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Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 18

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  no le desbaratasen; y como conocia del capitan Luis Marin que lo hacia
  bien, ansí herido y entrapajado como estaba el Sandoval, tomó consigo
  otros de á caballo, y por tierra fué muy por la posta al real de
  Cortés, y aun en el camino tuvo su salmorejo de piedra y vara y flecha;
  porque, como ya otra vez he dicho, en todos los caminos tenia Guatemuz
  indios mejicanos guerreros para no dejar pasar de un real á otro con
  nuevas ningunas, para que así nos vencieran más fácilmente; y cuando el
  Sandoval vido á Cortés, le dijo:
  —«Oh señor capitan, y ¿qué es esto? ¿Aquestos son los grandes consejos
  y ardides de guerra que siempre nos daba? ¿Cómo ha sido este desman?»
  Y Cortés le respondió, saltándosele las lágrimas de los ojos:
  —«Oh hijo Sandoval, que mis pecados lo han permitido, que no soy tan
  culpante en el negocio como me hacen, sino es el tesorero Julian de
  Alderete, á quien le encargué que cegase aquel mal paso donde nos
  desbarataron, y no lo hizo, como no es acostumbrado á guerras ni á ser
  mandado de capitanes.»
  Y entónces respondió el mismo tesorero, que se halló junto á Cortés,
  que vino á ver y hablar al Sandoval y á saber de su ejército si eran
  muertos ó desbaratados, é dijo que el mismo Cortés tenia la culpa, y
  no él; y la causa que dió fué que, como Cortés iba con vitoria, por
  seguilla muy mejor decia: «Adelante, caballeros;» é que no les mandó
  cegar puentes ni pasos malos, é que si se lo mandara, que su capitanía
  y con sus amigos lo hiciera; y tambien culpaban mucho á Cortés en no
  haber mandado con tiempo salir de las calzadas á los muchos amigos que
  llevaba; é porque hubo otras muchas pláticas y respuestas al tesorero,
  que iban muchas con enojo, se dejarán de decir; é diré cómo en aquel
  instante llegaron dos bergantines de los que ántes tenia Cortés en su
  compañía y calzada, que no sabian dellos despues del desbarate, y segun
  pareció, habian estado detenidos, porque estuvieron zabordados en unas
  estacadas, y segun dijeron los capitanes, habian estado cercados de
  unas canoas que les daban guerra, y venian todos heridos, y dijeron que
  Dios primeramente les ayudó, y con su viento y con grandes fuerzas que
  pusieron al remar rompieron las estacadas y se salvaron, de lo cual
  hubo mucho placer Cortés, porque hasta entónces, aunque no lo publicaba
  por no desmayar á los soldados, como no sabian dellos, les tenian por
  perdidos.
  Dejemos esto, y volvamos á Cortés, que luego encomendó á Sandoval mucho
  que fuese en posta á nuestro real, que se dice Tacuba, y mirase si
  éramos desbaratados ó de qué manera estábamos, é que si éramos vivos,
  que nos ayudase á poner resistencia en el real, no nos rompiesen; y
  dijo á Francisco de Lugo que fuese en compañía de Sandoval, porque
  bien entendido tenia que habia escuadrones de guerreros mejicanos en
  el camino, y le dijo que ya habia enviado á saber de nosotros á Andrés
  de Tapia con tres de á caballo, y temia no le hubiesen muerto en el
  camino; cuando se lo dijo y se despidió fué á abrazar á Gonzalo de
  Sandoval, y le dijo:
  —«Mirá, pues veis que yo no puedo ir á todas partes, á vos os
  encomiendo estos trabajos, pues veis que estoy herido y cojo; ruégoos
  pongais cobro en estos tres reales: bien sé que Pedro de Albarado y sus
  capitanes y soldados habrán batallado y hecho como caballeros, mas temo
  el gran poder destos perros, no les hayan desbaratado; pues de mí y de
  mi ejército ya veis de la manera que estoy.»
