Algo de todo - 02

Total number of words is 4866
Total number of unique words is 1777
31.2 of words are in the 2000 most common words
42.6 of words are in the 5000 most common words
49.3 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
naciendo por mejora de la raza negra. Sale luego a relucir la raza
amarilla, cuyos representantes más ilustres son los chinos y japoneses.
Su origen se pone 10.000 años hace. Y se muestra, al cabo, la raza
blanca, arios, semitas, caucasianos, etc., a la cual se concede una
antigüedad de 8.000 años lo menos. A esta raza tenemos la honra de
pertenecer, pero nadie nos asegura que no aparezca aún otra superior que
nos deje postergados y tamañitos, lo cual será muy desagradable. Sea
como sea, a pesar de los veinte millones de años que hace que apareció
la _monera_, no se ha de negar que estamos aún en el período primaveral
de este año máximo de que hemos hablado. ¿Qué progresos, qué maravillas,
qué nuevas creaciones no deben esperarse aún? Apenas si la humanidad ha
nacido. Yo he leído en un libro muy docto esta sentencia, que no
olvidaré nunca. «La humanidad, en su vida colectiva, no ha nacido aún.»
Todo este largo pasado que llevamos ya, el vivir en la primavera del año
máximo y el columbrar un extenso porvenir, esplendoroso y fecundo, no
debe, sin embargo, alegrarnos en demasía, ni menos ensoberbecernos.
Comparados nuestros veinte millones de años ya cumplidos, más otros
veinte millones que por lo menos durará aún la primavera de este
planeta, con otras primaveras y años máximos de otros planetas y de
otros más grandes sistemas solares, tal vez parezca más breve dicha
primavera que la ordinaria y menuda del año vulgar, que sólo dura tres
meses.
Cavilando yo días pasados sobre este asunto, y hallándome en el campo,
en soledad amena, en hondo valle circundado de rocas escarpadas, donde
había silencio, frescura y mil plantas, hierbas y flores, tuve despierto
un sueño, que parecía visión espiritual o intuición pura de algo real,
aunque para mí materialmente imperceptible.
Dentro de la superficie de un kilómetro cuadrado entendí que había
ciertas emanaciones sutiles de cierto fluido mil veces más tenue que el
aire; fluido que penetraba el aire todo, infundiéndose en los vacíos e
intersticios que dejan sus moléculas. Este fluido, que el hombre no
verá, ni pesará, ni sentirá jamás con sus sentidos, no se eleva más allá
de un kilómetro. Tenemos, pues, un kilómetro cúbico lleno de este fluido
tenue, desleído en el aire como perfumes o efluvios. Figureme, pues, mi
kilómetro cúbico como un mundo aparte, y vi que estaba poblado de un
linaje de silfos tan diminutos, que, si por descuido se tragase
cualquiera de ellos la más ruin molécula de aire, dicha molécula se le
atragantaría y quizás le ahogaría como a cualquiera de nosotros un hueso
de melocotón. Mi linaje de silfos respira, pues, el fluido tenue de que
he hablado. Con las moléculas del aire hacen los silfos mil primores, y
hasta juegan cuando son muchachos, disparándolas por medio de enormes
cerbatanas.
Fuera del kilómetro cúbico está para mis silfos lo infinito, desconocido
e insondable. Viven en una hora; pero su inteligencia es tan rápida y
tan sutil, que en esta hora tienen tiempo de sobra para instruirse,
enamorarse, propagarse, seguir una carrera, elevarse a las más altas
posiciones, legar un nombre ilustre a su legítima prole, y hasta
cansarse de la vida y apelar al suicidio. Un minuto para cualquiera de
ellos es mucho más que un año para cualquiera de nosotros. Sus poetas
componen versos desesperados y desengañados a los quince minutos de
nacer, y sus sabios inventan los más profundos y alambicados sistemas de
filosofía a los treinta minutos.
