De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 6

Total number of words is 4589
Total number of unique words is 1546
34.6 of words are in the 2000 most common words
46.7 of words are in the 5000 most common words
53.9 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
hora? Si fuera asunto de cinco minutos... Pero, no; ¡zás, zás, zás, y
ya estáis en el infierno!
Por fortuna, las guerras modernas son un lujo muy costoso. Lo único
barato en ellas, por eso es lo único que puede derrocharse, es el
factor hombre. Un soldado, con su ración y todo, vale bastante menos
que los cartuchos por él disparados.
Esta baratura del factor hombre es consecuencia del poco coste de
producción.
En esta guerra de los Balkanes se ha dado el mismo edificante
espectáculo que solían dar en otros tiempos algunos príncipes
cristianos aliándose con el Gran Turco por enemistad con otros
príncipes cristianos. Mal disimuladas, por el buen parecer, las
simpatías de la culta y cristiana Europa estaban, en esta guerra, del
lado turco. No quiero pensar mal; pero sospecho que hasta oraciones, en
templos muy católicos, se han elevado al cielo en favor de las armas
mahometanas.
Los turcos tenían su deuda muy bien repartida. Los otros desgraciados,
por no tener, no tenían ni acreedores. ¿Qué interés podían inspirar á
nadie?
Todavía, después de las victorias conseguidas, han de esperar á que las
grandes potencias las den por buenas; porque los turcos habrán perdido
muchas batallas, pero ¡pensar que Europa va á perder su dinero!
Como que no hay quien mire por uno como los acreedores. Por
patriotismo, debiera procurar el Gobierno español, al levantar el
anunciado empréstito de 300 millones, que se cubriera en el extranjero;
de ese modo, tal vez en situaciones apuradas contaríamos con la
simpatía y el interés de otras naciones fuertes; interés y simpatía
que nos faltaron en momentos muy críticos, quizás porque no estábamos
bastante entrampados con el extranjero.
Todo el arte de la guerra moderna está en enzarzarse, no con quien
pueda menos que nosotros, sino con quien deba menos.
* * * * *
Tan vulgar tópico era el de la alegría española que, por extremosa
reacción, han sido muchos los escritores á rectificarle con la
contraria afirmación de nuestra tristeza. Yo no sé si seremos alegres;
pero tristes, de ningún modo. El pueblo español no es un pueblo triste;
es un pueblo duro, que no es lo mismo.
De que no somos tristes es buena prueba nuestro modo de celebrar la
conmemoración de los difuntos. ¿Puede darse menos emoción, menos
recogimiento espiritual, menos ternura, en una palabra?
La gente pasea por los cementerios como por un jardín; ríe y bromea
y comenta con chistes los epitafios. Esto no puede llamarse alegría,
ni siquiera desprecio á la muerte, por fe religiosa ó por elevado
estoicismo filosófico; esto es, sencillamente, dureza; esa dureza
agresiva que está en la entraña de la vida española. En el hogar, en la
vida pública, en el Arte. Por eso hemos sido siempre tan retóricos; por
eso tenemos tantas fórmulas de cortesía y de cumplimientos. ¡Nuestra
naturalidad es tan áspera!
La fiesta de los muertos debiera serlo de gratitud para los muertos
gloriosos, para los buenos muertos... Y el amor acude á las sepulturas
en el primer año, la vanidad hasta cinco; mas la verdadera piedad del
recuerdo no tiene flores para los poetas, ni para los héroes, ni para
los humildes... ¡Allá nos esperen por muchos años!, dicen los que viven
á gusto. ¡Están muy ricamente!, dicen los que viven desesperados. Y
así, entre el egoísmo satisfecho de los unos y el egoísmo desesperado
de los otros, los vivos van á la muerte, los muertos al olvido, y la
vida española es muy alegre, si alegría es que nada importe, y muy
triste, si tristeza es no amar la vida, en verdad, ni alegre ni triste;
dura como el odio: la única pasión sin risas y sin lágrimas.
* * * * *
_Don Juan Tenorio_, casi desterrado de Madrid, ha encontrado espléndido
refugio en Barcelona. En quince teatros, lo menos, se ha representado
allí en estos días.