  Y en posta vino el Sandoval y el Francisco de Lugo donde estábamos, y
  cuando llegó seria hora de vísperas, y porque, segun pareció é supimos,
  el desbarate de Cortés fué ántes de Misa mayor; y cuando llegó Sandoval
  nos halló batallando con los mejicanos, que nos querian entrar en el
  real por unas casas que habiamos derrocado, y otros por la calzada,
  y otros en canoas por la laguna, y tenian ya un bergantin zabordado
  en unas estacadas, y de los soldados que en ellos iban, habian muerto
  los dos, y los demás heridos; y como Sandoval nos vió á mí y á otros
  soldados en el agua metidos á más de la cinta, ayudando al bergantin á
  echalle en lo hondo, y estaban sobre nosotros muchos indios con espadas
  de las nuestras que habian tomado en el desbarate de Cortés, y otros
  con montantes de navajas dándonos cuchilladas, y á mí me dieron un
  flechazo, y querian llegar con gran fuerza sus canoas, segun la fuerza
  que ponian, y le tenian atadas muchas sogas para llevársele y metelle
  dentro de la ciudad; y como el Sandoval nos vió de aquella manera, dijo:
  —«Oh hermanos, poned fuerza en que no lleven el bergantin.»
  Y tomamos tanto esfuerzo, que luego le sacamos en salvo, puesto que,
  como he dicho, todos los marineros salieron heridos y dos soldados
  muertos.
  En aquella sazon vinieron á la calzada muchas capitanías de mejicanos,
  y nos herian ansí á los de á caballo y á todos nosotros, y aun al
  Sandoval le dieron una buena pedrada en la cara; y entónces Pedro de
  Albarado le socorrió con otros de á caballo, y como venian tantos
  escuadrones, é yo y otros soldados les haciamos cara, Sandoval nos
  mandó que poco á poco nos retrajésemos porque no les matasen los
  caballos; é porque no nos retraiamos de presto como quisiera, dijo:
  —«¿Quereis que por amor de vosotros me maten á mí y á todos aquestos
  caballeros? Por amor de Dios, hermanos, que os retrayais.»
  Y entónces le tornaron á herir á él y á su caballo; y en aquella sazon
  echamos á los amigos fuera de la calzada, y poco á poco, haciendo
  cara, y no vueltas las espaldas, como quien va haciendo represas, unos
  ballesteros y escopeteros tirando y otros armando y otros cebando sus
  escopetas, y no soltaban todos á la par; y los de á caballo que hacian
  algunas arremetidas, y el Pedro Moreno Medrano con sus tiros en armar
  y tirar; y por más mejicanos que llevaban las pelotas, no les podian
  apartar, sino que todavía nos iban siguiendo, con pensamiento que
  aquella noche nos habian de llevar á sacrificar.
  Pues ya que estábamos en salvo cerca de nuestros aposentos, pasada ya
  una grande obra donde habia mucha agua é muy honda, y no nos podian
  alcanzar las piedras ni varas ni flecha, y estando el Sandoval y el
  Francisco de Lugo y Andrés de Tapia con Pedro de Albarado, contando
  cada uno lo que le habia acaecido y lo que Cortés mandaba, tornó á
  sonar el atambor de Huichilóbos y otros muchos atabalejos, y caracoles
  y cornetas y otras como trompas, y todo el sonido dellas espantable
  y triste; y miramos arriba al alto cu, donde los tañian, y vimos
  que llevaban por fuerza á rempujones y bofetadas y palos á nuestros
  compañeros que habian tomado en la derrota que dieron á Cortés, que
  los llevaron por fuerza á sacrificar; y de que ya los tenian arriba en
  una placeta que se hacia en el adoratorio, donde estaban sus malditos
  ídolos, vimos que á muchos dellos les ponian plumajes en las cabezas,
  y con unos como aventadores les hacian bailar delante de Huichilóbos,
  y cuando habian bailado, luego les ponian de espaldas encima de unas
  piedras que tenian hechas para sacrificar, y con unos navajones de
  pedreñal les aserraban por los pechos y les sacaban los corazones
  bullendo, y se los ofrecian á sus ídolos que allí presentes tenian,
  y á los cuerpos dábanles con los piés por las gradas abajo; y estaban
  aguardando otros indios carniceros, que les cortaban brazos y piernas,
  y las caras desollaban y las adobaban como cueros de guantes, y con
  sus barbas las guardaban para hacer fiestas con ellas cuando hacian
  borracheras, y se comian las carnes con chilmole; y desta manera
  sacrificaron á todos los demás, y les comieron piernas y brazos, y
  los corazones y sangre ofrecian á sus ídolos, como dicho tengo, y los
  cuerpos, que eran las barrigas, echaban á los tigres y leones y sierpes
  y culebras que tenian en la casa de las alimañas, como dicho tengo en
  el capítulo que dello habla, que atrás dello he platicado.
