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Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 04

Süzlärneñ gomumi sanı 5129
Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1645
30.2 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
42.8 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
50.1 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
Härber sızık iñ yış oçrıy torgan 1000 süzlärneñ protsentnı kürsätä.
  levantaran la caza, y tendieron las redes en los sitios que juzgaron más
  adecuados. Los perros con sus ladridos y carreras espantaron las cabras,
  y éstas abandonaron los cerros y alcores y se vinieron hacia la mar,
  donde entre la arena no tenían pasto, por lo cual algunas de las más
  atrevidas se acercaron á la nave y se comieron la mimbre verde á que
  estaba amarrada. En la mar á la sazón había resaca, porque soplaba
  viento de tierra, de suerte que, no bien el barco quedó libre, las olas
  le empujaron y se le llevaron lejos. Pronto se percataron de ello los
  cazadores, y unos corrieron á la orilla, otros atraillaron los perros, y
  todos gritaron de manera que cuanta gente había en los vecinos campos
  acudió al oirlos, pero de nada valió su venida. El viento sopló más
  fuerte y se llevó el barco con celeridad irresistible.
  Los de Metimna, enojados con la pérdida de tantas prendas de valor,
  buscaron al cabrero, y habiendo hallado á Dafnis, se pusieron á darle
  golpes y á desnudarle; y hasta hubo uno que, valiéndose de la cuerda con
  que atraillaba los perros, iba á atarle las manos á las espaldas.
  Maltratado así Dafnis, gritó y pidió socorro á los rústicos, y sobre
  todo llamó á Lamón y á Dryas. Acudieron éstos, que eran dos viejos
  recios, con las manos endurecidas en las labores del campo, y se
  hicieron respetar, exigiendo que se tratase el negocio en justicia y
  fuesen oídas las partes. Todos se conformaron, y Filetas el vaquero fué
  nombrado juez, porque era el más anciano de los que allí estaban
  presentes, y por su rectitud famoso en aquella comarca.
  Los de Metimna, con claridad y concisión, plantearon así su querella
  ante el juez vaquero:
  «Vinimos á estos campos á cazar, dejamos nuestro barco junto á la
  orilla, amarrado con verde mimbre, y nos pusimos á ojear con los perros
  de caza. Entre tanto bajaron las cabras de este mozuelo á la marina, se
  comieron la mimbre y desataron el barco. Ya viste cómo se le llevaron
  las olas. ¿Cuánto crees que importa el perjuicio ocasionado? ¡Qué de
  trajes hemos perdido! ¡Qué de collares de perros! ¡Cuánta plata, de
  sobra acaso para comprar todo este terreno! Por todo lo cual parece
  justo que nos llevemos á este cabrerillo torpe, que apacienta cabras
  junto á la mar, cual si fuera marinero.» Así se quejaron los metimneños.
  Dafnis, por más que le dolían los golpes recibidos, vió á Cloe presente,
  lo despreció todo, y dijo: «Yo guardo bien mi ganado. Jamás se quejó
  labrador de estos contornos de que cabra mía le destrozase su huerto ó
  le comiese los brotes de su viña. Éstos son cazadores inhábiles, y traen
  perros mal enseñados, que no saben sino correr sin concierto, y ladrar
  con tal furor, que las cabras han huído del llano y del cerro hacia la
  mar, como acosadas por lobos. Es cierto que se comieron la mimbre.
  ¿Acaso en la arena tenían verde grama, madroños y tomillo? El barco se
  le llevó el viento ó la mar. Cúlpese á la tormenta, no á las cabras. En
  el barco había ropa y plata; pero ¿quién, que esté en su juicio, ha de
  creer que llevaba tales riquezas un barco con amarra de mimbre?»