La voz de mis silfos es tan delgada, que sólo el fluido susodicho puede
trasmitirla en ondas sonoras. Sus palabras van tan prontas, que en un
segundo refiere un silfo una historia que el más conciso de nosotros
tardaría tres o cuatro horas en contar. Todo lo que entre nosotros es
extenso, es intenso entre los silfos. En las veinticuatro horas de
cualquier día se extiende la historia de los silfos, y es tan fecunda en
revoluciones, cambios, guerras y progresos, como la nuestra en los mil
ochocientos setenta y pico de años que median desde la Era cristiana
hasta el momento en que escribo.
Mis silfos tienen figura humana. Yo entiendo que toda alma, todo
pensamiento que informa un cuerpo, grande o chico, le da esta figura,
por ser la más hermosa.
La hermosura de mis silfos es tal, que si lográsemos fabricar un
microscopio bastante poderoso para llegar a verlos, envidiaríamos a los
varones y nos enamoraríamos desesperadamente de las hembras.
Están muy adelantados en civilización. Han tenido muchos profetas y
fundadores de religiones; pero ya va pasando entre ellos la edad de la
fe, y rayando la aurora de la edad de la razón.
Sus conocimientos históricos, sin mezcla de fábula, aquello que la
crítica más severa da por cierto, no pasa de noventa días, lo cual,
equivale a más de tres mil sucesivas generaciones. Y como un minuto para
ellos viene a equivaler a un año para nosotros, puede afirmarse que
ellos hacen subir la antigüedad de su civilización a más de 129.600
años. Más allá, yendo contra la corriente de los tiempos, los silfos no
ven claro; pero, si entre ellos hay un Darwin o un Haeckel, sin duda
colocará la aparición de la primera _monera_ del mundo silfídico a una
distancia proporcionalmente mucho mayor.
El concepto que forman del Universo es muy distinto del que formamos
nosotros. Y no porque su razón no concuerde con la nuestra, sino porque
son otros los datos de sus sentidos. No llegan con la vista al sol, ni a
la luna, ni a las estrellas, por donde los torrentes de luz ardorosa que
lanza sobre ellos el primero, y la luz tibia y plateada en que los baña
la luna, proceden para ellos de un manantial oculto. Así es que forman
mil hipótesis para explicarlo. Claro está que hay largos períodos
históricos de una luz, y largos períodos históricos de otra.
En su mundo hay seres animados, de proporciones tan gigantescas, que
nosotros ni siquiera las concebimos. Una avispa para ellos es más que lo
que sería para nosotros el Nevado de Sorata, si arrancándose él mismo de
cuajo, animándose y echando alas, se pusiese a volar y se nos mostrase
por el aire. Por fortuna, la excesiva pequeñez de los silfos y su
agilidad portentosa los salvan de tales monstruos.
Claro está que lo infinito es siempre lo infinito, así en la mente de un
silfo como en la mente de un hombre. En este punto, si nos contraemos a
la especulación racional, nuestros conceptos son iguales; pero en
contar, en extenderse a mayor número, en notar mayor cantidad, los
silfos nos ganan; penetran con sus sentidos, y ven y perciben abismos de
extensión, de tiempo, de volumen y de duraciones en lo infinitamente
pequeño, por donde lo mediano, lo mezquino para nosotros, su universo de
un kilómetro cúbico, es más ingente para ellos que toda la inmensidad de
los cielos para nosotros. Y no dejan por eso de poner más allá de su
universo lo infinito inexplorado.
Andan todos ellos muy soberbios con su cultura y con sus progresos, que
juzgan sin límites. Así como cuentan ya un pasado larguísimo, esperan un
porvenir más largo aún. Y es lo cierto que no se equivocan. Ellos
nacieron con esta última primavera y acabarán al fin del próximo otoño.
Ahora, que es verano, están en todo el auge de su grandeza. Lo mismo nos
sucede a nosotros.
