Granada, Poema Oriental, precedido de la Leyenda de al-Hamar, Tomo 1 - 2

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Pues mi alma en sus luces se refleja.
¿Qué es un poeta? Un ave en la sombría
Selva del mundo por su Dios lanzada
Para llenar sus senos de armonía:
Mas no para gorjear desatinada
Día y noche, la selva ensordeciendo,
Malgastando la voz que le fué dada
Para elevarla audaz sobre el estruendo
Mundanal, y con fe consoladora
La gloria de su Dios enalteciendo.
No al poeta se dió la voz sonora
Como engañosa voz á la sirena,
Ni como al cocodrilo voz traidora;
La del poeta el ánimo serena
Del hombre por la tierra peregrino:
Dulce y divina voz que le enajena,
La patria celestial de donde vino
Recordándole siempre y aliviando
La fatiga mortal de su camino.
¡Ay del poeta que, sin fe cantando,
Sólo murmullo efímero levanta
Como el agua y el aire susurrando!
¡Ay del poeta que su fe no canta
Y la gloria del pueblo en que ha nacido,
Enronqueciendo en vano su garganta!
¡Mariposa y no abeja!--Tal ha sido
La causa que, tenaz, de esta obra mía
En el asiduo afán me ha sostenido.
Cambia con mi _razón_ mi poesía,
Y á _la luz de la fe_ recapacito
Que he sido mariposa hasta este día.
Ha siete lustros que la tierra habito,
Ave insensata que en la selva trina
Con inútil gorjear, y necesito
Utilizar la inspiración divina
Que al poeta da Dios, el sacrosanto
Sino cumpliendo á que mi sér destina.
Y he aquí por qué cuando hoy mi voz levanto,
_Cristiano y Español, con fe y sin miedo,_
_Canto mi religión, mi patria canto_.
Con mi destino cumplo como puedo;
Y si sucumbo por llenarle, en suma,
Con Dios en paz y con mi patria quedo.
Ahora, Muriel, en alas de mi pluma
Volvamos al dintel de mi poema;
(Puesto que es fuerza que de tal presuma.)
En tanto, pues, que en la jornada extrema
Tocamos, ven conmigo hacia GRANADA,
Regio florón de la oriental diadema.
Ven de mi narración la no trillada
Senda siguiendo: al arabesco estilo
La encontrarás de flores alfombrada.
No es un camino real tirado al hilo
Derecho y espacioso, mas conduce
Por medio de un vergel al regio asilo
Del alcázar Muslim, y se introduce
Antes por bib-arrambla do las flores
Verás más bellas que el Genil produce.
Fátima la Zegrí, _perla_ de amores,
Cual su nombre lo dice: la Azafía
_Cándida_ como el suyo: la en albores
Extremada Jarifa: _albor del día_,
La dicha así por su beldad, Zoraya:
Zaida, que fuego en el mirar tenía:
La _espejo_ de constantes Almeraya:
Zelinda, la orgullosa Alpujarreña:
Borina, prez de la murciana playa:
Zora, la voluptuosa Malagueña:
Zobeika, la rival de Sarracina:
Lindaraja, la ardiente Zahareña,
Y cuantas tuvo, de beldad divina
Prodigios humanados, nobles moras
La conquistada corte Granadina.
Hallarás en mi libro encantadoras
Leyendas, orientales fantasías,
Que más dulces tal vez te harán las horas,
En rimas pobres, pues al fin son mías,
Pero halagüeñas para aquel que aprecia
La Hispana gloria y los pasados días.
No encontrarás los númenes de Grecia
Invocados en él: genios distintos
Asisten á mis héroes en su recia
Caballeresca lid; bajo sus plintos
Los templos de la Cruz no dan ya paso
Á Venus ni á Plutón, ni en los recintos
De la Alhambra jamás trotó el Pegaso:
Que el rayo vivo de la Fe Cristiana
Cegó á las Musas y quemó el Parnaso.
