Algo de todo - 05

Total number of words is 4950
Total number of unique words is 1629
33.5 of words are in the 2000 most common words
48.1 of words are in the 5000 most common words
54.1 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
gasta, aparentando darse aún peor trato del que suele.
Sin embargo, el afán de ocultar la riqueza y de disimular que se tiene
algún dinero ha desaparecido casi del todo en nuestra edad. En las
pasadas era tanto el peligro que corría el dinero saliendo a relucir,
que legítimamente tenía que ser usurero quien le prestaba. El crédito,
que pone en movimiento las fuerzas productivas, apenas era conocido
entonces.
Hoy, por el contrario, el desenfado, la movilidad, la animación del
dinero, que se presenta sin temor en todas partes, menos en España, y
que se agita y circula, es lo que hace creer a los hombres poco
pensadores que vivimos en un siglo metalizado; que ahora no se piensa ni
se habla sino de dinero. ¡Qué error tan craso! Pues ¿por ventura es más
reverenciada, más adorada la imagen que sale por las calles y plazas,
aun cuando sea en muy devota procesión, y doblando todos a su paso la
rodilla, que la divinidad misma, oculta siempre en el fondo del
santuario, por temor de que la profane el vulgo con sus miradas, y hasta
cuyo nombre es incomunicable y desconocido a cuantos no están iniciados
en sus misterios?
Hay asimismo otras muchas razones para que en el día se estime menos el
dinero. Es la primera, que hay más. Es la segunda, que con el crédito
llega más fácilmente a todas partes. Es la tercera, que produce menos
intereses. (Ninguna de estas tres razones militan hoy en España. Los
economistas explicarán por qué.) Es la cuarta, y quizás la más poderosa,
que nuestro siglo, como más civilizado que los anteriores, es también
más espiritualista.
Y aquí no puedo menos de detenerme a condenar la ridícula manía de los
que dan en acusar de materialista a nuestro siglo. ¿Qué siglo hubo nunca
más espiritualista que el nuestro? La música es el arte más espiritual
de todos y florece ahora con florecimiento extraordinario. Apenas hay
tonto, el cual, si hubiera vivido dos o tres siglos ha, no hubiera
gozado más que en comer, que no goce ahora, o por lo menos que no diga
que goza, oyendo la música más sabia y alambicada. Juan Ruiz, Arcipreste
de Hita, afirma que sólo hay dos cosas esenciales que mueven al hombre:
a saber: _mantenencia_, y otra que no me atreveré a mentar, aunque el
Arcipreste la mienta, escudado con Aristóteles:
Si lo dixiese de mió, sería de culpar;
Dícelo grand filósofo; no soy yo de reptar.
¡Tan materialista era el concepto que en el siglo XIV tenía un sacerdote
católico, en la católica España, de los móviles esenciales de las
acciones humanas! Fuera de estos móviles no acertaba a descubrir otro
móvil. ¡Cuánto han variado las cosas en el día! La música mueve también
al hombre y no hay quien no guste de ir al teatro Real.
