Granada, Poema Oriental, precedido de la Leyenda de al-Hamar, Tomo 1 - 7

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Que magnolias espléndidas sombrean:
Y allí las cañas del Jordán sonoras
Zumban entre las palmas cimbradoras.
Las de la humana ciencia más ignotas
Salutíferas plantas allí quiso
Dios fecundar, y de las más remotas
Tierras los frutos dió á su paraíso:
Los sagrados laureles del Eurotas,
Los poéticos tilos del Pamiso,
De Estambul los ardientes tulipanes,
De Cartago los frescos arrayanes.
Por sus fragantes y purpúreas rosas
Sus rosas la cediera Alejandría:
Por sus morenas hijas voluptuosas
Sus hijas la Circasia la daría:
El zumo de sus vides deliciosas
La campiña de Chipre envidiaría,
Su frescura los bosques de la Ausonia,
Sus árabes pensiles Babilonia.
Tal es la vega de Granada: tales
Las delicias que encierra, y que el monarca
Desde sus ajimeces orientales
Con mirada de halcón ufano abarca.
Tal es su reino entero; y en sus reales
Alientos le parece ofrenda parca
Que llevar á los pies de la que adora,
De Zoraya, lucero de la aurora.
Por eso se extasía contemplando
Sus tierras y su corte defendida
Por las bravas legiones de su mando,
De mil y treinta torres guarnecida:
Y al pensar en la corte de Fernando,
En sus tierras aun no establecida,
«¡Venga á pedir, exclama, si se atreve,
El vil tributo que Muley le debe!»
Y he aquí que, concluyendo en estos días
El plazo de unas treguas especiales
Que acotaban las locas correrías
Lícitas por las treguas generales,
No pasando la empresa de tres días,
No batiendo tambor ni alzando reales,
Presentóse en la vega una mañana
Un escuadrón de gente castellana.
Corto, pero á la lid apercibido,
Componíanle apenas cien jinetes
Que estatuas parecían de bruñido
Sonante acero. El rostro en los almetes
Bajo de las viseras escondido
Traían: sobre malla coseletes
De triples pasadores barrëados,
Los caballos de hierro encubertados.
Mazas de nueve puntas y afiladas
Hachas de desarmar en los arzones:
Puñales de Milán y anchas espadas
De Toledo en la cinta, los lanzones
Al brazo y, en lugar de las rizadas
Plumas, una cruz de oro en los crestones
Y otra al pecho, diciendo en un letrero:
Á SU LUZ VIVO Y Á SU SOMBRA MUERO.
Del cristiano escuadrón á la cabeza
Marchaba un caballero de Santiago
Comendador, templando la fiereza
De un potro negro, que al continuo halago
De su señor responde con nobleza
Cabeceando orgulloso, y al amago
Del acicate esquivo, á cada instante
Quiere escapar con ímpetu pujante.
Era este capitán don Juan de Vera
Del solar de Mendoza: Castellano
De recto juicio y de virtud severa,
Celoso asaz del esplendor cristiano,
Conoce y teme la morisma entera
Su audaz valor y su pesada mano:
Y en el tumulto de la lid confusa,
Quien valiente no es su encuentro excusa.
Con paso grave y continente altivo
Por entre el moro pueblo, que le mira
Con ojo torvo y ademán esquivo,
Llegó Don Juan al torreón de Elvira:
Y vuelto á un renegado que cautivo
Trae, con voz que majestad respira
Y en Español, mirando á su decoro,
Dijo, aunque sabe bien la habla del Moro:
«Di al capitán del puesto, en Africano,
Que de estas puertas al umbral espera
Licencia para hablar al soberano,
En nombre de su Rey, Don Juan de Vera:
Y que para él y su escuadrón cristiano
Pide hospitalidad franca y sincera
Por una noche; pues, su real mensaje
Cumplido, torna á continuar su viaje.»
