Teatro selecto, tomo 3 de 4 - 01

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TEATRO SELECTO
DE
CALDERÓN DE LA BARCA.


ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO «SUCESORES DE RIVADENEYRA»,
Paseo de San Vicente, 20.


TEATRO SELECTO
DE
CALDERÓN DE LA BARCA
PRECEDIDO DE UN ESTUDIO CRÍTICO
DE
D. MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

TOMO III
COMEDIAS DE CAPA Y ESPADA
CASA CON DOS PUERTAS MALA ES DE GUARDAR.
LA DAMA DUENDE.
NO HAY BURLAS CON EL AMOR.
MAÑANAS DE ABRIL Y MAYO.

MADRID
LIBRERÍA DE LA VIUDA DE HERNANDO Y C.ª
CALLE DEL ARENAL, NÚM. 11
1887


CASA CON DOS PUERTAS
MALA ES DE GUARDAR.


PERSONAS.

D. FÉLIX, _galan_.
LISARDO, _galan_.
FABIO, _viejo_.
CALABAZAS, _lacayo_.
HERRERA, _escudero_.
LAURA, _dama_.
MARCELA, _dama_.
SILVIA, _criada_.
CELIA, _criada_.
LELIO, _criado_.
_Criados._

La escena pasa en Ocaña.


JORNADA PRIMERA.

Campo á la entrada de la villa.
ESCENA PRIMERA.
MARCELA Y SILVIA, _con mantos, como recelándose; detras_ LISARDO,
CALABAZAS.
MARCELA.
¿Vienen tras nosotras?
SILVIA.
Sí.
MARCELA.
Pues párate.—Caballeros,
Desde aquí habeis de volveros,
No habeis de pasar de aquí;
Porque si intentais así
Saber quién soy, intentais
Que no vuelva donde estais
Otra vez; y si esto no
Basta, volveos porque yo
Os suplico que os volvais.
LISARDO.
Difícilmente pudiera
Conseguir, señora, el sol
Que la flor del girasol
Su resplandor no siguiera:
Difícilmente quisiera
El norte, fija luz clara,
Que el iman no le mirara;
Y el iman difícilmente
Intentara que obediente
El acero le dejara.
Si sol es vuestro esplendor,
Girasol la dicha mia;
Si norte vuestra porfía,
Piedra iman es mi dolor;
Si es iman vuestro rigor,
Acero mi ardor severo;
Pues ¿cómo quedarme espero,
Cuando veo que se van
Mi sol, mi norte y mi iman,
Siendo flor, piedra y acero?
MARCELA.
A esa flor hermosa y bella
Términos el dia concede,
Bien como á esa piedra puede
Concederlos una estrella:
Y pues él se ausenta y ella,
No culpeis la ausencia mia;
Decid á vuestra porfía,
Piedra, acero ó girasol,
Que es de noche para el sol,
Para la estrella de dia.
Y quedaos aquí, porqué
Si este secreto apurais,
Y á saber quién soy llegais.
Nunca á veros volveré
A aqueste sitio, que fué
Campaña de nuestro duelo;
Y puesto que mi desvelo
Me trae á veros aquí,
Crêd de mí que importa así.
LISARDO.
De vuestro recato apelo,
Señora, á mi voluntad;
Y supuesto que sería
No seguiros cortesía,
Tambien será necedad.
Necio ó descortés, mirad
Cuál mayor defecto es;
Vereis que el de necio, pues
No se enmienda; y así, á precio
De no ser, señora, necio,
Tengo de ser descortés.
Seis auroras esta aurora
Hace que en este camino
Ciego el amor os previno,
Para ser mi salteadora:
Tantas há que á aquella hora
Os hallo á la luz primera,
Oculto sol de su esfera,
De su campo rebozada
Ninfa, deidad ignorada
De su hermosa primavera.
Vos me llamasteis, primero
Que á hablaros llegara yo;
Que no me atreviera, no,
Tan de paso y forastero.
Con estilo lisonjero,
Aspid ya de sus verdores,
No deidad de sus primores,
Desde entónces fuisteis; pues
Aspid, que no deidad, es
Quien da muerte entre las flores.
Dijísteisme que volviera
Otra mañana á este prado,
Y puntual mi cuidado
Me trajo como á mi esfera.
No adelanté la primera
Ocasion; porque bastante
No fué mi ruego constante
A que corriese la fe
(Que adora lo que no ve)
Ese velo de delante.
Viendo, pues, que siempre es nuevo
El riesgo, y el favor no,
Quiero á mí deberme yo
Lo que á vuestra luz no debo;
Y así á seguiros me atrevo,
Que hoy he de veros ó ver
Quién sois.
MARCELA.
Hoy no puede ser,
Y así dejadme por hoy;
Que yo mi palabra os doy
De que muy presto saber
Podais mi casa, y entrar
A verme en ella.
CALAB.
_(A Silvia.)_ ¿Y á ella,
Doncella de esa doncella
(La verdad en su lugar,
Que yo no quiero infernar
Mi alma), hay cosa que la obligue
A taparse?
SILVIA.
Y si me sigue,
Tenga por muy cierto...
CALAB.
¿Qué?
SILVIA.
Que me persigue; porqué
Quien me sigue, me persigue.
CALAB.
¡Ya sé el caso, vive Dios!
SILVIA.
¿Qué va que no le declaras?
CALAB.
Muy malditísimas caras
Debeis de tener las dos.
SILVIA.
Mucho mejores que vos.
CALAB.
Y está bien encarecido,
Porque yo soy un Cupido.
SILVIA.
Cupido somos yo y tú.
CALAB.
¿Cómo?
SILVIA.
Yo el pido y tú el cu.
CALAB.
No me está bien el partido.
MARCELA.
_(A Lisardo.)_ Esto os vuelvo á asegurar
Otra vez.
LISARDO.
Pues ¿qué fianza
Le dejais á mi esperanza
De las dos que he de lograr?
MARCELA.
_(Descúbrese.)_ La de dejarme mirar.
LISARDO.
Usar de esa alevosía,
Para turbar mi osadía,
Ha sido traicion, pues ya
Viéndôs, ¿cómo os dejará,
Quien sin veros os seguia?
MARCELA.
Quedad, pues, de mí seguro
Que en breve tiempo sabreis
Mi casa, y entendereis
Cuánto serviros procuro.
Esto otra vez aseguro.
LISARDO.
Ya en seguiros soy de hielo.
MARCELA.
Y yo sin algun recelo,
De que agradecida estoy,
Por esta calle me voy.
LISARDO.
Id con Dios.
MARCELA.
Guárdeos el cielo.
_(Vanse las dos.)_

