De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 4

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«Varios periódicos publican relación de las impúdicas aproximaciones
de algunas señoras y señoritas de raza blanca, á los hombres de la
tribu de beduínos que actualmente se exhibe en el Jardín Zoológico de
Hagenbeck, en Hamburgo.
Los buenos beduínos vinieron á las manos por cuestión de faldas y fué
necesaria la intervención de la Policía y la repatriación de los más
levantiscos.
Aunque la empresa Hagenbeck ha tomado enérgicas medidas para evitar
la repetición de estos incidentes y ha dado á sus empleados orden
terminante de expulsar del parque á toda _señora_ que se aproxime á
los beduínos en forma sospechosa, todavía han ocurrido escenas tan
lamentables como la que acabamos de describir.
Triste y lamentable es que la mujer alemana, por lo general de carácter
y costumbres ejemplares, olvide hasta ese punto su decoro.»
Otras muchas consideraciones trae el artículo; pero no quisiera que,
al transcribirlo, nadie creyera que yo me complacía en publicar
debilidades de algunas señoras alemanas; debilidades que, si allí son
excepcionales, aunque numerosas, no son exclusivas de Alemania.
Cuando en París se han exhibido de estas tribus salvajes, en el Jardín
de Aclimatación ó con motivo de Exposiciones universales ó coloniales,
tampoco han faltado curiosas de amores exóticos.
Los mulateros de la calle del Cairo, en la Exposición de 1889, fueron
en aquella temporada, la _coqueluche de cés dames_.
Por aquí no menudea ese género de exhibiciones. Sólo hemos tenido una
de aschantis y otra de esquimales, en los malogrados Jardines del Buen
Retiro. Para prueba no es mucho. La mujer meridional, contra la vulgar
opinión, es mucho menos acometedora en amor que las mujeres del Norte.
Pero, en fin, celebremos que las exhibiciones no hayan sido muchas y
que los aschantis y los esquimales fueran, unos, demasiado negros, y
otros, demasiado descoloridos.
Las inglesas, por su parte, también se han significado bastante en
estas exhibiciones; con más cautela y decoro, claro está: con pretextos
de filantropía ó de evangelización. La raza inglesa ha sido siempre
maestra en hallar buenas razones para hacer lo que le conviene ó lo que
se le antoja. En esto tal vez consiste su superioridad. Los ingleses
tienen una religión ó una filosofía para justificarlo todo. Pero su
conducto no es nunca consecuencia de una religión ó de una filosofía,
sino lo contrario; la religión ó la filosofía, consecuencia de su
conducta. La conciencia procede del acto; como en todos los pueblos y
en todos los hombres fuertes.
Las alemanas, por lo visto, á pesar de hallarse en tierra de filosofías
para todos los gustos, no se andan por las ramas filosóficas y se
descaran buenamente en este sistema de colonización pacífica y casera.
La mujer tiende siempre á restaurar más que á revolucionar. Esta
manifiesta inclinación por los hombres de otras razas es, quizás, un
argumento á favor de la unidad de origen de las diversas razas humanas.
Pero aunque á la unidad volviéramos por estos procedimientos, respecto
á las mujeres, siempre habría dos razas, comunes á todos los pueblos y
en todas las latitudes: las unas y... las otras. Es á saber, para que
no haya duda en la clasificación: las limpias y... las puercas.
* * * * *
De todas las intolerancias, la más intolerable es la pretensión de un
monopolio para ejercitar el bien ó cumplir un deber.
Por esta pretensión se ha planteado un desagradable conflicto en el
benéfico Instituto del doctor Rubio.
La Junta de señoras pretendía sustituir á las enfermeras laicas por
hermanas de la Caridad. Los fieles guardadores de la voluntad del
doctor Rubio se oponían á esta sustitución. No obstante, con mayor
espíritu de tolerancia, no se oponían á que alternara un número
determinado de hermanas de la Caridad con otro determinado número de
enfermeras en la asistencia de los enfermos.
Las señoras intransigentes no admitieron este _modus vivendi_.
Dimitieron sus cargos muy ofendidas y retiraron su valiosa protección
al benéfico Instituto.
