Algo de todo - 08

Total number of words is 4888
Total number of unique words is 1636
33.3 of words are in the 2000 most common words
48.1 of words are in the 5000 most common words
55.3 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
Es evidente que, en un discurso que por fuerza no ha de extenderse
demasiado, no puede esto hacerse por completo. España ha sido tierra
fecundísima en escritoras, y el Conde de Casa-Valencia ha tenido que
hablar poco de las que ha hablado y que dejar de hablar de muchas.
Con más reposo y tiempo, que los que tengo ahora, no me sería difícil,
ya que no completar, añadir algo, citando otras autoras de la época
cristiana, y hasta hablando de las poetisas muslímicas, que las hubo en
gran número y muy notables.
Un compañero nuestro, el académico correspondiente D. Gumersindo
Laverde, pronto, por dicha, llenará este vacío. Sé que reúne noticias
con diligencia, y que escribe sobre el asunto. Yo espero que Dios mejore
su quebrantada salud, así por lo mucho que estimo y quiero a tan
laborioso, entendido y modesto amigo, como para que el público goce del
libro que acerca de las escritoras españolas está componiendo, y que
será de seguro bueno y provechoso; como toda obra suya.
Quisiera yo, no obstante, añadir aquí algo, sobre lo que ha dicho el Sr.
Conde, en alabanza de nuestra gran poetisa doña Gertrudis Gomez de
Avellaneda; pero temo repetir lo que ya en algunos escritos míos, a que
me remito, dije de sus obras líricas y de alguna dramática.
La premura del tiempo me incita además a no hablar de la gran poetisa,
para consagrarme todo, en lo que puedo decir aún sin fatigar vuestra
atención, a otra mujer, a otra poetisa harto más asombrosa, hija de
nuestra España y una de sus glorias mayores y más puras; la cual, aun
considerándolo todo profanamente, me atrevo a decir, sin pecar de
hiperbólico, que vale más que cuantas mujeres escribieron en el mundo.
Mi pluma tal vez la ofenda por torpe e inhábil; pero mi intento es sano
y de vivo entusiasmo nacido. Mi admiración y mi devoción son tales, que
si respondiese mi capacidad a mi afecto, diría yo algo digno y grande en
su elogio.
Bien pueden nuestras mujeres de España jactarse de esta compatriota y
llamarla sin par. Porque, a la altura de Cervantes, por mucho que yo le
admire, he de poner a Shakspeare, a Dante, y quizás al Ariosto y a
Camoëns; Fenelon y Bossuet compiten con ambos Luises, cuando no se
adelantan a ellos; pero toda mujer, que en las naciones de Europa, desde
que son cultas y cristianas, ha escrito, cede la palma y aun queda
inmensamente por bajo, comparada a Santa Teresa.
Y no la ensalzo yo como un creyente de su siglo, como un fervoroso
católico, como los santos, los doctores y los prelados sus
contemporáneos la ensalzaban. No voy a hablar de ella impulsado por la
fe poderosa que alentaba a San Pedro Alcántara, a San Francisco de
Borja, a San Juan de la Cruz, al venerable Juan de Avila, a Bañes, a
Fray Luis de Leon, al Padre Gracian, y a tantas otras lumbreras de la
Iglesia y de la sociedad española, en la edad de oro de nuestra
monarquía; ni con el candor con que la amaban y veneraban todos aquellos
sencillos corazones que ella robó con su palabra y con su trato para
dárselos a su Esposo Cristo; sino desde el punto de vista de un hombre
de nuestro tiempo; incrédulo tal vez; con otros pensamientos, con otras
aspiraciones, y, como ahora se dice, con otros ideales.
En verdad que no es este el punto de vista mejor para hablar de la
Santa; pero yo apenas puedo tomar otro. No hay método además que no
tenga sus ventajas.
Para las personas piadosas es inútil que yo me esfuerce. Por razones más
altas que las mías, comparten mi admiración. Y en dicho sentido, nada
acertaría a escribir yo que ya no hubiesen escrito tantos teólogos y
doctores católicos de España, Alemania, Francia, Italia y otras
naciones, devotos todos de la admirable monja de Avila, y que, en
diversas lenguas y en épocas distintas, elogiaron sus virtudes, contaron
su vida y difundieron su inspirada enseñanza.
