Granada, Poema Oriental, precedido de la Leyenda de al-Hamar, Tomo 1 - 5

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Cuando al umbral de su sepulcro llegan:
Los que en su ciencia ruin se ensoberbecen
Y de ÉL se mofan, al morir le ruegan.
Por ÉL existen y por ÉL perecen
Todos. No hay más que un Dios. Ante su nombre
¿Qué es el orgullo y el saber del hombre?
Siglo, que audaz el de la luz te llamas
Y por miles de plumas y de bocas
El manantial de tu saber derramas:
Siglo de ciencia, que el error derrocas,
La virtud premias y el ingenio inflamas:
Siglo, que dices que á la cumbre tocas
De la dicha, que el mundo civilizas
Y tu raza de sabios divinizas:
Siglo de prensas y de bolsa y agio,
Que, en carros de vapor, hasta la luna
Intentas difundir el gran contagio
De la ciencia, y parar á la fortuna
Con tus empresas mil..... ¡siglo de plagio
Que, en solos nueve lustros, en sí aduna
Más _maestros_, _artistas_ y _doctores_
Que hubo en ciento estudiantes y lectores!....
¿De dónde vienen los que nacen? ¿Dónde
Van los que mueren? ¿Dónde, en qué lejano
Lugar se acuesta el sol? ¿En cuál se esconde
La luna de su luz? ¿Cuál es la mano
Que les guía á los dos? Habla, responde,
Orgullo necio del saber humano,
Hojea el libro de tu ciencia osada:
¿Qué es lo que sabes de tu origen?--NADA.
No hay más que un solo Dios, que nada ignora:
ÉL conoce las puertas de la tierra;
Abre las de la cuna y de la aurora:
Las de la noche y de la tumba cierra.
Más allá de las dos ÉL solo mora,
ÉL solo sabe lo que allá se encierra;
De allá viene, allá va quien nace y muere.
¿Por qué? Su voluntad así lo quiere.
Mas detente ¡oh Espíritu divino!
¡Oh Arcángel de la Fe! Tú, cuyo paso
Buscando un día al corazón camino
Ahogó á las Musas y aplanó el Parnaso:
Único fuego que del cielo vino,
Calma tu inspiración en que me abraso:
No ensayes en el arpa del poeta
Los cantos del salterio del Profeta.
Mi limitada comprensión humana,
Mi ruda voz y tosca poesía
Eleve, sí, tu inspiración cristiana
Y dignas sean de la patria mía.
Enaltece mi ingenio, porque ufana
Pueda hijo suyo apellidarme un día,
Y de mi nombre, si al olvido vence,
La tierra en que nací no se avergüence.
Mas dejemos al siglo ir desbocado
De los pasados siglos tras la herencia,
En el carro del oro arrellanado,
Ó suspendido en alas de la ciencia.
Dejémosle seguir la ley del hado
Según su voluntad ó su conciencia,
Sin que perturbe su insensata orgía
El himno audaz de la creencia mía.
Tiéndeme, pues, tu alas de zafiros,
Y lejos de él transpórteme tu vuelo
Donde sus carcajadas y suspiros
No desgarren del aire el puro velo.
De él á través con luminosos giros
Álzame adonde, con eterno hielo
Cubriendo su cerviz, Sierra Nevada
Salutíferas auras da á Granada.
Llévame á los recónditos asilos
De aquellas misteriosas soledades,
Cuyos monstruos de nieve ven tranquilos
Nacer y perecer razas y edades.
Muéstrame las cavernas y los silos
Donde van á dormir las tempestades,
Por cima del peñón desconocido
En que suspende el águila su nido.
Del Supremo Hacedor la sabia mano
No creó sin destino esos lugares
Inaccesibles al orgullo humano:
Ni envueltos en sus mantos seculares
De nieve espían sin cesar en vano
Esos gigantes blancos tierra y mares.
Subamos, pues, sobre las auras leves
Al misterioso alcázar de las nieves.

