🕥 37 minut uku
Flor de mayo - 10
Süzlärneñ gomumi sanı 4775
Unikal süzlärneñ gomumi sanı 1491
33.0 süzlär 2000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
47.1 süzlär 5000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
54.2 süzlär 8000 iñ yış oçrıy torgan süzlärgä kerä.
--_Sí_; _t'engaña, Pascualo_--decía con su desesperante lentitud--.
_T'engaña, y es en Tonet_.
_¡Recordons!_ ¿También metía á su pobre hermano en la danza? La
indignación le ahogaba; aquella mentira era insufrible, y en su furor
sólo sabía repetir:
--_¡Vesten, Rosario; vesten ó te mate!_
Pero lo decía de un modo terrible, cogiendo á su cuñada por las muñecas,
apretándola con furia, empujándola de un modo tan amenazador, que la
pobre mujer, al desasirse, mostraba miedo y comenzó á alejarse.
Había ido allí para hacerle un favor, para que no se rieran más las
gentes de él; pero ya que lo quería, podía seguir siendo un _bendito_.
--_¡Bruto_... _llanut!_
Y escupiendo estos dos insultos como despreciativa despedida, huyó
Rosario, quedando _el Retor_ inmóvil, con los brazos cruzados.
¡Oh, qué mala piel! ¡Cuán infeliz era su hermano con una mujer así!
Sentíase satisfecho por su arranque de indignación. Buenas cosas se
había oído la envidiosa: podía volver otra vez con mentiras.
Y paseaba por la arena, que humedecían las olas, sintiendo alguna vez el
agua en sus gruesos zapatones.
Daba bufidos de satisfacción recordando la energía con que había
procedido, pero algo le escarabajeaba en el cerebro y en el pecho, algo
que crecía por momentos y le apretaba la garganta, causándole mortal
angustia.
¿Y por qué no había de ser verdad lo que decía Rosario?...
Tonet había sido novio de Dolores; por el hermano conoció él á su mujer;
se veían con frecuencia; hablaban solos horas enteras; ella mostraba
gran interés por su cuñado... ¡Cristo! Y él sin sospechar nada, sin
adivinar su deshonra... ¡Cómo se habría reído la gente!
Y pateaba con furia, cerrando los puños y profiriendo juramentos
espantosos, de los que guardaba para los días de borrasca.
Pero no; no era posible. ¡Cómo gozaría la mala lengua si le viese á él
con su rabieta de muchacho crédulo! Y en resumen: ¿qué le había dicho?
Nada; la misma broma con que varias veces le habían molestado en la
playa; sólo que los pescadores se permitían la injuriosa suposición para
enfadarle y reirse de su gesto hosco, mientras que Rosario lanzaba tales
calumnias con la venenosa intención de poner en discordia al matrimonio.
Pero todo eran mentiras. ¿Faltarle á él Dolores? No era posible: ¡una
mujer tan buena, y además con un hijo, con Pascualet, al que quería
tanto!...
No podía ser. Y para convencerse mejor, para ahuyentar la angustia que
le oprimía, _el Retor_ paseaba aceleradamente y decía con voz tan
alterada por la emoción, que á él mismo le parecía que era de otro:
--_Mentira; tot mentira_.
Esto le tranquilizaba. Con tales palabras aliviábase, como si
convenciera al mar, á las sombras, á las barcas que habían presenciado
la calumniosa afirmación de Rosario; pero ¡ay! dentro llevaba el
enemigo; y mientras la lengua repetía _¡mentira!_, los oídos le
zumbaban, como si aun vibrasen en ellos las últimas palabras de su
cuñada: _¡Bruto!_... _¡llanut!_
No, ¡recristo! todo antes que eso. Al pensar que podían ser ciertas las
palabras de Rosario, sentía el ansia de destrucción de que habló á
Roseta días antes en el camino del Grao, y veía á Tonet y á Dolores y
hasta á su hijo, como si fuesen terribles enemigos.
¿Y por qué no había de ser verdad todo?... Una mujer como Rosario, para
vengarse de Dolores, podía calumniarla por el pueblo, pero ir
directamente á su esposo, suponía la desesperación de la que se cree
engañada.
Ahora se sentía arrepentido de haber contestado tan brutalmente á su
cuñada. Debió oirla, apurar toda la amarga verdad. El mayor dolor con su
terrible certeza era preferible á la inquietud.
--_¡Pare!_... _¡pare!_--gritaba una vocecita alegre desde la cubierta de
la _Flor de Mayo_.
Era Pascualet, llamando á su padre para cenar. Él no cenaba. ¿Quién
pensaba en cenar con aquella impresión que anudaba su garganta y le
oprimía el estómago?
El patrón se aproximó á la barca, hablando á su gente con tono seco é
imperioso. Podían cenar; él iba al pueblo, y si no volvía, que durmiesen
hasta el amanecer, hora de la salida.
Pascual se alejó sin mirar á su hijo, y como un fantasma atravesó
aquella playa negra, en línea recta, tropezando algunas veces con las
barcas viejas y hundiendo otras sus gruesos zapatos en las marismas que
formaba el oleaje en los días de tempestad.
Ahora se sentía mejor. ¡Qué calma gozaba al ir en busca de Rosario! Ya
no sentía el terrible zumbido en que iban envueltos los últimos
insultos de su cuñada; ya no se agitaba su pensamiento produciéndole
agudas punzadas en el cerebro. Su cráneo parecía hueco, no sufría dentro
del pecho pesadez alguna, sentíase con una ligereza asombrosa, como si
caminase á saltos, sin tocar apenas el suelo, y únicamente continuaba el
obstáculo de la garganta, el nudo asfixiante y un sabor salobre en la
lengua, como si estuviera tragando agua del mar.
Iba á saberlo todo, todo. ¡Qué amargo placer! _¡Recristo!_ Jamás hubiera
sospechado que una noche tenía que correr casi como un loco hacia la
barraca de su hermano, marchando por la playa y evitando las calles,
como si le avergonzara la presencia de gentes.
¡Ay! ¡Qué bien le había sabido clavar el puñal aquella Rosario; qué
misterioso poder tenían sus palabras y qué demonio insaciable y furioso
habían despertado dentro de él!...
Entró casi corriendo en una calle de míseros pescadores que desembocaba
en la playa, con sus olivos enanos, orlando las aceras ribazos de tierra
apisonada, y sus dos filas rectas de mezquinas barracas con cercas de
tablas viejas.
Empujó con tanta rudeza la puerta de la vivienda de su hermano, que la
madera fué á gemir, chocando contra la pared interior. Á la luz rojiza
de un candil vió á Rosario sentada en una silla baja, con la cabeza
entre las manos. Su aire de desolación ajustábase bien con el interior
mísero, escaso en sillas, y las paredes sin otro adorno que dos
estampas, una guitarra vieja y algunas redes antiguas.
La barraca, como decían las vecinas, olía á hambre y á palizas.
Rosario, al oir el estrépito, levantó la cabeza, y viendo al _Retor_ que
obstruía con su figura cuadrada el hueco de la puerta, sonrió con
expresión amarga:
--_¡Ah! ¡Eres tú!_...
Le esperaba. Estaba segura de que vendría. Podía pasar: no le guardaba
rencor por lo de momentos antes en la playa. ¡Ay! á todos les ocurría lo
mismo. La primera vez que á ella le hablaron mal de su marido no lo
quiso creer, no quiso oir á la mujer que la revelaba sus infidelidades,
riñó con ella, y después... después fué en busca de la vecina á pedirle
por Dios que hablase, como venía él ahora después que en la playa casi
la había pegado.
Así son todas las personas que quieren bien; primero el furor, la rabia
ante lo que creen mentira; después el maldito deseo de saber, aunque las
noticias desgarren las entrañas.