  Dicho esto, Dafnis rompió á llorar y movió á compasión á los rústicos,
  de suerte que Filetas, el juez, juró por Pan y las Ninfas que no había
  culpa en Dafnis, ni tampoco en las cabras. Culpados eran la mar y el
  viento, los cuales tenían otros jueces. La sentencia de Filetas no
  satisfizo á los metimneños, y avanzaron furiosos, cogieron otra vez á
  Dafnis y le querían atar para llevársele. Pero los rústicos se
  alborotaron, y, cayendo sobre ellos como grajos ó como nube de
  estorninos, pronto libertaron á Dafnis, que también peleaba, y pusieron
  en fuga á los metimneños, hartándolos de palos y sin cesar de
  perseguirlos hasta que los echaron de todo aquel territorio. Así quedó
  el campo en sosiego, y Cloe llevó á Dafnis á la gruta de las Ninfas.
  Allí le lavó la cara, llena de sangre, que había echado por las
  lastimadas narices, y le hizo comer un pedazo de torta y una raja de
  queso que sacó del zurroncillo, y para que mejor se recobrase, le dió un
  beso, todo de miel, con sus blandos labios.
  Así se salvó Dafnis de aquel peligro; mas no pararon allí las cosas. Los
  metimneños, de vuelta á su tierra, con harta fatiga, á pie en vez de ir
  en barco, y apaleados en vez de ir divertidos, convocaron en junta á los
  ciudadanos, y en traje de suplicantes pidieron venganza del insulto
  recibido, sin decir palabra de verdad, para que no se burlasen de ellos
  por haberse dejado apalear por unos villanos; antes bien supusieron que
  los de Mitilene les habían apresado el barco y robado sus bienes, como
  en tiempo de guerra.
  En vista de las heridas, los de la junta lo creyeron todo y consideraron
  justo vengar á aquellos jóvenes de las principales familias de la
  ciudad. La guerra contra los de Mitilene fué, pues, decretada sin
  declaración previa, y se dió orden á un capitán para que saliese á la
  mar con diez naves y talase y saquease las costas del enemigo. Como se
  acercaba el invierno, no era seguro aventurar mayor escuadra.
  Al día siguiente, hechos los aprestos y llevando como remeros á los
  mismos soldados, recorrió la escuadrilla las costas de Mitilene, y la
  gente entró á saco muchos lugares, robando ganado y trigo y vino en
  abundancia, porque estaba recién hecha la vendimia, y cautivando no
  pocos hombres de los que trabajaban en el campo. Desembarcó también
  donde Dafnis y Cloe apacentaban y se llevó cuanto halló á mano.
  Dafnis á la sazón no guardaba las cabras, sino había ido al bosque á
  coger ramas verdes para dar en el invierno alimento á los chivos. Cuando
  vió la invasión desde lo alto se escondió en el hueco tronco de un
  quejigo seco. Cloe, en tanto, guardaba el rebaño, y perseguida por los
  invasores, se refugió en la gruta de las Ninfas, por cuyo amor rogaba
  que á ella y á su grey perdonasen. De nada valió el ruego. Los
  metimneños, no sólo hicieron muchas burlas y profanaciones de las
  imágenes, sino que á las ovejas y á la misma Cloe, como si fuera oveja
  también, se las llevaron por delante á varazos. Ya entonces tenían las
  naves cargadas de botín de toda laya, y decidieron no navegar más, sino
  volverse á sus casas, recelosos del invierno y de los enemigos.
  Navegaban, pues, aunque poco y á fuerza de remos, porque el viento no
  los favorecía, cuando Dafnis, visto el sosiego que reinaba, bajó á la
  llanura en que solía apacentar, y no halló cabras ni ovejas, ni halló á
  Cloe, sino soledad mucha, y por el suelo la flauta con que Cloe se
  deleitaba. Dafnis empezó entonces á gritar y á exhalar sollozos
  lastimeros, y ya corría bajo el haya donde antes se sentaba, ya hacia la
  mar para ver si alcanzaba á su amiga, ya á la gruta donde se refugió
  cuando la perseguían. Allí se echó por tierra y vituperó á las Ninfas de
  traidoras. «Al pie de vuestras aras, dijo, fué robada Cloe, y lo vísteis
  y lo sufrísteis; Cloe, la que os tejía coronas y las que os ofrecía las
  primicias de la leche y la flauta que veo allí colgada. Jamás lobo me
  robó una sola cabra, y los enemigos me han robado todo el rebaño y la
  zagala mi compañera. Desollarán las cabras; sacrificarán las ovejas.