LA CARRERA
II
En las desiertas cumbres que la sierra
Á las legiones de la luz levanta,
Paso al cielo tal vez desde la tierra:
Allí, donde árbol, animal, ni planta,
Ni vegeta, ni vaga, ni se encierra
Bajo la eterna nieve, y se quebranta
Cuanto vida ó calor toma del suelo
Al peso de una atmósfera de hielo,
Se abre por las montañas un camino,
Más bien un tajo, que sus breñas parte
Como una faja de planchado lino,
El cual dirige al colosal baluarte
De la nieve. Jamás tan peregrino
Sendero supo fabricar el arte,
Ni inspirarle á la mente más risueño
Maga oriental en hechizado sueño.
Á ambas orillas de su senda blanca
Labra caprichos mil el aire helado,
Que el ampo trae que el remolino arranca,
Dejándole doquier cristalizado.
La agua congela y el vapor estanca
Y cincela sutil filigranado
Del hielo en el cristal, cuyas labores
Descomponen la luz en mil colores.
Mas como sus espléndidos reflejos
De la nieve se estrellan en la alfombra,
Y en el mate cristal de sus espejos
Mata al color la blanquecina sombra,
Todo es blanco doquiera, cerca y lejos:
Todo el país descolorido asombra
Con su igualdad la vista: blanco el suelo,
Blanco el espacio puro, blanco el cielo.
Y allá del peñascal en la estrechura,
Por el lugar do empieza este sendero
Á blanquear en el fin de la llanura,
Comienza á negrear bulto ligero.
Crece..... se aclara como va la altura
Ganando. Es un mortal: un caballero
Moro: y, conforme lo veloz que sube,
Parto fué su corcel de alguna nube.
El ampo de la nieve no desflora
Con el herrado casco en su carrera,
Y, al ver la forma aérea y voladora
De jinete y corcel, se les tuviera
Mejor por ilusión fascinadora
Que por seres de vida verdadera:
Pues ¿quién sino fantásticas visiones
Osaran arribar á estas regiones?
Mas ¿quién bajo los pliegues ve espumosos
Del mullido tapiz de copos leves?
¿Quién conoce los seres vaporosos
Que la región habitan de las nieves?
¿Quién sabe qué destinos misteriosos
Les dió Aquél que, con dos palabras breves
Cuando hizo el orbe, al hielo cristalino
Del sol su destructor puso vecino?
ÉL solo, Dios. Recóndito misterio
Envuelve los contornos liminares
De aquel helado y silencioso imperio
Escondido entre rocas seculares.
Solo ÉL ve lo que encierra este hemisferio,
Por entre cuyos blancos valladares
La ardua ascensión al último acomete,
Cual suelta nube, el Árabe jinete.
De peñón en peñón, de risco en risco,
El tortuoso camino va siguiendo
Sobre su negro potro berberisco,
Y á los nublados bajo sí va viendo
Fermentar en sus vientres el pedrisco
De invisibles torrentes al estruendo,
Y según sube hacia la azul esfera
Va aflojando el caballo su carrera.
¿Quién es?--Vuela perdido en la distancia:
Su forma es vaga sombra todavía.
¿Do va?--¿Y quién su poder ó su arrogancia
Sabe? Tal vez á la mansión del día.
Genio, tal vez allí tiene su estancia:
Mortal, de un filtro acaso se valdría;
Mas ya trepa al confín: ya poco á poco
Modera su corcel su ímpetu loco.
Ya
Se
Ve
Que
Dando
Se va,
Más blando
Al freno.
Ya no bota
De ira lleno,
Ni va ajeno
De derrota
Desbocado,
Como mata
Que arrebata
Desbordado
Rapidísimo
Turbión.
Ya se dilata
Su fauce henchida
De comprimida
Respiración,
Y, vïolento,
Danza el aliento
Que le sofoca
De su pulmón,
Con resoplido
De dolorido
Cóncavo són.
