Algo de todo - 09

Total number of words is 4838
Total number of unique words is 1669
31.5 of words are in the 2000 most common words
44.1 of words are in the 5000 most common words
52.1 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
pusieron en el canto cierta discreta ironía y burla y risa más o menos
disimulada. Así, por ejemplo, Ariosto escribió _El Orlando_, y Wieland
_El Oberon_, ya casi en nuestros días.
Consideraron otros que, si bien la epopeya heroica, tiene hoy que ser
anacrónica, no debe serlo la religiosa; y con esta idea más equivocada
aún, porque lo épico a lo divino implica mucho de infantil en el
concepto de la divinidad, o bien algo de tan metafísico y desnudo de
imágenes que no es poesía o es poesía narcótica, escribieron poemas
épicos religiosos, como Milton _El Paraíso perdido_, y Klosptock _La
Mesiada_.
Los más acertados, en nuestro sentir, fueron aquellos que, prescindiendo
de la epopeya grande y completa, donde todo se quiere explicar o
representar, redujeron la poesía épica a menores proporciones, y
eligieron por héroes y asuntos de la narración, no lo fundamental, sino
lo derivado del fundamento; no el misterio religioso y dogmático, sino
algún prodigio que realza el misterio; no la religión o el _mito_, sino
la leyenda o el cuento. En este género, acudiendo siempre a la
tradición, se han escrito obras muy bellas, y quizá una de las mejores,
sea de un español: _El Estudiante de Salamanca_. Otros poetas hasta de
la tradición han prescindido, desechando la colaboración del pueblo en
su obra, y han escrito cuentos, o bien tomando el argumento de la
historia más o menos anecdótica, o bien creándolo todo en la fantasía:
así Byron, en _El Corsario_, _Parisina_, _Lara_, _El Giaour_ y _La Novia
de Abidos_.
De todos modos, desde el renacimiento hasta más de mediado el siglo
XVIII, prevaleciendo el gusto llamado clásico, que se fundaba en
preceptos juiciosos, por más que en algunos puntos fuesen superficiales,
y hasta rayasen en arbitrarios (preceptos que Vida y Boileau habían
sacado de la interpretación de Aristóteles y de Horacio), la epopeya, en
la práctica al menos, no se aspiró a que fuese trascendental,
enciclopédica ni muy _docente_, y se redujo a narrar una acción gloriosa
de algún héroe nacional, o de toda Europa, o de todo el humano linaje,
agrupando en torno, como ornamento y con simétrica economía, varios
episodios bien traídos y no impertinentes, que no rompiesen la unidad
del poema, ni embarazasen demasiado la marcha de la acción, la cual
había de ir con el debido crecimiento de celeridad hacia su término y
final desenlace.
Lo _docente_ en grado superlativo quedó desechado y aun fue objeto de
burlas. Parecía en efecto que, dado el desarrollo actual de la ciencia,
quien tratase de enseñar mucho en su poema había de ser un delirante.
Todavía Moratin, al dar consejos burlescos a un poeta ridículo, le dice
que ponga en cifra en su epopeya todos los conocimientos humanos.
Botánica, blasón, cosmogonía,
Sacra, profana universal historia,
Cuanto pueda hacinar tu fantasía
En concebir delirios eminente.
Sin embargo, aun antes que se rompiera el yugo _clasicista_, el
filosofismo francés del siglo pasado había movido a los poetas de más
alientos a crear el poema que todo lo enseñase; pero los más desecharon
la acción, se limitaron al género didáctico, y trataron de escribir el
nuevo poema _De la naturaleza de las cosas_. En este sentido hubo
tentativas de Le Brun, Fontanes, Andrés Chénier y muchos otros.
Se hacían por entonces estudios más completos sobre el arte en general;
había nacido y hubo de divulgarse una a modo de ciencia moderna, llamada
filosofía de lo bello, estética o calología, y llegaron a comprenderse
con más profundidad crítica las diversas literaturas. Esto trajo
grandísimas ventajas, pero dio vida a extrañas aspiraciones, inspiró
sobrado menosprecio de reglas, que, por estar formuladas de un modo
empírico, no dejan de ser razonables y prudentes, y avivó en muchos el
deseo, y engendró el imposible propósito, no ya de enseñar una ciencia
en un poema didáctico sin acción, sino de enseñarlo todo en la acción
del poema, acción maravillosa y simbólica, cada uno de cuyos momentos
había de entrañar misterios profundos.