¿Quién sabe si habrá seres, en comparación de los cuales seamos nosotros
lo que para nosotros son mis silfos? Y si alguno de estos seres llega a
averiguar que existimos, como yo he llegado a averiguar que existen
silfos tales, ¿no se reirá, o nos compadecerá, al ver que esperamos aún
tan largo porvenir? Los millones de años que llevamos de vida y los que
esperamos vivir aún, serán para él una primavera. Acaso, cuando vuelva
él de veranear o de bañarse en algunos baños de su mundo, encuentre ya
el nuestro desolado y hecho ruinas, y extinguida, nuestra efímera raza.
Pero no tendrá razón. Lo importante es la inteligencia, la cual no se
mide por varas, ni por kilómetros, ni por diámetros terrestres. Su
actividad, cuando es fecunda, puede condensar en un minuto más hechos,
más ideas, más creaciones, más gloria y más infierno, que otra
inteligencia reacia, perezosa y torpe, durante siglos de siglos.
Última moralidad. Todo es relativo, como decía D. Hermógenes. No hay
menos ni más. En el tiempo que he tardado yo en escribir este artículo
para cumplir mi imprudente promesa, un hombre de ingenio fecundo hubiera
sido capaz de escribir la historia de toda la raza humana; y, en menos
tiempo, mis silfos son capaces de realizar lo más importante de su
propia historia. No lo daré por muy seguro, porque no he llegado a
enterarme bien y no gusto de fantasear, pero es posible que mientras yo
he estado afanadísimo componiendo todas estas candideces e inocentadas,
a fin de salir del paso, mis silfos hayan fundado nuevos imperios,
creado constituciones, inventado filosofías y máquinas, y erigido
monumentos, en su sentir, imperecederos.
Tal consideración me avergüenza y humilla, en vez de llenarme de
vanidad; y, aunque no sea de silfos, sino de hombres como yo, el público
que ha de leerme, todavía le presento con grandísima desconfianza este
escrito, que no he tenido reposo, ni humor, ni tiempo para hacer más
breve.


LA CORDOBESA

El editor de esta obra tuvo la bondad de encomendarme, un siglo ha, uno
de sus artículos; y yo, como es natural, elegí la cordobesa, por ser la
provincia de Córdoba donde he nacido y me he criado.
Mi extremada desidia me ha impedido hasta ahora cumplir mi palabra de
escribirle. Tal vez para cohonestar esta falta me presentaba yo un
sinnúmero de dificultades y objeciones, por cuyo medio trataba de
condenar el pensamiento del editor, a fin de justificar mi tardanza en
contribuir a su realización con mi trabajo.
¿Qué diferencia esencial, ni siquiera qué diferencia accidental notable,
puede haber o hay pongo por caso, entre la cordobesa, la jaenense o la
sevillana? Allá en lo antiguo quizás la hubiese, porque no eran tan
fáciles las comunicaciones, y era más fácil el vivir aislado y
sedentario; pero en el día, en que, no ya los hombres y mujeres de
contiguas provincias, sino los de remotas naciones, longincuos países y
apartadísimos reinos, se ven y visitan con frecuencia, ¿cómo ha de
persistir esa variedad y distinción de tipos, dando ocasión a que se
describan mujeres que por sus costumbres, creencias, modos de sentir y
de pensar, fisonomía, continente y traje, se diferencien hasta el punto
de que las pinturas o descripciones que de ellas se hagan, varíen por el
asunto, y no sólo por el estilo del que pinta o describe? Además, me
decía yo, aunque el sello de casta y el de nacionalidad sean indelebles,
sin que acierte a borrarlos o a confundirlos la continua convivencia y
el íntimo comercio espiritual, en esta época en que tanto se escribe, se
lee y se viaja, en este siglo del vapor y la electricidad, del
ferro-carril y del telégrafo, todavía no logro persuadirme de que haya
también un sello de _provincialidad_, como hay sello de nación, de tribu
o de casta. Lo peculiar y lo castizo, en lo que tienen de exclusivas
estas calidades, provienen de divisiones que hizo la naturaleza misma, y
no de las divisiones administrativas o políticas, esto es, artificiales,
como son las divisiones por provincias. Malagueñas o sevillanas habrá,
sin duda, de casta y suelo más homogéneos con los de ciertas cordobesas,
que los de muchas cordobesas entre sí. Una mujer de Cuevas de San
Marcos, por ejemplo, debe parecerse más a otra de Rute, que una de Rute
a otra de Belalcázar, y más se parecerá la de Casariche a la de
Benamejí, que la de Benamejí a la de Almodóvar.
