El origen del pensamiento - 05

Общее количество слов 4654
Общее количество уникальных слов составляет 1736
34.9 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
47.3 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
54.4 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
presenta a su espíritu. El origen de las especies queda descubierto. De
este orden es el hecho de que vamos a dar cuenta.
Acaeció que el Sr. Sánchez, huyendo el bullicio, que no se compadecía
con su temperamento melancólico y reflexivo, se alejó de los amigos y se
puso a vagar distraídamente por las calles de árboles. Acaeció al mismo
tiempo que nuestro amigo Moreno, arrastrado por sus aficiones
naturalistas, había seguido antes el mismo camino y se ocupaba en
examinar algunas yerbas y flores con una lente de que siempre venía
provisto para casos semejantes. En la confluencia de dos senderos al pie
de una mata se encontraron. ¡Feliz encuentro que a la larga había de dar
por resultado una de las más grandes conquistas del espíritu humano!
Moreno y Sánchez se saludaron cortésmente. Ni uno ni otro podían
sospechar en aquel momento lo que tal saludo iba a representar en la
historia del progreso humano. Cambiadas algunas palabras indiferentes,
Sánchez se quiso enterar de lo que Moreno hacía. Éste, cuya ciencia
estaba siempre al servicio de los amigos y hasta de los que no lo eran,
le mostró la rama que tenía en la mano; le hizo ver con la lente la
textura de las hojas y del tallo, el tejido delicadísimo de sus fibras,
la complejidad maravillosa de su organización. Y una vez en el camino
didáctico no quiso abandonarlo sin dar a D. Pantaleón un curso de
botánica: un curso peripatético. Con las manos a la espalda,
deteniéndose a cada instante para comprobar prácticamente su enseñanza
teórica, Moreno le inició paseando en los secretos del mundo vegetal.
El espíritu virgen de D. Pantaleón recogió con avidez aquella enseñanza,
como la tierra seca recibe la lluvia fecundante. Pocos minutos le
bastaron para enterarse de que en el mundo existían dos reinos
distintos, el uno llamado vegetal y el otro animal, que aquellas plantas
y árboles que tenían a la vista pertenecían al reino vegetal, y él y
Moreno al animal, que los árboles se nutrían por la raíz y por las hojas
y que se reproducían por medio de órganos que tienen a semejanza de los
animales, los cuales están situados en lo que comúnmente se llama la
_flor_, etc.
Por cierto que al hacer el examen minucioso de estos órganos Moreno tuvo
una frase feliz que causó profunda impresión en el antiguo comerciante.
--Este polvo, residuo de la digestión de la planta, es precisamente lo
que, al herir la mucosa de la nariz, nos causa esa sensación agradable
que llamamos aroma. De suerte--añadió con sonrisa de benévola
ironía--que el perfume de las flores, cantado por los poetas y que
enloquece de placer a los temperamentos románticos, no es otra cosa en
realidad que el olor de su excremento.


V

A la manera que el grano depositado en la tierra germina bajo la acción
combinada del calor y la humedad, así las preciosas ideas depositadas
por Moreno en el cerebro del ingenioso Sánchez germinaron allí toda la
noche bajo la tibia temperatura de las sábanas. Hasta que el sueño vino
a apoderarse de sus facultades mentales no dejó de repetirse con
creciente asombro: «¡El excremento!» Y esta idea, maravillosamente
fecunda, iba penetrando poco a poco en su ser, se apoderaba de él y le
abría repentinamente inmensos horizontes en los cuales su genio dormido
jamás había soñado.
