De Sobremesa; crónicas, Quinta Parte (de 5) - 1

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Jacinto Benavente

De sobremesa
CRÓNICAS
_QUINTA SERIE_

MADRID
PERLADO, PÁEZ Y COMPAÑÍA
SUCESORES DE HERNANDO
Arenal, 11 y Quintana, 31 y 33
1913


ES PROPIEDAD.--DERECHOS RESERVADOS
Artes Gráficas MATEU.--Paseo del Prado, 30.--MADRID


[Ilustración]


De sobremesa


I

Los ojos y las almas se van tras lo que brilla, y la botadura del barco
_España_ ha sido lo más brillante en esta semana pasada.
¡Un barco de guerra magnífico! La consideración de la cantidad pudiera
entibiar el entusiasmo por la calidad, si, como dijo Shakespeare, lo
que es hambre para un gigante, no fuera hartazgo para un enano.
Los que no se deslumbran por lo que brilla, acaso más relumbrón que
lucimiento, sin quitarle importancia al flamante acorazado, estiman en
tanto el saber que muy pronto la Transatlántica Española contará con
dos nuevos barcos, barcos de paz, con todos los adelantos y comodidades
de los mejores transatlánticos ingleses y alemanes.
Como en España todo se hace cuestión de ideas, por lo mismo que nos
tienen todas sin cuidado, el hablar mal y por sistema de la Compañía
Transatlántica Española es uno de los tópicos anticlericales.
Aquí, hasta del hallazgo de un supuesto retrato de Cervantes se hace
programa de partido y poco menos que dogma católico. D. Alejandro Pidal
ya comprometió á la Divina Providencia en el hallazgo.
Se ha censurado á la Compañía Transatlántica porque en sus barcos
se dice misa y se reza la oración y el rosario. Yo no creo que la
asistencia á estos actos sea obligatoria para los pasajeros. Pero,
nótese: siempre censuran la celebración de estas ceremonias los que,
sin creer en ellas, no se atreven á proclamar su descreimiento y...
porque no se diga, se molestan en presenciarlas. Es cobardía suya y
dicen que es intolerancia ajena.
A mí me parece más intolerancia la de los barcos ingleses, que, al
viajar por líneas donde son muchos los pasajeros católicos, sólo
celebran el culto protestante y no llevan un sacerdote que pueda
auxiliar á un moribundo de religión católica.
Pero, en este caso, nadie habla de intolerancias ni de intransigencias,
y lo más gracioso es que los más libres pensadores no pierden ceremonia
del culto protestante por... curiosidad, por pasar el rato. Y eso que,
al final, hay colecta.
También habrá oído usted decir que los camareros de los barcos
españoles, con esa democracia tan nuestra, se permitían andar en mangas
de camisa entre los pasajeros. No he podido comprobarlo; pero sí que,
en barcos ingleses, con esa aristocracia tan suya, andaban... no en
mangas de camisa, en calzoncillos.
En esto, como en todo, así hemos escrito nuestra historia y así vamos
contándola por el mundo.
El saludo al nuevo barco de guerra _España_ no debe ser cuestión de
ideas; tampoco debe serlo el saludo á los barcos de paz de la Compañía
Transatlántica Española.