Harto se me alcanzaba que entre la gallega y la mujer de Cataluña, y
entre la manchega y la vizcaína habían de mediar radicales diferencias;
pero esto de que cada provincia, fuese la que fuese, había de tener un
tipo especial, se me hacía difícil de creer. Sólo salvaba yo la
monotonía de este libro y cifraba su variedad en el ingenio diverso de
cada escritor, en el sesgo que atinase a dar al asunto, y en lo singular
de su estilo, pensamientos y sentimientos.
Nunca pensé que el editor desease que escribiésemos una reseña erudita,
una serie de vidas de todas las mujeres célebres de cada provincia. Esto
sería quizás, no sólo ameno, sino ejemplar y didáctico; pero no se
trataba de esto, ni yo me hubiese comprometido a escribir mi artículo,
si de esto se tratase. No era obra histórica, ni biográfica, la que se
trazaba y proyectaba, sino cuadro de costumbres y pintura al vivo o
retrato fiel de lo que hoy se nota en cada provincia en los usos,
cultura, ideas, y demás prendas, condiciones y actos de las mujeres. Y
siendo la cosa así, repito que no me percataba yo de nada o de casi nada
que impidiese la monotonía de la obra por el objeto, aunque por el
sujeto, o mejor diré por los sujetos, viniese a ser un jardín de flores,
como la capa del estudiante, merced a la diversidad de estilos y a la
idiosincracia de cada escritor que en ella pusiese mano.
Así, sobre poco más o menos, andaba yo cavilando, cuando deberes de
familia me llevaron al riñón de la provincia de Córdoba; a una dichosa
comarca donde el color local provincial está difundido a manos llenas
por la Naturaleza pródiga e inexhausta en sus varias creaciones. Y
estando este color, este sello, este tipo en todo, ¿cómo, me dije yo, no
ha de estarlo en la mujer, la cual es blanda cera para recibir
impresiones, y duro bronce para conservarlas sin que se desvanezcan?
Más de cinco meses pasé en mi lugar, y en este tiempo mudé por completo
de parecer, respecto al libro del Sr. Guijarro. No me quedaba excusa
para no escribir el artículo. Estaba persuadido de que si la cordobesa
que yo pintase no era un tipo _sui generis_, era porque yo no sabía
pintar lo que estaba viendo de un modo claro. Me decidí, pues, desde
entonces a hacer esta pintura, confesando con ingenuidad que, si no sale
original y nueva, la culpa será mía y no del modelo.
Una cosa me turba aún y dificulta mi propósito. Al ver y tratar a la
cordobesa del día, acuden a mi imaginación las ya casi borradas especies
que desde mi niñez y primera juventud, harto lejanas por desgracia,
dormían o estaban sepultadas en mi mente, de la cordobesa del primer
tercio de este siglo. La disparidad entre el recuerdo y la impresión
presente me confunden un poco. El tipo cordobés femenino no ha
desaparecido, pero ha habido cambio, si bien el cambio no ha sido de lo
castizo a lo exótico. El cambio ha sido por interior desenvolvimiento de
la propia esencia de la mujer cordobesa, la cual, como todas las
esencias inmortales, permanece en su fundamento sustancial, si bien
adquiere nuevas formas y nuevos accidentes. La cordobesa de este momento
histórico no es la cordobesa del momento histórico anterior; pero es
siempre la cordobesa, y siempre sigue realizando su esencia, como cada
hija de vecina, _exteriorizando_ la idea típica suya propia, y
presentando diverso aspecto, en cada una de las diversas evoluciones con
que la _exterioriza_.