Hallarás en mi libro, á la Africana
Usanza, algo excesiva galanura,
Pues fiel la lira con la acción se hermana
Y el tono que la da seguir procura:
Mas no el poema juzgues de la vaga
LEYENDA DE AL-HAMAR por la lectura.
Su narración fantástica divaga
Enfática y difusa á cada punto
Por su argumento celestial, que halaga
Tal vez, mas tal vez cansa; su conjunto
Ni en forma, ni en estilo da en efecto
De mi poema idea, aunque su asunto
Se encuentra al del poema tan afecto
Que, á faltar la leyenda, desmembrada
Su acción parecería é imperfecto
Su plan, como palacio sin portada.
Tal es mi obra.--Ahora penetremos,
Muriel, en el recinto de GRANADA.
¡Y ojalá que á sus términos extremos,
Como á risueño fin de alegre viaje,
Al compás de mi cántico lleguemos!
¡Y plegue á Dios que el bárbaro ropaje
De mi cuento Muslim vuelva con pompa
Manto imperial el albornoz salvaje!
¡Y plegué á Dios que, cuando el canto rompa,
Se me torne el laüd que me acompaña
La de homérico són épica trompa,
Que el eco lleve de mi voz á España!

III
INSPIRACIÓN
¡Cristiana inspiración, hija del cielo,
Que diste sér á mi canción primera,
De mi existencia en el placer y el duelo
Guía siempre lëal y compañera!
Tú que, al vestirme mi mortuorio velo,
Dirás conmigo mi oración postrera:
Tú que abrirás con el sepulcro al alma
De la tranquila eternidad la calma:
Tú que, al soplo de un aura perfumada,
Con mi espíritu errante has recorrido
los desiertos del África abrasada,
Pensil de palmas, de serpientes nido:
Y los cármenes frescos de Granada,
Edén para los Árabes perdido:
Y los talleres de Albión obscura:
Y de París la bacanal impura:
Tú que, perenne, con materna mano
Conservaste en mi alma por doquiera
De la Esperanza el incorrupto arcano
Y de la Fe la inextinguible hoguera:
Tú que, al cruzar el arenal mundano,
Has templado mi sed rabiosa y fiera
Aplicando á mis labios la ambrosía
Del cáliz de la dulce poesía;
No me abandones hoy que necesito
Purificar y esclarecer mi idëa,
Al fuego santo del fanal bendito
Do inflamó Dios tu inextinguible tea.
Hoy que anhelo una voz de eco infinito,
Que más que de mortal robusta sea,
Para enviar á la tierra en que vi el día
En alas de un cantar el alma mía.
¡Inspiración católica, más fuerte
Que los tres elementos destructores
De la envidia, del tiempo y de la muerte!
Ciñe mi sien y mi laüd de flores:
Mágico encanto en mis palabras vierte
Y, en brazos de los vientos voladores,
Del turbio Sena al pobre Manzanares
Lleva mi corazón en mis cantares.
Vuela y á España di que todavía
Sin ira y sin pavor mi voz resuena
Sobre el festín de la centuria impía,
Que á sus míseros hijos envenena
Brindándoles las copas de su orgía,
Que la revolución con sangre llena:
Dila que hasta que espire en mi garganta
Celebrará su gloria y su fe santa.


LEYENDA
DE
MUHAMAD AL-HAMAR EL NAZARITA
REY DE GRANADA
DIVIDIDA EN CINCO LIBROS


Libro de los Sueños.

INTRODUCCIÓN
En el nombre de Aláh clemente y sumo
Que da sombra á la noche, luz al día,
Voz á las aves y á las hierbas zumo:
Cuya suprema voluntad podría
Tornar de un soplo el universo en humo,
Y que atesora en mí su poesía,
Escrita os doy para su eterna gloria
Del príncipe Al-hamar la regia historia.
Bálsamo que disipa la amargura,
Luz del pesar sombrío ahuyentadora,
Es su sabrosa y celestial lectura
Risueña como fuente saltadora,
Grata como del campo la verdura,
Bella como la grana de la aurora,
Tierna cual de la tórtola las quejas,
Dulce como el panal de las abejas.
