Filosofía Fundamental, Tomo I - 16

Süzlärneñ gomumi sanı 4704
Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1201
36.4 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
52.7 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
61.7 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
Härber sızık iñ yış oçrıy torgan 1000 süzlärneñ protsentnı kürsätä.
objetos que se nos ofrecen; la naturaleza misma nos dice cuál es el
sendero que debemos tomar, pero no nos fuerza á tomarle: delante
tenemos la vida y la muerte: lo que nos agrada, aquello se nos da.

[326.] Independientemente de la accion del libre albedrío, hay en el
hombre una cualidad muy á propósito para que las inclinaciones
naturales se desvien con frecuencia de su objeto: la debilidad. Así
pues no es de extrañar que estas inclinaciones se extravien tan á
menudo, conduciéndonos al error en lugar de la verdad; esto hace mas
necesario el fijar los caractéres del sentido comun, que pueda servir
de criterio _absolutamente infalible_.

[327.] Señalaré las condiciones que en mi concepto tiene el verdadero
sentido comun, que no engaña nunca.
CONDICION 1.ª
La inclinacion al asenso es de todo punto irresistible, de manera que
el hombre ni aun con la reflexion, puede resistirle ni despojarse de
ella.
CONDICION 2.ª
De la primera dimana la otra, á saber: toda verdad de sentido comun es
absolutamente cierta para todo el linaje humano.
CONDICION 3.ª
Toda verdad de sentido comun puede sufrir el exámen de la razon.
CONDICION 4.ª
Toda verdad de sentido comun tiene por objeto la satisfaccion de
alguna gran necesidad de la vida sensitiva, intelectual ó moral.

[328.] Cuando estos caractéres se reunen, el criterio del sentido
comun es absolutamente infalible, y se puede desafiar á los escépticos
á que señalen un ejemplo en que haya fallado. A proporcion que estas
condiciones se reunen en mas alto grado, el criterio del sentido comun
es mas seguro, debiéndose medir por ellas los grados de su valor.
Expliquémoslo con algunos ejemplos.
No cabe duda en que el comun de los hombres objetiva las sensaciones
hasta el punto de trasladar á lo exterior lo mismo que ellos sienten,
sin distinguir entre lo que hay de subjetivo y de objetivo. Los
colores, el linaje humano los considera en las cosas mismas; para él
lo verde no es la sensacion de lo verde, sino una cierta cosa, una
calidad ó lo que se quiera llamar, inherente al objeto. ¿Es así en
realidad? nó ciertamente: en el objeto externo hay la causa de la
sensacion, hay la disposicion de las partes para producir por medio de
la luz esa impresion que llamamos _verde_. El sentido comun nos
engaña, ya que el análisis filosófico le convence de falaz. ¿Pero
tiene todas las condiciones arriba señaladas? nó. Por lo pronto le
falta el ser capaz de sufrir el exámen de la razon; tan luego como se
reflexiona sobre el particular, se descubre que hay aquí una ilusion
tan inocente como hermosa. Le falta además al asenso la condicion de
irresistible; porque desde el momento en que nos convencemos de que
hay ilusion, el asenso deja de existir. No es universal el asenso pues
no le tienen los filósofos. No es indispensable para satisfacer alguna
necesidad de la vida; y por consiguiente no tiene ninguna de las
condiciones arriba señaladas. Lo que se ha dicho de la vista puede
aplicarse á todas las sensaciones; ¿hasta qué punto será valedero pues
el testimonio del sentido comun en cuanto nos lleva á objetivar la
sensacion? hélo aquí.
Para las necesidades de la vida es necesaria la seguridad de que á las
sensaciones les corresponden objetos externos; á esto asentimos con
impulso irresistible, todos los hombres, sin distincion alguna. La
reflexion no basta para despojarnos de la inclinacion natural; y la
razon, aun la mas cavilosa, si alguna vez puede hacer vacilar los
fundamentos de esta creencia, no alcanza á convencerla de errónea. Los
que dan mayor importancia á esas cavilaciones podrán decir que no
sabemos si existen los cuerpos, pero nó probar que no existan.
En este punto pues, la inclinacion natural reune todos los caractéres
para elevarse al rango de criterio infalible; es irresistible, es
universal, satisface una gran necesidad de la vida y sufre el exámen
de la razon.
Por lo que toca á las calidades, objeto directo de la sensacion, no
necesitamos que existan en los mismos cuerpos; nos basta que en estos
haya algo que nos produzca de cualquiera modo que sea, la impresion
correspondiente. Poco importa que el color verde y el anaranjado sean
ó nó calidades de los objetos, con tal que en ellos sea constante la
calidad que nos produce en los casos respectivos, la sensacion de
anaranjado ó de verde. Para todos los usos de la vida resulta lo mismo
en un caso que en otro; aun cuando el análisis filosófico se
generalizase, no se perturbarian las relaciones del hombre con el
mundo sensible. Hay quizás una especie de desencanto de la naturaleza,
pues que el mundo despojado de las sensaciones no es ni con mucho tan
bello; pero el encanto continúa para la generalidad de los hombres; á
él está sometido tambien el filósofo excepto en los breves instantes
de reflexion; y aun en estos, siente un encanto de otro género, al
considerar que gran parte de esa belleza que se atribuye á los objetos
la lleva el hombre en sí mismo, y que basta el simple ejercicio de las
facultades armónicas de un ser sensible para que el universo entero se
revista de esplendor y de galas (XXVIII).