Doble columna gruesa
De fatigoso aliento,
Que hace vapor el viento
Sutil de esta región,
Cual humareda espesa,
Por la nariz opresa
Vierte tras sí en la atmósfera
El árabe bridón.
Ya deja la boca herida
Más libre al bocado obrar,
Y más siente ya la brida
Que pudo el señor cobrar.
Ya el vértigo loco cediendo
Que ciego siguió á su pesar,
Va su ímpetu fiero perdiendo
Y empieza cansancio á mostrar.
Ya su rápido escape acortando
Detenerse pretende quizá:
Ya se templa, é igual galopando
Va en un aire pacífico ya.
Y aunque de espuma y de sudor blanquea,
Relincha audaz é inquieto cabecea;
Y aunque jadeando de fatiga está,
Aun piafa y se encabrita y escarcea,
Y los ijares con la cola airea,
Y corvos saltos de costado da.
Ya cambia: ya el trote medido levanta,
Y, el cuello engallado, segura la planta,
Altivo en la sombra mirándose va.
Ya lenta y suavemente su dueño le refrena:
Se acorta: ya en el paso su marcha va serena:
Recógele: obedece: paró. ¡Loado Aláh!
¡Vertiginoso vuelo! ¡Fantástica carrera!
Más rápido su impulso que el de las nubes era:
Caballo y caballero volaban á la par
En alas de un nublado. La alondra más ligera,
Ni el águila más rauda, pujante y altanera,
Pudieron un instante su rapidez tomar.
Al fin cesó.--Las bridas en el arzón dejando,
Los miembros extendiendo, con ansia respirando,
Repúsose el jinete sobre la silla al fin:
Y absorto, las miradas en derredor tendiendo,
Se halló de extensas nieves en un desierto horrendo,
Océano de hielo, sin costa ni confín.
¡Ni flor, ni fiera, ni ave por la región extraña
Do se contempla aislado!--Sólo hay una montaña
Que gruta cristalina taladra por el pie.
¿Y un mar y un paraíso, que ha visto el caballero,
De espíritus y genios poblados? ¿Y el sendero
Por do hasta allí ha subido?--Delirio, sueño fué.
Sobre la nieve intacta ni rastro ve ni huella,
Ni marca de camino en rededor sobre ella;
Todo es una esplanada inmensa, sola, igual.
No hay más que nieve. Es blanca la claridad del cielo:
Blanco el espacio: blanca la inmensidad del suelo:
Los horizontes blancos. ¿Qué busca allí un mortal?
¿Adónde esta comarca estéril y desierta
Da paso? ¿De qué silos recónditos es puerta
Su misteriosa gruta? ¿Qué mano la labró?
Tal vez en ella moran espíritus dañinos
Que á los mortales odian, y los fatales sinos
En dirigir se ocupan del que mortal nació.
Tal vez es la risueña y espléndida morada
De alguna dolorida y encantadora fada,
Que el vano amor lamenta que puso en un mortal.
Tal vez es la bajada del reino del olvido,
Adonde caen las almas después de haber salido
De la penosa cárcel del cuerpo terrenal.
¿Quién sabe? El caballero al pie de la montaña
Ante esta gruta, que ornan de arquitectura extraña
Labores y arabescos de nácar y cristal,
Permanecía inmóvil: cuando he aquí que el eco,
Hendiendo sonoroso su embovedado hueco,
Le trajo estas palabras en canto celestial:
«Ilustre y venturoso
Caudillo Nazarita,
La gloria y el reposo
Te aguardan á la par.
Tu mente, que no alcanza
Misterio tal, se agita
Dudosa en vano.--Avanza,
Avanza, ¡oh Al-hamar!»
Es Al-hamar: el noble monarca granadino.
Es él, que arrebatado sobre las auras vino
Á dar en esta helada é incógnita región.
Es Al-hamar: su nombre retumba por el hondo
Cóncavo de la gruta, cuyo vacío fondo
Repite de su canto el fugitivo són.
Á este eco, en la sonora profundidad perdido,
Cual de invisible fuerza magnética impelido
El árabe caballo feroz se encabritó.