Destila de sus versos ambrosía
Su dulce narración maravillosa:
Exhala su fecunda poesía,
Grato como la esencia de la rosa,
Mágico són de incógnita armonía;
Y cual lluvia de Abril, que lenta posa
Sus gotas en la flor, vierte en el alma
Su amena relación plácida calma.
Encierra sus conceptos peregrinos
Misteriosa virtud y fuerza varia:
Aplacan el rigor de los destinos
Elevados á Aláh como plegaria:
Regalan á quien lee sueños divinos
Leídos en la alcoba solitaria,
Cuya influencia y compañía amiga
Calman del cuerpo la mortal fatiga.
No hay sér bajo el imperio de la luna
Que su lección sagrada no comprenda,
Ni Aláh produjo criatura alguna
Que no sienta placer con su leyenda.
El pez á quien abriga la laguna,
El ave que del árbol hace tienda,
La fiera que entre rocas se sepulta,
El reptil que en los céspedes se oculta:
Y en su colmena el zumbador insecto,
Y en su corteza el röedor gusano,
Y el árbol recio en su vigor perfecto,
Y el aire inquieto en su vagar liviano,
Y el sordo incendio en su humear infecto,
Y en su ciego furor el ocëano,
Prestan oído respetuoso y grato
Al armónico són de su relato.
Esculpido en las hojas de sus flores
Se guarda en el Edén por altos fines:
Y los justos en él habitadores,
Los ángeles que velan sus confines,
Las hurís que alimentan sus amores
Y los genios que pueblan sus jardines,
Gozan en descifrar sus caracteres
En la paz de sus místicos placeres.
Tal es la historia peregrina y bella
Que os doy en estas hojas extendida,
Para que el pasto y el deleite de ella
Os alivien las penas de la vida:
Pues la luz que en sus páginas destella
Despierta el alma á la virtud dormida,
Y eleva el corazón y el pensamiento
Á la pura región del firmamento.
Y aunque en idioma terrenal y humano
Para la humana comprensión la escribo,
De espíritu más alto y soberano
Su luminosa inspiración recibo.
Guía mi corazón, guía mi mano
Sér á quien dentro de mi sér percibo,
Y el genio ardiente que en mi pecho habita
La palabra me da que os doy escrita.
Leedla, pues; y el ámbar que perfuma
Del Paraíso la mansión divina,
Y el resplandor que de la esencia suma
Derramando los mundos ilumina,
Y el rumor que levantan con su pluma
Las alas de Gabriel cuando camina,
Embalsame y alumbre y dé contento
Á cuantos lean el divino cuento.


Nació Al-hamar y sonrió el destino
Contemplándole amigo: la fortuna,
Fijando un punto su inconstancia, vino
Amorosa á mecer su blanda cuna:
Y, el curso de su carro diamantino
Parando en el zenit, la casta luna
Tendió desde él con maternal cariño
Tierna mirada sobre el regio niño.
Del ángel que custodia su persona
Bajo las alas de perfume llenas,
Dió sus primeros pasos en Arjona
Sobre el tapiz fragante de azucenas
Que dan al pueblo natural corona,
Sus vegas en redor ciñendo amenas:
Y sin dolencia corporal alguna
Llegó á la juventud desde la cuna.
Ánimo noble y continente bello,
Porque inspirara afecto y simpatía,
Dióle el Señor. Espléndido destello
Puso en sus ojos de la luz del día:
La gracia de el del cisne dió á su cuello
Dió á su voz de las auras la armonía:
Dió á su talle lo esbelto de la palma,
Y el temple de los genios á su alma.
Dió el carmín de la aurora y de la nieve
La limpieza á su tez; dió á su cintura
La grave majestad con que se mueve
El león, y del corzo la soltura:
Del sabio á su palabra dió lo breve,
La paz del niño á su sonrisa pura,
Y al corazón sin miedo y sin codicia
La fe, la lealtad y la justicia.