¡Ay, Pascualo!... ¡Cuán desgraciados eran los dos!
Y Pascual, que había entrado en la barraca cerrando la puerta, estaba de
pie ante su cuñada con los brazos cruzados, mirándola con expresión
hostil. Al verla, despertábase en él el odio instintivo contra el que
mata las propias ilusiones.
--_¡Parla_... _parla!_--decía el Retor con voz fosca, como si le
molestaran las palabras inútiles de su cuñada--. _¡Digues la veritat!_
El infeliz quería saber la verdad, toda la verdad; mostrábase amenazante
por la impaciencia, pero en su interior temblaba y hubiera deseado que
los segundos fuesen siglos para no llegar nunca á oir las revelaciones
de Rosario.
Pero ésta hablaba ya... ¿Tenía fuerzas para oirlo y resistirlo todo? Iba
á hacerle mucho daño, pero sólo le pedía que no la odiase. Ella también
sufría, y si hablaba era porque no podía resistir más; porque odiaba á
Tonet y á su infame cuñada; porque Pascualo la inspiraba la tierna
conmiseración de los compañeros de infortunio.
Dolores le engañaba. Y no era asunto de ayer; las criminales relaciones
databan de antiguo; comenzaron á los pocos meses de haberse casado ella
con Tonet. Aquella perra, al ver que Tonet era de otra mujer, lo había
apetecido, y por Dolores cometió él la primera infidelidad después de su
boda.
--_¡Pròbes_... _vinguen pròbes!_--rugía el patrón con los ojos
amarillentos que parecían herir á su cuñada.
Ésta sonreía con expresión de lástima. ¿Pruebas? que fuera á pedirlas á
todo el pueblo, que hacía más de un año comentaba alegremente las
relaciones. ¿No se enfadaría? ¿quería oir toda la verdad? Pues bien;
hasta los _gatos_ y los marineros jóvenes cuando hablaban en la playa de
algún marido engañado, decían como exageración que era más lanudo que
el Retor.
--_¡Recordons!_--rugía Pascual cerrando los puños y pateando el suelo--.
_Rosario_... _mira lo que parles. Si no es veritat, te mate_.
¡Matarla!... ¡Valiente caso hacía ella de la vida! Era hacerla un favor
quitarla de en medio. Sin hijos, sola, teniendo que hacer una vida de
bestia, muerta de hambre para dar alguna peseta al señor y que no la
zurrase, ¿para qué quería estar en el mundo?
--_Mira, Pascualo, mira_.
Y remangándose un brazo, mostraba sobre la blancuzca y pobre piel que
envolvía el hueso y los nervios, algunas huellas amoratadas que
delataban la presión dolorosa de una mano como una tenaza. ¡Y si fuese
aquello solo!... En todo el cuerpo podía enseñar marcas iguales. Eran
caricias del marido cuando ella le echaba en cara sus relaciones con
Dolores. Aquella misma tarde le había hecho lo del brazo, antes de ir á
la playa á reunirse con su cuñada, ayudándola á la venta del pescado
como si fuese su marido... ¡Cuánto se habría burlado la gente del pobre
_Retor!_
¿Quería pruebas? Pruebas tenía. ¿Por qué no se había embarcado Tonet en
la primera salida? ¿Qué herida era la de la mano que sólo duró hasta que
la _Flor de Mayo_ hubo salido del puerto? Al día siguiente le vieron
todos sin los engañosos trapos.
¡Pobre Pascual! Mientras él iba al mar, á dormir poco, sufriendo el
agua y el viento, todo por ganarse el pan, su mujer, su Dolores, se
burlaba de él. Tonet se acostaba en su cama como un señor, caliente y
regalado, burlándose del hermano tonto. Sí; era verdad: podía
asegurarlo; mientras él había estado en el mar, Tonet no había dormido
en su barraca, y aquella misma noche estaba ausente. Se había llevado
poco antes su hatillo de marinero, despidiéndose hasta la vuelta.
¡Llora, Pascualo! Su mujer y su hermano le creían pasando la noche en la
playa, y tal vez en aquel momento se preparaban á acostarse en la cómoda
cama del patrón.
--_¡Recristo!_--murmuraba _el Retor_ con acento doloroso, levantando la
cabeza como si protestase contra los de arriba, que permitían que á un
hombre honrado le ocurrieran tales cosas.
Pero él no se entregaba fácilmente. Su carácter honrado y bondadoso
rebelábase ante tanta monstruosidad. Aunque aceptaba en su interior la
revelación dolorosa, gritaba con expresión amenazante:
--_¡Mentira_... _mentira!_
Rosario enardecíase. ¿Mentira? Con hombres tan ciegos como él no valían
pruebas. ¿Á qué tanto gritar? ¿Iba acaso á comérsela? Era un topo, sí
señor; un topo digno de lástima que no veía más allá de sus narices.
Otro en su situación ya habría adivinado desde mucho tiempo antes lo que
ocurría. Pero él... ¡vaya una ceguera! Ni siquiera se había fijado en su
hijo para reconocer su semejanza.
¡Esta sí que fué puñalada! _El Retor_, á pesar de la pátina bronceada
que había dado á su tez el ambiente del mar, púsose pálido, con una
blancura lívida; vaciló sobre sus robustas piernas como si la verdad le
zarandease rudamente, y la sorpresa le hizo tartamudear con angustia.
¡Su hijo!... ¡su Pascualet! ¿Y á quién se parecía? Á ver: que hablase
pronto la mala pécora. Su hijo era suyo, muy suyo. Á él únicamente había
de parecerse.
¡Pero de qué modo reía la maldita! Parecía un sarcástico demonio. ¡Qué
terrible gracia le hacía su paternal afirmación!... Y oyó aterrado las
explicaciones de Rosario. Para ser hijo suyo debía parecérsele como él
se semejaba á su padre, el difunto tío Pascual. Y no era así, no.
Pascualet era igual á su tío: los mismos ojos, la misma esbeltez,
idéntico aire de _pinturero_. ¡Ah, pobre _Retor!_ ¡Ciego _lanudo!_ Que
se fijase bien y vería como su hijo era igual á Tonet en la época que
vivía en la barca de la madre y correteaba por la playa hecho un
pillete.
Ahora _el Retor_ ya no dudó. Aquello lo creía á ojos cerrados. Parecía
que acababan de batirle una catarata y todo lo contemplaba con mayor
claridad, con nuevas formas y desconocidos relieves, como un ciego que
veía al mundo por primera vez. Era verdad. Lo mismo era su hijo que el
otro: varias veces, contemplándolo, había adivinado su instinto una vaga
semejanza con alguien que no podía definir.
Se llevó las crispadas manos al pecho, como si fuese á desgarrarlo, á
sacar de él algo que quemaba, y después se echó un fiero zarpazo á la
cabeza.
--_¡Recontracordons!_--gimoteó con una voz ronca que alarmó á Rosario--.
_¡Santo Cristo del Grau!_...
Anduvo algunos pasos como si estuviera borracho y desplomóse con tanto
ímpetu, que el suelo tembló con el choque de su pecho poderoso, y las
piernas se levantaron á impulsos de la caída.
Cuando _el Retor_ despertó estaba tendido de espaldas y sentía en las
mejillas un cosquilleo caliente, como si algún bichillo se escurriera
escarabajeando sobre su piel con tibio contacto.
Llevóse una mano penosamente á la dolorida cara, y á la luz del candil
la vió manchada de sangre. Las narices le dolían; comprendió que al
caer, su rostro había chocado con el suelo, produciéndose una fuerte
hemorragia.
Rosario estaba arrodillada junto á él é intentaba limpiarle la cara con
un trapo húmedo.