El renegado en árabe tradujo
Lo dicho al capitán, el cual, montando
Una yegua que Córdoba produjo
Y en sus dehesas pació su césped blando,
Por la árabe ciudad les introdujo
Hasta que, el alto Bib-Leujar pasando,
De sus bosques cruzando el laberinto
Les dejó de la Alhambra en el recinto.
Regia hospitalidad y alojamiento
Cómodo el moro rey, de su alcazaba
En una de las torres al intento
Dispuesta, dióles: muchedumbre esclava
Á sus órdenes puso, cuyo atento
Cuidado pronto á su obediencia estaba:
Y les sirvió en opípara comida
Con caliente manjar fresca bebida.
De ella al fin un kadí, severo anciano
De barba luenga y paternal mirada,
Llegó á Don Juan y díjole: «Cristiano,
La luz de Aláh te alumbre. Tu embajada
Recibirá mañana el soberano.
Huéspedes del monarca de Granada
Sois tú y los tuyos esta noche; mide
Por tu deseo su largueza, y pide.»
«Anciano, replicó Don Juan de Vera,
Da gracias á tu rey por su hospedaje,
Y dile que jamás de otra manera
Á caballeros de mi fe y linaje
Que tratára esperé: que á la primera
Luz del próximo día mi mensaje
Que oiga le ruego: pues la misma tarde
Debo partir. He dicho: Dios te guarde.»
Retiróse Don Juan á su aposento:
Mas no sin ver si su cristiana gente
Tenía cerca de él alojamiento
Á caballeros tales conveniente;
Y, con todo el rigor del campamento
Guardado el torreón militarmente,
Después de haber sus oraciones hecho
Tendióse armado en el morisco lecho.


LIBRO SEGUNDO
LAS SULTANAS

I
EL CAMARÍN DE LINDARAJA
Era una noche azul, pura, serena
Del fructífero Mayo, perfumada
Con el aroma de sus flores, llena
De la armonía mística exhalada
Por las auras y fuentes, que en la amena
Soledad de los bosques y los huertos
Misteriosas susurran, y alumbrada
Por la luna creciente con inciertos,
Trémulos y argentinos resplandores:
Era una noche, en fin, de esas hermosas
Noches de paz, inspiración y amores,
En que derrama Dios sobre Granada,
Africana dormida entre las rosas,
Los rayos de sus ojos creadores
Y el aura de su aliento embalsamada:
La misma noche en que Don Juan de Vera
Huésped del Moro en sus palacios era.
Y era un regio y magnífico aposento
De la oriental Alhambra, donde el oro,
El cobalto y el nácar, en labores
Mágicas trabajadas á lo moro,
Brillaban desde el techo al pavimento,
Á los suaves y tímidos fulgores
Que una aromada lámpara esparcía
Que en una taza de alabastro ardía.
Á un lado de esta cámara ostentosa
Y por bajo de un arco que cubría
Damasquino tapiz, se abría paso
Una estrecha y cruzada galería,
Formada de esta estancia por el muro
Y un balcón, por do entraba misteriosa
De los astros la luz, el aire puro
Y el són del agua que, en raudal escaso,
Vertía Darro por el valle obscuro.
El suelo de esta estancia deliciosa
Era de blanco mármol, á pedazos
Cubierto de alkatifas argelinas
Y cojines de raso azul y rosa:
Sus puertas se cerraban con cortinas
De telas de oro y seda, que con lazos,
Broches y trenzas de ámbar y corales,
Se recogían en profusos pliegues
Al gusto de los pueblos orientales:
Y en el segundo cuerpo de los muros
Se abrían dos moriscos ajimeces
De exquisita labor y árabes, puros,
Elegantes contornos
Y calados y espléndidos adornos.
Tras de sus celosías iba á veces
El Rey ocultamente, de sus serios
Afanes esquivándose un instante,
Á sorprender los íntimos misterios
De las mujeres Moras
De esta cámara real habitadoras;
Gozando así en secreto
Desde aquellas arábigas ventanas
Las voluptuosas danzas, las moriscas
Cántigas y nocturnas diversiones
Á que, con sus esclavas y odaliscas,
Se entregaban alegres las sultanas.