  Pues de aquellas crueldades vimos todos los de nuestro real y Pedro de
  Albarado y Gonzalo de Sandoval y todos los demás capitanes.
  Miren los curiosos lectores que esto leyeren, qué lástima terniamos
  dellos; y deciamos entre nosotros: «¡Oh gracias á Dios, que no me
  llevaron á mí hoy á sacrificar!» Y tambien tengan atencion que no
  estábamos léjos dellos y no les podiamos remediar, y ántes rogábamos á
  Dios que fuese servido de nos guardar de tan cruelísima muerte.
  Pues en aquel instante que hacian aquel sacrificio, vinieron sobre
  nosotros grandes escuadrones de guerreros, y nos daban por todas partes
  bien que hacer, que ni nos podiamos valer de una manera ni de otra
  contra ellos, y nos decian:
  —«Mirad que desta manera habeis de morir todos, que nuestros dioses
  nos lo han prometido muchas veces.»
  Pues las palabras de amenazas que decian á nuestros amigos los
  tlascaltecas eran tan lastimosas y malas, que los hacian desmayar, y
  les echaban piernas de indios asadas y brazos de nuestros soldados y
  les decian:
  —«Comé de las carnes de estos teules y de vuestros hermanos, que ya
  bien hartos estamos dellos, y deso que nos sobra bien os podeis hartar;
  y mirad que las casas que habeis derrocado, que os hemos de traer para
  que las torneis á hacer muy mejores, y con piedras y lanzas y cal y
  canto, y pintadas; y por eso ayudad muy bien á estos teules, que á
  todos los vereis sacrificados.»
  Pues otra cosa mandó hacer Guatemuz, que, como hubo aquella vitoria de
  Cortés, envió á todos los pueblos nuestros confederados y amigos, y á
  sus parientes, piés y manos de nuestros soldados, y caras de soldados
  con sus barbas, y las cabezas de los caballos que mataron; y les envió
  á decir que éramos muertos más de la mitad de nosotros é que presto
  nos acabarian, é que dejasen nuestra amistad y se viniesen á Méjico,
  y que si luego no lo dejaban, que les enviaria á destruir; y les
  envió á decir otras muchas cosas para que se fuesen de nuestro real y
  nos dejasen, pues habiamos de ser presto muertos de su mano; y á la
  continua dándonos guerra, así de dia como de noche; y como velábamos
  todos los del real juntos, y Gonzalo de Sandoval y Pedro de Albarado y
  los demás capitanes haciéndonos compañía en la vela, aunque venian de
  noche grandes capitanías de guerreros, les resistiamos.
  Pues los de á caballo todo el dia y la noche estaba la mitad dellos en
  lo de Tacuba y la otra mitad en las calzadas.
  Pues otro mayor mal nos hicieron, que cuanto habiamos cegado desde que
  en la calzada entramos, todo lo tornaron á abrir, y hicieron albarradas
  muy más fuertes que de ántes.