Aunque este escrito mío no fuese improvisado, aunque me diesen años y no
horas para escribirle, nada nuevo podría añadir yo de noticias
biográficas, bibliográficas y críticas, después de la edición completa
de las obras de la Santa, hecha por D. Vicente de la Fuente, con
envidiable amor, con afanoso esmero y con saber profundo.
Véome, pues, reducido a tener que hablar de la Santa sólo como profano
en todos sentidos.
Mis palabras no serán más que una excitación para que alguien, con la
ciencia y el reposo de que carezco, no en breve disertación sino en
libro, exponga por el método que hoy priva aquella doctrina suya, que
Fray Luis de Leon llamaba _la más alta y más generosa filosofía que
jamás los hombres imaginaron_.
Algo de esto ha hecho, para vergüenza nuestra, un escritor francés,
Pablo Rousselot, en libro que titula _Los místicos españoles_, donde, si
deja mucho que desear, aún nos da más que agradecer, ya que ha sido el
primero en tratar el asunto como filósofo, moviendo a algunos españoles,
a par que a impugnarle y completarle, a imitarle y a seguir sus huellas.
Tales son un distinguido compañero nuestro, que no nombro, porque está
presente y ofendería su modestia, y el filósofo espiritualista de Béjar,
D. Nicomedes Martín Mateos, a quien me complazco en mentar aquí y con
cuya buena amistad me honro.
La dificultad de decir algo nuevo y atinado de Santa Teresa crece al
considerar lo fecundo y vario de su ingenio y la multitud de sus
escritos; y más aún si tenemos en cuenta que su filosofía; _la más alta
y más generosa_, no es mera especulación, sino que se trasforma en
hechos y toda se ejecuta. No es misticismo inerte, egoísta y solitario
el suyo, sino que desde el centro del alma, la cual no se pierde y
aniquila abrazada con lo infinito, sino que cobra mayor aliento y poder
en aquel abrazo; desde el éxtasis y el arrobo; desde la cámara del vino
donde ha estado ella regalándose con el Esposo, sale, porque él le
_ordena la caridad_, y es Marta y María juntamente; y embriagada con el
vino suavísimo del amor de Dios, arde en amor del prójimo y se afana por
su bien, y ya no _muere porque no muere_, sino que anhela vivir para
serle útil, y padecer por él, y consagrarle toda la actividad de su
briosa y rica existencia.
Pero aun prescindiendo aquí de la vida activa de la Santa y hasta de los
preceptos y máximas y exhortaciones con que se prepara a esta vida y
prepara a los que la siguen, lo cual constituye una admirable suma de
moral y una sublime doctrina ascética, ¡cuánto no hay que admirar en los
escritos de Santa Teresa!
Divertida y embelesada la atención en tanta riqueza y hermosura como
contienen, no sabe el pensamiento dónde fijarse, ni por dónde empezar,
ni acierta a poner orden en las palabras.
A fin de decir, sin emplear muchas, algo digno de esta mujer, sería
necesario, aunque fuese en grado ínfimo, poseer una sombra siquiera de
aquella inspiración que la agitaba y que movía al escribir su mente y su
mano; un asomo de aquel estro celestial de que las sencillas hermanas,
sus compañeras, daban testimonio, diciendo que la veían con grande, y
hermoso resplandor en la cara, conforme estaba escribiendo, y que la
mano la llevaba tan ligera que parecía imposible que naturalmente
pudiera escribir con tanta velocidad, y que estaba tan embebida en ello
que, aun cuando hiciesen ruido por allí, nunca por eso lo dejaba ni
decía la estorbasen.
No traigo aquí esta cita como prueba de milagro, sino como prueba
candorosa de la facilidad, del tino, del inexplicable don del cielo con
que aquella mujer, que no sabía gramática, ni retórica, que ignoraba los
términos de la escuela, que nada había estudiado en suma, adivinaba la
palabra más propia, formaba la frase más conveniente, hallaba la
comparación más idónea para expresar los conceptos más hondos y sutiles,
las ideas más abstrusas y los misterios más recónditos de nuestro íntimo
ser.
Su estilo, su lenguaje, sin necesidad del testimonio de las hermanas, a
los ojos desapasionados de la crítica más fría, es un milagro perpetuo y
ascendente. Es un milagro que crece y llega a su colmo en su último
libro; en la más perfecta de sus obras: en _El Castillo interior o las
Moradas_.