ESCENA II.
LISARDO, CALABAZAS.
CALAB.
¡Linda tramoya, señor!
Sigámosla, hasta saber
Quién ha sido una mujer
Tan embustera.
LISARDO.
Es error,
Calabazas, si en rigor
Ella se recata así,
Seguirla.
CALAB.
¿Eso dices?
LISARDO.
Sí.
CALAB.
Vive Dios, que la siguiera
Yo, aunque hasta el infierno fuera.
LISARDO.
¿Qué me debe, necio, dí,
De haber cuatro dias hablado
Conmigo en este lugar,
Para darla yo un pesar,
De quien ella se ha guardado?
CALAB.
Debe el haber madrugado
Estos dias.
LISARDO.
Ya que estamos
Solos, y que así quedamos,
Sobre lo que podrá ser
Tan recatada mujer,
Discurramos.
CALAB.
Discurramos.
Díme tú, ¿qué has presumido,
De lo que has visto y notado?
LISARDO.
De estilo tan bien hablado,
De traje tan bien vestido,
Lo que he pensado y creido
Es, que esta debe de ser
Alguna noble mujer,
Que, donde no es conocida,
Disimulada y fingida
Gusta de hablar y de ver,
Y por forastero á mí
Para este efecto eligió.
CALAB.
Mucho mejor pienso yo.
LISARDO.
Pues no te detengas, dí.
CALAB.
Mujer que se viene así
A hablar con quien no la vea,
Donde ostentarse desea
Bachillera é importuna,
Que me maten si no es una
Muy discretísima fea,
Que por el pico ha querido
Pescarnos.
LISARDO.
¿Y si la hubiera
Visto yo, y un ángel fuera?
CALAB.
¡Vive Dios, que me has cogido!
La Dama Duende habrá sido,
Que volver á vivir quiere.
LISARDO.
Aun bien, sea lo que fuere,
Que mañana se sabrá.
CALAB.
¿Luego crees que vendrá
Mañana?
LISARDO.
Si no viniere,
Poco ó nada habrá perdido
La necia esperanza mia.
CALAB.
El madrugar otro dia
¿Poca pérdida habrá sido?
LISARDO.
El negocio á que he venido
A madrugar me ha obligado;
No lo debo á este cuidado.
_(Vanse.)_
* * * * *

