Don Quijote - 24
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respondió que mejor reposaría en el estrado que en la silla, y así, le rogó
se entrase a dormir en él. No quiso Lotario, y allí se quedó dormido hasta
que volvió Anselmo, el cual, como halló a Camila en su aposento y a Lotario
durmiendo, creyó que, como se había tardado tanto, ya habrían tenido los
dos lugar para hablar, y aun para dormir, y no vio la hora en que Lotario
despertase, para volverse con él fuera y preguntarle de su ventura.
»Todo le sucedió como él quiso: Lotario despertó, y luego salieron los dos
de casa, y así, le preguntó lo que deseaba, y le respondió Lotario que no
le había parecido ser bien que la primera vez se descubriese del todo; y
así, no había hecho otra cosa que alabar a Camila de hermosa, diciéndole
que en toda la ciudad no se trataba de otra cosa que de su hermosura y
discreción, y que éste le había parecido buen principio para entrar ganando
la voluntad, y disponiéndola a que otra vez le escuchase con gusto, usando
en esto del artificio que el demonio usa cuando quiere engañar a alguno que
está puesto en atalaya de mirar por sí: que se transforma en ángel de luz,
siéndolo él de tinieblas, y, poniéndole delante apariencias buenas, al cabo
descubre quién es y sale con su intención, si a los principios no es
descubierto su engaño. Todo esto le contentó mucho a Anselmo, y dijo que
cada día daría el mesmo lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se
ocuparía en cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su
artificio.
»Sucedió, pues, que se pasaron muchos días que, sin decir Lotario palabra a
Camila, respondía a Anselmo que la hablaba y jamás podía sacar della una
pequeña muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una
señal de sombra de esperanza; antes, decía que le amenazaba que si de aquel
mal pensamiento no se quitaba, que lo había de decir a su esposo.
»—Bien está —dijo Anselmo—. Hasta aquí ha resistido Camila a las palabras;
es menester ver cómo resiste a las obras: yo os daré mañana dos mil escudos
de oro para que se los ofrezcáis, y aun se los deis, y otros tantos para
que compréis joyas con que cebarla; que las mujeres suelen ser aficionadas,
y más si son hermosas, por más castas que sean, a esto de traerse bien y
andar galanas; y si ella resiste a esta tentación, yo quedaré satisfecho y
no os daré más pesadumbre.
»Lotario respondió que ya que había comenzado, que él llevaría hasta el fin
aquella empresa, puesto que entendía salir della cansado y vencido. Otro
día recibió los cuatro mil escudos, y con ellos cuatro mil confusiones,
porque no sabía qué decirse para mentir de nuevo; pero, en efeto, determinó
de decirle que Camila estaba tan entera a las dádivas y promesas como a las
palabras, y que no había para qué cansarse más, porque todo el tiempo se
gastaba en balde.
»Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenó que, habiendo
dejado Anselmo solos a Lotario y a Camila, como otras veces solía, él se
encerró en un aposento y por los agujeros de la cerradura estuvo mirando y
escuchando lo que los dos trataban, y vio que en más de media hora Lotario
no habló palabra a Camila, ni se la hablara si allí estuviera un siglo, y
cayó en la cuenta de que cuanto su amigo le había dicho de las respuestas
de Camila todo era ficción y mentira. Y, para ver si esto era ansí, salió
del aposento, y, llamando a Lotario aparte, le preguntó qué nuevas había y
de qué temple estaba Camila. Lotario le respondió que no pensaba más darle
puntada en aquel negocio, porque respondía tan áspera y desabridamente, que
no tendría ánimo para volver a decirle cosa alguna.
»—¡Ah! —dijo Anselmo—, Lotario, Lotario, y cuán mal correspondes a lo que
me debes y a lo mucho que de ti confío! Ahora te he estado mirando por el
lugar que concede la entrada desta llave, y he visto que no has dicho
palabra a Camila, por donde me doy a entender que aun las primeras le
tienes por decir; y si esto es así, como sin duda lo es, ¿para qué me
engañas, o por qué quieres quitarme con tu industria los medios que yo
podría hallar para conseguir mi deseo?
»No dijo más Anselmo, pero bastó lo que había dicho para dejar corrido y
confuso a Lotario; el cual, casi como tomando por punto de honra el haber
sido hallado en mentira, juró a Anselmo que desde aquel momento tomaba tan
a su cargo el contentalle y no mentille, cual lo vería si con curiosidad lo
espiaba; cuanto más, que no sería menester usar de ninguna diligencia,
porque la que él pensaba poner en satisfacelle le quitaría de toda
sospecha. Creyóle Anselmo, y para dalle comodidad más segura y menos
sobresaltada, determinó de hacer ausencia de su casa por ocho días, yéndose
a la de un amigo suyo, que estaba en una aldea, no lejos de la ciudad, con
el cual amigo concertó que le enviase a llamar con muchas veras, para tener
ocasión con Camila de su partida.
»¡Desdichado y mal advertido de ti, Anselmo! ¿Qué es lo que haces? ¿Qué es
lo que trazas? ¿Qué es lo que ordenas? Mira que haces contra ti mismo,
trazando tu deshonra y ordenando tu perdición. Buena es tu esposa Camila,
quieta y sosegadamente la posees, nadie sobresalta tu gusto, sus
pensamientos no salen de las paredes de su casa, tú eres su cielo en la
tierra, el blanco de sus deseos, el cumplimiento de sus gustos y la medida
por donde mide su voluntad, ajustándola en todo con la tuya y con la del
cielo. Pues si la mina de su honor, hermosura, honestidad y recogimiento te
da sin ningún trabajo toda la riqueza que tiene y tú puedes desear, ¿para
qué quieres ahondar la tierra y buscar nuevas vetas de nuevo y nunca visto
tesoro, poniéndote a peligro que toda venga abajo, pues, en fin, se
sustenta sobre los débiles arrimos de su flaca naturaleza? Mira que el que
busca lo imposible es justo que lo posible se le niegue, como lo dijo mejor
un poeta, diciendo:
Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha estatuido
que, pues lo imposible pido,
lo posible aun no me den.
»Fuese otro día Anselmo a la aldea, dejando dicho a Camila que el tiempo
que él estuviese ausente vendría Lotario a mirar por su casa y a comer con
ella; que tuviese cuidado de tratalle como a su mesma persona. Afligióse
Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba,
y díjole que advirtiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase
la silla de su mesa, y que si lo hacía por no tener confianza que ella
sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por
experiencia como para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicó que
aquél era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y
obedecelle. Camila dijo que ansí lo haría, aunque contra su voluntad.
»Partióse Anselmo, y otro día vino a su casa Lotario, donde fue rescebido
de Camila con amoroso y honesto acogimiento; la cual jamás se puso en parte
donde Lotario la viese a solas, porque siempre andaba rodeada de sus
criados y criadas, especialmente de una doncella suya, llamada Leonela, a
quien ella mucho quería, por haberse criado desde niñas las dos juntas en
casa de los padres de Camila, y cuando se casó con Anselmo la trujo
consigo.