  Pues los amigos de las ciudades de la laguna que nuevamente habian
  tomado nuestra amistad y nos vinieron á ayudar con las canoas, creyeron
  llevar lana y volvieron trasquilados, porque perdieron muchos las vidas
  y más de la mitad de las canoas que traian, y otros muchos volvieron
  heridos; y aun con todo esto, desde allí adelante no ayudaron á los
  mejicanos, porque estaban mal con ellos, salvo estarse á la mira.
  Dejemos de hablar más en contar lástimas, y volvamos á decir el recaudo
  y manera que teniamos, y cómo Sandoval y Francisco de Lugo, y Andrés
  de Tapia y los demás caballeros que habian venido á nuestro real, les
  pareció que era bien volverse á sus puestos y dar relacion á Cortés
  cómo y de qué manera estábamos; y se fueron en posta, y dijeron á
  Cortés cómo Pedro de Albarado y todos sus soldados teniamos muy buen
  recaudo, así en el batallar como en el velar; y aun el Sandoval, como
  me tenia por amigo, dijo á Cortés cómo me halló á mí y á otros soldados
  batallando en el agua á más de la cinta defendiendo un bergantin que
  estaba zabordado en unas estacadas, é que si por nuestras personas
  no fuera, que mataran á todos los soldados y al capitan que dentro
  venia; é porque dijo de mi persona otras loas que yo aquí no tengo de
  decir, porque otras personas lo dijeron y se supo en todo el real, no
  quiero aquí recitallo; y cuando Cortés lo hubo bien entendido del buen
  recaudo que teniamos en nuestro real, con ello descansó su corazon,
  y desde allí adelante mandó á todos tres reales que no batallásemos
  poco ni mucho con los mejicanos; entiéndese que no curásemos de tomar
  ningun puente ni albarrada, salvo defender nuestros reales no nos los
  rompiesen; porque de batallar con ellos, no habia bien esclarecido el
  dia ántes, cuando estaban sobre nuestro real tirando muchas piedras
  con hondas, y varas y flecha, y diciéndonos muchos vituperios feos; y
  como teniamos junto á nuestro real una obra de agua, muy ancha y honda,
  estuvimos cuatro dias arreo que no la pasamos, y otro tanto se estuvo
  Cortés en el suyo, y Sandoval en el suyo; y esto de no salir á batallar
  y procurar de ganar las albarradas que habian tornado á abrir y hacer
  fuertes, era por causa que todos estábamos muy heridos y trabajados,
  así de velas como de las armas, y sin comer cosa de sustancia; y como
  faltaban del dia ántes sobre sesenta y tantos soldados de todos tres
  reales, y siete caballos, porque recibiéramos algun alivio y para tomar
  maduro consejo de lo que habiamos de hacer de allí adelante, mandó
  Cortés que estuviésemos quedos, como dicho tengo.
  Y dejallo hé aquí, y diré cómo y de qué manera peleábamos, y todo lo
  que en nuestro real pasó.
  
  
  CAPÍTULO CLIII.
  DE LA MANERA QUE PELEÁBAMOS É SE NOS FUERON TODOS LOS AMIGOS Á SUS
  PUEBLOS.
  
  La manera que teniamos en todos tres reales de pelear, es esta: que
  velábamos de noche todos los soldados juntos en las calzadas, y
  nuestros bergantines á nuestros lados, tambien en las calzadas, y
  los de á caballo rondando la mitad dellos en lo de Tacuba, adonde
  nos hacian pan y teniamos nuestro fardaje, y la otra mitad en las
  puentes y calzada, y muy de mañana aparejábamos los puños para pelear
  y batallar con los contrarios, que nos venian á entrar en nuestro
  real y procuraban de nos desbaratar; y otro tanto hacian en el real
  de Cortés y en el de Sandoval, y esto no fué sino cinco dias, porque
  luego tomamos otra órden, lo cual diré adelante; y digamos cómo los
  mejicanos hacian cada dia grandes sacrificios y fiestas en el cu mayor
  de Tatelulco, y tañian su maldito atambor y otras trompas y atabales
  y caracoles, y daban muchos gritos y alaridos, y tenian cada noche
  grandes luminarias de mucha leña encendida, y entónces sacrificaban de
  nuestros compañeros á sus malditos ídolos Huichilóbos y Tezcatepuca, y
  hablaban con ellos; y segun ellos decian, que en la mañana ó en aquella
  misma noche nos habian de matar.