II

Distinguidos escritores y críticos de Arte han solicitado, para la
próxima Exposición Nacional de Bellas Artes, una instalación destinada
á exponer obras de don Ignacio Pinazo.
Tan de justicia es la demanda que, sin duda, la inmediata respuesta
será la concesión, y aun ha de parecemos tardía, pues quizás hubiera
debido anticiparse á la petición el ofrecimiento en este caso.
En la inquietud algo anarquista de nuestra moderna pintura, entre
oscilaciones de la moda, influencia de fuertes individualidades,
titubeos de los unos y afirmaciones prematuras de los otros, Pinazo
ha sido de esos grandes y seguros artistas que, fieles á la realidad
objetiva del Arte, sobre modas y gustos pasajeros, son como estrellas
fijas guiadoras infalibles del derrotero cierto.
No quiere decir que la moda no sea legítima en arte y que no tenga sus
encantos. La moda es siempre expresión de una modalidad espiritual en
el tiempo, y por ser documento interesante en la Historia del Espíritu
Humano, también puede serlo en la Filosofía del Arte.
Mas si nada pierde una mujer hermosa con ir vestida y adornada al gusto
del día, y aun lo gracioso del atavío es picante realce de la hermosura
á los ojos vulgares, solicitados por lo llamativo del adorno antes que
por la verdad de la hermosura, no es menos cierto que, si el adorno es
gracia, sólo la desnudez es verdad.
Un figurín es muy poco; una hermosa mujer, bien vestida, es algo; una
mujer desnuda y muy hermosa, es hermosa de veras.
Pues de esta sólida hermosura es la obra de Pinazo. Por las obras
de otros pintores han dejado figurines y modas sus gracias y sus
artificios; en unas, eso fué toda su razón de ser; de otras, quizás por
haber atendido demasiado á lo pasajero no quedó todo lo que debiera
haber quedado. En Arte sólo sobrevive lo que es vida, lo que es
Espíritu.
La obra de Pinazo es algo más que un figurín, y la exposición de sus
obras puede ser saludable enseñanza para tantos jóvenes artistas en
camino de perderse desorientados; unos, por andar á la última moda;
otros, por sacar moda nueva, como no se haya visto, si es posible.
Hay obras de arte de contemplación recomendable contra neurastenias
artísticas, como el campo y el mar y sus aires puros contra la
neurastenia física.
Las obras de Pinazo son de estas obras privilegiadas; obras de salud,
de fuerza, de verdad, como las de Velázquez, sus hermanas mayores.
* * * * *
En París han andado á cachetes un autor y un crítico por un quítame
allá esa obra. El autor es M. Caillavet, fecundo colaborador de M.
Flers, con algunas infidelidades, como es natural en toda colaboración,
ya sea matrimonial, ya literaria; el crítico es M. Mas, del periódico
_Comedia_; y la obra en cuestión es _Primerose_, representada en la
Comedia Francesa.
En los Círculos teatrales de París ha sido sabrosa comidilla el
incidente. Unos ponen por Tenorio y otros por Mejía. No estoy seguro,
pero me atrevería á jurar, supuesto el compañerismo entre gente de
letras, que los autores estarán á favor del crítico y los críticos á
favor del autor. Los actores, naturalmente, á favor del autor y del
crítico, en presencia de cada uno de ellos, y en ausencia... deseando
que no hubieran quedado ni las plumas del uno y del otro.
En París, como en todas partes, la crítica teatral peca de benévola.
Su mayor injusticia consiste, quizás, en tratar con igual benevolencia
á todo el mundo. En este caso particular M. Caillavet no ha tenido
razón para incomodarse. M. Mas es un fanático admirador de la Comedia
Francesa. Considera dicho teatro como una preciosa institución nacional
y vela celoso por sus prestigios y por sus excelencias. M. Mas cree
que el teatro Francés no puede ser como otro teatro cualquiera, atento
sólo á lo productivo del negocio; cree que son más elevados sus deberes
y sus atenciones. Se lamenta de continuo porque los actores de la
Comedia andan desperdigados por esos mundos y dificultan con sus
continuas ausencias la esmerada interpretación de las obras. Deplora
que las actrices del severo teatro conviertan la clásica escena en
escaparate exhibitorio de atrevidas creaciones modistiles, y truena
contra el predominio de las obras modernas sobre el repertorio clásico
de Corneille, Racine y Molière.
Lo mismo que ahora contra _Primerose_, la obra de Flers y Caillavet,
ha protestado contra otras muchas obras de Lavedan, de Donnay, de
Bataille, de Hervieu.
Era un sistema, y ya se sabe que contra un sistema sólo es posible
otro sistema. Como las bofetadas no pueden ser un sistema, el mejor de
todos era el seguido por los demás autores y por el administrador de la
Comedia Francesa, M. Claretie, hombre de mundo y de teatro: Dejar decir
y... ¡que critiquen!, como decía Pina Domínguez al cerrar con ímpetu la
portezuela de su elegante berlina.
Monsieur Mas sostiene, con razón, que sólo por tratarse de un teatro
subvencionado se permitía protestar contra el excesivo número de
representaciones de _Primerose_.
Monsieur Claretie opina que, no sólo de la subvención oficial vive
su teatro, y con números, vencedores siempre de las letras, puede
demostrar que el público prefiere las obras modernas á las de
Corneille, Racine y Molière.
En un país republicano y democrático el sufragio universal es la razón
suprema.
Y en cuestiones de Arte es en lo único que estará de acuerdo la
aristocracia con la democracia. Votarán siempre por la vulgaridad y por
la tontería.
En un salón se notaría gran diferencia entre una duquesa y una
cocinera. En el teatro, si hay alguna, es en ventaja de la cocinera.