»En los tres días primeros nunca Lotario le dijo nada, aunque pudiera,
cuando se levantaban los manteles y la gente se iba a comer con mucha
priesa, porque así se lo tenía mandado Camila. Y aun tenía orden Leonela
que comiese primero que Camila, y que de su lado jamás se quitase; mas
ella, que en otras cosas de su gusto tenía puesto el pensamiento y había
menester aquellas horas y aquel lugar para ocuparle en sus contentos, no
cumplía todas veces el mandamiento de su señora; antes, los dejaba solos,
como si aquello le hubieran mandado. Mas la honesta presencia de Camila, la
gravedad de su rostro, la compostura de su persona era tanta, que ponía
freno a la lengua de Lotario.
»Pero el provecho que las muchas virtudes de Camila hicieron, poniendo
silencio en la lengua de Lotario, redundó más en daño de los dos, porque si
la lengua callaba, el pensamiento discurría y tenía lugar de contemplar,
parte por parte, todos los estremos de bondad y de hermosura que Camila
tenía, bastantes a enamorar una estatua de mármol, no que un corazón de
carne.
»Mirábala Lotario en el lugar y espacio que había de hablarla, y
consideraba cuán digna era de ser amada; y esta consideración comenzó poco
a poco a dar asaltos a los respectos que a Anselmo tenía, y mil veces quiso
ausentarse de la ciudad y irse donde jamás Anselmo le viese a él, ni él
viese a Camila; mas ya le hacía impedimento y detenía el gusto que hallaba
en mirarla. Hacíase fuerza y peleaba consigo mismo por desechar y no sentir
el contento que le llevaba a mirar a Camila. Culpábase a solas de su
desatino, llamábase mal amigo y aun mal cristiano; hacía discursos y
comparaciones entre él y Anselmo, y todos paraban en decir que más había
sido la locura y confianza de Anselmo que su poca fidelidad, y que si así
tuviera disculpa para con Dios como para con los hombres de lo que pensaba
hacer, que no temiera pena por su culpa.
»En efecto, la hermosura y la bondad de Camila, juntamente con la ocasión
que el ignorante marido le había puesto en las manos, dieron con la lealtad
de Lotario en tierra. Y, sin mirar a otra cosa que aquella a que su gusto
le inclinaba, al cabo de tres días de la ausencia de Anselmo, en los cuales
estuvo en continua batalla por resistir a sus deseos, comenzó a requebrar a
Camila, con tanta turbación y con tan amorosas razones que Camila quedó
suspensa, y no hizo otra cosa que levantarse de donde estaba y entrarse a
su aposento, sin respondelle palabra alguna. Mas no por esta sequedad se
desmayó en Lotario la esperanza, que siempre nace juntamente con el amor;
antes, tuvo en más a Camila. La cual, habiendo visto en Lotario lo que
jamás pensara, no sabía qué hacerse. Y, pareciéndole no ser cosa segura ni
bien hecha darle ocasión ni lugar a que otra vez la hablase, determinó de
enviar aquella mesma noche, como lo hizo, a un criado suyo con un billete a
Anselmo, donde le escribió estas razones:
Capítulo XXXIV. Donde se prosigue la novela del Curioso impertinente
»Así como suele decirse que parece mal el ejército sin su general y el
castillo sin su castellano, digo yo que parece muy peor la mujer casada y
moza sin su marido, cuando justísimas ocasiones no lo impiden. Yo me hallo
tan mal sin vos, y tan imposibilitada de no poder sufrir esta ausencia, que
si presto no venís, me habré de ir a entretener en casa de mis padres,
aunque deje sin guarda la vuestra; porque la que me dejastes, si es que
quedó con tal título, creo que mira más por su gusto que por lo que a vos
os toca; y, pues sois discreto, no tengo más que deciros, ni aun es bien
que más os diga.
»Esta carta recibió Anselmo, y entendió por ella que Lotario había ya
comenzado la empresa, y que Camila debía de haber respondido como él
deseaba; y, alegre sobremanera de tales nuevas, respondió a Camila, de
palabra, que no hiciese mudamiento de su casa en modo ninguno, porque él
volvería con mucha brevedad. Admirada quedó Camila de la respuesta de
Anselmo, que la puso en más confusión que primero, porque ni se atrevía a
estar en su casa, ni menos irse a la de sus padres; porque en la quedada
corría peligro su honestidad, y en la ida iba contra el mandamiento de su
esposo.
»En fin, se resolvió en lo que le estuvo peor, que fue en el quedarse, con
determinación de no huir la presencia de Lotario, por no dar que decir a
sus criados; y ya le pesaba de haber escrito lo que escribió a su esposo,
temerosa de que no pensase que Lotario había visto en ella alguna
desenvoltura que le hubiese movido a no guardalle el decoro que debía.
Pero, fiada en su bondad, se fió en Dios y en su buen pensamiento, con que
pensaba resistir callando a todo aquello que Lotario decirle quisiese, sin
dar más cuenta a su marido, por no ponerle en alguna pendencia y trabajo. Y
aun andaba buscando manera como disculpar a Lotario con Anselmo, cuando le
preguntase la ocasión que le había movido a escribirle aquel papel. Con
estos pensamientos, más honrados que acertados ni provechosos, estuvo otro
día escuchando a Lotario, el cual cargó la mano de manera que comenzó a
titubear la firmeza de Camila, y su honestidad tuvo harto que hacer en
acudir a los ojos, para que no diesen muestra de alguna amorosa compasión
que las lágrimas y las razones de Lotario en su pecho habían despertado.
Todo esto notaba Lotario, y todo le encendía.
»Finalmente, a él le pareció que era menester, en el espacio y lugar que
daba la ausencia de Anselmo, apretar el cerco a aquella fortaleza. Y así,
acometió a su presunción con las alabanzas de su hermosura, porque no hay
cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad
de las hermosas que la mesma vanidad, puesta en las lenguas de la
adulación. En efecto, él, con toda diligencia, minó la roca de su entereza,
con tales pertrechos que, aunque Camila fuera toda de bronce, viniera al
suelo. Lloró, rogó, ofreció, aduló, porfió, y fingió Lotario con tantos
sentimientos, con muestras de tantas veras, que dio al través con el recato
de Camila y vino a triunfar de lo que menos se pensaba y más deseaba.
»Rindióse Camila, Camila se rindió; pero, ¿qué mucho, si la amistad de
Lotario no quedó en pie? Ejemplo claro que nos muestra que sólo se vence la
pasión amorosa con huilla, y que nadie se ha de poner a brazos con tan
poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas
humanas. Sólo supo Leonela la flaqueza de su señora, porque no se la
pudieron encubrir los dos malos amigos y nuevos amantes. No quiso Lotario
decir a Camila la pretensión de Anselmo, ni que él le había dado lugar para
llegar a aquel punto, porque no tuviese en menos su amor y pensase que así,
acaso y sin pensar, y no de propósito, la había solicitado.
»Volvió de allí a pocos días Anselmo a su casa, y no echó de ver lo que
faltaba en ella, que era lo que en menos tenía y más estimaba. Fuese luego
a ver a Lotario, y hallóle en su casa; abrazáronse los dos, y el uno
preguntó por las nuevas de su vida o de su muerte.