_El Retor_, al ver el rostro despavorido de su cuñada, recordó sus
revelaciones y lanzó á Rosario una mirada de odio.
¡Que no le ayudase! Podía levantarse solo. La agradecía todo el mal que
le había hecho. No; no eran necesarias excusas. ¡Si él estaba muy
satisfecho!... Noticias como aquellas no se olvidan nunca. Y gracias que
había tenido la pérdida de sangre, pues de lo contrario era posible que
se hubiera quedado muerto en el sitio, víctima de una congestión...
¡Ay, cómo sufría!... Pero también ¡cómo se iba á divertir! Ya se cansaba
de ser bueno. ¿De qué servía que un hombre fuese honrado y se quitara la
piel para bien de la familia? Ya se encargaban de martirizarle los vagos
y las malas pécoras que estaban en el mundo para la perdición de los
hombres de bien. ¡Pero cómo iba á divertirse! ¡Cómo se acordaría el
Cabañal del _Retor_, del famoso _lanudo!_
Y barboteando quejas y amenazas entre suspiros y rugidos, el patrón
restregábase con el trapo el dolorido rostro, como sí aquella frescura
le aliviase.
Avanzaba hacia la puerta con ademán resuelto y hundiendo sus manazas en
la faja. Rosario intentaba cerrarle el paso con expresión de terror,
como si acabara de despertarse en ella la loca pasión por Tonet y
temiese por su vida.
Debía detenerse; esperar. ¿Quién sabe si todo eran mentiras, visiones de
ella, murmuraciones de la gente? Tonet era su hermano.
Pero _el Retor_ sonreía de un modo lúgubre. Que no hablase más; estaba
convencido; se lo decía el corazón, y era bastante... El mismo temor de
Rosario le confirmaba en su creencia. ¿Tenía miedo por Tonet? ¿Le
quería? También él quería á su Dolores á pesar de todo. La llevaba en el
pecho; por más que hiciera, no podría sacar de allí dentro á la gran...
_punta_, y sin embargo, ya vería Rosario, ya vería todo el pueblo cómo
procedía Pascualo el _llanut_.
--No, _Pascualo_--suplicaba Rosario, intentando agarrar sus poderosas
manazas--. _Espera_.. _esta nit no_..._atre día_.
¡Oh! Él lo adivinaba. Rosario sabía que aquella noche estaba su marido
en su casa junto con Dolores. Pero podía tranquilizarse. Decía bien;
_aquella nit no_. Además, había olvidado la faca y no era cosa de matar
á bocados á la infame pareja... ¡Paso libre! ¡Allí se ahogaba!
Y apartando á Rosario de un vigoroso empellón, se echó á la calle.
Su primera sensación al verse en la obscuridad fué de placer. Parecíale
que acababa de salir de un horno y aspiraba con deleite la brisa cada
vez más fresca.
No lucía estrella alguna; el cielo estaba encapotado, y á pesar de su
situación, Pascual, con el instinto de marinero, examinó el espacio y se
dijo que al día siguiente sería malo el tiempo.
Después se olvidó del mar y del próximo temporal y anduvo tiempo y más
tiempo sin pensar en nada, moviendo las piernas instintivamente, sin
voluntad ni rumbo determinado, repercutiéndole los pasos dentro del
cráneo, como si estuviera hueco.
Sentíase tan insensible como poco antes, cuando yacía tendido sin
conocimiento en la barraca de Tonet. Dormía de pie, abrumado por el
dolor, pero su sueño era ambulante; y á pesar de la parálisis de sus
sentidos, las piernas movíanse aceleradamente, sin que Pascual notase
que pasaba siempre por el mismo sitio.
Su única sensación era de amargo placer. ¡Qué alegría poder caminar
amparado por las sombras, pasearse por unas calles que á la luz del sol
no tendría el valor de atravesar!
El silencio causábale la dulce sensación que siente el fugitivo al verse
en el desierto, lejos de los hombres y al abrigo de la soledad.
Vió á lo lejos, marcada en el suelo la faja de luz de una puerta
abierta; alguna taberna tal vez, y huyó tembloroso, agitado, como si
acabase de encontrar un peligro.
¡Ay! ¡Si le viese alguien! Tal vez muriera de vergüenza. El más
insignificante grumetillo le haría huir.
Obscuridad y silencio era lo que buscaba. Y caminaba sin cansarse, tan
pronto por las muertas calles de la población como por la playa, que
también parecía intimidarle. _¡Recristo!_ ¡Cómo se habrían burlado de él
en los corrillos! Todas las barcas viejas debían estar en el secreto, y
cuando crujían era que celebraban á su modo la ceguera del patrón de la
_Flor de Mayo_.
Varias veces despertó del sopor que inconscientemente le hacía errar sin
descanso.
Una vez se encontró cerca de su barca y otra parado ante su casa y con
la mano tendida hacia el aldabón... Había que huir de allí; quería
sosiego y calma; tiempo le quedaba. Y este raciocinio fué poco á poco
sacando el pensamiento de su catalepsia dolorosa.
No se entregaba; ¡nunca! Sabrían todos quién era él, pero esto no
impedía que encontrase ciertos motivos para disculpar á Dolores. Al fin
no desmentía su casta. Era legítima hija del _tío Paella_, aquel
borrachón que tenía por abonadas á las chicas del barrio de Pescadores,
y en su casa hablaba lo mismo que si Dolores fuese otra de la parroquia.
¿Qué había aprendido de su padre? Cochinadas, nada más que cochinadas, y
así había salido ella. La culpa era de él, ¡grandísimo bruto! casándose
con una mujer que forzosamente había de resultar tal como era.
Ya lo decía su madre... La que mejor conocía á Dolores era la _siñá_
Tona, cuando se oponía á que la hija de _Paella_ fuese su nuera. Dolores
era una mala mujer, pero él no podía chillar muy alto, pues resultaba
culpable por haberse casado con ella.
Á quien odiaba era á Tonet... ¡Deshonrar á un hermano! ¿Cuándo se había
visto tal monstruosidad? Tenía que arrancarle el alma.
Pero apenas formulaba en su interior los horribles deseos de venganza,
surgía la protesta de la sangre. Oía la voz de Rosario diciéndole como
amarga advertencia que Tonet era su hermano. ¿Cuándo se había visto que
un hermano matase á otro? Caín únicamente, aquel hombre perverso, del
que había oído hablar con tanta indignación al cura del Cabañal. Además,
¿Tonet era culpable?... No; el culpable era él, nadie más que él. Ahora
lo veía con claridad. Le había quitado la novia al pobre Tonet; Dolores
y él se amaban antes de que _el Retor_ pensase en decir una palabra á la
hija de _Paella_; y había sido una barbaridad, como todo lo suyo,
casarse con una mujer que era de su hermano.
Lo que ahora le afligía era forzoso que ocurriese. ¿Qué culpa tenían los
dos si al verse juntos, en continuo trato por el parentesco, había
resucitado la antigua pasión?
Se detuvo unos instantes, como abrumado por la culpabilidad que le
parecía evidente, y al darse cuenta del lugar donde se hallaba, vióse en
la playa, á pocos pasos de la taberna de su madre.
La barcaza vieja y sombría, asomando entre las cercas de cañas, evocó el
recuerdo del pasado. Vióse pequeño, correteando por la playa, llevando
en brazos á su hermano, al diablejo exigente que le martirizaba con sus
caprichos de arrapiezo rabioso. Su vista parecía traspasar las viejas
tablas de la barcaza y veía el angosto camarote, sentía la tibia caricia
de la colcha que cubría amorosamente á los dos; á él cuidadoso y
solícito como una madre, y al otro, á su compañero de miseria, que
apoyaba sobre sus mejillas la morena cabecita.