  Cloe vivirá lejos en alguna ciudad. ¿Cómo presentarme ahora á mi padre y
  á mi madre, sin cabras y sin Cloe, y también sin oficio, pues no quedan
  cabras que guardar? Aquí me voy á quedar aguardando la muerte ó algún
  otro enemigo. Y tú, Cloe, ¿padeces como yo? ¿Te acuerdas de estos prados
  y de las Ninfas y de mí, ó te consuelan las ovejas y las cabras,
  prisioneras contigo?»
  Conforme se lamentaba así, entre gemidos y lágrimas, se apoderó de él un
  profundo sueño y se le aparecieron las tres Ninfas, grandes y hermosas,
  medio desnudas, descalzas y suelto el cabello, como las imágenes. Al
  principio mostraron compadecerse de Dafnis; luego dijo la mayor,
  confortándole: «No así nos acuses, ¡oh Dafnis! Más cuidado que á tí nos
  merece Cloe. De ella nos compadecimos apenas nació, y la criamos cuando
  fué expuesta en esta gruta. Nada de común tiene ella con los campos ni
  con las ovejas de Dryas. Ya hemos dispuesto lo que más le conviene. Ni
  se la llevarán cautiva á Metimna, ni será entregada á los soldados como
  parte del despojo. El mismo dios Pan, que está sentado bajo aquel pino,
  si bien jamás le llevásteis vosotros ofrendas de flores, cede á nuestros
  ruegos y va en auxilio de Cloe, como más avezado que nosotras en los
  negocios de la guerra, por haber ya militado en muchas, abandonando su
  agreste retiro. Tremendo enemigo va á caer sobre los metimneños. No te
  aflijas, pues: levántate y ve á consolar á Lamón y Mirtale, que se
  revuelcan por el suelo como tú, creyendo que también te llevan cautivo.
  Mañana volverá Cloe, y con ella las ovejas y las cabras. Aun las
  guardaréis juntos; aun juntos tocaréis la flauta. De lo otro cuidará
  Amor.»
  Al ver y oir Dafnis todo esto, despertó, lloró de alegría á par que de
  pena, y adoró las figuras de las Ninfas, prometiendo sacrificarles la
  mejor de sus cabras, si se salvaba Cloe. Corrió después bajo el pino,
  donde estaba la imagen de Pan, con patas y cuernos de cabra, en una mano
  la flauta y con la otra deteniendo un chivo, y le adoró también, é
  intercedió con él por Cloe y le prometió sacrificarle un macho. Y como
  casi iba ya á ponerse el sol, sin cesar él en sus lamentos y plegarias,
  recogió las ramas que había cortado y se fué á su cabaña. Con su vuelta
  quitó á sus padres un gran pesar, trocándole en contento. Luego comió un
  bocadillo y se fué á dormir, no sin llorar aún y suplicar á las Ninfas
  que trajesen pronto el nuevo día, y á Cloe con él, cumpliendo la
  promesa. La noche aquella le pareció la más larga de todas las noches.
  Entre tanto, el capitán de los metimneños, no bien hubo navegado cerca
  de diez estadíos, quiso que reposase su gente, fatigada de la correría.
  Había allí un cerro que avanzaba sobre la mar, abriéndose en forma de
  media luna, en cuyo seno convidaban las ondas tranquilas con el más
  seguro puerto. En él anclaron las naves, lejos aún de la costa, á fin de
  no recelar asalto ó sorpresa de villanos, y los metimneños se entregaron
  en paz á sus deportes. Como traían abundancia de todo, fruto de su
  rapiña, comieron y bebieron con gran fiesta y algazara, para celebrar la
  fácil victoria. Así pasaron el día, y no bien los sorprendió la noche,
  parecióles de repente que toda la tierra se ardía alrededor con llamas y
  relámpagos, y que se oía en la mar estrépito impetuoso de remos, como de
  formidable escuadra que á combatirlos venía. Muchos gritaban á las
  armas; otros se llamaban mutuamente: éste creíase ya herido; aquél
  imaginaba que alguien caía muerto á su lado. En suma, todo asemejaba
  reñido combate nocturno, sin que hubiese enemigos.