Cuando se levantó por la mañana tenía las mejillas enrojecidas, los ojos
brillantes, todo el cuerpo en tan ágil disposición, que su digna esposa
quedó, al verle entrar en el comedor, no poco sorprendida. La sorpresa
fue en aumento cuando Sánchez, después de tomar el desayuno, en vez de
retirarse a su gabinete para terminar concienzudamente la lectura de _La
Época_, se dirigió a la cocina y preguntó si había alguna legumbre
fresca. Como la criada no hubiese traído ninguna aquel día, se apoderó
al fin de una cebolla y se fue a su cuarto; destornilló el objetivo de
unos gemelos de teatro, y con esta lente improvisada se pasó la mañana
dando cortes trasversales al vegetal y examinando detenidamente su
estructura. Por la tarde salió a dar su acostumbrado paseo por el
Retiro. ¡Ah, este paseo tenía ahora muy diversa significación! Hasta
entonces Sánchez había paseado por puros motivos higiénicos, arrastrado
de la costumbre. Su pensamiento permanecía inactivo lo mismo cuando daba
vueltas en torno del _Ángel caído_ que cuando se sentaba frente al
Estanque grande y descansaba horas enteras haciendo rayas en la arena
con el bastón. Mas ahora aquellos senderos, aquellas calles de árboles
estaban iluminadas por la chispa que ardía en su cerebro. Ya no las
cruzaba con la indiferencia vituperable del ignorante. La Naturaleza
comenzaba a hablarle su lenguaje grave y solemne, prometiendo revelarle
los secretos que guarda en su seno.
D. Pantaleón, dándose cuenta vagamente del alto destino a que estaba
llamado y del importante papel que pronto iba a representar en el
progreso de los conocimientos humanos, respondió dignamente a los
llamamientos del reino vegetal. No daba cuatro pasos sin que se
detuviese a conversar con algún árbol del camino. Arrancaba
delicadamente una ramita y, aplicando el ojo a la lente, examinaba con
atención sus particularidades morfológicas. No sólo los grandes árboles
añosos, que bordaban el paseo, eran objeto de su atención investigadora.
Con admirable intuición comprendía ya que las plantas más diminutas
merecían el mismo examen atento que los árboles seculares, porque en
todas partes la Naturaleza revela su inmensa riqueza. Por eso brincaba a
menudo por encima de los setos y se metía por los cuadros de flores para
estudiar los organismos inferiores.
--¡Eh, abuelo! ¿Qué hace usted ahí plantado en medio del cuadro? ¿No
sabe Usted que está prohibido entrar?
La voz ruda de un guarda le arrancaba inesperadamente de su profunda
contemplación y le obligaba a volver al camino. La ciencia, el progreso,
la humanidad perdían cada vez que esto sucedía inapreciables tesoros de
observación. Mas los guardas no lo sabían. El mismo D. Pantaleón, en la
inconsciencia de su genio, tampoco lo sospechaba.
Durante varios días realizó, tanto en el Retiro como en el silencio de
su gabinete, estudios profundos y minuciosos sobre la estructura de
todos los vegetales que pudo procurarse. Al cabo llegó con poderosa
intuición a persuadirse de que el mundo vegetal está constituido por un
tejido de una complicación maravillosa; que en las frutas y las
legumbres este tejido es blando, lo cual permite que sean masticadas,
mientras en la madera duro y resistente, por cuya razón no sirve para la
alimentación. Una vez comprobadas estas preciosas observaciones, se
apresuró a formularlas por escrito en su cuaderno de notas.
Mientras D. Pantaleón se alzaba de golpe con raudo vuelo a las esferas
más altas del pensamiento, su amistad con Adolfo Moreno, origen de este
memorable suceso, se estrechaba cada vez más. Moreno comenzó a visitar
la casa; se pasaba las horas encerrado con aquél en su gabinete. Había
hallado por fin el hombre por quien siempre suspirara; un hombre
callado, atento, que se interesase por la morfología y que le creyese un
sabio. En efecto, Sánchez llegó pronto a convencerse de que Moreno era
un hombre distinguidísimo. Al oírle disertar extensamente, unas veces
sobre la fuerza repulsiva del sol, otras sobre el radiómetro, ahora
sobre el estómago de las plantas, más tarde acerca de la organización y
las costumbres de los coleópteros, quedó vivamente asombrado. Adolfo
Moreno era un ingenio universal. Economía política, medicina, zoología,
química, astronomía, estadística, arte de construcciones, material de
guerra, etc., todo lo abrazaba su inteligencia realmente excepcional. Y
lo más pasmoso del caso era que cuando tocaba cualquiera de estos ramos
del saber lo hacía siempre en un punto concreto y especialísimo, lo cual
probaba la solidez de sus conocimientos. Alguno de sus muchos envidiosos
quería suponer que esta especialidad no tanto dependía de la profundidad
de su ciencia cuanto de la forma en que ciertas revistas esparcen los
conocimientos útiles. Pero esta venenosa observación no merece siquiera
que se la refute. Su fuerte era la biología y particularmente el
desenvolvimiento fisiológico del tipo humano.