  Parece ser que, como sus ídolos son perversos y malos, por engañarlos
  para que no viniesen de paz, les hacian en creyente que á todos
  nosotros nos habian de matar, y á los tlascaltecas y á todos los demás
  que fuesen en nuestra ayuda; y como nuestros amigos lo oian, teníanlo
  por muy cierto, porque nos vian desbaratados.
  Dejemos destas pláticas, que eran de sus malos ídolos, y digamos cómo
  en la mañana venian muchas capitanías juntas á nos cercar y dar guerra,
  y se remudaban de rato en rato, unos de unas divisas y señales, y
  venian otros de otras libreas; y entónces cuando estábamos peleando
  con ellos nos decian muchas palabras, diciéndonos de apocados y que no
  éramos buenos para cosa ninguna, ni para hacer casas ni maizales, y que
  no éramos sino para venilles á robar su ciudad, como gente mala que
  habiamos venido huyendo de nuestra tierra y de nuestro Rey y señor; y
  esto decian por lo que Narvaez les habia enviado á decir, que veniamos
  sin licencia de nuestro Rey, como dicho tengo; y nos decian que de allí
  á ocho dias no habia de quedar ninguno de nosotros á vida porque así
  se lo habian prometido la noche ántes sus dioses; y desta manera nos
  decian otras cosas malas, y á la postre decian:
  —«Mirá cuán malos y bellacos sois, que aun vuestras carnes son malas
  para comer, que amargan como las hieles, que no las podemos tragar de
  amargor.»
  Y parece ser, como aquellos dias se habian hartado de nuestros soldados
  y compañeros, quiso Nuestro Señor que les amargasen las carnes.
  Pues á nuestros amigos los tlascaltecas, si muchos vituperios nos
  decian á nosotros, más les decian á ellos, é que les ternian por
  esclavos para sacrificar y hacer sus sementeras, y tornar á edificar
  las casas que les habiamos derrocado, é que las habian de hacer de cal
  y canto labradas, que su Huichilóbos se lo habia prometido; y diciendo
  esto, luego el bravoso pelear, y se venian por unas casas derrocadas,
  y con las muchas canoas que tenian nos tomaban las espaldas, y aun
  nos tenian algunas veces atajados en las calzadas; y nuestro Señor
  Jesucristo nos sustentaba cada dia, que nuestras fuerzas no bastaban;
  mas todavía les haciamos volver muchos dellos heridos, y muchos
  quedaban muertos.
  Dejemos de hablar de los grandes combates que nos daban, y digamos
  cómo nuestros amigos los de Tlascala y de Cholula y Guaxocingo, y
  aun los de Tezcuco, acordaron de se ir á sus tierras, y sin lo saber
  Cortés ni Pedro de Albarado ni Sandoval, se fueron todos los más;
  que no quedó en la real de Cortés sino este Suchel, que despues que
  se bautizó se llamó don Cárlos, y era hermano de don Fernando, señor
  de Tezcuco, y era muy esforzado hombre; y quedaron con él otros sus
  parientes y amigos, que serian hasta cuarenta; y en el real de Sandoval
  quedó otro cacique de Guaxocingo con obra de cincuenta hombres; y en
  nuestro real quedaron dos hijos de nuestro amigo D. Lorenzo de Vargas,
  y el esforzado de Chichimecatecle con obra de ochenta tlascaltecas,
  parientes y vasallos.