Pero el espiritualismo de nuestro siglo es sintético, y ésta es la causa
de que algunos, que no le comprenden, acusen de materialista a nuestro
siglo. En los pasados, o no se hacía caso de la materia y se la dejaba a
sus anchas como cosa perdida y dada al diablo, cayendo los que tal
hacían en el molinosismo, o se la maltrataba y castigaba como a súbdito
rebelde por donde venían las gentes a dar en el ascetismo más cruel. En
nuestra época, tratan las gentes de rehabilitar la materia, en el buen
sentido de la palabra, y la purifican cuanto pueden. La materia al fin
es obra de Dios, y, aunque algo pervertida por el pecado, no es cosa tan
abominable como se asegura. Al fin ella ha de resucitar y ha de ir al
cielo, si bien trasfigurada y gloriosa. Por eso no me parece mal que
vayamos puliéndola, perfeccionándola, hermoseándola y sutilizándola en
este mundo. Para pulirla suelen los hombres, en ciertos países
adelantados, lavarse ya todos los días, costumbre rara, cuando no
desconocida de la cristiandad, ciento o doscientos años hace, y contra
la cual aún fulminan sus anatemas el piadoso señor Veuillot y otros
santos padres. Por eso no se comprendía bien la significación del
principio de aquella oda de Píndaro: _Alto don es el agua_. Antes al
contrario, el agua era mirada con horror y con miedo, como causa de los
mayores males, sobre todo para las personas de cierta edad. De aquí el
refrán hidrofóbico tan acreditado: _De cuarenta para arriba, ni te
cases, ni te embarques, ni te mojes la barriga_. Un hombre de setenta
años, cuándo o dónde no había, o no ha caído en desuso este refrán,
debe, o debía de tener su piel cubierta de más estratificaciones que
nuestro globo. Si en este descuido de la materia, que hubo en los siglos
pasados, es en lo que consiste el espiritualismo, se debe preferir ser
materialista. Pero se me antoja que el verdadero espiritualismo consiste
en limpiarse, mondarse y purificarse, así el alma como el cuerpo. Un
hombre limpio no es capaz de sentir tan bestiales apetitos como un
hombre sucio. En muchos tratados de moral, escritos por frailes, que de
seguro se lavaban poco, he leído precauciones tan inauditas para evitar
la tentación, que me pasman y me hacen imaginar que los hombres y las
mujeres de entonces serían como la yesca, la pólvora y el fuego. Uno de
estos autores aconseja que, cuando haya que entregar algo a una mujer,
se ponga lo que ha de entregarse en alguna mesa o en algún otro sitio, y
no se dé con la mano, a fin de evitar el más ligero frote o casual
tocamiento, y añade que las personas de diferente sexo, cuando estén más
próximas, deben estar por lo menos a una distancia de cuatro varas. La
efervescencia, que supone este exceso de precaución, provenía sin duda
de la poca agua, la cual refresca, molifica y hasta espiritualiza.
Ello es lo cierto que la concupiscencia no es tan feroz en el día como
en tiempos pasados. ¿Cuánto no sorprenden aquellos penitentes
solitarios, que después de crueles y largos ayunos aun no podían domar y
poner freno a ciertas malas pasiones, que representaban en su lenguaje
místico llamándolas _el asnillo_? ¿Cuánto no espanta, por ejemplo, aquel
San Hilarión, que no comía más que una docena de higos secos al día, y
tuvo que acortarse la ración en más de la mitad, porque se sentía muy
bravo y emberrenchinado? En este sentido somos también más
espiritualistas ahora. Mientras entonces el estudio de la Teología
sobreexcitaba los sentimientos y encendía en amor el alma afectiva, amor
que con facilidad podía torcerse a mala parte; hoy, estudiando los
jóvenes briosos, desde sus tiernos años, negocios tan serios como la
Filosofía de Krause o la Economía Política, se hacen por fuerza más
morigerados y menos traviesos; adquieren una gravedad que les cae muy
bien; y todo el fuego y lozanía de la imaginación se les va, no en
coplas y requiebros a las muchachas, sino en ditirambos dulcísonos en
prosa rimada, ora al libre-cambio, ora al desestanco de la sal, ora a
otro objeto del mismo orden, que allá en lo antiguo ni se sospechaba
siquiera que pudiese ser blanco de tantos disparos poéticos y de raptos
líricos tan maravillosos.
Estos síntomas de _espiritualización_ se notan hoy por donde quiera. Ya
con la homeopatía, hasta los achaques de la materia se curan casi
espiritualmente. No se toman remedios, sino se toman, por decirlo así,
las virtualidades, el espíritu, la sombra vaporosa de los remedios.