III

Un curioso impertinente ha descubierto y publicado la verdadera fecha
del natalicio de algunas celebridades.
La gente goza mucho con estas indiscreciones.
Nuestra admiración se trocaría en odio si no considerásemos á los seres
superiores sujetos á estas miserias, patrimonio de la humanidad.
Necesitamos saber que en algo son nuestros iguales, y en algo, tal vez,
inferiores.
La tristeza de admirar sólo está comparada por la alegría de compadecer.
Pobre del grande hombre de quien no se haya dicho alguna vez ¡Pobre
hombre!
Por eso la admiración á los grandes hombres es más espontánea cuando
son más viejos. No se les admira por haber sido grandes más tiempo,
sino porque ya les queda menos tiempo de serlo.
Los setenta años de la Patti, los sesenta y pico de Sarah,
despertaron generales simpatías y admiración. Cuando un artista es
tan declaradamente viejo, quisiéramos que, á poder ser, no se muriera
nunca. Las gracias seniles hallan tan propicia nuestra admiración como
las gracias infantiles. Todo lo que sea poder decir: ¿Ha visto usted?
¡A su edad! ¡Es admirable!
Los perjudicados con estas indiscreciones son los de la edad ingrata:
Caruso y D'Annunzio, con sus cuarenta y tantos años, y las artistas
cincuentonas. Para estas edades no hay compasión. Son los años crueles,
sin amor y sin respeto. Años en que todo es ridículo, en que todo
parece afectado, impropio, equivalentes á las horas de la tarde en
el día, las más difíciles de distraer, las más difíciles en acertar
con el traje adecuado. Cualquiera es elegante por la mañana ó por la
noche; pero ¡por la tarde! La tarde es la verdadera piedra de toque
de la elegancia; como la tarde de la vida lo es del saber vivir. ¡No
ser ridículo en esa edad ingrata, de los cuarenta á los sesenta!
¡Insuperable dificultad!
Y ¡si hombres y mujeres se limitaran en esa edad terrible al trato y
sociedad de sus contemporáneos! Mas, justamente, en esa edad, como
se teme al espejo, se huye de la confrontación con los que pueden
servirnos de espejo.
Las señoras y los señores maduros se rodean de jovencitos. Es la edad
de los amores desproporcionados, trágicos. La edad en que á nuestro
llanto responden las risas; á nuestra fidelidad el engaño; en que
decimos: Tú, y nos dicen: Usted. Besamos en la boca y nos besan en la
frente.
* * * * *
También ha sido sabrosa indiscreción la de haber enterado al público de
lo que cobran anualmente los más aplaudidos autores y compositores.
A estas horas habrá quien crea que no hay profesión en España como la
de compositor ó autor dramático.
Yo me permito advertir á los deslumbrados por esas cifras, más
verdaderas que elocuentes en esta ocasión, cómo esas cantidades
apetitosas, cobradas por algunos autores durante algunos años de su
vida teatral, son, en parte, los atrasos de muchos años de penuria y
de lucha, y en parte anticipo de otros que llegarán, de agotamiento y
decadencia.
Si el público quiere saber la verdad que se esconde detrás de esas
cifras, no mire lo que cobran los autores; mire cómo viven muchos de
ellos, y sabrá mejor á qué atenerse.
Y no es que pequen de ahorradores ni de avarientos. ¡Si el público
supiera los apuros que pasan á veces, por muy poco dinero, muchos de
esos que cobran tanto!
No hay duda que sobre el dinero del teatro pesa alguna maldición, sin
duda por ser el teatro cosa diabólica. Lo cierto es que no hay dinero
que menos luzca. Ni renta que en menos tiempo consuma el capital.
Todo autor pudiera decir, como la actriz francesa Mme. Dorval, ante los
aplausos del público: Bien pueden aplaudirme; les doy mi vida.
En fin, si será teatral el dinero del teatro, que estoy seguro de que,
al leer las cantidades cobradas, los primeros sorprendidos habrán
sido los mismos autores. Pero ¿es posible que yo haya cobrado todo ese
dinero?--pensarán algunos.
Y no hay duda; las cifras no mienten, todo eso es verdad. La de autor
dramático debe ser profesión envidiable. ¡Ojalá pudiera cederse ó
traspasarse como un comercio ó establecimiento cualquiera con todos sus
enseres! Y ¡ojalá pudiera anunciarse la cesión ó el traspaso como en
Francia: _¡Après fortune faite!_
* * * * *
Entre dos amigos:
--Pero ¡chico! ¿Estás comprando ostras? ¿Quieres suicidarte?
--No. Yo no soy aprensivo. Además, tengo convidada á la familia de mi
mujer.