No soy sospechoso; desde muy niño aprendí á respetar, á admirar á las
hermanas de la Caridad. En una de mis obras presento la figura de una
de ellas, de tal modo, que muchos la juzgaron por ideal; pero yo sé que
bien podía ser copia exacta de la realidad. Hay muchas hermanas como
aquella hermana.
Cuando se fundó el hospital del Niño Jesús, el primitivo, en el barrio
de las Peñuelas, era su directora una admirable mujer, por su talento
y por sus virtudes: sor Rosalía. El doctor Tolosa Latour la conoció
seguramente y podrá atestiguarlo. Ella sola podía ser honor de una
institución. Pero también, como aquélla, son muchas otras.
Pero también como éstas y como todas las hermanas de la Caridad, hay
otras mujeres inteligentes y honradas y buenas, capaces de cumplir con
su deber profesional tan santamente como las hermanas de la Caridad con
su deber religioso.
Cuando alguien cumple con su deber, no debe preguntársele en nombre
de qué ideal lo cumple. A buen seguro que si esas señoras de la
Junta se hallaran en peligro de muerte y supieran que sólo un doctor
especialista podía salvarlas, no se andarían preguntando si era buen
católico, protestante ó librepensador.
El personal facultativo del establecimiento se basta y se sobra para
juzgar si las enfermeras atienden con solicitud á los enfermos y
cumplen con su deber. Ellos son los más interesados en que así sea.
Ni el amor al prójimo, ni la más sublime caridad, ni el sacrificio por
la más alta idea del deber, son patrimonio de una creencia religiosa
determinada. ¿Con qué derecho puede negarse á nadie que cumpla con su
deber, porque sus razones no son las mismas que las nuestras?
Además, no hay religión en el mundo que llegue á imprimir uno solo de
sus mandamientos en nuestro corazón, si en nuestro corazón no estaban
ya impresos todos los mandamientos religiosos.


XIX

Doña Sol Rubio, hija del eminente fundador del Instituto Rubio, me
pide en carta abierta rectificación de algunos errores en que incurrí,
por equivocados informes, al relatar los hechos que dieron ocasión á
disidencias en dicho Instituto.
No fué descortesía mi retraso en acusar recibo de tan atenta carta,
sino el deseo de rectificar en esta misma sección.
Lo de menos eran los hechos en mis apreciaciones. Pero, en fin, conste
que los cumplidores de la voluntad del doctor Rubio no podían admitir
la asistencia de hermanas de la Caridad, por oponerse á ello la
voluntad del fundador. Fueron, pues, las damas del Patronato las que
propusieron la asistencia mixta de hermanas y de enfermeras.
Lo importante era consignar que bien estaban unas y otras, como todas
cumplieran con su deber.
Al decir laicas á las enfermeras, sólo quise significar el no hallarse
sujetas á la regla de una Hermandad religiosa, sin poner en duda
su catolicismo. Por más que yo nunca haya creído que la caridad y,
sobre todo, el cumplimiento del deber sean patrimonio de una religión
determinada. Sin desconocer tampoco que en nuestra santa religión
católica resplandecen como en ninguna otra las más altas virtudes.
¿Estamos todos contentos?
* * * * *
La noche del miércoles pasado fué de fiesta mayor en casa de Joaquín
Sorolla. Se obsequiaba á Mr. Huntington, hispanófilo americano,
meritísimo de cuantos honores pueda España ofrecerle.
La casa de Sorolla es un palacio del Arte, tan á la española trazado,
que allí la suntuosidad no es soberbia ostentación, sino hidalga
limpieza. Antes que el palacio os admire os acaricia el hogar, y antes
que las maravillas del Arte absorten vuestros ojos el amor y la paz
familiares ungieron de buenos pensamientos vuestra frente. Por inquieto
y perturbado que esté nuestro espíritu, cuando nos hallamos entre
gentes buenas y dichosas nos sentimos también dichosos y buenos, como
si las alas de nuestros ángeles custodios, los que nos guardaban de
niños, volvieran á traernos nuestra inocencia.