  Y como nos hallamos solos y con tan pocos amigos, recebimos pena; y
  Cortés y Sandoval y cada uno en su real preguntaban á los amigos que
  les quedaban que por qué se habian ido de aquella manera los demás
  sus hermanos, y decian que, como vian que los mejicanos hablaban de
  noche con sus ídolos é prometian que nos habian de matar á nosotros y
  á ellos, que creian que debia de ser verdad, y del miedo se iban; y
  que lo que le daba más crédito á ello era vernos á todos heridos y nos
  habian muerto á muchos de nosotros, é que dellos mismos faltaban más de
  mil y ducientos, y que temieron no matasen á todos; y tambien porque
  Xicotenga el mozo, que mandó ahorcar Cortés en Tezcuco, siempre les
  decia que sabia por sus adivinanzas que á todos nos habian de matar, é
  que no habia de quedar ninguno de nosotros á vista, y por esta causa se
  fueron.
  É puesto que Cortés en lo secreto sintió pesar dello, mas con rostro
  alegre les dijo que no tuviesen miedo, é que lo que aquellos mejicanos
  les decian que era mentira y por desmayarlos; y tantas palabras de
  prometimientos les dijo, y con palabras amorosas los esforzó á estar
  con él, y otro tanto dijimos al Chichimecatecle y á los dos Xicotengas.
  Y en aquellas pláticas que en aquella sazon decia Cortés á este Suchel,
  que ya he dicho que se dijo D. Cárlos, como era de suyo señor y
  esforzado, dijo á Cortés:
  —«Sr. Malinche, no recibas pena por no batallar cada dia en tu real
  algunas veces, y otro tanto manda al Tonatio, que era Pedro de
  Albarado, que así lo llamaban, que se esté en el suyo, y Sandoval en
  Tepeaquilla, y con los bergantines anden cada dia á quitar y defender
  que no les entren bastimentos ni agua, porque están aquí dentro en
  esta gran ciudad tantos mil xiquipiles de guerreros, que por fuerza,
  siendo tantos, se les ha de acabar el bastimento que tienen, y el agua
  que ahora beben es medio salobre, que toman de unos hoyos que tienen
  hechos, y como llueve de dia y de noche, recogen el agua para beber y
  dello se sustentan: mas ¿qué pueden hacer si les quitas la comida y el
  agua, si no es más que guerra la que ternán con la hambre y sed?»
  Como Cortés aquello entendió, le echó los brazos encima y le dió
  gracias por ello, con prometimientos que le daria pueblos; y aqueste
  consejo lo habiamos puesto en plática muchos soldados á Cortés; mas
  somos de tal calidad, que no quisiéramos aguardar tanto tiempo, sino
  entralles luego la ciudad.
  Y cuando Cortés hubo bien considerado lo que nosotros tambien le
  habiamos dicho, y sus capitanes y soldados se lo decian, mandó á dos
  bergantines que fuesen á nuestro real y al de Sandoval á nos decir que
  estuviésemos otros tres dias sin les ir entrando en la ciudad; y como
  en aquella sazon los mejicanos estaban vitoriosos, no osábamos enviar
  un bergantin solo, y por esta causa envió dos; y una cosa nos ayudó
  mucho, y es que ya osaban nuestros bergantines romper las estacadas
  que los mejicanos les habian hecho en la laguna para que zabordasen;
  y es desta manera: que remaban con gran fuerza, y para que más furia
  trujesen tomaban de algo atrás, y si hacia algun viento, á todas velas,
  y con los remos muy mejor; y así, eran señores de la laguna y aun de
  muchas partes de las casas que estaban apartadas de la ciudad; y los
  mejicanos, como aquello vieron, se les quebró algo su braveza.
  Dejemos esto, y volvamos á nuestras batallas; y es que, aunque no
  teniamos amigos, comenzamos á cegar y á tapar la gran abertura que
  he dicho otras veces que estaba junto á nuestro real; con la primera
  capitanía que venia la rueda de acarrear adobes y madera y cegar lo
  poniamos muy por la obra y con grandes trabajos, y las otras dos
  capitanías batallábamos.