¿Quién sabe si dentro de poco se inventarán también alimentos
homeopáticos, de que ya son precursores el extracto de carne de Liebig y
la Revalenta, y nos nutriremos con la virtualidad o la esencia eléctrica
e imponderable de los pavos y de los jamones, en vez de nutrirnos del
modo vulgar y grosero que ahora se usa?
Los recientes descubrimientos de los fisiólogos prueban la grosería con
que la naturaleza procede hasta hoy en esto de la nutrición. Asegúrase,
como verdad evidente, que en menos de un mes mudamos por completo todos
los átomos o moléculas de nuestro organismo y tomamos otros. El alma, el
principio oculto de la vida, la virtud plasmante, la energía informante,
_la forma óntica_, como la llama un sabio amigo mío, es sólo lo que
permanece. Lo demás cambia sin cesar. La vida es, pues, no por estilo
poético y figurado, sino con toda realidad, un rió, un torbellino, un
torrente impetuoso. Un caballero, de regular corpulencia, que llegue a
vivir setenta años y que pese seis o siete arrobas, puede asegurar que
ha tenido, asimilado y poseído como parte de su organismo, desde su
nacimiento hasta la hora de su muerte, unas 5.000 o 6.000 arrobas de
sustancias, las cuales, si no están dotadas de gran densidad, tal vez
formen un volumen de uno, dos o tres kilómetros cúbicos. Pregunto yo,
¿para qué es este jaleo, esta mudanza, esta incesante trasmigración de
materia, cuando la forma persiste; cuando, si tenemos una berruga,
conservamos siempre la berruga? ¿No sería mejor, y no es posible que se
descubra, el que no perdamos sustancias con tanta frecuencia, y el que
no tengamos tampoco que reponerlas de continuo? Esta si que sería
Economía, si llegara a descubrirse. ¿Qué es la vida más que un
desenvolvimiento de calórico, un fuego, una llama? Y qué, ¿no podremos
jamás sacar de su estado latente ese fluido imponderable y sutil, sin la
combustión de muchas sustancias? ¿No llegaremos nunca a producir el
fuego que mueva nuestras máquinas, sin tener que consumir toda la Flora
exuberante y gigantea de las edades primitivas, y a conservar el calor
vital sin destruir tantas formas, y sin devorar tantos seres? Yo veo
señales claras de que se acercan los tiempos de estas invenciones. La
frenología y el magnetismo han venido a demostrar las armonías íntimas y
misteriosas que enlazan el espíritu y la carne. La electro-biología es
una ciencia que empieza ahora, y que tiene aún que dar mucho de sí. Tal
vez no esté muy lejos el dichosísimo y gloriosísimo día en que,
alimentados de un modo menos grosero, se volatilicen nuestros cuerpos, y
se sostengan en el aire, y lleguen a ser ubicuos y compenetrables, y
hasta diáfanos y luminosos.
Por todas estas consideraciones y por otras que callo, a fin de no hacer
muy prolija la digresión, tengo por cierto que nuestra edad, si peca por
algo, es por _pneumatosis_ o sobra de espiritualismo.
Y sin embargo, se me dirá, en este siglo tan espiritualista, se ama el
dinero poco menos que sobre todo. Convengo en que hay este amor, pero no
en que no le haya habido siempre, y quizás más vivo. No voy a
disculparle ahora, pero sí a explicarle.
Al compás que una sociedad vaya siendo más perfecta y bien organizada,
el dinero irá adquiriendo una virtud más significativa (aproximándose a
la infalibilidad) de que es inteligente, laborioso y precavido quien le
posee. El dinero representará entonces el talento, el trabajo y otras
muchas virtudes. El no tener dinero significará, casi equivaldrá a ser
holgazán, ignorante y para poco. No hemos llegado aún, por desgracia, a
este grado de perfección social, y hay aún muchas personas que adquieren
mal el dinero. Mas como el confesar que el mayor número le adquiere mal,
aun dado que esto fuera cierto, sería ocasionado a gravísimos peligros,
y daría pretexto a los pobres para odiar a los ricos, todas las personas
razonables y amigas del orden y del sosiego públicos, debemos creer y
creemos que no hay dinero mal adquirido, mientras un tribunal no pruebe
lo contrario. Por donde legítimamente, y echando a un lado la mala
pasión de la envidia, el ser rico significa, y tiene que significar, que
vale más quien lo es que el que es pobre. En resolución, el dinero es y
tiene que ser la medida exacta del valer de una persona.