--Me sorprende muchísimo, señor de Moreno--le dijo un día D. Pantaleón,
después de oírle exponer asombrosamente durante media hora lo menos «las
enfermedades de la sangre del ratón,»--me extraña muchísimo que con los
grandes conocimientos que usted posee no sea usted médico o ingeniero,
o por lo menos doctor en ciencias.
La boca de Adolfo se contrajo con una sonrisa dolorosa y sarcástica.
Sacudió la cabeza en silencio, resopló tres o cuatro veces por la nariz,
y dijo al cabo sordamente:
--Empecé a prepararme hace algunos años para la carrera de ingeniero de
minas, pero comprendí muy pronto que no era ésa mi vocación verdadera, y
la dejé después de tener aprobadas algunas asignaturas. Quise estudiar
medicina, que, como usted habrá comprendido, es lo que más concuerda con
mis inclinaciones. Pues bien, al segundo año he tenido que abandonarla
por dignidad. ¿A que no sabe usted en qué asignatura me han dejado tres
veces _suspenso_?
Sánchez le miró con ojos interrogantes.
--Vamos, imagíneselo usted.
D. Pantaleón hizo una mueca para significar que le era imposible.
--¡En fisiología!
Ambos cayeron a la vez en un espasmo violentísimo de risa.
--¡Pero eso es un absurdo!--profirió al cabo con trabajo D. Pantaleón.
--¡Ahí verá usted!--repuso Moreno quitándose las gafas para limpiar los
cristales, que se habían empañado con el vapor de las lágrimas
producidas por la risa.
--¿Y usted se ha resignado con tal fallo? Ese tribunal merecía un severo
castigo--manifestó el caballero, volviendo a su seriedad habitual.
--Yo les hubiera puesto de buena gana una corrección por mi mano...
pero... amigo don Pantaleón, estoy muy débil. El hambre me tiene muy
débil.
--¡El hambre!--exclamó Sánchez estupefacto.
--Sí; el hambre, querido Sánchez, el hambre. Para la lucha por la
existencia se necesitan fuerzas; para tener fuerzas se necesitan
glóbulos rojos en la sangre; para que haya glóbulos rojos en la sangre
precisa nutrirse... Yo no me nutro, porque no como carne.
D. Pantaleón le miraba cada vez con mayor asombro. Algo había traslucido
de la mala situación económica en que Moreno se hallaba; pero viéndole
tomar café muy sosegadamente todas las noches y vestir con relativa
elegancia, aunque siempre sucio y desaliñado, no podía sospechar que su
estado llegase a tal extremo de necesidad. En la tertulia del Siglo muy
poco o nada se sabía de sus medios de vivir. Por las frases amargas que
a menudo dejaba escapar se suponía que no eran muchos, y por el cuidado
con que ocultaba su domicilio y evitaba el hablar de su familia
calculaban que debían de ser bien humildes.
--Señor Moreno, yo no pensaba...
--¡Piénselo usted todo, amigo Sánchez, piénselo usted todo!--exclamó el
joven con un gesto de resolución desesperada.