»—Las nuevas que te podré dar, ¡oh amigo Anselmo! —dijo Lotario—, son de
que tienes una mujer que dignamente puede ser ejemplo y corona de todas las
mujeres buenas. Las palabras que le he dicho se las ha llevado el aire, los
ofrecimientos se han tenido en poco, las dádivas no se han admitido, de
algunas lágrimas fingidas mías se ha hecho burla notable. En resolución,
así como Camila es cifra de toda belleza, es archivo donde asiste la
honestidad y vive el comedimiento y el recato, y todas las virtudes que
pueden hacer loable y bien afortunada a una honrada mujer. Vuelve a tomar
tus dineros, amigo, que aquí los tengo, sin haber tenido necesidad de tocar
a ellos; que la entereza de Camila no se rinde a cosas tan bajas como son
dádivas ni promesas. Conténtate, Anselmo, y no quieras hacer más pruebas de
las hechas; y, pues a pie enjuto has pasado el mar de las dificultades y
sospechas que de las mujeres suelen y pueden tenerse, no quieras entrar de
nuevo en el profundo piélago de nuevos inconvenientes, ni quieras hacer
experiencia con otro piloto de la bondad y fortaleza del navío que el cielo
te dio en suerte para que en él pasases la mar deste mundo, sino haz cuenta
que estás ya en seguro puerto, y aférrate con las áncoras de la buena
consideración, y déjate estar hasta que te vengan a pedir la deuda que no
hay hidalguía humana que de pagarla se escuse.
»Contentísimo quedó Anselmo de las razones de Lotario, y así se las creyó
como si fueran dichas por algún oráculo. Pero, con todo eso, le rogó que no
dejase la empresa, aunque no fuese más de por curiosidad y entretenimiento,
aunque no se aprovechase de allí adelante de tan ahincadas diligencias como
hasta entonces; y que sólo quería que le escribiese algunos versos en su
alabanza, debajo del nombre de Clori, porque él le daría a entender a
Camila que andaba enamorado de una dama, a quien le había puesto aquel
nombre por poder celebrarla con el decoro que a su honestidad se le debía;
y que, cuando Lotario no quisiera tomar trabajo de escribir los versos, que
él los haría.
»—No será menester eso —dijo Lotario—, pues no me son tan enemigas las
musas que algunos ratos del año no me visiten. Dile tú a Camila lo que has
dicho del fingimiento de mis amores, que los versos yo los haré; si no tan
buenos como el subjeto merece, serán, por lo menos, los mejores que yo
pudiere.
»Quedaron deste acuerdo el impertinente y el traidor amigo; y, vuelto
Anselmo a su casa, preguntó a Camila lo que ella ya se maravillaba que no
se lo hubiese preguntado: que fue que le dijese la ocasión por que le había
escrito el papel que le envió. Camila le respondió que le había parecido
que Lotario la miraba un poco más desenvueltamente que cuando él estaba en
casa; pero que ya estaba desengañada y creía que había sido imaginación
suya, porque ya Lotario huía de vella y de estar con ella a solas. Díjole
Anselmo que bien podía estar segura de aquella sospecha, porque él sabía
que Lotario andaba enamorado de una doncella principal de la ciudad, a
quien él celebraba debajo del nombre de Clori, y que, aunque no lo
estuviera, no había que temer de la verdad de Lotario y de la mucha amistad
de entrambos. Y, a no estar avisada Camila de Lotario de que eran fingidos
aquellos amores de Clori, y que él se lo había dicho a Anselmo por poder
ocuparse algunos ratos en las mismas alabanzas de Camila, ella, sin duda,
cayera en la desesperada red de los celos; mas, por estar ya advertida,
pasó aquel sobresalto sin pesadumbre.
»Otro día, estando los tres sobre mesa, rogó Anselmo a Lotario dijese
alguna cosa de las que había compuesto a su amada Clori; que, pues Camila
no la conocía, seguramente podía decir lo que quisiese.
»—Aunque la conociera —respondió Lotario—, no encubriera yo nada, porque
cuando algún amante loa a su dama de hermosa y la nota de cruel, ningún
oprobrio hace a su buen crédito. Pero, sea lo que fuere, lo que sé decir,
que ayer hice un soneto a la ingratitud desta Clori, que dice ansí:
Soneto
En el silencio de la noche, cuando
ocupa el dulce sueño a los mortales,
la pobre cuenta de mis ricos males
estoy al cielo y a mi Clori dando.
Y, al tiempo cuando el sol se va mostrando
por las rosadas puertas orientales,
con suspiros y acentos desiguales,
voy la antigua querella renovando.
Y cuando el sol, de su estrellado asiento,
derechos rayos a la tierra envía,
el llanto crece y doblo los gemidos.
Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento,
y siempre hallo, en mi mortal porfía,
al cielo, sordo; a Clori, sin oídos.
»Bien le pareció el soneto a Camila, pero mejor a Anselmo, pues le alabó, y
dijo que era demasiadamente cruel la dama que a tan claras verdades no
correspondía. A lo que dijo Camila:
»—Luego, ¿todo aquello que los poetas enamorados dicen es verdad?
»—En cuanto poetas, no la dicen —respondió Lotario—; mas, en cuanto
enamorados, siempre quedan tan cortos como verdaderos.
»—No hay duda deso —replicó Anselmo, todo por apoyar y acreditar los
pensamientos de Lotario con Camila, tan descuidada del artificio de Anselmo
como ya enamorada de Lotario.
»Y así, con el gusto que de sus cosas tenía, y más, teniendo por entendido
que sus deseos y escritos a ella se encaminaban, y que ella era la
verdadera Clori, le rogó que si otro soneto o otros versos sabía, los
dijese:
»—Sí sé —respondió Lotario—, pero no creo que es tan bueno como el primero,
o, por mejor decir, menos malo. Y podréislo bien juzgar, pues es éste:
Soneto
Yo sé que muero; y si no soy creído,
es más cierto el morir, como es más cierto
verme a tus pies, ¡oh bella ingrata!, muerto,
antes que de adorarte arrepentido.
Podré yo verme en la región de olvido,
de vida y gloria y de favor desierto,
y allí verse podrá en mi pecho abierto
cómo tu hermoso rostro está esculpido.
Que esta reliquia guardo para el duro
trance que me amenaza mi porfía,
que en tu mismo rigor se fortalece.
¡Ay de aquel que navega, el cielo escuro,
por mar no usado y peligrosa vía,
adonde norte o puerto no se ofrece!
»También alabó este segundo soneto Anselmo, como había hecho el primero, y
desta manera iba añadiendo eslabón a eslabón a la cadena con que se
enlazaba y trababa su deshonra, pues cuando más Lotario le deshonraba,
entonces le decía que estaba más honrado; y, con esto, todos los escalones
que Camila bajaba hacia el centro de su menosprecio, los subía, en la
opinión de su marido, hacia la cumbre de la virtud y de su buena fama.
»Sucedió en esto que, hallándose una vez, entre otras, sola Camila con su
doncella, le dijo:
»—Corrida estoy, amiga Leonela, de ver en cuán poco he sabido estimarme,
pues siquiera no hice que con el tiempo comprara Lotario la entera posesión
que le di tan presto de mi voluntad. Temo que ha de estimar mi presteza o
ligereza, sin que eche de ver la fuerza que él me hizo para no poder
resistirle.