Diestro en la lid, en el consejo sabio,
Seguro en la virtud, fuerte en la ciencia,
Modesto en la victoria, en el agravio
Perdonador y sobrio en la opulencia:
En la mano la dádiva, en el labio
El consuelo y la paz, de la violencia
Castigador, y hermoso en la persona,
Nació digno Al-hamar de la corona.
Chispa encendida de la fe en la hoguera
Su estrella fué. Su celestial influjo
En el erial de la vital carrera
Por luminosa senda le condujo.
La ventura tras él fué por doquiera,
Su presencia doquier el bien produjo;
Amigos y enemigos le admiraron
Y la historia y el tiempo le afamaron.
Luchas civiles de la gente mora
Le llamaron urgentes á la guerra,
Y lidió con honor desde la aurora
Hasta que en sombra se sumió la tierra.
Llevó al fin su bandera vencedora
Del verde valle á la nevada sierra:
Y de un día de Abril en la alborada
Aclamado por rey entró en Granada.
Pequeña población recién tendida
En el seno amenísimo de un valle,
Por donde Darro en sonorosa huída
Abre á sus hondas perfumada calle,
Era entonces Granada, y parecida
Á africana gentil de suelto talle,
Que fatigada en calurosa siesta
Á la sombra durmióse en la floresta.
Y cuando digo población pequeña
Á la de hoy la imagino comparada:
Pues no era entonces cual después fué dueña
De dilatados términos Granada.
Bella ciudad de situación risueña
Y de bizarros Árabes poblada,
Era ciudad no grande, no opulenta,
Mas ya por su valor tenida en cuenta.
Á una orilla del Darro que mojaba
De sus labradas puertas los umbrales,
(Por bajo de la _cádima alcazaba_
Ceñida de murallas colosales)
Un barrio se extendía que habitaba
Raza de los egipcios arenales
Oriunda: gente audaz, de miedo ajena,
De negros ojos y de tez morena.
Tribu, como nacida en el desierto,
En sus gustos voluble y pareceres,
De este jardín á su escasez abierto
Doblemente apegada á los placeres.
Sus blancas azoteas eran huerto
Cuidado con afán por sus mujeres,
Y sombreaban sus altos miradores
Toldos fragantes de enredadas flores.
Gozaban de sabrosos alimentos,
Ocio oriental y cómodo vestido;
Cercaban sus alegres aposentos
Blandos cojines de sutil tejido:
Revestía sus limpios pavimentos
Mármol de Macäel blanco y pulido,
Los muros preciosísimo estucado
Y el friso trabajoso alicatado.
Sostenían los ricos arquitrabes
De sus claros moriscos corredores
Columnas ligerísimas. Sus naves
Adornaban arábigas labores,
Sutiles cual la pluma de las aves,
Tan brillantes como ella en sus colores;
Frutales desde el huerto á las ventanas
Alargando limones y manzanas.
Sus patios, que en albercas espaciosas
Reciben unas aguas cristalinas
Al cuerpo gratas y al beber sabrosas,
Pilas eran de baño alabastrinas,
Sembrado el borde de arrayán y rosas,
Donde las bellas moras granadinas
El seco ardor de la mitad del año
Ahuyentaban de sí con fresco baño.
Y en las serenas noches del estío,
Á la luz misteriosa de la luna,
Al són del agua del plateado río,
Y al compás de una cántiga moruna
(Dulce recuerdo del país natío
Que no se olvida en la mejor fortuna),
Sentábanse á danzar en la ribera
La alegre _Zambra_, y la _Jeíz_ ligera.
Tal fué la tribu y las mansiones tales
Que á una margen del Darro se extendían,
Mirándose en sus líquidos cristales
Á cuyo són los dueños se adormían:
Y tan gratas sus casas orientales
Eran, tal el contento en que vivían,
Que con justicia los que en él moraron
El _barrio del deleite_ le llamaron.