CAPÍTULO XXXIII.
ERROR DE LA-MENNAIS SOBRE EL CONSENTIMIENTO COMUN.

[329.] La fe instintiva en la autoridad humana de que hablo en el
capítulo anterior, es un hecho atestiguado por la experiencia y que
ningun filósofo ha puesto en duda. Esa fe, dirigida por la razon de la
manera conveniente, constituye uno de los criterios de verdad. Los
errores á que en ciertos casos puede inducir, son inherentes á la
debilidad humana, y están abundantemente compensados por las ventajas
que dicha fe produce al individuo y á la sociedad.
Un célebre escritor ha querido refundir todos los criterios en el de
la autoridad humana, afirmando resueltamente que el «consentimiento
comun, _sensus communis_, es para nosotros el sello de la verdad, y
que no hay otro,» (La-Mennais Ensayo sobre la indiferencia en materia
de religion tom. 2 cap. 13). Este sistema tan erróneo como extraño, y
en que se confunden palabras tan diversas como _sensus_ y _consensus_,
está defendida con aquella elocuente exageracion que caracteriza al
eminente escritor; bien que al lado de la elocuencia se echa de menos
la profundidad filosófica. Los resultados de semejante doctrina se
hallan patentes en la triste suerte que ha cabido á tan brillante como
malogrado ingenio; abrió una sima en que se hundia toda verdad; el
primero que se ha sepultado en ella, ha sido él mismo. Apelar á la
autoridad de los demás en todo y para todo, despojar al individuo de
todo criterio, era anonadarlos todos, incluso el que se pretendia
establecer.
No se concibe cómo un sistema semejante puede tener cabida en tan
elevado entendimiento; cuando se leen las elocuentes páginas en que
está desenvuelto, se siente una pena inexplicable al ver empleados
rasgos tan brillantes en repetir todas las vulgaridades de los
escépticos, para venir á parar á la paradoja mas insigne y al sistema
menos filosófico que se pueda imaginar.
Único criterio llama La-Mennais al consentimiento comun; sin embargo
basta dar una ojeada sobre los demás para convencerse de la
esterilidad del nuevo para producirlos.

[330.] En primer lugar, el testimonio de la conciencia no puede
apoyarse de ningun modo en la autoridad ajena. Formado como está por
una serie de hechos íntimamente presentes á nuestro espíritu, sin que
sea dable ni aun concebir sin ellos el pensamiento individual, claro
es que ha de preexistir á la aplicacion de todo criterio, pues que el
criterio es imposible para quien no piense.
Nada mas débil bajo el aspecto científico, que la refutacion que
pretende hacer Mr. de La-Mennais del principio de Descartes. «Cuando
Descartes para salir de su duda metódica establece esta proposicion,
_yo pienso luego soy_, salva un abismo inmenso, y coloca en el aire la
primera piedra del edificio que pretende levantar; porque en rigor no
podemos decir yo pienso, yo soy; no podemos decir _luego_, ni afirmar
nada por via de consecuencia» (Ibid.). El principio de Descartes era
digno de mas detenido exámen para quien trataba de inventar un
sistema; oponerle que no podemos decir _luego_, es repetir el
manoseado argumento de las escuelas; y el afirmar que no podemos
decir, yo pienso, es contrariar un hecho de la conciencia que no han
negado los mismos escépticos. En el lugar correspondiente llevo
explicado con la debida extension cuál es, ó al menos cuál debe ser,
el sentido del principio de Descartes.
Sí segun La-Mennais, no podemos decir yo pienso, menos podremos decir
que piensan los demás; y como el pensamiento ajeno le necesitamos
absolutamente en el sistema que asienta por único criterio el
consentimiento comun, resulta que su primera piedra la pone
La-Mennais mas en el aire que los que hacen estribar la filosofía en
un hecho de conciencia.