Nuestra ciencia metódica, dividida en multitud de ciencias que entre sí
se enlazan, fundada en un inmenso cúmulo de hechos que la observación y
la experiencia han ido suministrando, cuyo ser y valer estriban en el
más severo encadenamiento dialéctico, y cuya vida y organización
dependen de la rigorosa precisión de la definición, del lenguaje
técnico, de una árida y enojosa clasificación, y de una nomenclatura tan
útil como arrastrada y prosaica, se oponían y se oponen a la pretensión
de tales poetas. Los que han tenido dicho intento, y no han sido pocos,
han dado a luz por lo común monstruosos engendros. A nuestro ver, la
epopeya trascendental, menos realizable que la cuadratura del círculo,
que el movimiento continuo, y que el arte de hacer oro, es una mala
tentación, muy cercana de la locura.
El ejemplo de los metafísicos ha seducido y extraviado a los poetas;
pero los metafísicos tienen disculpa. Allá en las edades primeras, los
hubo también que abarcaron todas las cosas visibles e invisibles,
divinas y humanas, y se pusieron a explicarlas. En esto resplandece el
candor de la niñez. Así las escuelas de Elea, de Pitágoras y de otros.
En el día se concibe el mismo propósito, aunque por más difícil y largo
camino. Declamen cuanto gusten los positivistas, es innegable que el más
completo conocimiento de los seres o de sus calidades al menos, la
experiencia activa de siglos, y el haberse elevado el sabio, de la
observación y estudio de los hechos, a leyes generales de certidumbre
notoria, han infundido la natural e inevitable ambición de reunir y
enlazar dichas leyes bajo un principio único de donde emanen, de
someterlo todo al mismo fin y al mismo comienzo, y de fundarlo sobre
base inconcusa, encerrando, con la explicación debida, a Dios, al
universo y al hombre y sus destinos, dentro de un armonioso sistema. Si
al intentar esto no se ha logrado nunca llegar a la verdad, donde el
espíritu se satisface y aquieta, al menos se han creado obras pasmosas
de imaginación, como, por ejemplo, las de Leibnitz y las de Hegel.
Pero el error del poeta ha estado en no ver que el camino, por donde se
va a dicho término, no es ni puede ser el suyo. Ese camino es el de la
cavilación científica, del severo meditar, de los argumentos, antinomias
y silogismos, del método lógico, ya subiendo por el análisis, ya bajando
desde la síntesis, operaciones todas contrarias por naturaleza a la
poesía: la cual no puede construir ese palacio encantado, ora sea de la
verdad, ora del sofisma deslumbrador, sin que esto se oponga a que entre
en él cuando esté ya construido, y le célebre en un himno, en un
ditirambo, en un epinicio, o en una oda colosal. Claro se ve, por lo
dicho, que comprendemos a un poeta cantando dignamente en un rapto
lírico las Mónadas, la Armonía prestablecida, el eterno desenvolvimiento
de la Idea, o algo por el mismo orden. Lo que no comprendemos es que
cree él o fabrique algo por el mismo orden en toda una epopeya. La
epopeya, que nazca de tal prurito, será una pesadilla, un delirio, un
caos, una mesa revuelta, una fantasmagoría, y casi una borrachera, que
al mismo tiempo explicará y fundará poco o nada; que aburrirá a los
ignorantes por demasiado honda; y que tal vez por demasiado somera
provocará la desdeñosa sonrisa del filósofo y del hombre científico.
Sin embargo, de la manía de componer una obra poética de dicho género no
han adolescido sólo los locos, sino también hombres de juicio, de reposo
y de peso, entre los cuales, sin duda, descuella Goethe.
Si la empresa no fuera imposible, nadie mejor que él, de un siglo a esta
parte, hubiera podido realizarla en Europa. Veamos qué prendas tenía,
con qué elementos contaba, y examinemos luego la obra misma, el FAUSTO,
donde pretendió realizar su descomunal y titánico propósito.
Goethe no es poeta sólo: es el escritor por excelencia. Se comprende,
sin que por eso se apruebe, que Emerson, suponiendo un alma suprema, a
quien representa en el mundo, en diversas y elevadas funciones, cierto
número de varones egregios, haga de Platón el filósofo, de Montaigne el
escéptico, de Napoleón el hombre de acción, y el escritor de Goethe.