  La noche así pasada, amaneció un día más espantoso que la misma noche.
  Las cabras y los machos de Dafnis llevaban en los cuernos hiedra con sus
  corimbos, y los carneros y ovejas de Cloe aullaban como lobos. Ella
  apareció coronada de ramas de pino. En la mar ocurrieron también muchos
  portentos. No se podían levar anclas, que se agarraban al fondo; los
  remos se rompían al meterlos en el agua para bogar; los delfines,
  brincando fuera de la mar, azotaban con las colas las naves y
  desbarataban su trabazón. Y oíase el sonido de una flauta en la más alta
  cumbre de la roca; mas no deleitaba como flauta, sino aterraba á los
  oyentes como trompa guerrera. De aquí el general sobresalto, el correr á
  las armas y el miedo de enemigos que no se veían. Todos ansiaban que
  volviese la noche, esperando que les diese tregua.
  Á nadie que tuviese sano el entendimiento podía ocultársele que tales
  visiones y ruidos eran obra de Pan; encolerizado contra los marineros;
  pero no adivinaban el motivo de su cólera, pues no habían saqueado
  ningún templo de aquel dios. Por último, á eso de medio día, no sin
  disposición de lo alto, quedóse el capitán dormido, y Pan se le
  apareció, diciendo:
  «¡Oh, los más impíos y malvados de todos los mortales! ¿Cómo os
  propasasteis á tal extremo en vuestra audacia loca? Llevasteis la guerra
  á los campos que me son caros; robásteis las vacas, cabras y corderos de
  que yo cuido, y arrancásteis de mi propio altar á una virgen, de quien
  Amor quiere componer muy linda historia. Ni á las Ninfas, que os
  miraban, ni á mí, que soy Pan, habéis respetado. Nunca navegando con
  tales despojos, volveréis á ver á Metimna, ni escaparéis al son de mi
  flauta aterradora. Os he de anegar y os he de dar por pasto á los peces,
  si al punto no devolvéis á Cloe á las Ninfas, y á Cloe su rebaño, cabras
  y corderos. Levántate, pues, y pon en tierra á la muchacha con todo lo
  que te dije. Yo te llevaré luego en salvo por mar, y á ella por tierra.»
  Todo consternado se despertó con esto Briaxis, así se llamaba el
  capitán, y llamó á los cabos y principales de las naves, ordenándoles
  que buscasen sin demora entre los cautivos á la zagala Cloe. En seguida
  la hallaron, porque estaba sentada con guirnalda de pino, y la trajeron
  á la presencia del capitán, quien conoció por las señales que á causa de
  ella había tenido la visión, y él mismo la llevó á tierra en su mejor
  barca. Apenas desembarcó la pastorcilla, se oyó de nuevo son de flauta
  sobre la roca, pero no ya belicoso y espantable, sino suave y pastoril,
  como para llevar corderos á prado. Y en efecto, los corderos y las
  ovejas echaron á correr por las escaleras abajo, sin tropiezo á pesar de
  la dureza de sus pezuñas, y las cabras con mayor atrevimiento aún, como
  acostumbradas á saltar por los vericuetos. Y toda la grey rodeó á Cloe,
  y en coro se puso á retozar, brincar y balar en muestra de alegría. Las
  cabras, bueyes y demás ganado de otros pastores se quedaron quietos en
  el fondo de las naves, como si aquel son no los llamara. Las gentes se
  maravillaron en grande al ver estas cosas, y celebraron á Pan, quien en
  mar y tierra obró luego mayores prodigios. Antes de levar ancla, las
  naves iban ya navegando. Un delfín, que salía con sus brincos sobre las
  ondas, guiaba la nave capitana. Suavísima música de flauta conducía
  cabras y corderos, y nadie veía á quien tocaba. Y todo el rebaño,
  hechizado con el son, andaba á par que pacía.