Y después de permanecer largo rato silencioso, con la mirada fija en el
balcón, profirió al fin sordamente:
--La Naturaleza no ha sido para mí suave como para otros. Yo soy un
hombre del arroyo. Entre torbellinos de polvo, arrastrado por el viento,
un germen viene a caer cierto día en las inmundicias de la calle. Los
transeúntes lo pisotean, los barrenderos arrojan sobre él montones de
basura; todo parece conspirar para que el grano no germine. Pero como
guarda dentro de sí una fuerza de expansión superior a la mayor parte de
sus hermanos, como tiene además una capa dura que le preserva contra las
influencias nocivas, el germen no sucumbe. Los agentes externos
consiguen tener en suspenso por algún tiempo sus funciones biológicas,
pero al cabo el grano logra germinar, hunde sus raíces en la tierra y
alza al aire su tallo. ¿Por qué? Porque viene provisto de armas para la
lucha por la existencia... Tal es la historia de mi vida. Fui arrojado
un día en medio de la sociedad, que me rechazó, que me persiguió, que
hizo todo lo posible por que sucumbiese. Lo mismo que pasa exactamente
en un bosque en la época de la germinación y durante el desenvolvimiento
de los árboles nuevos. Los árboles grandes me interceptaban el sol y la
lluvia benéfica, me robaban el alimento de la tierra. Gracias a la
energía indomable de mi carácter pude luchar, sin embargo, y logré
triunfar. Es la ley de la selección que ya conoce usted. En esta gran
batalla de la existencia perecen los débiles; sólo viven los más
aptos... He padecido en este mundo muchas privaciones, amigo Sánchez,
mucha hambre y mucho frío (guarde usted el secreto); aun hoy los padezco
a menudo. Realmente necesité verme admirablemente dotado por la
Naturaleza para no haber perecido hasta ahora.
D. Pantaleón se mostró profundamente interesado por estas confidencias,
y su admiración hacia Moreno, aquel germen tan apto, creció
desmesuradamente. No se atrevió a pedirle pormenores sobre las
peripecias de la lucha ni sobre qué terreno se estaba realizando ahora.
Lo único que se aventuró a decir fue:
--Espero, señor Moreno, que no tardará usted en triunfar por completo de
los agentes externos. Un hombre de tanto mérito como usted no puede
menos de abrirse camino en el mundo.
--¡El mérito! ¡el mérito!--murmuró Adolfo con sonrisa sarcástica.--Ahí
está precisamente el pecado. A causa de su mérito se persigue a los
hombres, como al almizclero por la bolsa donde guarda el almizcle.
Este símil zoológico causó tan profunda sensación en Sánchez que, con la
viva imaginación que le caracterizaba, desde aquel día, cuando tropezaba
con un hombre de mérito, no podía representárselo sin una bolsita llena
de sustancia aromática debajo del ombligo.
Adolfo se pasaba las horas muertas en aquella casa; tantas, que era
difícil averiguar cuáles destinaba a la lucha por la existencia. D.
Pantaleón se instruía rápidamente con las mil noticias científicas que
diariamente le suministraba. Su inteligencia poderosa y predestinada a
las grandes investigaciones no se desenvolvía como la de la mayoría de
las personas, sino que dando saltos prodigiosos escalaba en poco tiempo
las cimas más altas del saber. Las conversaciones con Moreno sugerían en
su mente grandes, profundas ideas y provocaban deseos y propósitos que
no habían de tardar en realizarse.
Como hubieran hablado durante algunos días de _Zoología_, habiéndole
citado Moreno hechos muy curiosos acerca de los sentidos y el instinto
de los animales, D. Pantaleón quiso hacer por su cuenta inmediatamente
algunos estudios prácticos. Pesó y meditó algún tiempo sobre qué clase
de animales había de dirigir su investigación. Descartó desde luego los
invertebrados. Tenía escasísimas noticias de ellos. Entre los
vertebrados eligió los mamíferos, y entre éstos, después de mucho
vacilar entre los perros y los gatos, decidiose al fin por los primeros.
La razón de esta preferencia no fue exclusivamente científica. Su hija
Presentación tenía un perrillo faldero llamado Clavel, que había dado
repetidas pruebas de inteligencia e ilustración. Por otra parte, en casa
no había gatos ni D.ª Carolina los soportaba. Las circunstancias le
empujaban, felizmente para la civilización, a escribir la monografía del
perro.