Asir quiso el jinete las bridas, mas fué tarde:
Piafando y relinchando con orgulloso alarde
Por la sonora gruta el palafrén entró.

ALCÁZAR DE AZAEL
Lanzóse el bruto indómito,
Con arrogante empeño
Luchando con su dueño,
Que cede á su vigor,
Por bajo de una bóveda
De fábrica divina,
Tan pura y cristalina,
De tan sutil labor,
Que su techumbre cóncava
De transparente hielo
La claridad del cielo
Deja á través gozar,
Y, en un inmenso pórtico
De regia arquitectura,
Más diáfana y más pura
La viene á derramar.
Mas ¿qué mirada humana
Á penetrar se atreve
En esta soberana
Morada celestial?
¿Qué mano alza profana
El pabellón de nieve,
Que los misterios debe
Velar de un inmortal?
El techo, almohadillado
Con planchas de diamantes,
La lumbre en mil cambiantes
Del sol vierte á trasluz.
Y el suelo, trabajado
Sobre cristal de roca,
Su brillantez provoca
Volviéndole su luz.
Los límpidos pilares,
Do asienta la segura
Soberbia arquitectura
Su peso colosal,
En torno, transparentes,
Reflejan á millares
Los círculos lucientes
Del Iris celestial.
Y de este centelleante
Alcázar encantado,
Que en hielo está labrado
Y entre la nieve está,
Al interior radiante,
Do alguna maga habita,
El noble Nazarita
Adelantando va.
Del luminoso pórtico
Del diáfano edificio
Apena el frontispicio
Magnífico pasó,
Entró bajo una espléndida
Colgada galería,
Que á un patio conducía
Que á su remate vió.
El firme pavimento
Retiembla estremecido
Bajo el galope unido
De su veloz corcel,
Su paso y movimiento
El eco prolongado
Del hueco artesonado
Marcando detrás de él.
De aquella galería
Cruzó la luenga arcada:
Pasó de otra portada
Por bajo el arco: entró
Al patio, que veía
De lejos, y el ardiente
Caballo de repente
Plantóse y relinchó.
Cual la espiral flotante
Del humo que despide
Pebete en que fragante
Perfume ardiendo está,
Y ráfaga perdida
Por bajo la divide,
Y la mitad partida
Leve á la altura va:
Poder así invisible
En paso imperceptible
Caballo y caballero,
Sin fuerza separó;
Y el bruto, cual ligero
Vapor desvanecido,
De él libre y dividido
El príncipe se vió.
Miró Al-hamar en torno
Y, al contemplar de cerca
La fábrica y adorno
Del patio de cristal
Hecho, ó tallado en hielo,
Halló que era un modelo
Del patio de la alberca
De su Palacio real.
Aquel es el arranque
De su alta torre: aquellos
Los ajimeces bellos
Que sobre el patio dan:
Aquel es el estanque:
Los arrayanes éstos
Que, por su mano puestos,
En su redor están.
Aquellos los pilares
Del corredor: aquellas
Las bóvedas de estrellas
De cedro y de marfil;
La estancia de Comares
Aquella, do su magia
Dejó la _comarajia_
En su labor sutil.
Los ricos tiene enfrente
Calados pabellones
Del patio de leones,
Con su oriental jardín:
Y allí está el mar bullente,
Que al Hierosolimita
De Salomón imita;
Es otra Alhambra en fin.
Es otra Alhambra, pero
Más que la Granadina
Hermosa; una divina
Alhambra celestial.
Alcázar hechicero,
Labrado con vivientes
Materias transparentes
De germen inmortal.
Los muros trabajados
Con ricos arabescos
Y flores y estucados
Prodigios del cincel,
Los gabinetes frescos
Que adornan escrituras
Divinas, miniaturas
Del oriental pincel,
Son obra misteriosa
De soberano artista,
Que ni en humana vista
Cabrá, ni en comprensión:
Y aquellos tan macizos
Muros, y quebradizos
Calados de su hermosa
Y aérea mansión,
En su materia mística
Encierran una esencia,
Que infunde una existencia
Á su insondable sér:
Y toda aquella fábrica
Tan pura y transparente
Es creación viviente
De incógnito poder.