Sí; tenía razón Rosario. Era su hermano; mejor aún: era su hijo, pues
él, más que la _siñá_ Tona, había cuidado del encantador pillete,
plegándose á todas sus exigencias como esclavo cariñoso.
¿Y le había de matar?... ¡Dios mío!... ¿Quién había imaginado tal
monstruosidad? No; perdonaría; por algo era cristiano y creía á ojos
cerrados en todas las palabras de su amigo don Santiago.
La calma absoluta de la playa, su obscuridad de caos, la ausencia
completa de todo ser humano, infiltraban la dulzura en su indignada
rudeza, inclinándole al perdón.
Pascual sentíase nacer á una vida nueva; hasta le parecía que era otro
quien pensaba por él. La desgracia aguzaba su inteligencia.
Dios era el único que le veía en aquel momento: á Él solo tenía que dar
cuentas. ¿Y qué le importa á Dios que una mujer engañe á su marido?
Pequeñeces, miserias de los gusanillos que pueblan este mundo; lo
importante era ser bueno y no contestar á la infidelidad con un nuevo
crimen.
_El Retor_ regresó lentamente hacia el Cabañal. Experimentaba gran
alivio; la frescura del ambiente parecía haber penetrado en su ardoroso
interior. Sentíase débil. Desde por la mañana no había comido, y el
golpe en la cara le causaba una picazón molesta.
Sonaban á lo lejos relojes dando la hora... ¡Las dos! Parecía imposible
la rapidez con que había transcurrido el tiempo. Más pesadas le
resultarían las pocas horas que quedaban hasta el amanecer.
Al entrar en la calle oyó una voz de niño que cantaba. Algún grumetillo
que iba hacia su barca. _El Retor_ le distinguió en la obscuridad
pasando por la acera de enfrente, cargado con dos remos y un lío de
redes. Aquel encuentro le trastornó rápidamente.
Dentro de él existían dos seres; ahora lo comprendía. El uno era el de
siempre, el bondadoso y cachazudo, penetrado de afecto á todos los
suyos; el otro la bestia que él presentía cuando pensaba en la
posibilidad de ser engañado, y que ante la traición estremecíase con el
delirio de la sangre.
En la obscuridad sonó una risotada fosca y estridente del _Retor_.
¿Quién hablaba de perdonar? ¡Valiente paparrucha! Reíase él del imbécil
que momentos antes se enternecía como un niño ante la barcaza de la
_siñá_ Tona. _¡Lanudo!_... ¡Cobarde! Todos sus lloriqueos eran excusas
de poltrón, pretextos de un hombre sin agallas para vengarse. Que
perdonase don Santiago y todos los que sabían decir cosas tan bonitas...
Él era un marinero, un hombre con más colgantes que un toro pardo, y el
que se la hacía, _¡redeu!_, se la pagaba, así se metiera en el vientre
de un tiburón. _¡Lanudo!_... ¡Cobarde!
Y el patrón, ofendido por el recuerdo de la pasada debilidad, se
insultaba, dábase furiosos puñetazos en el pecho, como si quisiera
castigar la bondad de su carácter.
¡Perdonar!... Aun podría hacerlo viviendo en un desierto; pero él vivía
en un pueblo donde todos se conocían; dentro de pocas horas, así como
pasaba aquel chicuelo, irían por las calles centenares de personas que
al verle se tocarían con el codo, diciendo entre risas: _Ahí va
Pascualo el llanut_; y eso no, ¡Cristo! antes la muerte. No le había
echado su madre al mundo para hacer reír á todo el Cabañal como si fuese
un mico. Mataría á Tonet, á Dolores, á medio pueblo si se le ponía
delante, y después, ¡venga lo que Dios quiera! El presidio se ha hecho
para los hombres que tienen agallas; y si le tocaba lo otro, lo peor,
también lo aceptaba. Si había de morir sobre la cubierta de su barca, lo
mismo le daba que le apretasen el cuello en alto: todo era caer sobre
tablas... _¡Recristo!_ Ahora verían quién era él.
Y echó á correr con los brazos encogidos, la cabeza baja, rugiendo como
si fuese á acometer, dando furiosos encontronazos en las esquinas,
guiado por el instinto, por el ansia de destrucción que le llevaba
rectamente hacia su casa.
Agarró la aldaba, y aquello fué un repiqueteo feroz é incesante que
conmovió la puerta, haciendo crujir las grietas de la madera. Quiso
gritar, insultar á los infames para que saliesen; escupirles las
tremendas amenazas que le bullían dentro del cráneo, pero no pudo;
sentía una parálisis en la cabeza, como si toda la vida se hubiese
concentrado en sus manazas, que casi arrancaban el aldabón, y en los
pies, que golpeaban la puerta, incrustando en las maderas los clavos de
sus zapatos.
Aquello era poco: más aun; para que rabiase el par de canallas. Y
agachándose, agarró de en medio de la calle un enorme pedrusco y lo
arrojó como una catapulta contra la puerta, que crujió dolorosamente,
conmoviendo toda la casa.
En el silencio que se hizo después de este estrépito, _el Retor_ oyó el
ruido de algunas ventanas que se abrían cautelosamente. Quería venganza,
pero no que se rieran los vecinos.
Adivinó lo ridículo de la situación si le sorprendían golpeando la
puerta de su casa, mientras los otros estaban dentro, y aterrado por las
nuevas burlas que caerían sobre él, huyó y fué á refugiarse en la
esquina inmediata, donde quedó agazapado.
Oyéronse cuchicheos y risas por un rato, pero después se cerraron las
ventanas y la calle quedó otra vez en silencio.
_El Retor_, con sus ojos de buen marinero, acostumbrado á las noches
lóbregas, veía desde la esquina la puerta de su casa. Allí permanecería
si era preciso hasta que saliera el sol.
Esperaba á su hermano... ¡Á su hermano, no! Al canalla de Tonet; y
cuando saliera... Era lástima no tener la faca á mano, pero le mataría
de cualquier modo; le apretaría el gaznate ó le machacaría el cráneo con
cualquier pedrusco de la calle. En cuanto á ella, entraría después en su
casa y la abriría el vientre con el cuchillo de la cocina ó haría otra
cosa semejante. ¡Ya veríamos! Puede que al pasar el tiempo se le
ocurriera otra barbaridad más chistosa.
Y _el Retor_, agazapado en la esquina, entreteníase en discurrir
tormentos, gozaba recordando cuantas clases de muerte había oído
relatar; las aplicaba todas á la infame pareja y hasta regodeábase
mentalmente con la esperanza de encender en la playa una pira de barcos
viejos, tostándolos á los dos á fuego lento.
¡Qué frío hacía!... ¡Y qué mal iba sintiéndose el pobre _Retor!_ Pasada
la locura furiosa que le acometió al encontrarse con el grumete, sentía
ahora una laxitud general, una debilidad que le paralizaba. La humedad
de la noche parecía penetrar hasta sus huesos, y el estómago le
atormentaba con dolorosos estremecimientos. ¡Ay, Dios! No en balde se
sufren los pesares. ¡Qué enfermo se sentía!... Por esto tenía que matar
á aquellos infames, ó de lo contrario acabarían con él á fuerza de
disgustos.
Aquella misma noche había conocido su desgracia, y ya se sentía
envejecido, con el robusto corpachón dominado por extraña debilidad.
¡Las tres! Con qué lentitud pasaba el tiempo. Y seguía allí, inmóvil,
sintiendo que la parálisis de sus miembros se apoderaba también de su
pensamiento.
Ya no imaginaba terribles castigos; no pensaba nada, y más de una vez se
preguntó qué hacía allí. Toda su voluntad estaba concentrada en los
ojos, que no se apartaban ni un sólo instante de la cerrada puerta.