Si no supiéramos que en Barcelona ha triunfado también durante
muchos años, y aun sostiene muy bien su cartel, el señor Lerroux,
que es el Don Juan Tenorio de la política española, por lo seductor,
por lo audaz y por lo de bajar á las cabañas y lo de subir á los
palacios--presidenciales, se entiende,--pudiera creerse que la
predilección del público de Barcelona por héroe tan nacional como Don
Juan Tenorio tenía mucho de ensañamiento despectivo: ¡Vean el personaje
que nos mandan esos castellanos!
Pero no; no hay segunda ni pérfida intención. El público de Barcelona
se entusiasma con nuestro Don Juan, como ya no nos entusiasmamos
nosotros. ¡Señales de los tiempos!
Váyase por el proyecto de mancomunidades, que tiene en Madrid más
decididos partidarios que en Barcelona.


XXX

En la sesión dedicada por el Ateneo de Madrid á la gloriosa memoria de
Menéndez y Pelayo, al oir algunos fragmentos de sus obras, sabiamente
glosados por el señor Bonilla San Martín en su magistral estudio de
las obras y del espíritu del gran don Marcelino; al sentir cómo la
prosa cálida, vibrante, toda emoción, toda elocuencia, del insigne
polígrafo conmovía hondamente al auditorio, pensaba yo cómo se debiera
en España, á imitación de Francia y de Inglaterra, sobre todo, publicar
selecciones de las obras maestras; medio eficacísimo para vulgarizar el
conocimiento de muchos escritores que, como Menéndez y Pelayo, por no
haber escrito siempre obras de un interés general, sólo consiguen ser
leídos por los especialistas interesados en aquellas materias.
Dije en otra ocasión que Menéndez y Pelayo era más admirado que leído.
Y no hay que espantarse por ello. Hay dos clases de lectores: los
estudiosos, atentos con preferencia á las obras que pueden servirles en
sus investigaciones especiales, y los desocupados, atentos sólo á la
amenidad de los libros; lectores de novelas, de poesías, de cuentos.
La obra total de Menéndez y Pelayo, cada una de sus obras en
particular, aunque nadie como él, por ser tan artista y tan poeta y
tan creador, supo dar amenidad y calor de vida á la crítica erudición,
todavía mantiene á respetuosa distancia á los que muy especialmente no
se interesan por la crítica y la historia literarias.
Una esmerada selección de sus obras, á semejanza de las muchas
publicadas en Inglaterra, de Ruskin, de Carlyle, de otros grandes
escritores, facilitaría la lectura de lo bueno á los asustadizos de lo
mucho.
En España no sabemos ser oportunistas; siempre por los extremos: ó todo
ó nada.
¿No convendría refundir, aligerar muchas de nuestras obras clásicas?
¿Es preferible que permanezcan ignoradas del todo? Ya sé que sus
admiradores incondicionales, muchos de los cuales las admiran de oídas,
no dejarían de clamar: ¡Profanación! ¡Sacrilegio!
Profanación sería recortar, borrar y repintar una pintura de Velázquez
ó de Goya, pues los cuadros sólo tienen un ejemplar. Pero una obra
literaria no padece detrimento por estas experiencias. Siempre queda el
original para los que quieran admirarla y estudiarla en su integridad.
Quevedo, Gracián, Saavedra Fajardo, otros grandes escritores, hoy
tan poco leídos; _La Celestina_, _Guzmán de Alfarache_, otras muchas
excelentes novelas, ¿perderían algo con estas selecciones?
De Inglaterra nos llegan todos los días libros pequeños, libros
amables, lindos como juguetes, con pensamientos y trozos escogidos
de los grandes poetas y escritores. Para quien de ellos sabe, son un
recuerdo, una flor del jardín, una rama del bosque; para el que nada
sabía, son una iniciación, tal vez la puerta de oro que se abre al
jardín encantado.
Pongamos estos libros ligeros en las manos perezosas, ante los ojos
distraídos de las almas frívolas, que vayan perdiéndoles el miedo...
El libro español trae siempre un severo ceño de maestro; es preciso
alegrarle con la sonrisa del buen amigo.
* * * * *
Por fin, el señor jefe superior de Policía, tan riguroso cumplidor de
la ley de protección á la infancia, cuando de espectáculos teatrales se
trataba, se ha convencido de que lo menos perjudicial, el trabajo menos
penoso para un niño es el de representar un corto papel en el teatro.
