Granada, Poema Oriental, precedido de la Leyenda de al-Hamar, Tomo 1 - 6

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»Desplega, pues, tus alas,
»Espíritu inmortal.»
Entonces el rey árabe
Sintióse aéreo, leve,
Cual luz que el aire mueve,
Cual nube que va en él.
SÓLO ERA YA UN ESPÍRITU,
UNA VISIÓN LIGERA,
UN ALMA COMPAÑERA
DEL ÁNGEL AZÄEL.
El silencioso vuelo
Ambos á dos alzando,
En el azul del cielo
Perdiéronse los dos;
Y, entre sus auras leves
Su rastro abandonando,
EL LIBRO DE LAS NIEVES
Concluye. ¡Gloria á Dios!


EPÍLOGO

¡Gloria á Dios!--De Al-hamar el Granadino
Así la historia celestial concluye;
Llámala el Musulmán _cuento divino_,
Y en _libros_ su relato distribuye.
Su sacra inspiración del Cielo vino
Y al Cielo desde aquí se restituye;
Tradición oriental, es la portada
Del oriental poema de GRANADA.
Cual dos cisnes que, al par atravesando
El mar azul con encontrado vuelo,
Isla apartada en su extensión hallando
En ella toman anhelado suelo,
Reposan juntos, y á partir tornando
Tornan la anchura á dividir del cielo,
Y de su voz un punto los sonidos
Se elevan en el aire confundidos:
Como dos peregrinos que una tienda
Dividen del desierto en la desnuda
Soledad, de Al-hamar en la leyenda
Dos poetas ocúltanse sin duda.
Uno á Aláh en sus cantares se encomienda,
Otro al Dios de la Cruz demanda ayuda.
¿Quién no percibe en ella confundidos
Brotar de sus dos arpas los sonidos?
Dióles á ambos el Genio soberano
La misma inspiración, el mismo aliento:
Mas pasando tal vez de una á otra mano
De uno y otro el armónico instrumento,
El Árabe poeta y el Cristiano
Sacan de él á la par distinto acento,
Exhalando mezclada su armonía
La Árabe y la Cristiana poesía.
Confundidos así sus dos cantares
Entonan á una voz los dos cantores,
Y de la Cruz divina los altares
El poeta oriental orna con flores
Que tejen las hurís sus tutelares;
Pero de un solo SÉR adoradores,
«NO HAY MÁS QUE UN SOLO DIOS»--dice el Cristiano;
«NO HAY MÁS DIOS SINO DIOS»--el Africano.
Tal es la historia peregrina y bella
Que os dan sobre estas hojas extendida.
Lëedla sin temor: nada hay en ella
Que la razón rechace, ó la fe impida;
La luz que de sus páginas destella
Despierta el alma á la virtud dormida,
Y eleva el corazón y el pensamiento
Á la pura región del firmamento.
Lëedla pues: y el ámbar que perfuma
Del paraíso la mansión divina,
Y el resplandor que de la Esencia suma
Derramado los mundos ilumina,
Y el rumor que levantan con su pluma
Las alas de Gabriel cuando camina,
Embalsame y alumbre y dé contento
Á cuantos lean el _divino cuento_.

FIN DE LA LEYENDA DE AL-HAMAR.


GRANADA
POEMA ORIENTAL

Cristiano y español, con fe y sin miedo,
Canto mi religión, mi patria canto.


LIBRO PRIMERO
EXPOSICIÓN

I
INVOCACIÓN
En el nombre de DIOS omnipotente,
Cuya presencia el universo llena,
Cuya mirada brilla en el Oriente,
Nutre las plantas y la mar serena,
Canto la guerra en que la hispana gente
Al África arrojando á la agarena,
Selló triunfante con la Cruz divina
Las torres de la Alhambra granadina.
¡Espíritu de Dios único y trino,
Ángel Custodio de la Fe Cristiana,
Único fuego que del Cielo vino,
Única fuente que incorrupta mana,
Único rayo del fulgor divino,
Única inspiración que soberana
Eleva al Criador la poesía:
Yo invoco tu favor para la mía!