Clavel era un perrillo como un puño, tan lanudo que apenas se hallaba
hueso y carne debajo de aquel felpudo sedoso con que la Naturaleza le
había abrigado. Con esto, dotado de una inteligencia enorme y de un
temperamento excesivamente nervioso. Esto dependía, sin duda, del
desequilibrio que existía entre aquel cuerpecillo minúsculo y su
espíritu poderoso. Era sensible, puntilloso, tierno, irascible, terco y
goloso, reflejándose en él alternativamente mil sentimientos opuestos,
todos expresados con igual viveza. No había ejemplar más a propósito
para el estudio.
D. Pantaleón comenzó por observarle atentamente durante horas enteras.
Esta atención inesperada escamó muy pronto al Clavel. La mirada de
Sánchez le ponía inquieto, nervioso. A los pocos minutos no podía menos
de levantarse del sitio donde se hallaba para ir a tumbarse más lejos.
Desde allí, haciéndose el dormido, observaba entreabriendo un ojo al
papá de su dueño; si le veía acercarse para seguir mirándole, se
levantaba acto continuo y salía de la habitación de malísimo humor.
Mientras las observaciones de Sánchez fueron simplemente visuales, las
cosas no pasaron de ahí; pero cuando quiso poner en práctica algunos
medios de cerciorarse del instinto y los sentidos del perro, éste
comenzó claramente a demostrar su desabrimiento.
--Clavel, ven aquí. Mira (y le enseñaba unos guantes). Ve a mi cuarto y
tráeme los otros.
¡Que si quieres! El Clavel le echaba una mirada recelosa y daba la
vuelta con soberano desprecio.
--Toma, Clavel, toma este pañuelo, llévaselo a tu ama.
Algunas veces lo cogía por compromiso y lo dejaba a la mitad del camino.
Otras ladraba tres o cuatro veces para indicar que no eran de su gusto
aquellos insulsos experimentos.
Pero cuando Clavel tomó realmente por lo serio las pretendidas
observaciones de D. Pantaleón fue cuando éste se valió de un medio
ingenioso para convencerse de que los perros distinguían los colores.
Cortó cuatro cartones iguales, dos pintó de azul y dos de rojo. Dejó uno
de cada color en el suelo, y tomando el otro azul se lo mostró al perro,
ordenándole que recogiese del suelo el compañero. ¡Caso extraño! Este
acto tan sencillo como inofensivo despertó profunda indignación en el
ánimo de Clavel. Gruñó, ladró, se revolvió como un loco por la
habitación. Últimamente, después que se hubo bien desahogado, se salió
de la estancia sin dejar de ladrar y gruñir y vomitar amenazas de
muerte.
A la segunda vez que Sánchez le presentó el cartón no se satisfizo con
esto. Lo cogió airado entre los dientes y en menos de un segundo lo hizo
trizas. Sánchez comprendió que era necesario esperar que se calmase
aquella cólera insensata. Dejó trascurrir algunos días sin repetir el
experimento. Y cuando pensó que había desaparecido tal estado de
ferocidad, una mañana antes de almorzar, hallándose el Clavel en el
regazo de su ama dormitando, se presenta en el gabinete con los
cartoncitos en la mano. Verlos el Clavel, lanzarse sobre el sabio a
hincarle los dientes en la mano pecadora, fue una misma cosa. Gritos,
confusión, vivísimas interjecciones. D. Pantaleón, pálido y secándose la
sangre con el pañuelo, se retira profundamente afectado a su dormitorio.
La ciencia, la humanidad pierden una interesante monografía del perro.


VI

La familia Sánchez se estrechó un poquito para que cupiese Mario. En el
cuarto donde antes alojaban las dos hermanas se aposentó ahora el
matrimonio. Presentación pasó a dormir en un cuartito interior, donde
antes tenían los armarios de la ropa.
Mario nadó los primeros días en una gloria azul y luminosa sembrada de
estrellas, cercada de querubines alados como las que colocan los
pintores en la esquina del cuadro cuando quieren representar la muerte
de un santo. Don Pantaleón era el Padre Eterno, D.ª Carolina la esposa
del Padre Eterno, Presentación un ángel, y hasta la cocinera Rita
guardaba alguna semejanza con Santa Mónica, madre de San Agustín. En
cuanto a Carlota, era la misma Virgen Santísima concebida sin mancha en
el primer instante de su ser natural.
