De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 2

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asfaltada y que hasta los cráneos de los transeuntes fueran de asfalto
para deslizarse con suavidad sobre ellos.
Sobre la Sierra han puesto sus grandes patines dominadores. Bien está
que se expongan por gusto á romperse la cabeza en un ejercicio tan
saludable y tan útil en España; pero ¡exponerse, por sensiblerías
impropias de hombres fuertes, á contagiarse de tuberculosis! Una cosa
es tener valor ante un riesgo seguro, y otra ante un riesgo imaginario.
Sí sabe uno cómo puede matarse, pero ¡cómo puede morir!
En este caso, los higienistas se ven combatidos con sus propias armas.
¡Se ha exagerado tanto el peligro de los contagios! Ya es casi heroísmo
acercarse á un enfermo.
Lo que debieron considerar esos intratables deportistas opuestos á la
construcción del Sanatorio en el Guadarrama es que, más vale prevenir
y curar á los tuberculosos en un Sanatorio apropiado, que no vivir de
continuo entre ellos sin medios de evitar el contagio. ¿Es el nombre
lo que asusta? Pues si en el edificio de la Sierra puede escribirse:
Sanatorio, por todo Madrid puede escribirse: Foco. Véase lo que es
preferible y dónde es mayor el peligro.


VII

Es la Academia Española institución tan aristocrática y conservadora,
que tiene á gala no dejarse guiar en sus acuerdos y en sus
determinaciones por nada que trascienda á dictado de la opinión pública
y democrática. Por esto, tal vez sea contraproducente el movimiento
general de la opinión á favor de la candidatura de la condesa de Pardo
Bazán para ocupar uno de los sillones académicos vacantes.
Aunque tanto blasonan de su mayoría, cuando les conviene, es axioma
de nuestras clases conservadoras que la mayoría no tiene razón nunca.
Pero es, claro está, cuando se trata de la otra mayoría. En España,
tratándose de literatura, la mayoría, por desgracia, es una mayoría
relativa, que solo puede considerarse mayoría como D. Hermógenes
consideraba numerosos los tres ejemplares vendidos de _El cerco de
Viena_, con relación á uno. La opinión general ¡se interesa tan poco
por estos asuntos! Tener cinco mil lectores en España, ya es ser un
escritor popular. Como nuestro poeta más popular hemos celebrado
siempre á Zorrilla, y, aparte _Don Juan Tenorio_, ¡cuántos de los que
conocen la obra ignoran el nombre de su autor! De sus restantes obras,
¿qué razón puede dar el pueblo, lo que se llama el pueblo?
La Academia Española debiera, pues, atender de vez en cuando
indicaciones de la opinión, sin temor á verse atropellada por el vulgo
y mucho menos por el populacho. Los que se preocupan en España por la
literatura, aun los más vulgares, ya constituyen una aristocracia.
En el caso de la condesa de Pardo Bazán no podrá atribuirse la demanda
á espíritu sectario de ninguna clase. La condesa de Pardo Bazán ha
sido siempre una gran señora de las Letras, y ya que tan mal parece á
nuestras clases conservadoras el escritor metido en política--cuando
esta política no es la suya, por supuesto, pues á los suyos bien les
celebran el civismo y la literatura,--no se dirá en esta ocasión que
la política y el sectarismo y las pícaras ideas desnaturalizan el puro
desinterés artístico de lo solicitado.
¿Qué puede oponerse á la concesión? Fundar la negativa en el sexo de
la ilustre escritora sería notoria injusticia, y ni siquiera puede
alegarse como tradición. Justamente las primeras Academias de España,
aquellas Academias de poesía, famosas en lo antiguo, eran presididas y
congregadas por mujeres y las más nobles y discretas damas concurrían á
ellas. Los Juegos Florales, las Cortes de Amor, origen de las modernas