La otra ribera del sonante río
Era una verde y desigual colina,
Cuya enramada falda daba umbrío
Y ancho tapiz al agua cristalina,
Y cuyo lomo, seco en el estío,
Fundamento á una torre casi en ruina,
Que sirviendo á dos términos de raya
Era alminar á un tiempo y atalaya.
Domínase en la cumbre de esta altura
La extensión de la vega granadina,
Rica alfombra de flores y verdura
Que tendió ante sus plantas la divina
Mano de Aláh: tesoro de frescura,
Manantial de salud y peregrina
Mansión de toda dicha, cuyas suaves
Auras encantan con su voz las aves.
Ven desde allí los ojos embebidos
Cien alegres y blancos lugarejos,
Que de palomas asemejan nidos
Entre las verdes huertas á lo lejos;
Y montes cien que, por el sol heridos,
Descomponen su luz con mil reflejos
Que lanza el agua y el metal que encierra
Pródiga madre su fecunda tierra.
Allí anidan al par todas las aves
Y se abren á la par todas las flores:
Con la rápida alondra águilas graves,
Con la murta el clavel de cien colores;
Se respiran allí cuantos las naves
De oriente traen balsámicos olores,
Y allí da el cielo deliciosas frutas,
Y encierran minas las silvestres grutas.
Allí, bajo aquel cielo transparente
Donde vieron su Edén los Africanos,
Hállase aún en ideal viviente
La mujer de contornos sobrehumanos,
De ojos de luz y corazón ardiente,
De enano pie y anacaradas manos,
Cuya generación guardarán solas
Las árabes provincias españolas.
Moran allí esas célicas huríes,
Que pintan las muslímicas leyendas
Reclinadas en frescos alhamíes,
Sobre lechos de azahar, bajo albas tiendas;
Cuyos labios de rosas y alelíes
Guardan, de ardiente amor sabrosas prendas,
Palabras que embelesan los oídos
Y besos que adormecen los sentidos.
Aquellas celestiales hermosuras
Que coloca el Korán en su divina
Fantástica mansión de las venturas,
Cuya mirada el iris ilumina,
Cuyo aliento desparce esencias puras,
Cuyo seno y espalda alabastrina,
Velando mal sus mágicos hechizos,
Negros circundan y flotantes rizos.
Vense del cerro aquel gigantes cimas
Que eternas cubren seculares nieves,
Donde por grietas mil sus hondas simas
Ríos destilan en arroyos breves:
Y allí, cosechas para dar opimas,
Refréscanse al pasar las auras leves,
Que bajan luego á fecundar la vega
De las fuentes al par con que se riega.
Vese también por el siniestro lado
El valle de Genil, cuyos raudales
Bañan la verde amenidad de un prado
Cubierto de avellanos y nopales.
Gózase allí de un aire perfumado
Con el subido olor de los frutales,
Del cantueso, tomillo y mejorana,
Que el aura mueve al revolar liviana.
Y entre este barrio de delicias lleno
Y esta florida y desigual colina,
Se extiende el valle cuyo fértil seno
Fecunda el Darro que por él camina:
Y es el lugar más grato y más ameno,
La situación más bella y peregrina
De cuantos ríos fertiliza y baña
En la extensión de nuestra rica España.
Aquí, pues, á la margen de este río,
En la aromada falda de esta altura,
En una noche límpida de estío,
Y al són del agua que á sus pies murmura,
Arrobado en extraño desvarío
La alameda cruzaba á la ventura
Al-hamar, que en paseo misterioso
Olvidaba las horas del reposo.
Único sér con movimiento y vida
En la nocturna soledad errando,
Sin que la tierra por su pie oprimida
Crujir se oyera con el césped blando
De que la tierra inculta está mullida,
Algún insomne le juzgó temblando
Alma que torna á visitar la huesa
Del cuerpo en cuya cárcel vivió presa.