No se saciaba de mirarla. Por la mañana, con un pañolito rojo de seda al
cuello, los negros cabellos anudados al desgaire y un traje de percal
color lila, barriendo y arreglando el cuarto, estaba verdaderamente
deliciosa. Un poco más tarde, haciendo el café, cortando el pan y
distribuyendo el azúcar y la manteca, le parecía la bella diosa Pomona
cargada de frutos ultramarinos. Por la tarde, lavada, peinada,
perfumada, con una linda bata color crema, sentada al lado del balcón
bordándole a él unas zapatillas, no podía darse nada más correcto y a la
vez más interesante. Cuando salían de paseo y se ponía un sombrerito de
paja adornado con campanillas rojas y el traje negro de seda, regalo de
sus papás, era maravillosa. Por la dignidad del continente, por la
delicadeza del cutis, por su belleza sencilla y serena, no había en todo
Madrid quien pudiese competir con ella. Pero esto no era nada si se
compara a la forma en que se le aparecía los sábados. En este día
Carlota tenía por costumbre lavar sus camisas. Con la cabeza ceñida por
un pañuelo que dejaba sólo ver algunos rizos, la garganta y una buena
porción del pecho al descubierto y los brazos por completo al aire,
estaba sencillamente sublime. ¡Qué ondulaciones de torso! ¡qué pureza de
líneas! ¡qué armonía! ¡qué majestad!
Un día, con el alma llena de esta belleza plástica que nadie mejor que
él podía apreciar, le propuso, no sin ruborizarse, que le dejase tomar
apuntes de uno de sus brazos. Carlota le miró risueña y sorprendida, y
le entregó su hermoso brazo para que lo copiase. Quiso inmediatamente
modelar la cabeza, el pecho, la espalda. La joven se resistió algún
tiempo, y al fin, viéndole triste, se prestó a servirle de modelo.
Consideraba aquella afición de su marido como un capricho, una manía;
pero pensando, como mujer sensata, que esta distracción podía librarle
de otras más peligrosas, no se oponía resueltamente a ella. Limitábase
a sonreír benévolamente y a darle algunos golpecitos maternales en las
mejillas cuando le veía, lleno de ardor y entusiasmo, pasarse el día
modelando alguna Juno (la de los hermosos brazos, como la llama Homero),
que era ella, Carlota, o alguna Diana (la de las hermosas piernas), que
también era ella, por más que no lo confesase.
--¡Qué niño eres, Mario!
En efecto, pocos o ninguno lo serían tanto a su edad.
Su alegría ruidosa, inmotivada, era realmente infantil; su inocencia
para las cosas de la vida rayaba en simpleza. Tan sólo cuando se tocaba
a su arte adquirían aquellos ojos una expresión grave, concentrada, y su
palabra, por lo general incoherente, tomaba inflexiones profundas, se
hacía precisa y enérgica.
Había alquilado en la misma casa una guardilla donde modelaba libre y
tranquilamente. Para estos gastos y para los placeres del matrimonio,
pues en ropa no había que pensar en algún tiempo, le bastaba su sueldo,
del cual nadie le pedía cuentas. Por las noches algunas veces iban al
café con la familia; otras, las más, se escapaban a algún teatro o
vagaban cogidos del brazo por las calles solitarias, mirando los
escaparates, entrando a lo mejor en cualquier tienda para comprar
orejones o cacahuetes. Carlota empezaba a tener caprichos. ¡Qué noches
aquéllas de dicha inefable! Paseaban horas enteras charlando. Mario
dejaba que su mujercita le contase lo que pensaba hacer con el vestido
color fresa cuando la falda se ensuciase demasiado, o bien el número de
camisas que iba a poner apartadas y las que dedicaría al uso, o las
reformas trascendentales que proyectaba en el ramo de chambras. De vez
en cuando también él emitía tímidamente su opinión, y ella en no pocas
ocasiones la aceptaba como muy sesuda, y si no la aceptaba, por lo menos
se reía, que era mucho mejor. Todas estas cosas expresadas con voz
suave, insinuante, entre las sombras de la noche, se convertían en un
arrullo poético, delicioso, que enajenaba los sentidos de nuestro joven.