Sostén mi voz, mi espíritu aconseja:
Mas tolera que en carmen Africano
Recoja alguna flor con que entreteja
Cairel morisco á mi laúd cristiano:
Ni juzgues que mi fe de Ti se aleja,
Si algunas veces del harén profano
Las alkatifas perfumadas piso,
Ó invoco á las hurís del paraíso.
Voy la gloria á cantar de dos naciones
Por religión é instintos enemigas,
Que, fieles á la par á sus pendones,
Prodigaron al par sangre y fatigas,
Rojas brotar haciendo sus legiones
Con la sangre común aguas y espigas:
Y cual la de los dos corrió mezclada,
Junta debe su gloria ser cantada.
Pues no porque en su límpida entereza
Conserve yo la fe de los Cristianos
Que hicieron del desierto á la aspereza
Volver á los vencidos Africanos,
Del vencedor loando la grandeza
Trataré á los vencidos de villanos.
No: siete siglos de su prez testigos
Los dan por caballeros si enemigos.
Lejos de mí tan sórdida mancilla:
Antes selle mi boca una mordaza
Que llame yo en la lengua de Castilla
Á su raza oriental bárbara raza.
Jamás: aún en nuestro suelo brilla
De su fecundo pie la extensa traza,
¡Y, honrado y noble aún, su sangre encierra
Más de un buen corazón de nuestra tierra!
¡Augusta sombra de Isabel! perdona
Si mi ruda canción osa atrevida,
Llegando irreverente á tu persona,
Del féretro evocarte á nueva vida.
Sé que la gloria que inmortal te abona
No puede por mi voz enaltecida
Ser: mas yo bajo á tu mansión mortuoria
No á engrandecer, sino á adorar tu gloria.
Díselo así al Católico Fernando,
Si en medio de las dichas celestiales
Alguna vez, por el Edén vagando,
Recordáis vuestras glorias terrenales,
La obscura tierra desde el sol mirando:
Y al escuchar mis cánticos mortales,
Mirad á vuestra gloria, que me inspira,
No al rudo canto de mi tosca lira.
Y vosotros, guerreros de Castilla,
Honor de sus más ínclitos solares,
Nobles Condes de Cabra y de Tendilla,
Merlos, Téllez, Girones y Aguilares,
Cárdenas y Manriques de Sevilla,
Fieles Vargas, intrépidos Pulgares,
Córdovas generosos de Lucena,
Impávidos Clavijos de Baena:
Mendozas de alta prez, Portocarreros
Y Ponces de León, de cuya historia
Sus anales jamás perecederos
Henchidos guarda la Española gloria:
Y vosotros también, ¡oh caballeros
Árabes! dignos de gentil memoria:
Muza, postrero campeador del Darro,
Indeciso Boabdil, Zagal bizarro,
Aly-Athar insepulto, Hamet Rondeño,
Lince de las fronteras castellanas,
Reduán inalterable y zahareño,
Gazul de las doncellas africanas
Querido, Hacén tenaz, Ozmín trigueño,
Tarfe, horror de las crónicas cristianas;
Y vosotras, sultanas granadinas
De nombres y leyendas peregrinas:
Aija la varonil, matrona osada
Jamás rendida á su fatal destino:
Zoraya, la cautiva renegada,
Por cuyos hijos la discordia vino
Á derribar el trono de Granada:
Moraima la de Loja, á quien su sino
Obligó á encomendar sin esperanza
Vida y honor á Castellana lanza;
Perdonadme también si mis canciones,
Á través de los mármoles tendidos
En vuestros solitarios pantëones,
Hieren en ronco són vuestros oídos.
Sé que merecen más vuestras acciones
Que elogios en mi voz mal atendidos:
Mas si, en fuerzas escaso, á tal me atrevo,
Es porque sé lo que á mi patria debo.
Sé que es la empresa donde me he empeñado
Dédalo obscuro, inmensurable abismo,
Do sólo penetrar han intentado
Necia temeridad ó alto heroísmo:
Conozco que, en mi orgullo, demasiado
Fío en mi corazón, fío en mí mismo:
Mas supera la fe mi atrevimiento,
Y fío en Dios que abonará mi intento.