Cierto que hay algunas rarísimas virtudes y prendas superiores al
dinero, que no traen dinero, y que, en el momento en que se tuviesen o
ejerciesen con el fin de adquirir dinero, dejarían de ser tales
virtudes; pero tales virtudes tienen su precio en ellas mismas. La
virtud por excelencia es tan preciosa, que nada hay en la tierra que
pueda pagarla. Por esto me ha parecido siempre ridículo todo premio
ofrecido a la virtud. Quien se pusiera a ser virtuoso para ganar el
premio, no sería virtuoso. Ni siquiera suelen ganarse con la virtud la
fama y el respeto de los hombres, porque es difícil de averiguar si el
virtuoso lo es por firmeza y rectitud de alma o por apocamiento, necedad
o cobardía; y los hombres, como no sea la virtud muy manifiesta,
procuramos siempre atribuirla a dichas calidades negativas. Así es que,
en casi todos los idiomas antiguos y modernos, la palabra _bondad_,
apartada de su sentido recto, significa simpleza, como _dabbenaggine_ en
italiano, _euetheia_ en griego, _bonhomie_ en francés, etc., etc. Pero
como la virtud es y debe ser también superior a la vanagloria, el
virtuoso, no sólo debe serlo aún a trueque de ser pobre, sino a trueque
de pasar por un solemne majadero.
Ciertas declamaciones y diatribas contra los vicios, la corrupción y el
lujo, me han parecido siempre más propias de la envidia o de la sandez
que de un espíritu recto y juicioso. Cuando se dice, por ejemplo, el
hombre de bien está arrinconado y desatendido y vive pobremente, y tal
bribón habita en un palacio y da fiestas espléndidas; la mujer honrada
anda a pie por esas calles, llenándose de lodo, y tal manceba va con
sedas, encajes y joyas, en un soberbio coche; cuando esto se dice,
repito, yo no puedo menos de reírme en vez de conmoverme. Pues qué, ¿se
quiere que la probidad se pague con palacios, y la castidad con
diamantes y trenes? Entonces los mayores galopines se harían probos para
vivir a lo príncipe, y las _suripantas_ echarían la zancadilla a
Lucrecia y a Susana, a fin de conseguir por ese medio lo que por el
opuesto logran ahora. La verdad es que el mundo anda menos mal de lo que
se cree.
Mucho tiene que sufrir la virtud; pero si no tuviera que sufrir ¿sería
virtud? ¿Qué mérito tendría? Y sin duda que la piedra de toque, en que
se aquilata y contrasta el sufrimiento, es esta duda en que deja el
virtuoso a los demás hombres acerca de si su virtud es tontería,
impotencia o amilanamiento y poquedad de espíritu. Hombres hay que no
resisten a esta prueba. Han tenido valor para quedarse pobres, pero no
le tienen para pasar por tontos. Mujeres honradas ha habido que tienen
valor para vivir con poco dinero, mas no para que crean que ha faltado
quien se le quiera dar. ¡Dios nos libre de esta gran tentación de evitar
la nota de mentecatos y para poco! ¡Dios libre a las mujeres honradas de
esta gran tentación de evitar la nota de faltas de donaire y atractivo!