Sala en casa de Don Félix.
ESCENA III.
LISARDO, CALABAZAS; _y luego_ DON FÉLIX, HERRERA.
CALAB.
Cerca de casa vivió,
Pues de vista se perdió
Cuando á casa hemos llegado.
LISARDO.
Y tarde debe de ser.
CALAB.
Sí, pues vistiéndose sale
Quien á los dos nos mantiene,
Sin ser los dos justas reales.
_(Salen Don Félix y Herrera.)_
LISARDO.
Don Félix, bésôs las manos.
D. FÉLIX.
El cielo, Lisardo, os guarde.
LISARDO.
¿Tan de mañana vestido?
D. FÉLIX.
Un cuidado, que me trae
Desvelado, no permite
Que sosiegue ni descanse.
Pero vos, que os admirais
De que á esta hora me levante,
¿No me dijisteis anoche
Que á dar unos memoriales
Habiais de ir á Aranjuez?
¿Pues cómo á Ocaña os tornasteis
Desde el camino?
LISARDO.
Si bien
Me acuerdo, regla es del arte
Que la pregunta y respuesta
Siempre un mismo caso guarden;
Y puesto que á mi pregunta
Fué la respuesta más fácil
Un cuidado, de la vuestra
Otro cuidado me saque,
Que es quien á Ocaña me vuelve.
D. FÉLIX.
¿Apénas ayer llegasteis,
Y hoy teneis cuidado?
LISARDO.
Sí.
D. FÉLIX.
Pues por obligaros ántes
Que me obligueis á decirle,
Este es el mio: escuchadme.
CALAB.
En tanto que ellos se pegan
Dos grandísimos romances
¿Tendreis, Herrera, algo que
Se atreva á desayunarme?
HERRER.
Vamos hácia mi aposento,
Calabazas; que al instante
Que hayais vos entrado en él,
No faltará algo fiambre.
_(Vanse.)_

