hoteles en España por falta de turistas? Problema biológico: ¿Es
la función la que crea el órgano ó el órgano la función?
De cualquier modo, hay mucho que agradecer á los que así arriesgan su
dinero en el órgano, anticipándose á la función.
El viajero de raza no retrocede ante las incomodidades; pero el viajero
de raza es poco productivo; suele viajar á pie y sin dinero. Al
viajero _snob_, que es el más provechoso, hay que atraerle con mucho
mimo y cultivarle con todo regalo. Una catedral gótica, las ruinas
de un castillo son admirables después de una buena comida en un buen
hotel. Tan admirables, que algún viajero que sólo venía por admirar
la catedral ó las ruinas, deja de visitarlas por el gusto de volver á
un hotel donde tan bien se come. Porque si es verdad que un cuadro de
Velázquez compensa de una mala fonda, también es verdad que una buena
fonda compensa de no ver el cuadro.


XXVII

A los que se inquietan por mis obras futuras, á los que suponen mi
entrada en la Academia como una abdicación de mi independencia, puedo
asegurarles que no reniego de una sola de mis obras ni renegaré nunca;
ellas son toda mi vida, y unas mejores, otras peores, todas responden á
un estado espiritual. Ni de las culpas ni de los errores debe renegarse
cuando no se ha perdido en ellos nuestra conciencia, antes nos han
servido de provechosa enseñanza.
Nuestra vida no se gobierna por ideas, sino por sentimientos. Nadie se
asimila las ideas que no apetece, como nadie se alimenta de lo que no
le gusta, salvo en caso de necesidad extrema. Por fortuna, yo no me he
visto precisado á comer de ideas que me repugnaran. Es aventurado jurar
sobre nuestro estómago mucho más que jurar sobre nuestra conciencia;
pero me creo capaz de haberme dejado morir de hambre. Mas, si alguna
vez me hubiera visto en esa extremidad, como el miserable boticario de
_Romeo y Julieta_, hubiera dicho: «Mi necesidad es la que delinque; no
mi conciencia.»
De que son las ideas las que se coloran de nuestros sentimientos,
es buena prueba la idea religiosa. Ninguna parece más fija, más
determinada; parece que á todos los creyentes había de unificar en una
misma acción, encaminada al mismo fin; no obstante, unos prefieren la
vida contemplativa; otros, se consagran á obras de caridad con fervor
activísimo; otros, á la propaganda batalladora; todos creen seguir una
idea, y lo que siguen es las naturales inclinaciones de su corazón.
Lo mismo en Arte; si por ideas escribiéramos, diríamos siempre lo
mismo y diríamos una misma tontería siempre. Que nuestro arte sea
espontáneo, como juego de niños, expresión de vida y de fuerza y de
natural esparcimiento; después, nuestro arte, como los juegos también,
irá ordenándose con cierto ritmo, y lo que fué primero actividad será
luego belleza y al fin será bondad.
¿No habrá sido así la creación, como una obra de arte, como un juego
de niños; expresión de una fuerza que, por ser fuerza, es bella y por
ser bella es al fin buena? Actividad, Inteligencia, Bienaventuranza: el
«Tamas», «Rajas» y «Gattva» de la Teosofía india, en que Dios dice al
hombre: «Tú eres yo mismo, mi imagen y mi sombra; yo me he revestido
de ti y tú eres mi vehículo, hasta el día ¡sea con nosotros! en que
volverás á ser yo mismo y los demás tú mismo y yo.»
De donde se deduce que en la vida universal, como en la vida de cada
uno de nosotros, todo es armonía y no hay para qué maldecir de las
disonancias.
* * * * *
Sería falsa modestia hacerme el desentendido. Amigos cariñosos
pretenden obsequiarme y, con el mejor deseo, acaso no aciertan con el
obsequio de mi gusto. ¿Queréis saber lo que más pudiera satisfacerme?
Nada de banquetes, nada de exhibiciones; podéis suponer que por grande
que fuera mi vanidad personal, estaría ya bien satisfecha.
Empieza el invierno; hay una obra meritoria que no consigue prosperar,
en lucha con la indiferencia: la obra del Desayuno Escolar. Yo os
agradecería con toda mi alma que ese fuera el obsequio: contribuir á
ella en lo que habíais de contribuir á obsequiarme en otra forma. A
todos nos quedaría mejor recuerdo; la buena obra del Desayuno Escolar,
atendida, será el mejor obsequio para mí y un obsequio más duradero en
el corazón de todos los que nos unamos en el amor á los niños.
Si me creéis capaz de una gran vanidad, permitidme que me envanezca de
este modo; si me estimáis lo bastante para creer que llevo más alto el
corazón que la inteligencia, ya que por amigos os estimo más que por
admiradores, sea el obsequio de corazón á corazón. Así el día que me
sienta vanidoso, podré decir: «¡Gracias á mi talento, he procurado el
desayuno á muchos pobres niños!» Y el día que me sienta modesto, por
lo menos tendré el consuelo de pensar: «¡Yo no tendré mucho talento;
pero los pobres niños de las escuelas tienen su buen desayuno en las
mañanas del invierno!»
De suerte que ya lo sabéis: con este obsequio no me obsequiais para
un día solo, que sería de vanidad; me obsequiais para muchos días:
unos, de vanidad; otros, de modestia, que allá se van alternados, como
los días tristes y los alegres; pero todos son buenos cuando sobre su
variable temperanza ponemos algo que esté sobre nosotros mismos, sobre
nuestras arrogancias ó nuestros desalientos.