Fuera de estas excelencias y sublimidades de nuestro ser, apenas hay
otra calidad en el hombre que no tenga por medida el dinero. La ciencia
especulativa y la poesía más elevada se sustraen sólo a dicha medida. Ni
la ciencia especulativa, ni la poesía más elevada, están por lo común al
alcance del vulgo. Al sabio y al poeta rara vez la fama puede
consolarlos de ser pobres, si lo son. Los pensamientos sublimes, y la
delicadeza y el primor del estilo, son prendas que pocos saben estimar.
La gloria es casi siempre tardía para este linaje de hombres. Pocos
semejantes suyos aciertan a comprender lo que valen. Así es que su fama
va cundiendo y acrecentándose por autoridad, disputada y contradicha a
menudo, y tan lenta y pausadamente, que el sabio y el poeta suelen
morirse sin gozar de aquel respeto y aun adoración que más tarde se
tributa a su memoria.
El mismo sabio, y más aún el poeta, por excelente crítico que sea, no se
pueden consolar con la conciencia y seguridad de su valer, por los demás
hombres desconocido o negado. No saben a punto fijo si el juicio que
forman sobre ellos mismos está torcido por el amor propio.
Una obra de ingenio es harto difícil de juzgar, y la buena reputación
que adquiere se debe a pocos sujetos entendidos que logran imponer su
opinión, a veces al cabo de muchos años, cuando no de siglos. Los demás
hombres se someten a esta opinión por pereza, o porque habiendo ya
muerto el autor de la obra, les importa poco que sea celebrado y
ensalzado. La idea de que la fama de aquel autor redunda en honor de la
patria o de la humanidad toda, contribuye a que, contenidos por cierto
egoísmo, sean pocos los hombres que tiren a destruirla. Por lo demás, la
gloria de los grandes escritores suele ser póstuma y sumamente vana. De
cada mil personas que citan, por ejemplo, a Homero como al primer poeta
épico, diez a lo más, en los países cultos, le han leído, y de estas
diez, nueve se han aburrido o dormido leyéndole: una sola ha gustado
acaso de aquellas bellezas y excelencias.
La poesía, pues, en su más elevada acepción, así como la virtud en su
acepción más elevada, tiene sólo la recompensa en ella misma, en la
creación de lo ideal, en la fijación y depuración de la belleza, que
aparece escasa, mezclada con elementos extraños y fugitiva en el mundo,
y a quien el poeta aparta y sustrae de lo feo, y da una vida inmortal, a
fin de que gocen de ella las pocas almas que por su propia hermosura son
capaces de comprenderla.
Entiéndase, con todo, que, salvo las mencionadas archi-sublimes
excepciones, nada es más falso en cierto sentido que aquello de que
_honra y provecho no caben en un saco_. Al contrario, cuando el público
no honra es cuando no enriquece, y siempre enriquece cuando honra. El
más o el menos de enriquecer depende de circunstancias que nada tienen
que ver con la honra. En los países ricos y prósperos, el buen poeta
que, por la condición de su ingenio, se hace popular y famoso, se hace
también rico. Y, aparte el respeto que se le debe, Adam Smith se
equivocó al suponer que los comediantes, cantores y bailarines, ganaban
mucho dinero en compensación del decoro que perdían en su oficio, el
cual, si fuese más honrado, sería ejercido por más personas hábiles, y
esta concurrencia haría bajar el precio. Los susodichos artistas están
mucho mejor mirados en el día que en tiempo de Adam Smith, y no por eso
abundan los buenos, ni se venden baratos sus servicios. Se venden caros,
porque hay pocos que sean aptos para hacerlos; y porque la manera de
pagarlos se presta a que subsista la carestía, compartiéndose la carga
entre muchísimas personas.
Resulta de lo expuesto, y aún resultaría más claro si me extendiese
cuanto pide la magnitud del asunto, que por la misma naturaleza de las
cosas, y sin que deba nadie quejarse de ello, ni hacer un capítulo de
culpas a nuestro siglo, ni a los pasados, ni a los hombres de ahora, ni
a los de entonces, lo más universalmente respetado, amado y reverenciado
es el dinero, y por lo tanto, aquel que le posee. Aun las mismas almas
celestiales y puras, enamoradas del amor, de la gloria y de todo lo
bueno y santo, andan también enamoradas del dinero, como medio excelente
de que tengan buen éxito aquellos otros enamoramientos etéreos.