ESCENA IV.
DON FÉLIX, LISARDO.
D. FÉLIX.
Bien os acordais de aquellas
Felicísimas edades
Nuestras, cuando los dos fuimos
En Salamanca estudiantes.
Bien os acordais tambien
Del libre, el glorioso ultraje
Con que de Vénus y Amor
Traté las vanas deidades,
De su hermosura y sus flechas
Tan á su pesar triunfante,
Que de rayos y de plumas
Coroné mis libertades.
¡Oh nunca hubieran, Lisardo,
Luchado tan desiguales
Fuerzas, porque nunca hubieran
Podido los dos vengarse,
O hubiera sido su golpe,
Puesto que á todos alcance,
Por costumbre solamente,
Flecha disparada al aire,
Y no por venganza flecha
Bañada en venenos tales,
Que salió del arco pluma,
Corrió por el viento ave,
Llegó rayo al corazon,
Donde se alimenta áspid!
La primer vez que sentí
Este golpe penetrante,
Que sabe herir sin matar
(Y áun esto es lo más que sabe),
En la juventud del año,
Una tarde fué agradable
Del abril; pero mal dije,
Al alba fué. No os espante
Ser por la tarde y al alba;
Que con prestados celajes,
Si bien me acuerdo, aquel dia
Amaneció por la tarde.
Este, pues, como otros muchos,
Por divertirme y holgarme
Salí á caza, y empeñado
Llegué de un lance á otro lance
Al real sitio de Aranjuez,
Que, como poco distante
Está de Ocaña, él es siempre
Nuestro prado y nuestro parque.
Quise entrar á sus jardines,
Sin saber qué me llevase
A ver lo que tantas veces
Habia visto; que esto es fácil
Todo el tiempo que no asisten
Al sitio sus Majestades.
En el de la Isla entré...
¡Oh cómo, Lisardo, sabe
La desdicha prevenirse,
El daño facilitarse!
Pues como la mariposa,
Que halagüeñamente hace
Tornos á su muerte, cuando
Sobre la llama flamante
Las alas de vidrio mueve,
Las hojas de carmin bate;
Así el infeliz, llevado
De su desdicha al exámen,
Ronda el peligro, sin ver
Quien al peligro le trae.
Estaba en la primer fuente
(Que es un peñasco agradable
Donde, temiendo el diluvio
De sus cruzados cristales,
Parece que van viniendo
A él todos los animales)
Una mujer recostada
En la siempre verde márgen
De murta, que la guarnece
Como cenefa ó engaste
De esmeralda, á cuyo anillo
Es toda el agua diamante.
Tan divertida en mirar
Su hermosura en el estanque
Estaba, que puse duda
Sobre si es mujer ó imágen;
Porque como ninfas bellas
De plata bruñida hacen
Guarda á la fuente, tan vivas,
Que hay quien espere que hablen;
Y ella miraba tan muerta,
Que no pudo esperar nadie
Que se pudiese mover,
La naturaleza al arte
Me pareció que decia:
«No blasones, no te alabes
De que lo muerto desmientes
Con más fuerza en esta parte
Que yo desmiento lo vivo;
Pues en lo contrario iguales,
Sé hacer una estatua yo,
Si hacer tú una mujer sabes,
O mira un alma sin vida,
Donde está con vida un jaspe.»
Al ruido que entre las hojas
Hice (¡ay de mí!), por llegarme
A mirarla de más cerca,
Del éxtasis agradable
(¡No fuese de amor!) volvió
Con algun susto á mirarme.
No me acuerdo si la dije
Que ufana no contemplase
Tanta beldad, por el riesgo
De ser de sí misma amante;
Que donde hubo ninfa y fuente,
No fué posible escaparme
Del concepto de Narciso.
Ella, honestamente grave,
Sin responderme volvió
La espalda, y siguió el alcance
De una tropa de mujeres
Que andaba más adelante
Midiendo de los jardines
Ya los cuadros, ya las calles,
Hasta que su pié llegó
A hacer á todos iguales;
Porque al pequeño contacto,
Flores produjo fragantes
Tantas la arena, que ya
No pudo determinarse
Si era calles, ó era cuadros
El jardin por todas partes;
Pues fueron rosas despues,
Las que eran veredas ántes.
El traje que se vestia
Era un bien mezclado traje,
Ni bien de corte, ni bien
De aldea, sino á mitades,
De señora en el aliño,
De aldeana en el donaire.
En un airoso sombrero
Llevaba un rizo plumaje,
A quien tuvieron accion
La tierra despues y el aire
Por el matiz ó la pluma,
Sobre si era flor ó ave.
Seguíla hasta que llegó
A la cuadrilla, que errante
Coro tejido de ninfas,
A los templados compases
De hojas, pájaros y fuentes,
Sonoramente süaves,
Cada paso era un festin,
Cada descuido era un baile.
A todas las conocia,
En fin, como naturales
De Ocaña, y sólo ignoré
Quién era de mis pesares
La ocasion; que ya lo era,
Porque desde el mismo instante
Que la ví, sentí en el alma
Todo lo que hoy siento. Nadie
Diga que quiso dos veces;
Que aunque aquí mire, allí hable,
Aquí festeje, allí escriba,
Aquí pierda y allí alcance,
No ha de querer más que una;
Que no pueden ser iguales
En el mundo dos efectos,
Si de una causa no nacen.
De algunas de las que iban
Con ella, pude informarme
De quién era, y hallé en ella
Más calidad por su sangre,
Que por su beldad. La causa
De no haberla visto ántes,
Fué por haberse criado
En la corte con su padre,
Hasta que á Ocaña se vino,
Porque viva donde mate.
No os digo que la serví
Feliz y dichoso amante,
Porque dichas que se pierden
Son las desdichas más grandes;
Sólo digo que obligada
A mis finezas constantes,
A mis servicios corteses
Y á mis afectos leales,
Merecí que alguna noche
Por una reja me hablase
De un jardin, donde testigos
Fueron de venturas tales
La noche y jardin; que sólo
A los dos quise fiarme:
Porque al jardin y á la noche,
Que son el vistoso alarde,
Ya de flores, ya de estrellas,
Hiciera mal de negarles,
A las unas lo que influyen,
Y á las otras lo que saben;
Puesto que estrellas y flores
Siempre en amorosas paces,
Enlazadas unas de otras
Eran terceras de amantes.
Desta suerte, pues, teniendo
La fortuna de mi parte,
Viento en popa, del amor
Corrí los inciertos mares,
Hasta que el viento mudado
Levantaron huracanes
De una tormenta de celos,
Montes de dificultades.
Tormenta de celos dije:
Ved, si alguna vez amasteis,
¿Qué esperanza hay del piloto?
¿Qué seguro de la nave?
Bien crêréis, Lisardo, bien,
Cuando así escucheis quejarme
De los celos, que soy yo
Quien los tiene: no os engañe
El afecto de sentirlos
Desta suerte; porque ántes
Soy quien los he dado, y ellos
Son en sus efectos tales,
Que me matan dados, como
Tenidos pueden matarme.
¡Oh! ¿A qué nacen los que á ser
Dados ni tenidos nacen?
Hay una dama en Ocaña,
A quien yo rendido amante
Festejé un tiempo; ésta, pues,
Por darme muerte y vengarse,
Se ha declarado con ella,
Fingiendo finezas grandes
Que á mi amor debe. ¡Ay Lisardo,
Qué prontamente, qué fácil
En los celos las mentiras
Sientan plaza de verdades!
Con esto se ha retirado
Tal, que áun para disculparme
No permite que la vea,
No me deja que la hable.
Mirad, pues, si este cuidado
Consentirá que descanse,
Cercado de tantas penas,
Cargado de tantos males,
Muerto de tantos disgustos,
Lleno de tantos pesares;
Y finalmente teniendo
Sin culpa ofendido á un ángel,
Pues el padecer sin culpa,
Es la desdicha más grande.
LISARDO.
Don Félix, aunque los celos,
De quien así os quejais, basten
A dar pesadumbre dados,
En no ser tenidos traen
Anticipado el consuelo;
Que el dolor es tan distante
Desde darlos á tenerlos,
Cuanto hay de ser un amante
La persona que padece,
O la persona que hace.
Con lástima empecé á oiros
Cuando los celos nombrasteis;
Mas cuando dijisteis que eran
Engaños y no verdades,
La lástima se hizo envidia;
Porque no hay gusto tan grande
Cuando hay desengaño, como
Hacer damas y galanes,
O paces para reñir,
O reñir para hacer paces.
Id á ver á vuestra dama,
Que yo sé, aunque más se guarde,
Pues ella tiene los celos,
Que ella está en aqueste instante,
Más que vos desengañarla,
Deseando desengañarse.