Sus pies no querían tocar el suelo. A veces el asunto de las chambras y
de las tiras bordadas le conmovía tan profundamente, que sin poder
contenerse, después de cerciorarse con rápida mirada de que nadie
cruzaba por la calle, abrazaba a su esposa con efusión y le aplicaba un
beso en la mejilla. Cierta noche se equivocó. Por la calle no cruzaba
nadie, pero en un balcón debía de haber gente, porque después de su beso
sonó otro más fuerte seguido de alegre carcajada. Carlota, ruborizada
hasta querer saltársele la sangre, echó a correr desatinadamente, lloró
de vergüenza y le hizo jurar que se abstendría en adelante de tales
expansiones imprudentes.
Pues caminando por esta senda deliciosa, alumbrada por los astros más
propicios, tapizada de flores que embalsamaban el ambiente, una espinita
vino al fin a clavarse en el pie de Mario. D.ª Carolina le llamó aparte
un día, estando Carlota con su hermana fuera de casa, y le dijo:
--Me causa pena tener que hablarte de un asunto... No sólo me causa
pena, sino que me repugna, puedes creerlo... Ya sabes que soy una
infeliz mujer que represento poco o nada en la casa... Por mí, toda la
vida seguiríamos lo mismo... Mi dicha consiste en veros a todos vosotros
felices... Pero, hijo mío, donde hay patrón no manda marinero. Pantaleón
me ha advertido el otro día que hacía tres meses que vivías con nosotros
y que aún no habías contribuido con nada a los gastos de la casa...
Una ola de carmín inundó repentinamente las mejillas de Mario. La
vergüenza le impidió al pronto articular palabra. Aturdido hasta un
grado indecible, pudo al cabo balbucir:
--Tiene usted razón... no había pensado... dispénseme usted... En cuanto
cobre este mes le entregaré la parte que a usted le parezca...
D.ª Carolina, perfectamente serena, sonriendo dulcemente, repuso
poniéndole una mano sobre el hombro:
--Lo mejor será que me entregues todo el sueldo. Vosotros los jóvenes no
conocéis el valor del dinero. Cuando lo tenéis en el bolsillo gastáis
sin reparo. En este punto lo mismo eres tú que tu mujer. Dámelo a mí y
yo os iré facilitando poco a poco lo que necesitéis.
Así lo prometió sin reparar lo que hacía. Cuando llegó Carlota se
apresuró a comunicarle lo que con su madre le había pasado. La joven se
puso igualmente colorada. Ambos permanecieron silenciosos un rato sin
saber qué decirse.
--¿Dices que mamá echaba la culpa de este paso a papá?--profirió al cabo
ella.
--Sí, sí, no cabe duda. ¡La pobre mamá es tan bondadosa! ¡Si supieras
qué trabajo le ha costado decírmelo!... Después de todo, no hay por qué
quejarse; tu papá tiene razón.
Carlota hizo una leve mueca de desdén y se fue a su cuarto.
Desde entonces los placeres mundanos de los recién casados sufrieron
merma considerable, quedaron reducidos casi exclusivamente a los paseos
vespertinos y nocturnos. Adiós teatros, adiós regalos y caprichos. Doña
Carolina se apoderaba de la paga íntegra, y a duras penas soltaba de
ella una parte insignificante. Cuando su hija, muerta de vergüenza, le
pedía algún dinero para Mario, la buena señora reía, echaba a broma la
petición y la mitad de las veces no hacía caso de ella. Otras decía que
la llave de la gaveta la tenía su marido y no se atrevía a pedírsela.
Otras, en fin, se dirigía a Mario.
--¿Verdad, Mario, que tú no has pedido dinero? ¿que es esta manirrota la
que se vale de tu nombre para sacarme los cuartos?