IV

Como anticipo al centenario de Shakespeare, y ya nos contentaríamos
para suma total con un anticipo como ese en nuestro centenario de
Cervantes, durante el próximo Mayo ha de inaugurarse en Londres una
curiosa reconstitución de dicha capital en tiempos de Shakespeare, con
sus tortuosas callejas, sus casas de madera. Habrá suntuosas fiestas,
en que tomarán parte más de tres mil personas de la mejor sociedad,
vestidas á usanza de la época en la severa pero fastuosa corte de la
reina Isabel, la vestal de Occidente. Habrá torneos y pasos de armas,
con históricas armaduras en caballeros y palafrenes.
En el teatro del Globo, copia exacta del que fué dirigido por
Shakespeare en unión de Burlage, serán representadas obras de
Shakespeare, de Marlowe, de Ben-Johnson, de Beaumont y Fletcher y de
otros gloriosos autores contemporáneos del que logró oscurecer la
gloria de todos.
Una _kermesse_ revivirá costumbres populares, las canciones y danzas de
la época, pavanas y gallardas.
En la sala de los festines podrá asistirse á una comida de ceremonia de
la reina Isabel, rodeada de sus adoradores y de sus cortesanos.
Habrá conciertos de música del siglo XVI y mascaradas á la italiana,
tan del gusto de aquella corte, rara mezcla de rudeza y refinamiento,
de energía y de corrupción.
No faltará el recuerdo triste para nosotros; la reproducción del
_Revenge_, el barco que mandaba lord Ricardo Granville en el combate
contra nuestra Armada Invencible; el mismo, también, en que nuestro
mortal enemigo el Drake dió por primera vez la vuelta al mundo.
Tan magnífico espectáculo ha sido organizado por una empresa particular
y será á modo de heraldo anunciador de las grandiosas fiestas que
dispone Inglaterra para el año diez y seis.
Lo mismito que aquí, ¿no es verdad, amigo Cávia? Aquí ya hemos
convertido la conmemoración de Cervantes en algo religioso, en declarar
dogma católico y conservador la Invención del escondido retrato;
Invención no menos gloriosa que la de la Santa Cruz por Santa Elena.
Ahora van á enviarse fotografías y foto-grabados del retrato por esos
mundos. ¡Quiera Dios que no vuelva maltrecho y vapuleado, como Don
Quijote de sus aventuras y andanzas!
* * * * *
En nuestro espíritu nada se pierde ni se destruye, aunque mucho se
oculte. De continuo allegamos experiencia y conocimiento, y por
una serie de superposiciones, juzgamos tal vez terreno de solidez
fundamental lo que sólo es arena de aluvión movediza. Cuando creemos
más perdida alguna primera cualidad de nuestro espíritu, una emoción,
un recuerdo, una sacudida cualquiera, arrastra todo lo superpuesto y
reaparece en nosotros lo que más enterrado parecía.
Sólo así se comprende cómo sobre una balumba de ciencias filosóficas y
naturales surje y se alza de pronto un libro diminuto: el Catecismo.
Sólo así se explica cómo después de haber leído á Mæterlink y á Ibsen,
nos interesamos en el teatro con pueril interés, con emoción plebeya,
por el melodrama de burdas complicaciones. Cómo, después de haber leído
á Flaubert y á D'Annunzio, nos divierte el folletín policíaco ó el
cuento de niños.
Por eso hay espectáculos y libros y cuentos que durarán cuanto dure la
Humanidad. Y no porque al renovarse las generaciones cada generación
celebre las novedades, sino porque, como en la Humanidad, con ser
tan vieja, siempre habrá niños y juventud, en el hombre, por muchos
años y mucha experiencia y muchos desengaños que pesen sobre su vida,
siempre existirán el joven y el niño, prontos á mostrarse apenas una
emoción de su mocedad ó de su infancia los solicite. Como la tierra
madre, el corazón del hombre se abre en grietas, simas, para decirnos,
una, la historia, de sus edades geológicas; el otro, la de sus edades
espirituales.
He aquí por qué unos cuantos hombres maduros y muchos viejos estábamos
encantados una de estas noches con los juegos de prestidigitación y de
ilusionismo del caballero Watry.
Este es un espectáculo en que se ha progresado muy poco. Quizá en eso
está su mayor encanto. Las innovaciones le perjudican. Preferimos á los
modernos aparatos de electricidad, combinaciones de espejos y cámaras
oscuras, las antiguas suertes de baraja y de escamoteos; las que dieron
inmortal prestigio á Roberto Houdin, á Benita Anguinet, á Herman, al
conde Patricio y demás célebres figuras de un arte siempre antiguo
y siempre nuevo, como todo lo que tiene raíces profundas en lo más
profundo de la Humanidad.
¿No es este todo el secreto del Arte? ¿Hay novedad que valga tanto como
acertar con una de vejeces que nunca envejecen; el cuento de ilusión
que al niño maravilla por ser niño y al hombre le ilusiona porque se
cree niño al recordarlo?