»—No te dé pena eso, señora mía —respondió Leonela—, que no está la monta,
ni es causa para menguar la estimación, darse lo que se da presto, si, en
efecto, lo que se da es bueno, y ello por sí digno de estimarse. Y aun
suele decirse que el que luego da, da dos veces.
»—También se suele decir —dijo Camila— que lo que cuesta poco se estima en
menos.
»—No corre por ti esa razón —respondió Leonela—, porque el amor, según he
oído decir, unas veces vuela y otras anda, con éste corre y con aquél va
despacio, a unos entibia y a otros abrasa, a unos hiere y a otros mata, en
un mesmo punto comienza la carrera de sus deseos y en aquel mesmo punto la
acaba y concluye, por la mañana suele poner el cerco a una fortaleza y a la
noche la tiene rendida, porque no hay fuerza que le resista. Y, siendo así,
¿de qué te espantas, o de qué temes, si lo mismo debe de haber acontecido a
Lotario, habiendo tomado el amor por instrumento de rendirnos la ausencia
de mi señor? Y era forzoso que en ella se concluyese lo que el amor tenía
determinado, sin dar tiempo al tiempo para que Anselmo le tuviese de
volver, y con su presencia quedase imperfecta la obra. Porque el amor no
tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea que es la ocasión: de
la ocasión se sirve en todos sus hechos, principalmente en los principios.
Todo esto sé yo muy bien, más de experiencia que de oídas, y algún día te
lo diré, señora, que yo también soy de carne y de sangre moza. Cuanto más,
señora Camila, que no te entregaste ni diste tan luego, que primero no
hubieses visto en los ojos, en los suspiros, en las razones y en las
promesas y dádivas de Lotario toda su alma, viendo en ella y en sus
virtudes cuán digno era Lotario de ser amado. Pues si esto es ansí, no te
asalten la imaginación esos escrupulosos y melindrosos pensamientos, sino
asegúrate que Lotario te estima como tú le estimas a él, y vive con
contento y satisfación de que, ya que caíste en el lazo amoroso, es el que
te aprieta de valor y de estima. Y que no sólo tiene las cuatro eses que
dicen que han de tener los buenos enamorados, sino todo un ABC entero: si
no, escúchame y verás como te le digo de coro. Él es, según yo veo y a mí
me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme,
gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, onesto, principal,
quantioso, rico, y las eses que dicen; y luego, tácito, verdadero. La X no
le cuadra, porque es letra áspera; la Y ya está dicha; la Z, zelador de tu
honra.
»Rióse Camila del ABC de su doncella, y túvola por más plática en las cosas
de amor que ella decía; y así lo confesó ella, descubriendo a Camila como
trataba amores con un mancebo bien nacido, de la mesma ciudad; de lo cual
se turbó Camila, temiendo que era aquél camino por donde su honra podía
correr riesgo. Apuróla si pasaban sus pláticas a más que serlo. Ella, con
poca vergüenza y mucha desenvoltura, le respondió que sí pasaban; porque es
cosa ya cierta que los descuidos de las señoras quitan la vergüenza a las
criadas, las cuales, cuando ven a las amas echar traspiés, no se les da
nada a ellas de cojear, ni de que lo sepan.
»No pudo hacer otra cosa Camila sino rogar a Leonela no dijese nada de su
hecho al que decía ser su amante, y que tratase sus cosas con secreto,
porque no viniesen a noticia de Anselmo ni de Lotario. Leonela respondió
que así lo haría, mas cumpliólo de manera que hizo cierto el temor de
Camila de que por ella había de perder su crédito. Porque la deshonesta y
atrevida Leonela, después que vio que el proceder de su ama no era el que
solía, atrevióse a entrar y poner dentro de casa a su amante, confiada que,
aunque su señora le viese, no había de osar descubrille; que este daño
acarrean, entre otros, los pecados de las señoras: que se hacen esclavas de
sus mesmas criadas y se obligan a encubrirles sus deshonestidades y
vilezas, como aconteció con Camila; que, aunque vio una y muchas veces que
su Leonela estaba con su galán en un aposento de su casa, no sólo no la
osaba reñir, mas dábale lugar a que lo encerrase, y quitábale todos los
estorbos, para que no fuese visto de su marido.
»Pero no los pudo quitar que Lotario no le viese una vez salir, al romper
del alba; el cual, sin conocer quién era, pensó primero que debía de ser
alguna fantasma; mas, cuando le vio caminar, embozarse y encubrirse con
cuidado y recato, cayó de su simple pensamiento y dio en otro, que fuera la
perdición de todos si Camila no lo remediara. Pensó Lotario que aquel
hombre que había visto salir tan a deshora de casa de Anselmo no había
entrado en ella por Leonela, ni aun se acordó si Leonela era en el mundo;
sólo creyó que Camila, de la misma manera que había sido fácil y ligera con
él, lo era para otro; que estas añadiduras trae consigo la maldad de la
mujer mala: que pierde el crédito de su honra con el mesmo a quien se
entregó rogada y persuadida, y cree que con mayor facilidad se entrega a
otros, y da infalible crédito a cualquiera sospecha que desto le venga. Y
no parece sino que le faltó a Lotario en este punto todo su buen
entendimiento, y se le fueron de la memoria todos sus advertidos discursos,
pues, sin hacer alguno que bueno fuese, ni aun razonable, sin más ni más,
antes que Anselmo se levantase, impaciente y ciego de la celosa rabia que
las entrañas le roía, muriendo por vengarse de Camila, que en ninguna cosa
le había ofendido, se fue a Anselmo y le dijo:
»—Sábete, Anselmo, que ha muchos días que he andado peleando conmigo mesmo,
haciéndome fuerza a no decirte lo que ya no es posible ni justo que más te
encubra. Sábete que la fortaleza de Camila está ya rendida y sujeta a todo
aquello que yo quisiere hacer della; y si he tardado en descubrirte esta
verdad, ha sido por ver si era algún liviano antojo suyo, o si lo hacía por
probarme y ver si eran con propósito firme tratados los amores que, con tu
licencia, con ella he comenzado. Creí, ansimismo, que ella, si fuera la que
debía y la que entrambos pensábamos, ya te hubiera dado cuenta de mi
solicitud, pero, habiendo visto que se tarda, conozco que son verdaderas
las promesas que me ha dado de que, cuando otra vez hagas ausencia de tu
casa, me hablará en la recámara, donde está el repuesto de tus alhajas —y
era la verdad, que allí le solía hablar Camila—; y no quiero que
precipitosamente corras a hacer alguna venganza, pues no está aún cometido
el pecado sino con pensamiento, y podría ser que, desde éste hasta el
tiempo de ponerle por obra, se mudase el de Camila y naciese en su lugar el
arrepentimiento. Y así, ya que, en todo o en parte, has seguido siempre mis
consejos, sigue y guarda uno que ahora te diré, para que sin engaño y con
medroso advertimento te satisfagas de aquello que más vieres que te
convenga. Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces
sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los
tapices que allí hay y otras cosas con que te puedas encubrir te ofrecen
mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos, y yo por los míos,
lo que Camila quiere; y si fuere la maldad que se puede temer antes que
se entrase a dormir en él. No quiso Lotario, y allí se quedó dormido hasta
que volvió Anselmo, el cual, como halló a Camila en su aposento y a Lotario
durmiendo, creyó que, como se había tardado tanto, ya habrían tenido los
dos lugar para hablar, y aun para dormir, y no vio la hora en que Lotario
despertase, para volverse con él fuera y preguntarle de su ventura.