XXVIII

Siento molestar á mis lectores con asunto referente en parte á mi
persona, aunque, por tratarse de una obra buena, tenga ya más alto
interés para todos. Pero debo satisfacción á cuantos han respondido
generosos, y es justo que responda la gratitud en donde mismo se elevó
el ruego.
De todas partes llegan á mí ofrecimientos en favor del «Desayuno
Escolar» y también importantes donativos. Gracias á todos. A Rosario
Pino, la insigne actriz, que ofrece el producto íntegro de la función
inaugural de su temporada en Valladolid. Y, en este caso, yo me atrevo
á solicitar de Rosario Pino que la mitad del ingreso se destine á La
Gota de Leche, institución fundada en Valladolid. Del mismo modo,
cuantos beneficios se den en teatros de provincias deben repartirse
entre la institución madrileña y alguna que, con el mismo fin de
protección á la infancia, exista en la provincia.
La empresa del teatro Español y, al frente de ella, Matilde Moreno,
la gran artista de todas las delicadezas, se apresuraba á ceder el
ingreso de otra función que ha sido aplazada á ruegos de la Comisión
organizadora de estos beneficios.
El Círculo de Bellas Artes me anuncia en carta de su presidente, don
Alberto Aguilera, que destina la cantidad de 1.000 pesetas para el
«Desayuno escolar».
El primer actor don Luis Echaide me ha entregado la cantidad de 500
pesetas, importe total de su sueldo durante los días en que ha actuado
en el teatro Español. Luis Echaide no quería cobrar dichas funciones y
sólo ha aceptado el cobro con la idea de ofrecerme esa cantidad.
En carta que firma «Un admirador» me envían 25 pesetas; don Santiago
Aragón, otras 25; el señor Gazul, de Llerena, otras 25; el señor
Sabito, de Infiesto, 7,50. Muchas gracias á todos.
Ahora yo suplico á los que me anuncian el envío de otros donativos y
á los que me preguntan á quién han de enviarlos, esperen por unos
días hasta que pueda organizarse convenientemente. Yo tengo sobradas
ocupaciones para entender en esto.
Muchas son también las solicitudes para que se atienda á otras
instituciones benéficas, todas muy laudables y muy dignas de ser
atendidas; pero como atender á todas es imposible, preferible es
atender á una sola con resultado.
Una hay, sin embargo, que yo creía identificada con el «Desayuno
escolar», y aunque no sea una misma en la organización, identificada
está en el propósito. Es la institución de las Cantinas Escolares.
Como todo hace esperar que la recaudación ha de ser importante, bien
puede repartirse el ingreso entre las dos benéficas instituciones, ya
que las dos realizan la misma buena obra y mal puede haber división ni
rivalidad entre ellas. De todas suertes, como el ofrecimiento primero
fué al «Desayuno escolar», no he de ser yo quien decida; apelo á la
generosidad de los señores organizadores de esta última institución, y
creo que no apelaré en vano.
* * * * *
Entre los acuerdos de la Comisión reunida para festejarme hay uno con
el que no puedo estar conforme, y perdone la respetable Comisión. Todo
cuanto redunde en beneficio de los pobres niños me parece de perlas,
aunque sea á costa de mi exhibición personal. Pero la idea de erigirme
un monumento, por sencilla que sea, tendrá siempre mi oposición más
decidida. Soy enemigo de esos homenajes en vida, mucho más si la vida,
por desgracia ó por dicha, aun no toca á su acabamiento. Yo no sé si
habré ya escrito mis mejores obras; pero sé que aun puedo escribir las
peores. Esos homenajes esculturales que, por serlo, tienen algo de
funerarios, sólo pueden discernirlos con serenidad las generaciones
futuras. ¿Qué sabemos lo que pensarán los que vengan de nuestras obras?
Pesa mucha literatura sobre la Humanidad y de cada vez se impondrá una
selección más depurada.
Necesitan estos monumentos, además, para su contemplación gentes
desapasionadas; pero mientras vivimos entre amigos y entre enemigos
personales, ¿quién sabrá decirnos dónde acaba la pasión y dónde
empieza el conocimiento?
No, por Dios; nada de monumentos: todo para los niños pobres.
Y otra vez pido perdón á mis lectores por haberles hablado de mí; vaya
en gracia de la intención.


XXIX

Aquellas guerras de los cien años, de los treinta años, tan molestas
para los estudiantes de Historia Universal, ya no serían posibles.
Las guerras de ahora tienen la ventaja de la brevedad. Mueren en
ellas más hombres que en las antiguas; pero mueren más pronto. Puede
ponderarse su corta duración con las mismas expresivas frases de cierto
predicador, al considerar la rapidez de los deleites carnales: ¿Por qué
os condenáis, hermanos? Si fuera asunto de una hora... ¿Qué digo de una
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