V

Bien dice el refrán: «No hay peor cuña que la de la misma madera».
Cuando entre los pintores hay más literatos, deciden los pintores
recusar el juicio de los literatos.
Para la próxima Exposición de Bellas Artes desean los pintores que
nadie, ajeno á la pintura, intervenga en la admisión de cuadros. Grave
pecado de ingratitud me parece. ¿Qué sería de la mayor parte de los
pintores modernos si los literatos no se encargaran de comentar y de
explicar sus cuadros al público?
Sin los literatos, ¿hubiera logrado imponerse el impresionismo francés?
¿Qué hubiera sido sin Ruskin de los hermanos prerrafaelistas de
Inglaterra? Y ¡de cuántos pintores modernos no puede decirse lo que el
conde Tolstoi decía de Ibsen: «Ibsen es feliz; él escribe lo que le
parece, sin saber lo que escribe, y después los críticos se encargan
de explicárselo». ¡Ah! ¡Si algunos de nuestros pintores modernos
tuvieran que entendérselas directamente y cara á cara con el público! Y
también muchos de los antiguos.
Uno de los experimentos más interesantes es el de acompañar en su
visita al Museo á una persona que no esté tocada de literatura,
á un espíritu virgen y sincero. Yo les aseguro á ustedes que las
convicciones más firmes se tambalean. ¡Ven tan claro y tan limpio estos
ojos vulgares! ¿No veríamos nosotros como ellos, si sólo percibiéramos
la objetividad de la belleza en los cuadros, en vez de ir saturados
de subjetivismos de escritores y críticos? ¡Cuántas obras de arte no
deben su gloria á su propia hermosura, sino á la hermosa página que
inspiraron! Cuando contemplamos la Venus de Milo, ¿es la Venus de Milo
la que nos admira, ó tantas famosas páginas literarias escritas en su
honor?
La cultura es la buena educación del entendimiento, mas por lo mismo
que es buena educación, no puede ser siempre sinceridad.
Hay buenas formas, indispensables para frecuentar el mundo artístico,
como para andar en sociedad. ¡Si dijéramos siempre lo que pensamos y lo
que sentimos!
Pero, como dice en la comedia de Pailleron _Le monde oú l'on s'ennuie_,
en castellano, _Las tres jaquecas_, el subprefecto republicano á la
duquesa monárquica, que le propone hablar mal del Gobierno: «¡Ah,
duquesa, yo no puedo hablar mal, soy empleado; pero la oiré á usted con
mucho gusto». Cuando no nos atrevemos á ser sinceros ni con nosotros
mismos, ¡cómo agradecemos y cuánto celebramos que alguien se atreva á
serlo!
Por esto, los reyes y los grandes señores, obligados á fingimientos de
cortesía, gustaban de traer á su lado bufones y chocarreros, que, con
achaque de burlas, dijeran las verdades. Por esta misma razón, todavía,
en muchas casas aristocráticas gustan de convidar á unas cuantas
personas mal educadas, que puedan, de cuando en cuando, soltar cuatro
frescas á los demás invitados, con gran susto, aparente, de los señores
de la casa; en realidad, con gran regocijo, porque son las cuatro