Con vuelo impetuoso más suele el Arte destruir que labrar nidos. Sus
glorias rara vez van unidas á la gloria de amar y ser amado. Por eso
al juntarse en la casa de Joaquín Sorolla, este hogar del Arte, este
palacio del Amor, parece como un templo ideal á una diosa más ideal
todavía: la felicidad.
La casa de Joaquín Sorolla es tan española como el alma de cuantos la
habitan; modelo de la verdadera familia española. ¡La familia española,
la más pura gloria de nuestra raza!
La casa de Joaquín Sorolla debiera ser provechosa lección de
edificaciones españolas enfrente de tantos esperpentos á la francesa,
á la inglesa y á la suiza con que la cursilería europeizante deshonra
nuestras tradiciones arquitectónicas.
Sorolla debe ahora recorrer toda España. Estudia tipos y paisajes para
el grandioso friso decorativo del Museo Español de Mr. Huntington en
los Estados Unidos.
¿Podíamos soñar mejor desquite de pasadas humillaciones? Detrás de una
puerta cerrada, en un gran salón, se nos dice que están los estudios
del natural apuntados por Sorolla para su gran obra. La entrada está
prohibida. Míster Huntington no quiere que nadie goce las primicias de
su encargo. ¡El simpático hispanófilo no lo es del todo!
Nada podemos ver, pero es mucho lo que adivinamos. Adivinamos, con los
ojos que tantas admirables obras del gran pintor español admiraron, la
más asombrosa evocación de España, la verdadera España: luz, color,
brío. Se abren ante nosotros páginas del Romancero y del _Quijote_, de
las novelas picarescas y de las hazañas de Italia y de Nueva España...
Y también tristezas, y también sombras que el pincel de Sorolla, al
no mentir, no lisonjea. Pero de esas sombras y esas tristezas no se
alza el pesimismo espectral, agüero de muerte; es más bien la sensación
caótica de algo muy fuerte y vigoroso que no puede morir porque no ha
nacido todavía.
He aquí la obra de un gran pintor, todo realismo, que, para poner
espíritu en su obra, le basta con poner verdad. Y todo es Arte.
Y es que en Arte hay dos grandes estilos: uno, en que el alma del
artista envuelve el alma de las cosas; otro, en que el alma de las
cosas envuelve el alma del artista.


XX

Con la firma de «Un concursante de buena fe» recibo una carta muy
atendible, de la que copio lo más interesante:
«¿Querría usted llamar la atención del Ayuntamiento respecto á lo que
está ocurriendo con el tercer concurso de comedias?
Es el caso que, iniciativa tan plausible, no ha dado hasta ahora otro
resultado práctico que molestar inútilmente á los Jurados y hacer
perder tiempo é ilusiones á los concursantes de buena fe.
Tres concursos van convocados; permítame que en pocas palabras le
recuerde el historial de cada uno.
El primero se convocó el 29 de Noviembre de 1909. Al expirar el plazo
de admisión se habían presentado 153 obras. El Jurado, que formaban
los señores Sellés, Rodríguez Marín, Répide, Gómez de Baquero, Linares
Rivas y Jurado de la Parra, falló el 25 de Junio. (Es decir, invirtió
menos de cuatro meses en examinar los 153 originales), premió la
comedia _Los jácaros_ y mencionó con elogio otras varias.
Bajo su firma declararon los señores del Jurado que el concurso era
excelente. ¿Recuerda usted el expresivo artículo que Répide publicó en
_El Liberal_? Pues si hubiera sido pésimo, no hubiera fracasado de más
completo modo. Ninguna de las obras elogiadas se ha representado, ni
siquiera la premiada, en el Español ni en ningún otro teatro.
Segundo concurso. Se convocó el 5 de Diciembre de 1910; se clausuró el
5 del siguiente Marzo, con 86 originales. El Jurado, que formaban los
señores Villegas, Linares Rivas, Zozaya, Bueno y Martínez Sierra, tardó
en fallar cerca de nueve meses. Por fin, premió la comedia _El bobo_ y
declaró por buenas otras cinco.
¿Resultado práctico? Acaso por la demora del fallo, _El bobo_ sólo
pudo estrenarse, al terminar la temporada oficial, en deplorables
condiciones. Así, mal ensayada, representada para salir del paso, la
obra sólo tuvo las tres representaciones á que obliga la ley. Las
demás comedias elogiadas siguen inéditas.