Hacía ya mucho rato que habían sonado las tres y media, cuando _el
Retor_ creyó percibir un ligero chirrido y que se abría el postigo de su
_T'engaña, y es en Tonet_.
_¡Recordons!_ ¿También metía á su pobre hermano en la danza? La
indignación le ahogaba; aquella mentira era insufrible, y en su furor
sólo sabía repetir:
--_¡Vesten, Rosario; vesten ó te mate!_
Pero lo decía de un modo terrible, cogiendo á su cuñada por las muñecas,
apretándola con furia, empujándola de un modo tan amenazador, que la
pobre mujer, al desasirse, mostraba miedo y comenzó á alejarse.
Había ido allí para hacerle un favor, para que no se rieran más las
gentes de él; pero ya que lo quería, podía seguir siendo un _bendito_.
--_¡Bruto_... _llanut!_
Y escupiendo estos dos insultos como despreciativa despedida, huyó
Rosario, quedando _el Retor_ inmóvil, con los brazos cruzados.
¡Oh, qué mala piel! ¡Cuán infeliz era su hermano con una mujer así!
Sentíase satisfecho por su arranque de indignación. Buenas cosas se
había oído la envidiosa: podía volver otra vez con mentiras.
Y paseaba por la arena, que humedecían las olas, sintiendo alguna vez el
agua en sus gruesos zapatones.
Daba bufidos de satisfacción recordando la energía con que había
procedido, pero algo le escarabajeaba en el cerebro y en el pecho, algo
que crecía por momentos y le apretaba la garganta, causándole mortal
angustia.
¿Y por qué no había de ser verdad lo que decía Rosario?...
Tonet había sido novio de Dolores; por el hermano conoció él á su mujer;
se veían con frecuencia; hablaban solos horas enteras; ella mostraba
gran interés por su cuñado... ¡Cristo! Y él sin sospechar nada, sin
adivinar su deshonra... ¡Cómo se habría reído la gente!
Y pateaba con furia, cerrando los puños y profiriendo juramentos
espantosos, de los que guardaba para los días de borrasca.
Pero no; no era posible. ¡Cómo gozaría la mala lengua si le viese á él
con su rabieta de muchacho crédulo! Y en resumen: ¿qué le había dicho?
Nada; la misma broma con que varias veces le habían molestado en la
playa; sólo que los pescadores se permitían la injuriosa suposición para
enfadarle y reirse de su gesto hosco, mientras que Rosario lanzaba tales
calumnias con la venenosa intención de poner en discordia al matrimonio.
Pero todo eran mentiras. ¿Faltarle á él Dolores? No era posible: ¡una
mujer tan buena, y además con un hijo, con Pascualet, al que quería
tanto!...
No podía ser. Y para convencerse mejor, para ahuyentar la angustia que
le oprimía, _el Retor_ paseaba aceleradamente y decía con voz tan
alterada por la emoción, que á él mismo le parecía que era de otro:
--_Mentira; tot mentira_.
Esto le tranquilizaba. Con tales palabras aliviábase, como si
convenciera al mar, á las sombras, á las barcas que habían presenciado
la calumniosa afirmación de Rosario; pero ¡ay! dentro llevaba el
enemigo; y mientras la lengua repetía _¡mentira!_, los oídos le
zumbaban, como si aun vibrasen en ellos las últimas palabras de su
cuñada: _¡Bruto!_... _¡llanut!_
No, ¡recristo! todo antes que eso. Al pensar que podían ser ciertas las
palabras de Rosario, sentía el ansia de destrucción de que habló á
Roseta días antes en el camino del Grao, y veía á Tonet y á Dolores y
hasta á su hijo, como si fuesen terribles enemigos.
¿Y por qué no había de ser verdad todo?... Una mujer como Rosario, para
vengarse de Dolores, podía calumniarla por el pueblo, pero ir
directamente á su esposo, suponía la desesperación de la que se cree
engañada.
Ahora se sentía arrepentido de haber contestado tan brutalmente á su
cuñada. Debió oirla, apurar toda la amarga verdad. El mayor dolor con su
terrible certeza era preferible á la inquietud.
--_¡Pare!_... _¡pare!_--gritaba una vocecita alegre desde la cubierta de
la _Flor de Mayo_.
Era Pascualet, llamando á su padre para cenar. Él no cenaba. ¿Quién
pensaba en cenar con aquella impresión que anudaba su garganta y le
oprimía el estómago?
El patrón se aproximó á la barca, hablando á su gente con tono seco é
imperioso. Podían cenar; él iba al pueblo, y si no volvía, que durmiesen
hasta el amanecer, hora de la salida.
Pascual se alejó sin mirar á su hijo, y como un fantasma atravesó
aquella playa negra, en línea recta, tropezando algunas veces con las
barcas viejas y hundiendo otras sus gruesos zapatos en las marismas que
formaba el oleaje en los días de tempestad.
Ahora se sentía mejor. ¡Qué calma gozaba al ir en busca de Rosario! Ya
no sentía el terrible zumbido en que iban envueltos los últimos
insultos de su cuñada; ya no se agitaba su pensamiento produciéndole
agudas punzadas en el cerebro. Su cráneo parecía hueco, no sufría dentro
del pecho pesadez alguna, sentíase con una ligereza asombrosa, como si
caminase á saltos, sin tocar apenas el suelo, y únicamente continuaba el
obstáculo de la garganta, el nudo asfixiante y un sabor salobre en la
lengua, como si estuviera tragando agua del mar.
Iba á saberlo todo, todo. ¡Qué amargo placer! _¡Recristo!_ Jamás hubiera
sospechado que una noche tenía que correr casi como un loco hacia la
barraca de su hermano, marchando por la playa y evitando las calles,
como si le avergonzara la presencia de gentes.
¡Ay! ¡Qué bien le había sabido clavar el puñal aquella Rosario; qué
misterioso poder tenían sus palabras y qué demonio insaciable y furioso
habían despertado dentro de él!...
Entró casi corriendo en una calle de míseros pescadores que desembocaba
en la playa, con sus olivos enanos, orlando las aceras ribazos de tierra
apisonada, y sus dos filas rectas de mezquinas barracas con cercas de
tablas viejas.
Empujó con tanta rudeza la puerta de la vivienda de su hermano, que la
madera fué á gemir, chocando contra la pared interior. Á la luz rojiza
de un candil vió á Rosario sentada en una silla baja, con la cabeza
entre las manos. Su aire de desolación ajustábase bien con el interior
mísero, escaso en sillas, y las paredes sin otro adorno que dos
estampas, una guitarra vieja y algunas redes antiguas.
La barraca, como decían las vecinas, olía á hambre y á palizas.
Rosario, al oir el estrépito, levantó la cabeza, y viendo al _Retor_ que
obstruía con su figura cuadrada el hueco de la puerta, sonrió con
expresión amarga:
--_¡Ah! ¡Eres tú!_...
Le esperaba. Estaba segura de que vendría. Podía pasar: no le guardaba
rencor por lo de momentos antes en la playa. ¡Ay! á todos les ocurría lo
mismo. La primera vez que á ella le hablaron mal de su marido no lo
quiso creer, no quiso oir á la mujer que la revelaba sus infidelidades,
riñó con ella, y después... después fué en busca de la vecina á pedirle
por Dios que hablase, como venía él ahora después que en la playa casi
la había pegado.
Así son todas las personas que quieren bien; primero el furor, la rabia
ante lo que creen mentira; después el maldito deseo de saber, aunque las
noticias desgarren las entrañas.
¡Ay, Pascualo!... ¡Cuán desgraciados eran los dos!