Flotaba suelto el alquicel nevado,
Blanqueaba del turbante el albo lino,
Y relucía en piedras engastado
El puño del alfanje damasquino:
Y este blanquear y relucir callado,
Á intervalos oculto del camino
Entre los troncos que al pasar cruzaba,
Faz de visión á su persona daba.
Y tal avanza silenciosa y lenta
Del solitario valle en la espesura,
Y al verla calla el ruiseñor que cuenta
Sus amores al aura, y á la hondura
Del río se desliza soñolienta
La culebra enroscada en la verdura,
Y el vuelo tiende á la contraria orilla
Espantada la tímida abubilla.
En tanto el noble príncipe, sumido
En el mar de sus propios pensamientos,
Ni atiende al ave que ahuyentó del nido,
Ni al reptil que saltó, ni á los acentos
Que el ruiseñor ahogó: y embebecido
Continúa avanzando á pasos lentos,
Hasta perderse en la arboleda obscura
Que se espesa del valle en la angostura.
Formaba esta recóndita arboleda
Un extendido bosque de avellanos,
Guardador de una espesa moraleda
Donde sus utilísimos gusanos
Daban por fruto delicada seda,
Que labrada después por diestras manos
Iba en preciosas telas y tejidos
Á todos los mercados conocidos.
Brotaba una sonora fuentecilla
En medio de esta fértil enramada,
Vertiendo sus cristales por la orilla
De tilos aromáticos orlada.
Hallábase en redor, con maravilla
De los ojos, la tierra cultivada,
Y (obra admirable de cuidosas manos)
Hechos jardín los céspedes villanos.
Corría allí suavísimo el ambiente
Cargado con la esencia de mil flores,
Y al respirarle huían de la mente
Los pensamientos tristes, sinsabores
Y duelos ahuyentando; y la corriente
Del manantial remedio á los dolores
Era del cuerpo débil, cuyos males
Cedían al beber de sus raudales.
Lugar divino en la región humana
Colocado era aquél: retiro augusto
De algún Genio de estirpe soberana
Que el sacro Edén abandonó por gusto:
Destierro acaso de una hurí que vana
Apreció su beldad más que fué justo:
Cita acaso de un Silfo en sus amores:
Lecho tal vez del Ángel de las flores.
Allí á Al-hamar inspiración secreta
Á hallar condujo solitario asilo,
Y allí, al mirarse en soledad completa,
Irguió la frente y respiró tranquilo:
Y á la sombra y al són que esparce inquieta
La extensa copa de oloroso tilo,
Sentóse alzando la real mirada
Al cielo azul de su gentil Granada.
Y allí á sus hondos sentimientos dando
Pábulo y campo en la mansión del pecho,
Con la influencia del lugar hallando
Á ellos el corazón menos estrecho,
Poco á poco la espalda reclinando
Fué de la hierba en el mullido lecho,
Y poco á poco deleitosa calma
Le aquietó el corazón, le arrobó el alma.
El canto de las aves anidadas
En el ramaje fresco, el campesino
Aroma de las hojas, oreadas
Con manso són por el errante y fino
Aliento de las brisas perfumadas,
Y el suave arrullo del raudal vecino,
Daban al sitio en que Al-hamar yacía
Célica paz y mágica armonía.
Ansiaba el rey grandeza venidera,
Gloria, poder, celebridad futura:
Ansiaba que su corte la primera
Fuése en valor, en lustre y en cultura:
Ansiaba darla fama duradera
Con prodigios de rica arquitectura:
Mas veía al par escaso su tesoro
Para hacer realidad sus sueños de oro.
Gozaba su exaltada fantasía
Con la bella ilusión de sus intentos:
Sus soberbios alcázares veía
Llenar la tierra y dominar los vientos:
Admiraba la gala y simetría
Que daba á sus labrados aposentos,
Y en sus doradas letras africanas
Leía ya las suras musulmanas.
Pensaba en las mil torres de los muros
Que á su noble ciudad dieran confines,
Fuerza rëal y límites seguros:
Pensaba en la extensión de sus jardines,
Asilos del deleite, y en los puros
Baños, y en los ocultos camarines
Del voluptuoso Harén de las mujeres,
Santuario del amor y los placeres.