Antes de fallar en el segundo concurso--vea otra anomalía--se convocó
para el tercero. Al terminar el plazo de admisión--el 4 del pasado
Febrero--sólo había presentadas 46 obras. Esta progresión descendente
significa mucho también. Estamos á fines de Junio, esto es, han
transcurrido cinco meses, y ni hay fallo, ni se sabe si hay Jurado,
aunque en el Ayuntamiento son pródigos en dar noticias hasta de lo que
pasea cada concejal.
¿Considera usted justo hacer una excitación al Ayuntamiento, encaminada
á que se sepa lo que ha sido de esos originales y á evitar que, una vez
más, se esterilice la iniciativa con un fallo en exceso tardío?»
Queda complacido el comunicante. Muy razonables me parecen sus quejas;
pero ¡ay! ¡si el concursante de buena fe supiera lo que es ser Jurado,
también de buena fe, en uno de estos concursos! Por haberlo sido en
varios, no tengo ninguna fe en sus resultados.
Cierto que los autores desconocidos dirán: Y ¿cómo hemos de darnos á
conocer? Hay que ser algo fatalistas: lo que ha de ser, está escrito,
y cuando está bien escrito... es siempre. ¿Que puede existir algún
talento ignorado? Es posible. ¡Dichoso él, que, al verse desconocido,
llegará á dudar de su talento y podrá creerse tonto... y ser feliz!
* * * * *
El cultísimo escritor Bernardo Cándamo abre información sobre la
conveniencia de establecer la previa censura teatral.
Un exceso de celo del jefe superior de Policía ha dado ocasión á que se
discuta de la moral y del arte.
De todo ello podrá discutirse, como de las ventajas y desventajas de
la previa censura. Lo que está fuera de discusión es que un jefe de
Policía, de no producirse alboroto ó grave escándalo en el teatro,
no es quién para juzgar de moral ni de arte, cuando ni artistas, ni
críticos, ni filósofos han logrado dictaminar de acuerdo en tan ardua
materia.
La vulgar opinión entiende por inmoral en arte algo que muchas
veces nada tiene que ver con la moral, en el más alto sentido de la
palabra. Hay quien se escandaliza en el teatro por algo que bien puede
calificarse de «mera porquería», como un ingenio peregrino calificaba
en picarescos versos algo que otro, no menos peregrino, diputaba por
pecado nefando.
En cambio, obras que pueden ser antisociales, demoledoras ó tal vez
peligrosas por inoportunas, no pasan por inmorales ni dan ocasión á que
se alarmen los jefes de Policía.
Estas otras, que tanto alarman á los pudibundos, me parecen la suprema
inocencia, y el público que con ellas se regocija de una simplicidad
infantil. Considérese que toda la gracia del espectáculo consiste en
que nos digan ante centenares de personas lo que estamos aburridos
de oir en reducidos grupos. La novedad no está en lo que oímos, sino
en oirlo delante de mucha gente. Ya sabemos lo que ha de parecemos
á nosotros; la picardía está en averiguar lo que les parecerá á los
demás.
Obsérvese al espectador durante la representación de una de estas obras
«inmorales». Más que á la escena, atiende al público. No dirá nunca:
¡Cómo me he reído!, sino: ¡Cómo se reían!
El efecto cómico de este género es el mismo que se logra en cátedra ó
en el salón de sesiones con un chiste malo que en los claustros ó en el
salón de conferencias no tendría maldita la gracia.
¿Previa censura? Voto en contra. En España estaría supeditada á todo
género de pasioncillas, caprichos y arbitrariedades, sin contar con la
influencia de los cambios políticos.
Y no sería la censura conservadora la más temible. Sabido es que
los liberales son los que aquí se toman mayores confianzas con las
libertades.
Hay una solución productiva. Este género alegre no es más nocivo que
el juego. ¿Por qué no gravarle con un impuesto especial? Es el mejor
partido que puede sacarse de todo lo malo. ¡Ay! ¡Menos de los malos
Gobiernos!