Era ridícula esa severidad en el trabajo de los niños en el teatro,
cuando á todas horas del día y de la noche andan infelices criaturas
tiradas como perros por esas calles; cuando niños de cuatro y de cinco
años vocean periódicos á las altas horas de la madrugada; cuando hay
vendedoras de periódicos y décimos de lotería, menores de edad, que,
como los horteras complacientes, siempre le preguntan al comprador:
¿Desea usted algo más? No hablemos de los botones y recaderos de
Círculos y hoteles que, por razón de su oficio, muy semejante, en
ocasiones, al que Cervantes tenía por muy necesario en toda república
bien ordenada, han de enterarse y entender de todo.
Y ya que de niños hablamos, á las muchas personas que á mí se dirigen,
interesadas en la buena obra del «Desayuno escolar» y de las Cantinas,
les diré, que, nombrada una Comisión, ella es la que ha de disponer lo
más conveniente.
A mí estas andanzas, por ahora, no me han traído más que disgustos y
molestias. A disposición de la Comisión está lo recaudado por mí; y en
cuanto á la nube de pedigüeños que de continuo me envía solicitudes y
memoriales, ha de saber que el cargo de académico no tiene asignadas
rentas ni sueldos; que agradezco mucho las postales alegóricas, mesas
revueltas, platos pintados y otras chucherías, como toda prueba de
admiración, siempre que sea, por lo menos, gratuita. Sí, por Dios.
«¡Basta de aplausos ya, bravos pecheros!»


XXXI

Un crimen es un caso de una enfermedad social, que puede ser endémica
ó epidémica. Por eso todo crimen debe ser asunto de meditación, de
recogimiento de nuestra conciencia. No caigan todo el horror y toda la
culpa sobre el _caso_, tan irresponsable como el palúdico que en su
organismo debilitado recogió los miasmas perniciosos, inofensivos para
el fuerte.
¿El anarquista? Si le consideráis como un hombre de ideas, _sus
ideas_, ya le enaltecéis demasiado y al mismo tiempo eludís vuestra
responsabilidad. El anarquista viene á ser lo que en Teosofía llamamos
una forma de pensamiento, un elemental artificial, producto de esa
misteriosa energía animada por nuestros pensamientos, buenos ó malos,
de amor ó de odio.
¿Sabéis de qué está hecho un anarquista? Del espectáculo del lujo
insolente, de la ociosidad parasitaria, de la envidia que calumnia y
murmura, de la intriga y del favor encumbrados, del mérito desconocido,
de la justicia recomendada, y, sobre todo esto, de mil ligerezas que
consideramos insignificantes: amenidades, pasatiempos de la vida
diaria...
El orador que, por redondear un discurso con una frase de efecto,
preconiza el atentado personal contra el enemigo político á quien
después saluda respetuoso, á quien por sí mismo ó por tercera persona,
pedirá algún favor, á quien estima personalmente, á quien sería incapaz
de ocasionar el menor daño.
El escritor--y entremos todos--malabarista de frases que desmiente
en privado lo que escribió en público, y esas graciosas charlas que
desgranamos en los Círculos, en los cafés, y esas indignaciones que no
llegan á perturbar nuestra digestión... ¡Qué país este! ¡Los políticos!
¡El chanchullo! ¡El negocio sucio! ¿Sabe usted por qué se ha hecho
esto? ¡Todos lo mismo!...
Y todo ello, un día y otro, va condensándose en una forma de
pensamiento, en ese elemental artificial, ávido de tomar vida y
cuerpo, y, al fin, como espíritu diabólico en los antiguos posesos,
se entra por el cerebro débil del mastoide, ya perturbado con pobres
lecturas, se adueña de él y le deslumbra con la idea fija de ser el
reparador, el justiciero. Una idea fija siempre parece una gran idea,
no por ser grande, sino porque llena todo un cerebro. Y el brazo se
arma, y el crimen, como el rayo, hiere brutalmente, sin elección,
sin descernimiento... Un zarpazo de fiera desgarra una página de la
Historia. Los más inconscientes culpan al criminal, los más cándidos
á la Policía, los más solapados aprovechan la ocasión para culpar al
enemigo, para pedir represión violenta, prevenciones extremadas. Todo
se vuelve aspavientos sobre el _caso_. No es el caso, es la enfermedad,
endémica ó epidémica, lo que importa.