El pobre no se atrevía a contradecirla y se resignaba a andar con el
bolsillo vacío. Hubo necesidad de dejar la guardilla que le servía de
taller. Para seguir modelando se vio obligado a pedir licencia a
Presentación para meter en su cuarto los trastos y aprovechar las horas
en que el comedor quedaba desembarazado. Estas molestias no bastaban,
sin embargo, a turbar su ventura.
¡Qué efecto tan grato y a la vez tan melancólico producía esta felicidad
en Miguel Rivera! Frecuentaba la casa, los acompañaba algunas veces en
sus paseos, les demostraba un afecto paternal y les prestaba los
servicios que podía y en todo caso el auxilio de su experiencia.
¡Cuántas veces, sorprendiendo sin querer alguna caricia furtiva, se le
rasaron los ojos de lágrimas recordando los contados días de su dicha
conyugal! Mario lo observaba y le hacía una seña a Carlota. Esta, a
quien impresionaba vivamente la fidelidad de Rivera a su esposa muerta,
se ponía grave y redoblaba sus atenciones cariñosas hacia aquel buen
amigo.
Un día le dijo muy bajito metiéndole la boca por el oído:
--Si es niña, se llamará Maximina.
Miguel le apretó la mano fuertemente y volvió la cabeza para ocultar su
emoción.
Así trascurrieron dos meses más. La dicha de Mario comenzaba a molestar
ya a los dioses. Fuerza era que pagase el tributo debido a su condición
mortal.
En los últimos tiempos había descuidado bastante la oficina. Su amigo y
Вы прочитали 1 текст из Испанский литературы.
Следующий - El origen del pensamiento - 06
  • Части
  • El origen del pensamiento - 01
    Общее количество слов 4590
    Общее количество уникальных слов составляет 1756
    34.3 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    48.8 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    55.3 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 02
    Общее количество слов 4561
    Общее количество уникальных слов составляет 1678
    34.7 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    47.5 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    54.6 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 03
    Общее количество слов 4842
    Общее количество уникальных слов составляет 1641
    36.3 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    49.5 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    56.2 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 04
    Общее количество слов 4718
    Общее количество уникальных слов составляет 1766
    32.9 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    46.2 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    53.7 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 05
    Общее количество слов 4654
    Общее количество уникальных слов составляет 1736
    34.9 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    47.3 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    54.4 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 06
    Общее количество слов 4739
    Общее количество уникальных слов составляет 1710
    34.6 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    48.9 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    55.4 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 07
    Общее количество слов 4708
    Общее количество уникальных слов составляет 1670
    35.1 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    46.7 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    53.3 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 08
    Общее количество слов 4704
    Общее количество уникальных слов составляет 1686
    35.0 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    48.9 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    55.7 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 09
    Общее количество слов 4655
    Общее количество уникальных слов составляет 1683
    35.8 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    48.5 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    55.5 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 10
    Общее количество слов 4633
    Общее количество уникальных слов составляет 1682
    34.8 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    48.1 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    54.9 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 11
    Общее количество слов 4717
    Общее количество уникальных слов составляет 1710
    35.4 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    47.9 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    54.0 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 12
    Общее количество слов 4683
    Общее количество уникальных слов составляет 1676
    36.7 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    49.2 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    55.5 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 13
    Общее количество слов 4701
    Общее количество уникальных слов составляет 1707
    34.4 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    46.4 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    52.8 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 14
    Общее количество слов 4747
    Общее количество уникальных слов составляет 1695
    36.8 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    50.9 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    57.0 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 15
    Общее количество слов 4773
    Общее количество уникальных слов составляет 1586
    37.6 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    49.6 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    56.0 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 16
    Общее количество слов 4646
    Общее количество уникальных слов составляет 1669
    33.7 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    46.6 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    52.9 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов
  • El origen del pensamiento - 17
    Общее количество слов 733
    Общее количество уникальных слов составляет 401
    45.5 слов входит в 2000 наиболее распространенных слов
    58.6 слов входит в 5000 наиболее распространенных слов
    64.8 слов входит в 8000 наиболее распространенных слов
    Каждый столб представляет процент слов на 1000 наиболее распространенных слов