Mirábala embebido
El Nazarita príncipe,
Cuando llegó á su oído
La deliciosa voz
Que oyó de la caverna
En la extensión interna
Sonar, cuando detúvose
Su palafrén veloz.
Y la escondida música
Que en torno de él resuena
De júbilo le llena,
Le embriaga el corazón,
Y la palabra mística
De aquel cantar de gloria
Le trae á la memoria
Antigua aparición.
Dibújase en su mente
Un valle de Granada
Con una fresca fuente
De lánguido rumor,
En una perfumada
Noche, sin nube alguna
El Cielo, de la luna
Plateada al resplandor.
Y cuanto más escucha
Su armónico concierto,
Un rumbo va más cierto
Tomando el corazón.
Triunfante de la lucha
Con la ilusión pasada
Del valle de Granada,
Al comprender su són.
--«Salud ¡oh Nazarita!
Bien llegues á las nieblas
Cuya región habita
Tu genio protector.
Ha visto en las tinieblas
Resplandecer tus ojos:
Te conoció, y de hinojos
Dió gracias al Señor.
»Su vista rutilante,
Que el universo abarca,
Posada en tu semblante
Desde tu cuna está,
Y el dedo omnipotente
Sobre tu noble frente
Grabó la regia marca,
Que á conocer te da.
»Naciste favorito
Del genio y de la gloria:
Tu nombre fué victoria,
Tu voluntad ley fué.
Tu tiempo es infinito,
Profundas son tus huellas,
Propicias las estrellas
Son á Nazar: ten fe.
»Avanza, Nazarita;
Radiante aquí tu estrella
Con viva luz destella,
Aquí en tu Alhambra estás:
Aquí mana infinita
La fuente del consuelo.
Avanza, aquí del cielo
Más cerca reinarás.»
De la celeste música
La letra así decía,
Y, atento á su armonía,
El príncipe Al-hamar
Permanecía atónito
Sin voz ni movimiento,
En dulce arrobamiento
Gozando sin cesar.
El agua, de que llena
La alberca está, ondulante
Refleja cada instante,
Más vario resplandor,
Cual si una luz serena
Bajo la linfa clara
Recóndita radiara
Con trémulo fulgor.
Debajo de su planta
Percibe que el divino
Concierto se levanta,
Del manantial detrás,
Y al borde cristalino
De la colmada alborea,
Que está á sus pies, se acerca
Cada momento más.
Y he aquí que en este punto
Del fondo transparente
Del agua donde siente
La música sonar.
De un sér resplandeciente
El rostro, que ilumina
La linfa cristalina,
Se comenzó á elevar.
Tocó en el haz del agua
Su cabellera blonda:
Quebró la frágil onda
Su frente virginal:
Dejó el agua mil hebras
Entre sus rizos rotas,
Y á unirse volvió en gotas
Al limpio manantial.
Aéreo, puro, leve,
Cual nube vaporosa
Que mansa el aura mueve
Y transparenta el sol,
Ciñendo de oro y rosa
Flotante vestidura,
Como el del alba pura
Suavísimo arrebol:
La paz en el semblante,
La gloria en la sonrisa,
Apareció radiante
El ángel Azäel;
Y sus mortales ojos
Fijando en la improvisa
Aparición, de hinojos
Cayó Al-hamar ante él.
Del agua se alzó fuera
Y, al esparcir el viento
Su blonda cabellera,
El aire perfumó:
Dejó escapar su aliento,
Y cuanto allí existía
Su aliento de ambrosía
Con ansia respiró.
Del suelo á la techumbre
El místico palacio
Reverberó la lumbre
De su divina faz,
Cuya fulgente aureola
Purpúrea tornasola
El aire del espacio
Y de las aguas la haz.