Academias, por la mujer tuvieron vida y espíritu.
Por lo mismo que las Academias son instituciones aristocráticas,
conservadoras, y está bien que así sea y esa es toda su razón de ser,
yo creo que nada puede aristocratizarlas tanto como el ingreso de las
mujeres distinguidas.
Sin negar ni desconocer el mérito de algunos escritores, indicados á
cada vacante por la opinión pública, no dejo de conocer que su sitio
no está en la Academia; desentonan. La Academia no debe atender sólo
al mérito literario. No es en círculo tan selecto como una Academia,
es en cualquier reunión de café, y hay escritores de gran talento
y de grandes merecimientos á quienes no se les puede tolerar de
contertulios...
Por eso está muy justificada la resistencia de la Academia Española á
ciertos nombramientos.
Ahora, tratándose de la condesa de Pardo Bazán, ninguna oposición lo
estaría.
¿Se teme que, una vez abierta la puerta á las mujeres, no habría
marisabidilla ni literata de las perniciosas que no se creyera con el
mismo derecho á ser académica? Esta objeción lo mismo reza con los
hombres. ¡Pues sí que hay entre los escritores varones alguno que no se
crea academizable!
Nos quejamos á todas horas de la inferior cultura y capacidad de la
mujer, y cuando alguna mujer sobresale entre todas, la negamos el
debido premio á sus merecimientos á pretexto de que es mujer.
Hay, además, una razón patriótica para que la condesa de Pardo Bazán
sea nombrada académica. Muy pronto ha de ir á la República Argentina,
quizás á otras Repúblicas americanas. Son pueblos progresivos, donde
la mujer es el alma de la cultura, donde se tiene muy triste idea de
nuestro atraso y de nuestro espíritu tradicionalista. Conviene, ya
que una infanta de España fué nuestra embajadora política con todos
los honores, que nuestra embajadora literaria vaya rodeada de todos
los prestigios y pueda dar testimonio, no sólo de lo que puedan valer
las mujeres entre nosotros, de esto se basta la ilustre escritora
para responder, sino de algo que significa más para nosotros: de cómo
sabemos honrarlas y enaltecerlas. Cuando al saber y al talento se le
regatean satisfacciones en su patria, por donde va, más que grandezas,
va atestiguando mezquindades.
* * * * *
Se anuncia el estreno de una refundición, reducción, adaptación, ó como
quiera llamarse, de _El barbero de Sevilla_, de Rossini, con destino á
los teatros de zarzuela española y de género chico.
Hay quien clama contra esto, que le parece atentado y profanación
contra la ópera de Rossini.
No lo creo así. Si las obras musicales fueran profanadas en cuanto no
se presentan en toda su integridad y en su marco adecuado, profanadas
están todos los días en interpretaciones detestables, en ejecuciones
parciales, en sextetos, pianos, discos fonográficos, etc.
Popularizar y vulgarizar estas obras en condiciones decorosas me parece
obra muy laudable. Sobre que el interés del refundidor y el de los
artistas que han de interpretar estas refundiciones, han de tener en
cuenta con quién y hasta dónde pueden atreverse. Seguramente, á nadie
se le ocurrirá reducir _El ocaso de los dioses ni La Walkiria_.
Pero la música ligera y alegre de _El barbero_, ¿por qué no ha de oirse
en nuestros teatros de zarzuela? En Romea oímos la «Quinta sinfonía»,
de Beethoven, entre las danzas de la Tórtola de Valencia.
El teatro Real es teatro caro. Hay muchos que no pueden ir á la
montaña; hay que llevarlos á la montaña--_El barbero_ no son los
Andes--aunque sea en pedacitos.
Créanlo esos críticos celosos del respeto debido á una obra. No es tan
grave falta descender una ópera al género chico como elevar el género
chico á categoría de ópera.