»Todo le sucedió como él quiso: Lotario despertó, y luego salieron los dos
de casa, y así, le preguntó lo que deseaba, y le respondió Lotario que no
le había parecido ser bien que la primera vez se descubriese del todo; y
así, no había hecho otra cosa que alabar a Camila de hermosa, diciéndole
que en toda la ciudad no se trataba de otra cosa que de su hermosura y
discreción, y que éste le había parecido buen principio para entrar ganando
la voluntad, y disponiéndola a que otra vez le escuchase con gusto, usando
en esto del artificio que el demonio usa cuando quiere engañar a alguno que
está puesto en atalaya de mirar por sí: que se transforma en ángel de luz,
siéndolo él de tinieblas, y, poniéndole delante apariencias buenas, al cabo
descubre quién es y sale con su intención, si a los principios no es
descubierto su engaño. Todo esto le contentó mucho a Anselmo, y dijo que
cada día daría el mesmo lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se
ocuparía en cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su
artificio.
»Sucedió, pues, que se pasaron muchos días que, sin decir Lotario palabra a
Camila, respondía a Anselmo que la hablaba y jamás podía sacar della una
pequeña muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una
señal de sombra de esperanza; antes, decía que le amenazaba que si de aquel
mal pensamiento no se quitaba, que lo había de decir a su esposo.
»—Bien está —dijo Anselmo—. Hasta aquí ha resistido Camila a las palabras;
es menester ver cómo resiste a las obras: yo os daré mañana dos mil escudos
de oro para que se los ofrezcáis, y aun se los deis, y otros tantos para
que compréis joyas con que cebarla; que las mujeres suelen ser aficionadas,
y más si son hermosas, por más castas que sean, a esto de traerse bien y
andar galanas; y si ella resiste a esta tentación, yo quedaré satisfecho y
no os daré más pesadumbre.
»Lotario respondió que ya que había comenzado, que él llevaría hasta el fin
aquella empresa, puesto que entendía salir della cansado y vencido. Otro
día recibió los cuatro mil escudos, y con ellos cuatro mil confusiones,
porque no sabía qué decirse para mentir de nuevo; pero, en efeto, determinó
de decirle que Camila estaba tan entera a las dádivas y promesas como a las
palabras, y que no había para qué cansarse más, porque todo el tiempo se
gastaba en balde.
»Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenó que, habiendo
dejado Anselmo solos a Lotario y a Camila, como otras veces solía, él se
encerró en un aposento y por los agujeros de la cerradura estuvo mirando y
escuchando lo que los dos trataban, y vio que en más de media hora Lotario
no habló palabra a Camila, ni se la hablara si allí estuviera un siglo, y
cayó en la cuenta de que cuanto su amigo le había dicho de las respuestas
de Camila todo era ficción y mentira. Y, para ver si esto era ansí, salió
del aposento, y, llamando a Lotario aparte, le preguntó qué nuevas había y
de qué temple estaba Camila. Lotario le respondió que no pensaba más darle
puntada en aquel negocio, porque respondía tan áspera y desabridamente, que
no tendría ánimo para volver a decirle cosa alguna.
»—¡Ah! —dijo Anselmo—, Lotario, Lotario, y cuán mal correspondes a lo que
me debes y a lo mucho que de ti confío! Ahora te he estado mirando por el
lugar que concede la entrada desta llave, y he visto que no has dicho
palabra a Camila, por donde me doy a entender que aun las primeras le
tienes por decir; y si esto es así, como sin duda lo es, ¿para qué me
engañas, o por qué quieres quitarme con tu industria los medios que yo
podría hallar para conseguir mi deseo?
»No dijo más Anselmo, pero bastó lo que había dicho para dejar corrido y
confuso a Lotario; el cual, casi como tomando por punto de honra el haber
sido hallado en mentira, juró a Anselmo que desde aquel momento tomaba tan
a su cargo el contentalle y no mentille, cual lo vería si con curiosidad lo
espiaba; cuanto más, que no sería menester usar de ninguna diligencia,
porque la que él pensaba poner en satisfacelle le quitaría de toda
sospecha. Creyóle Anselmo, y para dalle comodidad más segura y menos
sobresaltada, determinó de hacer ausencia de su casa por ocho días, yéndose
a la de un amigo suyo, que estaba en una aldea, no lejos de la ciudad, con
el cual amigo concertó que le enviase a llamar con muchas veras, para tener
ocasión con Camila de su partida.
»¡Desdichado y mal advertido de ti, Anselmo! ¿Qué es lo que haces? ¿Qué es
lo que trazas? ¿Qué es lo que ordenas? Mira que haces contra ti mismo,
trazando tu deshonra y ordenando tu perdición. Buena es tu esposa Camila,
quieta y sosegadamente la posees, nadie sobresalta tu gusto, sus
pensamientos no salen de las paredes de su casa, tú eres su cielo en la
tierra, el blanco de sus deseos, el cumplimiento de sus gustos y la medida
por donde mide su voluntad, ajustándola en todo con la tuya y con la del
cielo. Pues si la mina de su honor, hermosura, honestidad y recogimiento te
da sin ningún trabajo toda la riqueza que tiene y tú puedes desear, ¿para
qué quieres ahondar la tierra y buscar nuevas vetas de nuevo y nunca visto
tesoro, poniéndote a peligro que toda venga abajo, pues, en fin, se
sustenta sobre los débiles arrimos de su flaca naturaleza? Mira que el que
busca lo imposible es justo que lo posible se le niegue, como lo dijo mejor
un poeta, diciendo:
Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha estatuido
que, pues lo imposible pido,
lo posible aun no me den.
»Fuese otro día Anselmo a la aldea, dejando dicho a Camila que el tiempo
que él estuviese ausente vendría Lotario a mirar por su casa y a comer con
ella; que tuviese cuidado de tratalle como a su mesma persona. Afligióse
Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba,
y díjole que advirtiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase
la silla de su mesa, y que si lo hacía por no tener confianza que ella
sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por
experiencia como para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicó que
aquél era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y
obedecelle. Camila dijo que ansí lo haría, aunque contra su voluntad.
»Partióse Anselmo, y otro día vino a su casa Lotario, donde fue rescebido
de Camila con amoroso y honesto acogimiento; la cual jamás se puso en parte
donde Lotario la viese a solas, porque siempre andaba rodeada de sus
criados y criadas, especialmente de una doncella suya, llamada Leonela, a
quien ella mucho quería, por haberse criado desde niñas las dos juntas en
casa de los padres de Camila, y cuando se casó con Anselmo la trujo
consigo.