Y embebecido en pensamientos tales,
Y embriagado tal vez con la esperanza
De hacer un día sus proyectos reales,
Si la fortuna amiga en la balanza
Su ambición y poder ponía iguales
Guiando el porvenir siempre en bonanza,
No percibió el dulcísimo beleño
Que iba en sus miembros derramando el sueño.
Poco á poco sus párpados cedieron
Á lenta pesadez, y sus pupilas
La claridad y la visión perdieron;
De los árboles mil las verdes filas,
De las aves y fuentes se le fueron
Borrando las imágenes tranquilas:
Y su imaginación quedando en calma,
De la vigilia al sueño pasó el alma.
Dos veces intentó los ojos vagos
Echar en rededor y á los sonidos
Atender, para alzarse haciendo amagos;
Pero cedieron otra vez rendidos
Sus párpados y miembros: anchos lagos
De sombra cada vez más extendidos
Envolvieron su inquieta fantasía,
Y un instante después... el rey dormía.
En calma universal, en paz completa
Quedó el frondoso valle, y la vecina
Corriente del arroyo y la aura inquieta
Le arrullaron con suave y campesina
Música.--Y en tal cláusula el poeta
Interrumpe su historia peregrina,
De agua y aire los sones halagüeños
Poniendo fin al LIBRO DE LOS SUEÑOS.


Libro de las Perlas.

En el sagrado nombre del que en el orbe impera
Oculto del espacio tras la cortina azul,
Que arregla de los astros la incógnita carrera,
Señor de las tinieblas, origen de la luz,
Del LIBRO DE LAS PERLAS comienzo la escritura
En verso claro y fácil á comprensión común.
Leed; ¡y plegue al cielo que os sea su lectura
Raudal de fe sincera, venero de salud!
¡Oh genios invisibles, que erráis en las tinieblas
En grupos impalpables, sobre alas sin color!
Vosotros, leves hijos del aire y de las nieblas,
Que amigos de las sombras aborrecéis al sol:
Vosotros cuya ciencia comprende los mil ruidos
Que pueblan el espacio con misterioso són,
Y comprendéis los cantos, murmullos y gemidos,
Con que susurra el árbol y canta el ruiseñor:
Vosotros, que asaltando con silencioso vuelo
Los áureos miradores del desvelado rey,
Llenáis de miedos vagos sus horas de desvelo
Con los siniestros ruidos que á su cristal hacéis;
Vosotros, que á la reja del camarín estrecho
Do la cautiva sueña con su perdido bien,
Con vuestro aliento puro enviáis hasta su lecho
Mil bellas ilusiones de amor y de placer:
Vosotros, favoritos del genio y la armonía,
Que á par de las abejas saltáis de flor en flor,
La gota estremeciendo titiladora y fría
Con que el rocío baña su virginal botón:
De vuestra poesía verted en mí el tesoro:
Lo armónico prestadme de vuestra vaga voz,
Porque mi mano pueda sacar del arpa de oro
Las cláusulas que dignas de mi relato son.
Cercadme, sostenedme con vuestro influjo santo
En la divina empresa que audaz acometí.
¡Oh genios de la noche! divinizad mi canto,
Y EL LIBRO DE LAS PERLAS guiad hasta su fin.
Guiad en él mi pluma,
Iluminad mi mente,
Y á la belleza suma
De asunto tan gentil
Haced que el pensamiento
Se eleve noblemente,
Y llegue al firmamento
Mi acento varonil.
Yo trazo aquí el relato
De tan divina historia,
Yo pinto aquí el retrato
De tan divino sér,
Que la palabra humana,
Ni la mortal memoria
Querrán con ansia vana
Contar y comprender.
Mi historia es tanto bella
Cuanto la lumbre vaga
De solitaria estrella
En recio temporal:
Cual la canción doliente
Que caprichosa maga
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