La mente de Goethe era terso y mágico espejo, donde se reflejaban el
mundo visible y el invisible, la naturaleza y la historia, lo real y lo
ideal, con brillantez y claridad no comunes. Y no era espejo meramente
pasivo, sino que ordenaba las imágenes y representaciones, las iluminaba
del modo más artístico, y hacía que unas resaltasen más y otras se
perdiesen o desvaneciesen en los últimos términos del cuadro, según
convenía a la evidente demostración de la verdad o a la aparición
celestial y limpia de la belleza.
Sabio a par que poeta, toda inspiración suya va precedida, moderada y
templada por la reflexión. Su anhelo constante de la verdad, hace que a
veces se le pueda tildar de indiferente y frío; pero la serenidad no le
abandona nunca.
Sin fe viva en nada sobrenatural, fijo y concreto, no es fácil que se
eleve Goethe a superiores esferas, a no ser por el ordenado empuje del
entendimiento discursivo. Tal vez no percibe la unidad soberana; tal vez
no es hondo en él el sentimiento moral, tal vez las más nobles cuerdas
faltan a su lira. Escritores mucho más pobres de ingenio, tienen acentos
más penetrantes y tocan y hieren mejor el alma humana. Pero Goethe se
adelanta a los demás poetas de su época y aun a no pocos de las pasadas,
porque todo lo comprende y de todo se vale hábilmente para su poesía.
Sus últimas creaciones parecen el resultado de ochenta años de
observación y de estudio. Hechos inconexos, doctrinas, experimentos y
especulaciones; todo se baraja y se agrupa con cierto orden en torno de
una idea capital: la equivalencia de los tiempos; la afirmación de que
las desventajas de una época existen sólo para los espíritus débiles y
enfermizos; la negación de que nuestra edad sea la edad de la razón por
contraposición a la edad de la fe; y el convencimiento de que la fe y la
razón viven en perpetuo sincronismo; de que la poesía y la prosa de la
vida se compenetran y funden; de que el mundo es joven y la humanidad
casi niña; y de que los patriarcas, videntes y profetas, se entienden
con nosotros, a través de las edades, y nos saludan y nos alargan la
mano, y nos animan a tener confianza y a escribir nuevas Biblias y a
unir la tierra con el cielo.
Como se ve, Goethe no era un creyente, si por creyente entendemos el que
cree en religión determinada; pero distaba mucho de ser un escéptico.
Nos inclinamos a afirmar que era optimista, como casi todos los grandes
pensadores alemanes, desde Leibnitz hasta que aparecen Schopenhauer y
Hartmann. Y en lo tocante a la bondad del espíritu del siglo, no ya de
creyente, sino de apóstol conviene calificarle.
Añádase a lo dicho otra condición esencial de su mente, que Emerson
señala muy bien, y que el mismo Goethe patentiza con complacencia en
_Poesía y Verdad_, que es su autobiografía. Para Goethe la vida vale más
como _teoría_ que como _práctica_. La especulación es más noble y alto
fin que la acción. Hasta la acción, por lo que más significa y vale es
porque la especulación vuelve sobre ella y la toma por objeto. ¿De qué
serviría, de qué valdría todo este Universo; a qué la pompa de los
astros, la armonía de las esferas, la armonía de las plantas y de los
animales, los sucesos de la Historia, la vocación de las razas, la
fundación y destrucción de los Imperios, las pasiones, los bienes y los
males, los amores y los odios, si no hubiese una inteligencia que lo
comprendiese todo, que lo pintase en su centro, y hasta que lo
reprodujese con más primor, orden, sentido y hermosura, que ello tiene
de por sí?
Esto pensaba Goethe, escritor por todos los poros, y en este pensar,
hasta nuestros propios actos, faltas, extravíos, dolores y miserias, son
objetos de la _teoría_.
Proceden del mencionado concepto, que la gente, por lo común, forma de
Goethe, raras acusaciones y defensas no menos raras.
Se supone que hay ciencias y artes, cuyas perfecciones y cultivo
requieren terribles experimentos. Se cuenta de algún pintor que se hizo
bandido y asesino para estudiar bien como mueren violentamente los
hombres; de cirujanos y naturalistas que, a fin de profundizar los
misterios del vivir y del morir, cometieron crueles anatomías y
disecciones en personas vivas; y aún del médico Vesalius que,
aprovechándose de su valimiento y privanza con el Sultán Amurates,
lograba que a menudo cortasen cabezas humanas delante de él para
enterarse a fondo de la contracción de los músculos, de los rápidos
estertores de la agonía y en cierto modo de cómo se desprende el
principio vital del cuerpo que está animando.