Y he aquí que su alba mano
El ángel extendiendo
Y alzando y atrayendo
Al príncipe hacia sí,
Con plácida sonrisa
Y acento soberano,
Que armonizó la brisa
Fragante, hablóle así:
«Yo visité en un sueño
Tu espíritu en la tierra,
Mostrándote halagüeño
Tu porvenir en él.
Tesoros te di y gloria,
Tu esclava hice á la guerra,
Grabando en tu memoria
La imagen de Azäel.
»Iluminé tu ciencia,
Colmé de sabios planes
Tu humana inteligencia
Y al logro te ayudé.
Cual tu ambición lo quiso
Cumpliendo tus afanes,
Terreno paraíso
Tu rico imperio fué.
»Yo inoculé en tu alma
El germen de la duda
Para turbar la calma
De tu crëencia vil:
Para que espuela fuera
Con cuya lenta ayuda
Á la verdad se abriera
Tu corazón gentil.
»Brotar hice en tu suelo
Para calmar tus penas
Las aguas del consuelo,
Que á conocer te di:
Mas de tristeza llenas
Cien noches has pasado,
Y al agua no has llegado
Cuyo raudal te abrí.
»Al verte victorioso,
Temido y opulento,
Tu corazón atento
Sólo á la tierra fué.
Dudaste, mas dudando
No osaste perezoso
El rostro á mí tornando
Poner en mí tu fe.
»Y hacia el fatal destino
Á que traidora guía
La falsa fe, te vía
Adelantar Luzbel:
Y el fin de tu camino
Mostrándome decía:
_Caer era su sino:
Le pierdes, Azäel._
»Lloraba yo abismado
En mi amargura, viendo
Mi afán tan malogrado,
Tan sin valor mi fe:
Y, en mi pesar y enojo
Postrer esfuerzo haciendo,
Con temerario arrojo
Entre ambos me lancé.
»Luchamos: el Eterno,
De mi dolor movido,
Caer dejó en su oído
Su nombre y dió á mis pies.
Sumíle en el infierno:
Y en alas de un nublado
Te traje arrebatado
Adonde en paz te ves.
»Los pérfidos espíritus
Que en pos de ti traías,
Las vanas fantasías
De tu crëencia ruin
Mostrábante. ¡Quiméricos
Esfuerzos! ¡Sueños breves!
Aullando, de mis nieves
Se quedan al confín.
»Mas ¡ay! yo te conquisto
Los cielos..... y ¡cuán caro
Me cuesta á mí el amparo
Que liberal te doy!
Dos siglos ha que existo
Aquí, expiando un yerro,
Y añado á mi destierro
Uno, por ti, más hoy.
»Á condición tan dura
Tu salvación compraba,
Nazar; mas yo te amaba
Tanto, que la acepté;
No supe resignarme
Á arrebatar dejarme
Tan noble criatura,
Y tu alma rescaté.
»¡Oh! juzga bien en cuánto
Me es cara tu alma buena,
Cuando á mi larga pena
Cien soles añadí
Por ella. Ahora el santo
Fallo, inmutable, extremo,
Oye que el Juez Supremo
Fulmina contra ti.
»Hoy mismo, en apariencia,
Perecerá á las manos
De incógnita dolencia
Tu cuerpo terrenal:
Más junto á mí existencia
Tendrás, hasta que ufanos
Habiten los cristianos
Tu alcázar oriental.
»Yo les haré á Granada
Cercar como un enjambre:
Con ellos vendrá el hambre,
La muerte y el baldón:
Y talarán tus tierras,
Y en sanguinarias guerras
Tu raza aniquilada
Será sin compasión.
»Tú lo verás: estrella
Fatal para tu gente,
Tú verterás sobre ella
Roja, siniestra luz:
Y lidiarás conmigo
En pro del enemigo,
Sobre el pendón de Oriente
Hasta clavar la Cruz.