»En los tres días primeros nunca Lotario le dijo nada, aunque pudiera,
cuando se levantaban los manteles y la gente se iba a comer con mucha
priesa, porque así se lo tenía mandado Camila. Y aun tenía orden Leonela
que comiese primero que Camila, y que de su lado jamás se quitase; mas
ella, que en otras cosas de su gusto tenía puesto el pensamiento y había
menester aquellas horas y aquel lugar para ocuparle en sus contentos, no
cumplía todas veces el mandamiento de su señora; antes, los dejaba solos,
como si aquello le hubieran mandado. Mas la honesta presencia de Camila, la
gravedad de su rostro, la compostura de su persona era tanta, que ponía
freno a la lengua de Lotario.
»Pero el provecho que las muchas virtudes de Camila hicieron, poniendo
silencio en la lengua de Lotario, redundó más en daño de los dos, porque si
la lengua callaba, el pensamiento discurría y tenía lugar de contemplar,
parte por parte, todos los estremos de bondad y de hermosura que Camila
tenía, bastantes a enamorar una estatua de mármol, no que un corazón de
carne.
»Mirábala Lotario en el lugar y espacio que había de hablarla, y
consideraba cuán digna era de ser amada; y esta consideración comenzó poco
a poco a dar asaltos a los respectos que a Anselmo tenía, y mil veces quiso
ausentarse de la ciudad y irse donde jamás Anselmo le viese a él, ni él
viese a Camila; mas ya le hacía impedimento y detenía el gusto que hallaba
en mirarla. Hacíase fuerza y peleaba consigo mismo por desechar y no sentir
el contento que le llevaba a mirar a Camila. Culpábase a solas de su
desatino, llamábase mal amigo y aun mal cristiano; hacía discursos y
comparaciones entre él y Anselmo, y todos paraban en decir que más había
sido la locura y confianza de Anselmo que su poca fidelidad, y que si así
tuviera disculpa para con Dios como para con los hombres de lo que pensaba
hacer, que no temiera pena por su culpa.
»En efecto, la hermosura y la bondad de Camila, juntamente con la ocasión
que el ignorante marido le había puesto en las manos, dieron con la lealtad
de Lotario en tierra. Y, sin mirar a otra cosa que aquella a que su gusto
le inclinaba, al cabo de tres días de la ausencia de Anselmo, en los cuales
estuvo en continua batalla por resistir a sus deseos, comenzó a requebrar a
Camila, con tanta turbación y con tan amorosas razones que Camila quedó
suspensa, y no hizo otra cosa que levantarse de donde estaba y entrarse a
su aposento, sin respondelle palabra alguna. Mas no por esta sequedad se
desmayó en Lotario la esperanza, que siempre nace juntamente con el amor;
antes, tuvo en más a Camila. La cual, habiendo visto en Lotario lo que
jamás pensara, no sabía qué hacerse. Y, pareciéndole no ser cosa segura ni
bien hecha darle ocasión ni lugar a que otra vez la hablase, determinó de
enviar aquella mesma noche, como lo hizo, a un criado suyo con un billete a
Anselmo, donde le escribió estas razones:
Capítulo XXXIV. Donde se prosigue la novela del Curioso impertinente
»Así como suele decirse que parece mal el ejército sin su general y el
castillo sin su castellano, digo yo que parece muy peor la mujer casada y
moza sin su marido, cuando justísimas ocasiones no lo impiden. Yo me hallo
tan mal sin vos, y tan imposibilitada de no poder sufrir esta ausencia, que
si presto no venís, me habré de ir a entretener en casa de mis padres,
aunque deje sin guarda la vuestra; porque la que me dejastes, si es que
quedó con tal título, creo que mira más por su gusto que por lo que a vos
os toca; y, pues sois discreto, no tengo más que deciros, ni aun es bien
que más os diga.
»Esta carta recibió Anselmo, y entendió por ella que Lotario había ya
comenzado la empresa, y que Camila debía de haber respondido como él
deseaba; y, alegre sobremanera de tales nuevas, respondió a Camila, de
palabra, que no hiciese mudamiento de su casa en modo ninguno, porque él
volvería con mucha brevedad. Admirada quedó Camila de la respuesta de
Anselmo, que la puso en más confusión que primero, porque ni se atrevía a
estar en su casa, ni menos irse a la de sus padres; porque en la quedada
corría peligro su honestidad, y en la ida iba contra el mandamiento de su
esposo.
»En fin, se resolvió en lo que le estuvo peor, que fue en el quedarse, con
determinación de no huir la presencia de Lotario, por no dar que decir a
sus criados; y ya le pesaba de haber escrito lo que escribió a su esposo,
temerosa de que no pensase que Lotario había visto en ella alguna
desenvoltura que le hubiese movido a no guardalle el decoro que debía.
Pero, fiada en su bondad, se fió en Dios y en su buen pensamiento, con que
pensaba resistir callando a todo aquello que Lotario decirle quisiese, sin
dar más cuenta a su marido, por no ponerle en alguna pendencia y trabajo. Y
aun andaba buscando manera como disculpar a Lotario con Anselmo, cuando le
preguntase la ocasión que le había movido a escribirle aquel papel. Con
estos pensamientos, más honrados que acertados ni provechosos, estuvo otro
día escuchando a Lotario, el cual cargó la mano de manera que comenzó a
titubear la firmeza de Camila, y su honestidad tuvo harto que hacer en
acudir a los ojos, para que no diesen muestra de alguna amorosa compasión
que las lágrimas y las razones de Lotario en su pecho habían despertado.
Todo esto notaba Lotario, y todo le encendía.
»Finalmente, a él le pareció que era menester, en el espacio y lugar que
daba la ausencia de Anselmo, apretar el cerco a aquella fortaleza. Y así,
acometió a su presunción con las alabanzas de su hermosura, porque no hay
cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad
de las hermosas que la mesma vanidad, puesta en las lenguas de la
adulación. En efecto, él, con toda diligencia, minó la roca de su entereza,
con tales pertrechos que, aunque Camila fuera toda de bronce, viniera al
suelo. Lloró, rogó, ofreció, aduló, porfió, y fingió Lotario con tantos
sentimientos, con muestras de tantas veras, que dio al través con el recato
de Camila y vino a triunfar de lo que menos se pensaba y más deseaba.
»Rindióse Camila, Camila se rindió; pero, ¿qué mucho, si la amistad de
Lotario no quedó en pie? Ejemplo claro que nos muestra que sólo se vence la
pasión amorosa con huilla, y que nadie se ha de poner a brazos con tan
poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas
humanas. Sólo supo Leonela la flaqueza de su señora, porque no se la
pudieron encubrir los dos malos amigos y nuevos amantes. No quiso Lotario
decir a Camila la pretensión de Anselmo, ni que él le había dado lugar para
llegar a aquel punto, porque no tuviese en menos su amor y pensase que así,
acaso y sin pensar, y no de propósito, la había solicitado.
»Volvió de allí a pocos días Anselmo a su casa, y no echó de ver lo que
faltaba en ella, que era lo que en menos tenía y más estimaba. Fuese luego
a ver a Lotario, y hallóle en su casa; abrazáronse los dos, y el uno
preguntó por las nuevas de su vida o de su muerte.