Se nos antoja que gracias a Dios, tales estudios experimentales no han
de ser muy necesarios para que nadie adelante en su oficio; pero si lo
fuesen, si a tanta costa hubiera de ganarse la maestría, valdría más
quedarse de simple oficial o de aprendiz que llegar a maestro.
Como quiera que ello sea, no nos atrevemos a creer que Goethe, aunque no
por medios tan sanguinarios, se complaciese en causar dolores, en
excitar sentimientos tiernos y fervorosos y en pagarlos mal luego, en
atormentar a algunas mujeres sencillas y enamoradas, y en otras lindezas
del mismo orden, a fin de estudiar bien en la naturaleza los
infortunios, las angustias, la desesperación y hasta la muerte por
corazón destrozado, que luego había de describir en sus más simpáticas
heroínas.
No nos incumbe escribir aquí la vida de Goethe; pero de seguro que, bien
estudiada y escrita, no había de dar motivo ni pretexto para tan dura
acusación.
Por otra parte, aunque la bondad o maldad moral sea independiente de los
escritos, esto es sólo en cierto grado y de cierta manera. La
diferencia, por ejemplo, entre el héroe o el mártir y el poeta que le
canta, está en que el uno tiene _constante_ y _perpetua voluntad_, y el
otro quizás no la tiene.
Figurémonos que tal poeta se echa a temblar si ve una espada desnuda y
hasta se asusta de un ratón; y todavía, si describe y representa con
hondo sentir y con verdadera expresión al mártir o al héroe, hemos de
creerle capaz de heroicidad y de martirio. Es mártir o héroe, si no
perpetuo, fugitivo y momentáneo, pues si no lo fuera, sería mentirosa y
vana su poesía, y toda persona de buen gusto la rechazaría como se
rechaza la moneda falsa.
Inferimos de lo expuesto, que aun creyendo lo peor de un buen poeta,
sólo podremos creer que peque por debilidad y no por maldad. Quien
siente y expresa lo bueno, lo noble, lo heroico y lo santo, puede ser
débil, pero nunca será impío, ni cruel, ni vil, ni perverso.
Para quien esto escribe, la prueba crítica del valer estético de una
obra de poesía, implica un certificado de valer moral para el autor. O
la poesía es mala o no es malo el autor de la poesía. Lo que dijo del
orador el preceptista hispano-latino, un autor griego lo dijo del poeta:
que había de ser ante todo _bacón bueno_.
Pero no todos ponen por condición indispensable en el buen poeta la
bondad moral; y así, cuando no acusan a Goethe de duro y sin entrañas,
le acusan de egoísta en grado superlativo: sostienen que todo lo
sacrificaba al cultivo de la propia inteligencia, a su serenidad y
olímpico reposo, mirándose a sí mismo como objeto preciosísimo que
exigía el más cuidadoso esmero.
La defensa que hacen algunos de Goethe en este punto, es peor que la
acusación. Presupone una doctrina más absurda que la de aquellos que
creen que para adelantar en ciertos oficios se necesitan terribles
experimentos. Es doctrina semejante a otra que está en moda, y que
consiste en afirmar que esto que llamamos _genio_ es una enfermedad que
proviene del mal de alguna entraña, o de la atrofia de todo un aparato,
a espensas del cual se desarrolla el cerebro, o de alguna perturbación
de todo o parte de nuestro organismo. Afirman, pues, que el genio es
como una divinidad que reside en el alma de quien le posee, y a cuyo
culto y manifestación debe el poseedor consagrar su vida y sacrificarlo
todo: amistad y amor de las mujeres, patriotismo y ley moral. Así los
singulares defensores de Goethe a quien aludimos, suponen que el poeta
sacrificó nobles afecciones y hasta sagrados deberes; pero, lejos de
condenarle, le encomian por ello. Su _genio_ lo exigía, de suerte, que
todos los egoísmos, frialdad de corazón e ingratitudes, que atribuyen al
poeta, se convierten en un remedo del sacrificio de Abraham, si bien
hecho al _genio_, Dios implacable y que no ceja como Jehová, salvando a
Isaac y contentándose con un cordero.