Hagamos escrupuloso examen de conciencia social, y todos tendremos de
qué acusarnos. ¿Quién no ha sembrado un granito de anarquismo? ¿Quién
no ha perturbado con algún pensamiento de odio?
¡Hay que reprimir, hay que escarmentar, hay que suprimir! Ya se sabe:
al energúmeno siempre responde el energúmeno.
No; no es por el campo exterior por donde hay que dar la batida;
intrinquémonos dentro de nosotros mismos, y será más segura caza y más
acertado remedio.
Cuando ocurre un caso de enfermedad contagiosa--y ninguna tan
contagiosa como el crimen,--desinfectar la vivienda es muy importante,
por lo pronto; pero es más importante sanear toda la ciudad, todo el
ambiente.
* * * * *
La sesión del Congreso suspendida en señal de duelo por la muerte del
presidente del Consejo, fué de tan glacial severidad, que no parecía
sino que la mano trágica de la _Intrusa_ atenazaba todos los corazones.
Aquello fué hielito puro. Dícese que los grandes dolores son mudos y
que el verdadero sentimiento nunca es retórico. No lo creo yo así;
antes creo que el dolor, como todo sentimiento verdadero, son los
más grandes retóricos; que no fué la retórica la que dió reglas al
sentimiento, sino el sentimiento á la retórica.
Y la verdad es que un poco de retórica no hubiera sentado mal en
aquellos momentos. Se abomina, sin razón, de la retórica, y tal vez
creyóse dar más solemnidad al acto con aquel laconismo sin arte y sin
artificio.
Pero aquella elegante concisión, aquella noble sobriedad, no fueron
apreciadas en toda su delicadeza ni por los diputados en el Congreso,
ni por el público después.
El alma de la multitud es amplia y, como en los amplios lugares, se
pierden en ella los matices delicados; necesita de frases sonoras,
calurosas, vibrantes. Sin duda los oradores lloraban de verdad en
aquellos momentos; pero el público no pudo apreciar el valor de
aquellas lágrimas sin palabras...
Y es que el Arte será una mentira, pero es insustituíble para comunicar
verdades.


XXXII

El decreto para organización de la Policía ha promovido discusiones. La
Policía es uno de los organismos sociales más difíciles de acomodar á
gusto de todos. Si pretende ser previsora, es casi imposible que lo sea
sin profanar á cada paso las libertades públicas y hasta el sagrado de
la vida privada. Las indagaciones secretas, los informes privados, las
fichas; en una palabra, todo lo que viene á ser higiene en la Policía
es antipático á los ciudadanos. Sin perjuicio de censurarla airadamente
y de pedirle estrecha cuenta de la imprevisión, cuando no ha podido
evitar un delito, por falta, muchas veces, de esa higiene preventiva y
molesta.
¿Cómo conciliarlo todo? Llamamos inquisitorial á la Policía si se
excede en sus previsiones, y la censuramos por inepta si no es capaz de
impedir un delito ó, si cometido, no lo descubre y esclarece en todos
sus pormenores.
Sobre la Policía pesa una triste tradición en nuestro país, desde los
alguaciles siniestros de nuestras novelas picarescas y sus cuadrilleros
pavorosos hasta el polizonte del absolutismo y el guindilla de nuestras
jaranas populares. No se dignifica una institución en un día. ¿Qué
es preciso para ello? Que nadie considere vergonzosa la profesión de
policía, que nadie se desdore por ser auxiliar suyo.
Indicado el nombre de un distinguido personaje político para la
Jefatura de Policía, ¿no hemos leído la rectificación desabrida, como
de quien rechaza una injuria? Pues es preciso que la Policía llegue á
ser estimada como profesión noble.
Para ser un buen jefe de Policía son necesarias condiciones superiores
de inteligencia. Hay que ser hombre de mundo, ante todo, y no de un
solo mundo. Hay que ser gran psicólogo, para saber tratar las leyes
como á las mujeres; esto es: lo mismo cuando se las atropella que
cuando se las respeta, parezca siempre que es por amarlas, sobre todo.
En nombre del amor están justificados todos los atropellos. Un buen
jefe de Policía debe poseer con las leyes el supremo arte en que fué
maestro Don Juan Tenorio con las mujeres: el de violador que enamora;
al que, cuando atropella, se le dice: ¡Gracias!