[331.] Un criterio, mayormente si tiene la pretension de ser el único,
ha de reunir dos condiciones: no suponer otro, y tener aplicacion á
todos los casos. Cabalmente el del consentimiento comun es el que
menos las reune; antes que él está el testimonio de la conciencia;
antes que él está tambien el testimonio de los sentidos; pues no
podemos saber que los demás consienten, si de esto no nos cercioran el
oido ó la vista.

[332.] Este criterio no es posible en estos casos, y en muchos otros
es harto difícil, cuando no imposible del todo. ¿Hasta qué punto se
necesita el consentimiento comun? si la palabra _comun_ se refiere á
todo el linaje humano, ¿cómo se recogen los votos de toda la
humanidad? si el consentimiento no debe ser unánime, ¿hasta qué punto
la contradiccion ó el simple no asentimiento de algunos, destruirá la
legitimidad del criterio?

[333.] El orígen del error de La-Mennais está en que tomó el efecto
por la causa, y la causa por el efecto. Vió que hay ciertas verdades
en que convienen todos, y dijo: la garantía del acierto de cada uno,
está en el consentimiento de la totalidad. Analizando bien la materia
hubiera notado que la razon de la seguridad del individuo, no nace del
consentimiento de los demás, sino que ser el contrario la razon de que
convienen todos, es que cada uno de por sí se siente obligado á
convenir. En esa gran votacion del linaje humano, vota cada uno en
cierto sentido, por el impulso mismo de la naturaleza; y como todos
experimentan el mismo impulso, todos votan de la misma manera.
La-Mennais ha dicho: cada uno vota de un mismo modo porque todos votan
así; no advirtiendo que de esta suerte la votacion no podria acabar ni
aun comenzar. Esta comparacion no es una ocurrencia satírica, es un
argumento rigurosamente filosófico á que nada se puede contestar; él
basta para poner de manifiesto lo infundado y contradictorio del
sistema de La-Mennais, así como indica por otra parte el orígen de la
equivocacion, que consiste en tomar el efecto por la causa.

[334.] La-Mennais apela al testimonio de la conciencia para probar que
su criterio es el único: yo creo que este testimonio enseña todo lo
contrario. ¿Quién ha esperado jamás la autoridad de los otros para
cerciorarse de la existencia de los cuerpos? ¿no vemos que los mismos
brutos en fuerza de un instinto natural, objetivan á su modo las
sensaciones? Para prestar asenso á la palabra de los hombres, si no
tuviésemos mas criterio que el consentimiento comun, no podriamos
jamás creer á ninguno, por la sencilla razon de que no es dable
asegurarnos de lo que dicen ó piensan los demás sin comenzar por creer
á alguno. El niño para dar fe á lo que le cuenta su madre, ¿se refiere
por ventura á la autoridad de los otros? ¿no obedece mas bien al
instinto natural que con mano benéfica le ha comunicado el Criador? El
niño no cree porque todos creen; por el contrario, todos los niños
creen porque cada uno cree; la creencia individual no nace de la
general; antes bien la general se forma del conjunto de las creencias
individuales: no es natural porque es universal, sino que es universal
porque es natural.