Y Pascual, que había entrado en la barraca cerrando la puerta, estaba de
pie ante su cuñada con los brazos cruzados, mirándola con expresión
hostil. Al verla, despertábase en él el odio instintivo contra el que
mata las propias ilusiones.
--_¡Parla_... _parla!_--decía el Retor con voz fosca, como si le
molestaran las palabras inútiles de su cuñada--. _¡Digues la veritat!_
El infeliz quería saber la verdad, toda la verdad; mostrábase amenazante
por la impaciencia, pero en su interior temblaba y hubiera deseado que
los segundos fuesen siglos para no llegar nunca á oir las revelaciones
de Rosario.
Pero ésta hablaba ya... ¿Tenía fuerzas para oirlo y resistirlo todo? Iba
á hacerle mucho daño, pero sólo le pedía que no la odiase. Ella también
sufría, y si hablaba era porque no podía resistir más; porque odiaba á
Tonet y á su infame cuñada; porque Pascualo la inspiraba la tierna
conmiseración de los compañeros de infortunio.
Dolores le engañaba. Y no era asunto de ayer; las criminales relaciones
databan de antiguo; comenzaron á los pocos meses de haberse casado ella
con Tonet. Aquella perra, al ver que Tonet era de otra mujer, lo había
apetecido, y por Dolores cometió él la primera infidelidad después de su
boda.
--_¡Pròbes_... _vinguen pròbes!_--rugía el patrón con los ojos
amarillentos que parecían herir á su cuñada.
Ésta sonreía con expresión de lástima. ¿Pruebas? que fuera á pedirlas á
todo el pueblo, que hacía más de un año comentaba alegremente las
relaciones. ¿No se enfadaría? ¿quería oir toda la verdad? Pues bien;
hasta los _gatos_ y los marineros jóvenes cuando hablaban en la playa de
algún marido engañado, decían como exageración que era más lanudo que
el Retor.
--_¡Recordons!_--rugía Pascual cerrando los puños y pateando el suelo--.
_Rosario_... _mira lo que parles. Si no es veritat, te mate_.
¡Matarla!... ¡Valiente caso hacía ella de la vida! Era hacerla un favor
quitarla de en medio. Sin hijos, sola, teniendo que hacer una vida de
bestia, muerta de hambre para dar alguna peseta al señor y que no la
zurrase, ¿para qué quería estar en el mundo?
--_Mira, Pascualo, mira_.
Y remangándose un brazo, mostraba sobre la blancuzca y pobre piel que
envolvía el hueso y los nervios, algunas huellas amoratadas que
delataban la presión dolorosa de una mano como una tenaza. ¡Y si fuese
aquello solo!... En todo el cuerpo podía enseñar marcas iguales. Eran
caricias del marido cuando ella le echaba en cara sus relaciones con
Dolores. Aquella misma tarde le había hecho lo del brazo, antes de ir á
la playa á reunirse con su cuñada, ayudándola á la venta del pescado
como si fuese su marido... ¡Cuánto se habría burlado la gente del pobre
_Retor!_
¿Quería pruebas? Pruebas tenía. ¿Por qué no se había embarcado Tonet en
la primera salida? ¿Qué herida era la de la mano que sólo duró hasta que
la _Flor de Mayo_ hubo salido del puerto? Al día siguiente le vieron
todos sin los engañosos trapos.
¡Pobre Pascual! Mientras él iba al mar, á dormir poco, sufriendo el
agua y el viento, todo por ganarse el pan, su mujer, su Dolores, se
burlaba de él. Tonet se acostaba en su cama como un señor, caliente y
regalado, burlándose del hermano tonto. Sí; era verdad: podía
asegurarlo; mientras él había estado en el mar, Tonet no había dormido
en su barraca, y aquella misma noche estaba ausente. Se había llevado
poco antes su hatillo de marinero, despidiéndose hasta la vuelta.
¡Llora, Pascualo! Su mujer y su hermano le creían pasando la noche en la
playa, y tal vez en aquel momento se preparaban á acostarse en la cómoda
cama del patrón.
--_¡Recristo!_--murmuraba _el Retor_ con acento doloroso, levantando la
cabeza como si protestase contra los de arriba, que permitían que á un
hombre honrado le ocurrieran tales cosas.
Pero él no se entregaba fácilmente. Su carácter honrado y bondadoso
rebelábase ante tanta monstruosidad. Aunque aceptaba en su interior la
revelación dolorosa, gritaba con expresión amenazante:
--_¡Mentira_... _mentira!_
Rosario enardecíase. ¿Mentira? Con hombres tan ciegos como él no valían
pruebas. ¿Á qué tanto gritar? ¿Iba acaso á comérsela? Era un topo, sí
señor; un topo digno de lástima que no veía más allá de sus narices.
Otro en su situación ya habría adivinado desde mucho tiempo antes lo que
ocurría. Pero él... ¡vaya una ceguera! Ni siquiera se había fijado en su
hijo para reconocer su semejanza.
¡Esta sí que fué puñalada! _El Retor_, á pesar de la pátina bronceada
que había dado á su tez el ambiente del mar, púsose pálido, con una
blancura lívida; vaciló sobre sus robustas piernas como si la verdad le
zarandease rudamente, y la sorpresa le hizo tartamudear con angustia.
¡Su hijo!... ¡su Pascualet! ¿Y á quién se parecía? Á ver: que hablase
pronto la mala pécora. Su hijo era suyo, muy suyo. Á él únicamente había
de parecerse.
¡Pero de qué modo reía la maldita! Parecía un sarcástico demonio. ¡Qué
terrible gracia le hacía su paternal afirmación!... Y oyó aterrado las
explicaciones de Rosario. Para ser hijo suyo debía parecérsele como él
se semejaba á su padre, el difunto tío Pascual. Y no era así, no.
Pascualet era igual á su tío: los mismos ojos, la misma esbeltez,
idéntico aire de _pinturero_. ¡Ah, pobre _Retor!_ ¡Ciego _lanudo!_ Que
se fijase bien y vería como su hijo era igual á Tonet en la época que
vivía en la barca de la madre y correteaba por la playa hecho un
pillete.
Ahora _el Retor_ ya no dudó. Aquello lo creía á ojos cerrados. Parecía
que acababan de batirle una catarata y todo lo contemplaba con mayor
claridad, con nuevas formas y desconocidos relieves, como un ciego que
veía al mundo por primera vez. Era verdad. Lo mismo era su hijo que el
otro: varias veces, contemplándolo, había adivinado su instinto una vaga
semejanza con alguien que no podía definir.
Se llevó las crispadas manos al pecho, como si fuese á desgarrarlo, á
sacar de él algo que quemaba, y después se echó un fiero zarpazo á la
cabeza.
--_¡Recontracordons!_--gimoteó con una voz ronca que alarmó á Rosario--.
_¡Santo Cristo del Grau!_...
Anduvo algunos pasos como si estuviera borracho y desplomóse con tanto
ímpetu, que el suelo tembló con el choque de su pecho poderoso, y las
piernas se levantaron á impulsos de la caída.
Cuando _el Retor_ despertó estaba tendido de espaldas y sentía en las
mejillas un cosquilleo caliente, como si algún bichillo se escurriera
escarabajeando sobre su piel con tibio contacto.
Llevóse una mano penosamente á la dolorida cara, y á la luz del candil
la vió manchada de sangre. Las narices le dolían; comprendió que al
caer, su rostro había chocado con el suelo, produciéndose una fuerte
hemorragia.
Rosario estaba arrodillada junto á él é intentaba limpiarle la cara con
un trapo húmedo.
_El Retor_, al ver el rostro despavorido de su cuñada, recordó sus
revelaciones y lanzó á Rosario una mirada de odio.