La generalidad de los hombres ama más el dinero que la vida. Cualquiera
persona, por poco simpática que sea, cuenta de seguro con unos cuantos
amigos que aventurarían por ella la vida, que le harían el sacrificio de
su existencia. ¡Cuántos salen al campo en duelo a muerte por defender a
un amigo! Casi nadie, sin embargo, sacrificaría por un amigo su caudal,
ni la vigésima, ni la centésima parte de su caudal. Se está un hombre
ahogando, se está otro quemando vivo en una casa incendiada, y, dicho
sea en honra de la humanidad, rara vez falta quien por salvarle se
aventure, se arroje a las ondas embravecidas o a las llamas. Sin
embargo, el héroe salvador quizás ha rehusado algunos días antes dar una
limosna de dos reales a la persona salvada ahora tan generosamente.
Viceversa, los agraciados estiman siempre más el sacrificio que se hace
por ellos de una pequeña suma de dinero, que el de la vida misma. Y esto
por mil razones muy justas. La vida se sacrifica o se expone por
cualquiera cosa; el dinero no. No hay pelafustán que no tenga una vida
que exponer como cualquiera otra vida; pero no todos tienen dinero que
exponer o sacrificar. El funámbulo, el domador de fieras, el albañil
subido en un andamio, el minero que penetra en una mina insegura, en
fin, casi todos los hombres exponen su vida por cualquier cosa, por un
miserable jornal, por una mezquina cantidad de dinero. ¿Qué hizo más
Edgardo por Lucía de Lammermoor, qué hizo más D. Suero de Quiñones por
la señora de sus pensamientos, que lo que puede hacer y hace a cada
instante, con menos estruendo, el último perdido, por ganar unas cuantas
pesetas? Por consiguiente, una considerable suma de pesetas vale más que
los arrojos de Edgardo y que las bizarrías de D. Suero.
Es evidente que el pobre, aunque puede amar, no puede expresar su amor
de un modo tan claro y tan brillante como el rico. Así es que los ricos
suelen ser más amados que los pobres, aun por las mujeres
desinteresadas.
El dinero da asimismo mérito intrínseco, y el no tenerle le quita, le
merma o le anubla. El dinero da buen humor, urbanidad, buena crianza, y,
como diría cierto diplomático, _soltura fina_. Nada, por el contrario,
ata y embastece más que la pobreza. El pobre es tímido y encogido, o
anda siempre hecho una fiera. Toda palabra en boca del rico es una
gracia, por donde, la misma confianza que tiene de que sus gracias van a
ser reídas y aplaudidas, le da ánimo e inspiración, para ser gracioso.
El pasmo con que todos le miran, el gusto con que todos le oyen, hace
que parezca gracioso, aunque no lo sea. Pero lo es, y no cabe duda en
que lo es. Yo, por ejemplo, he oído en boca de un señor muy rico todos
los cuentecillos más groseros y sucios que refieren los gañanes de mi
tierra, y que ya ni el atractivo de la novedad debieran tener para mí ni
para nadie, y sin embargo, me he reído como un bobo, me han hecho mucha
gracia, y los he encontrado llenos de aticismo en boca de dicho señor.
Creo, además que, en efecto, lo estaban, porque yo no me movía a reírlos
ni a celebrarlos con falsa risa, ni por interés alguno. La seguridad, la
superioridad, el magnetismo sereno, que trae consigo el tener dinero,
producían este fenómeno.