El balcón, que en el fondo
De la estancia se abría
Más allá de la estrecha galería,
Era otra especie de ajimez, labrado
Con el más exquisito y rico adorno
Por arquitectos Moros inventado:
Y un deleitoso camarín fingía,
Cuyas ventanas rodëaba en torno
De cedro una movible celosía.
Era pues el balcón de aquella estancia
Regia y maravillosa
Un mirador calado, que aspiraba
De su ajimez morisco por los huecos,
De los vecinos huertos la fragancia,
La música del agua rumorosa,
Que en la sombra corría,
Y el canto de las aves que albergaba
La arboleda del río, y cuyos ecos
Murmurador el aire allí traía.
Entre este camarín y este aposento,
Con caracteres de oro (en una faja
De púrpura y azul que se tendía
Por bajo el circular cornisamento
Del ajimez) escrito se veía
Un rótulo miniado, que decía:
«MIRADOR DE LA HERMOSA LINDARAJA:»
Y á fe que el mirador es un portento
De la elegante arquitectura Mora
Y un santuario de amor y poesía:
Regalo al fin de un Árabe opulento
Á la mujer feliz que le enamora.
En esta regia cámara moruna,
De aquella hermosa noche en las primeras
Horas, al suave claro de la luna
Y al rumor de las ráfagas ligeras
Que entraban por las árabes ventanas,
Yacía, al parecer sin pena alguna,
Hada gentil de su mansión divina,
La más bella y feliz de las sultanas
Que habitaron la Alhambra granadina.
Los mullidos cojines, apilados
Bajo su cuerpo leve, sostenían
Muellemente sus miembros delicados:
Sus perezosos brazos se tendían
Sobre la pluma sin vigor: caían
Sus rizos de la faz por ambos lados
Sobre sus blancos hombros: ancho, lleno,
Del morisco jubón bajo la seda,
Al aspirar con hálitos pausados,
Se dibujaba su redondo seno
Cual dos montones de apretada nieve
Que en la redonda copa de ancho pino
El aire cuaja lento y manso mueve:
Y á través del calzón, de cuyo lino
Los pliegues mil su cuerpo peregrino
Ceñían, bien bajo el tejido leve
Podíanse admirar, y á pesar de ellos,
De su cintura y muslo alabastrino
La pura tez y los contornos bellos.
Su enano pie calzaban
Chinelas de brocado: sus tobillos
Ajorcas primorosas adornaban
Hechas de gruesas perlas, que horadaban
Por su grueso mayor áureos arillos:
Sus brazos dobles sartas de corales,
Sus orejas riquísimos zarcillos:
Y, á usanza de las Moras principales,
Ostentaba sus uñas nacaradas
Con azul costosísimo miniadas.
Era en verdad bellísima la Mora,
Y merecía bien tanta riqueza,
Y ser de tal estancia moradora,
Y mandar con despótica entereza,
Y obedecida ser como señora.
Una mirada de sus negros ojos
Más que un alcázar para el Rey valía:
Por solo un beso de sus labios rojos
Una ciudad frontera vendería:
Por el más infantil de sus antojos
La cabeza más noble inmolaría:
No tenía su amor precio ni raya
En la alma de Muley.--Es la Zoraya.
Es ella, la sultana favorita
Que á solas en su cámara le espera:
Y aunque parece que feliz dormita
Y que nada la acosa, ni la altera,
Secreto afán su corazón agita
Y sueña... ¡Como sueña la pantera
Con la sangre caliente
En que espera aplacar su sed ardiente!
Entoldada la luz de sus pupilas
Con los cerrados párpados conserva,
Sus facciones inmobles y tranquilas:
Grata molicie al parecer la enerva:
Pero su corazón guarda un intento
Harto feroz, cuya afición proterva
Se oculta en su reposo soñoliento
Como un áspid letal bajo la hierba.