Lo cómico de esta apología no la salva de lo peligroso. ¡Pues no faltaba
más sino que bastase ser _genio_, o creérselo, para no cumplir con las
obligaciones, ponerse por cima de todo precepto y de toda Ley, desechar
del corazón todo santo y puro entusiasmo, y hacerse un egoísta frío y
repugnante, añadiendo a todo ello la insolencia de asegurar que se es
así por devoción y sacrificio costoso al _genio_ mismo, y que más bien
que censura, se merece admiración, alabanza y pasmo!
Lo juicioso es creer lo contrario: que lo que el _genio_ pide para su
culto, educación y manifestación, es la virtud y las bellas pasiones y
el verdadero sacrificio. Y esto no es afirmar que hayan sido santos
todos los hombres calificados de _genios_, sino que fueron _genios_, no
a causa de sus egoísmos, mezquindades y miserias, y sí, a pesar de todos
estos vicios, porque si no los hubieran tenido, no sólo hubieran valido
más como personas morales, sino como genios.
Por último, la defensa, a más de ser sofística, es inútil para Goethe,
en quien no vemos esas malas cualidades que le suponen, convirtiéndolas
en buenas o cohonestándolas por la inmoral doctrina del culto del
_genio_.
Goethe nada hizo para lograr su elevación y su privanza con el duque
Carlos Augusto de Gemirá, quien le amó tanto como Goethe pudo amarle, y
le admiró y le lisonjeó más de lo que el gran poeta le lisonjeaba. En la
corte de aquel amable príncipe, Goethe, más que cortesano, parecía el
príncipe, el _genio_ a quien todos servían y adoraban. Tan alta posición
no le ensoberbeció nunca, y se valió de ella para hacer bien a no pocas
personas, y singularmente a otros sabios, literatos y poetas, con noble
emulación a veces, con envidia nunca. La misma amistad profunda y
durable, que Goethe supo inspirar a multitud de personas,
compartiéndola, prueba que había calor y ternura en su alma. Por mucho
que se sepa, por elevadas que sean las prendas del entendimiento, no se
ganan así las voluntades cuando no se tiene corazón. El cariño que supo
inspirar a Gleim, a Herder, a Wieland, a Merch, a Kestner y a tantos
otros, prueba que Goethe era digno moralmente de aquel cariño y capaz de
sentirle. De su devoción y celo en el servicio del príncipe dan
testimonio los escritos privados y los documentos oficiales en que dicho
príncipe habla de él. El amor fraternal con que Goethe se unió a
Schiller; el influjo benéfico que ejerció en él; el mayor y más alto
influjo que Schiller, por repetidas confesiones de Goethe mismo, ejerció
en su alma; las _Xenias_, que escribieron juntos; las más bellas obras
del uno y del otro, que mutuamente se consultaban, se corregían y hasta
se inspiraban, prueban que Goethe no era egoísta, o al menos, que si lo
era, era el más amable y excelente de los egoístas.
En sus amores, hay que atender a la nada severa moralidad de la época en
que vivía. Y aun así, lo único censurable es el abandono de Federica
Brion, cuya apoteosis hizo luego el poeta en la Clara de _Egmont_, en
ambas Marías de _Clavijo_ y de _Goetz_, en la Mignon de _Wilchem
Meister_, y en la Margarita de _Fausto_. Pero la verdadera apoteosis de
Federica y la defensa de Goethe las hizo ella misma, cuando rehusó la
mano de Reinhold Lenz, diciendo que «La que había sido amada por Goethe
no podía pertenecer a otro hombre»; y cuando, más tarde, estando ya
Goethe en la cumbre de su gloria, decía ella a los que la compadecían:
«Era muy grande para mí, estaba llamado a muy altos destinos: yo no
tenía derecho a apoderarme de su existencia.» Palabras de santa
resignación y de amor a toda prueba, que ennoblecen a Federica, pero que
dan a la vez claro testimonio de que Goethe no fue tan malo; no destrozó
duramente aquel corazón, donde dejó tan sublime concepto de sí propio y
tan dulce recuerdo.
Contra la soñada impasibilidad de Goethe protestan otros amores, y
singularmente los que le inspiró Carlota Buff.
No se mató por ella; pero _Werther_ fue el precio de su rescate y de su
vida. La poesía le libró. Aquella tremenda y apasionada novela, por más
que en Goethe esté siempre el poeta _objetivo_, que se pone fuera de su
obra, que juzga y sentencia a sus personajes sin compartir sus
extravíos, que los mueve quedando él inmóvil, como el primer Cielo mueve
las otras esferas, contiene también en su protagonista al otro Goethe,
apasionado y vehemente, que el Goethe crítico y severo logró parar al
borde del abismo.