No se debe extrañar, pues, que las personas ricas sean amadas y
admiradas. En el día las amamos con más desinterés que antes. Nunca, por
ejemplo, ha habido menos hombres mantenidos por mujeres que en esta
época, si se exceptúa bajo la forma legítima, aunque desairada, del
_coburguismo_. En otras edades era frecuente, casi general, y no estaba
mal mirado el _coburguismo_ ilegítimo masculino, desde Ciro el Menor con
Epiaxa, reina de Cilicia, señora es de creer que ya jamona, a quien
aquel héroe sacaba mucha moneda, hasta los galanes caballeros de la
corte de Luis XIV y Luis XV.
Lo que es el _coburguismo_ femenino, legitimo, o ilegítimo, sigue hoy
como en las primeras edades del mundo, desde Raab y Dalila hasta la
gallarda y elegante Cora. Este _coburguismo_ es más disculpable que el
masculino. Lope de Vega le disculpaba diciendo:
No estaba pobre la feroz Lucrecia,
Que, a darle Don Tarquino mil reales,
Ella fuera más blanda y menos necia.
Y Ariosto, con la leyenda _El Perro precioso_, inserta en el _Orlando_,
le disculpa mucho más. Yo no le disculpo, pero le excuso, aunque no sea
más que por el desinteresado amor y la admiración sincera que infunde el
hombre rico, como no sea una bestia, aun en las almas más escogidas y
nobles.
El hombre rico se hace en seguida gran conocedor de las bellas artes y
de la literatura, y las protege, remedando a Lorenzo el Magnífico y a
Mecenas; adorna y hermosea su patria con soberbios monumentos, como
Herodes Atico; y hace, por último, otros cien mil beneficios.
Aunque no haya sido muy moral ni muy amante del orden antes de ser rico,
luego que lo es, el mismo interés le presta por lo menos una moralidad y
una religiosidad aparentes que no dejan de ser útiles.
Infiero yo de todo lo dicho que no debemos achacar a corrupción de
nuestro siglo, ni a perversidad del linaje humano, este amor entrañable
que todo él profesa al dinero. ¿Qué otra cosa ha de amar en la tierra,
si no ama el dinero, que las representa todas, las simboliza y las
resume? Lo cierto es que casi todo lo útil, lo conveniente, lo práctico
que se hace en el mundo, se hace por este amor. El dinero es la fuerza
motriz del progreso humano, la palanca de Arquímedes que mueve el mundo
moral, el fundamento de casi toda la poesía, y hasta el crisol de las
virtudes más raras. La mayor parte de los hombres que desprecian o
aparentan despreciar el dinero, lo hacen por despecho y envidia; imitan
a la zorra, diciendo: _no están maduras_. Los que aman con sinceridad la
pobreza, los que la creen y llaman _dádiva santa desagradecida_, o son
locos, o son santos: son Diógenes o San Francisco de Asís; a no ser que
entiendan por pobreza cierta virtud magnánima que consiste en poseer y
gozar todas las cosas con desdén y desprendimiento, como si no se
poseyesen ni gozasen.
No hay nada en este mundo sublunar que proporcione más ventajas que el
tener dinero. Los pocos inconvenientes que trae, o son fantásticos, o
son comunes a toda vida humana, o se van allanando o disipando con la
cultura.
Era antes el principal, como ya he dicho, el peligro de muerte en que se
hallaba de continuo el acaudalado, como no ocultase mucho sus riquezas.
Para ser impune, paladina y descuidadamente rico, era menester ser
tirano, señor de horca y cuchillo, o algo por el mismo orden, que diese
mucho poder y defensa. Este inconveniente va desapareciendo ya casi del
todo.