VIII

La obra literaria, el Arte moderno en general, aun en lo más serio y
meditado, adolecen de inconsistencia, con aire de improvisación, de
algo ligero y provisional.
En cada época hay un género literario dominante que, por decirlo así,
da el tono á toda la literatura de una época. Hay un período literario
épico, hay otro dramático, los hay líricos y los hay novelescos.
En la época actual el género dominante, el que da el tono á toda
la producción artística, es el género periodístico. La literatura
periodística domina sobre todo el Arte moderno.
El poeta lírico, el autor dramático, el novelista, el orador sagrado,
el historiador, pintores y escultores; todos ellos son periodistas
en sus poesías, en sus dramas y comedias, en sus novelas, en sus
sermones, en sus historias, en sus cuadros y en sus estatuas.
La actualidad periodística con alas de mariposa; polvillo de sus alas,
tinta fresca y pegajosa de imprenta, es la musa del Arte moderno.
Por eso cuando los mismos edificios, sólidas obras de arquitectura,
los monumentos escultóricos de mármol ó de bronce nos parecen hojas de
volandera actualidad, más nos sorprende hallar la obra de serenidad y
de reposo en la obra periodística juntamente.
Tal es el libro de _Azorín_ «Lecturas de España», formado con artículos
de periódico que tuvieron su día de actualidad y entran ahora, por
derecho propio, en la eterna actualidad de las obras maestras.
Cuando tantos libros grandes ofrecidos á la inmortalidad por sus
autores, desdeñosos del juicio y del aplauso de sus contemporáneos,
pasaron como pasa el artículo de periódico, este libro de artículos
de periódico sólo ahora parece en su verdadera forma, con su prosa
robusta, sano equilibrio de músculos y nervios, sus juicios certeros,
su noble continente de hidalgo castellano.
Para mí, tan propenso á nerviosismos y destemplanzas, nada tan
admirable como esta prosa de _Azorín_, tan distinta de casi toda
nuestra moderna prosa. Entre tanto asomo de chillones colorines, es la
prosa de _Azorín_ como un buen grabado en acero, como un aguafuerte,
donde claros y obscuros dan la exacta equivalencia de todos los colores
y de todos los tonos.
Tiene este libro, además, para los que siempre hemos admirado á
_Azorín_, aunque alguna vez haya irritado nuestra sensibilidad, la
ventaja, sobre otros libros suyos, de que nada, al leerle, en nuestro
sentimiento protesta contra nuestra admiración.
_Azorín_, como no podía ser menos, parece curado de su «maurismo»
agudo. Ya no cree, como creen los conservadores, que el mundo es sólo
un medio para que don Antonio Maura y don Juan de la Cierva gobiernen
en España.
_Azorín_ es demasiado inteligente, demasiado artista para limitar su
ideal á los ideales de ninguno de nuestros partidos políticos. Su
apasionada ceguedad conservadora fué... natural reacción de protesta
contra los liberales.
Nuestros partidos liberales se dan tal arte que, en España, parece
incompatible el ser liberal y el ser inteligente. Los conservadores
tienen de bueno el no ser liberales; pero el no ser algo es ser muy
poca cosa. Como la única ventaja que tiene un partido español sobre
otro es no ser el otro, lo mejor es echar por la calle de en medio,
aunque se exponga uno á que le miren de mala manera los de una acera
y los de la otra, y más si ven que uno va por su camino sin hacerles
maldito el caso.
Se quejan los políticos del desvío de los escritores, de los artistas.
Pero ¿estiman en algo los políticos á los escritores, á los artistas?
Lo que ellos estiman en el escritor no es la inteligencia, es la
sumisión de la inteligencia.
Los políticos, como las mujeres, no se contentan con dominar en el
corazón si no dominan en la cabeza. No se contentan con que los
perdonemos sus faltas por cariño, quieren que no las conozcamos por
ignorancia. Los políticos y las mujeres perciben claramente, aunque la
envolvamos en palabras de afecto, la mirada de inteligencia que parece
decirles: «Aunque te quiero... te conozco; á mí no me engañas.»
Las mujeres y los políticos odian á todo el que no pueden engañar.
Por eso los hombres inteligentes no son nunca afortunados en amor ni en
política.