Deliciosos recuerdos de otros días
De honor y de placer, de amor y gloria,
Que envuelta en romancescas fantasías
Guardáis oculta vuestra bella historia,
Exhalada en confusas armonías
De himnos de amor y gritos de victoria:
Dad á mi corazón, dad á mi aliento
Generoso poder, canoro acento.
Águilas que os cernéis con corvo vuelo
Sobre el Atlas y el Cáucaso; pastores
Que sesteáis á la sombra del Carmelo
Y bajáis al Jordán los baladores
Ganados: y vosotros los que en pelo
Montáis salvajes potros voladores,
Hijos de los ardientes vendavales
Que barren los egipcios arenales;
Tribus perdidas y á las de hoy extrañas,
Para quienes la Europa no se ha abierto,
Que incendiáis al huir vuestras cabañas
Y en la Zahara avanzáis el paso incierto;
Gacelas de las árabes montañas,
Apareadas palmas del desierto;
Caravanas errantes á quien ellas
Dátiles dan y leche las camellas;
Palomas de los cármenes floridos
Que bordan las colinas de Granada;
Golondrinas leales que los nidos
En la Alhambra colgáis; enamorada
Raza de ruiseñores que escondidos
Gorjeáis de su bosque en la enramada,
Arroyos que, á su sombra, bullidores,
Laméis su césped y mecéis sus flores;
Sierras que cubre el sempiterno hielo
Donde Darro y Genil beben su vida;
Valles salubres, transparente cielo
De la Alpujarra aún mal conocida;
De Málaga gentil alegre suelo
De la hermosura y del amor guarida;
Mar azul cuyo lomo cristalino
Á las quillas de Agar prestó camino:
Abridme los tesoros encantados
De vuestras glorias mil tradicionales;
Dadme á beber los que guardáis sagrados
De inspiración inmensos manantiales;
Germinad en mi mente, no estudiados,
Vuestros cantos de amor meridionales,
Por que pueda brotar del arpa mía
Vuestra oriental y virgen poesía.
De sus cuerdas despréndanse sonoras
Esas modulaciones nunca oídas
Por los pueblos de Europa, y de las moras
Tribus por nuestros pueblos aprendidas;
Esas notas ardientes, tentadoras,
Que aun hoy por tosca mano repetidas
Renuevan en los huertos de la Alhambra
La de veloz compás morisca zambra.
Venid en torno á mí, generaciones
Ateridas del Norte, que con pieles
Vestís nuestras moriscas tradiciones,
Rasgando sus bordados alquiceles:
Venid á oirlas en sus propios sones
Y lengua original de bocas fieles,
Al pobre són de bárbara guitarra
Debajo de un peñón de la Alpujarra.
Venid, aprenderéis del Mediodía
Cuál el origen es de los cantares
Que jamás comprendió vuestra alma fría;
Sabréis cómo entre bélicos azares
Nació la abrasadora poesía
De nuestros bellos cantos populares;
Y en el lujo oriental de su riqueza,
Considerad su bárbara grandeza.
Pues por hijos de bárbaros osada
Vuestra historia nos da, sea en buen hora:
No esa bárbara estirpe renegada
Será por mí; mas á admirar ahora
Venid el rastro que dejó en Granada
La ilustración de nuestra estirpe mora:
Y en el lujo oriental de su riqueza
Adorad nuestra bárbara grandeza.
Sí: yo os voy á contar la historia bella
De esos á quien llamáis fieros salvajes,
Y fío en Dios que entenderéis por ella
Que puede despreciar vuestros ultrajes
Quien Alhambras dejó sobre su huella,
Quien labró fortalezas como encajes,
Y quien colmó por cóncavo arrecife
Las albercas del real Generalife.
Yo os voy á hablar del mágico recinto
De esta por ellos habitada tierra,
Y á mostraros lo que este laberinto
De jardines y alcázares encierra.