Imagen bella, voluptuosa y pura
De las hurís que colocó Mahoma
En su eternal Edén, por su hermosura
Parecía una cándida paloma
En la forma ideal de su figura:
Un cuerpo de mujer en que se encierra
El puro sér de un ángel, á la obscura
Región mortal de nuestra baja tierra
Enviado, á perfumarla con su aroma
Y á derramar en ella su ventura.
Pero la torva luz de su mirada,
La cortina de sombra que en su frente
Tiende su ceño cuando mira airada,
La contracción apenas perceptible
Con que el extremo de su labio ardiente
Arruga su sonrisa,
De la escondida peligrosa hoguera
Que arde en su doble corazón avisa,
Y en la faz de la Mora
Con resplandor siniestro reverbera.
Muley por su belleza seductora
_Luz de la aurora_ la llamó..... y tal era
La luz de este _lucero de la aurora_:
Tal es Zoraya que á Muley espera.
Oyóse al cabo en el jardín vecino,
Bajo el abierto mirador cercano,
El dulce són de un cántico africano
Que una morisca guzla acompañaba:
Són con que la anunciaba de contino
La llegada del Rey atenta esclava.
Estremeció los miembros de la Mora
Movimiento nervioso: mas tan leve,
Que resbalar no hizo
Por su cuello, más blanco que la nieve,
El más ligero descompuesto rizo:
Ni de su blando lecho
Un pliegue solamente descompuso:
Ni con respiración más presurosa
Se hincharon los contornos de su pecho.
Inmóvil, silenciosa,
Cual si no le sintiera ni aguardara,
En su aparente sueño y perezosa
É incentiva postura
Dejó la hermosa que Muley llegara
El veneno á beber de su hermosura.
Envuelto en su alquicel, bajo el plegado
Pabellón de la azul tapicería,
Apareció Muley: tendió callado
Una sagaz mirada escrutadora
Por sobre cuanto en derredor había,
Y dilató su labio desdeñoso
Sonrisa de placer, viendo á la Mora
Que sobre los cojines en reposo
Con abandono tentador yacía.
Llegóse á ella y contempló un instante
La tranquila expresión de sus facciones,
Por milésima vez con ojo amante
Recorriendo voraz las perfecciones
De aquel cuerpo, velado escasamente
Por el leve ropaje transparente
Sobre los apilados almohadones.
Llegóse y admiró bajo la pura
Nívea tez, á través de su blancura,
La red sutil de las azules venas,
Cuyo tejido transparente indica
Que aquella piel purísima y nevada
Encubre el alma ardiente y vivifica
La complexión fogosa, enamorada,
Que á su tez atribuyen las morenas;
Y percibió el aroma con que el baño
Su cuerpo perfumó, de que las Moras
Granadinas usaban todo el año;
Y el rumor escuchó, sensible apenas,
De su respiración igual y suave,
Y sin poder con su amoroso exceso
Sobre su boca de coral, que sabe
Y trasciende al alöe de Corinto,
Depositó Muley un amplio beso
Que crujió de la estancia en el recinto.
Abrió Zoraya los ardientes ojos,
Y al fijar su mirada
Sobre la faz del Árabe, cambiada
De colérica en tierna, con acento
Más grato que el murmullo soñoliento
Que levanta la brisa en la enramada,
Díjole, disipando los enojos
Que acaso al despertar fingió indignada:
«Te esperaba, Señor: aunque dormía,
»Mi corazón velaba, y en mi sueño
»La leve huella de tu pie sentía
»Que á mis amantes brazos te traía,
»Bizarro Amir, de mi existencia dueño.»
«Apenas en los altos alminares
(Contestóla Muley)» la voz sonora
»Del _muezín_ anunció la última hora
»De la oración del día,
»Á favor de las sombras tutelares
»Vengo á ti, manantial del agua pura
»En que templa su sed el alma mía,
»Y heme á tus pies, LUCERO DE LA AURORA,
»Que me alumbras doquier con tu hermosura.