IX

En la historia del teatro español, durante la segunda mitad del siglo
XIX, es de gran importancia el estudio de los actores italianos que han
pasado por nuestros escenarios y de su influencia sobre nuestro arte
dramático y nuestro arte escénico.
Los actores italianos han sido siempre los que mejor han realizado el
ideal de la representación escénica: verdad en la poesía y poesía en la
verdad.
Este era el arte de sus grandes trágicos: la Ristori, Salvini, Rossi.
Este es el arte de sus modernos comediantes.
Lo extraño es que, tierra de admirables actores, no lo haya sido de
grandes autores. Italia no ha tenido un Shakespeare, un Calderón, ni
siquiera un Molière. Sus actores, más que del teatro patrio, han sido
por todo el mundo mensajeros y vulgarizadores del teatro de Shakespeare
y del teatro francés.
La Ristori apenas representaba obras italianas: _Medea_, _Fedra_,
_María Estuardo_, _Macbeth_ eran las obras de su repertorio. Alguna
tragedia de Alfieri, como _Mirra_, y la _Francesca de Rimini_, de
Silvio Pellico, eran las únicas obras italianas de su repertorio.
Salvini y Rossi eran los intérpretes de Shakespeare.
Virginia Marini, con su excelente compañía, la mejor compañía italiana
que hemos visto en Madrid, en la que figuraban segundas actrices que
luego fueron eminentes y primerísimas, como la Vitaliani, la Reiter y
la Belli-Blanes, y actores como Ceresa, Cola, Vitaliani y Zoppetti,
nos dió á conocer el repertorio, antes modernísimo, de Sardou y Dumas,
hijo: _Dora_, _Fernanda_, _Rabagás_, _Demi-monde_, _Monsieur Alphonse_,
_La princesa Jorge_, etc.
Estas obras parecían la última palabra del realismo en el teatro. La
falsedad esencial se ocultaba bajo la minuciosidad de los detalles y
el verismo de la presentación escénica. Los árboles no dejaban ver el
bosque.
Después de Virginia Marini fueron la Pía Marchi, Novelli; después la
Mariani, Zacconi, la Vitaliani, Tina di Lorenzo, y entre ellos Emmanuel
con la Glech, primero, después con la Reiter, y, sobre todos, la Duse
incomparable: la divina y la humana, dolorosa del Arte, cuerpo de nube
fulgurada por intensa luz espiritual, resplandeciente en relámpagos de
pasión ó ensombrecida de tristezas profundas como la noche sobre el mar.
Todos estos actores han influído con su arte sobre nuestros actores,
sobre nuestros autores y sobre nuestro público. Han sido educadores
de nuestro gusto y vulgarizadores del teatro extranjero. Gracias á
ellos, nuestro público sabe que hay algo mejor, algo lo mismo, y mucho,
también, peor que lo nuestro.
Hoy su influencia no es tan notoria, las novedades teatrales que pueden
ofrecernos son pocas, y el interés por asistir á sus representaciones
se limita al aprecio del mérito personal de los actores.
Lyda Borelli es la actriz italiana de este año. Llega la última, sin
novedades llamativas en su repertorio, y lucha con desventaja en el
terreno ocasionado de las comparaciones. Pero su figura, su arte, son
tan personales, es tan _ella_, que la comparación más inevitable se
desvirtúa. Lyda Borelli es la última... como el último amor, que nos
parece el primero.
En esa melo-comedia de _Zazá_, que es á _La dama de las camelias_ lo
que la República francesa es al Imperio, en lo social y político, y lo
que Zola es á Víctor Hugo, en imperios y repúblicas literarias, Lyda
Borelli consigue, con ser obra de tantos recuerdos, que no recordemos á
ninguna otra actriz; y esto, sin preocuparse de no recordar á ninguna,
sin rebuscar nuevos efectos ni caer en extravagantes originalidades. La
mayor originalidad de Lyda Borelli es ésa: que no pretende ser original.
Y, por eso mismo, lo es, del único modo que se puede ser original en
Arte: por sentimiento propio, íntimo.
Lyda Borelli, sobre todas las excelencias de su arte, posee la
_gracia_; la gracia, en el sentido artístico de la palabra, más cerca
del teológico que del vulgar significado. Es la gracia, ese don de
esclarecerlo todo, de ver alegría hasta en la tristeza; en una armonía
de la inteligencia y del sentimiento, que siempre es claridad.
Esa gracia que es todo el arte griego y pone la divina alegría de
comprender sobre el humano dolor de sentir; como la serenidad del
mármol, en la escultura, ennoblece el dolor inquietante de la carne.
El arte de Lyda Borelli culmina en _Salomé_, de Oscar Wilde.
Ella consigue lo que no pudo conseguir el desdichado poeta inglés en su
obra ni en su vida: con nervios modernos, actitudes esculturales.