ESCENA V.
MARCELA Y SILVIA, _abriendo una puerta, que estará cubierta con una
antepuerta, y quedándose detras de ella_. — LISARDO, DON FÉLIX.
MARCELA. _(Ap. á Silvia.)_
Por esta puerta, que al cuarto
De mi hermano, Silvia, sale
Desde el mio, á verle vengo;
Porque aunque él esté ignorante
De que he salido hoy de casa,
Con esto he de asegurarle.
SILVIA.
Detente, que está con él
El tal huésped, y ya sabes
Que no quiere mi señor
Que llegue á verte ni hablarte.
MARCELA.
Y áun esa fué mi desdicha.
Oigamos desde esta parte.
LISARDO.
Y si en tanto que este gusto
Llega, quereis que yo trate
De divertiros, pues fué
Concierto que os escuchase
Un cuidado, y que os dijese
El mio, oidme, escuchadme.
MARCELA.
Oye.
LISARDO.
Despues que troqué
El hábito de estudiante
Al de soldado, la pluma
A la espada, la süave
Tranquila paz de Minerva
Al sangriento horror de Marte,
La escuela de Salamanca
A la campaña de Flándes,
Y despues, en fin, que hube
(Sin valedor que me ampare)
Merecido una jineta,
Premio á mis servicios grande,
Por haberme reformado
Entre otros capitanes,
Ya la campaña acabada
(Que no me viniera ántes),
Pedí licencia, y partí
A España, por ver si honrarme
Merezco el pecho con una
De las cruces militares,
Que sobre el oro del alma,
Son el más noble realce.
Con esta pretension vine,
Y su Majestad, que guarde
El cielo para que sea
Fénix de nuestras edades,
Remitió mi memorial,
A tiempo que á desahogarse
De molestias cortesanas
Vino á Aranjuez, admirable
Dosel de la primavera.
Mas ¿qué mucho que se alabe
De serlo, si la más bella,
Las más pura, más fragante
Flor, la flor de lis, la reina
De las flores, tras sí trae
Cuantas á envidia del sol
Rayos brillan, luz esparcen?
Seguí la corte, traido
Más de mi afecto constante
Que de mi necesidad;
Porque de ministros tales
Hoy el Rey se sirve, que
No es al mérito importante
La asistencia, porque todos
Acudir á todo saben;
Gracias al celo de aquel,
Con quien el peso reparte
De tanta máquina, bien
Como Alcides con Atlante,
Llegué en efecto á Aranjuez,
Donde vos me visitasteis
En una posada, y viendo
Tan incómodo hospedaje,
Como tienen en los bosques
Escuderos y pleiteantes,
Que me viniese con vos
A Ocaña me aconsejasteis;
Pues los dias de la audiencia,
Dos leguas era tan fácil
Andarlas por la mañana,
Y volverlas por la tarde.
Yo, por vuestro gusto, mas
Que por mis comodidades,
Obebecí. Todo esto
Ya vuestra amistad lo sabe;
Pero importa haberlo dicho,
Para que de aquí se enlace
La más extraña novela
De amor, que escribió Cervantes.
MARCELA.
_(Ap.)_ Aquí entro yo ahora.
LISARDO.
Un dia,
Que madrugué vigilante,
Por llegar ántes que el sol
Nuestro horizonte rayase,
Junto á un convento, que está
De Ocaña poco distante,
Entre unos álamos verdes
Ví una mujer de buen aire.
Saludéla cortésmente,
Y ella, ántes que yo pasase,
Por mi nombre me llamó.
Volví en oyendo nombrarme,
Y diciendo á Calabazas
Que con el rocin me aguarde,
Llegué diciendo: «¡Dichoso
El forastero, á quien saben
Su nombre las damas!» Y ella,
Con más cuidado en taparse,
Me respondió á media voz:
«Caballero de esas partes
No es forastero en ninguna;»
Y añadió favores tales,
Que me obliga la vergüenza,
Por mí mismo, á que los calle;
Porque no sé cómo hay hombres
Tan vanos, tan arrogantes,
Que de que ha habido mujeres
Que los buscaron, se alaben.
SILVIA.
_(Ap.)_ Él cuenta nuestro suceso.
MARCELA.
¡Oh quién pudiera estorbarle,
Antes que en Félix las señas
Alguna malicia causen!
D. FÉLIX.
Proseguid.
LISARDO.
Ella, en efecto,
Siempre embozado el semblante,
Me despidió con decirme
Que como no examinase
Quién era, ni la siguiese,
Otro dia estaria á hablarme.
Seis veces, pues, corrió al sol
Las cortinas orientales
Sumiller el alba, y seis
Tapada hallé entre unos sauces
Esta mujer. Yo, enfadado
De recato semejante,
Determiné de seguirla
Hoy cuando á Ocaña tornase;
Pero no pude, porque
Volviendo ella por instantes,
Me vió y no quiso pasar
De la vuelta desta calle.
D. FÉLIX.
¿Desta calle?
LISARDO.
Y á la cuenta
Vive hácia aquí, que al instante
La perdí de vista. Aquí
Me dijo que la dejase
Otra vez, porque su vida
Aventuraba mi exámen.
D. FÉLIX.
¡Extraña mujer!
MARCELA.
_(Ap.)_ Ya es fuerza
Que las señas me declaren.
D. FÉLIX.
Proseguid.
LISARDO.
Yo, pues...