La misma Santa lo dice: _El platero que ha fabricado esta joya sabe
ahora más de su arte_. ¡En el oro fino y aquilatado de su pensamiento,
cuán diestramente engarza los diamantes y las perlas de las revelaciones
divinas! Y este diestro artífice era entonces, como dice el Sr. La
Fuente, «una anciana de sesenta y dos años, maltratada por las
penitencias, agobiada por enfermedades crónicas, medio paralítica, con
un brazo roto, perseguida y atribulada, retraída y confinada en un
convento harto pobre, después de diez años de una vida asendereada y
colmada de sinsabores y disgustos.»
Así escribió su libro celestial. Así, con infalible acierto, empleó las
palabras de nuestro hermoso idioma, sin adorno, sin artificio, conforme
las había oído en boca del vulgo, en explicar lo más delicado y oscuro
de la mente; en mostrarnos, con poderosa magia, el mundo interior, el
cielo empíreo, lo infinito y lo eterno, que están en el abismo del alma
humana, donde el mismo Dios vive.
Su confesor el Padre Gracian y otros teólogos, con sana intención sin
duda, tacharon frases y palabras de la Santa y pusieron glosas y otras
palabras; pero el gran maestro en teología, en poesía y en habla
castellana, Fray Luis de Leon, vino a tiempo para decir que se podrían
excusar las glosas y las enmiendas, y para avisar a quien leyere _El
Castillo interior_ «que lea como escribió la Santa Madre, que lo
entendía y decía mejor, y deje todo lo añadido; y lo borrado de la letra
de la Santa delo por no borrado, si no fuere cuando estuviere enmendado
o borrado de su misma mano, que es pocas veces.» Y en otro lugar dice el
mismo Fray Luis, en loor de la escritora, y censurando a los que la
corrigieron: «Que hacer mudanza en las cosas que escribió un pecho en
quien Dios vivía, y que se presume le movía a escribirlas, fue
atrevimiento grandísimo, y error muy feo querer enmendar las palabras,
porque, si entendieran bien castellano, vieran que el de la Madre es la
misma elegancia. Que, aunque en algunas partes de lo que escribe, antes
que acabe la razón que comienza, la mezcla con otras razones, y rompe el
hilo comenzando muchas veces con cosas que ingiere, mas ingiérelas tan
diestramente y hace con tan buena gracia la mezcla, que ese mismo vicio
le acarrea hermosura.»
Entiendo yo, señores, por todo lo expuesto, y por la atenta lectura de
los libros de la Santa, y singularmente de _El Castillo interior_, que
el hechizo de su estilo es pasmoso, y que sus obras, aun miradas sólo
como dechado y modelo de lengua castellana, de naturalidad y gracia en
el decir, debieran andar en manos de todos y ser más leídas de lo que
son en nuestros tiempos.
Tuve yo un amigo, educado a principios de este siglo y con todos los
resabios del enciclopedismo francés del siglo pasado, que leía con
entusiasmo a Santa Teresa y a ambos Luises, y me decía que era por el
deleite que le causaba la dicción de estos autores; pero que él
prescindía del sentido, que le importaba poquísimo. El razonamiento de
mi amigo me parecía absurdo. Yo no comprendo que puedan gustar frases,
ni períodos, por sonoros, dulces o enérgicos que sean, si no tienen
sentido, o si de sentido se prescinde por anacrónico, enojoso o pueril.
Y sin callarme esta opinión mía, y mostrándome entonces tan poco
creyente como mi amigo, afirmaba yo, que así en las obras de ambos
Luises, como en las de Santa Teresa, aun renegando de toda religión
positiva, aun no creyendo en lo sobrenatural, hay todavía mucho que
aprender, y no poco de que maravillarse, y que, si no fuese por esto, el
lenguaje y el estilo no valdrían nada, pues no se conciben sin
pensamientos elevados y contenido sustancial, y sin sentir conforme al
nuestro, esto es, humano y propio y vivo siempre en todas las edades y
en todas las civilizaciones, mientras nuestro ser y condición natural
duren y persistan.
Pasando de lo general de esta sentencia a su aplicación a las obras de
la Santa, ¿qué duda tiene que hay en todas ellas, en la _Vida_, en _El
Camino de perfección_, en los _Conceptos de amor divino_ y en las
_Cartas_ y en _Las Moradas_, un interés inmortal, un valer imperecedero,
y verdades que no se negarán nunca, y bellezas de fondo, que las
bellezas de la forma no mejoran sino hacen patentes y visibles?