X

La Exposición Beruete, con fervorosa atención ordenada por el cariño
filial y el noble afecto de un insigne artista, Sorolla, quizás haya
sido una revelación para lo que hemos convenido en llamar el gran
público.
Aquí, donde el Arte sólo es cultivado por los pobretes, nadie suele
tomar en serio las aficiones artísticas de un gran señor que para nada
necesita del Arte. El título de buen aficionado es el más alto á que
puede aspirar.
Que don Aureliano Beruete era un admirable paisajista han de
reconocerlo ahora todos al visitar la Exposición de sus obras, y esta
hora de justicia quizá sea para muchos de remordimiento.
Con ser un gran lírico del paisaje, como lo es todo gran artista,
era Beruete, como todos los grandes líricos, un espíritu abierto y
receptivo que en todo se transformaba, en vez de transformarlo todo á
la propia comodidad de una manera y de una técnica, como tantos falsos
líricos del Arte. Conviene no confundir el carácter con la tozudez, y,
en el artista, la personalidad con el amaneramiento.
Ha de ser el artista, como la luz del sol, más admirada en cuanto
alumbra al esparcirse que en el sol mismo. Y ¡el sol es un gran lírico!
Toledo, Guadarrama, Avila, Suiza, nada perdieron de su objetividad, con
ser tan diversa, porque todo fué contemplado sin la preocupación del
procedimiento. No era el paisaje el que se acomodaba á la técnica; era
la técnica la que se acomodaba al paisaje.
No es siempre lo que más se admira lo que más enamora. Para mis
simpatías hay, entre todos, un cuadro; una vista de Madrid, castiza
como un sainete de Ricardo de la Vega: entre solares y tapias de
ladrillo rojo, desmontes areniscos, unas pobres casuchas bajas, y,
sobre ellas, una de esas casas madrileñas, tejado color de puchero,
balcones de colorines, la fachada con sucio revoque amarillento, y el
sol de Madrid alegrándolo todo; el sol, que rosea y dora los sucios
revoques descoloridos como si fueran mármoles y jaspes de palacios
señoriales.
Es preciso ser muy madrileño para hallar poesía en estas cosas. Es
preciso ser muy artista para saber decir á los demás: Aquí hay poesía.
* * * * *
Los países meridionales, tan calumniados por las personas serias,
ejercen una gran atracción sobre los artistas y los escritores del
Norte. Italia, España, su Arte, su Historia, son de continuo estudiados
por ingleses, alemanes, rusos y escandinavos.
Ahora es el dinamarqués Joerguensen, enamorado de San Francisco de
Asís, peregrino fervoroso por los lugares que en su vida recorrió aquel
caballero andante de Cristo, vestido el sayal de la fuerte humildad por
toda armadura.
Es el sueco Bratli, estudioso investigador de la vida y la obra de
Felipe II, con imparcialidad desacostumbrada en autores extranjeros,
y aun nacionales, al tratarse de rey tan desgraciado con los
historiadores como con los novelistas y autores dramáticos.
De estos últimos, el que le ha presentado con menos sombríos colores ha
sido el más cercano á sus días, el español Enciso, en su comedia _El
príncipe Don Carlos_.
El escritor sueco, en su monografía, pretende, y no en vano, esclarecer
la sombría figura del monarca español, tan mal estudiada y comprendida
por sus apologistas como por sus detractores.
Se considere la Historia como Ciencia ó como Arte, sólo cabe poner en
ella el calor de una pasión, la pasión por la verdad.
La obra de Bratli debe ser agradecida por los españoles. Nuestra
Historia corre por el mundo en libros extranjeros y en libros casi
siempre inspirados por odios y antipatías. Diríase, al leerlos, que
sólo en España hubo Inquisición; que sólo en España hubo persecuciones
religiosas, cuando fué, en realidad, donde hubo menos; que sólo España
conquistó y colonizó cruelmente, y que sólo la Ciencia y las Artes
españolas padecieron bajo la presión de la Iglesia y del Poder real. Y
no es lo malo que los extranjeros hayan contado así nuestra Historia;
lo peor es que nosotros la hemos aprendido también en sus libros, sin
tomarnos el trabajo de aprender las Historias de otras naciones, para
comprender cómo, calumniados y todo, la nuestra no desmerece nada.
Felipe II era el soberano más noble, más culto y más humano de su
tiempo. Su mayor defecto fué el que tan donosamente le señaló don Juan
Valera: el de ser un tanto _engorroso_. Y esto fué lo que alabaron en
él de prudencia.
* * * * *
El alcalde de Madrid se ha creído en el caso de amonestar al
concesionario del teatro Español, el sabio doctor Madrazo, por la
baratura del precio en las localidades.
Yo creo que el Ayuntamiento debiera agradecer el desinterés del señor
Madrazo y congratularse de que un teatro municipal sea, por fin, un
teatro popular, por sus precios, al alcance de las clases menos
acomodadas.
¿No es deber del Ayuntamiento procurar por todos los medios el
abaratamiento de las subsistencias? ¿Quieren que el teatro español sea
un teatro aristocrático? Entonces debieron empezar por no concedérselo
al doctor Madrazo, tan conocido por sus ideas democráticas y
republicanas.
Entonces, si un millonario generoso se ofreciera como empresario del
teatro Español para obsequiar al público con funciones gratuitas, ¿no
se le concedería el teatro?
Además, ¿cree el Ayuntamiento que es el precio de las localidades lo
que da ó quita al teatro el decoro debido á sus prestigios?
No es al precio, sino á la calidad del espectáculo á lo que debiera
atender el Ayuntamiento.
Bien está á peseta el chocolate de á peseta. El Ayuntamiento, en este
caso, al contrario que en el sabido cuento, lo pide más caro, sabiendo
que peor es imposible.