  Era ya la hora en que se va de nuevo al pasto después de la siesta,
  cuando Dafnis, que estaba oteando desde un alta atalaya, vió venir el
  ganado y vió venir á Cloe. Entonces gritó: «¡Oh, Ninfas! ¡Oh, Pan!»
  bajó á lo llano, abrazó á Cloe, y cayó desmayado de placer. Apenas
  volvió en sí merced á los besos de Cloe y al dulce calor de sus abrazos,
  se la llevó bajo el haya donde solían, y sentados contra el tronco, le
  preguntó de qué suerte se salvó de los enemigos. Ella contó todas las
  circunstancias: la hiedra de las cabras, los aullidos de las ovejas, la
  corona de ramas de pino que le ciñó las sienes, y la medrosa noche, y
  cómo hubo en la tierra fuego, extraño ruido en la mar y dos distintos
  sones de flauta, uno guerrero y otro pacífico. Dijo, por último, que
  ignorante ella del camino, se le indicaba y la guiaba cierta música
  misteriosa.
  Bien notó en todo Dafnis el cumplimiento del sueño de las Ninfas y los
  milagros de Pan, y también refirió él cuanto había visto y oído, y que
  ya se moría de dolor cuando las Ninfas le salvaron. Después mandó á Cloe
  á que dijese á Dryas y á Lamón que vinieran con todo lo necesario para
  hacer un sacrificio. Él, en tanto, tomó la mejor de sus cabras; la
  coronó de hiedra, conforme se había mostrado á los enemigos; vertió
  leche entre sus cuernos; la sacrificó á las Ninfas; la suspendió y la
  desolló, y colgó la piel en la roca.
  Presentes ya Cloe y los que la acompañaban, Dafnis encendió fuego, asó
  parte de la carne y coció la otra parte; ofreció á las Ninfas las
  primicias y les hizo una libación con un cántaro lleno de mosto. Dispuso
  luego lechos de hojas verdes para todos los convidados, y se entregó á
  beber, comer y jugar con ellos, sin dejar de atender al ganado, no
  viniese el lobo é hiciese en él de las suyas. Hermosos cantares se
  cantaron allí en loor de las Ninfas, compuestos por pastores antiguos.
  Venida la noche todos durmieron al raso ó en la gruta. Al salir el sol,
  se acordaron de Pan; coronaron de pino el manso de la manada y le
  llevaron bajo el pino, donde entre libaciones de mosto y cantos en
  alabanza del dios, se le sacrificaron, colgándole y desollándole. Las
  carnes asadas y cocidas las pusieron en el prado sobre hojas verdes. La
  piel con los cuernos quedó colgada del pino, junto á la imagen del dios,
  ofrenda pastoral al dios de los pastores. Ofreciéronle también las
  primicias de la carne; vertieron vino del cántaro más hondo, y Cloe
  cantó, y Dafnis la acompañó con la zampoña.
  Recostáronse después y se pusieron á comer, cuando por acaso llegó
  Filetas el vaquero, el cual traía para Pan algunas guirnaldas y racimos
  de uvas con sarmientos y pámpanos. Le acompañaba su hijo menor Titiro,
  rapazuelo de pelo rubio y ojos zarcos, vivo y travieso, y que venía
  saltando más ágil que un chivo. Levantáronse todos para coronar á Pan y
  colgaron los racimos en la copa del pino, y luego volvieron á sentarse,
  convidando á Filetas á que merendase y bebiese con ellos. Ya algo
  bebidos, se dieron, según es propio en los viejos, á referir casos de
  sus verdes años, de qué suerte guardaban el hato y de cuántas
  incursiones de bandidos y piratas habían escapado. Éste se jactaba de
  haber muerto un lobo; aquél de no ceder más que á Pan en tocar la
  flauta. La última jactancia era de Filetas. Dafnis y Cloe le rogaron con
  ahinco que les diese á conocer algo de su arte tocando la flauta en la
  fiesta del dios que tanto se huelga de oirla. Filetas consintió en
  tocar, y si bien lamentándose de que con la vejez le faltaba resuello,
  tomó la flauta de Dafnis; pero halló que era pequeña para lucir en ella
  toda su maestría, y sólo propia para la boca de un rapaz, y envió á
  Titiro en busca de su flauta, aunque distaba su casa diez estadíos de
  allí. El chico soltó la ropa que le estorbaba, y casi desnudo echó á
  correr como un gamo. Lamón, mientras volvía, se puso á contar la fábula
  de Siringa, tal cual se la contó un cabrero de Sicilia, á quien dió en
  pago un cabrón y una zampoña.