XXI

Las únicas cartas anónimas insultantes que recibo proceden de furiosos
aficionados á toros, cuando me permito atacar la sublime fiesta. Como
el blanco de mis tiros, más que la fiesta misma, ha sido siempre su
público, claro está que esas cartas llenas de improperios vienen
á confirmar lo que pienso respecto á los furibundos aficionados á
toros. Escriben como van á la Plaza. Son ellos, los mismos, los de las
almohadillas al redondel y los insultos á los lidiadores que arriesgan
su vida, y sólo por esto, ya merecen el mayor respeto.
En justa compensación recibo otras muchas cartas que bastarían á
sostenerme en mi empeño, si yo lo tuviera en combatir contra las
corridas de toros. Pero siempre he juzgado ineficaz toda predicación
destructora. En la vida no se destruye nada. Las cosas desaparecen por
sí solas cuando deben desaparecer. Es decir, cuando se ha edificado
lo que debe sustituirlas. No es la labor negativa de clamar contra las
corridas de toros lo que puede ser provechosa, sino la paciente labor
de promover en las gentes más nobles aficiones.
Entre las cartas agradables recibo una, firmada por un madrileño,
solicitando mi atención sobre un niño, verdadero «fenómeno»; así dice,
con razón, la carta.
Ese niño, fenómeno en España, se halla en el Asilo de la Paloma, quiere
y cuida á los pajarillos y ha llegado á inspirarles á su vez tal cariño
que, cuando sale por los patios y jardines, le siguen en bandadas,
se posan confiados en sus manos y sobre sus hombros y, á su modo, le
saludan y le agasajan.
Esto, que en otras partes del extranjero es cosa corriente; que en las
vidas de santos, como San Francisco de Asís y San Antonio de Padua,
pasa por milagroso; que Murillo juzgó como suprema bondad infantil,
al mostrarnos en su cuadro de _La Sagrada Familia_, conocida por la
del pajarillo, al niño Jesús en actitud de defender á un pájaro del
gozquezuelo que le espanta con sus ladridos, en un niño español es más
que milagroso por lo inaudito.
Cuántas veces he visto con pena, porque pensaba en los niños y en los
pájaros de España, en paseos y jardines de París á los niños rodeados
de pájaros. Los pájaros eran como los nuestros. ¡Eran los niños los
que no eran iguales! Aquí el niño es el enemigo, el hostigador; allí
era el buen amiguito, el esperado con impaciencia. Y nada excede en
poesía á la realidad cuando compone estos cuadros. Cuando el arte,
al imaginarlos, no pudo inspirarse en ella, nos parece arte falso y
sensiblero.
Nuestro arte, si quiere ser realista, por fuerza ha de ser duro y seco.
¿Dónde están las inspiraciones de dulzura en nuestra realidad?
Los que no sentimos la poesía de lo violento, ¿no hemos de agradecer á
ese niño su inspiración piadosa?
¿No habrá quien le premie por ella? ¿No ha de merecer la atención que
no le hubiera faltado de ser un precoz criminal?
El nombre de ese niño es Francisco Pancorbo, como dije, asilado en
la Paloma. Los amantes de los niños, ¿no harán algo en favor de ese
niño bueno? No estaría bien que se anticiparan los protectores de los
pájaros á recompensarle.
* * * * *
Cuando la política apesta--y nunca apesta como al convertir en cuestión
política la que debiera ser cuestión nacional,--el único desinfectante
eficativo es volver los ojos á otras manifestaciones de la actividad: á
las corrientes aguas, donde va la vida española por más ancho cauce.
¡Si atendiéramos sólo al salón de sesiones del Congreso! ¡Si todo fuera
como la política en España! Por fortuna, fuera de ella, á despecho de
ella, casi siempre se trabaja, se camina y se progresa. Siempre que
nos sorprende alguna novedad agradable es algo que no se ha discutido
en las Cortes ó que pasó por ellas en silencio, en un renglón de los
presupuestos; esos presupuestos que nadie discute, cuya enunciación
basta para despejar la Cámara de diputados y de curiosos.
La admirable instalación de telegrafía sin hilos, en Carabanchel Alto,
es una de estas gratas novedades confortadoras.