* * * * *
En París se ha conmemorado el trescientos cincuenta aniversario del
natalicio de Lope de Vega. En un teatro de los llamados allí «à coté»
se ha representado, precedido de una interesante conferencia, un acto
de _La estrella de Sevilla_, otro de _El mejor alcalde, el rey_, unas
escenas de _La Dorotea_, no representadas nunca, ni en España, decía
el cartel, y unas escenas de _El castigo sin venganza_. Todo ello
traducido con cierta libertad, pero muy lindamente.
Aquí se ha representado por estos días _El anzuelo de Fenisa_, una
de las más primorosas comedias de Lope de Vega. Ya sabemos que estas
obras antiguas, nunca viejas, no pueden despertar hoy la viva emoción
de cualquier obra moderna. El teatro, como la oratoria, como el
periodismo, vive de lo actual y su mayor gracia es lo efímero; como en
la flor, como en la mariposa. Son contados los genios poderosos que en
la oratoria, en el teatro ó en el periodismo lograron «eternizar el
instante».
Pero causa tristeza la displicente actitud de nuestro público ante
esas obras. Ello revela una incultura, un alejamiento de nuestra
historia, una incapacidad de ponerse en situación, todo ello á base
de ignorancia, que mal pretende disfrazarse de sabiduría, echándolo á
elegante escepticismo.
Dentro de poco nuestro teatro clásico será letra muerta. Y lo malo es
que no lo habremos sustituído en nuestra admiración con el teatro de
Ibsen ni con el de Mæterlink.
* * * * *
El doctor Moliner anda por Madrid en busca de... cien millones de
pesetas, nada menos. El doctor Moliner no es hombre para desistir de
su propósito. Esos cien millones son su idea fija. Tener en España
una idea fija, constituirse en incansable propagandista de ella,
sacrificar comodidades, posición social, por esa idea, es sentar plaza
de loco ó, por lo menos, de monomaníaco.
Las ideas son bonitas para exponerlas un día en un brillante discurso,
en un artículo vibrante, en una crónica de actualidad; pero ¡por Dios!,
no conviene insistir sobre ellas...
A mí me advirtieron: Ya verá usted; el doctor Moliner le irá á ver á
usted, le hablará á usted de sus cosas, le dará á usted la lata; no
sabe hablar de otra cosa.
Y el doctor Moliner vino á verme y le oí con admiración, y volví
á oírle en la conferencia que dió en el Ateneo sobre lo mismo;
conferencia, por cierto, que no ha merecido una noticia en muchos
periódicos, y el doctor Moliner tendrá en mí otro incansable
propagandista de su locura, de su lata, como quieran llamarla.
Esa locura, esa lata, es pedir al Gobierno cien millones de pesetas
para Sanatorios marítimos, para colonias escolares, para escuelas
higiénicas... Es un presupuesto que pudiéramos llamar de la salud, de
la vida. ¡Ya veis si la cosa es disparatada! Las Sociedades obreras de
Valencia lo piden en respetuoso mensaje, de que es portador el doctor
Moliner.
Las Sociedades obreras de Madrid, la Casa del Pueblo, no se han dignado
tomarlo en consideración.
Manifiesta señal de la funesta orientación revolucionaria de esas
Sociedades.
No quieren tener que agradecer nada para conservar en toda su plenitud
el derecho á la queja; opinan como el sabio, en la comedia de Calderón,
que:
A trueque de quejarse,
habían las desdichas de buscarse.
Ya lo dicen en carta dirigida al doctor Moliner: «Todo eso no es más
que un calmante...»
Lo quieren todo ó nada. ¿Todo? Y ¿qué es todo en la vida? ¿Qué es todo
si no es un poco cada día, un paso en el camino de la perfección?
¿Serían ellos capaces de revolucionar su mundo interior en un día? ¡Y
de lo que no son capaces en su espíritu, se creen capaces con el mundo
entero!
Por lo mismo que así desvarían, hay que darles eso que ellas llaman
calmante, á pesar suyo, contra su voluntad; voluntad que ni siquiera
interpreta la voluntad de todos, como lo muestra ese mensaje de las
Sociedades obreras de Valencia.
El Gobierno del señor conde de Romanones puede hallar el mejor programa
de su política en ese «calmante», en ese presupuesto de salud, de
vida.