»Ahogado el Islamismo
Y desbandada y rota
Tu raza, gota á gota
Su sangre en ti caerá:
Su sangre es tu bautismo,
Y este de afán y duelos
Misterio, de los Cielos
Las puertas te abrirá.
»No hay más que un Dios. Justicia
En ÉL no más se encierra.
Tu empresa fué en la tierra
DIOS SÓLO ES VENCEDOR:
Por eso te es propicia:
Mas nadie entra en su gloria
Sin pena expiatoria
Hasta del leve error.
»Tal es nuestra sentencia:
Tal es el purgatorio
Que la alta Providencia
Nos señaló á los dos.
Obra de nuestras manos,
En dón propiciatorio
Se han de ofrecer, cristianos,
Un Rey y un pueblo á Dios.
»Tú el Rey: el pueblo el tuyo.
Tan sólo dignamente
Así me restituyo
Al Cielo, que dejé.
Apróntate obediente
Á dividir conmigo
La gloria y el castigo
Que para ti acepté.
»¡Sús, pues, oh Nazarita!
De Dios al pie del trono,
Rogándole en tu abono,
Le respondí de ti.
¡Sús, pues! Á la bendita
Empresa apresta el brío;
Mortal, te hice igual mío;
Sé digno tú de mí.»
Dijo Azäel: estático
Á su divino acento,
Embebecido, atento,
Estúvose Al-hamar:
Cedió su noble espíritu
Al celestial destino,
Y se empezó el divino
Misterio á efectuar.
«Mira,» le dijo entonces
El ángel desterrado:
Y (hacia el lugar tornado
Que el ángel señaló)
El muro en dos partido,
Sobre invisibles gonces
Girando dividido,
El Nazarita vió.
Se abrió sobre un espejo
En cuyo misterioso
Cristal, con el reflejo
De un matinal albor,
Se alumbra una campiña,
Que Mayo lujurioso
Con su fecundo aliña
Primaveral verdor.
Una ciudad, fundada
Al pie de una alta sierra,
Domina aquella tierra
Por donde arroyos mil
Serpean: es Granada,
Su vega, sus alturas
Y las corrientes puras
De Darro y de Genil.
Espléndida cohorte
De Moros atraviesa
Por su alameda espesa
Llevando un ataúd,
Y á la muralla corva
De la morisca corte
Se agolpa á verles torva
Callada multitud.
Llegáronse á la puerta
De Elvira aquellos fieles
Muslimes; allí abierta
La turba les dejó
Paso, y subiendo á espacio
La cuesta de Gomeles,
Entrada en el palacio
_Bib-el-Leujar_ les dió.
La multitud atenta
Y silenciosa iba
En pos su marcha lenta
Siguiendo: y, al tocar
La puerta judiciaria,
La triste comitiva
Paróse voluntaria
Dejándose cercar.
Entonces, elevando
El ataúd en hombros
Los que le van llevando,
Y puesto junto á él
Un Alfakí, inspirando
Doquier pavor y asombros,
«¡Llorad!--(dijo él llorando)
»Con lágrimas de hiel.
»¡Llorad toda la vida,
»¡Oh huérfanos Muslimes!
»¡La flor de los alimes,
»¡La palma de Nazar,
»¡La gloria del Oriente,
»Cayó del rayo herida!
»¡Llorad eternamente,
»Llorad sobre Al-hamar!»
Así con ronco acento
El Alfakí clamando,
Del ataúd alzando
El paño funeral,
Al pueblo los despojos
Del rey mostró; y al viento
El pueblo, al caer de hinojos,
Dió un ¡ay! universal.
Á este eco de agonía,
Que atravesó perdido
El aire hasta su oído,
Se estremeció Al-hamar.
Quitóse del espejo
Do escena tal veía,
Y se tornó el reflejo
Del vidrio á disipar.
«¡Ea!--Azäel le dijo--
»Monarca de la tierra,
»El ataúd encierra
»Tu polvo terrenal;
»Mas, de los cielos hijo,
»Del ataúd te exhalas.
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