Veo que me encumbro demasiado, y voy a descender y a hablar con más
llaneza, dejando los raptos filosóficos para mejor ocasión.
Hoy se me presenta la cordobesa a la vista tal como es, mientras que la
memoria me la retrae tal como era treinta o cuarenta años ha. De aquí se
origina cierta confusión, algo como una antinomía; pero, si bien se
estudia la antinomía, se resolverá con poco trabajo en una síntesis
suprema. Esta síntesis, si acertase yo a crearla, sería un artículo
primoroso. Es más: sin esta síntesis no es posible el artículo, porque
yo no voy a pintar a la cordobesa muerta, parada, estacionaria, inerte,
fósil, sino a la cordobesa viva, en movimiento, en desarrollo, en
progreso; desenvolviéndose, no con prestado impulso, sino según las
leyes propias de su gran ser y de su rico y generoso organismo.
Para adquirir el concepto total de la cordobesa es menester estudiarla
en sus diferentes clases y estados: desde la gran señora hasta la mujer
del rudo ganapán, desde la niña hasta la anciana, desde la hija de
familia hasta la madre o la abuela; y verla y visitarla, ya en la
antigua y espléndida capital del Califato; ya en la Sierra, al Norte del
Guadalquivir, abundante en minas y en dehesas selváticas y esquivas; ya
en la campiña ubérrima, donde hay lugares populosos y hasta lindas
ciudades, y donde la riqueza, el bienestar y la cultura son mayores.
Pero si fuésemos analizando y examinando por separado todas estas cosas,
no tendría fin ni término nuestro artículo; y así conviene tocar sólo
puntos capitales, y resumir y cifrar en dos o tres tipos todo lo que hay
en la cordobesa de más característico y propio.
Claro está que en la provincia de Córdoba hay damas ricas, que han
estado o están en Madrid, que tal vez han ido a Baden o a Biarritz algún
verano; que hablan francés, que han paseado en el bosque de Boulogne,
que conocen acaso varias cortes extranjeras, que leen las novelas de
Jorge Sand y los versos de Lamartine en la misma lengua en que se
escribieron, y que se visten con Worth, con Laferrière, con la Honorina
o con la Isolina. En todas estas damas subsiste aún la esencia de la
mujer cordobesa; pero sería menester ahondar y penetrar demasiado para
descubrir esa esencia al través de tantos aditamentos extraños y de
tantas exterioridades postizas. Busquemos, pues, a la genuina cordobesa
donde no tengamos necesidad de profundizar o de eliminar para hallarla:
busquémosla en la lugareña, ya sea rica, ya pobre; ya señora, ya criada.
La lugareña es en extremo hacendosa. Por pobre que sea, tiene la casa
saltando de limpia. Los suelos, de losa de mármol, de ladrillo o de yeso
cuajado, parecen bruñidos a fuerza de aljofifa. Si el ama de la casa
goza de algún bienestar, resplandecen en dos o tres chineros el cristal
y la vajilla; y en hileras simétricas adornan las paredes de la cocina
peroles, cacerolas y otros trastos de azófar o de cobre, donde puede uno
verse la cara como en un espejo.
La cordobesa es todo vigilancia, aseo, cuidado y esmerada economía.