[335.] El Aquiles de La-Mennais consiste en que en ciertos casos para
asegurarnos de la verdad con respecto á los demás criterios, apelamos
al consentimiento comun, y que la locura misma no es mas que el desvío
de este consentimiento. A un hombre se le dice que sus ojos le engañan
con respecto á un objeto que tiene á la vista; instintivamente se
vuelve hacia los demás y les pregunta si no lo ven de la misma manera.
Si todos convienen en que yerra y está seguro de que no se chancean,
sentirá vacilar por un momento la fe en el testimonio de la vista, se
acercará al objeto, se colocará en otra posicion, ó empleará el medio
que mejor le parezca para cerciorarse de que no se engaña. Si á pesar
de esto ve el objeto de la misma manera, y las mismas personas y
cuantas sobrevienen persisten en asegurar que la cosa no es como él la
ve, si está en su juicio, desconfiará del testimonio de la vista y se
creerá atacado de alguna enfermedad que le desordena la vision. A esto
se reduce el argumento de La-Mennais. ¿Qué resulta de él? nada en
favor del sistema del consentimiento comun: es cierto que los demás
criterios están sujetos á error en circunstancias excepcionales; es
cierto que en tales casos, y en naciendo la duda, se apela al
testimonio de los otros; mas, ¿para qué? Para asegurarse de si el que
teme errar, ha sufrido uno de estos trastornos á que está sujeta la
miseria humana. Se sabe que lo natural es general; y el paciente que
duda, pregunta á los otros para saber si por algun accidente está
fuera del estado ordinario de la naturaleza, ¿Quién no ve la sinrazon
de elevar un medio excepcional al rango de criterio general y único?
¿Quién no ve la extravagancia de afirmar que estamos seguros del
testimonio de los sentidos, por la autoridad de los demás hombres,
solo porque en casos extremos, y al temer algun trastorno de nuestros
órganos, preguntamos á los demás si les parece lo mismo que á
nosotros?

[336.] No es posible llevar mas allá la exageracion de lo que hace
La-Mennais cuando afirma «que las ciencias exactas se fundan tambien
en el consentimiento comun, que en esta parte no disfrutan ningun
privilegio, y que el mismo nombre de _exactas_ no es mas que uno de
esos _vanos títulos_ con que el hombre engalana su flaqueza; que la
geometría misma no subsiste sino en virtud de un convenio tácito de
admirar ciertas verdades necesarias, convenio que puede expresarse en
los términos siguientes: _nosotros nos obligamos á tener tales
principios por ciertos; y á cualquiera que se niegue á creerlos sin
demostracion, le declaramos culpable de rebeldía contra el sentido
comun, que no es mas que la autoridad del gran número._» Esta
exageracion es intolerable: los argumentos que en las notas aduce
La-Mennais para probar la incertidumbre intrínseca de las matemáticas,
son sumamente débiles; y alguno de ellos pudiera hacernos sospechar
que el autor del _Ensayo sobre la indiferencia_ no era tan profundo
matemático como escritor elocuente.
No desconozco lo que se ha dicho contra la certeza de las ciencias
exactas, ni las dificultades que se ofrecen cuando se las llama al
tribunal de la metafísica: en el tomo 1.° del _Protestantismo
comparado con el Catolicismo_, tengo dedicado un capítulo á lo que
llamo instinto de fe, y en él me hago cargo de que este instinto
ejerce tambien su influencia en las ciencias exactas. No levantemos á
estas sobre las morales; tengamos en mas á las morales que á las
exactas; pero guardémonos de una exageracion que las destruye todas.


CAPÍTULO XXXIV.
RESÚMEN Y CONCLUSION.