La teología mística, en lo esencial, y dentro de la más severa ortodoxia
católica, tenía que ser la misma en todos los autores; pero ¿cuánta
originalidad y cuánta novedad no hay en los métodos de explicación de la
ciencia? ¿Qué riqueza de pensamientos no cabe y no se descubre en los
caminos por donde la Santa llega a la ciencia, la comprende y la enseña
y declara? Para Santa Teresa es todo ello una ciencia de observación,
que descubre o inventa, digámoslo así, y lee en sí misma, en el seno más
hondo de su espíritu, hasta donde llega, atravesando la oscuridad,
iluminándolo todo con luz clara, y estudiando y reconociendo su ser
interior, sus facultades y potencias, con tan aguda perspicacia, que no
hay psicólogo escocés que la venza y supere.
Rousselot concede a nuestros místicos, y sobre todo a Santa Teresa, este
gran valor psicológico: la compara con Descartes: dice que Leibnitz la
admiraba; pero Rousselot niega casi la trascendencia, la virtud, la
inspiración metafísica de la Santa.
Puntos son estos tan difíciles, que ni son para tratados de ligera, ni
por pluma tan mal cortada e inteligencia tan baja como la mía.
Me limitaré sólo a decir, no que sé y demuestro, sino que creo y
columbro en _Las Moradas_, la más penetrante intuición de la ciencia
fundamental y trascendente; y que la Santa, por el camino del
conocimiento propio, ha llegado a la cumbre de la metafísica, y tiene la
visión intelectual y pura de lo absoluto. No es el estilo, no es la
fantasía, no es la virtud de la palabra lo que nos persuade, sino la
sincera e irresistible aparición de la verdad en la palabra misma.
El alma de la Santa es un alma hermosísima, que ella nos muestra con
sencillo candor: esta es su psicología: pero, hundiéndose luego la Santa
en los abismos de esa alma, nos arrebata en pos de sí, y ya no es su
alma lo que vemos, sin dejar de ver su alma, sino algo más inmenso que
el éter infinito, y más rico que el universo, y más luminoso que un mar
de soles. La mente se pierde y se confunde con lo divino; mas no queda
allí aniquilada e inerte; allí entiende aunque es pasiva; pero luego
resurge y vuelve al mundo pequeño y grosero en que vive con el cuerpo,
corroborada por aquel baño celestial, y capacitada y pronta para la
acción, para el bien y para las luchas y victorias que debe empeñar y
ganar en esta existencia terrena.
Lo que la Santa escribe como quien cuenta una peregrinación misteriosa,
lo que refiere como refiere el viajero lo que ha visto, cuando vuelve de
su viaje, no ganaría, a mi ver, reducido a un orden dialéctico: antes
perdería; pero sería, sin duda, provechoso que persona hábil acertase a
hacer este estudio para probar que hay una filosofía de Santa Teresa.
Yo, señores académicos, deseoso de responder pronto y lo menos mal que
pudiera a mi pariente y amigo, me comprometí para hacerlo hoy, sin
contar con los males y desazones que en estos días han caído sobre mí.
He tenido poco tiempo de que disponer: tres días no más, por esto he
sido más desordenado e incoherente que de costumbre. Vosotros, con
vuestra indulgencia acostumbrada, me lo perdonareis. Así me lo perdone
también este escogido auditorio, y el público luego.
La misma priesa me ha hecho ser más extenso de lo que pensaba. Para
decir algo sin escribir o hablar mucho, se requiere o tiempo y
meditación, o gran brío de la mente: y todo me ha faltado.
Por dicha, el Conde de Casa-Valencia, con el discurso que leyó antes,
recompensó, con paga adelantada y no viciosa, la paciencia que
gastasteis en oírme; y no dudo que seguirá pagando este favor,
auxiliándonos en nuestras tareas, con la discreción y laboriosidad que
le son propias y con la erudición y el ingenio de que nos ha dado hoy
gallarda muestra.


SOBRE EL FAUSTO DE GOETHE
_Den lieb' ich, der Unmögliches begehrt._
(FAUSTO, segunda parte, acto II.)