¿Por qué nuestros modernos poetas, tan desmayados y luctuosos, por
regla general, no cantan estas cosas? ¿Son menos interesantes que los
parterres de Versalles? Hay para dar razón á los futuristas, con todas
sus exageraciones.
Yo os aseguro que la instalación de telegrafía sin hilos de Carabanchel
Alto bien merece una oda.
El invento pertenece á la Humanidad. Admira y deslumbra á nuestra
inteligencia. Pero aquella instalación es nuestra, es de España;
halaga y conforta el corazón. Y españoles, soldados de su ejército,
son los sargentos inteligentes, modestos, que allí prestan servicio y
han recibido ofertas tentadoras de empresas extranjeras de navegación
y prefieren servir á su patria: á esta patria que no suele ser muy
espléndida con los que trabajan por ella; porque los que trabajan no
intervienen en los presupuestos, y los que intervienen... no trabajan.


XXII

Tres muertos ilustres cuenta la crónica en estos días: Massenet, el
general Booth, y, el más grave de todos, Muley Hafid.
El músico francés no ha tenido á su fallecimiento la Prensa que podía
esperarse de su popularidad en vida. No es que la Prensa francesa y,
por reflejo, la europea le haya escatimado las necrologías; pero los
elogios han sido tímidos.
Desde que un aristocratismo intelectual y artístico ha sentado como
criterio fundamental en sus juicios la razón inversa del mérito con el
aplauso público, es preciso blasonar de independiente y despreocupado
para atreverse á celebrar lo que todos celebran. Por donde sucede que,
cuando una obra empieza á ser aplaudida, es cuando empezamos á dudar de
que merezca serlo. ¡Ah! ¡Si las obras de Massenet no hubieran sido tan
del gusto público! ¡Si Massenet hubiera muerto obscuro y postergado
como Bizet!
Yo no digo que Massenet fuera uno de esos genios musicales definitivos
en una época; pero supo agradar y agradará por mucho tiempo á los que
aun piensan ó sienten que la música no es una tabla de logaritmos. Al
fin y al cabo, genios, lo que se dice genios musicales, ¿cuántos han
sido? Por los dedos de una mano pueden contarse. Y algunos de ellos muy
discutidos por los grandes inteligentes. Por ejemplo, Bach, de quien
yo he oído decir perrerías á personas de muy buen gusto musical. Yo no
entro ni salgo, ni juzgo de música más que por sentimiento. A mí la
música de Bach me suena á capilla protestante, que es para mí el sonido
más antipático que puede tener música en el mundo. A otro gran músico,
César Franck, también se le cedo á ustedes por una friolera. Me parece
un filósofo de esos que pretenden explicar por razonamientos cosas
pertenecientes á la emoción íntima; conciliadores entre la Ciencia y la
Fe, que no concilian nada.
Por todo esto, bien merecía Massenet elogio más fervoroso de la
crítica. ¿Es que sólo puede haber dioses mayores?
En Madrid sólo hemos oído tres óperas de Massenet: _El rey de Lahore_,
_Manon_ y _Werther_. La primera es de las más endebles. Obra estrenada
en la Opera de París, confiado el éxito al aparato escénico, á la
espléndida figura de la Reskée y á la hermosa voz del barítono Lasalle.
_Manon_, mutilada con supresiones importantes, no tuvo al estrenarse
en Madrid favorable acogida. Hasta que no fué cantada por Anselmi, y
después por Anselmi y la Storchio, no logró el aprecio del público.
El estreno de _Werther_ también fué desgraciado. Batistini, primero,
luego, Anselmi, consiguieron rehabilitarla.
Massenet lo intentó todo, con desigual desempeño, pero con laudable
propósito siempre. Soñaba con hacer grande, y, como tantos otros, sólo
consiguió triunfar cuando menos se preocupaba por el triunfo. ¡Vanidad
del artista! En sus obras siempre prevalece un sentido inconciente que
está sobre los cinco sentidos puestos por el artista en su obra.
En las óperas de Massenet hay variedad de asuntos y de estilos.
Historias de amor en _Manon_ y en _Werther_; el cuento de hadas en _La
Cenicienta_; el poema lírico en _Don Quijote_; en _Esclarmonda_ la
mística leyenda; en _Lohengrin_ hembra, donde Massenet aspiró á Wagner
y fué su aspiración dulce suspiro de enamorado más que de creyente.