Otro inconveniente, que encuentran en el dinero los corazones
extremadamente sensibles y los espíritus cavilosos, es fantástico y
absurdo. Consiste en el temor de ser amado por el dinero y no por uno
mismo. Nada más ridículo que este temor. Ya hemos probado que el dinero
es más que la vida. El dinero es, por consiguiente, una parte esencial
de la persona. Un filósofo alemán diría que el dinero se pone en el yo
de una manera absoluta. Más necio es, pues, atormentarse, porque quieren
a uno por el dinero, que atormentarse porque quieren a uno porque es
limpio, bien criado, elegante, instruido etc.; calidades todas que se
adquieren artificialmente lo mismo que el dinero; que se deben al dinero
en más o en menos cantidad. Acaso no sea yo mejor que el último mozo de
cordel de Madrid, ora física, ora intelectual, ora moralmente
considerado, y con todo, suponiéndome soltero, cualquiera linda dama
podría tener aún el capricho de enamorarse de mí, sin que nadie lo
censurara; pero, si del mozo de cordel se enamorase, todo el mundo
tendría esta pasión por una extravagancia o por una locura. Luego, en
último resultado, lo que mueve a amar, a no ser extravagantísimo el
amor, es el dinero, o algo que representa dinero, o que se adquiere con
dinero. Lo que yo he gastado en instruirme, pulirme, asearme y
atildarme, no es más que dinero.
Finalmente, la mayor y más envidiable ventaja que el dinero proporciona,
es la autoridad y respetabilidad que da a quien le tiene, y la justa
confianza que quien le tiene inspira.

III.
De estas consideraciones sobre el influjo del dinero o de la riqueza en
el individuo, quisiera yo pasar a discurrir con mayor extensión sobre el
influjo de la riqueza en la cultura y poder de las naciones; pero no
haré más que consignar aquí algunos ligerísimos conceptos. Me arredra el
temor de extraviarme, y la conciencia de mi poquísimo saber en Economía
Política, ciencia que, al cabo, después de mucho cavilar, han venido
todos los autores a coincidir con Aristóteles en que trata del dinero,
o, en general, de la riqueza, por donde la llama Crematística el sabio
de Estagira. Y es mayor infortunio aún que el de mi propia ignorancia,
el de que,
Después de haber revuelto cien mil libros
De aquesta ciencia enmarañada y torpe,
nadie logra saber a las claras lo que es riqueza. Todas las definiciones
son discordantes; y resulta que la ciencia empieza por no saber definir,
determinar y declarar el objeto de la ciencia misma. Ni está más
adelantada en la definición de las otras palabras científicas, como
valor, precio, capital, industria y cambio; lo cual no es extraño,
porque ignorándose aún lo que es riqueza, que es la idea o palabra
fundamental, por fuerza se ha de ignorar o se ha de estar en desacuerdo
sobre lo restante.
Malthus decía: «Después de tantos años de investigaciones y de tantos
volúmenes de descubrimientos, los escritores no han podido entenderse
hasta ahora sobre lo que constituye la riqueza; y mientras que los
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Algo de todo - 06
  • Parts
  • Algo de todo - 01
    Total number of words is 4878
    Total number of unique words is 1796
    30.6 of words are in the 2000 most common words
    43.5 of words are in the 5000 most common words
    51.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 02
    Total number of words is 4866
    Total number of unique words is 1777
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    49.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 03
    Total number of words is 4940
    Total number of unique words is 1971
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    42.5 of words are in the 5000 most common words
    49.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 04
    Total number of words is 4945
    Total number of unique words is 1668
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 05
    Total number of words is 4950
    Total number of unique words is 1629
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 06
    Total number of words is 4881
    Total number of unique words is 1627
    33.6 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 07
    Total number of words is 4913
    Total number of unique words is 1669
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    52.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 08
    Total number of words is 4888
    Total number of unique words is 1636
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    55.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 09
    Total number of words is 4838
    Total number of unique words is 1669
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 10
    Total number of words is 4900
    Total number of unique words is 1592
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    49.8 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 11
    Total number of words is 4924
    Total number of unique words is 1537
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 12
    Total number of words is 2871
    Total number of unique words is 1065
    36.5 of words are in the 2000 most common words
    49.0 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.