En llanto y sangre le dejaron tinto,
Pero tan fértil con su amor y guerra,
Que la flor más silvestre aromatiza
Y el más vulgar recuerdo poetiza.
Yo os haré ver, de nácar, concha y oro
Sobre arcos, sus balsámicos pensiles,
Do brotan junto al cedro el sicomoro,
Junto al nudoso abeto las gentiles
Palmeras, junto al álamo inodoro
El plátano aromado, las sutiles
Hebras de la ancha pita entre rosales,
Y el fragante limón entre nopales.
Yo os haré ver su pueblo primitivo,
Mitad rudo pastor, mitad guerrero,
Cuyo robusto labrador activo,
Cambiado en la ocasión en caballero,
Lidió, veloz Numida al golpe esquivo,
Con el jinete colosal de acero:
Y aplazando con él treguas extrañas,
Corrieron toros y jugaron cañas.
Yo os haré oir sus cuentos populares
Y sus caballerescas tradiciones
En torno y al calor de sus hogares;
Vendréis á sus nocturnas reuniones
Conmigo, sus combates singulares
Juzgaréis, sus civiles disensiones
Lamentaréis, saldréis á sus campañas
Y testigos seréis de sus hazañas.
Vendréis á sus palacios construídos
Para la guerra á un tiempo y los placeres,
Y leeréis en sus muros, revestidos
De miniaturas, de oro en caracteres
Con sacra fe caballeresca unidos
Los nombres de su Dios y sus mujeres:
Sin que halléis en la casa que fué suya
Nada que en pro de su saber no arguya.
De fakíes, de reyes, y vasallos
Os contaré los gozos y las cuitas:
Os haré penetrar en sus serrallos
Y asistir á sus rondas y á sus citas:
Y sus muebles, sus armas, sus caballos,
Sus bazares, sus baños, sus mezquitas,
Desde el hogar hasta la móvil tienda
Todo lo váis á ver en mi leyenda.
Que es del poeta grande á maravilla
El poder, y radiante su mirada,
Como un fanal que las disipa, brilla
En las tinieblas de la edad pasada.
Venid, pues: con las lanzas de Castilla
Os voy á conducir hasta Granada:
Y, á pesar de sus fieros Africanos,
En la Alhambra entraréis con los Cristianos.
Tal es, tan grave, tan inmensa y alta
La empresa nueva y colosal que intento:
Tal es la altura que atrevido asalta
Descarriado quizá mi pensamiento;
Mas si del vuelo en la mitad me falta
Fuerza al impulso ó á las alas viento,
Siempre sabré sin deshonor que, en suma,
No me faltó el valor, sino la pluma.
¡Tierra oriental, mansión de la alegría,
Favorita del sol y de las flores,
Santuario del valor, cuna del día,
Paraíso del ocio y los amores,
Tesoro y manantial de poesía!
Voy á cantar tu gloria y tus primores.
¡Tierra de bendición, al Cielo santo
Pide la suya tú para mi canto!
¡Salve, ciudad del sol, Granada bella,
Amor de Boabdil, huerto florido
Que entre nieves estériles descuella,
Taza de nardos, de palomas nido,
Diamante puro que sin luz destella,
Edén entre peñascos escondido,
Ilusión de esperanza y sueño de oro
Que halaga aún al corazón del Moro!
¡Salve, vergel en donde el alba nace
Y donde el sol poniente se reclina,
Donde la niebla en perlas se deshace
Y las perlas en plata cristalina:
Donde el placer sobre laureles yace
Y Dios sonríe y la salud domina!
Divino objeto de mi canto rudo,
Yo al empezar mi canto te saludo.
Heme aquí, vueltos hacia ti los ojos,
Descubierta al nombrarte la cabeza,
Con amoroso afán puesto de hinojos,
Rendido adorador de tu belleza,
Ofrecerte mis cantos por despojos
Si dignos son de tu inmortal grandeza;
Tiéndeme, pues, bellísima Granada,
Al elevar mi voz una mirada.
Y ¡plegue á Dios que mi amoroso acento
Por cima de los montes y los mares
Lleve á tu Alhambra sonoroso viento
Que armonía mejor dé á mis cantares!