XI

Dice una antigua canción inglesa, parafraseada por Dante Gabriel
Rossetti: «El mar no tiene más rey que Dios».
Los archimillonarios, reyes del mundo, pasajeros del _Titanic_,
navegaban sobre el mar con toda confianza, seguros de haberle vencido.
En un palacio, fortaleza flotante, con la garantía de haber pagado
muchos miles de francos por el pasaje. La travesía, alegre: fiestas,
bailes y músicas y amoríos viajeros de esos que no comprometen á nada.
¿Naufragar? ¿Hundirse? ¿Quién pensaba en eso? El barco poderoso, con
toda su fuerza, con todas sus seguridades, era, en medio del mar, como
un símbolo de un Estado social capitalista, defendido por cañones y
escuadras pagados á buen precio, como el pasaje en el transatlántico de
lujo.
Algunos de aquellos millonarios, grandes industriales, hombres
de negocios, quizás buscaban en viaje de recreo descanso á sus
preocupaciones, al malestar causado por una huelga obrera en sus
fábricas, en sus industrias. Y las olas del mar les parecían de
mansedumbre; no amenazadoras, como las olas proletarias. Era el mar un
reposo y una caricia. ¿Cómo habían de imaginarse que pudiera ser el
vengador?
Vencieron la huelga de los hambrientos y no contaban con el hambre
vengativa del mar.
Ya no se ofrecen víctimas humanas en sacrificios religiosos. Pero hay
una divinidad justiciera para ordenarlos. Y esta imprevista nivelación
ante el dolor y la muerte es tal vez el único destello de justicia que
resplandece sobre la tierra.
Víctimas expiatorias son estos millonarios. Con su muerte ponen
inquietud sobre la soberbia de los poderosos y paz sobre el odio de los
miserables.
¡También los grandes transatlánticos pueden hundirse en un momento!
Entre ellos y las pobres embarcaciones veleras, donde van á ganarse
la vida pescadores y marineros de ventura, ya puede haber algo de
simpatía. ¡El mar no tiene más rey que Dios! Más grande y más fuerte
que la tierra, ni siquiera el dinero.
* * * * *
Y el mar no cuenta sus historias con ruinas, epitafios ni monumentos,
como la tierra, vieja comadre, que nos va señalando á cada paso: «Aquí
fué Troya», «Estas son las ruinas de Nínive», «Esta fué la Acrópolis
de Atenas». En la mayor desolación hay siempre rastros visibles sobre
la tierra, efemérides de su historia. En el mar no hay señales ni
vestigios de ruinas ó grandezas. El mar no dice historias, sólo nos
dice: ¡Eternidad!
Por eso en él se templan las almas mejor que en la tierra. Unos pobres
músicos, los últimos tripulantes del barco, sin duda, que tal vez en
el incendio de un teatro, en una catástrofe terrestre, hubieran sido
los primeros en huir y en defender su existencia precaria de músicos
jornaleros, ante el mar se agrandaron como héroes de epopeya y fué su
pobre música destemplada un himno al espíritu: el salmo religioso en
que acepta el Dios de misericordia la música de valses y rigodones que
animó el danzar frívolo de los millonarios durante la alegre travesía
de recreo.
* * * * *
Monsieur Le Bargy, el ex socio de la Comedia Francesa, en reciente