[337.] Quiero terminar este libro, presentando en resúmen mis
opiniones sobre la certeza. En este resúmen se manifestará tambien el
enlace de las doctrinas expuestas en los capítulos anteriores.
Cuando la filosofía se encuentra con un hecho necesario, tiene el
deber de consignarle. Tal es la certeza: disputar sobre su existencia,
es disputar sobre el resplandor de la luz del sol en medio del dia. El
humano linaje está cierto de muchas cosas; lo están igualmente los
filósofos, inclusos los escépticos; el escepticismo absoluto es
imposible.
Descartadas las cuestiones sobre la existencia de la certeza, la
filosofía está libre de extravagancias, y situada en los dominios de
la razon; entonces se puede examinar cómo adquirimos la certeza, y en
qué se funda.
El linaje humano posee la certeza, como una calidad aneja á la vida;
como un resultado espontáneo del desarrollo de las facultades del
espíritu. La certeza es natural; precede por consiguiente á toda
filosofía, y es independiente de las opiniones de los hombres. Por lo
mismo, las cuestiones sobre la certeza, aunque importantes para el
conocimiento de las leyes á que está sujeto nuestro espíritu, son y
serán siempre estériles en resultados prácticos. Esta es una línea
divisoria, que la razon aconseja fijar, para que de las regiones
abstractas, no descienda jamás nada que pueda perjudicar á la sociedad
ni al individuo. Así, desde el principio de las investigaciones, la
filosofía y el buen sentido forman una especie de alianza, y se
comprometen á no hostilizarse jamás.
Al examinar los fundamentos de la certeza, surge la cuestion sobre el
primer principio de los conocimientos humanos: ¿existe? ¿cuál es?
Esta cuestion ofrece dos sentidos: ó se busca una primera verdad, que
contenga todas las demás como la semilla las plantas y los frutos, ó
se busca simplemente un punto de apoyo; lo primero da lugar á las
cuestiones sobre la ciencia trascendental; lo segundo, produce las
disputas de las escuelas sobre la preferencia de diferentes verdades
con respecto á la dignidad de primer principio.
Si hay verdad, ha de haber medios de conocerla: esto da orígen á las
cuestiones sobre el valor de los criterios.
En el órden de los seres, hay una verdad orígen de todas: Dios. En el
órden intelectual absoluto, hay tambien esta verdad orígen de todas:
Dios. En el órden intelectual humano, no hay una verdad orígen de
todas, ni en el órden real, ni en el ideal. La filosofía del _yo_ no
puede conducir á ningun resultado, para fundar la ciencia
trascendental. La doctrina de la identidad absoluta es un absurdo, que
además tampoco explica nada.
Aquí se ofrece el problema de la representacion. Esta puede ser de
identidad, causalidad, ó idealidad. La tercera es distinta de la
segunda, pero se funda en ella.
A mas del problema de la representacion, se examina el de la
inteligibilidad inmediata: problema difícil, pero importantísimo para
completar el conocimiento del mundo de las inteligencias.
Las disputas sobre el valor de los diferentes principios con respecto
á la dignidad de fundamental, nacen de la confusion de las ideas. Se
quieren comparar cosas de órden muy diverso, lo que no es posible. El
principio de Descartes es la enunciacion de un simple hecho de
conciencia; el de contradiccion, es una verdad objetiva, condicion
indispensable de todo conocimiento; el llamado de los cartesianos es
la expresion de una ley que preside á nuestro espíritu. Cada cual en
su clase, y á su manera, los tres no son necesarios: ninguno de ellos
es del todo independiente; la ruina de uno, sea el que fuere,
trastorna nuestra inteligencia.
Hay en nosotros varios criterios; pueden reducirse á tres: la
conciencia ó sentido íntimo, la evidencia, y el instinto intelectual,
ó sentido comun. La conciencia abraza todos los hechos presentes á
nuestra alma con presencia inmediata, como puramente subjetivos. La
evidencia se extiende á todas las verdades objetivas en que se
ejercita nuestra razon. El instinto intelectual es la natural
inclinacion al asenso en los casos que están fuera del dominio de la
conciencia y de la evidencia.
El instinto intelectual, nos obliga á dar á las ideas un valor
objetivo; en este caso, se mezcla con las verdades de evidencia, y en
el lenguaje ordinario se confunde con ella.
Cuando el instinto intelectual versa sobre objetos no evidentes, y nos
inclina al asenso, se llama _sentido comun._
La conciencia y el instinto intelectual, forman los demás criterios.
El criterio de la evidencia encierra dos cosas: la apariencia de las
ideas; esto pertenece á la conciencia: el valor objetivo, existente ó
posible; esto pertenece al instinto intelectual.
El testimonio de los sentidos, encierra tambien dos partes: la
sensacion, como puramente subjetiva; esto es de la conciencia: la
creencia en la objetividad de la sensacion; esto es del instinto
intelectual.
El testimonio de la autoridad humana se compone del de los sentidos,
que nos pone en relacion con nuestros semejantes, y del instinto
intelectual, que nos induce á creerle.
No todo se puede probar; pero todo criterio sufre el exámen de la
razon. El de la conciencia es un hecho primitivo de nuestra
naturaleza; en el de la evidencia se descubre la condicion
indispensable para la existencia de la razon misma; en el del instinto
intelectual, para objetivar las ideas, se halla una ley de la
naturaleza, indispensable tambien para la existencia de la razon; en
el del sentido comun, propiamente dicho, hay el asenso instintivo á
verdades, que luego examinadas, se nos presentan altamente razonables;
en el de los sentidos y de la autoridad humana, se encuentra lo que en
los demás casos del sentido comun, y es un medio para satisfacer las
necesidades de la vida sensitiva, intelectual y moral.
Los criterios no se dañan, se favorecen, y se fortifican
recíprocamente. Ni la razon lucha con la naturaleza, ni la naturaleza
con la razon; ambas nos son necesarias; ambas nos dirigen con acierto;
aunque las dos están sujetas á extravío, como que pertenecen á un ser
limitado y muy débil.