  Ya he dicho otras veces que así lo teniamos concertado, y habia de
  andar por rueda; y en cuatro dias que todos trabajamos en ella la
  teniamos cegada y allanada; y otro tanto hacia Cortés en su real con
  el mismo concierto, y aun él en persona llevaba adobes y madera hasta
  que quedaban seguras las puentes y calzadas y aberturas, por tenello
  seguro á retraer; y Sandoval ni más ni ménos en el suyo, y en nuestros
  bergantines junto á nosotros, sin temer estacadas; y desta manera les
  fuimos entrando poco á poco.
  Volvamos á los grandes escuadrones que á la continua nos daban guerra,
  que muy bravosos y vitoriosos se venian á juntar pié con pié con
  nosotros, y de cuando en cuando, como se mudaban unos escuadrones,
  venian otros.
  Pues digamos el ruido y alarido que traian, y en aquel instante el
  resonido de la corneta de Guatemuz, y entónces apechugaban de tal arte
  con nosotros, que no nos aprovechaban cuchilladas ni estocadas que les
  dábamos, y nos venian á echar mano; y como, despues de Dios, nuestro
  buen pelear nos habia de valer, teniamos muy reciamente contra ellos,
  hasta que con las escopetas y ballestas y arremetidas de los de á
  caballo, que estaban á la continua con nosotros la mitad de ellos, y
  con nuestros bergantines, que no temian ya las estacadas, les haciamos
  estar á raya, y poco á poco les fuimos entrando; y desta manera
  batallábamos hasta cerca de la noche, que era hora de retraer.
  Pues ya que nos retraiamos, ya he dicho otras veces que habia de ser
  con gran concierto, porque entónces procuraban de nos atajar en la
  calzada y pasos malos; y si de ántes lo procuraban, en estos dias, con
  la vitoria que habian alcanzado, lo ponian muy por la obra; y digo que
  por tres partes nos tenian tomados en medio en este dia; mas quiso
  Nuestro Señor Dios que, puesto que hirieron muchos de nosotros, nos
  tornamos á juntar, y matamos y prendimos muchos contrarios; y como no
  teniamos amigos que echar fuera de las calzadas, y los de á caballo nos
  ayudaban valientemente, puesto que en aquella refriega y combate les
  hirieron dos caballos, y volvimos á nuestro real bien heridos, donde
  nos curamos con aceite y apretar nuestras heridas con mantas, y comer
  nuestras tortillas con ají y yerbas y tunas, y luego puestos todos en
  la vela.
  Digamos ahora lo que los mejicanos hacian de noche en sus grandes y
  altos cues, y es que tañian su maldito atambor, que dije otra vez que
  era el de más maldito sonido y más triste que se podia inventar, y
  sonaba muy léjos, y tañian otros peores instrumentos.
  En fin, cosas diabólicas, y tenian grandes lumbres y daban grandísimos
  gritos y silbos, y en aquel instante estaban sacrificando de nuestros
  compañeros de los que tomaron á Cortés, que supimos que sacrificaron
  diez dias arreo hasta que los acabaron, y el postrero dejaron á
  Cristóbal de Guzman, que vivo le tuvieron diez y ocho dias, segun
  dijeron tres capitanes mejicanos que prendimos; y cuando les
  sacrificaban, entónces hablaba su Huichilóbos con ellos y les prometia
  vitoria é que habiamos de ser muertos á sus manos ántes de ocho dias, é
  que nos diesen buenas guerras aunque en ellas muriesen muchos; y desta
  manera les traian engañados.