  «Siringa, dijo, no era flauta pastoril en lo antiguo, sino virgen
  hermosa, con buena voz y arte en el canto. Cuidaba cabras, jugaba con
  las Ninfas y cantaba como ahora. Pan, al verla cuidar las cabras,
  retozar y cantar, se llegó á ella y le pidió que consintiese en lo que
  él quería, ofreciéndole, en cambio, que sus cabras todas parirían
  muchos cabritillos gemelos. Ella se burló de este amor y se negó á
  admitir amante que era medio hombre y medio macho de cabrío. Pan
  entonces la persiguió para lograrla por fuerza. Huyó Siringa de Pan y de
  su violento arrojo, y fatigada al cabo, se ocultó en un cañaveral y
  desapareció en una laguna. Cortó Pan las cañas con furia; sin hallar á
  la linda moza halló desengaño, é imaginó un instrumento, juntando con
  cera desiguales cañutos, por ser su amor desigual como ellos. De aquí
  que la hermosa virgen de entonces hoy sea flauta sonora.»
  Terminada tenía ya Lamón su historia, y Filetas le alababa por haberla
  contado con más dulzura que un cantar, cuando apareció Titiro con la
  flauta de su padre, la cual era grande, hecha de gruesas cañas y con
  adornos de bronce sobre las pegaduras de cera. Dijérase que era la
  propia y primera flauta que fabricó Pan. Filetas se levantó, se puso
  derecho sobre su asiento, y lo primero que hizo fué ensayar si el viento
  colaba bien por los cañutos, y habiendo notado que el soplo penetraba
  sin estorbo, sopló con brío juvenil y se oyó al punto como un concierto
  de muchas flautas; tanto resonaba la suya sola. Poquito á poco fué luego
  mitigando aquella vehemencia y convirtiéndola en suave melodía, y mostró
  allí todo el arte del buen pastoreo musical: lo que agrada á las vacas y
  bueyes, lo que conviene para las cabras y lo que gusta á las ovejas.
  Para las ovejas era el son dulce, grave para el ganado vacuno y agudo
  para el cabrío. Todo esto, obra de diversas flautas, lo imitaba él con
  sólo la suya.
  Recostados los circunstantes oían la música con delicia y en silencio,
  hasta que se alzó Dryas y pidió á Filetas que tocase una tonada en loor
  de Baco para que él bailase un baile de lagar. Bailó, pues, imitando,
  ora que vendimiaba, ora que acarreaba la uva en cestos, ora que la
  pisaba, ora que llenaba las tinajas, ora que probaba el mosto. Y todas
  estas cosas las bailó Dryas con tal primor y claridad, que parecía que
  se estaban viendo viñas, lagar y tinajas, y al propio Dryas vendimiando
  y bebiendo. Así se lució en el baile el tercer viejo, y fué á besar á
  Dafnis y á Cloe. Éstos se alzaron al punto y bailaron el cuento de
  Lamón. Dafnis hacía de Pan, y de Siringa Cloe. Él pedía amor; ella le
  burlaba desdeñosa; él sobre las puntas de los pies, para imitar las
  pezuñas del cabrío, la perseguía corriendo, y Cloe se fingía cansada y
  se ocultaba, por último, entre unas matas como si fuese en la laguna.
  Dafnis tomó entonces la gran flauta de Filetas, y tocó ya con flébil
  tono como de suplicante, ya con tono amoroso para persuadir, ya con
  suave llamada, como buscando y atrayendo á la fugitiva. Maravillado
  Filetas, se alzó de su asiento, besó al rapaz, y después de besarle le
  regaló la flauta, no sin pedir al cielo que Dafnis en su día pudiese
  dejarla á sucesor semejante. Dafnis, por último, suspendió su pequeña
  flauta en el ara de Pan, besó á Cloe como si la volviese á hallar
  después de una fuga verdadera, y se llevó sus cabras, tocando la flauta
  grande.