XXXIII

En el número de _El Libro Popular_, correspondiente al 5 de Diciembre,
en un artículo titulado «El príncipe de los dramaturgos», referente
al autor francés M. Curel, escribe don Enrique Gómez Carrillo lo que
textualmente copio:
--¡Curel!--os oigo murmurar--¿quién es Curel?... En castellano
nunca hemos visto ninguna de sus obras.
Con su nombre no, efectivamente. Pero hay una comedia suya que fué
traducida por Benavente y que obtiene desde hace diez años el más
grande de los éxitos en España y en América. Me refiero al «Repas
du lion», que en nuestra lengua se titula «La comida de las fieras».
--Pero--vais, sin duda, á decirme con justa malicia--¿por qué esta
pieza figura como original entre las obras de Benavente?
--Sin duda por razones de empresa--os contestaré, repitiendo una
frase del mismo dramaturgo madrileño.
Una comedia que se da como traducida, no tiene nunca, para las
compañías, la misma importancia que una comedia nueva.
En todo caso, si el autor de «Los intereses creados», que es, ante
todo, un hombre de honor, se apropia la paternidad del «Repas
du lion», no por eso deja de entregarle los derechos que le
corresponden al verdadero autor. En las cuentas que la Sociedad
de Autores, de Madrid, manda cada trimestre á la Société des
Auteurs, de París, los productos de «La comida de las fieras»
figuran siempre en el haber de Curel. Entre gente del oficio esto
no es un secreto para nadie. El gran Joaquín Dicenta, que tan
admirablemente ha presidido el Sindicato de los comediógrafos
madrileños durante algunos años, da testimonio de que en cuanto los
«auteurs» parisinos reclamaron en nombre de uno de sus asociados la
paternidad de la obra castellana, Jacinto Benavente fué el primero
en reconocer que su «Comida de las fieras» no era, en efecto, sino
un arreglo del francés.
Cuando un escritor de seriedad y respetabilidad como don Enrique Gómez
Carrillo asienta con tal aplomo semejantes afirmaciones, algo debe
haber de verdad en ellas. Veamos. ¿Será verdad que _La comida de las
fieras_ no es sino traducción ó arreglo de la obra de Curel _Le repas
du lion_? Por unas cinco ó seis pesetas que costarán los ejemplares de
las dos obras puede cualquiera salir de dudas. Ni por el asunto, ni
por la idea, ni por los personajes, hay el menor parecido entre una y
otra. Hasta la aparente similitud del título es una gran diferencia.
_Le repas du lion_--basta haber leído las fábulas--es, como todos
saben, la parte del león. _La comida de las fieras_ es... el domador,
según mi obra, basada, como recuerdan cuantos la han visto ó leído,
en escenas muy madrileñas y de actualidad cuando la obra se estrenó.
Pasemos.
¿Será verdad que don Joaquín Dicenta, como presidente de la Sociedad
de Autores Españoles, aseguró á don Enrique Gómez Carrillo que los
derechos de _La comida de las fieras_ eran enviados á la Sociedad de
Autores Franceses?
Don Joaquín Dicenta tiene la palabra; entre tanto, don Miguel Ramos
Carrión, actual presidente de la Sociedad, me escribe la siguiente
carta:
Mi querido amigo: La Sociedad de Autores Españoles no envía ni ha
enviado nunca á la de Autores Franceses parte, grande ni pequeña,
de los derechos de representación correspondientes á las obras de
usted, porque, para hacerlo, no hay ninguna orden.
Claro es que á usted le consta; pero, por complacerle en lo que
desea, así lo declaro oficialmente.
Sirva, pues, para quien, sin fundamento, afirma lo contrario.
Siempre de usted compañero y padrino literario,
MIGUEL RAMOS CARRIÓN.
Todo esto aparte, mal podría M. Curel cobrar esos trimestres, de que el
señor don Enrique Gómez Carrillo está tan al tanto, cuando _La comida
de las fieras_ no se ha representado en España ni en América desde
hace once ó doce años. Como se ve, á pesar de mi buen deseo, no puede
hallarse el fondo de verdad que yo deseaba en las afirmaciones de don
Enrique Gómez Carrillo.