entrevista con el travieso _Duende de la Colegiata_, ha juzgado con
despectiva frase á los actores italianos.
Al decirle el inquieto duende que los actores italianos ensayan las
obras con mayor prontitud que los franceses, el celebrado actor hubo de
replicar: ¡Así las hacen!
¿Cree el aplaudido intérprete de _El marqués de Priola_ que es tanta la
diferencia y siempre en favor de los actores grandes actrices?
Ni por artistas, individualmente considerados, y por compañías, en su
conjunto, mucho menos, creo, y conmigo el público madrileño, que la
desventaja está de parte de los actores italianos.
Entre los actores franceses los hay excelentes ¡quién lo duda! Pero,
sea por culpa suya ó de los autores que para ellos escriben, lo cierto
es que su trabajo se limita á una especialidad. Ni Sarah, ni la Bartet,
ni la Réjane han interpretado en toda su carrera artística la variedad
de obras y de personajes distintos que nuestra María Guerrero ó
cualquiera de nuestras actrices.
Ahora mismo, en el último retrato de Sarah, intérprete de la obra
_Isabel de Inglaterra_, vemos á Sarah, la de siempre, vestida... como
Sarah, no como la reina Isabel; peinada... como Sarah... La misma Sarah
que se presentó rubia en _Cleopatra_ y ha sido Sarah eternamente; como
Guitry es Guitry siempre y Mounet Sully es Mounet Sully en cuantas
obras interpreta.
Actor por actor, ni Sarah es la Duse, ni ninguno de los actores
franceses que nos han visitado es comparable á Zacconi, á Novelli, á
Emmanuel, á Ceresa, á Flavio Andó; ni las compañías francesas, la de
Antoine inclusive, han presentado nunca un conjunto como cualquiera de
las compañías italianas.
En arte escénico no hemos podido aprender nada de los franceses; de los
italianos, sí.
Los actores franceses van demasiado poseídos de su superioridad por
esos mundos. Ya es hora de que se vayan desengañando.
Y conste que soy el primero en admirar á los buenos actores franceses
y, entre ellos, á M. Le Bargy, á quien es lástima que el público
madrileño no haya podido admirar como galán joven cuando, al sustituir
á M. Delonnay en la Comedia Francesa, era excelente intérprete de las
comedias de Musset.
Hoy, como primer actor, _grand premier sole_, habría algunos reparos
que ponerle. Pero no es cosa de complicar la cuestión de Marruecos.


XII

El actor M. Le-Bargy me ruega que inserte en esta sección la siguiente
carta. Así lo hago con sumo gusto y fina voluntad.
«Sr. D. Jacinto Benavente.
Muy señor mío: He tenido ocasión de decir á uno de sus compañeros
que la improvisación en cualquier arte no me parecía un buen
mecanismo de perfección en el trabajo y que para la _mise en scene_
de una obra dramática prefiero, á los bruscos procedimientos de
los comediantes italianos, el sistema de los ensayos lentos y
minuciosos que han adoptado los teatros de París. Con tal motivo,
se ha lanzado usted á la guerra como un conquistador y ha declarado
que en la interpretación dramática, París ha sido eclipsado por
Roma.
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