Y si te dan á ti contentamiento
Y algún premio por ellos me buscares,
Dame á tu vez ¡oh flor de mis amores!
Sepultura al morir entre tus flores.

II
NARRACIÓN
Un siglo de desorden y abandono
Para mal de Castilla había corrido,
Y cinco reyes afirmar su trono
Bajo el regio dosel no habían podido;
Y todo un siglo, con civil encono
En contiendas sacrílegas perdido,
Sólo dejaba al pueblo Castellano
Ira en el corazón, sangre en la mano.
Débil el rey, el prócer insolente,
Hecho el soldado á la rapiña, al oro
Aficionado el clero irreverente,
Rico el Judío y descuidado el Moro,
Fué la justicia inútil é impotente:
Nadie atendió al honor, nadie al decoro:
Nadie seguro en tan infanda tierra
Al deber acudió, sino á la guerra.
Constituyóse el noble en soberano,
Y el soldado en señor: el caballero
Se hizo juez, el obispo cortesano,
Soldado el labrador, aventurero
El holgazán, bandido el artesano:
Y, mucha la ambición, poco el dinero,
Robó al débil el fuerte, y en la obscura
Tienda el judío vil se hartó de usura.
Rebelde á su Monarca la nobleza
Alzó banderas y allegó parciales:
Cada solar cambióse en fortaleza,
Cada escudo en pendón: y por leales
Todos dándose á par y con fiereza
Temeraria batiéndose, á los males
Abrieron ancha puerta, y fué la España
Confusa lid, universal campaña.
Hasta el Rey portugués entró en Castilla
Su esposa haciendo á su sobrina Juana,
Y dividióse en bandos cada villa
En pro ó en contra de la unión profana.
Airado el Santo Padre á tal mancilla,
La sacrílega unión declaró vana:
Mas, al rayo de su ira, el vulgo ciego
En lugar de extinguir avivó el fuego.
La fe apagada y el honor extinto,
Perenne manantial de desconsuelos,
Denso caos, confuso laberinto
De pasiones, de crímenes y duelos
De la España infeliz era el recinto:
Y hundiérase su gloria, si los cielos
No la enviaran un astro de ventura
Que la alumbrara en noche tan obscura.
Grande, digna, legítima, valiente
Cual repentino el sol tras un nublado
Aparece más puro y refulgente,
Apareció ISABEL. Tronó indignado
Sobre el clamor de la confusa gente
Su regio acento, y su pendón sagrado
Alzando en el tumulto de improviso,
Postróse el pueblo y la acató sumiso.
De ella en pos el Católico Fernando
Al frente apareció de sus legiones,
En las banderas de Aragón mostrando
Las barras á la par de los leones.
Todo el que noble se juzgó á su bando,
Por honor ó por miedo, sus pendones
Unió: y el porvenir con luz más pura
Comenzó á esclarecer la edad futura.
Monja en Coimbra la Princesa Juana,
Sin fe su causa y sin valor su bando,
Vencida la arrogancia Lusitana,
Rey de Sicilia y Aragón Fernando,
Reina Isabel en tierra castellana,
Quietos los nobles y seguro el mando
Bajo el doble poder de entrambos reyes,
Tornó España á su prez, tornó á sus leyes.
Acotó la licencia y el cinismo
De las viejas costumbres relajadas
La Inquisición severa: el Judaísmo
Sepultó su avaricia en las moradas
De sus obscuras lonjas: á sí mismo
Volvió el honor Hispano sus miradas,
Y un siglo entero sin virtud ni gloria
Vió que manchaba su cristiana historia.
Avergonzada entonces la nobleza,
Entregó á los monarcas los castillos
Con que á la rebelión dió fortaleza:
Y arrancando sus puentes y rastrillos,
La plebe licenció que la pobreza
Llevó á su bando; y, libre de caudillos
Tales, volvió el labriego á sembrar grano
Y volvió á su taller el artesano.