»—Las nuevas que te podré dar, ¡oh amigo Anselmo! —dijo Lotario—, son de
que tienes una mujer que dignamente puede ser ejemplo y corona de todas las
mujeres buenas. Las palabras que le he dicho se las ha llevado el aire, los
ofrecimientos se han tenido en poco, las dádivas no se han admitido, de
algunas lágrimas fingidas mías se ha hecho burla notable. En resolución,
así como Camila es cifra de toda belleza, es archivo donde asiste la
honestidad y vive el comedimiento y el recato, y todas las virtudes que
pueden hacer loable y bien afortunada a una honrada mujer. Vuelve a tomar
tus dineros, amigo, que aquí los tengo, sin haber tenido necesidad de tocar
a ellos; que la entereza de Camila no se rinde a cosas tan bajas como son
dádivas ni promesas. Conténtate, Anselmo, y no quieras hacer más pruebas de
las hechas; y, pues a pie enjuto has pasado el mar de las dificultades y
sospechas que de las mujeres suelen y pueden tenerse, no quieras entrar de
nuevo en el profundo piélago de nuevos inconvenientes, ni quieras hacer
experiencia con otro piloto de la bondad y fortaleza del navío que el cielo
te dio en suerte para que en él pasases la mar deste mundo, sino haz cuenta
que estás ya en seguro puerto, y aférrate con las áncoras de la buena
consideración, y déjate estar hasta que te vengan a pedir la deuda que no
hay hidalguía humana que de pagarla se escuse.
»Contentísimo quedó Anselmo de las razones de Lotario, y así se las creyó
como si fueran dichas por algún oráculo. Pero, con todo eso, le rogó que no
dejase la empresa, aunque no fuese más de por curiosidad y entretenimiento,
aunque no se aprovechase de allí adelante de tan ahincadas diligencias como
hasta entonces; y que sólo quería que le escribiese algunos versos en su
alabanza, debajo del nombre de Clori, porque él le daría a entender a
Camila que andaba enamorado de una dama, a quien le había puesto aquel
nombre por poder celebrarla con el decoro que a su honestidad se le debía;
y que, cuando Lotario no quisiera tomar trabajo de escribir los versos, que
él los haría.
»—No será menester eso —dijo Lotario—, pues no me son tan enemigas las
musas que algunos ratos del año no me visiten. Dile tú a Camila lo que has
dicho del fingimiento de mis amores, que los versos yo los haré; si no tan
buenos como el subjeto merece, serán, por lo menos, los mejores que yo
pudiere.
»Quedaron deste acuerdo el impertinente y el traidor amigo; y, vuelto
Anselmo a su casa, preguntó a Camila lo que ella ya se maravillaba que no
se lo hubiese preguntado: que fue que le dijese la ocasión por que le había
escrito el papel que le envió. Camila le respondió que le había parecido
que Lotario la miraba un poco más desenvueltamente que cuando él estaba en
casa; pero que ya estaba desengañada y creía que había sido imaginación
suya, porque ya Lotario huía de vella y de estar con ella a solas. Díjole
Anselmo que bien podía estar segura de aquella sospecha, porque él sabía
que Lotario andaba enamorado de una doncella principal de la ciudad, a
quien él celebraba debajo del nombre de Clori, y que, aunque no lo
estuviera, no había que temer de la verdad de Lotario y de la mucha amistad
de entrambos. Y, a no estar avisada Camila de Lotario de que eran fingidos
aquellos amores de Clori, y que él se lo había dicho a Anselmo por poder
ocuparse algunos ratos en las mismas alabanzas de Camila, ella, sin duda,
cayera en la desesperada red de los celos; mas, por estar ya advertida,
pasó aquel sobresalto sin pesadumbre.
»Otro día, estando los tres sobre mesa, rogó Anselmo a Lotario dijese
alguna cosa de las que había compuesto a su amada Clori; que, pues Camila
no la conocía, seguramente podía decir lo que quisiese.
»—Aunque la conociera —respondió Lotario—, no encubriera yo nada, porque
cuando algún amante loa a su dama de hermosa y la nota de cruel, ningún
oprobrio hace a su buen crédito. Pero, sea lo que fuere, lo que sé decir,
que ayer hice un soneto a la ingratitud desta Clori, que dice ansí:
Soneto
En el silencio de la noche, cuando
ocupa el dulce sueño a los mortales,
la pobre cuenta de mis ricos males
estoy al cielo y a mi Clori dando.
Y, al tiempo cuando el sol se va mostrando
por las rosadas puertas orientales,
con suspiros y acentos desiguales,
voy la antigua querella renovando.
Y cuando el sol, de su estrellado asiento,
derechos rayos a la tierra envía,
el llanto crece y doblo los gemidos.
Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento,
y siempre hallo, en mi mortal porfía,
al cielo, sordo; a Clori, sin oídos.
»Bien le pareció el soneto a Camila, pero mejor a Anselmo, pues le alabó, y
dijo que era demasiadamente cruel la dama que a tan claras verdades no
correspondía. A lo que dijo Camila:
»—Luego, ¿todo aquello que los poetas enamorados dicen es verdad?
»—En cuanto poetas, no la dicen —respondió Lotario—; mas, en cuanto
enamorados, siempre quedan tan cortos como verdaderos.
»—No hay duda deso —replicó Anselmo, todo por apoyar y acreditar los
pensamientos de Lotario con Camila, tan descuidada del artificio de Anselmo
como ya enamorada de Lotario.
»Y así, con el gusto que de sus cosas tenía, y más, teniendo por entendido
que sus deseos y escritos a ella se encaminaban, y que ella era la
verdadera Clori, le rogó que si otro soneto o otros versos sabía, los
dijese:
»—Sí sé —respondió Lotario—, pero no creo que es tan bueno como el primero,
o, por mejor decir, menos malo. Y podréislo bien juzgar, pues es éste:
Soneto
Yo sé que muero; y si no soy creído,
es más cierto el morir, como es más cierto
verme a tus pies, ¡oh bella ingrata!, muerto,
antes que de adorarte arrepentido.
Podré yo verme en la región de olvido,
de vida y gloria y de favor desierto,
y allí verse podrá en mi pecho abierto
cómo tu hermoso rostro está esculpido.
Que esta reliquia guardo para el duro
trance que me amenaza mi porfía,
que en tu mismo rigor se fortalece.
¡Ay de aquel que navega, el cielo escuro,
por mar no usado y peligrosa vía,
adonde norte o puerto no se ofrece!
»También alabó este segundo soneto Anselmo, como había hecho el primero, y
desta manera iba añadiendo eslabón a eslabón a la cadena con que se
enlazaba y trababa su deshonra, pues cuando más Lotario le deshonraba,
entonces le decía que estaba más honrado; y, con esto, todos los escalones
que Camila bajaba hacia el centro de su menosprecio, los subía, en la
opinión de su marido, hacia la cumbre de la virtud y de su buena fama.
»Sucedió en esto que, hallándose una vez, entre otras, sola Camila con su
doncella, le dijo:
»—Corrida estoy, amiga Leonela, de ver en cuán poco he sabido estimarme,
pues siquiera no hice que con el tiempo comprara Lotario la entera posesión
que le di tan presto de mi voluntad. Temo que ha de estimar mi presteza o
ligereza, sin que eche de ver la fuerza que él me hizo para no poder
resistirle.