  Como la noche venía ya, Cloe condujo también su rebaño, aprovechándose
  del mismo son, de suerte que cabras y ovejas iban juntas. Dafnis
  caminaba cerca de Cloe y ambos platicaron entre sí hasta bien cerrada la
  noche, concertándose para salir al día siguiente más temprano que de
  costumbre.
  Así lo hicieron en efecto. Apenas rayó el alba, volvieron al prado, y
  después de saludar primero á las Ninfas y en seguida á Pan, se sentaron
  bajo la encina, tocaron juntos la flauta, se besaron, se abrazaron, se
  acostaron muy juntos, y sin hacer nada más, se levantaron. Pensaron
  luego en la comida, y bebieron vino con leche. Algo acalorados con esto,
  y creciendo también en audacia, se enredaron en amorosa disputa y
  acabaron por exigirse juramento de fidelidad. Dafnis, acercándose al
  pino, juró por Pan no vivir un solo día sin Cloe, y Cloe, penetrando en
  la gruta, juró por las Ninfas ser de Dafnis en vida y en muerte; pero
  ella, como niña aún, era tan simplecilla, que al salir de la gruta
  quiso que Dafnis le hiciese nuevo juramento. «¡Oh, Dafnis!, le dijo,
  este dios Pan es travieso y muy poco de fiar. Se enamoró de Pitis, se
  enamoró de Siringa, no cesa jamás de perseguir á las Dryadas y se emplea
  de continuo en servir y complacer á todas las ninfas pastoriles. Si no
  cumples la fe jurada, se reirá y no te castigará, aunque te enredes con
  más queridas que cañutos tiene tu zampoña. Júrame, pues, por tu rebaño y
  por la cabra que te crió, no abandonar á Cloe mientras ella te sea fiel.
  Y si Cloe te faltare, perjura á tí y á las Ninfas, húyela, aborrécela,
  mátala como á un lobo.» En el alma se complació Dafnis de estas dudas de
  Cloe; y de pie en medio del rebaño, la una mano sobre una cabra y sobre
  un macho la otra, juró amar á Cloe mientras ella le amara, y si ella
  amase á otro, en vez de matarla, matarse él. Cloe se holgó del juramento
  y le creyó, porque doncellica y pastora, tenía á las cabras y ovejas por
  divinidades propias de cabrerizos y zagales.
  
  
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  LIBRO TERCERO.
  
  Cuando supieron los de Mitilene la expedición de las diez naves, y, por
  gente que venía del campo, los robos que habían hecho, no juzgaron
  decoroso sufrir tal afrenta de los de Metimna y resolvieron mover guerra
  contra ellos con toda rapidez. Levantaron, pues, tres mil infantes y
  quinientos caballos; y recelosos de la mar en la estación del invierno,
  los enviaron por tierra, al mando de su general Hipaso.
  Éste no estragó los campos ni robó ganado ni frutos y enseres de
  labranza, considerando más propios de bandido que de general tales
  actos, sino marchó derecho y pronto contra la ciudad de Metimna,
  esperando sorprenderla con las puertas sin custodia. Ya no distaba de la
  ciudad más de cien estadíos, cuando se presentó un heraldo pidiendo
  treguas. Los metimneños habían averiguado por los cautivos que los de
  Mitilene nada sabían de lo ocurrido, y que eran gañanes y pastores los
  que habían maltratado á los jóvenes, por lo cual reconocían que se
  habían atrevido con más acritud que prudencia contra la vecina ciudad, y
  sólo deseaban devolver el botín, tratarse de amigos y comerciar como
  antes por mar y tierra. Hipaso aunque tenía plenos poderes para
  negociar, envió al heraldo á Mitilene, y, acampado á diez estadíos de
  Metimna, aguardó la resolución de sus conciudadanos. Á los dos días vino
  el mensajero con orden de recibir la restitución y de volverse sin
  causar daño, porque, al escoger entre la paz y la guerra, habían hallado
  la paz más útil. Así terminó la guerra entre Mitilene y Metimna, con fin
  tan inesperado como el principio.