Nunca abandona las llaves de la despensa, de las alacenas, arcas y
armarios. En la anaquelería o vasares de la despensa suele conservar,
con próvida y rica profusión, un tesoro de comestibles, los cuales dan
testimonio, ya de la prosperidad de la casa; ya de lo fértil de las
fincas del dueño, si son productos indígenas y, como suele decirse, de
la propia crianza y labranza; ya de la habilidad y primor de la señora,
cuyo trabajo ha aumentado el valor de la primera materia con alguna
preparación o condimento. Allí tiene nueces, castañas, almendras,
batatas, cirolitas imperiales envueltas en papel para que se pasen,
guindas en aguardiente, orejones y otras mil chucherías. Los pimientos
picantes, las guindillas y cornetas y los ajos, cuelgan en ristras al
lado del bacalao, en la parte menos pulcra. En la parte más pulcra suele
haber azúcar, café, salvia, tila, manzanilla, y hasta té a veces, que
antes sólo en la botica se hallaba. Del techo cuelgan egregios y
gigantescos jamones; y, alternando con esta _bucólica_ manifestación del
reino animal, dulces andregüelas invernizas, uvas, granadas y otras
frutas. En hondas orzas vidriadas conserva la señora lomo de cerdo en
adobo, cubierto de manteca; pajarillas, esto es, asaduras, riñones y
bazo del mismo cuadrúpedo; y hasta morrillas, alcauciles, setas y
espárragos trigueros y amargueros; todo ello tan bien dispuesto, que
basta calentarlo en un santiamén para dar una opípara comida a cualquier
huésped que llegue de improviso.
La matanza se hace una vez al año en cada casa medianamente acomodada; y
en aquella faena suele lucir la señora su actividad y tino. Se levanta
antes que raye la aurora, y rodeada de sus siervas dirige, cuando no
hace ella misma, la serie de importantes operaciones. Ya sazona la masa
de las morcillas, echando en ella, con rociadas magistrales y en la
conveniente proporción, sal, orégano, comino, pimiento y otras especias;
ya fabrica los chorizos, longanizas, salchichas y demás embuchados.
La mayor parte de esto se suspende del humero en cañas o barras largas
de hierro, lo cual presta a la cocina un delicioso carácter de suculenta
abundancia. Casi siempre se reciben en invierno las visitas en torno del
hogar, donde arde un monte de encina o de olivo y pasta de orujo, bajo
la amplia campana de la chimenea. Entonces, si el que llega mojado de la
lluvia o transido de frío, ya de la calle, ya del campo, alza los ojos
al cielo para darle gracias por hallarse tan bien, se halla mucho mejor
y tiene que reiterar las gracias, al descubrir aquella densa
constelación de chorizos y de morcillas, cuyo aroma trasciende y
desciende a las narices, penetra en el estómago y despierta o resucita
el apetito. ¡Cuántas veces le he saciado yo, estando de tertulia, por la
noche, en torno de uno de estos hogares hospitalarios! Tal vez la misma
señora, tal vez alguna criada gallarda y ágil, descolgaba con regia
generosidad una o dos morcillas, y las asaba en parrillas sobre el
rescoldo. Comidas luego con blanco pan, con un traguito de vino de la
tierra, que es el vino mejor del mundo, y en sabrosa y festiva
conversación, sabían estas morcillas a gloria.
Es injusta la fama cuando asegura que se come mal por allí. En mi
provincia hay un sibaritismo rústico que encanta. Bien sabe mi paisana
estimar, buscar y servir en su mesa las mejores frutas, empezando por la
que se cría en su heredad, mil veces más grata al paladar y más
lisonjera para el amor propio que la tan celebrada del cercado ajeno. Ni
carece tampoco, en la estación oportuna, de cerezas garrafales de
Carcabuey, de peras de Priego, de melones de Montalvan, de melocotones
de Alcaudete, de higos de Montilla, de naranjas de Palma del Río, y aun
de aquellas únicas ciruelas, que se dan sólo en las laderas del castillo
de Cabra; ciruelas, dulces como la miel, que huelen mejor que las rosas.
En cuanto a las uvas, no hay que decir que son mejores ni peores en
ninguna parte, porque son excelentes en todas: y las hay lairenes,
pedrojiménez, negras, albillas, dombuenas de corazón de cabrito,
moscateles, baladíes, y de otros mil linajes o vidueños.