»—No te dé pena eso, señora mía —respondió Leonela—, que no está la monta,
ni es causa para menguar la estimación, darse lo que se da presto, si, en
efecto, lo que se da es bueno, y ello por sí digno de estimarse. Y aun
suele decirse que el que luego da, da dos veces.
»—También se suele decir —dijo Camila— que lo que cuesta poco se estima en
menos.
»—No corre por ti esa razón —respondió Leonela—, porque el amor, según he
oído decir, unas veces vuela y otras anda, con éste corre y con aquél va
despacio, a unos entibia y a otros abrasa, a unos hiere y a otros mata, en
un mesmo punto comienza la carrera de sus deseos y en aquel mesmo punto la
acaba y concluye, por la mañana suele poner el cerco a una fortaleza y a la
noche la tiene rendida, porque no hay fuerza que le resista. Y, siendo así,
¿de qué te espantas, o de qué temes, si lo mismo debe de haber acontecido a
Lotario, habiendo tomado el amor por instrumento de rendirnos la ausencia
de mi señor? Y era forzoso que en ella se concluyese lo que el amor tenía
determinado, sin dar tiempo al tiempo para que Anselmo le tuviese de
volver, y con su presencia quedase imperfecta la obra. Porque el amor no
tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea que es la ocasión: de
la ocasión se sirve en todos sus hechos, principalmente en los principios.
Todo esto sé yo muy bien, más de experiencia que de oídas, y algún día te
lo diré, señora, que yo también soy de carne y de sangre moza. Cuanto más,
señora Camila, que no te entregaste ni diste tan luego, que primero no
hubieses visto en los ojos, en los suspiros, en las razones y en las
promesas y dádivas de Lotario toda su alma, viendo en ella y en sus
virtudes cuán digno era Lotario de ser amado. Pues si esto es ansí, no te
asalten la imaginación esos escrupulosos y melindrosos pensamientos, sino
asegúrate que Lotario te estima como tú le estimas a él, y vive con
contento y satisfación de que, ya que caíste en el lazo amoroso, es el que
te aprieta de valor y de estima. Y que no sólo tiene las cuatro eses que
dicen que han de tener los buenos enamorados, sino todo un ABC entero: si
no, escúchame y verás como te le digo de coro. Él es, según yo veo y a mí
me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme,
gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, onesto, principal,
quantioso, rico, y las eses que dicen; y luego, tácito, verdadero. La X no
le cuadra, porque es letra áspera; la Y ya está dicha; la Z, zelador de tu
honra.
»Rióse Camila del ABC de su doncella, y túvola por más plática en las cosas
de amor que ella decía; y así lo confesó ella, descubriendo a Camila como
trataba amores con un mancebo bien nacido, de la mesma ciudad; de lo cual
se turbó Camila, temiendo que era aquél camino por donde su honra podía
correr riesgo. Apuróla si pasaban sus pláticas a más que serlo. Ella, con
poca vergüenza y mucha desenvoltura, le respondió que sí pasaban; porque es
cosa ya cierta que los descuidos de las señoras quitan la vergüenza a las
criadas, las cuales, cuando ven a las amas echar traspiés, no se les da
nada a ellas de cojear, ni de que lo sepan.
»No pudo hacer otra cosa Camila sino rogar a Leonela no dijese nada de su
hecho al que decía ser su amante, y que tratase sus cosas con secreto,
porque no viniesen a noticia de Anselmo ni de Lotario. Leonela respondió
que así lo haría, mas cumpliólo de manera que hizo cierto el temor de
Camila de que por ella había de perder su crédito. Porque la deshonesta y
atrevida Leonela, después que vio que el proceder de su ama no era el que
solía, atrevióse a entrar y poner dentro de casa a su amante, confiada que,
aunque su señora le viese, no había de osar descubrille; que este daño
acarrean, entre otros, los pecados de las señoras: que se hacen esclavas de
sus mesmas criadas y se obligan a encubrirles sus deshonestidades y
vilezas, como aconteció con Camila; que, aunque vio una y muchas veces que
su Leonela estaba con su galán en un aposento de su casa, no sólo no la
osaba reñir, mas dábale lugar a que lo encerrase, y quitábale todos los
estorbos, para que no fuese visto de su marido.
»Pero no los pudo quitar que Lotario no le viese una vez salir, al romper
del alba; el cual, sin conocer quién era, pensó primero que debía de ser
alguna fantasma; mas, cuando le vio caminar, embozarse y encubrirse con
cuidado y recato, cayó de su simple pensamiento y dio en otro, que fuera la
perdición de todos si Camila no lo remediara. Pensó Lotario que aquel
hombre que había visto salir tan a deshora de casa de Anselmo no había
entrado en ella por Leonela, ni aun se acordó si Leonela era en el mundo;
sólo creyó que Camila, de la misma manera que había sido fácil y ligera con
él, lo era para otro; que estas añadiduras trae consigo la maldad de la
mujer mala: que pierde el crédito de su honra con el mesmo a quien se
entregó rogada y persuadida, y cree que con mayor facilidad se entrega a
otros, y da infalible crédito a cualquiera sospecha que desto le venga. Y
no parece sino que le faltó a Lotario en este punto todo su buen
entendimiento, y se le fueron de la memoria todos sus advertidos discursos,
pues, sin hacer alguno que bueno fuese, ni aun razonable, sin más ni más,
antes que Anselmo se levantase, impaciente y ciego de la celosa rabia que
las entrañas le roía, muriendo por vengarse de Camila, que en ninguna cosa
le había ofendido, se fue a Anselmo y le dijo:
»—Sábete, Anselmo, que ha muchos días que he andado peleando conmigo mesmo,
haciéndome fuerza a no decirte lo que ya no es posible ni justo que más te
encubra. Sábete que la fortaleza de Camila está ya rendida y sujeta a todo
aquello que yo quisiere hacer della; y si he tardado en descubrirte esta
verdad, ha sido por ver si era algún liviano antojo suyo, o si lo hacía por
probarme y ver si eran con propósito firme tratados los amores que, con tu
licencia, con ella he comenzado. Creí, ansimismo, que ella, si fuera la que
debía y la que entrambos pensábamos, ya te hubiera dado cuenta de mi
solicitud, pero, habiendo visto que se tarda, conozco que son verdaderas
las promesas que me ha dado de que, cuando otra vez hagas ausencia de tu
casa, me hablará en la recámara, donde está el repuesto de tus alhajas —y
era la verdad, que allí le solía hablar Camila—; y no quiero que
precipitosamente corras a hacer alguna venganza, pues no está aún cometido
el pecado sino con pensamiento, y podría ser que, desde éste hasta el
tiempo de ponerle por obra, se mudase el de Camila y naciese en su lugar el
arrepentimiento. Y así, ya que, en todo o en parte, has seguido siempre mis
consejos, sigue y guarda uno que ahora te diré, para que sin engaño y con
medroso advertimento te satisfagas de aquello que más vieres que te
convenga. Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces
sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los
tapices que allí hay y otras cosas con que te puedas encubrir te ofrecen
mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos, y yo por los míos,
lo que Camila quiere; y si fuere la maldad que se puede temer antes que
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