En otras relaciones amistosas o amorosas con mujeres, muestra siempre
Goethe pasión y no cálculo; fuego y no frialdad; ternura y no egoísmo.
La mujer del profesor Boehme le censuraba sus juveniles composiciones,
las enmendaba y podaba sin piedad, y le convencía al cabo de que eran
malas y hacía que él las quemase. ¿Qué poder y que autoridad no debe
ejercer una mujer sobre un poeta para obligarle a tamaño sacrificio?
Catalina Schönkopf rompió con Goethe, no por la frialdad sino porque la
atormentaba con celos. Ana Isabel Sohönmann inspira a Goethe las lindas
composiciones _A Lilí_ y tal vez es ella quien le deja. A la Baronesa de
Stein rindió Goethe un culto espiritual de amistad y de estimación, y,
ya en todo el goce de su celebridad la hizo juez del mérito de sus obras
e inspiradora de algunas. Por último, si Goethe se apasionó de Cristiana
Volpius, y vivió con ella en unión inmoral y escandalosa, enmendó al
cabo la falta, casándose. Su idea del amor, unido al deber, de la vida
santa y respetable del hogar, y de todo lo bello que pueda encerrarse en
dos existencias humildes y honradas, queda para siempre en el más puro
de los idilios, en su poema _Hermann_ y _Dorotea_, donde nos dejó
asimismo la expresión sincera de su amor a la patria alemana, duramente
humillada entonces por las conquistas napoleónicas.
Ya hemos dicho que no nos incumbe escribir aquí la vida de Goethe. Baste
lo apuntado rápidamente para desvanecer infundadas censuras.
Que él diese culto a su clara inteligencia y a sus otras facultades, no
se debe censurar sino aplaudir. Es un deber cuidar de los talentos que
Dios nos confía. Lo contrario, el no ganar nada por ellos o el
disiparlos malamente, es una ingratitud y un abuso de confianza.
Goethe supo cumplir con este deber que sus prendas intelectuales
requerían. Su insaciable y siempre despierta curiosidad le llevó a
estudiarlo y a aprenderlo todo: bellas artes, literatura de cuantos
pueblos la han tenido o la tienen, ciencias naturales, teología,
filosofía y hasta magia y otras ciencias ocultas. Su mente se enriqueció
con todo linaje de conocimientos.
Y no estudió y aprendió solamente en los libros, sino en el seno de la
naturaleza y en la revuelta corriente de la vida humana.
Su larga vida, su actividad infatigable, su inexhausta fecundidad hacen
que el conjunto de sus obras sea grandísimo y variado. Fue poeta lírico,
épico, dramático y didáctico, novelista, filósofo, botánico, zoólogo,
filólogo, autor de cartas y de memorias, de obras de estética y de
arqueología, y apenas parece que haya materia sobre la cual no dejase
algo escrito. Los naturalistas le colocarán siempre en muy elevado lugar
al escribir los anales de su ciencia; y los filósofos, al redactar la
historia de la suya, no pueden ni deben olvidarle.
Goethe siguió con honda penetración y con vivo interés el gran
movimiento filosófico, que se verificó en Alemania durante su vida.
Conservando su independencia, se apropió ideas de unos y de otros, según
se adaptaban más a la índole de su pensamiento, pero coordinándolas en
él, y poniéndoles el sello singular de su persona.
Sobre el deslumbrante hechizo de todo nuevo sistema, desde Kant hasta
Hegel, puso Goethe su alto espíritu crítico, su juicioso escepticismo un
mal llamado _sentido común_, porque más bien era raro y exquisito,
ciertas teorías leibnizianas, y un arraigado sentimiento religioso que
jamás lo abandonó en época de tanta incredulidad, y de tanta
fermentación y florecimiento de metafísicas nuevas.
Goethe creía en Dios; pero su inclinación natural le llevaba a buscarle,
no en el centro del alma, sino derramando el alma en la naturaleza,
donde Dios se le revelaba. Era, pues, más teósofo que místico. Así
propendía más hacia las doctrinas de Bruno, de Espinosa, y de Schelling,
que hacia las de Fichte; pero, del mismo modo que no se dejó llevar
jamás del sensualismo, hasta pensar que la realidad de las cosas y la
impresión que causan en nosotros pueden dar ser a la ciencia, tampoco su
sentido común consintió nunca en dar crédito a la creación de lo real
por lo ideal. Admite ambos elementos, y vagamente los concierta en un
método que llama empirismo intelectual, donde la intuición ejerce el
oficio de la observación del sensualista y de la especulación del
idealista.