ESCENA VI.
CELIA, _con manto_. — DICHOS.
CELIA.
Don Félix,
¿Podrá una mujer aparte
Hablaros?
D. FÉLIX.
¿Pues por qué no?
MARCELA.
_(Ap.)_ ¡Oh á qué buen tiempo llegaste,
Mujer ó ángel, para mí!
D. FÉLIX.
Luégo irá el cuento adelante:
Permitid ahora, por Dios,
Que con esta mujer hable,
Que es criada de la dama
Que os dije.
LISARDO.
Pues que me maten,
Si ello no es lo que yo he dicho.
Ved el recado que os trae,
Y adios; porque para estotro
No importa que tiempo falte.
_(Vase.)_
D. FÉLIX.
¿Era hora de vernos, Celia?
CELIA.
No te admires ni te espantes
Que no me atreva á venir
A verte; porque si sabe
Mi señora que te he visto,
No habrá duda que me mate.
D. FÉLIX.
¿Tan cruel conmigo está?
CELIA.
Viniendo yo hácia esta parte
A un recado, no he querido
Dejar de verte y hablarte.
D. FÉLIX.
¿Y qué hace tu hermoso dueño?
CELIA.
Sentir, es lo más que hace,
Tu ingratitud.
D. FÉLIX.
¡Plegue á Dios,
Si la ofendí, que él me falte!
CELIA.
¿Por qué á ella no se lo dices?
D. FÉLIX.
Porque no quiere escucharme.
CELIA.
Si tú hubieras de callar,
Yo me atreviera á llevarte
Donde la hablaras.
D. FÉLIX.
¡Ay Celia,
No habrá mármol que así calle!
CELIA.
Pues vente agora conmigo:
Yo haré una señal si sale
Mi señor, y dejaré
La puerta abierta; tú entrarte
Hasta su cuarto podrás.
D. FÉLIX.
Dasme nuevo aliento, dasme
Nueva vida.
CELIA.
Aquesta es
La hora mejor; mas no aguardes,
Vénte tras mí.
D. FÉLIX.
Tras tí voy.
CELIA.
_(Ap.)_ ¡Ay bobillos, y qué fácil,
A la casa de su dama,
Es de llevar un amante!
_(Vanse D. Félix y Celia.)_
MARCELA.
¡Yo salí de lindo susto!
SILVIA.
Pues ¿cómo afirmas que sales,
Si luégo han de verse, luégo
Proseguirá el cuento?
MARCELA.
Antes
Lo habré remediado.
SILVIA.
¿Cómo?
MARCELA.
Escribiéndole que calle
Hasta que se vea conmigo;
Y esto ha de ser esta tarde.
SILVIA.
¿Declarada por quién eres?
MARCELA.
¡Jesus, el cielo me guarde!
SILVIA.
Pues ¿qué has de hacer?
MARCELA.
¿No es mi hermano
De Laura, mi amiga, amante?
¿No sabe lo que es amor?
Pues hoy he de declararme
Con ella, y hoy has de ver,
Silvia, el más extraño lance
De amor, porque yo fingida...
Pero no quiero contarle;
Que no tendrá despues gusto
El paso, contado ántes.
_(Vanse.)_
* * * * *