Difícil es decir algo nuevo y bueno sobre Goethe, de quien tanto se ha
escrito. Hacer aquí un extracto de juicios y opiniones de otros, no nos
parece bien, y no se aviene además con la condición de nuestra tarea,
que ha de ser breve, no ha de abarcar en su totalidad a Goethe y sus
obras, y ha de concretarse a una: el FAUSTO. Sin embargo, aunque no
publicamos el FAUSTO completo, sino la primera parte, no es posible
hablar de ella sin hablar de la segunda, ni es posible tampoco hablar de
todo el poema sin dar alguna noticia sobre el ingenio, los estudios, la
índole y demás prendas del autor de dicha obra, la más importante, sin
duda, de cuantas Goethe compuso, y aquella por la cual vino a ser más
ilustre, y a merecer más alabanzas y aplausos en todas las naciones
civilizadas.
No hablaremos, pues, exclusivamente del FAUSTO; pero del FAUSTO
hablaremos principalmente; y, procurando prescindir de los juicios
extraños, tal vez se logre que los propios tengan alguna novedad, sin
que, por el prurito de buscarla, nos extraviemos.
EL FAUSTO es una obra dramática, y la primera parte, con el arreglo
indispensable para la escena, se representa en los teatros alemanes;
pero, así dicha primera parte aislada, como el conjunto que de ambas
tragedias o partes resulta, aspiran a tener muy superior importancia.
No basta para calificar el todo afirmar que es un poema. Toda narración
o acción escrita en verso es poema también. Para determinar aquello a
que el FAUSTO aspira, se requiere una previa explicación.
En la aurora de toda cultura humana, antes de que hubiese grandes
ciudades y de que se edificasen y aun se inventasen teatros, nació la
poesía; nació quizá al nacer el habla; y la poesía fue de dos modos
principales: lírica y épica. Un himno, un cantar, una mera copla, donde
el autor muestra su amor, su veneración, su ira, o donde nos trasmite la
expresión que del mundo exterior recibe, o donde expresa sus deseos,
temores o esperanzas, se llama poesía lírica: y se llama épica cuando
cuenta el poeta batallas, lances de amor y fortuna, sucesos, en fin, de
la vida de los hombres.
Ya se entiende que la tal división es muy posterior a lo dividido. Hubo
poesía lírica y épica siglos antes de que a nadie se le ocurriese
distinguir los géneros con los nombres que aquí les damos, o con otros.
Es de advertir asimismo, que, en la manera de hacer la demarcación y
deslinde de ambos géneros, ha habido graves diferencias, según el punto
de vista de los críticos en esta época o en aquélla.
No satisface, a la verdad, decir que lo narrativo es épico, y lírico lo
no narrativo. Odas, canciones, idilios, églogas hay, donde se cuentan
hechos, y nadie afirma resueltamente que sean épicas tales
composiciones. Se dan romances, cánticos triunfales, epitalanios, himnos
en loor de dioses, semidioses, héroes o santos, donde también se narra,
y no son épicos puros. Llamar épico-líricas a estas poesías porque
tienen en sí los dos caracteres, no resuelve la dificultad. Dentro de la
epopeya más tenida por epopeya, hay a veces mucho lirismo.
La existencia de uno y otro género es evidente; pero no aquieta al
espíritu el poner por fundamento de la distinción algo de tan externo
como el narrar o el no narrar. ¿Qué poesía no narra? ¿En qué obra
escrita no se cuenta algo, a no imaginarla compuesta de ayes, suspiros e
interjecciones?
Lo épico, por consiguiente, quizá se pueda distinguir con más
profundidad de lo lírico, si en este último género vemos la personalidad
del poeta, su singular inspiración, y en el otro género consideramos al
poeta como sabio popular, archivo con voz y con vida, y peregrino
observador y colector, que recoge, guarda y enlaza en el tesoro de su
memoria, y divulga luego, las tradiciones heroicas y religiosas, las
ideas sobre el universo y los dioses, y cuantas doctrinas, en suma, todo
pueblo impersonalmente ha ido creando en el árbol de las civilizaciones.
En este caso, los libros sagrados, serían épicos, y más aún, los de
aquellos países donde estos libros no se forjan y custodian en el seno
de una carta sacerdotal, sino que nacen espontáneamente, y por impulso
impremeditado y divino, del seno de la muchedumbre. Y en este caso, no
serían épicos sólo los poemas que narran, sino también los que enseñan,
ya toda una religión, ya toda una moral, ya por medio de reglas o
sentencias desligadas y por estilo de refranes, con tal de que se pierda
o se exfume la personalidad del poeta, y el contenido sustancial de la
obra aparezca como dictado por el pueblo mismo o por un numen que viene
a ser la propia conciencia del pueblo, la cual toma ser en la fantasía
como persona superior y del cielo.