Vióse libre el erial de bandoleros,
De cohechos el foro, de judíos
El mercado, la plebe de usureros,
La sociedad de vagos, y de impíos
La fe: vióse el erario con dineros,
Con disciplina la milicia, y, bríos
Dando á Castilla el genio de otra era,
Tornó á su fuerza y dignidad primera.
Generación empero entre el bullicio
De eslabonadas y feroces guerras
Nacida, y avezada al ejercicio
De entrar por muros y trepar por sierras,
Llegó en ésta el valor á ser un vicio
Y el pelear costumbre: y en sus tierras
No hallando ya enemigos á las manos,
Pensó al fin en los fieros africanos.
Como león que hambriento se despierta
Y, al tender la mirada adormecida
De la llanura en la extensión desierta,
Á lo lejos cruzar mal conducida
La lenta caravana á ver acierta,
Y avanzado la garra entumecida,
Crespa la greña y la mirada fosca,
Para asaltarla en el jaral se embosca:
Así tendió famélica mirada,
Despertando al honor, el castellano
Hacia el florido reino de Granada,
Embalsamado harén del africano.
Así Castilla alerta y emboscada
De Isabel bajo el trono soberano,
Sólo esperaba su orden impaciente
Para caer sobre la mora gente.
La Católica Reina, sus enojos
Con varonil prudencia refrenando,
Fijos tenía los atentos ojos
En el redil del agareno bando:
Y, resuelta á arrancar sus granos rojos
Á Granada uno á uno, con Fernando
Esperaba en el Cielo oir la hora
Del exterminio de la raza mora.
Y tenía ya Dios determinado
El desastroso fin de aquella gente,
Y al término fatal era llegado
El poder de las tribus del Oriente.
El trono de Al-hamar había ocupado
Su penúltimo rey, y, á su occidente
Tocando ya la berberisca luna,
Huía hacia Castilla su fortuna.
La discordia civil vertido había
El licor de su copa envenenada
En el alma del árabe, y ardía
El cráter de un volcán bajo Granada:
Mas oculto en la tierra todavía
El fuego asolador, aposentada
Parecía en la Alhambra la ventura,
Firme su solio, su quietud segura.
Reinaba allí Muley Hasán: guerrero
Más que rey y político, su mano
Nunca el cetro empuñó, sino el acero:
No temió nunca, sino odió al cristiano.
Ni nunca treguas respetó altanero,
Ni manchó su decoro soberano
El tributo pagándole rendido
Por su padre Ismaël que fué vencido.
En diez años de próspero reinado,
Al porvenir mirando y al decoro
De su trono, Muley había logrado
Su ejército doblar y su tesoro.
De África con los reyes coligado,
Prevenido á la lid se había el Moro:
Y de víveres y armas hecho apresto,
En pie sus plazas de defensa puesto.
Numerosos sacó de Berbería
Escuadrones de tropas auxiliares,
Del desierto veloz caballería,
Saeteros de Fez almogavares:
Y un pie de sus fronteras no tenía
Sin avanzados puestos militares,
Ni un cerro de sus reinos á la raya
Sin el ojo sagaz de una atalaya.
Seguro como un águila en su nido
En Granada Muley, por sus fronteros
Guardado, y de sus súbditos temido
Por los decretos de su ley severos,
Reinaba en celebrar entretenido
Con sus enamorados caballeros
Justas, zambras, saraos deslumbradores
En honor de la hurí de sus amores.
Es esta la cautiva seductora
Que Isabel de Solís niña y cristiana
En Martos se llamó, y á quien ahora,
En el serrallo de Muley sultana,
Zoraya llaman, en la lengua mora
_Lucero precursor de la mañana_:
Astro en verdad de amor y de hermosura,
Mas precursor de asolación futura.
Por el ardiente amor de esta cautiva
Olvidado Muley de Aija su esposa,
De su presencia y de su amor la priva:
Y Aija, como oriental, fiera y celosa
Y, como Reina y afrentada, altiva,
Disimula la rabia que la acosa
Alentada no más por la esperanza
De tomar en los dos feroz venganza.