Las aceitunas no ofrecen menor variedad: manzanillas, picudas, reinas,
gordales, y qué sé yo cuántas otras. La mujer cordobesa se vale para
prepararlas de mil ingeniosos métodos y de mil aliños sabrosos; pero, ya
estén las aceitunas partidas o enteras, rellenas u orejonadas, siempre
interviene en ellas el laurel, premio de los poetas.
Pues ¿qué alabanza, qué encarecimiento bastará a celebrar a mi paisana,
cuando despunta por lo habilidosa? ¡Qué guisos hace o dirige, qué
conservas, qué frutas de sartén, y qué rara copia de tortas, pasteles,
cuajados y hojaldres! Ya con todo género de especierías, con nueces,
almendras y ajonjolí, condimenta el morisco alfajor, picante y
aromático; ya la hojuela frágil, liviana y aérea; ya el esponjado
piñonate, y ya los pestiños con generoso vino amasados: sobre todo lo
cual derrama la que tanto abunda en aquellas comarcas, silvestre y
cándida miel, ora perfumada de tomillo y romero en la heroica y alpestre
Fuente Ovejuna, que en lo antiguo se llamaba la Gran Melaria; ora
extraída, merced a las venturosas abejas, del azahar casi perenne, que
se confunde con el fruto maduro por todos los verdes naranjales, en las
fecundas riberas del Genil y del Bétis.
Sería cuento de nunca acabar si yo refiriese aquí circunstanciadamente
cuanto sabe hacer y hace la cordobesa en lo que atañe a pastelería y
repostería. No puedo, con todo, resistir a la tentación de dar una
somera noticia de lo más interesante. Hace la cordobesa gajorros,
cilindros huecos, formados por una cinta de masa que se enrosca en
espiral, para los cuales, a fin de que crujan entre los dientes y se
deshagan luego con suavidad en la boca, es indispensable una maestría
soberana, así en el amasijo como en la fritura. La batata en polvo y las
carnes de manzana, membrillo y gamboa, que toda cordobesa prepara,
debieran ser conocidas y estimadas en las mesas de los príncipes y
magnates. Con el mosto hace la cordobesa gachas, pan y arropes
infinitos, ya de calabaza, ya de cabellos de ángel, y ya de uvas, aunque
entonces toma el nombre de uvate y deja el de arrope.
Quiero pasar en silencio, por no molestar al lector y porque no me tilde
de prolijo y tal vez de goloso, los hojaldres hechos de flor de harina y
manteca de cerdo en pella; los multiformes bizcochos, entre los cuales
sobresale la torta o bollo maimón; los nuégados, los polvorones, las
sopaipas, los almíbares y las perrunas, exquisitas, a pesar de lo poco
simpático del nombre que llevan. Pero ¿cómo no detenerse en el debido
encomio de ciertas empanadas, en mi sentir deliciosas, y tan propias y
privativas de por allá, que la mujer que no haya nacido cordobesa no
poseerá jamás el _quid divinum_ que para amasarlas se requiere, ni
acertará a darles el debido punto de cochura? Estas empanadas son, en
dicho sentido, incomunicables. Aunque en mayor escala, acontece con
ellas lo que con el turrón de Jijona, que al instante se conoce la
falsificación. Bien puede tener la mas docta cocinera la receta
auténtica, exacta, minuciosa, de estas empanadas; apuesto a que no las
hace, si no es de mi provincia. A quien no ha comido de tales empanadas
le parecerá abominable que, constando el relleno de boquerones o
sardinas con un picadillo de tomates y cebollas, se tomen las empanadas
con chocolate; pero así es la verdad, y están buenas, aunque parezca
inverosímil.