frescas que ellos soltarían con mucho gusto, si la buena educación no
se lo estorbara.
Y hay que convenir en que si la sinceridad y la mala educación á todas
horas serían intolerables, son muy convenientes alguna vez, como
ventiladores. Sin ellos no se podría respirar en algunos momentos. ¡Tan
cargada de mentiras y de convencionalismos está la atmósfera social!
Hay salidas de tono, ó dígase coces, inapreciables para determinar una
corriente de aire puro.
Ahora, que á las personas de buen talante ni les gusta acocear ni
ser acoceadas. Por eso suelen acompañarse de quien sepa hacerlo con
oportunidad.
Un empresario de mucho entendimiento decía que todo empresario
necesitaba tener dos representantes: uno, honrado, para entenderse con
él, y otro, pillo, para entenderse con el público. Del mismo modo,
es muy conveniente en la vida tener dos amigos de confianza: uno,
bien educado, para tratar con él; otro, mal educado, para que trate
á los demás amigos. Y ¡si fuera posible reunir en uno solo al que
supiera decirnos las mentiras agradables á nosotros y las verdades
desagradables á los demás!
Pero esta suerte es patrimonio de los grandes personajes políticos. Por
lo regular, cuando se tiene un amigo mal educado, somos sus primeras
víctimas. Pero, en fin, en gracia de que puede molestar á todo el
mundo, le perdonamos gustosos que nos moleste.
* * * * *
La huelga carbonera de Inglaterra, de interés mundial, como ahora se
dice, nos preocupa muy poco. La actitud de Francia en la cuestión de
Marruecos, de interés tan nacional, nos preocupa lo mismo; menos, es
imposible.
Los temas de conversación preferentes son: la crisis probable, el
nuevo arrendamiento de la Plaza de Toros, la opereta vienesa, las tres
peticiones en la Iglesia de Jesús, la chismografía de sociedad y de
bastidores... Amenidades todo: como en los pueblos felices y en las
casas en donde hay que comer.
Y bien mirado, ¿no es admirable esta despreocupación nuestra? Los
destinos futuros de la Humanidad ¡son tan inciertos! ¡Todo el poderío,
toda la riqueza del Imperio británico á merced de una huelga proletaria!
¡Oh! ¡El brazo de reyes, emperadores, hombres de guerra y hombres de
Estado, ese brazo extendido, que parece en nuestras estatuas imperioso,
dominador!
Ya son los brazos cruzados del obrero, del trabajador, del miserable,
los que rigen, gobiernan y mandan en el mundo.
Ante esta pasiva acción, ¿qué puede otra acción? ¿Qué puede el
pensamiento? Los bárbaros no necesitan esta vez ni avanzar sobre el
Imperio; les basta con cruzarse de brazos, y el Imperio caerá por sí
solo.
Mientras el mundo viva preocupado por esta amenaza, y hasta realizarse,
nosotros, que ni aun entonces nos preocuparemos gran cosa, podemos
ser el rincón apetecible del mundo, que sirva como de Sanatorio á los
pensadores europeos que se hayan vuelto locos de tanto preocuparse por
lo que nosotros nos tendrá sin cuidado.