En el principio de toda civilización, el vivir del pueblo, aparece
heroico y divino, esto es, consiste en empresas guerreras, en aventuras
y en hazañas, donde intervienen los dioses (que viven entonces
confundidos con los mortales y que se apasionan por ellos); como
auxiliares unos y como contrarios otros; de donde resulta el carácter
distintivo de la poesía épica, aquello que constituye la unidad de todo
gran conjunto o poema. Este carácter es guerrero y religioso a la vez y
por lo común el argumento del poema, viene a ser una empresa feliz del
pueblo para quien se escribe, cuyas virtudes, excelencias y energías
capitales, están cifradas y personificadas en un héroe castizo, de su
raza, si bien con no poco de Dios, engendro, concepción o encarnación de
alguna deidad, como Aquiles o Rama.
La epopeya, así entendida, requiere, como se ve, el momento dichoso en
que aparece el entendimiento colectivo de un pueblo: es la primera flor
de su cultura, y pide para abrirse la primavera. Y siendo además
indispensable, a fin de que la epopeya logre vida inmortal y clara, gran
primor de forma y nitidez y flexibilidad de expresión, es indispensable
también, la rarísima coincidencia de que, en ese momento inicial, en ese
florecer intuitivo de la inteligencia y de la fantasía de la
muchedumbre, posea ésta un idioma formado, rico y hermoso, como
aconteció en Grecia, cuando surgió por vez primera la _Ilíada_ o fueron
apareciendo los diversos cantos de que más tarde hubo de tejerse toda
ella.
De aquí que se cuenten muy pocas epopeyas con esta perfección genuina y
legítima. En unas, la rudeza o deformidad del lenguaje afea torpemente
la obra, y no permite que su beldad interior se exprese con limpieza y
brío. En otras, cuando el pueblo no ha de lograr en lo futuro un alto
desarrollo intelectual, tampoco se dan los gérmenes al principio, y de
aquí lo vano o rastrero del contenido épico. Y en otras, interviene una
casta superior sacerdotal, o si no casta, congregación o clase, que
quita a la epopeya mucho de lo popular, espontáneo y candoroso. En suma,
es difícil o fue difícil que la epopeya, así entendida, se diese de un
modo digno. Apenas se pueden contar más que las homéricas.
Importaba, además, que el pueblo, donde la epopeya iba a nacer, tuviese
el germen de una gran civilización propia, no ofuscada por recuerdos
distintos de otra civilización pasada o extraña; y que, si algo o mucho
tomaba de otras civilizaciones, fuese con tal brío plasmante, con tal
fuerza de asimilación, que lo disolviese todo, mezclándolo con el jugo
de sus entrañas, y que todo lo derritiese y fundiese con su calor
natural, y que luego esta masa, fundida y hecha sustancia propia, la
vaciase en molde, propio también, de donde saliera a luz, reluciente,
nueva, con forma adecuada y castiza, y con sello peculiar, indeleble.
De esta suerte puede afirmarse con fundamento que la Minerva griega
salió grande y armada, del cerebro de Homero; esto es, que filosofía,
historia, ideas religiosas y políticas, artes de la guerra y de la paz,
teatro, todo, en una palabra, se muestra, no ya sólo como germen
fecundo, sino como flor que va a abrir el cáliz y a dar fruto sabroso y
semilla abundante, en los versos divinos, de la _Ilíada_ y la _Odisea_.
Cuando un crítico italiano, a fin de ensalzar a Dante, igualándole a
Homero, dice que la Minerva italiana salió del mismo modo de la cabeza
del vate florentino, incurre en error evidente, hasta para quien mira
estas cosas del modo más superficial. La Minerva italiana estaba ya
nacida y harto crecida. Toda la literatura de los romanos, de Italia era
y en la memoria de los hombres vivía. Una religión con moldes definidos
e inflexibles, con sistema moral completo, había sido adoptada viniendo
de fuera; sobre estos fundamentos habían razonado y filosofado sabios
enciclopédicos como Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino; y, por
último, no se ignoraba la antigua cultura helénica, anterior y posterior
al Cristianismo. Todo esto formaba ya un conjunto de conocimientos, un
sistema entero, informando una civilización italiana y católica. Dante
sería un hombre capaz de abarcarlo en su mente, hábil para expresarlo y
reflejarlo en sus versos, hasta donde era posible que tanto asunto en
sus versos cupiese; pero Dante no producía un documento inicial, sino un
reflejo brillante del saber y del sentir de muchas generaciones, reflejo
que sin duda podría iluminar y encender el ánimo de los hombres de su
edad y de los venideros. Ni se alegue que toda aquella doctrina era
antes propiedad de pocos eruditos, que estaba en latín o en otra lengua
muerta, y que Dante la divulgó en lengua viva, creando casi la lengua o
haciéndola apta para expresar tales conceptos: lo cual implica, sin
duda, mérito extraordinario, pero no tan subido que con el mérito y
valer de Homero podamos equipararle. Y esto con plena independencia del
valer de cada poeta, porque proviene de la misma naturaleza de las
cosas.