[338.] Una filosofía que no considera al hombre sino bajo un aspecto,
es una filosofía incompleta, que está en peligro de degenerar en
falsa. En lo tocante á la certeza, conviene no perder de vista la
observacion que precede: hacerse demasiado exclusivo, es colocarse al
borde del error. Analícense enhorabuena las fuentes de verdad; pero al
mirarlas por separado, no se pierda de vista el conjunto. Concebir de
antemano un sistema, y querer sujetarlo todo á sus exigencias, es
poner la verdad en el lecho de Procusto. La unidad es un gran bien;
pero es menester contentarse con la medida que nos impone la
naturaleza. La verdad, es preciso buscarla por los medios humanos, y
en proporcion de nuestro alcance. Las facultades de nuestro espíritu
están sometidas á ciertas leyes de que no podemos prescindir.
Una de las leyes mas constantes de nuestro ser, es la necesidad de un
ejercicio simultáneo de facultades, no solo para cerciorarse de la
verdad sino tambien para encontrarla. El hombre reune con la
simplicidad la mayor multiplicidad; uno su espíritu, está dotado de
varias facultades, está unido á un cuerpo de tal variedad y
complicacion, que con mucha razon ha sido llamado un pequeño mundo.
Las facultades están en relacion íntima y recíproca; influyen de
contínuo las unas sobre las otras. Aislarlas es mutilarlas, y á veces
extinguirlas. Esta consideracion es importante, porque indica el vicio
radical de toda filosofía exclusiva.
El hombre sin sensaciones carece de materiales para el entendimiento,
y además se halla privado del estímulo sin el cual su inteligencia
permanece adormecida. Cuando Dios ha unido nuestra alma con un cuerpo,
ha sido para que sirviese el uno al otro; por lo cual ha establecido
esa admirable correspondencia entre las impresiones del cuerpo, y las
afecciones del alma. Esta necesita pues el cuerpo como un medio, como
un instrumento, ya se suponga una verdadera accion de él sobre ella,
ya una simple ocasion para la causalidad de un órden superior.
Aun cuando sin sensacion, el hombre pensase, no pensaría mas que como
un espíritu puro; no estaria en relacion con el mundo exterior, no
seria hombre en el sentido que damos á esta palabra. En tal caso el
cuerpo sobra; y no hay razon porque estén unidos.
Si admitimos las sensaciones y prescindimos de la razon, el hombre se
nos convierte en un bruto. Siente, mas no piensa; nada de combinacion
en las impresiones que experimenta, porque es incapaz de reflexionar:
todo se sucede en él como una serie de fenómenos necesarios, aislados,
que nada indican, á nada conducen, nada son, sino afecciones de un ser
particular, que ni los comprende, ni se da á sí mismo cuenta de ellos.
Hasta es difícil decir de qué clase son sus relaciones con el mundo
externo. Discurriendo por apariencias y por analogía, se hace probable
que los brutos objetivan tambien sus sensaciones; pero es regular que
su objetividad se distingue de la nuestra en muchos casos. Tomemos por
ejemplo el sueño. Si los brutos sueñan, como parece probable, y lo
indican algunas apariencias, no fuera extraño que no distinguiesen
entre el sueño y la vigilia del modo que lo hacemos nosotros. Esto
supone alguna reflexion sobre los actos, alguna comparacion entre el
órden y constancia de los unos con el desórden é inconstancia de los
otros: reflexion que hace el hombre desde su infancia, y que continua
haciendo toda su vida sin advertirlo. Cuando despertamos de un sueño
muy vivo, estamos á veces por algunos momentos dudando de si hay sueño
ó realidad; esta sola duda ya supone la reflexion comparativa de los
dos estados. ¿Y qué hacemos para resolver la duda? Atendemos al lugar
donde nos hallamos; y el hecho de estar en la cama, en la oscuridad y
silencio de la noche, nos indica que la vision anterior no tiene
ningun enlace con nuestra situacion, y que por tanto es un sueño. Sin
esta reflexion, se habrian encadenado las sensaciones del sueño con
las de la vigilia, confundidas todas en una misma clase.
El instinto concedido á los brutos y negado al hombre, es un indicio
de que para apreciar las sensaciones se nos ha dado la razon.
No hay pues en el hombre criterios de verdad enteramente aislados.
Todos están en relacion; se afirman y completan recíprocamente; siendo
de notar que las verdades de que están ciertos todos los hombres,
están apoyadas de algun modo por todos los criterios.
Las sensaciones nos llevan instintivamente á creer en la existencia de
un mundo exterior; y si dicha creencia se sujeta al exámen de la
razon, esta confirma la misma verdad, fundándose en las ideas
generales de causas y de efectos. El entendimiento puro conoce ciertos
principios, y asiente á ellos como á verdades necesarias; si se
sujetan los principios á la experiencia de los sentidos, salen
confirmados, en cuanto lo consiente la perfeccion de estos, ó de los
instrumentos con que se auxilian. «En un círculo todos los radios son
iguales.» Esta es una verdad necesaria; los sentidos no ven ningun
círculo perfecto; pero ven sí que los radios se acercan tanto mas á la
igualdad, cuanto mas perfecto es el instrumento con que se le
construye. «No hay mudanza, sin causa que la produzca.» Los sentidos
no pueden comprobar la proposicion en toda su universalidad, pues por
su naturaleza se limitan á un número determinado de casos
particulares; pero en todo cuanto se somete á su experiencia,