¡Que no le ayudase! Podía levantarse solo. La agradecía todo el mal que
le había hecho. No; no eran necesarias excusas. ¡Si él estaba muy
satisfecho!... Noticias como aquellas no se olvidan nunca. Y gracias que
había tenido la pérdida de sangre, pues de lo contrario era posible que
se hubiera quedado muerto en el sitio, víctima de una congestión...
¡Ay, cómo sufría!... Pero también ¡cómo se iba á divertir! Ya se cansaba
de ser bueno. ¿De qué servía que un hombre fuese honrado y se quitara la
piel para bien de la familia? Ya se encargaban de martirizarle los vagos
y las malas pécoras que estaban en el mundo para la perdición de los
hombres de bien. ¡Pero cómo iba á divertirse! ¡Cómo se acordaría el
Cabañal del _Retor_, del famoso _lanudo!_
Y barboteando quejas y amenazas entre suspiros y rugidos, el patrón
restregábase con el trapo el dolorido rostro, como sí aquella frescura
le aliviase.
Avanzaba hacia la puerta con ademán resuelto y hundiendo sus manazas en
la faja. Rosario intentaba cerrarle el paso con expresión de terror,
como si acabara de despertarse en ella la loca pasión por Tonet y
temiese por su vida.
Debía detenerse; esperar. ¿Quién sabe si todo eran mentiras, visiones de
ella, murmuraciones de la gente? Tonet era su hermano.
Pero _el Retor_ sonreía de un modo lúgubre. Que no hablase más; estaba
convencido; se lo decía el corazón, y era bastante... El mismo temor de
Rosario le confirmaba en su creencia. ¿Tenía miedo por Tonet? ¿Le
quería? También él quería á su Dolores á pesar de todo. La llevaba en el
pecho; por más que hiciera, no podría sacar de allí dentro á la gran...
_punta_, y sin embargo, ya vería Rosario, ya vería todo el pueblo cómo
procedía Pascualo el _llanut_.
--No, _Pascualo_--suplicaba Rosario, intentando agarrar sus poderosas
manazas--. _Espera_.. _esta nit no_..._atre día_.
¡Oh! Él lo adivinaba. Rosario sabía que aquella noche estaba su marido
en su casa junto con Dolores. Pero podía tranquilizarse. Decía bien;
_aquella nit no_. Además, había olvidado la faca y no era cosa de matar
á bocados á la infame pareja... ¡Paso libre! ¡Allí se ahogaba!
Y apartando á Rosario de un vigoroso empellón, se echó á la calle.
Su primera sensación al verse en la obscuridad fué de placer. Parecíale
que acababa de salir de un horno y aspiraba con deleite la brisa cada
vez más fresca.
No lucía estrella alguna; el cielo estaba encapotado, y á pesar de su
situación, Pascual, con el instinto de marinero, examinó el espacio y se
dijo que al día siguiente sería malo el tiempo.
Después se olvidó del mar y del próximo temporal y anduvo tiempo y más
tiempo sin pensar en nada, moviendo las piernas instintivamente, sin
voluntad ni rumbo determinado, repercutiéndole los pasos dentro del
cráneo, como si estuviera hueco.
Sentíase tan insensible como poco antes, cuando yacía tendido sin
conocimiento en la barraca de Tonet. Dormía de pie, abrumado por el
dolor, pero su sueño era ambulante; y á pesar de la parálisis de sus
sentidos, las piernas movíanse aceleradamente, sin que Pascual notase
que pasaba siempre por el mismo sitio.
Su única sensación era de amargo placer. ¡Qué alegría poder caminar
amparado por las sombras, pasearse por unas calles que á la luz del sol
no tendría el valor de atravesar!
El silencio causábale la dulce sensación que siente el fugitivo al verse
en el desierto, lejos de los hombres y al abrigo de la soledad.
Vió á lo lejos, marcada en el suelo la faja de luz de una puerta
abierta; alguna taberna tal vez, y huyó tembloroso, agitado, como si
acabase de encontrar un peligro.
¡Ay! ¡Si le viese alguien! Tal vez muriera de vergüenza. El más
insignificante grumetillo le haría huir.
Obscuridad y silencio era lo que buscaba. Y caminaba sin cansarse, tan
pronto por las muertas calles de la población como por la playa, que
también parecía intimidarle. _¡Recristo!_ ¡Cómo se habrían burlado de él
en los corrillos! Todas las barcas viejas debían estar en el secreto, y
cuando crujían era que celebraban á su modo la ceguera del patrón de la
_Flor de Mayo_.
Varias veces despertó del sopor que inconscientemente le hacía errar sin
descanso.
Una vez se encontró cerca de su barca y otra parado ante su casa y con
la mano tendida hacia el aldabón... Había que huir de allí; quería
sosiego y calma; tiempo le quedaba. Y este raciocinio fué poco á poco
sacando el pensamiento de su catalepsia dolorosa.
No se entregaba; ¡nunca! Sabrían todos quién era él, pero esto no
impedía que encontrase ciertos motivos para disculpar á Dolores. Al fin
no desmentía su casta. Era legítima hija del _tío Paella_, aquel
borrachón que tenía por abonadas á las chicas del barrio de Pescadores,
y en su casa hablaba lo mismo que si Dolores fuese otra de la parroquia.
¿Qué había aprendido de su padre? Cochinadas, nada más que cochinadas, y
así había salido ella. La culpa era de él, ¡grandísimo bruto! casándose
con una mujer que forzosamente había de resultar tal como era.
Ya lo decía su madre... La que mejor conocía á Dolores era la _siñá_
Tona, cuando se oponía á que la hija de _Paella_ fuese su nuera. Dolores
era una mala mujer, pero él no podía chillar muy alto, pues resultaba
culpable por haberse casado con ella.
Á quien odiaba era á Tonet... ¡Deshonrar á un hermano! ¿Cuándo se había
visto tal monstruosidad? Tenía que arrancarle el alma.
Pero apenas formulaba en su interior los horribles deseos de venganza,
surgía la protesta de la sangre. Oía la voz de Rosario diciéndole como
amarga advertencia que Tonet era su hermano. ¿Cuándo se había visto que
un hermano matase á otro? Caín únicamente, aquel hombre perverso, del
que había oído hablar con tanta indignación al cura del Cabañal. Además,
¿Tonet era culpable?... No; el culpable era él, nadie más que él. Ahora
lo veía con claridad. Le había quitado la novia al pobre Tonet; Dolores
y él se amaban antes de que _el Retor_ pensase en decir una palabra á la
hija de _Paella_; y había sido una barbaridad, como todo lo suyo,
casarse con una mujer que era de su hermano.
Lo que ahora le afligía era forzoso que ocurriese. ¿Qué culpa tenían los
dos si al verse juntos, en continuo trato por el parentesco, había
resucitado la antigua pasión?
Se detuvo unos instantes, como abrumado por la culpabilidad que le
parecía evidente, y al darse cuenta del lugar donde se hallaba, vióse en
la playa, á pocos pasos de la taberna de su madre.
La barcaza vieja y sombría, asomando entre las cercas de cañas, evocó el
recuerdo del pasado. Vióse pequeño, correteando por la playa, llevando
en brazos á su hermano, al diablejo exigente que le martirizaba con sus
caprichos de arrapiezo rabioso. Su vista parecía traspasar las viejas
tablas de la barcaza y veía el angosto camarote, sentía la tibia caricia
de la colcha que cubría amorosamente á los dos; á él cuidadoso y
solícito como una madre, y al otro, á su compañero de miseria, que
apoyaba sobre sus mejillas la morena cabecita.
Sí; tenía razón Rosario. Era su hermano; mejor aún: era su hijo, pues
él, más que la _siñá_ Tona, había cuidado del encantador pillete,
plegándose á todas sus exigencias como esclavo cariñoso.