En la edad primitiva, el poeta es profeta, sacerdote, legislador,
teólogo, astrónomo, moralista, geógrafo, y todo a la vez; o más bien no
es nada de esto; apenas si es persona; su personalidad se exfuma y
desvanece en la penumbra crepuscular de la historia. Homero, Viasa y
Valmiki casi son _mitos_; son como los patriarcas, no ya de la sustancia
corpórea, sino del espíritu de las naciones; son como los héroes
epónimos, no de la asociación política, sino de la comunidad mental;
son, en suma, el eco inmortal y sonoro del verbo creador y del espíritu
fecundo de un noble pueblo que nace. Su obra abarca cielo y tierra. En
ella se reúne la candorosa enciclopedia de la edad divina. Nada falta.
Todo está allí por modo eminente.
Por espacio de muchos siglos no se entendió así la epopeya, antes bien,
con crítica más exterior que íntima, y fijándose en el asunto o trama, y
más que en la sustancia en la forma, se creó la epopeya artificial,
según ciertas reglas, y cantando las hazañas de algún héroe o de varios.
Así Virgilio escribió _La Eneida_, Camoëns _Los Luisiadas_, y _La
Jerusalen_ Tasso.
Cierto que se han dado algunas epopeyas espontáneas, en épocas, no de
primera juventud para un pueblo o raza, sino hallándose ésta, por siglos
destrozada y caída: pero tales epopeyas, sea cual sea el encanto que
haya sabido darles un singular poeta, en lo esencial, más que nacidas,
parecen desenterradas y resucitadas con ocasión de grandes esperanzas
que se despiertan en el pueblo vencido, no bien sus vencedores y
opresores son a su vez vencidos y oprimidos por otros.
Así brotó, transfigurado y esplendente todo el ciclo del rey Arturo y de
la Tabla-redonda, cuando los normandos, venciendo a los anglos, vengaron
a los bretones; el _Shah-Nameh_ de Firdusi, cuando los turcos, venciendo
a los árabes, vengaron a los pueblos del Irán; y hasta el Kalewala,
aunque más por esfuerzo de mera erudición que por flamante inspiración
poética, cuando Finlandia pasó al dominio de Rusia, vencidos los suecos,
sus dominadores antiguos.
Reconociendo otros poetas, o por virtud crítica o por atinado instinto,
que el tiempo de la gran epopeya había pasado ya, y viendo que hay
tesoros de materia épica, difusa e informe, quisieron reunirlos en
armónico conjunto; pero, careciendo ya de fe en aquello que cantaban,
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Algo de todo - 09
  • Parts
  • Algo de todo - 01
    Total number of words is 4878
    Total number of unique words is 1796
    30.6 of words are in the 2000 most common words
    43.5 of words are in the 5000 most common words
    51.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 02
    Total number of words is 4866
    Total number of unique words is 1777
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    49.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 03
    Total number of words is 4940
    Total number of unique words is 1971
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    42.5 of words are in the 5000 most common words
    49.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 04
    Total number of words is 4945
    Total number of unique words is 1668
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 05
    Total number of words is 4950
    Total number of unique words is 1629
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 06
    Total number of words is 4881
    Total number of unique words is 1627
    33.6 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 07
    Total number of words is 4913
    Total number of unique words is 1669
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    52.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 08
    Total number of words is 4888
    Total number of unique words is 1636
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    55.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 09
    Total number of words is 4838
    Total number of unique words is 1669
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 10
    Total number of words is 4900
    Total number of unique words is 1592
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    49.8 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 11
    Total number of words is 4924
    Total number of unique words is 1537
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 12
    Total number of words is 2871
    Total number of unique words is 1065
    36.5 of words are in the 2000 most common words
    49.0 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.