Un hijo tiene, Abú-Abdilá llamado,
Del Rey versátil, y por ella propia
En odio de Muley amamantado;
Mozo gallardo, de su padre copia.
Mas contrario á su padre por el hado
Fatal en que nació, traidor acopia
El odio hacia Muley que Aija respira,
Y el que su estrella personal le inspira.
Guárdale la sultana con desvelo
Y témele el Monarca por instinto:
Ódiale la Zoraya, con recelo
De que á sus hijos dañe cuando, extinto,
Del amor de Muley la prive el Cielo:
Y Abú-Abdilá entretanto, en el recinto
De Granada parciales allegando,
Sagaz se forma poderoso bando.
Sospéchalo Muley; la favorita,
En el amor del Árabe fiada,
Diestra su odio á su rival excita:
Pero menos contra ambos osa á nada
Cuanto más el Monarca lo medita.
Nace así la carcoma de Granada,
Y Hasán en el peligro se adormece,
Y el tiempo vuela, y el peligro crece.
¡Escrito estaba y del amor fué pena!
Perdió Eva al padre de la raza humana,
Á Hércules Deyanira, á Troya Elena,
Lucrecia al solio y majestad Romana,
Florinda á Don Rodrigo; y la Agarena
Gente perdióse por la vil cristiana
Que, dando impura á Boabdil hermanos,
Dió á sus almas rencor, hierro á sus manos.
¡Escrito estaba! comprendiólo luego
El postrimer Monarca granadino;
Y, según el Korán, el hombre ciego
Torcer no puede su fatal destino.
¡Escrito estaba! lágrimas de fuego
Vertiendo del Padul sobre el camino
Lo dijo Abú-Abdil, hacia Granada
Triste volviendo la postrer mirada.
Y escrito estando é inmutable siendo
El fallo del destino, hacia su ruina
Arrastrado por él iba corriendo
Sordo y ciego Muley, á la divina
É inexcusable voluntad cediendo:
Y, esclavo del amor que le domina,
En mantener no más piensa á Granada
Esclava de su hermosa renegada.
Sólo por eso su grandeza estima,
Su prez en mantener piensa por eso:
Por eso ardor de combatir le anima,
Triunfos soñando su amoroso exceso.
Por eso de su alcázar desde encima
Del muro y agobiado bajo el peso
De su amante ambición, se le veía
Mirar la vega al transponer el día.
Desde el adarve real de su alcazaba
De la Alhambra, Muley con complacencia
Del granadino reino contemplaba
La amenidad y próspera opulencia:
Y al cristiano poder desafiaba
Con desdeñosa y bárbara insolencia.
Al lejos divisando los pajizos
Muros de sus castillos fronterizos.
Sonreía el infiel con arrogancia,
Mirando las montañas guardadoras
De su tierra, y en fértil abundancia
Las tribus de sus pueblos moradoras.
Sonreíase al ver en la distancia
Del África arribar las naves moras,
Sobre un mar que parece en lejanía
Un ceñidor azul de Andalucía.
Embriagábase el Árabe de orgullo
Contemplando la espléndida hermosura
De su vega, y servíale de arrullo
El misterioso són con que murmura
La soledad, y el singular murmullo
Que armoniza doquier el aura pura,
Cuando orea con ala sosegada
La región por los hombres habitada.
Absorto contemplaba el noble Moro
La vega granadí, huerta extendida
De su corte á los pies, rico tesoro
De ocio y placer y manantial de vida:
Y el alma de Muley, en sueños de oro
Con pereza oriental adormecida,
Se gozaba en mirar desde la altura
Por milésima vez tanta hermosura.
En aquel cielo azul y transparente,
Pabellón de cristal sin mancha alguna,
Lucen sobre la tierra eternamente
Sereno el rojo sol, blanca la luna.
Allí Genil su límpida corriente
Vierte con Darro y Monachil á una,
Brotando á sus regueros creadores
En vasta profusión frutos y flores.
Allí el cedro fragante y los almeses
Amados de los pájaros campean
De Jericó á la par con los cipreses;
Las vides de Falerno allí se orean
Entre pajizas y preñadas mieses.
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