»Llamásteme en secreto,
»Sol de mi corazón, y aquí me tienes
»Á tu absoluta voluntad sujeto.
»Habla; ¿Qué quieres de tu esclavo? ¿Bienes?
»Mi reino es tuyo: véndele. ¿Deseas
»Regocijos y zambras? Mis juglares
»Llama, mis nobles Árabes convoca;
»Y aquéllos con mil juegos malavares,
»Y éstos con toros, cañas y torneos,
»En fiesta interminable, libre y loca,
»Sacien en Bib-arrambla tus deseos.
»¿Ó tal vez algún vil desventurado
»Tu enojo excita? Nómbrale, y aunque haya
»Mi amigo sido ó su niñez pasado
»Junto á mí, y yo partido mi grandeza
»Con él, te juro por tu amor, Zoraya,
»Que te enviaré mañana su cabeza.»
Decía así Muley, en la locura
De la pasión que el alma le devora,
Y sonreía oyéndole la Mora
De la pasión del Árabe segura.
Sus dedos de marfil entre la cana
Barba de Hasán con infantil cariño
Pasó y con complacencia la Sultana,
Dejándola aromada con su mano:
Y con caricia tal, propia de un niño,
Trajo á sus pies sobre el cojín liviano
Trémulo de placer al Africano.
Zoraya entonces, su gentil cabeza
En el hombro del Moro reclinando,
Y el fuerte talismán de su belleza
Contra el alma del Árabe empleando,
Así le empezó á hablar, el suave aliento
De su boca balsámica de intento
Hasta la boca de Muley enviando,
Diálogo tal entre los dos trabando:
ZORAYA
Sabes cuánto te amé. Niña y cautiva
Me crié al lado tuyo entre las flores
De los jardines de tu Alhambra: esquiva
Después á los halagos tentadores
De tus bizarros nobles Granadinos,
Negué mi juventud y mi belleza
Á cuanto no eras tú con entereza.....
¡Sentía ya ligados nuestros sinos!
Hizo en ti de los astros la influencia
Su efecto al cabo: me encontraste hermosa,
Cediste del destino á la sentencia,
Y pagaste mi amor, y fuí dichosa.
La tierra en que nací y el amoroso
Dulce calor del maternal regazo,
El acento del padre cariñoso,
Su castillo feudal que, en el ribazo
De un cerro, se levanta pintoresco
Cercado de alamedas, cuyo arrullo
Salud le daban y armonía y fresco
De despeñadas aguas al murmullo,
Todo lo echó por fin de mi memoria:
Y, del nombre y la fe de mis mayores
Renegando, las puertas de su gloria
Perjura me cerré por tus amores.
MULEY HASÁN
¿Y cuándo lo olvidé, luz de la aurora?
¿No comprendí tu abnegación y entero
Mi corazón te di? Tú eres señora
Dél todavía; lo que quieras quiero.
ZORAYA
Quiero, Señor, decirte lo que acaso
No te deje otro afecto libremente
Comprender y juzgar: porque traspaso
Los límites tal vez de lo prudente
Con tan audaz revelación; empero
Más que el respeto y la prudencia fuerte
Mi cariño por ti, salvarte quiero
Aun á peligro de mi propia muerte.
MULEY HASÁN
¡Salvarme! ¿Y de qué riesgo? Habla.
ZORAYA
Un instante
Oye en calma, Señor. Yo, que las horas
De tu existencia en vela paso amante,
Sé por tu bien lo que imprudente ignoras.
Tienes, Señor, un hijo cuya estrella
Á Granada es fatal, según los sabios
Que su horóscopo hicieron.
MULEY HASÁN
La luz de ella
Pende no más de un soplo de mis labios.
ZORAYA
Y el soplo de tus labios sólo pende
De un acero traidor que en tu garganta
Le corte.
MULEY HASÁN
¿Abú Abdil....?
ZORAYA
Señor, atiende.