encuentran el órden de dependencia en la sucesion de los fenómenos.
Los sentidos se auxilian recíprocamente: la sensacion de un sentido,
se compara con las de otros, cuando hay duda sobre la correspondencia
entre ella y un objeto. Nos parece oir el ruido del viento; pero
nuestro oido nos ha engañado otras veces; para asegurarnos de la
verdad miramos si hay movimiento en los árboles ó en otros objetos. La
vista nos muestra un bulto; no hay bastante luz para discernirle de
una sombra: nos acercamos y tocamos.
Las facultades intelectuales y morales, ejercen tambien entre sí esta
influencia saludable. Las ideas rectifican los sentimientos, y los
sentimientos las ideas. El valor de las ideas de un órden se
comprueba con las de otro órden; y lo mismo se verifica en los
sentimientos. La compasion por el castigado inspira el perdon de todo
criminal; la indignacion inspirada por las víctimas del crímen, induce
á la aplicacion del castigo: ambos sentimientos encierran algo bueno:
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Çirattagı - Filosofía Fundamental, Tomo I - 17
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    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1157
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    50.9 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    59.6 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 06
    Süzlärneñ gomumi sanı 4666
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1045
    38.0 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    53.1 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    60.6 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 07
    Süzlärneñ gomumi sanı 4711
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1197
    36.3 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    51.1 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    58.8 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 08
    Süzlärneñ gomumi sanı 4716
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1120
    38.9 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    54.7 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 09
    Süzlärneñ gomumi sanı 4748
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1010
    37.3 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    53.5 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 10
    Süzlärneñ gomumi sanı 4648
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 972
    37.0 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    51.8 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    59.3 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 11
    Süzlärneñ gomumi sanı 4762
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1090
    39.9 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    54.7 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 12
    Süzlärneñ gomumi sanı 4776
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1087
    37.2 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    52.6 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    60.9 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 13
    Süzlärneñ gomumi sanı 4789
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1075
    36.9 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    50.0 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    56.6 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 14
    Süzlärneñ gomumi sanı 4676
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1126
    35.0 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    49.8 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    56.4 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 15
    Süzlärneñ gomumi sanı 4741
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1104
    38.0 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    54.9 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    63.4 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    Härber sızık iñ yış oçrıy torgan 1000 süzlärneñ protsentnı kürsätä.
  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 16
    Süzlärneñ gomumi sanı 4704
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1201
    36.4 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    52.7 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    61.7 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 17
    Süzlärneñ gomumi sanı 4435
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1495
    31.3 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    44.0 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    51.1 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 18
    Süzlärneñ gomumi sanı 4340
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1425
    29.3 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    41.4 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    47.6 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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  • Filosofía Fundamental, Tomo I - 19
    Süzlärneñ gomumi sanı 2191
    Unikal süzlärneñ gomumi sanı 690
    35.7 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    53.8 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
    60.3 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
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