¿Ha sido ligereza? Para ligereza, es demasiado. ¿Ha sido mala
intención? Para mala intención, es poco. ¿Ha sido ironía? Para
ironía faltaba el fundamento de que _La comida de las fieras_ fuera,
en efecto, algo parecido á _Le repas du lion_. ¿Ha sido una broma
literaria? Como broma sí hubiera tenido gracia... allá en la juventud
de don Enrique Gómez Carrillo.
Contra la opinión de muchos, yo creo que sólo ha habido ligereza por
parte de don Enrique Gómez Carrillo, y espero que se apresurará á
rectificarla.
Don Enrique Gómez Carrillo, por su historia literaria, por su
significación, no está en el caso de que se le confunda con uno de
esos jovenzuelos cronistas que sueltan dos ó tres impertinencias, para
llamar la atención, en cualquier periódico de ventura.
Y conste que el menos molestado con «la ligereza» he sido yo. En esta
semana la actualidad era hablar, en pro ó en contra, de la Prensa.
Don Enrique Gómez Carrillo me ha dado asunto para no verme obligado á
opinar; asunto y argumento. Muchas gracias.


XXXIV

A cada año nuevo acude, con todo el valor de una gran verdad
filosófica, la reflexión que, en otras ocasiones, no es más de un
tópico adecuado á tertulias caseras: ¡Cómo pasa el tiempo!
Parece que fué ayer cuando estrenábamos siglo, y ya nos andamos por su
año 13. ¡Pavoroso número para los agoreros!
Por lo pronto, aparte la guerra de los Balkanes, ineludible legado de
su antecesor, para nosotros ha comenzado con su poquito de perturbación
política y, lo que es más grave, con la amenaza de una carestía general
de los comestibles si no sacamos pronto en rogativa á unas cuantas
imágenes de singular devoción.
A este respecto, sería muy de agradecer la buena intención del ilustre
jefe del partido conservador si, al retirarse de la vida pública,
hubiera pensado: «Después de mí, el diluvio». Hoy por hoy, un diluvio
es lo más necesario sobre esta tierra nuestra, siempre combatida por
los extremos: ó sequía hasta perecer, ó inundaciones y desbordamientos
hasta la ruina.
Por una vez, llovería á gusto de todos; conformidad tan dificultosa de
obtener en negocios del cielo y de la tierra.
En la noche primera del año una multitud alborozada, más que un nuevo
año, parecía estrenar una vida nueva. ¡A la flor de ilusión le basta
con tan poco para prender de nuevo en nuestras almas! Una fecha del
calendario es suficiente. A las once y media, nada esperamos de la
vida; al sonar de las doce, lo esperamos todo de un año nuevo. Doce
uvas nos bastan para embriagarnos de ilusiones y de esperanzas.
¿Qué nos traerá el año 13? Hasta ahora no trae, como cumple á todo
recién nacido, su correspondiente pan debajo del brazo.
La multitud gozosa, que le saludaba al nacer, no pensaba en esto. Ni
siquiera pensaba que, con el pan, subirá la carne, y con la carne el
precio de los toros de lidia.
La multitud, como los niños, es irreflexiva en su alegría.
* * * * *
La moda tiene su significación en Arte. Y tiene su valor el artista que
logra imponer una moda, y más si la moda es natural expresión de su
espíritu y en él fué originalidad y sólo pareció moda al ser después
seguida y copiada por los imitadores. Y gran valor tiene también el
que, con ajustarse á la moda, logra, no obstante, destacarse entre los
uniformes figurines con fisonomía y aire muy personales.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 7
  • Parts
  • De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 1
    Total number of words is 4511
    Total number of unique words is 1555
    33.1 of words are in the 2000 most common words
    45.5 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 2
    Total number of words is 4582
    Total number of unique words is 1543
    31.7 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    52.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 3
    Total number of words is 4580
    Total number of unique words is 1677
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    45.3 of words are in the 5000 most common words
    52.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 4
    Total number of words is 4613
    Total number of unique words is 1620
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    45.3 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 5
    Total number of words is 4702
    Total number of unique words is 1594
    34.9 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    54.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 6
    Total number of words is 4589
    Total number of unique words is 1546
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 7
    Total number of words is 4715
    Total number of unique words is 1602
    34.1 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 8
    Total number of words is 4869
    Total number of unique words is 1460
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    50.8 of words are in the 5000 most common words
    58.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 9
    Total number of words is 4662
    Total number of unique words is 1472
    37.1 of words are in the 2000 most common words
    49.5 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.