¿Y le había de matar?... ¡Dios mío!... ¿Quién había imaginado tal
monstruosidad? No; perdonaría; por algo era cristiano y creía á ojos
cerrados en todas las palabras de su amigo don Santiago.
La calma absoluta de la playa, su obscuridad de caos, la ausencia
completa de todo ser humano, infiltraban la dulzura en su indignada
rudeza, inclinándole al perdón.
Pascual sentíase nacer á una vida nueva; hasta le parecía que era otro
quien pensaba por él. La desgracia aguzaba su inteligencia.
Dios era el único que le veía en aquel momento: á Él solo tenía que dar
cuentas. ¿Y qué le importa á Dios que una mujer engañe á su marido?
Pequeñeces, miserias de los gusanillos que pueblan este mundo; lo
importante era ser bueno y no contestar á la infidelidad con un nuevo
crimen.
_El Retor_ regresó lentamente hacia el Cabañal. Experimentaba gran
alivio; la frescura del ambiente parecía haber penetrado en su ardoroso
interior. Sentíase débil. Desde por la mañana no había comido, y el
golpe en la cara le causaba una picazón molesta.
Sonaban á lo lejos relojes dando la hora... ¡Las dos! Parecía imposible
la rapidez con que había transcurrido el tiempo. Más pesadas le
resultarían las pocas horas que quedaban hasta el amanecer.
Al entrar en la calle oyó una voz de niño que cantaba. Algún grumetillo
que iba hacia su barca. _El Retor_ le distinguió en la obscuridad
pasando por la acera de enfrente, cargado con dos remos y un lío de
redes. Aquel encuentro le trastornó rápidamente.
Dentro de él existían dos seres; ahora lo comprendía. El uno era el de
siempre, el bondadoso y cachazudo, penetrado de afecto á todos los
suyos; el otro la bestia que él presentía cuando pensaba en la
posibilidad de ser engañado, y que ante la traición estremecíase con el
delirio de la sangre.
En la obscuridad sonó una risotada fosca y estridente del _Retor_.
¿Quién hablaba de perdonar? ¡Valiente paparrucha! Reíase él del imbécil
que momentos antes se enternecía como un niño ante la barcaza de la
_siñá_ Tona. _¡Lanudo!_... ¡Cobarde! Todos sus lloriqueos eran excusas
de poltrón, pretextos de un hombre sin agallas para vengarse. Que
perdonase don Santiago y todos los que sabían decir cosas tan bonitas...
Él era un marinero, un hombre con más colgantes que un toro pardo, y el
que se la hacía, _¡redeu!_, se la pagaba, así se metiera en el vientre
de un tiburón. _¡Lanudo!_... ¡Cobarde!
Y el patrón, ofendido por el recuerdo de la pasada debilidad, se
insultaba, dábase furiosos puñetazos en el pecho, como si quisiera
castigar la bondad de su carácter.
¡Perdonar!... Aun podría hacerlo viviendo en un desierto; pero él vivía
en un pueblo donde todos se conocían; dentro de pocas horas, así como
pasaba aquel chicuelo, irían por las calles centenares de personas que
al verle se tocarían con el codo, diciendo entre risas: _Ahí va
Pascualo el llanut_; y eso no, ¡Cristo! antes la muerte. No le había
echado su madre al mundo para hacer reír á todo el Cabañal como si fuese
un mico. Mataría á Tonet, á Dolores, á medio pueblo si se le ponía
delante, y después, ¡venga lo que Dios quiera! El presidio se ha hecho
para los hombres que tienen agallas; y si le tocaba lo otro, lo peor,
también lo aceptaba. Si había de morir sobre la cubierta de su barca, lo
mismo le daba que le apretasen el cuello en alto: todo era caer sobre
tablas... _¡Recristo!_ Ahora verían quién era él.
Y echó á correr con los brazos encogidos, la cabeza baja, rugiendo como
si fuese á acometer, dando furiosos encontronazos en las esquinas,
guiado por el instinto, por el ansia de destrucción que le llevaba
rectamente hacia su casa.
Agarró la aldaba, y aquello fué un repiqueteo feroz é incesante que
conmovió la puerta, haciendo crujir las grietas de la madera. Quiso
gritar, insultar á los infames para que saliesen; escupirles las
tremendas amenazas que le bullían dentro del cráneo, pero no pudo;
sentía una parálisis en la cabeza, como si toda la vida se hubiese
concentrado en sus manazas, que casi arrancaban el aldabón, y en los
pies, que golpeaban la puerta, incrustando en las maderas los clavos de
sus zapatos.
Aquello era poco: más aun; para que rabiase el par de canallas. Y
agachándose, agarró de en medio de la calle un enorme pedrusco y lo
arrojó como una catapulta contra la puerta, que crujió dolorosamente,
conmoviendo toda la casa.
En el silencio que se hizo después de este estrépito, _el Retor_ oyó el
ruido de algunas ventanas que se abrían cautelosamente. Quería venganza,
pero no que se rieran los vecinos.
Adivinó lo ridículo de la situación si le sorprendían golpeando la
puerta de su casa, mientras los otros estaban dentro, y aterrado por las
nuevas burlas que caerían sobre él, huyó y fué á refugiarse en la
esquina inmediata, donde quedó agazapado.
Oyéronse cuchicheos y risas por un rato, pero después se cerraron las
ventanas y la calle quedó otra vez en silencio.
_El Retor_, con sus ojos de buen marinero, acostumbrado á las noches
lóbregas, veía desde la esquina la puerta de su casa. Allí permanecería
si era preciso hasta que saliera el sol.
Esperaba á su hermano... ¡Á su hermano, no! Al canalla de Tonet; y
cuando saliera... Era lástima no tener la faca á mano, pero le mataría
de cualquier modo; le apretaría el gaznate ó le machacaría el cráneo con
cualquier pedrusco de la calle. En cuanto á ella, entraría después en su
casa y la abriría el vientre con el cuchillo de la cocina ó haría otra
cosa semejante. ¡Ya veríamos! Puede que al pasar el tiempo se le
ocurriera otra barbaridad más chistosa.
Y _el Retor_, agazapado en la esquina, entreteníase en discurrir
tormentos, gozaba recordando cuantas clases de muerte había oído
relatar; las aplicaba todas á la infame pareja y hasta regodeábase
mentalmente con la esperanza de encender en la playa una pira de barcos
viejos, tostándolos á los dos á fuego lento.
¡Qué frío hacía!... ¡Y qué mal iba sintiéndose el pobre _Retor!_ Pasada
la locura furiosa que le acometió al encontrarse con el grumete, sentía
ahora una laxitud general, una debilidad que le paralizaba. La humedad
de la noche parecía penetrar hasta sus huesos, y el estómago le
atormentaba con dolorosos estremecimientos. ¡Ay, Dios! No en balde se
sufren los pesares. ¡Qué enfermo se sentía!... Por esto tenía que matar
á aquellos infames, ó de lo contrario acabarían con él á fuerza de
disgustos.
Aquella misma noche había conocido su desgracia, y ya se sentía
envejecido, con el robusto corpachón dominado por extraña debilidad.
¡Las tres! Con qué lentitud pasaba el tiempo. Y seguía allí, inmóvil,
sintiendo que la parálisis de sus miembros se apoderaba también de su
pensamiento.
Ya no imaginaba terribles castigos; no pensaba nada, y más de una vez se
preguntó qué hacía allí. Toda su voluntad estaba concentrada en los
ojos, que no se apartaban ni un sólo instante de la cerrada puerta.
Hacía ya mucho rato que habían sonado las tres y media, cuando _el
Retor_ creyó percibir un ligero chirrido y que se abría el postigo de su
Sez İspan ädäbiyättän 1 tekst ukıdıgız.