  Llegó el invierno, para Dafnis y Cloe más que la guerra crudo. De
  repente cayó mucha nieve: cubrió los caminos y encerró á los rústicos en
  sus chozas. Con ímpetu se despeñaban los torrentes; se helaba el agua;
  parecían muertos los árboles, y no se veía el suelo sino al borde de
  arroyos y manantiales. Nadie, pues, llevaba á pacer el ganado ni se
  asomaba á la puerta, sino todos encendían gran candela en el hogar, no
  bien cantaba el gallo, y ya hilaban lino, ya tejían pelo de cabra, ya
  tramaban lazos para cazar pájaros. Entonces era menester andar solícitos
  en dar paja á los bueyes en el tinao, fronda en el aprisco á las cabras
  y ovejas, y fabuco y bellotas á los cerdos en la pocilga.
  Con esta forzosa permanencia dentro de casa, se holgaban los demás
  pastores y labriegos, porque descansaban algo de sus faenas, comían bien
  y dormían á pierna tendida. Así es que el invierno se les antojaba más
  dulce que el verano, que el otoño y hasta que la misma primavera. Pero
  Dafnis y Cloe, retrayendo á la memoria los pasados deleites; cómo se
  besaban, cómo se abrazaban y cómo merendaban juntos, se pasaban las
  noches muy afligidos y sin dormir, ansiosos de que volviese la
  primavera, que era para ellos volver de la muerte á la vida. Cuando por
  dicha topaban con el zurrón en que habían llevado la merienda, ó veían
  el cantarillo en que habían bebido, ó la zampoña, presente amoroso,
  abandonada ahora, la pena de ambos se acrecentaba. Con fervor pedían á
  las Ninfas y á Pan que los librase de tantos males, dejando que ellos y
  su ganado salieran á tomar el sol; pero á par que pedían, buscaban medio
  de verse. Cloe andaba con terribles vacilaciones y sin saber qué hacer,
  porque no se apartaba de la que tenía por madre, aprendiendo á cardar
  lana y á manejar el huso y escuchándola hablar de casamiento; pero
  Dafnis, con mayor libertad y más ladino también que la muchacha, inventó
  esta treta para verla.
  Delante de la vivienda de Dryas, contra la propia pared, había dos
  grandes arrayanes y una mata de hiedra, tan cerca los arrayanes el uno
  del otro, que la hiedra que crecía en medio los ceñía, enredando en
  ambos sus hojas y largos tallos á modo de parra, y formando gruta de
  tupida verdura. Por dentro colgaban, como racimos en la vid, muchos y
  gruesos corimbos. Acudía, pues, allí, multitud de pájaros invernizos:
  mirlos, tordos, palomas zuritas y torcaces, y otros que comen granos de
  hiedra á falta de mejor alimento. So color de cazar estos pájaros,
  Dafnis salió de su casa con el zurrón lleno de bollos de miel, y
  llevando asimismo, para que le dieran más crédito, lazos y liga. Su
  habitación distaba de la de Cloe cerca de diez estadíos, pero la nieve,
  no bien endurecida, hubiera hecho trabajoso el camino, si no fuese que
  para Amor todo es llano: fuego, agua y nieve de Escitia. Dafnis, pues,
  se plantó de una carrera á la puerta de Dryas; sacudió la nieve de los
  pies, tendió lazos, colocó largas varillas untadas con liga, y se puso
  en acecho de los pájaros y también de Cloe.
  En cuanto á los pájaros, acudieron muchos y quedaron presos. No corta
  tarea tuvo Dafnis en cogerlos, matarlos y desplumarlos. Pero nadie salía
  de la casa, ni hombre ni mujer, ni gallo ni gallina. Todos, sin duda,
  estaban dentro, sentados al amor de la lumbre. Dafnis vacilaba; temía
  
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