  Dejemos ahora de sus sacrificios, y volvamos á decir que cuando otro
  dia amanecia ya estaban sobre nosotros todos los mayores poderes que
  Guatemuz podia juntar, y como teniamos cegada la abertura y calzada
  y puentes, ni sé ellos cómo la ponian en seco, tenian atrevimiento á
  venir hasta nuestros ranchos y tirar vara y piedra y flecha, si no
  fuera por los tiros con que siempre les haciamos apartar, porque Pedro
  Moreno Medrano, que tenia cargo dellos, les hacian mucho daño; y quiero
  decir que nos tiraban saetas de las nuestras con ballestas, cuando
  tenian vivos á cinco ballesteros, y al Cristóbal de Guzman con ellos, y
  les hacian que les armasen las ballestas y les mostrasen cómo habian de
  tirar, y ellos y los mejicanos tiraban aquellos tiros y no nos hacian
  mal; y tambien batallaba reciamente Cortés y Sandoval, y les tiraban
  saetas con ballestas; y esto sabíamoslo por Sandoval y los bergantines
  que iban de nuestro real al de Cortés y del de Cortés al nuestro y
  al de Sandoval, y siempre nos escribia de la manera que habiamos de
  batallar y todo lo que habiamos de hacer, y encomendándonos la vela,
  y que siempre estuviesen la mitad de los de á caballo en Tacuba
  guardando el fardaje y las indias que nos hacian pan, y que parásemos
  mientes no rompiesen por nosotros una noche, porque unos prisioneros
  que en el real de Cortés se prendieron le dijeron que Guatemuz decia
  muchas veces que diesen en nuestro real de noche, pues no habia
  tlascaltecas que nos ayudasen; porque bien sabian que se nos habian ido
  ya todos los amigos.
  Ya he dicho otra vez que poniamos gran diligencia en velar.
  Dejemos esto, y digamos que cada dia teniamos muy recios rebatos, y no
  dejábamos de les ir ganando albarradas y puentes y aberturas de agua;
  y como nuestros bergantines osaban ir por do quiera de la laguna y no
  temian á las estacadas, ayudábannos muy bien.
  Y digamos cómo siempre andaban dos bergantines de los que tenia Cortés
  en su real á dar caza á las canoas que metian agua y bastimentos, y
  cogian en la laguna uno como medio lama, que despues de seco tenia un
  sabor como de queso, y traia en los bergantines muchos indios presos.
  Tornemos al real de Cortés y de Gonzalo de Sandoval, que cada dia iban
  conquistando y ganando albarradas y puentes; y en aquestos trances
  y batallas se habian pasado, cuando en el desbarate de Cortés, doce
  ó trece dias; y como este Suchel, hermano de don Hernando, señor de
  Tezcuco, vió que volviamos muy de hecho en nosotros, y no era verdad
  lo que los mejicanos decian, que dentro de diez dias nos habian de
  matar, porque así se lo habia prometido su Huichilóbos, envió á decir
  á su hermano don Hernando que luego enviase á Cortés todo el poder de
  guerreros que pudiese sacar de Tezcuco, y vinieron dentro en dos dias
  que él se lo envió á decir más de dos mil hombres.
  Acuérdome que vinieron con ellos Pedro Sanchez Farfan y Antonio de
  Villarroel, marido que fué de la Ojeda, porque aquestos dos soldados
  habia dejado Cortés en aquella ciudad, y el Pedro Sanchez Farfan era
  capitan y el Antonio Villarroel era ayo de don Fernando; y cuando
  Cortés vido tan buen socorro se holgó mucho y les dijo palabras
  halagüeñas, y asimismo en aquella sazon volvieron muchos tlascaltecas
  con sus capitanes, y venia por capitan dellos un cacique de Topeyanco
  que se decia Tecapanaca, y tambien vinieron otros muchos indios de
  Guaxocingo y pocos de Cholula; y como Cortés supo que habian vuelto,
  mandó que todos fuesen á su real para les hablar, y primero que
  viniesen les mandó poner guardas en el camino para defendellos, por si
  saliesen mejicanos; y cuando parecieron delante, Cortés les hizo un
  parlamento con doña Marina y Jerónimo de Aguilar, y les dijo que bien
  habian creido y tenido por cierto la buena voluntad que siempre les ha
  tenido y tiene, así por haber servido á su majestad como por las buenas
  obras que dellos hemos recebido, y que si les mandó desde que venimos á
  aquella ciudad venir con nosotros á destruir á los mejicanos, que su
  
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