No es nuevo este arte de repostería y pastelería, ni su florecimiento
entre las cordobesas. Según un escrito fehaciente, reimpreso y divulgado
poco ha (la verdadera historia de la _Lozana Andaluza_), dicho arte
florecía ya a principios del siglo XVI. Aquella insigne mujer, que era
cordobesa, hacía con admirable perfección casi todo cuanto aquí hemos
mentado, si bien el autor lo refiere de corrida, sin detenerse tanto
como nosotros en el asunto. Probado deja, sin embargo, que ya entonces
era parte este gay saber en la educación de mis paisanas, y que de
madres a hijas ha venido trasmitiéndose hasta ahora por medio de la
tradición. Así es que cualquiera cordobesa, si no es manca y tiene
mediano caletre, podrá jactarse en el día, como ha más de tres siglos se
jactaba la Lozana, si es que la modestia lo permite, de que sobrepuja a
Platina _De voluptatibus_ y a Apicio Romano _De re coquinaria_.
Con todo, acerca de lo último (en lo tocante a cocina propiamente
dicha), no hay, hablando con franqueza, tanto de que jactarse como en la
parte de repostería. Este arte, incluyendo en él, aunque parezca
disparatado, todo lo relativo a la matanza, es, en la provincia de
Córdoba, un arte más liberal, menos entregado a manos mercenarias.
Apenas si hay hidalga, por encopetada y perezosa que sea, que, según ya
hemos dicho, no trabaje en estos negocios _col seno e colla mano_. Ya
sazona el adobo; ya hecha con su blanca diestra el aliño a las
longanizas; ya rellena tal cual chorizo con un embudito de lata; ya
pincha las morcillas para que se les salga el aire, valiéndose de una
aguja de hacer calceta o de una horquilla que desprende de sus hermosos
cabellos.
Suele, en verdad, venir a las casas, en los días de matanza, o en los
que preceden a la Noche-buena, cuando se hacen mil golosinas, o durante
la vendimia, para hacer el arrope y las gachas de mosto, o poco antes de
Semana Santa, para solemnizarla con hojuelas, pestiños, gajorros y
piñonate, alguna mujer perita, de tres o cuatro que hay siempre en cada
lugar, la cual se pone al frente de todo; pero rarísima vez la señora
abdica en esta mujer por completo y se sustrae a toda responsabilidad.
Esta mujer no pasa de ser una ayudanta, una _altera ego_. Quien en
realidad dirige es el ama. Y sólo cede el ama la dirección, o, para
hablar con rigorosa exactitud, no la cede ni dimite, sino que comparte
la responsabilidad y divide el imperio, cuando se da la feliz
circunstancia de que haya alguna mujer que sea un genio inspirado, con
misión y vocación singular para tales asuntos. Así sucedía en mi lugar
con una mujer que llamaban Juana la Larga, la cual murió ya; y es muy
cierto que ha dejado una hija heredera de sus procedimientos arcanos:
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Algo de todo - 03
  • Parts
  • Algo de todo - 01
    Total number of words is 4878
    Total number of unique words is 1796
    30.6 of words are in the 2000 most common words
    43.5 of words are in the 5000 most common words
    51.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 02
    Total number of words is 4866
    Total number of unique words is 1777
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    49.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 03
    Total number of words is 4940
    Total number of unique words is 1971
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    42.5 of words are in the 5000 most common words
    49.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 04
    Total number of words is 4945
    Total number of unique words is 1668
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 05
    Total number of words is 4950
    Total number of unique words is 1629
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 06
    Total number of words is 4881
    Total number of unique words is 1627
    33.6 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 07
    Total number of words is 4913
    Total number of unique words is 1669
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    52.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 08
    Total number of words is 4888
    Total number of unique words is 1636
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    55.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 09
    Total number of words is 4838
    Total number of unique words is 1669
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 10
    Total number of words is 4900
    Total number of unique words is 1592
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    49.8 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 11
    Total number of words is 4924
    Total number of unique words is 1537
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Algo de todo - 12
    Total number of words is 2871
    Total number of unique words is 1065
    36.5 of words are in the 2000 most common words
    49.0 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.