Casa de Fabio.
ESCENA VII.
LAURA, FABIO.
FABIO.
Notable es la tristeza,
Que el rosicler turbó de tu belleza.
¿Qué tienes estos dias,
Que entregada (¡ay de mí!) á melancolías
Tales, á todas horas
Triste suspiras y rendida lloras?
LAURA.
Si yo, señor, supiera
La causa de mi mal (_Ap._ A Dios pluguiera
No la supiera tanto),
El consuelo mayor, menor el llanto
Fuera, pues fuera entónces el sabella
El primer aforismo de vencella.
Pero la pena mia
Es, señor, natural melancolía,
Y así el efecto hace,
Sin que llegue á saber de lo que nace;
Que esta distancia dió naturaleza
En la melancolía y la tristeza.
FABIO.
No sé lo que te diga,
Sino que á tanto tu dolor obliga,
Que rigoroso y fuerte
Padeces tú el dolor, y yo la muerte;
Pues ya vivir no espero,
Miéntras tan triste á tí te considero.
_(Vase.)_

ESCENA VIII.
LAURA.
¿Qué haré yo, que rendida,
A pesar de mi vida,
Vivo? ¿Qué es esto, cielos?
Mas bien se deja ver que estos son celos
Porque una ardiente rabia
Que el sentimiento agravia,
Una rabiosa ira
Que la razon admira,
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