MULEY HASÁN
Prosigue.
ZORAYA
De él y de su madre es tanta
Por reinar la impaciencia, que á estas horas,
Traidores á su rey y de él parciales,
Bajo los techos de las casas moras
Se afilan en silencio mil puñales.
MULEY HASÁN
Sé que Aija.....
ZORAYA
Me detesta.
MULEY HASÁN
¡Ay si te mira
Sólo un momento con semblante torvo!
ZORAYA
¡Y Hay de ti, si la rabia que la inspira
No sofocas, Muley! No será estorbo
Ya ni el filial ni el conyugal cariño
Para intentar el crimen: la serpiente
Da emponzoñados huevos, y el que niño
Para su padre fué desobediente.
Traidor para su rey será mañana.
MULEY HASÁN
Desecha tu temor, Zoraya mía:
Los conozco á los dos: mas será vana
Su obstinada ambición: se les espía.
ZORAYA
¿Pero ignoras. Señor, que está plagada
Tu corte de los suyos?
MULEY HASÁN
Sé sus nombres.
ZORAYA
¿Y sabes que propalan por Granada
Que Dios está por él?
MULEY HASÁN
Pero los hombres
Crédito no les dan.
ZORAYA
Rey, te equivocas:
Aly-Athar el de Loja y la Alpujarra
Toda con él, sus esperanzas locas
Apoyan con la fe y la cimitarra.
MULEY HASÁN
La fe y mis cimitarras á sus breñas
Les volverán.
ZORAYA
Te engañas: los villanos
Reniegan de su fe, según las señas.
Pues pactan contra ti con los cristianos.
MULEY HASÁN
Zoraya, sus delirios ha venido
Á contarte algún loco. Te detestan
Y ambicionan reinar: mas nunca han sido
Del Nazareno amigos.
ZORAYA
Pues se aprestan
Los Nazarenos á su voz.....
MULEY HASÁN
¡Patrañas
Por derviches lunáticos vertidas!
ZORAYA
Empresas ciertas, aunque asaz extrañas:
Peligrosas, Muley, mas emprendidas.
Yo, por ti en vela, presentí el estrago
De este huracán que nubecilla asoma;
Sé que es tu hijo y te dirán que lo hago
Por amor á los míos: pero toma.
Tal diciendo Zoraya, de entre el raso
De los blandos cojines tunecinos,
Prevenidos sin duda para el caso
De antemano, sacó dos pergaminos:
Y con aquella singular sonrisa
En cuya móvil expresión graciosa
Algo tal vez siniestro se divisa,
Á Muley presentóselos la hermosa:
Y al tomarlos Muley: «Mira, le dijo,
»Á través de esta tinta venenosa,
«El alma de la madre y la del hijo.»
Desplególos Muley, aproximándose
Al vaso de alabastro transparente
Donde la luz ardía, demudándose
Su semblante al lëer: con ojo ardiente
La Mora le espió, de su creciente
Cólera apercibiéndose, y su flecha,
Viendo herir en el blanco, dulcemente
En el mullido lecho reclinándose,
Tornó á la antigua calma, indiferente.
Más torvo, más feroz á cada instante
Según adelantaba en su lectura
Se tornaba del Árabe el semblante.
Fulguraban sus ojos: insegura
Plegaba una sonrisa repugnante
Su desdeñoso labio, y la amargura
De la hiel que el escrito rebosaba
En su lívida faz amarilleaba.
«¡Traidores!--dijo al fin, el pergamino
Con los crispados dedos estrujando.--
¡Traidores! En buen hora, en su destino
Con ceguedad estúpida fiando,
Abrirse intenten al poder camino
Y astutos formen revoltoso bando:
¡Pero poner por escalón del trono
Al cristiano!... Jamás se lo perdono.
Jamás: jamás.» Y con ahogado acento
Repitiendo «jamás,» como una fiera
Enjaulada, cruzaba el aposento
De uno á otro lado, cual si presa fuera
De vértigo infernal. Sagaz, atento
Y abierto apenas de la Mora el ojo,
Por más que indiferente pareciera,
Seguía con afán su movimiento,
La progresión pesando de su enojo.