La crítica hostil llamaba á Massenet el músico de las _cocottes_. Ya
es algo ser el músico de alguien; porque ¿quién no tiene algo de todo
á sus horas? Sólo los espíritus superiores son siempre ellos mismos,
que es ser muy poca cosa. Los demás, á poco que soltemos las riendas,
ya nos interesamos con las peripecias de un melodrama como la _Margot_
de Musset--«¡vive le mélodrame oú Margot a pleuré!»,--ya relinchamos
como sementales rijosos ante un tablado de tangos y garrotines, ya,
como sencillas _cocottes_, nos emocionamos con las chulerías Luis XV de
Manon y de su caballero, puestas en música absolutoria por un músico
amable y francés.
El general Booth, el admirable fundador del Ejército de Salvación,
sólo hubiera podido salir adelante con su obra en Inglaterra. Sólo en
Inglaterra podía salvarse el peligro más terrible de su empresa: el
ridículo. ¿Qué hubiéramos hecho en España con un general Booth? ¿Qué
hubieran hecho en Francia? Sólo en Inglaterra es posible predicar el
Evangelio al son de una murga, entre una estrafalaria mascarada, y sólo
allí es posible sobreponer la intención de la obra á los procedimientos
hasta ser considerado por los Poderes públicos y colaborador suyo en
ocasiones difíciles.
Todavía, al contemplar el retrato del difunto general, publicado
en casi todos los periódicos ilustrados del mundo, una sonrisa de
escepticismo se disimula apenas en labios latinos. ¿Era un santo? ¿Era
un vividor? ¿Un grande hombre? ¿Un chiflado? ¡Ah! ¡Cuántas buenas obras
como la del general Booth se habrán malogrado en el mundo por temor á
que todos pregunten: ¿Quién es el hombre?
¡Y cuántas veces el hombre no puede dar mejor razón de sí que sus obras!
¿Nos da Dios, con ser Dios, otra razón de su existencia?


XXIII

Para la próxima temporada teatral la dirección artística del teatro
Español anuncia obras de casi todos los autores militantes y otras
de autores noveles en el teatro, pero no tan desconocidos que sea
aventurado esperar mucho y bueno de sus obras. Un nombre falta en
la lista, un nombre que está sobre todos, el del propio director
artístico: el de don Benito Pérez Galdós. Por delicadeza, estimada por
todos en cuanto significa, pero inatendible en esta ocasión, don Benito
se niega á estrenar obra suya y á que sean representadas las de su
repertorio; y eso no debe ser.
Cuando, por causas de enojosa explicación, las obras y el nombre de
don Benito Pérez Galdós no figuran en teatros de importancia, y, por
dificultades de interpretación, no pueden ser representadas como ellas
merecen en teatros de segundo orden, el teatro Español es el único
que puede ofrecerlas digno escenario. ¿Habrá un solo autor de los que
tienen obras anunciadas que pueda mirar con recelo la representación
de las obras de don Benito? Todo lo contrario; yo creo que todos se
apresurarán á firmar una solicitud pidiéndole que vuelva de su acuerdo.
Una campaña de Arte independiente, popular, como debe ser la que en el
teatro Español se emprenda en esta temporada, con actores de juveniles
alientos como Matilde Moreno y Francisco Fuentes, no sería completa
si faltaran las obras del maestro glorioso de la novela y del teatro
contemporáneo. Con palabras de _Un drama nuevo_ yo, soldado de fila,
me atrevo á dirigirme al maestro de todos para decirle: «Sed nuestro
general: conducidnos á la victoria.»
* * * * *
Ni en costumbres, ni en leyes, ni en política, en nada se muestra
Francia tan republicana como en el arte de poner en ridículo á cuantos
reyes y soberanos, en activo ó pasivo, transeuntes ó residentes,
caen en ella. No son, por cierto, reyes y príncipes modernos héroes
de tragedia; mas si alguno lo fuera, al llegar á Francia quedaría
convertido en caricatura de opereta. Francia es la Dalila capaz de
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