VI

No hay que echar á mala parte nuestra ingratitud con los grandes
hombres. Se ha dicho que la ingratitud es la independencia del corazón.
Entre nosotros no es sino la independencia del cerebro. Nuestra
ingratitud sólo es olvido, y somos olvidadizos por pereza.
Como la soberanía nacional en unos cuantos políticos de profesión,
delegamos gustosos la facultad de discurrir, con tal de molestarnos lo
menos posible.
Cuando admiramos ó cuando dejamos de admirar, no hay que tomar en
serio nuestro entusiasmo ó nuestro desvío. Nada es convicción, todo es
comodidad.
Así, no hay gloria duradera entre nosotros. Y no por combatida, por
ignorada. La crítica, aunque fuera para negar, ya sería conocimiento,
pero ya sería molestia. Es mejor suprimir.
La fama de todo gran escritor, por glorioso que sea, padece un
eclipse peligroso: cuando extirpada la generación de sus admiradores
contemporáneos, se suceden otras nuevas generaciones, solicitadas por
nuevos nombres y nuevas glorias; cuando la obra es vieja y aún no es
antigua; cuando ya no es actualidad y aún no es historia; cuando ya no
creemos en el Revilla que la celebró en su tiempo y aún no llegó para
ella el Menéndez y Pelayo que haya de consagrarla á nuestra admiración
definitiva.
La gloria de Campoamor ha podido tener este eclipse. Los jóvenes
dejaron de admirarle porque era el mejor pretexto para no leerle. Lo
mismo ha sido con Víctor Hugo, con Lamartine, con otros muchos.
Apenaba la escasez de estudios biográficos y críticos de Campoamor
y de sus obras. Entristece que el poeta de las mujeres no tenga una
edición de sus obras, elegante, artística, digna de ser ofrecida á una
mujer como regalo. Las mujeres ¡ingratas! dejaron morir al poeta sin
ofrecerle el homenaje de su admiración y de su cariño.
Ahora, patrocinada por leales amigos, se abre una suscripción para
erigir un monumento al poeta. Las hijas de aquellas madres que amó
tanto, como él decía, ¿se acordarán del poeta? «Me besan hoy como se
besa á un santo»; exclamaba con ternura de abuelo, en el noble ocaso de
su vida.
Las jóvenes de ahora no besan á los poetas ni los tienen por santos,
y á los santos tampoco los besan, se los comen. Como no ande en ello
batuta eclesiástica, poco puede esperarse de las damas aristocráticas y
de las jóvenes distinguidas.
De este modo, como decía Hamlet, bien puede asegurarse que la memoria
del más ilustre hombre vivirá cuatro días, y eso si fué fundador de
iglesias, que si no, podrá decirse como del caballito de palo se canta:
¡Ya murió el caballito de palo,
y ya le olvidaron así que murió!
Sería muy triste que sólo contribuyeran los hombres al monumento que ha
de perpetuar las glorias del poeta de las mujeres, del que poetizó el
dolor en femenino con nombre de dolora.
Andrés González Blanco ha redimido culpas de la juventud literaria
de nuestros días con un magistral estudio sobre Campoamor; libro de
crítica seria, sin impresionismos, sin nerviosidades; un estudio todo
serenidad, como corresponde á uno de los pocos poetas españoles del
siglo XIX, que ha de hallar, por lo menos cada veinte años, un crítico
de entendimiento que lea sus obras y sepa imponerlas á la admiración de
los que no leen.
En España, este público que no lee nunca es el que más sostiene el
esplendor de las glorias literarias; como la multitud que nunca piensa,
el esplendor de las religiones.
* * * * *
Los deportistas de nuestra Sierra del Guadarrama se oponen á la
construcción de un Sanatorio para tuberculosos.
El deportista ha leído á Nietzche; el deportista no tiene compasión.
Como aquel hombre frío, del que habla Wordsworth en una poesía, capaz
de estudiar botánica sobre la sepultura de su madre, el deportista
considera el mundo como un inmenso campo de recreo. Si su afición
es el automóvil, quisiera que el mundo fuera una inmensa carretera
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