Hegel atrae y repugna a la vez a nuestro poeta. Le enamora el eterno
desenvolvimiento de la idea, y su conciencia rechaza el cambio perpetuo,
y el pensamiento de que provenga ya nazca lo más de lo menos, lo
consciente de lo inconsciente, el ser del no ser. Para afirmar en su
mente la existencia de un Dios personal y de la inmortalidad del alma,
vuelve con amor a las monadas de Leibnitz. Dios le parece la monada
eterna e infinita. El alma humana, una monada superior e indestructible,
aunque limitada.
La moral de Goethe es poco severa, mas no por relajación, sino por
bondad propia, y por firme creencia en la bondad divina y en la flaqueza
humana. El Dios de Goethe es blando, indulgente y benigno, y a veces
hace casi un mérito del error en el hombre que yerra, porque yerra el
que aspira.
Pacífico, amante del orden, enemigo de la grosería, toda revolución
parece a Goethe un acontecimiento pavoroso. Los horrores de Francia le
indignan y aterran.
Y sin embargo, este conservador, este amigo de los poderes legítimos y
justos, tiene fe en la libertad y en el progreso, y comprende la
rebelión contra la tiranía y no cree en la duración de ningún gobierno
tiránico y violento.
Su sed de religión es grande y perpetua. Se crea una religión natural y
no le basta. Sin fe en el Cristianismo, sueña con nueva religión
positiva. Tal vez se finge monadas intermedias entre las que son almas
humanas y la que es Dios; y en estas monadas ve genios, espíritus
elementales, _demiurgos_, inteligencias misteriosas ya ocultas, que
mueven los astros, que dan vida a las plantas, que son la naturaleza
misma con personalidad y conciencia. A veces se inclina Goethe por esta
senda a un neo-platonismo flamante y a un paganismo espiritualizado; a
veces vuelve con ansia de fe a la doctrina de Cristo y lee
fervorosamente los Evangelios y los libros devotos.
Sus doctrinas sobre estética, de acuerdo con su filosofía fundamental v
con la natural condición de su espíritu, tienen no escaso valer en la
historia de esta ciencia nueva, y preparan la gran reforma y el
desenvolvimiento que Schiller llevó a cabo, bajo los auspicios y
siguiendo las huellas de Kant.
Diderot y Winkelmann son los dos autores que más influjo ejercen en las
teorías de Goethe sobre el arte, y que más relación tienen con ellas.
Goethe debe más, no obstante, a su propio sentir y pensar, iluminados,
desde su viaje a Italia, por la inteligente y fervorosa contemplación de
los tesoros artísticos que en aquel hermoso y privilegiado país se
conservan.
Goethe, que en un principio había sido _romántico_, como el romanticismo
se entendía entonces en su nación, y como lo muestran sus dos obras
capitales escritas antes de ir a Italia, el _Werther_ y el _Goetz de
Berlichingen_, volvió de allí completamente _clásico_, aunque clásico a
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Algo de todo - 10
  • Parts
  • Algo de todo - 01
    Total number of words is 4878
    Total number of unique words is 1796
    30.6 of words are in the 2000 most common words
    43.5 of words are in the 5000 most common words
    51.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 02
    Total number of words is 4866
    Total number of unique words is 1777
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    49.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 03
    Total number of words is 4940
    Total number of unique words is 1971
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    42.5 of words are in the 5000 most common words
    49.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 04
    Total number of words is 4945
    Total number of unique words is 1668
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 05
    Total number of words is 4950
    Total number of unique words is 1629
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 06
    Total number of words is 4881
    Total number of unique words is 1627
    33.6 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 07
    Total number of words is 4913
    Total number of unique words is 1669
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    52.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 08
    Total number of words is 4888
    Total number of unique words is 1636
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    55.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 09
    Total number of words is 4838
    Total number of unique words is 1669
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 10
    Total number of words is 4900
    Total number of unique words is 1592
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    49.8 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 11
    Total number of words is 4924
    Total number of unique words is 1537
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 12
    Total number of words is 2871
    Total number of unique words is 1065
    36.5 of words are in the 2000 most common words
    49.0 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.