De repente Muley frente á la Mora
Paróse, y cual si en ella se aprestara
La cólera á estrellar que en sí atesora
El exaltado corazón, la dijo
Con destemplada voz y cara á cara:
«¿Y por qué medios, tan sagaz, penetras
Los secretos de Aija y de su hijo?
¿Quién te trajo las llaves
Del misterio encerrado en estas letras?
Si esto es una verdad, ¿cómo la sabes?»
--«Señor, dijo Zoraya levantando
La cabeza con calma,
Desecha tu temor, templa tu ira:
Quien vendió á Abú Abdil vendió su alma
Al padre del pecado y la mentira.
Este secreto de tu raza infando
Yace en la tumba ya: libre respira,
Muley: la esclava te veló tu sueño
Y el mensajero vil de esa escritura,
Al descolgarse audaz de tu alcazaba
Por la torre del Agua, sepultura
Á demandar no más bajó á tu esclava.
--¡Á ti, Zoraya!--Á mí; porque yo vivo
Tan sólo para ti,--Mas..... no comprendo.....
--¿De qué me sirve, pues, tanto cautivo
Como me das, Muley? De los traidores
Argos les hice yo: de ellos aprendo:
Y como ellos también, compro traidores;
Me acechan sin cesar, y les acecho:
Tus secretos espían, y yo el suyo
Bajo á buscar al fondo de su pecho.
No tienen mis esclavos otro oficio,
Ni Abú Abdil ni Aija un pensamiento
Oculto para mí: mi sér, mi vida,
Consagrados están á tu servicio.
En esos pergaminos te presento
La desnuda verdad: está cumplida
Mi obligación. Desde hoy nuestra existencia,
Señor, está en tu mano.
Lee y lee sin pasión: juzga y sentencia:
Castiga justo, ó liberal perdona:
Tú eres el soberano:
Mas escoge entre el hijo y la corona.
En cuanto á mí, Señor, yo soy tu esclava;
Que en la balanza igual de tu justicia
No sea yo jamás peso, ni traba.
El noble amor, que abrigo
En mi pecho por ti, no es de cristiano
Cobarde corazón; yo, pues, contigo
Triunfaré ó moriré como sultana
Que tu lecho y tu amor no partió en vano,
Amir: porque mi sangre es castellana,
Pero mi corazón es africano.»
Calló Zoraya y se tornó en el lecho
Á reclinar tranquila:
Y el Rey quedó como de mármol hecho
Contemplándola, inmóvil y derecho,
Dilatada de asombro la pupila.
Jamás la vió ni la creyó dotada
De corazón tan varonil y entero,
Ni sospechó que su alma apasionada
Atesorara amor tan verdadero.
Indolente, pasiva, abandonada,
Henchida la juzgó de amor sincero
Siempre: mas siempre tímida, indecisa,
Y á toda intriga al parecer ajena,
Con el cariño de su Rey pagada
De su dorada esclavitud, precisa
Por los preceptos de la fe agarena.
Hombre Muley de cabellera cana,
Pero de joven corazón y aliento
Heroico y viril, halló contento
Un alma varonil en la sultana.
Absorto de ello en el primer momento
En crëer vaciló lo que veía:
Bajó á su corazón su pensamiento
Y ahogó su voluntad con la alegría:
Y cuanto más dudaba,
Tanto más en la duda se engreía:
Y cuanto más crecía
La inacción que su sér paralizaba,
El fuego del amor que le hechizaba
Más violento en su pecho se encendía.
Conocíalo bien la artificiosa
Y astuta renegada, y contemplando
Llegada la ocasión, que codiciosa
Preparó en muchos años con constante
Mañoso afán y con prudencia mucha,
La máscara arrojó de su semblante
Y cara á cara se aprestó á la lucha.
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